domingo, 24 de junio de 2012

En el Centenario de José Alameda (VI)


Alameda antes de Alameda (V)

José Alameda, Cª 1950 
En esta ocasión la crónica escrita por José Alameda de los sucesos ocurridos en la novillada del domingo 16 de julio de 1944 en El Toreo de la Condesa, en la que se lidiaron seis novillos de Atlanga por Rutilo Morales, Leopoldo Gamboa y Ezequiel Fuentes y un séptimo, anunciado de Zacapexco, por Joaquín Peláez, contiene un relato que, sustituyendo nombres, lugares y algunas circunstancias que yo calificaría de menores, cabe perfectamente en la presentación de los sucesos de un festejo de nuestros días.

Y así leemos en la crónica acerca de la ausencia del toro; de la ausencia o simulación de la suerte de varas; del toreo de adorno que se convierte en el eje de las faenas, o de la ausencia de toreo sustituida por un conjunto de formas vacías sin el toro y de la pasividad de un público complaciente que ante el desconocimiento de los planteamientos que se le hacen en la arena, se abstiene de exigir a las fuerzas vivas de la fiesta que cumplan con lo que ofrecen.

Pareciera que esos reclamos que se hacen hoy, aludiendo al pasado y que luego sirven para que se tilde a quienes lo hacemos – aludir al pasado – de ningunear el presente sin fundamento. Por eso, sin más, dejo paso a la crónica publicada en el número 87 semanario La Lidia – firmada por Carlos Fernández Valdemoro , fechado el 21 de julio de 1944: 

