domingo, 28 de septiembre de 2014

28 de septiembre de 1930: El Rey del Temple recibe la alternativa en Sevilla

San Miguel de 1930
Jesús Solórzano Dávalos fue el triunfador de la temporada de novilladas de 1929 en El Toreo de la Condesa, un serial en el que junto con él descollaron Carmelo Pérez, Esteban García y José González Carnicerito, con quienes completó el cartel de la Oreja de Plata formado por suscripción popular a iniciativa de El Universal Taurino, festejo que se celebró el 8 de septiembre de 1929, con un encierro de Santín. El moreliano fue quien se llevó el trofeo en la espuerta y curiosamente, sus tres alternantes morirían posteriormente a consecuencia de heridas por asta de toro.

La obtención de la Oreja de Plata garantizó a Jesús Solórzano la alternativa en la siguiente temporada de corridas de toros y así, el 15 de diciembre de ese mismo año, el santanderino Félix Rodríguez le cedió al toro Cubano de Piedras Negras en presencia de Heriberto García para investirlo como matador de toros en la capital mexicana.

Marcha a España en 1930 e inicia una campaña como novillero que le lleva a actuar en las principales plazas de la península y es en la Feria de San Miguel de ese calendario que se anuncia su alternativa en un cartel formado originalmente con Antonio Márquez como padrino y Marcial Lalanda como testigo, para enfrentar un encierro de los hermanos Luis y José Pallarés (antes Peñalver). Sin mediar explicación, cayó del cartel el llamado Belmonte Rubio y entró en su lugar Cayetano Ordóñez Niño de la Palma, por lo que el padrino del ya llamado aquí en México El Rey del Temple fue Marcial Lalanda.

Juan Mª Vázquez, en el número del ABC de Sevilla aparecido el 30 de septiembre de 1929, refirió lo siguiente acerca de la corrida de la alternativa de Jesús Solórzano:
El nuevo doctor. – Desde el domingo, la comunidad taurina cuenta con un nuevo doctor: es el mejicano Jesús Solórzano, que allá en la primavera, al presentarse en España ante el público de Sevilla, logró interesar a los aficionados más severos con un arte muy moderno y gallardo que era feliz asimilación y trasunto de la manera de Antonio Márquez, con tanta exactitud reflejada que hasta faltaba en la feliz asimilación el granito de sal de que el bien escogido modelo carecía... De la campaña que el novillero Solórzano desarrolló ante nosotros – olvidando descensos inevitables –, quedaban, para hacerle merecedor de la categoría máxima, los buenos recuerdos de sus lances de capa, ceñidos, templados y elegantes, y, sobre ello, la emoción de la soberbia faena de muleta con que enardeció a los sevillanos, en la tarde en que se les dio a conocer. Las crónicas y comentarios que inspiró su labor afortunada constituía – aún sin el aditamento de su triunfo en Madrid – documentación suficiente para unir a la solicitud de alternativa, escalada hoy por cualquier audaz exento de valor personal y de méritos artísticos. Ya la tiene Solórzano, y alcanzada en la cuna y la sede de su arte. Que siempre use de ella con pundonor y decoro, mirando a completar su personalidad en el oficio – que es ya distinguida – y evitando a quienes fueron los primeros en aplaudirle por estas tierras el mal sabor de las retractaciones... En su día solemne, el notable lidiador se produjo con ese pundonor que para lo futuro le pedimos; animoso, lleno de los mejores deseos se esforzó en agradar al concurso, y si no siempre el éxito correspondió al designio, por lo general su labor fue buena y dejó grato sabor... Capeó al natural al que abrió plaza, de salida y en los quites – adornándose aquí con una vistosa serpentina – estirado, quieto y apretándose. Aunque el toro no tenía buen estilo - la corrida de los Sres. Pallarés, en ese respecto, dejó bastante que desear -, quiso sumar al esfuerzo su arte de banderillero, y reuniéndose muy bien puso con gran facilidad dos pares y medio – derrotando el bicho las dos últimas veces – que le fueron – como los lances consignados – aplaudidísimos. En fin: investido por Marcial, libró con un buen ayudado una acometida imprevista y, seguidamente, entre dos naturales aceptables, consumó, sereno y valiente, un gran pase de pecho. Con la derecha, cerquísima de las astas, aunque sufriera más de un derrote, siguió con adornos el estimable trasteo, hasta que, igualada res, entrando muy ligero, dejó una estocada atravesada. Un descabello a la segunda tumbó al enemigo, y Solórzano, afectuosamente, dio la vuelta al dorado círculo... La lidia del sexto estuvo tocada de la sosera de aquél animal, animándola tan solo el arte del banderillero. Al matar entró bien al pinchar y mal al secundar con una estocada fea... En el resto de la lidia, como capeador, Solórzano ostentó repetidas veces la brillantez de su estilo. Fue magnífica su intervención en el lucidísimo tercio de quites del tercer toro, el único verdaderamente bravo de la primera de Feria... Porque Jesús necesita del toro bravo y codicioso; el que amilana a los astros prudentes. Cuando le veamos ante bichos de esa clase, su figura, entonadamente compuesta el domingo, volverá – en armónica pugna el artizado arrojo y la noble fiereza – a nimbrarse de un claro resplandor... 
Jesús Solórzano, visto por Martínez de León
la tarde de su alternativa (ABC de Sevilla 30/09/30)
Ese sería el primer paso de una historia que se escribiría con nombres como los de Revistero, de Aleas – al que cortó las dos orejas en la plaza vieja de Madrid y de lo que me he ocupado ya en esta AldeaGranatillo, Redactor, Cuatro Letras, Batanero, Brillante, Príncipe Azul, Pies de Plata, Tortolito, Picoso o Pimiento y que lograron construir la historia y la leyenda de El Rey del Temple.

Jesús Solórzano se despidió de los ruedos el 10 de abril de 1949 en la Plaza México, en una corrida de toros en la que alternó con Luis Procuna y Rafael Rodríguez en la lidia de un encierro de Matancillas. El último toro que mató vestido de luces fue Campasolo y llevaba en el anca el hierro de La Punta – ganadería hermana de la anunciada – también propiedad de sus cuñados Francisco y José C. Madrazo, al que le cortó una oreja. 

Jesús Solórzano Dávalos falleció en la Ciudad de México el 24 de septiembre de 1983.

Nota: Los resaltados en la crónica de Juan Mª Vázquez, son imputables exclusivamente a este amanuense, pues no obran así en el original.

domingo, 21 de septiembre de 2014

Un centenario pasado por alto

Alfonso Cela Celita
El pasado 12 de julio se cumplió un siglo de una hazaña – de las verdaderas –, sucedida en lo que es la actual plaza Monumental de Barcelona. En esa tarde del año de 1914 el primer matador de toros gallego – y hasta donde mi entender alcanza, el único –, Alfonso Cela Celita, mató en solitario seis toros de Pérez de la Concha alcanzando uno de los éxitos importantes de su carrera en los ruedos.

Celita

Alfonso Cela Vieito, nació el 11 de julio de 1886 en San Vicente de Carracedo, Láncara, Lugo en Galicia, lugar en el que vivió hasta que cumplió los once años de edad, pues entonces su familia se traslada a vivir a Madrid, donde aprende el oficio de tablajero, que desarrolla en el matadero de esa capital. Eso le permite aprender allí los rudimentos del toreo y comenzar a moverse en el mundillo de las capeas.

Se presenta como novillero en la plaza de la Carretera de Aragón en 1910. Acerca de este debut, cuenta la profesora María Celia Forneas:
Lo que sucedió fue que una tarde en el Café Inglés le dijo Retana: “¿Quieres torear el domingo?”… “Sí señor”, respondió Celita… Retana replicó: “Te advierto que si no te encuentras con facultades, no debes precipitarte. La plaza de Madrid da y quita. Si fracasas, te costará gran trabajo volver”… “Anúncieme, don Manuel”, respondió Celita y salió con Dominguín y Pacomio… Gustó tanto que Retana para evitar que le explotase algún apoderado desaprensivo, se ofreció incondicionalmente a arreglarle algunas corridas en provincias y en la Corte… “Casi todos los toreros pasaron fatigas, pero ninguno ha sufrido lo que yo, – declara Celita – porque además de ser un desconocido, nací en Galicia. Y como Galicia no es tierra de toreros…”
El 10 de julio de ese 1910, apenas unas semanas después de su presentación ante la cátedra, Celita sale al ruedo madrileño como sobresaliente de Manuel Mejías Bienvenida que mataría en solitario seis toros de Trespalacios. El cárdeno tercero de la tarde, Viajero, hirió de mucha gravedad al Papa Negro que a partir de esa herida vio truncada su aspiración de encaramarse a la cumbre de la torería de su tiempo. Alfonso Cela despachó al toro heridor y a los otros tres que quedaron enchiquerados con valor y con una solvencia inusitada en un principiante, siendo sacado en hombros de la plaza al finalizar la jornada.

Ese episodio forjó una sólida amistad entre Bienvenida y Celita, por ello que le otorgó la alternativa el 15 de septiembre de 1912, en La Coruña, según lo cuenta Calín Fernández Barallobre:
…el gran escritor madrileño Pérez Lugín, autor de la novela La Casa de la Troya, Don Pío como le gustaba firmar sus artículos taurinos, convenció a Celita, del que era muy amigo, a que tomase la alternativa en nuestra ciudad en un festejo a beneficio de la asociación de la prensa puesto que el novillero gallego está convencido de tomarla en Barcelona. “¡Qué rayo de Barcelona! ¡Carballeira, como le llamaba el escritor a Celita, tú tomas la alternativa aquí en la Coruña como está mandado. Es más vamos a fijar ya la fecha. Será el domingo día 15 de septiembre y se convertirá en la primera alternativa realizada en nuestra plaza”. “No se hable más” dijo Lugín”. Ahora vamos a ponernos a trabajar para buscar padrino y ganado”. “Pepe: Dame un habano”. Celita replicó. “Me gustaría que el padrino fuese Manolo Bienvenida”…
Su alternativa coruñesa la confirmó en Madrid una semana después, de manos de Agustín García Malla, que le cedió al toro Primavera de Rafael Surga.