Sólo Rutilo Morales se salvó del naufragio 
El domingo se celebró en la plaza de “El Toreo” una becerrada. Y el proceso de reducción, de contracción de la fiesta que claramente se advierte desde hace algunos años, culminó durante la lidia del sexto astado de Atlanga. Una sola vez se arrancó hacia los caballos y el varilarguero “Chito”, que era el encargado de picarlo, marró. Entonces, sonaron los clarines para el cambio de tercio y quedó, de hecho, suprimida la suerte de varas. Era una tarde gris, fría y húmeda. En los tendidos se iban quedando ateridos los espectadores. Y, abajo, se atería la lidia. Fue un espectáculo triste, muy triste para quienes sentimos entusiasmo por la fiesta de los toros. Porque allí, sobre la arena mojada de “El Toreo”, estábamos viendo uno de los síntomas que denuncian el acabamiento de la fiesta. Cierto es que fue un caso extremo. Pero la verdad es que no hubiera podido producirse si en el ánimo de los espectadores, de los toreros y de los ganaderos – y también de la autoridad –, estuvieran presentes ciertos principios ineludibles de la lidia, que hace tiempo se han olvidado. La prueba de ese olvido lamentable fue que el público permaneció indiferente cuando aquellos clarines – a la vez prestidigitadores y puntilleros de la fiesta  escamoteaban la suerte de varas y daban muerte a una tradición fundamental. 
Que el toreo degenera es evidente, por más que se empeñen los optimistas en sostener lo contrario. Yo lo he comparado, en otra ocasión, con una corriente que fuera deslizándose hacia el mar, cuando ya se hubiese agotado la fuente originaria. El domingo no solo hubo el síntoma mortal de la supresión de la suerte de varas, sino otros síntomas concurrentes de la descomposición de la fiesta, de su falta de vida auténtica. El toreo vive ahora de suplantaciones. Y los toreros que empiezan, al no encontrar una tradición viva en que nutrirse, se entregan a un extraño remedo de la lidia, a ciertos movimientos sin finalidad ni significación que, a causa de un error general, ellos reputan toreo. ¿Qué sentido pueden tener, por ejemplo, desde el punto de vista taurino, las afanosas carreras, la incontinencia giratoria y los parones caprichosos de Ezequiel Fuentes? ¿Es que el toreo puede quedar reducido a menos de lo que lo reduce Leopoldo Gamboa, cuya única – y por lo visto, definitiva – aspiración consiste en hacer la rígida estatua ante el becerro? 
Triste, muy triste fue el espectáculo del domingo. 
El único de los tres espadas anunciados que demostró conocer su oficio fue Rutilo Morales. Gracias a él, tuvimos a ratos la sensación de que nos encontrábamos en una corrida seria. 
El momento culminante de la actuación de Rutilo fue el segundo tercio de la lidia del cuarto novillo, al que le clavó cuatro pares de banderillas al cuarteo. El enemigo se le arrancó en los cuatro viajes con mucha fuerza y Rutilo midió perfectamente los terrenos, le ganó la cara con gran habilidad y cuadró a la perfección, levantando los brazos con arte, para dejar los rehiletes en todo lo alto. Fueron cuatro pares muy espectaculares que promovieron la más sonora ovación de la tarde. 
A ese novillo lo muleteó Rutilo muy bien, dándole algunos pases de costado ceñidísimos, otros ayudados por alto muy sereno y varios muletazos con la izquierda de positivo mérito, dos de ellos al natural y uno de pecho que fueron los de la más fina calidad, los de más clásico acento de toda la faena. Después, recurrió al adorno de los afarolados y molinetes, y, enseguida, entró a matar, dejando una estocada desprendida. Se le ovacionó calurosamente y salió a los medios a saluda, renunciando a una vuelta al ruedo que el público autorizaba sobradamente con sus aplausos; lo cual es una prueba de seriedad de Rutilo, que acentuó aún más el contraste con sus jóvenes y desenvueltos compañeros, en particular con Ezequiel Fuentes, cuyo desenfado para responder a las protestas es verdaderamente notable. 
Con el primero de la tarde, al que banderilleó también con soltura, hizo Rutilo un trasteo que resultó desligado a causa de las molestias del viento y del agua y de la condición huidiza del astado. Pero, a la mitad de la faena, logró ajustarse en varios pases por alto, haciéndolo de manera emocionante en dos de pecho, uno con la derecha y otro con la izquierda, que emocionaron al público. Cuando mató de media contraria, un tanto pasada, escuchó una ovación grande, a la que correspondió dando la vuelta al ruedo. 
Leopoldo Gamboa tiene buena figura y una gran inexperiencia. Desconoce por completo los terrenos que pisa y carece de recursos para resolver los problemas de la lidia. Con su primer novillo se limitó a codillear y a huir por la cara, hasta que pudo cazarle de una estocada caída. Y con el quinto, descubrió una propensión desmedida a hacer la estatua. 
Lo consiguió en muchas ocasiones, porque el astado era noble. Pero hay que insistir en que eso no es el toreo. Está bien quedarse quieto, pero no como fin, sino como principio. No se sale a la plaza para aprovechar las ocasiones de erguirse con hieratismo, sino que se queda uno quieto ante el toro para poder empaparlo en el engaño, templarlo y mandarlo. 
Entre los muchos parones que Leopoldo Gamboa dio a ese novillo, creímos entrever dos pases de pecho en los que echó la pierna hacia adelante e hizo algo que tiene cierto parecido con el toreo. Fueron los dos únicos pases que dio en toda la corrida. Pero como a la hora de matar mostró valor, a falta de conocimiento, el público lo trató bien. Realmente, el muchacho entró derecho como una vela, aunque por no saber vaciar ni cruzar, resultó encunado y golpeado aparatosamente. Y entre aplausos mezclados con algunas protestas, dio la vuelta al ruedo. 
¿Qué decir de Ezequiel Fuentes? Yo, la verdad, no recuerdo sino muy vagamente su actuación, aunque estoy seguro de que hizo muchas cosas. Quizás no las recuerde precisamente porque fueron demasiadas. Tiene una movilidad de ardilla y un concepto caótico de la lidia que lleva a intentar toda clase de lances giratorios de suertes extravagantes, con tal presteza que marea. Su especialidad consiste en meterse en los costillares, haciéndose rueda con el toro. También conoce a la perfección los “parones a viaje hecho”. Es decir, en cuestiones de experiencia, es todo lo contrario a Gamboa, porque aquél desconoce todo y en cambio, Ezequiel Fuentes sabe mucho, demasiado inclusive. Y, a veces, se pasa de listo, que es lo que suele sucederle a los que están demasiado poseídos de su saber. Y Fuentes se pasó de listo al creer que el público de la Capital tomaría en serio sus artimañas de torero ducho en deslumbrar públicos provincianos. 
Sería injusto negar a Ezequiel Fuentes valor y serenidad, pero esas cualidades de nada valen cuando se sale a la plaza dispuesto a utilizar en la lidia toda clase de trucos engañosos y de trampas de mala ley. 
En ciertos momentos en que el muchacho se arrimó, fue ovacionado, pero el público concluía siempre por recusar los procedimientos ventajistas en que se funda su toreo. En el momento en que jugó más limpio, fue al torear por verónicas a su primer novillo. Y su peor ventaja fue la que pretendió tirarle al público cuando, después de muerto el astado, se obstinó el diestro en dar la vuelta al ruedo contra la voluntad general. 
En séptimo lugar se corrió un toro de Zacapexco que, según rezaban los carteles, debía ser lidiado por Joaquín Peláez. El toro, que salió con arrobas y pitones, se puso a la defensiva y tras de hacer pasar malos ratos a todos los lidiadores, inclusive a Zenaido Espinosa, fue devuelto a los corrales, en vista de que Peláez no consiguió matarlo. Apéndice con el cual, la corrida resultó definitivamente lamentable.
Yo solo agregaría, a muchos años de distancia: Nihil novum sub sole…