Los seis pérezconchas

El cartel originalmente anunciado para el 12 de julio de 1914 era un mano a mano entre Joselito y Celita, pero el domingo anterior Coletero, tercer toro de la misma ganadería sevillana le hirió y le produjo la fractura de la clavícula izquierda, dejando de entrada incompleto el cartel de toreros, aunque la aceptación de Alfonso Cela para estoquear él solo el encierro no alteró el interés del festejo originalmente anunciado.

Y Celita no desilusionó al público que hizo una gran entrada en la Plaza del Sport. Despachó a los seis toros con lucimiento, tal y como se desprende de la relación firmada por Miureño, en el número de Palmas y Pitos aparecido el 20 de julio de 1914:
«Veni, vidi, vinci», seguramente que fueron las frases pronunciadas al terminar la corrida por el representante coletudo de Lugo… Al anuncio de que «Celita» iba a liarse él solito con seis bichos de Pérez de la Concha, se llenó casi por completo el novísimo circo. Teníamos noticias de que era un gran estoqueador, pero no podíamos concebir que llegara a realizar con tanto éxito la proeza que nos anunciaron… Se portó como un héroe; estuvo en todo, activísimo en quites, y hasta se permitió el lujo de banderillear, haciéndolo superiormente… Ante la evidencia de los hechos, muy pocas palabras bastan para reseñar lo visto… Dos pinchazos, seis estocadas y un descabello bastaron para lanzar patas arriba a los seis Pérez; la presidencia ordenó que se cortara la oreja a cinco de los bichos, pero el público que estaba compuesto de la verdadera afición barcelonesa, le concedió por unanimidad las seis orejas… El presidente aguantó el correspondiente meneo por su injusticia… La tarde del 12 de julio de 1914, tendrá un recuerdo eterno en la memoria de Cela, y no se borrará tampoco de los que nos extasiamos contemplando cuando ejecutan con verdadera limpieza la suerte suprema.
En La Lidia del 28 de julio de 1914, Relance reflexiona lo que sigue:
…También en el coso del Sport, de la ciudad condal, triunfó «Celita» recientemente… Y también fueron de los hermanos Pérez de la Concha los bichos lidiados del 12 de julio último… Los animales se portaron desigualmente. Pero no así su matador, su único matador, que realizó colosal hazaña, escribiendo la página más brillante de su historia torera… Sin necesitar puntillero y consumando a perfección el volapié, tumbó los seis astados mediante dos pinchazos superiorísimos y seis soberanas estocadas… Las ovaciones eran indescriptibles y el maruso cortó cuatro orejas, mas las dos del sexto toro, y salió en hombros… De novillero vimos en Madrid a Alfonso Cela estoquear magníficamente varias reses. Hacía el volapié de modo maravilloso. Así es que su triunfo de ahora no me ha sorprendido. Lo esperaba de un momento a otro… Hay que seguir por ahí, «Celita». Usted sabe matar bien y puede matar bien…
Celita en Barcelona, 12 de julio de 1914. Foto Sautés
Aparecida originalmente en Palmas y Pitos, 20/07/1914
Seis estocadas, solamente dos pinchazos, un golpe de descabello y el puntillero de parroquiano, como dice la revista que de la corrida publicó el diario madrileño El Heraldo de Madrid, dan cuenta de la eficacia con la que estoqueó esa tarde Celita, pero también deducimos de esa y de las demás aparecidas en El Imparcial, El Liberal o La Correspondencia de España, que el torero gallego se lució en quites y cuando lo consideró oportuno, colocó banderillas, dando a la lidia de los seis toros la variedad necesaria para no sumir a la concurrencia en el sopor que produce la monotonía o la reiterada repetición de procedimientos y suertes.

Celita cortó seis orejas esa tarde. Una a cada uno de los toros segundo, tercero, cuarto y quinto y se le concedieron las dos del sexto de la tarde. Podrá considerarse que la plaza de Barcelona tenía en esos días un baremo de exigencia menor para el otorgamiento de trofeos, pero el cortarlos en avalancha tal, refleja una actuación de gran calado del diestro que obtuvo esa carretada de orejas y más aún, cuando la concesión de éstas era una cuestión excepcional.

Para la estadística. Celita vistió de pizarra y oro, según se consigna en La Correspondencia de España y sacó de sobresaliente al novillero afincado en Barcelona apodado Crespito. Llevó en su cuadrilla a dos banderilleros mexicanos: Mariano Rivera y Luis Frontana, quienes llegaron a España en la Cuadrilla Juvenil que organizara Eduardo Margeli con Manuel Martínez Feria.  

Para concluir, copio esta reflexión del doctor Rafael Cabrera Bonet acerca de lo que significó esta tarde que hoy recuerdo – con retraso – para el paso por los ruedos de Alfonso Cela Celita:
El cénit lo hallaría en la corrida en solitario que estoqueó en Barcelona el 12 de julio de 1914, nueve días más tarde de la hazaña de José ante los de Martínez en Madrid. Fueron de la, por entonces, dura vacada de Pérez de la Concha, y estuvo francamente soberbio. Don Quijote, en La Fiesta Brava, tal y como señala el redactor de la biografía del diestro en el Cossío, se deshizo en elogios, admirado por lo que hasta entonces era el culmen de lo que habían contemplado sus ojos, y que repetiría en su conocida obra Cinco lustros de toreo… (Barcelona, 1933): “¡Triunfo estupendo! Fue aquella una de esas corridas de fortuna en que llega a parecer imposible –e imposible llega a resultar- que nada salga mal. El artista, tocado de la gracia, se supera, y consigue fundir, equiparar y hacer una sola cosa de su intención y del resultado de sus intentos. Aquella tarde, sobre culminar y consolidarse para siempre su prestigio de matador excelso, Celita hizo lo que nunca había hecho y nunca habría de volver a hacer, por lo menos con tal abundancia de detalles, como lidiador completo. Fue una de las corridas más gloriosas que yo he presenciado., una de las que más grabadas han quedado en mi recuerdo, y, desde luego, el florón más alto de la ejecutoria del buen torero gallego… Mató los seis toros de seis estocadas y dos pinchazos, y las ocho veces pinchó en la cruz. De las ocho veces, siete entró a volapié neto, purísimo, recto. De los seis toros, cinco rodaron sin puntilla… Se pidió para él la oreja en los seis toros, y sólo en el primero no se le concedió, y del sexto le dieron las dos. Seis orejas, pues. Y despachó la corrida en siete cuartos de hora. Pero hizo más. No se limitó a matar el magnífico matador. Dio un gran cambio de rodillas, dibujó en un quite unas gaoneras inenarrables, puso un par de banderillas cambiando el viaje, forzado, de altísimo mérito; inició una de las faenas con un pase, las dos rodillas en tierra, digno de la oreja de Machaquito…
Nunca es tarde para recordar las hazañas verdaderas que son la armazón de la historia del toreo.

domingo, 14 de septiembre de 2014

70º aniversario de la confirmación de Cañitas y Vizcaíno

Carlos Vera Cañitas
Ricardo Torres fue el último torero mexicano en confirmar su alternativa en Madrid previo al llamado boicot del miedo y a la Guerra Civil Española. Lo hizo el 12 de abril de 1936 y después renunciaría a esa alternativa. Carlos Arruza sería el que reanudaría el intercambio entre nuestras torerías el 18 de julio de 1944, en una histórica Corrida de la Concordia. De estos dos asuntos ya me he ocupado en esta bitácora aquí y aquí.

Reabierto el tráfico trasatlántico, serían dos los toreros mexicanos que siguieran de inmediato los pasos de Arruza. Para ello, el festejo del 10 de septiembre de 1944 se anunció con ocho toros de doña Concepción de la Concha y Sierra para Paquito Casado, Rafael Albaicín, Carlos Vera Cañitas y Arturo Álvarez Vizcaíno, siendo los dos últimos, confirmantes de las alternativas que habían recibido el primero, en Ciudad Juárez, el 26 de octubre de 1941 de manos de Lorenzo Garza y confirmado en El Toreo de la Condesa el 9 de noviembre de ese mismo año de manos de Armillita, en tanto que Vizcaíno confirmaría la que recibió en la capital mexicana el 12 de abril de 1942, de manos de David Liceaga, después de haber renunciado a una obtenida en Puebla en 1936 y a otra de Caracas de 1941.