Dramatis personae

Rutilo Morales
Ninguno de los tres alternantes llegó a la alternativa. Rutilo Morales siguió adelante algún tiempo en sus afanes de convertirse en matador de toros y todavía entre los matadores hasta participó en 1951 en el grupo de toreros que arreglaron la ruptura de relaciones taurinas que permanecía desde 1947. Yo le vi torear como hombre de plata y es uno de los mejores que he visto en mi vida, tanto con la capa como con las banderillas. Actualmente reside en Morelia y durante muchos años presidió los festejos que se celebraron en El Palacio del Arte de aquella Capital y en ese ruedo se dedicó a formar toreros, entre los que destacan los matadores de toros Teodoro Gómez e Hilda Tenorio.

Ezequiel Fuentes fue un torero que tuvo algún predicamento en su estado natal, Jalisco y era un fijo en los festejos de Carnaval en La Petatera de Villa de Álvarez, Colima y Leopoldo Gamboa por su parte, hasta en Madrid llegó a presentarse, lo hizo el 5 de agosto de 1951, alternando con Joselete de Córdoba y Blanquito de Zaragoza, para lidiar novillos de María del Amparo González (4) y Juan Sánchez de Valverde (2). La crónica de Giraldillo en el ABC madrileño acerca de lo sucedido esa tarde, le presenta, a diferencia de lo que hoy les traigo aquí, como un artista valeroso, muy lucido con la capa y con repertorio alegre con la muleta... Dio la vuelta al ruedo tras la lidia del tercero.

Sobre la trayectoria de Joaquín Peláez, no encontré información.

Aclaración necesaria: Los subrayados en el texto son obra y responsabilidad de este amanuense.

domingo, 17 de junio de 2012

1946: Pepín Martín Vázquez y Caribeño de Xajay


El cartel original de la Corrida
de la Rosa Guadalupana
En marzo del pasado año, al responder a uno de los comentarios que recibió la entrada que dediqué a la presencia de Pepín Martín Vázquez en la plaza  El Progreso de Guadalajara – en específico, uno de José Morente –, hacía notar mi contrariedad por no tener a mano la información relativa a lo que quizás haya sido su obra más acabada en nuestros ruedos y que ha trascendido su tiempo, porque Luis de Lucía, director de la película Currito de la Cruz (CIFESA, 1948), utilizó la filmación de esa faena a manera de stock shots para la cinta en cuestión, estelarizada por el diestro sevillano.

Hoy, sin mediar efemérides alguna, obra en mi poder la información de la prensa especializada de la época, que hace el recuento de aquella corrida celebrada el jueves 14 de febrero de 1946 a beneficio del Sanatorio de Toreros de la Capital Mexicana y en la que disputándose la Rosa Guadalupana, alternaron para lidiar toros de Xajay; Fermín Espinosa Armillita, Silverio Pérez, Gitanillo de Triana – que sustituía a Manolete –, Pepe Luis Vázquez, Luis Procuna y  el ya nombrado Pepín Martín Vázquez.  

Originalmente se había anunciado en el cartel a Manolete, pero éste presentó un certificado médico invocando una exacerbación de las lesiones sufridas semanas antes en la tarde de su presentación en El Toreo. Eso ocasionó que se decretara una suspensión en contra del Monstruo de Córdoba por la Unión de Matadores y provocó una escisión en su seno, según lo contaba el pasado 19 de febrero, pues pudo el torero actuar sin problemas el día 5 anterior – inauguración de la Plaza México – y el 16 y 17 posteriores, pero de eso me ocuparé dentro de unos párrafos.

La gran faena de Pepín Martín Vázquez

Pepín Martín Vázquez con Rafael Albaicín y
Antonio Velázquez, Madrid, 1945
Borroneado, el toro que abrió plaza, le sirvió a Armillita para escribir una de las grandes páginas de su historia. Con Gorrito, Bateo, Almendrado y Barranqueño, Silverio, Gitanillo, Pepe Luis y Procuna poco tuvieron para decir a la afición que llenó hasta la azotea el viejo Toreo de la Condesa. Fue hasta que salió el sexto, Caribeño, que se perfiló una competencia por la obtención del trofeo donado por la redacción de la Revista de la Basílica y que en ese año, ocupó el lugar que tradicionalmente correspondía a la Corrida de la Oreja de Oro, que reunía a los toreros más destacados de la temporada en su disputa.

Francisco Montes, cronista por esas calendas del semanario La Lidia, en el número 168, fechado el 22 de febrero de 1946, describe de esta guisa la actuación del torero de la calle de la Resolana:

La “Rosa Guadalupana” para “Armillita”... Pepín Martín Vázquez también merecía el trofeo
Por fin vimos lo que vale Pepín Martín Vázquez
Las dos orejas y el rabo de “Caribeño” fueron el premio a la exquisita, fina y artística faena que ejecutó el sevillano Pepín Martín Vázquez al burel que cerró plaza en esta magnífica corrida en que vimos la grandeza de su arte que arrebató las pasiones en los tendidos y en que puso de manifiesto lo que vale este pequeño, pero inmenso torero, al que el público lo sacó de la plaza en hombros y llegó al hotel con el lujoso terno azul celeste y oro hecho garras… Inició su triunfal actuación con lances preciosistas que remató con media dibujada, estallando calurosa la ovación unánime en los tendidos… De la primera vara libró con temerarias y artísticas gaoneras que estrujaron a la multitud y remató con media revolera plena de gracia y majestad. “Armillita” quitó con un lance, dos chicuelinas y remató con el manguerazo de Villalta… Por primera vez en México tomó los palos el sevillano y después de mucho insistir quebró por fuera y dejó los palos igualados, escuchando fuerte ovación; en vista de que el burel no se arrancaba con franqueza, optó por que sus peones cerraran el tercio… Dio principio a su faena con ambas rodillas en tierra y ligó tres pases por alto, en los cuales aguantó de verdad, ya de pie se echó la muleta a la mano del corazón y ligó tres naturales con el forzado de pecho, resbaló y “Armillita” hizo un quite oportuno; echando coraje se levantó el pequeño y fue a su enemigo para engranar cuatro naturales bellos, hondos, artísticos y señoriales que arrebataron a la plaza entera, rematando por alto y luego con apretado molinete, siguió un pase de costado, un derechazo fantástico, el pase de la firma y entró a matar dejando la estocada de muchas tardes, se perfiló muy en corto, flexionó la pierna como mandan los cánones y arrancando muy derecho hizo la cruz a la perfección y dejó el acero en los propios rubios, se tambaleó el burel y rodó a los pocos segundos en medio del delirio del público puesto de pie. Las dos orejas y el rabo le fueron concedidas además de la vuelta al ruedo. Y como final fue sacado en hombros de la entusiasta multitud… Por fin nos recreamos con el arte exquisito de este torero privilegiado que con tan mala suerte ha tropezado en los sorteos de las corridas que ha lidiado en la capital…