La corrida fue de ocho toros. A propósito de esa cuestión escribió lo siguiente Manuel Sánchez del Arco, Giraldillo, en una rara edición de lunes del ABC madrileño, aparecida el 11 de septiembre de 1944:
Ocho toros... ¡Nada menos!... Está llena la plaza cuando hacen el paseo las cuadrillas de Paquito Casado, Rafael Albaicín y los mejicanos Carlos Vera "Cañitas" y Arturo Álvarez. Estos se presentan montera en mano, en cortés saludo al público madrileño a cuyo fallo van a someterse… Y comienzan a salir los ocho toros de Concha y Sierra, que estos muchachos han aceptado también en rasgo de cortesía hacia los desdeñados ganaderos andaluces…
El primer toro de la tarde se llamó Atendido y fue el que sirvió para que Paquito Casado confirmara la alternativa de Cañitas. La actuación del valentísimo torero fue así ante este toro:
Primero. “Cañitas”, jugando bien los brazos, lo recibe a la verónica y termina con media muy apretada. (Muchas palmas). Tres varas por dos caídas. “Cañitas” toma las banderillas. Dejando llegar al toro muy guapamente, quiebra y coloca un par desigual. Luego cuartea uno y las banderillas quedan juntas y en lo alto. (Palmas). Otro sesgando que resulta de mucho efecto. (Ovación). Pide permiso y coloca un cuarto par, llegando muy bien. (Otra ovación)… Casado da la alternativa al mejicano, y tenemos ya a D. Carlos Vera, “Cañitas”, doctor en Tauromaquia por la Universidad de Madrid, frente al de Concha y Sierra. Hay saludo a la presidencia y brindis en redondo al concurso madrileño. La cortesía es correspondida con una ovación. “Cañitas”, en el centro del ruedo, cita con la muleta plegada. Parece que va a dar el cambio. Cuando el toro le acude, despliega la muleta y da tres naturales, en los que es de aplaudir el valor. Sigue sobre la izquierda, y luego hay unos derechazos apretados y un farol. (Palmas). Dejándose ver, coloca una estocada que basta. (Ovación y saludos)…
El segundo de la tarde fue nombrado Cotorro y fue el que permitió a Rafael Albaicín confirmar el doctorado de Arturo Álvarez, que se mostró así ante él:
Segundo. Arturo Álvarez lancea. Cuatro varas, un marronazo y una caída. Hay un precioso tercio de quites en el que rivalizan el mejicano y Rafael Albaicín. El de Méjico hace quites valientes y vistosos y el gitano tiende el capote majestuosamente en unos lances que se aclaman. Ambos se estrechan la mano y, descubiertos, saludan al público. Álvarez toma las banderillas y cuartea un par que no prende, y después, uno bueno. (Palmas). Cierra un peón… Albaicín da la alternativa a Arturo Álvarez. Hay saludo a la presidencia y brindis al público madrileño, correspondido con palmas de cortesía. El nuevo matador mejicano recibe el toro con un pase por alto, muy quieto, con la figura bien compuesta. En seguida tenemos una serie de pases por bajo. La faena tiene buena planta torera, caracterizada por la tranquilidad en la ejecución. Tres naturales y un molinete. (El toro está quedado). Entra recto y clava media estocada en las agujas, que mata sin puntilla. (Ovación)...
La actuación de ambos diestros mexicanos ante los toros de su confirmación fue más allá de lo meramente decoroso. Tanto así, que la valoración que en la Hoja del Lunes que hace quien firma como El de Tanda de su presentación en la plaza de toros más importante del mundo, es como sigue:
Algo y aún “algos” hay que estimarles y agradecerles a los toreros mejicanos – aparte y por encima de méritos o deméritos –, que entraña un beneficioso valor para la fiesta en estos tiempos de la “administración” como guía y la “comodidad” como norma de conducta, y es la gran voluntad con la que luchan y porfían por el triunfo. Si la intención bastara en el toreo – que no basta, como para ninguna cosa material –, los mejicanos – por ahora – serían unos perfectos bienaventurados, dignos de todos los bienes en fama y en riqueza que suele otorgar la pública estimación… Bueno éste, regular aquél, mediano el otro, no se les puede negar que la tónica de su actuación en España es la del pundonor profesional y el afán de éxito en el cumplimiento de su cometido. Y ello ha de redundar en favor de la fiesta. Porque aunque no todos esos nombres han de permanecer en los carteles, a los que hoy sirven de nuevo aliciente por la novedad, todos habrán contribuido un poco a despertar el espíritu de emulación que ejerza de reactivo para las ya un tanto adormecidas apetencias de la comodona torería contemporánea. Así ha de ser lógicamente, a nada que persistan en no importarles salir de la plaza con el traje manchado de sangre y de arena… Como salieron ayer Cañitas y Álvarez. Lo cual no es corriente que ocurra cuando los toreros sienten la preocupación de no fatigarse con exceso y de que no se les descomponga ni siquiera el peinado… De Cañitas destaco la valentía; de Álvarez, la experiencia… Cañitas insistió en banderillear – cuatro pares a cada toro, mejores unos que otros –, para predisponer en su favor al público, cuyo beneplácito trató de alcanzar en todo momento y obtuvo de pleno en algunos pases de muleta principalmente, primero en los redondos y después en los de pecho y por alto con que inició, sentado en el estribo, su segunda faena. Sus dos toros, aunque pronto en la arrancada el primero y boyante el sexto, se quedaban en el centro de la suerte y ello le impidió completar un conjunto de mayor solidez; pero en los dos oyó muchas palmas. Y en verdad que no se le debió regatear, en el sexto al menos, la vuelta al ruedo… Álvarez lució más con el capote. Sus quites por chicuelinas y de frente por detrás en el segundo fueron excelentes, en competencia con los no menos excelentes de Albaicín, a la verónica estos. No insistió con las banderillas, que dejó tras un par, al darse cuenta de lo que cortaba el terreno el segundo toro. Y sobresalió en los principios de su primera faena, redondeando bien los pases y cambiándose con gracia de mano la muleta, que manejó con menos soltura en los naturales. Mató bien y se le aplaudió mucho. El séptimo toro provocó las iras del “respetable” por sus extrañas embestidas, que pudieron achacarse a defectos de vista, que en realidad no eran sino síntomas de mansedumbre, y Álvarez se ajustó a las posibilidades del caso; faena de aliño y brevedad con la espada... Los toros de Concha y Sierra cumplieron en varas y no presentaron dificultades; pero se frenaban en el centro de las suertes, sin pasar, y ello no es tampoco una facilidad para el lucimiento de los toreros. El tercero hizo una deficiente pelea, con la cara por el suelo. El séptimo fue mansurrón. El octavo, incierto y avisado, mejoró algo al final. En conjunto, una corrida menos peor de lo que esperábamos de esta que un tiempo fue una ganadería famosa…
Arturo Álvarez Vizcaíno
Cortesía: Blog Toreros Mexicanos
Como podemos ver, el juicio crítico de la actuación de estos dos toreros nuestros no desmereció en manera alguna. De hecho, Cañitas se convirtió en un consentido de la afición madrileña y es, al día de hoy, el torero mexicano que más veces ha toreado vestido de luces y en corridas de toros en la plaza de Las Ventas. Son catorce actuaciones tenidas allí, entre 1944 y 1951 con el corte de tres orejas y la apertura de la puerta grande en una ocasión las que aún no han podido ser superadas.

Arturo Álvarez Vizcaíno, tras de dejar los ruedos se dedicó al apoderamiento de toreros y a actividades relacionadas con la empresa taurina, falleciendo en la Ciudad de México el 5 de diciembre de 1968.

Carlos Vera Cañitas, dejó los ruedos a causa de la cornada de Buen Mozo de Ayala, el 21 de agosto de 1960 en el Toreo de Cuatro Caminos, que motivó que le fuera amputada la pierna derecha. Falleció en la Ciudad de México el 19 de febrero de 1985.

Nota: El sumario con las actuaciones de Cañitas en la plaza de Las Ventas, lo pueden consultar en esta ubicación.

domingo, 7 de septiembre de 2014

Barcelona, 6 de septiembre de 1964: la alternativa definitiva de El Estudiante

El Estudiante
(Publicidad de los años sesenta)
Jesús Delgadillo López nació en Aguascalientes, en su castizo Barrio de Triana, por la calle de La Alegría, hoy nombrada en uno de sus tramos en honor a Alfonso Ramírez Calesero, muy cerca del templo en el que se venera a su Cristo Negro, el día 8 de octubre de 1938. Se presentó como novillero en Guadalajara, el 5 de junio de 1955 en una novillada de selección junto con Jesús Gómez, Jesús de Anda, Pedro Jiménez Pedrín, Gabriel Linares y Rodolfo Ramírez El Pirata y en ese festejo Jesús ya utilizó el sobrenombre de El Estudiante, pues al tiempo estudiaba teneduría de libros en la Academia Rodríguez Dávila de esta ciudad Capital. 

En estos años el nombre de El Estudiante como novillero estuvo ligado al de varios toreros más que lograron traspasar los límites del anonimato y así actuaron en las plazas de México su paisano Víctor Mora, el mazatleco José Ramón Tirado, el guanajuatense Héctor Obregón, el tlaxcalteca Fernando de los Reyes El Callao, el regiomontano Américo Garza Romerita y el que en su día fuera apoderado de Arturo Gilio, Marcelo Acosta, entre otros toreros que lograron sacar la cabeza y hacer a la afición de ese tiempo concebir esperanzas de que en ellos habría una figura del toreo en ciernes.

Sus actuaciones en la temporada 1955 – 1956 le permitieron obtener su inclusión en el cartel del Estoque de Plata, celebrado en también en Guadalajara el 28 de octubre de 1956, fecha en la que para despachar una novillada de Matancillas, José Ramón Tirado, Rubén Aviña, Carlos Saldaña y El Estudiante, partieron plaza vestidos de luces en El Progreso. En esa tarde se llevó el gato al agua el venezolano Saldaña, quien tuvo la que quizás sería más importante tarde de su vida torera en México. 

En 1957 logra actuar hasta 18 tardes en las plazas de Ciudad Juárez, Nogales y Tijuana y en el siguiente año, actúa en cuatro novilladas seguidas en El Toreo de Cuatro Caminos, dejando constancia de que estaba ya listo para el cambio de escalafón.

La Feria de San Marcos de 1958 iniciaba su ciclo de tres corridas con una en la que El Príncipe del Toreo, Alfredo Leal, otorgaría a El Estudiante la borla de matador de toros, fungiendo como testigo el poblano Joselito Huerta, con toros de don Lucas González Rubio, un festejo en el que efectivamente los tres alternantes triunfaron. 