Como podemos ver, del título de la crónica se refleja que para Francisco Montes, el otorgamiento del galardón fue correcto, pues en su opinión, cualquiera de los dos toreros, Armillita o Pepín Martín Vázquez, de haberlo obtenido, se lo hubiera llevado con justicia.

La crónica que envió el corresponsal de la agencia que remitía la información al diario El Informador de Guadalajara, refiere lo siguiente:

Fue dura la pelea de ayer en El Toreo por La Rosa Guadalupana entre Fermín y Pepín Martín Vázquez. 

El sevillano merecía este bello trofeo
Los dos recibieron oreja y rabo, pero se cree que la estocada de Pepín fue muy superior a la de Fermín, que se quedó con el emblema... 
Reñidísima resultó la competencia por el trofeo Rosa Guadalupana, en la corrida a beneficio del Sanatorio de Toreros, efectuada hoy en la plaza El Toreo... El público se dividió para conceder el premio, entre “Armillita” y el sevillano Pepín Martín Vázquez. Varias veces se tuvo que consultar al público y por una ligerísima mayoría, tal vez no apreciada por todos, el trofeo fue concedido al saltillense… Ambos toreros cortaron oreja y rabo, y tal vez la faena de Pepín fue más bien coronada al lograr un soberbio volapié, mientras que “Armillita” mató de una estocada un poco caída… A “Armillita” se le concedió el galardón y a Pepín una extraordinaria ovación...

Ante la casi imperceptible mayoría en los tendidos – aquí en México esos trofeos se conceden por aclamación popular cuando hay igualdad en el número de trofeos obtenidos –, el cronista de la agencia informativa, toma como referente diferenciador – y como elemento decisorio, a su juicio – la gran estocada de Pepín Martín Vázquez.

El día siguiente

En el número 169 del semanario La Lidia, fechado el 1º de marzo de 1946, el periodista Alberto Lázaro, en su columna Cargando la Suerte, hace una serie de reflexiones en torno a la amplia polémica que generó la concesión de la Rosa Guadalupana a Armillita, dejando de lado a Pepín Martín Vázquez el 14 de febrero anterior. Su reflexión se titula El color del cristal y en ella, considera justificada la concesión del trofeo al Maestro de Saltillo. De ella extraigo lo que sigue:

…Ahora bien, ¿el trofeo debe concretarse a ser otorgado a quien haga la mejor faena de muleta o a quién realice la más brillante lidia en todo un toro?... Si ha de ser por la mejor faena de muleta, pensamos que esta es aquella en que el torero, maestro en la técnica que desarrolla de acuerdo con las condiciones del toro, manda en todos los instantes sobre el bruto, le impone su voluntad, engrana los pases, aprovechando las oportunidades para lucir su arte y desarrollar belleza o simplemente maestría, según el astado se lo permita... Si juzgamos ya concretando, la faena de “Armillita” con “Borroneado” podemos llegar a esta conclusión: Se ajustó en un todo a las condiciones del astado, que terminó aplomado y noble; que por falta de alientos con frecuencia se quedaba ya en la suerte, muy a pesar del mando imperioso del torero; que fue hecha en un palmo de terreno y que durante ella hubo ligazón perfecta y dominio absoluto; que el torero dio verdadera cátedra exhibiendo sus enormes recursos ya para pasarse al toro, bien para torearlo por la cara, que éste, cuando de verdad es toreo y el de “Armillita” lo fue, es de maestros y ofrece gran valor si es adecuado a condiciones y circunstancias... Por su parte, la faena de Pepín Martín Vázquez con “Caribeño”, graciosa, llena de salero, valiente, corajuda, clásica porque en ella brilló el pase natural, si fue muy espectacular, si se antojó muy bella y graciosa, careció de ligazón perfecta, no se hizo en un palmo de terreno, ni hubo dominio y maestría... Recuérdese que Pepín en varias ocasiones, entre natural y natural mejoraba su terreno mediante una carrerita, que combinada con otras hizo que la faena no se ligara como mandan los cánones; en un palmo de terreno y con dominio absoluto por parte del torero... Ahora que si el trofeo debe otorgarse a quien haga la lidia más completa de un toro, en los tres tercios, nos parece fácil calificar, ya que Pepín con banderillas no demostró la suficiencia del maestro, habida cuenta de que tampoco fueron sus tres pares de los mejores que le hemos visto... Esto es lo que miraron mis anteojos; que por lo demás cada quien es dueño de sus propios gustos, siempre que no olvide que no es lo mismo decir: “a mí me gustó más la obra de fulano”, que sostener: “la obra de fulano fue la mejor”...

Pepín Martín Vázquez en México, 14 de febrero de 1946
En descargo de Alberto Lázaro, he de decir que siempre reconoció su militancia como armillista y en este caso la sostiene y además, como lo señala al final del extracto que les presento, no expresa su gusto, sino que manifiesta sus razones por las que cree mejor la faena de Armillita sobre la de Pepín Martín Vázquez.

Las consecuencias del festejo

Ya les decía que la corrida tuvo un más allá. La Unión de Matadores de Toros que presidía Luciano Contreras decretó a Manolete una suspension en sus derechos sindicales. La prensa mexicana, de esos días  en específico, la agencia que remitía noticias al diario El Informador de Guadalajara – publicó la siguiente información:

…La Unión de Matadores de Toros, del cual es Secretario Luciano Contreras, anunció un veto a Manolete, por dos años para no torear en plazas mexicanas… La determinación de la Unión, obedece por no haber toreado hoy el diestro cordobés estando anunciado, pretextando estar enfermo, pero los médicos que lo reconocieron dictaminaron que estaba bien. Esto viene a suspender la corrida “mano a mano” que estaba anunciada para el sábado próximo en la Plaza México con Silverio Pérez. Se dice también que el cordobés está siendo atacado por un diestro mexicano, que hace labor subterránea en contra de él…

Al final de cuentas, Manolete no dejó de torear ninguna de las corridas que tenía contratadas en México en ese año de 1946 y volvería al siguiente calendario, aunque las relaciones profesionales entre las torerías de España y México, que apenas se habían reanudado un par de años antes, se agriaron y a mediados de 1947 se darían por interrumpidas. No se volverían a reanudarse hasta 1951.

Pero el corolario aquí es que la gran obra de Pepín Martín Vázquez con Caribeño de Xajay sigue viva en la memoria colectiva y nos recuerda que el hijo del Señor Curro nos anunció con ella un modo nuevo de hacer el toreo, uno que se quedaría para la posteridad.

domingo, 10 de junio de 2012

Detrás de un cartel (VI)


1912: Resurrección en Sevilla y Beneficencia en Madrid... el mismo día

Anuncio de la Corrida de
Resurrección de 1912
Hace cien años que las corridas de Resurrección en Sevilla y de la Beneficencia en Madrid coincidieron en fecha. Se celebraron el domingo 7 de abril de 1912 y la primera, inveterata consuetudo, marcó el inicio de la temporada hispalense, en tanto que la segunda, en este caso, dado lo temprano de su celebración, marcó excepcionalmente un inicio en gran forma – toros de Murube y Santa Coloma para Fuentes, Pastor, Manolete y Gaona – de la temporada madrileña, dejando claro quizás, lo que estaría por venir en el coso de la Carretera de Aragón.