Después de actuar en seis tardes el año de su doctorado, el 18 de enero de 1959, Jorge Aguilar El Ranchero, le cedería al toro Coreano de La Laguna, ante el también tlaxcalteca Fernando de los Reyes El Callao, quedando revalidada su alternativa sanmarqueña en el coso de Insurgentes y como causara buena impresión en esa fecha, el 7 de abril de ese mismo año se le incluye en el cartel de triunfadores que se disputaban la Rosa Guadalupana, mismo en el que para estoquear ocho toros de Mimiahuápam, partieron plaza Curro Ortega, El Ranchero Aguilar, Jaime Bravo, Joselito Huerta, Antonio del Olivar, José Ramón Tirado, Fernando de los Reyes El Callao y El Estudiante.

Al final de ese festejo, el huamantleco de la triste mirada y del hondo toreo, El Callao, saldría con el trofeo en disputa dentro de la espuerta. Así, durante 1959, Jesús completaría una docena de actuaciones en plazas mexicanas. Entre 1960 y 1963 suma veinticuatro actuaciones, destacando la que tuvo en Aguascalientes el primero de enero de este último año, en la que con Luis Procuna y Pablo Lozano, dio cuenta de un encierro de Peñuelas, cortando las orejas y el rabo al sexto de la tarde.

El anuncio de la alternativa
Esta tarde resultaría ser un parteaguas en la vida taurina de El Estudiante, pues su compañero de cartel, el castellano Pablo Lozano, quien años después tuviera bajo su responsabilidad los destinos de la Plaza de Las Ventas de Madrid, advirtió que Jesús tenía aptitudes para caminar en la fiesta y le sugiere ir a España a probar suerte como novillero allá, renunciando al doctorado obtenido en el ruedo sanmarqueño casi un lustro antes.
Retomando el rumbo en España

Siguiendo el consejo de Lozano, el 20 de junio de 1963 se presenta de nueva cuenta como novillero en la Plaza Monumental de Barcelona, para despachar novillos del Conde de Ruiseñada en unión de Curro Montenegro y José María Aragón, logrando actuar en tres tardes más en cosos hispanos ese año.

1964 representa un buen año para el torero de Aguascalientes pues logra presentarse en 9 oportunidades dentro del escalafón novilleril, siendo cuatro de esas actuaciones en la plaza de Las Ventas, cortando además, una oreja en su debut, el 19 de julio de 1964, al lado de Eduardo Ordóñez y José Luis González Copano, para lidiar cinco novillos de Luis Frías Piqueras y uno – sexto – de Carlos Sánchez Rico. En su día, Antonio Díaz – Cañabate escribió:
Otro buen novillo fue el tercero, menos bravo, bastante menos que el primero, en el primer tercio, pero más noblote en el último. En el bochorno de la tarde canicular, el novillo, al tomar la muleta de “El Estudiante”, daba la sensación de que se bebía un apetitoso refresco de grosella bien helado, que “El Estudiante” le servía complacido, ya con la mano derecha, ya con la izquierda. Al novillo y al público le gustaron más los refrescos de la mano izquierda. ¡Oh, sí, nos venían muy bien, nos oreaban como una brisa que rompe el ardor! Fueron pocos estos buenos naturales y su corta cantidad acrecentó su valía. Entrando con arrestos cobró una estocada. El presidente concedió una oreja. Los insaciables pidieron otra, negada con buen criterio y “El Estudiante” se hartó de dar vueltas al ruedo...
En su presentación en Palma de Mallorca, es herido de consideración por un novillo de Enriqueta y Serafina Moreno de la Cova, llevándose a la enfermería una oreja y el 15 de agosto de ese año, en Madrid, tiene un encuentro con la otra muerte en el ruedo y le corresponde atestiguar junto al ya nombrado Copano y José Luis Teruel El Pepe, el fallecimiento del banderillero gitano Manuel Leyton Peña El Coli, quien fue herido por el primero de los únicos tres de Ángel Rodríguez de Arce corridos esa infausta tarde pues al conocerse la muerte del subalterno, se suspendió la novillada.

El 6 de septiembre de 1964 vuelve a recibir la alternativa, la definitiva, tras de justificarse en las dos temporadas novilleriles anteriores y así, en la Monumental de Barcelona, el gran estoqueador de Zaragoza, Fermín Murillo, con el testimonio de Curro Romero, le cede a Murciano, el primero de los seis de Torrestrella que se lidiaron esa tarde, dando Jesús la vuelta al ruedo en el sexto. Julio Ichaso, cronista del diario barcelonés La Vanguardia, cuenta así el hecho:
Le otorgó la alternativa con el conocido ceremonial, Fermín Murillo, presenciándola como testigo Curro Romero, con el toro lidiado en primer lugar, número 130, «Murciano», jabonero sucio o burraco, pues el pelo de las reses tiene muchas denominaciones, que el nuevo doctor lanceó con poco lucimiento, debido al viento, que descubría peligrosamente... Previo brindis al público, sus primeros muletazos fueron por bajo. Ya en el centro del ruedo, vinieron unos estupendos pases con la derecha. Llevaba al toro muy obediente a la flámula. (Olés y música). Hubo otra tanda, pero que muy buena de pases, también con la diestra y molinetes de rodillas emotivas y espectaculares. Después de unos naturales agarró, con habilidad, una estocada y el puntillero puso todo lo demás con el cachete para finiquitar al animal. (Petición de oreja, vuelta al ruedo con sostenida ovación y salida al tercio)...
El 12 de octubre de ese mismo año confirma su alternativa barcelonesa en Las Ventas, formándose el cartel con un novillo de Castillejo para el rejoneador Fermín Bohórquez, quien actuó a mitad del festejo y para los de a pie, toros salmantinos de Ricardo Arellano y Gamero Cívico. El padrino de la ceremonia fue Antonio Ortega Orteguita quien esa tarde confirmó a Santiago Castro Luguillano y a El Estudiante. El toro de la confirmación de Jesús se llamó Gladiador. Andrés Travesí relató así su actuación en el ABC madrileño:
Hacía tiempo que no veíamos una corrida de toros tan mala como la de ayer... Los seis bichos fueron mansurrones y difíciles y dos de ellos tuvieron que ser condenados a banderillas negras. Los toros recortaban peligrosamente, y como la lidia no fue buena llegaron al último tercio probones, achuchando a los de a pie. Y poco más puede decirse de este saldo de ganado que nos hizo pasar muy malos ratos... El mejicano Jesús Delgado, que tenía aceptable cartel en Madrid como novillero, no pudo hacer nada en su primera salida como matador. Fue el único de los tres que utilizó el capote en alguna ocasión suelta. Al segundo, mansurrón y distraído, lo pasó por la cara con precauciones y lo despenó de un estoconazo afortunado y un descabello y escuchó muchas palmas. En el sexto no mejoró la labor y mató de media, una entera, y descabelló al cuarto intento...
Uno de los momentos más importantes de su carrera, lo alcanzaría El Estudiante casi un año después de su confirmación y así, el 8 de agosto de 1965, alternando con Antoñete y el albaceteño confirmante Pepe Osuna, cortó una oreja al tercero de los toros murubeños de don Félix Cameno lidiados en la fecha. Esta tarde trascendería también, porque Antonio Chenel, cortó dos orejas al cuarto de la tarde, lo que le llevó a la Feria de San Isidro del siguiente año, en la que realizó la faena inolvidable del toro Atrevido de José Luis Osborne, el toro blanco de la leyenda del 15 de mayo de 1966. El relato de Gómez Figueroa en la Hoja Oficial del Lunes siguiente al festejo es así:
También Jesús Delgado (El Estudiante) supo tocar esa fibra sensible del público que termina por ganarse su admiración y simpatía. Largas cambiadas, un airoso quite con cierto aire de “ballet”, una faena bastante completa e inspirada, un estoconazo eficaz y naturalmente, la oreja para El Estudiante. Como el último de la tarde resultó manso y con dificultades, El Estudiante se desprendió de él no pronto, pero sí con decisión. Pinchó dos veces, clavó media estocada y utilizó dos veces el verduguillo. Fue despedido con una ovación...
La última etapa

Durante 1964 y 1965 Jesús permanece en España y es hasta 1966 que reaparece en su patria, ligando seis tardes, dos de ellas en El Toreo de Cuatro Caminos. En 1967 confirma su alternativa barcelonesa en la Plaza México, misma que ocurrió el 22 de enero de ese año, siendo su padrino Joaquín Bernadó y actuando como testigo Raúl García para lidiar a la usanza española seis toros de Tequisquiapan y uno de Pastejé para el centauro potosino Gastón Santos, cerrando ese año en Guadalajara el 17 de diciembre con el potosino Pepe Luis Vázquez y Alfredo Leal en la lidia de toros de Cerro Viejo.