Mi intención ahora es ocuparme de la corrida celebrada en La Maestranza,  – objeto del cartel que ilustra esta entrada – en la que para lidiar a los toros que un día fueron del canónigo Hidalgo Barquero y Carlos Otaolarruchi y que ahora se anunciaban a nombre de Adolfo Gutiérrez Agüera y a los que harían frente Enrique Vargas Minuto, Rafael El Gallo – anunciado entonces Gallito – y Francisco Martín Vázquez.

La corrida representó una tarde importante para el torero de Alcalá de Guadaira, aunque pareció haber estado torcida desde su inicio. El diario El Liberal de Madrid da cuenta, al día siguiente de la celebración del festejo, de que El Gallo dudó en presentarse a la plaza, invocando una fiebre y una lesión en un dedo. La información aludida es como sigue:

Gallito no torea hoy. Sevilla 7 (8:55 n). – Al llegar a su casa Gallito se metió en cama y llamó al médico. Parece que éste le halló fiebre. Además dice Gallito que se resiente de un dedo que se fracturó en Alicante. Por estas causas no ha tomado el tren para Madrid...

Si a lo anterior se suma que las relaciones en los demás diarios madrileños refieren la incomodidad de los asistentes a la corrida por la falta de trapío de algunos de los toros que compusieron el encierro, veremos que la tarde pudo tener un resultado menos halagüeño que el que la historia nos relata, de no ser por el derroche de valor del Señor Curro Martín Vázquez, quien al final de la tarde resultó ser quien saliera en volandas de la plaza y sin necesidad de corte de orejas, ni de puertas del Príncipe, pues se lo llevaron por la calle Iris, que es por donde siempre se han llevado a los toreros triunfadores, mientras no hubo pruritos principescos

La relación publicada en El País de Madrid refleja lo siguiente:

Regular entrada, pero mucha animación y muchas mujeres guapas. Gallito, que había pasado la noche anterior enfermo, se decidió a torear a media mañana. Toro primero, «Desdeñoso», negro y como los restantes de la ganadería de Agüera. Minuto le lancea oyendo aplausos. Cumple el toro, y no se puede decir lo mismo de los banderilleros. Minuto muy adornado, muy voluntarioso y muy torero, pasa de muleta para un pinchazo, dos medias atravesadas y una entera alta. Dos veces se le coló en la faena y ambas le anduvo con la ropa. 
Negro con bragas es el segundo que se llamó en vida «Granadino».  Con voluntad tomó cinco puyazos y le adornaron el morrillo Posturas y Niño de la Audiencia. Gallito trastea de muleta lucido. Pincha una vez, vuelve a pasar de muleta y cuela una corta para descabellar con el estoque después de intentar hacerlo con la puntilla. 
Vázquez saluda al tercero con dos verónicas al salir de una de las cuales le empitona y le revuelca sin consecuencias.  Más poderoso que voluntarioso, el toro acepta cinco caricias de los caballeros, a los que mata dos caballejos. Vázquez prende un par al cuarteo bueno y completan el tercio los peones. La labor de muleta de Vázquez es larga y desgraciada en la del pincho. 
El cuarto «Sardinero», berrendo en negro, apretadillo de cuernos. Sin excederse dejó buen recuerdo en la pelea de varas. Gallito y Minuto torean al alimón cosechando aplausos. Minuto coge los trastos, se arrodilla y avanza hacia el toro para dar un pase magnífico. (Gran ovación). Luego pincha en hueso, y por último, entrando muy valiente, una buena estocada en los mismos rubios. Vuelta al ruedo. 
Continuaba la ovación a Minuto cuando ya andaba por el anillo «Contador», que era el quinto, berrendo en negro.Gallito lancea a la verónica y el toro manso con toda franqueza se libra del tueste por milagro a fuerza de acosarle. El gitano prende par y medio en un golpe. Bien con la muleta y mal, mal con el estoque. Es una fatalidad este torero que recorre la escala completa, desde lo mejor hasta lo peor. La bronca que le administraron fue tan grande como justa.
El último era pequeñito y de color negro. Minuto le cambia de rodillas. Vázquez brinda a la esposa del presidente del Consejo y trastea de manera valiente. Da de primeras tres buenos pinchazos que se aplauden y para final una contraria. (Ovación y salida en hombros).