En 1971 se viste de seda y alamares sólo una vez para doctorar en la propia plaza de San Marcos a su vecino de barrio, el dinástico Armando Mora ante el testimonio de Fernando de la Peña. Esa tarde Jesús realizó una de sus mejores faenas en la plaza de su tierra, al cortar las dos orejas al segundo de la tarde después de una faena completa, de la que merece recordarse el testimonio de don Jesús Gómez Medina:
La estocada de la tarde. Ocurrió en la primera década del siglo, Bombita y Machaquito detentaban el mando del cotarro taurino durante el interregno que medió entre la despedida del Guerra y la aparición de Joselito y Belmonte… Y una tarde, en Madrid, Machaco se fue tras del estoque con férrea determinación y lo clavó todo en el morrillo de un imponente miureño. Del pitón de éste pendían luego los encajes de la camisa del bravo cordobés, en testimonio de cómo se entregó Rafael González en el trance supremo… Don Modesto, pontífice de la crítica taurina de la época, emocionado ante la hazaña del Machaco, urgió al escultor Mariano Benlliure – ¡Apresúrate ilustre alfarero! – decíale en su crónica el célebre revistero. Y Benlliure, tan buen aficionado como artista eximio, atendió el reclamo de don José de la Loma y sus manos prodigiosas produjeron esa estupenda obra de arte que se llama “La Estocada de la Tarde”… Ayer, en la muerte del segundo burel, la sombra de Machaquito pareció aletear sobre el coso. Porque al igual que entonces lo hiciera Rafael González, El Estudiante se perfiló marchosamente, fija la mirada en el morrillo de “Guapo”; el estoque centrado entre ambos pitones y tan cerca de estos, que la punta parecía reposar sobre el testuz. Y al arrancar, lo hizo recta y decididamente, con tal precisión y maestría, que mientras la mano izquierda vaciaba la acometida del corlomeño, la diestra, empuñando el alfanje, concluía su viaje en el morrillo de “Guapo” del que emergía tan solo la bola de la empuñadura… ¡Fue la estocada de la tarde! ¡De esta y muchas más!... Los espectadores al unísono brincaron de sus asientos y tributaron a Delgadillo una cálida, estruendosa ovación. Y tras la ovación, las orejas, ganadas en la mejor forma, con la verdad incuestionable del acero”. (El Sol del Centro, 29 de marzo de 1971)
Alternativado por primera vez en la feria de su tierra, la despedida tenía razón para darse en ese mismo marco y así, el 30 de abril de 1982, tras de varios años de ausencia de los ruedos, hizo su presentación en la Plaza Monumental y al mismo tiempo tuvo su despedida de los ruedos, alternando con Eloy Cavazos y Humberto Moro hijo, en la lidia de seis toros de San Manuel, dando la vuelta en tras la lidia del cuarto de la tarde, el último que mató vestido de luces.

Después de esa señalada fecha, Jesús Delgadillo se mantuvo ligado a la fiesta de los toros y con frecuencia toreaba festivales benéficos. La última actuación pública que ha tenido, fue el 8 de diciembre de 1996, en un festejo organizado en honor del subalterno hidrocálido que muchas tardes le acompañó, don Arturo Muñoz La Chicha, obteniendo las orejas del novillo de Ángel Lascuráin que sorteó esa fecha.

La tauromaquia de Jesús Delgadillo

Las transcripciones que se hacen a lo largo de este texto, nos reflejan que El Estudiante ha sido un torero de los llamados de escuela, de los que ejecutan las suertes con clasicismo y que conocen y realizan una gran cantidad de ellas. Banderillero fácil, clavaba los palos por los dos lados del toro, cuestión que poco se ve, dado que por lo general se tiende a dominar la ejecución del segundo tercio por un solo perfil.

El Estudiante en su última tarde 8/XII/1996
Con la muleta, Jesús Delgadillo gustó de trastear con la mano baja y aprovechando su estatura, daba dimensión a las suertes, pero cargando la suerte, a lo clásico y resultando ser un brillante ejecutor del pase natural. Las crónicas invocadas nos exhiben también que era un formidable estoqueador, que redondeaba sus faenas con el filo de su espada, como escribiera en alguna de ellas don Jesús Gómez Medina y en más de alguna oportunidad, fue su solo alfanje el que le deparó tardes de triunfo.

En suma, un torero conocedor de su oficio, dominador de los toros cuando así se requería y con la facilidad de transmitir a los tendidos la valía de su quehacer en el ruedo, lo que se refleja en las importantes tardes de triunfo que tuvo durante su carrera activa.

Arrastre

El Estudiante es uno de los toreros de Aguascalientes que no tuvieron temor de salir de sus confines para buscar el triunfo en la difícil profesión de ser torero. De los toreros de su tierra, es uno de los que más veces ha actuado en la Plaza de Las Ventas y de los mexicanos que allí lo han hecho, sólo le aventajan en número de actuaciones Carlos Vera Cañitas, Miguel Espinosa Armillita Chico y Eulalio López Zotoluco cabiéndole a Jesús el honor de ser junto con el Volcán Rafael Rodríguez, Joselito Adame y Arturo Saldívar uno de los matadores de toros de Aguascalientes, que vestido de luces, ha cortado oreja en la principal plaza de toros del mundo.
En este día se celebran cincuenta años de su definitiva alternativa como matador de toros y El Estudiante aún conserva la figura que le hiciera parecer torero para poder ser torero. Medio siglo hace y aún se recuerdan sus hazañas, las que son una de las columnas que sostienen la taurinidad de Aguascalientes. ¡Enhorabuena Maestro!

domingo, 31 de agosto de 2014

Detrás de un cartel (XI)

El cartel con historia
La historia detrás del cartel que hoy les presento tiene, a más de las propias de las de cada uno de los anuncios de festejos taurinos, una característica especial, pues la tarde del 2 de septiembre de 1945, en la Plaza de Las Ventas se reunieron para actuar dos novilleros mexicanos. No era, ni es frecuente ver en un mismo cartel a dos espadas extranjeros – de la misma nacionalidad – en plazas de España o México y en aquellos días en los que, apenas se reiniciaba el intercambio entre nuestras torerías, quizás era aún más complicado ver un festejo en esas condiciones.

La empresa madrileña anunció para ese domingo a los mexicanos Ricardo Balderas y Eduardo Liceaga, quienes harían cuarteta con Pedro de la Casa Morenito de Talavera y el debutante Manuel Perea Boni. El encierro a lidiar originalmente sería de doña Concepción de la Concha y Sierra, aunque el corrido en séptimo lugar fue devuelto a los corrales por su manifiesta debilidad y sustituido por uno de doña María Sánchez, de Terrones.

Los novillos lidiados

La relación que hace quien firma como El de Tanda, en la Hoja del Lunes del día siguiente al del festejo comienza por señalar con detalle el comportamiento del ganado que se lidió, en el sentido siguiente:
Lo mejor que queda de la ganadería de Concha y Sierra – diríase acaso con más exactitud que lo único – es la sonoridad eufónica del nombre, ¡Concha y Sierra! Pero de la buena casta que labró el prestigio de ese nombre, ¡ay!, queda ya muy poco... Y no es que los novillos de ayer fuesen tan malos como los de otras veces, pero tampoco tuvieron nada de buenos. Pues si bien es verdad que no adolecieron de invencibles dificultades ni de peligrosas condiciones, también lo es que ninguno embistió con franqueza, sino a medias arrancadas; que algunos de ellos gazapeaban por su falta de ganas de embestir, defecto tan molesto para los toreros, y que alguno, como el quinto, a más de mansurronear más de la cuenta, punteaba y achuchaba con ansias de coger. El de María Sánchez, de Terrones, que sustituyó al que salió al de Concha y Sierra que salió en séptimo lugar, fue pequeño, pero bravo y noble, aunque al final también se puso un tanto gazapón...
A partir de esos mimbres tendría que construirse el festejo, que redundó en el corte de una oreja para Eduardo Liceaga y en una aclamada actuación del debutante Boni, pero sin mucho más que contar.

Eduardo Liceaga

La actuación de Liceaga confirmaba lo que se había visto de él el domingo anterior, cuando se mostró como un torero conocedor de su oficio, poseedor de una gran clase y que impactaba a cuanta afición tenía la ocasión de verle en el ruedo. Manuel Sánchez del Arco, Giraldillo, en el ABC madrileño del 4 de septiembre de 1945 cuenta lo siguiente acerca de su actuación:
El que salió en tercer lugar para Eduardo Liceaga fue un toro trotón, que saltó la barrera. Cumplió con los caballos y el mejicano tomó las banderillas para, cuadrando muy bien, meter dos pares y medio a toro parado. Hubo palmas justificadas. Después de sufrir unas coladas y achuchones por el lado derecho, Liceaga, tan inteligente como fino artista, dominó y se situó en buen terreno, ligando unos pases, entre los que sobresalieron unos cambiados por delante, y el público se entusiasmó. Valeroso, con mucho aguante, debiéndose todo al esfuerzo del torero, Liceaga empalmó una gran faena que hizo vibrar al público. Entró con rectitud, uniéndose tanto en el embroque, que sufrió un pitonazo en la ingle derecha, con rotura de la taleguilla. Consiguió una gran estocada que echó a rodar al toro y le dieron la oreja, ovacionándosele con entusiasmo. Fue retirado el toro séptimo y salió un sobrero de Terrones. Liceaga lo toreó de capa, con mucho arte y en quites él y Balderas fueron aplaudidos. Tomó las banderillas Eduardo y cambió un gran par. Cuarteó bien el segundo, y luego, con una guapeza extraordinaria, dejando llegar al toro, que entraba al paso y dudando, y además con la cabeza descompuesta, quebró formidablemente. La gente se puso en pie y ovacionó a Liceaga largamente. En este ambiente favorable, brindó la faena al público y la abrió con tres pases de rodillas aguantando mucho. Fue arrollado al fin y el mejicano supo hacerse el quite con la muleta. Luego realizó una faena en tres partes, muy lucida, entre ovaciones constantes, destacando adornos y toreo al natural. Al encuentro, mató de media estocada perpendicular. Hubo ovación y vuelta al ruedo...
Por su parte, Benjamín Bentura, Barico, en El Ruedo del 6 de septiembre siguiente al festejo, por su parte, reflexiona lo que sigue:
En nuestro comentario de la pasada semana dimos la opinión que merecía el mejicano Eduardo Liceaga. Seguimos creyendo lo mismo. Liceaga es un gran novillero. Nos gustó más en el primer novillo, un bicho de Concha y Sierra al que había que torear muy bien, que en el becerrillo de Terrones que comprometió muchas veces a Liceaga. Este bicho era, si se le hubiera dado la lidia adecuada, para armar un alboroto; pero se le toreó inadecuadamente, y por ello no dio reposo al matador, que anduvo en muchos momentos, aunque en todos valiente. En el tercero, Liceaga convenció al público. Mereció la oreja. Sigue, pues, en alto el pabellón de Eduardo Liceaga...
Ricardo Balderas

Por su parte, Ricardo Balderas sufrió las consecuencias de la mansedumbre del ganado andaluz y solamente pudo dejar constancia de su oficio, según leemos de la opinión de El de Tanda:
Balderas se mostró decidido y enterado, principalmente en su segundo novillo. A este le corrió muy bien la mano en algunos pases en redondo y lo despachó de una estocada contraria, entrando con ganas de matar. Se le aplaudió. También arrancó fuertes aplausos en un quite de frente por detrás al novillo de Terrones…
En su apuntada crónica, Giraldillo le vio así:
Ricardo Balderas halló primeramente un torillo con “leña” en la cabeza, que punteaba. Cuando se apretaba en un precioso quite por chicuelinas, fue enganchado y quedó prendido unos instantes. Cuando el mejicano se zafó, remató con valiente vistosidad y fue aplaudido. El animal que se quedaba y corneaba mucho, no permitió faena. Hubo unos medios pases y Balderas lo despachó de media estocada al encuentro. El segundo suyo, que era un toro, saltó la valla por el tendido 9 y produjo pánico entre los mozos de estoque y toreros que por allí descansan. Pegaron fuerte a este toro en tres puyazos y vino a parar en probón. Balderas toreó, primero por delante y luego se ajustó con el bicho en unos pases superiores, muy de torero, rematados con arte y mató de una estocada buena. Hubo palmas y saludos…
En una versión más colorida y de conjunto, Alfredo Marquerie, en el ejemplar de El Ruedo ya mencionado, menciona lo siguiente en su sección titulada Banderillas de fuego:
Balderas es un torero, grande de tamaño, dominador y seguro. No tuvo suerte con el lote de “lisiados” pero en todo momento pisó fuerte en la plaza, con pisada maciza, de las que conmueven los cimientos... Liceaga, que tiene nombre de médico (fíjense qué bien suena: ¡doctor Liceaga al teléfono!), fue el torero fino y valiente de otras veces y además nos dio un susto tremendo cuando una cornada le rasgó la taleguilla y el pedazo arrancado cayó como un cuajarón...
Detrás del cartel

Detrás del cartel, la nota manuscrita
acerca de las cuadrillas que actuaron
El hecho es que materialmente, el cartel cuya historia hoy les presento, tiene una anotación manuscrita – debo creer que lo hizo su primer poseedor – con relación a las cuadrillas que actuaron esa tarde. 

Los picadores anunciados eran los siguientes: José de la Haba (Zurito) y Antonio Hidalgo (Patricio); Rafael Barrera (Barrerita) y Valentín Alcázar (Moyano); Antonio Marín (Farnesio) y Francisco Caro; Francisco Zaragoza (Trueno) y Luis Gómez (Paje). Picadores de reserva: José Toribio (El Banquero), Gregorio Oter (Goyito) y León Villa (Villita).

Y los banderilleros: Francisco Serrano, Emilio Ortega (Orteguita) y Rafael de la Casa; Agustín Quintana, Vicente Cárdenas (Maera de Méjico) y Agustín Díaz; Manuel Fuentes Bejarano, José Villalón y Antonio González; Faustino Vigiola (Torquito), Isidro Ballesteros y Ángel Iglesias.

Pues bien, la anotación a la que hago referencia tiene que ver con una circunstancia de la que no se ocuparía ni la más minuciosa de las crónicas y es en el sentido siguiente:
En sustitución de los picadores Moyano, Trueno, Paje,  Banquero, Goyito y Villita, actuaron José Atienza, Francisco Vázquez (Payán), Manuel Silvestre (Salitas), Floro Atienza, Antonio Sampedro (Artillero II) y Vicente Llorente. Autorizado José del Campo. En lugar de los banderilleros Serrano, La Casa, González y Ángel Iglesias, actuaron José Paradas, Mariano Moreno (Chavito), Cayetano Leal (Pepe Hillo) y Manuel Iglesias.
Ricardo Balderas recibiría la alternativa el 8 de septiembre de 1946 en Bayona, de manos de Fermín Rivera y actuando como testigo Calesero. Eduardo Liceaga moriría a causa de la cornada que le infiriera el novillo Jaranero de Concha y Sierra en la plaza gaditana de San Roque el 18 de agosto de 1946, unas semanas antes de su proyectada alternativa en la Feria de San Miguel en Sevilla.

Así queda completa la historia – materialmente – detrás de este singular cartel, que representa una de 15 tardes en las que dos toreros mexicanos se vieron anunciados el mismo día en la plaza de toros de Las Ventas de Madrid, asunto del que ya me he ocupado en esta Aldea en este otro lugar.

domingo, 24 de agosto de 2014

24 de agosto de 1944: El Talismán Poblano se presenta en España

Las gestiones iniciadas en el verano de 1943 por Luis Briones y culminadas por Antonio Algara para reanudar el intercambio entre las torerías de España y México, aparte de permitir a afición y públicos el volver a ver o conocer a los que encabezaban los escalafones en ambos países, dio oportunidad a muchos toreros mexicanos de cruzar el Atlántico para intentar relanzar sus carreras.

Uno de esos casos es el de Felipe González El Talismán Poblano, quien al decir de Guillermo Salas Alonso en la temporada de novilladas de 1942 en el Toreo de la Condesa había toreado nueve festejos consecutivos y había salido en hombros en siete de ellos, logrando apuntalar una campaña novilleril que le llevó a recibir una alternativa en su natal Puebla de los Ángeles el 16 de enero de 1944, apadrinándole Silverio Pérez, quien le cedió los trastos para matar al toro Peñista de Coaxamalucan, en presencia de Luis Castro El Soldado.

Sin confirmar esa alternativa en la capital mexicana, El Talismán Poblano marchó a España y su presentación en aquellas tierras fue en la ciudad de Barcelona, en la plaza de Las Arenas, un lugar natural de ingreso para nuestros toreros a tierras hispanas. Afirmo que el ingreso natural de nuestros toreros a España era por Barcelona, porque desde la década de los veinte del pasado siglo, fue por la Ciudad Condal donde iniciaban sus campañas. Barcelona era la plaza que iniciaba más temprano su temporada y casi siempre la última en concluirla y es proverbial la preferencia que tuvo don Pedro Balañá por nuestros toreros.

Felipe González actuó como novillero para reiniciar su andar por los ruedos en Barcelona y eso implicó en alguna medida un acto de renuncia y en otro sentido una cuestión de corte jurídico, pues en el convenio negociado en el verano del 43, se pactó que solamente tendrían validez las alternativas recibidas o confirmadas en El Toreo de la Ciudad de México, cuestión no subsanada hasta la revisión de 1951, en la que se declararon válidas todas aquellas que se reconocieran como tales en cada uno de los países parte del traído y llevado convenio.

Así pues, el jueves 24 de agosto de 1944 se anunció un encierro de Hoyo de la Gitana para Pepín Martín Vázquez, que se despedía de la novillería en Barcelona – recibiría la alternativa allí mismo, en la Monumental el 3 de septiembre siguiente –, Manolo Cortés, quien reaparecía después de haber sido herido allí mismo en Las Arenas y el debut en España y en Barcelona, de Felipe González. Eduardo Palacio, cronista titular de La Vanguardia, escribió lo siguiente sobre la actuación del debutante:

«Uso moderadísimo»... Con un lleno completo se celebra en la tarde de hoy, jueves 24 de agosto, una novillada extraordinaria en la que han de lidiar seis reses de Hoyo de la Gitana los diestros Pepín Martín Vázquez, Manolo Cortés y el mejicano Felipe González, que hace su presentación en España. A las siete en punto desfilan las cuadrillas, saludándose la presencia de Manolo Cortés, convaleciente de su cogida en esta misma plaza, con grandes aplausos que el muchacho, modestamente, comparte con sus compañeros de terna, a los que obliga a salir a los medios... El mejicano Felipe González, cuya actuación en esta corrida era la primera que hacía en España, se destapó en el último bicho de la fiesta, al que veroniqueó muy bien, lanceándole de frente por detrás, con mucho garbo y valor y tornando a ser ovacionado en el tercio de quites, que resultó tan completo por parte de los tres diestros, que hubo de acompañarles la charanga y los aplausos de la multitud, que llenaba el coso. Clavó después tres formidables pares de rehiletes, ganando con guapeza la cara de aquel toro que llevaba en todas sus arrancadas la velocidad de un expreso conducido por un maquinista alienado, y tornaron a hacer humo las palmas del concurso. Encendióse en esto la luz artificial y bajo ella, realizó el muchacho una faena valerosa; pero quizá y sin quizá, demasiado dilatada, a la que, al fin, puso punto con una estocada que las sombras de la noche no me permitieron apreciar; pero que fundadamente sospecho no debía haber quedado muy en su sitio, cuando se apresuró el diestro a sacar el acero del cuerpo del novillo, que, seguidamente, se rindió a los pies del cachetero. Esto, no obstante, la multitud despidió con grandes aplausos a Felipe González…

El título de la crónica hace referencia a la supuesta existencia en la enfermería de Las Arenas, del mítico bálsamo de fierabrás, que supone aplicado a un valentísimo Manolo Cortés, quien no acusó los efectos del percance sufrido en su actuación anterior y en cuanto a la actuación de Pepín Martín Vázquez, el cronista se limita a señalar que pasó de puntillas en esa su última actuación como novillero en la capital catalana.

Felipe González se presentaría en Madrid el jueves siguiente – 31 de agosto – alternando con Jaime Marco El Choni y Agustín Parra Parrita en la lidia de novillos de Concha y Sierra y la Viuda de Soler (3º), cortándole una oreja a este último y permanecería en España toda la campaña de 1945, regresando a México para recibir una segunda alternativa el 30 de diciembre de ese año, en Ciudad Juárez, de manos de Carlos Vera Cañitas y fungiendo como testigo Gregorio García, siendo los toros de Presillas.

En 1955 ingresó a la Unión Mexicana de Picadores y Banderilleros y destacó como uno de los principales hombres de plata durante las décadas siguientes. Sus hijos Felipe y Sergio fueron también matadores de toros y después cambiaron el oro por la plata, destacándose también en ese escalafón.

El Talismán Poblano falleció el 3 de febrero de 1994.

domingo, 17 de agosto de 2014

15 de agosto de 2004: José María Luévano confirma su alternativa en Las Ventas

A principios de la década de los noventa del pasado siglo, cuando Guillermo González Martínez institucionalizó la enseñanza del toreo en la plaza de toros San Marcos, uno de los primeros alumnos que llamó la atención fue un muchachito moreno y de mirar taciturno que al decir de Rubén Salazar, el que fuera el primer instructor de esa escuela, tendía a realizar el toreo a la verónica con una singular hondura, encajando la barbilla en el pecho y bajando mucho las manos. Se llamaba José María Luévano y pronto sus aptitudes trascendieron al conocimiento de la afición de Aguascalientes, que tuvo oportunidad de corroborar lo que se decía de él, viéndole ante los becerros.

José María se presentó como novillero con picadores el 7 de octubre de 1990 en la misma plaza que fue su centro de formación, alternando con Ricardo Márquez, César Alfonso El Calesa, Alejandro de Anda, Juan Carlos Sánchez y Alberto Ortiz y el novillo de Los Arce que le correspondió apenas le dejó mostrar sus aptitudes esa tarde, sin embargo, le valió para ir sumando festejos y adquirir el rodaje necesario para poder avanzar en la carrera que había elegido.

Guillermo González Martínez hizo lo que hoy los economistas llaman una alianza estratégica con Manolo Martínez y una compañía cervecera y organizan un certamen novilleril, por lo que comienzan a programar novilladas en distintas plazas de la República, lo que logra que en nuestra plaza San Marcos, por ejemplo, se dieran hasta treinta novilladas en alguno de sus ciclos, cosa pocas veces vista aquí.

En esos certámenes, surgieron toreros como José María, Fernando Ochoa, los Cuates Espinosa, Arturo Manzur, César Alfonso El Calesa o Alfredo Ríos El Conde, entre los que ahora me vienen a la mente y tuvieron la ocasión de compartir tentaderos y carteles con toreros venidos del otro lado del mar, pues José Tomás, Sergio Aguilar y Sebastián CastellaFinito de Córdoba estuvo en el grupo que participaba en los tentaderos – en algún momento o integraron carteles con ellos o estuvieron en los tentaderos de las ganaderías de Manolo Martínez, El Colmenar o San Martín aprendiendo juntos.

José María Luévano se presentó en la Plaza México el 16 de agosto de 1992, llevando de compañeros de terna a Arturo Manzur y El Conde, siendo el encierro de Manolo Martínez. Fue la primera de una docena de festejos menores en los que actuó en la plaza más grande del mundo, entre los que destacan el del 26 de septiembre de 1993, cuando corta una oreja a uno de los novillos de Teófilo Gómez que le tocaron en suerte, o el del 9 de octubre de 1994, en el que cortó dos orejas a Pintadito de De Santiago. También pagó allí su cuota de sangre, pues el 16 de octubre de 1994, Azteca de Xajay le envió a la enfermería
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Recibió la alternativa en León, Guanajuato el 20 de enero de 1995, apadrinándole Miguel Espinosa Armillita y atestiguando la ceremonia Manolo Mejía. El toro de la cesión se llamó Don Juan y fue de la ganadería de Begoña. Esta alternativa la confirmó en la Plaza México el 14 de enero de 1996, volviendo a fungir de padrino Armillita y siendo testigo Enrique Ponce. El toro de la ceremonia se llamó Payaso y fue de Carranco. Sobre su actuación esa tarde, escribió Enrique Guarner:
Puede afirmarse que ya podemos sustituir a nuestras petrificadas figuras, puesto que existen tres jóvenes que van a llegar lejos. Ellos son: Federico Pizarro, Rafael Ortega y José María Luévano. La actuación de este último ayer fue excelente, tanto de capa como de muleta. Es una lástima que sea tan inexperto en el descabello, pero esto último puede aprenderse… El que abrió plaza se llamaba "Payaso" de Carranco y había nacido en junio del año 2000 A.C. El de Aguascalientes lo recibió con magníficas verónicas y recorte. Con la muleta caminó bien con el novillo y ejecutó varias series en redondo con temple y calidad. Desafortunadamente al final tendió a descargar la suerte, pero su toreo fue limpio y bien instrumentado. Mató de estocada en lo alto, algo trasera que requirió del descabello con el que falló hasta en 13 ocasiones escuchando dos avisos. No obstante, fue aplaudido en el tercio...
La carrera de José María empezó a ascender. Toreaba en las principales ferias y en los mejores carteles de la temporada en la Plaza México. El 26 de enero de 2003 cortó 3 orejas a los toros de Bernaldo de Quirós que lidió esa tarde. Sobre su actuación, Lumbrera Chico escribió:
Dueño de su oficio, pleno de valor, Luévano cortó las dos orejas de Comodín, tercero de la tarde, negro bragado de 488, al que embarcó en largas tandas derechistas retrasando la franela y tragando leña con emotividad, para despacharlo de un estoconazo y hacerlo rodar sin puntilla al cabo de una prolongada agonía… Mucho más interesante fue la faena que logró imponerle a Algodonero, de 485, penúltimo del festejo, también negro bragado y con imponente aunque fea cornamenta, un bicho que salió buscando descaradamente la manera de huir, pero que, luego de recibir siete puyas, de Julio Sánchez, quedó en calidad de piltrafa. Luévano lo metió en la muleta con una serie de doblones suaves y le cuajó cuatro excelentes tandas por la derecha muy bien ligadas tirando del animal con gran solvencia. Para su desdoro, pensando quizá en las dos orejas que ya tenía en la espuerta, José María no quiso verlo por el izquierdo, no obstante que por ese lado el rumiante embestía con mayor claridad y fuerza cuando lo remataba con el pase de pecho… Muy afilado con el estoque, volvió a ejecutar el volapié con brillantez y el juez Balderas le concedió otra orejita, que no borró la sensación de que, si hubiera invertido más riesgo y esfuerzo al intentar el toreo con la zurda, habría obtenido resultados mucho más espectaculares… 
Su actuación en esta tarde le valió para entrar al cartel del 5 de febrero siguiente con Enrique Ponce, Zotoluco y El Juli para lidiar toros de Teófilo Gómez y Reyes Huerta. Su actuación se saldó con el corte de dos orejas y la visión de Leonardo Páez acerca de ella es la siguiente:
En el festejo del 57 aniversario de la monumental Plaza México volvió a prevalecer el triunfalismo pueblerino y la apoteosis emergente que caracterizan a la empresa, brillando en todo su esplendor la principal aportación de aquélla al espectáculo: megacorridas con cuatro toreros, ocho toros de lidia ordinaria, dos más de regalo, la despedida de un picador y cuatro horas 40 minutos de infructuosos intentos por emocionar... sin toros bravos… José María Luévano lanceó muy bien a Suspiro, de Reyes Huerta, y realizó la faena más sentida y honda de la tarde frente a un astado pasador más que bravo. Como se entregara en la estocada, Balderas, quien ya había devaluado la concesión de premios con Ponce, debió soltar las segundas dos orejas que Chema paseó orgulloso por el redondel… Con su segundo, sosote, el de Aguascalientes se plantó seguro y realizó un meritorio trasteo por ambos lados, empañado, raro en él, con la espada…
El 1 de febrero de 2004, volvió a salir de la plaza más grande del mundo con trofeos en la mano, gracias a una actuación riñonuda y no desprovista de clase, según lo cuenta de nuevo Leonardo Páez:
También en su tercera corrida en el serial, el diestro de Aguascalientes se las vio primero con Buen trato, con 481 kilos, negro entrepelado bragado y bizco del pitón derecho, que no obstante su debilidad de manos sufrió un bombeo inmisericorde en la única vara que tomó… A la sosería del astado hubo de añadirse un fuerte viento, por lo que Luévano tragó en dramáticos muletazos por ambos lados, sin lucimiento pero de gran mérito. Como se entregara en el volapié, incluso de efectos más rápidos que el de Caballero, dio una justificada vuelta al ruedo… Como consecuencia de que en el callejón de la México había, además de embarnecidos apoderados, ganaderos, actores, hoteleros y locutores, Luévano, al querer brindarle a uno de los empresarios de Madrid se equivocó de persona… Diácono, con 534 kilogramos, fue sin embargo el más claro y pasador del desafortunado encierro, lo que permitió a José María consentir al mansurrón en tandas de derechazos con sentimiento y hondura, muy bien rematadas. Cuando buscó la igualada prestó oídos a ciertos villamelones e intentó algunos naturales sin lucimiento. En el primer viaje pinchó y fue trompicado, para enseguida dejar tres cuartos de acero que bastaron, llevándose merecida oreja...
Cerró esa campaña 2002 – 2003 en la Plaza México el 22 de febrero, llevándose a casa la Oreja de Oro que disputó con Rodrigo Santos, Armillita, Jorge Gutiérrez, Zotoluco, Rafael Ortega, Ignacio Garibay y Fermín Spínola, en la lidia de toros de varias ganaderías.

Embalado en esa cadena de triunfos, se anunció la confirmación de José María Luévano en Madrid para el 15 de agosto de 2004. Su padrino sería Fernando Cepeda y atestiguaría el acto el albaceteño Sergio Martínez y el encierro anunciado sería de Antonio San Román. Al final, el toro primero de la corrida fue devuelto por inválido y sustituido por Ribereño de El Pizarral, que es el que pasa a la historia y a la estadística como el que sirvió para que José María actuara por primera vez como matador de toros en Madrid y en España. Sobre esta tarde escribió Rosario Pérez:
Confirmaba la alternativa José María Luévano, triunfador de la pasada temporada grande en México. El precioso castaño que abrió plaza fue sustituido por un sobrero de El Pizarral bronco y con cierto sentido. El de Aguascalientes lo intentó; sin embargo, por momentos se vio desbordado por su enemigo, al que había que dejar siempre el trapo bien puesto. Saludó con destacados lances al ensabanado quinto. Arrancó con brillantez sobre la derecha, pero el valeroso trasteo decayó…
Su parecido físico con Fernando de los Reyes El Callao, torero de su misma cuerda, consentido de la afición de la Plaza México, despertó viejos sentimientos dormidos que le permitieron gozar por algún tiempo, del favor de la plaza más grande del mundo, pues tras de su confirmación madrileña entró en un bache del que luchaba por salir cuando el toro de la carretera se interpuso en su empeño.

José María Luévano falleció el 24 de enero de 2011 en un accidente de tráfico en las cercanías de San Juan del Río, Querétaro, donde residía con su familia.

lunes, 11 de agosto de 2014

Calesero, en el centenario de su natalicio (y II)

La Tauromaquia de Calesero

La verónica de Calesero
La noción general sobre la tauromaquia de Calesero es en el sentido que alcazaba niveles de excelsitud con el capote, pero que decaía notablemente en el último tercio de la lidia, en la que quizás fue la última entrevista que concedió, Alfonso Ramírez confió a Marysol Fragoso, de la revista Campo Bravo lo siguiente:
Toreaba muy bien con el capote, es cierto, pero no lo hacía mal con la muleta. Lo que pasaba a veces es que al llegar a ese momento el toro ya había cambiado de lidia. Entonces yo no lograba estar al mismo nivel. Desgraciadamente, en México, el aficionado es torerista y no reconoce los recovecos del toro bravo. El toro puede cambiar de lidia en un segundo y el torero tiene que estar listo para enfrentar esa situación. Eso lo vimos siempre en las faenas de los maestros Domingo Ortega y Fermín Espinosa Armillita, que tenían una cabeza torera privilegiada y un dominio pleno de la técnica, pero, para el resto de los toreros, no es fácil mantener ese nivel cada tarde. Esa situación le pasó a muchos matadores y me pasaba a mí también, por eso llegaron a acusarme de desigual y de que no era capaz de cuajar una faena completa a un toro. No hay que olvidar que el juego de los toros siempre es distinto, pero el torero siempre es el mismo, y aunque con el paso del tiempo, puede mejorar sus capacidades y recursos, siempre será el mismo. Por eso es tan difícil llegar a ser una figura del toreo. ¡Vaya castaña!... (Campo Bravo, año 8, número 30, mayo – agosto de 2001, página 38)
A riesgo de meterme en un berenjenal, voy a tratar de teorizar un poco sobre lo que a mí me parece que motivó la especialísima tauromaquia de Calesero.

Es importante resaltar el momento histórico en el que Alfonso Ramírez abrazó la torería como profesión. Era el principio del siglo XX y quienes le instruyeron en los secretos de la lidia – los hermanos Rodarte – eran toreros que iniciaron sus primeras armas quizás en la década final del siglo XIX, observando una tauromaquia muy cercana a la prescrita por Paquiro en su tratado y que se caracterizaba por tener un amplio ejercicio durante los dos primeros tercios de la lidia, es decir, en las tareas de quitar al toro de los caballos – entonces se picaba sin peto – y en la colocación de las banderillas. El último tercio tenía por finalidad el preparar el toro para la estocada y su brevedad era aplaudida.

Entonces, durante el tercio de varas, se comienza a desplegar una larga serie de intentos por los lidiadores de a pie para encontrar el lucimiento y así nacen suertes como la verónica, la navarra, la suerte de frente por detrás o a la aragonesa, la de la tijerilla, los recortes y los galleos con la capa, o los saltos sobre el testuz, al trascuerno o con la garrocha, que eran practicadas en las coyunturas que procuraban tanto los quites que se hacían a los picadores, como la brega para poner al toro en suerte. Como afirma José Alameda, el hilván y la contextura de la lidia eran otros en esos tiempos.

Con los cambios que por lógica impone el paso del tiempo, es evidente que los Rodarte se hubieran formado en una escuela taurómaca inspirada en los principios de que el lucimiento se obtenía en los quites y con las banderillas y que la faena de muleta se debería limitar a lo estrictamente necesario para encontrarle la muerte al toro. Seguramente esa es la manera de torear que ellos – los Rodarte – transmitieron a sus discípulos y de acuerdo con el grado de dominio que adquirieron sobre ella, fue más o menos larga su trayectoria en los ruedos.

El progreso de la tauromaquia conduce a que el toreo de capa caiga en desuso. Tras de los primeros escarceos de Joselito con aquél toro de Martínez y después con las faenas de Chicuelo a Lapicero y Dentista de San Mateo en México y a Corchaíto de Graciliano Pérez Tabernero en Madrid, la faena de muleta esperada y pedida por los públicos ya no era aquella en la que se debía mostrar nada más que se podía con el toro, se pide el toreo en redondo, exigiéndose que así como El Pasmo ligó cinco verónicas sin enmendar, se hiciera así con los naturales y los ayudados, engarzados en lo que hoy llamamos series, en donde prácticamente no hay una solución de continuidad.

Por otra parte, la idea de la lidia cambia también con el toro y con la suerte de varas. Cuando se introducen los petos para los caballos de picar, se permite al toro romanear, pero también se le infringe más castigo, restándole la fuerza que llegaba a conservar antes de los referidos petos, aparte, los picadores pueden rectificar, recargar y hasta barrenar, porque ya no tienen que cuidar el pellejo propio y el de su cabalgadura. 

¿El resultado? Un toro menos potente, menos agresivo, que no permite una gran cantidad de quites floridos. Aparte, el toro comienza ser genéticamente determinado, para que su comportamiento durante el último tercio de la lidia sea menos bronco, rebrincado, se procura la suavidad que requiere la ligazón de los muletazos, entonces, hay la necesidad de sacrificar alguna etapa de la lidia y de una manera digamos, natural, es el primer tercio el que sufre la reducción, por las circunstancias apuntadas al inicio de este apartado.

Despedida de Calesero
(Aguascalientes, 13 de febrero de 1966)
Entonces, me arriesgo a enmendar la plana al Maestro Calesero y a afirmar que su notoria diferencia de brillantez entre el primero y el último tercio no se debía a una falta de cabeza de su parte, como parece insinuarlo en la transcripción anterior o al hecho de que no fuera un torero completo, pues seguramente que lo fue. Simplemente y esto es mi apreciación, es que Calesero practicó una tauromaquia que para el momento en el que tuvo que competir por encontrarse un sitio entre los principales de la torería de su tiempo, había caído en el desuso. Ya había ocurrido la revolución belmontina y se habían realizado las referidas faenas de Chicuelo a Lapicero, a Dentista y a Corchaíto, mismas que marcan el parteaguas histórico de la manera de lidiar a los toros, adquiriendo desde entonces primacía la faena de muleta, que de ser un trance meramente preparatorio para el final de la lidia, a ser la parte más importante de ésta.

Así pues, Calesero a mi juicio, paseó por los ruedos del mundo, durante una larga parte del siglo XX, quizás durante siete de sus décadas, una impoluta tauromaquia decimonónica, misma que aderezó e hizo propia, con sus propias creaciones y con el ejercicio prístino y personalísimo de las creaciones de otros de sus pares, principalmente toreros mexicanos, como la gaonera del Califa Rodolfo Gaona; la tapatía, el quite de oro, o la orticina del Orfebre Tapatío Pepe Ortiz, la fregolina de Ricardo Romero Freg o la saltillera de Fermín Espinosa Armillita, que sumadas a la caleserina y el farol invertido del trianero, resumen un brillante muestrario de lo que, pudiera considerarse una verdadera escuela mexicana del toreo.

Hoy en día, muchas de esas suertes han caído en el desuso. Los toreros actuales se han refugiado en la chicuelina y la navarra, llamada por estos pagos chicuelina antigua, desperdiciando una extraordinaria y lucida tradición de creación capotera. Más no todo parece estar perdido, El Juli tuvo la lucidez de acercarse a Calesero en su primera incursión mexicana y de aprender las creaciones de éste, que durante algún tiempo ejercitó en los ruedos del mundo, extendiendo la figura y la leyenda de su creador, Alfonso Ramírez Calesero.

Una interesante entrevista al torero se puede ver en el siguiente vídeo, realizada por el periodista de Guadalajara, Nadim Alí Modad:



Calesero falleció el 8 de septiembre de 2002 en la Ciudad de México. Sus restos descansan en la Rotonda de los Hombres Ilustres de la tierra que lo vio nacer.

Aldeanos