Los diarios ABC y El Heraldo, ambos de Madrid, coinciden igualmente en la salida en hombros de Francisco Martín Vázquez y la bronca a El Gallo tras la lidia del quinto, en tanto que El Imparcial no consigna la salida en hombros, dejándola en muchas palmas y reduce la bronca a Rafael al hecho de que el público le silbó ruidosamente

Así fue la historia que está tras de este cartel. Dos inauguraciones de temporada, cada una con sus matices, pero desprendidas ambas de absurdas pretensiones. En Madrid, fueron ovacionados Vicente Pastor en el sexto, Manolete en el tercero y séptimo y Rodolfo Gaona en el octavo. Por su parte, Antonio Fuentes solo pudo cosechar palmas en su lote. 

domingo, 3 de junio de 2012

Detrás de un cartel (V)


Programa de mano de la
novillada del 29 de julio
de 1962
Fernando de la Peña es uno de esos toreros mexicanos que desde los últimos años cincuenta nos hicieron imaginar una inacabable sucesión de grandes tardes. Su concepción del toreo caminaba por las veredas del arte, pero a diferencia de los toreros de esa cuerda, tenía más que el valor justo para estar delante de los toros y cuando hacía falta, sabía pelearse con ellos y arrancarles las orejas sin tener que esperar que le saliera el que le permitiera las verónicas de alhelí.

Después de presentarse en la Plaza México en 1960 y hacer un par de sólidas campañas en México, dirige sus pasos a España en el año de 1962, para presentarse en la Plaza de Las Ventas el día de Santiago Apóstol alternando con Clemente Antolín El Millonario y Manuel Rodríguez en la lidia de un encierro complicado de Francisco Marín Marcos. Esta actuación la saldó dando una vuelta al ruedo tras la muerte del que cerró plaza, lo que le valió para que lo repitieran en el ruedo madrileño al domingo siguiente, en el festejo dominical que anuncia el cartel que da motivo a esta entrada.

Ese domingo Fernando de la Peña cortaría su primera oreja en el ruedo venteño. Formó cartel con el torero de Arnedo Antonio León y el salmantino José Luis Barrero. Los toros fueron de Ana Peña. La relación de su actuación la hace Andrés Travesí en el ABC de Madrid y de ella recojo lo que sigue:



... Nos pareció que el mejicano Fernando de la Peña sabe lo que trae entre manos. Da órdenes a sus peones, para impedirles los frecuentes desmanes a que nos tienen acostumbrados. Está pendiente de la lidia. Veroniqueó aceptablemente, arrimándose mucho. Hizo un par de chicuelinas, estrechándose, pero con reposo. Con la muleta me gustó más en el sexto que en el tercero. En éste empezó con cuatro ayudados por alto. Luego, tres redondos; bueno, por largo, el último; cuatro naturales, aguantando, y uno bueno, de pecho; otra serie corta, de derechazos; y otros tres naturales. Acertó a clavar una estocada caída y cortó la oreja, y dio la vuelta al ruedo con casi unánime complacencia... Al sexto lo dobló muy bien por bajo, con una rodilla hincada en la tierra, mandando. Dos tandas de pases en redondo y de ellos uno excelente. Cuatro naturales bajando la mano y llevando al toro prendido en la punta del engaño; otros tres, mejores. Por no igualar bien al toro y perfilarse con poca decisión, pinchó tres veces antes de clavar una estocada. Dio la vuelta al ruedo a hombros de los entusiastas de siempre...

Fernando de la Peña (Cª 1963)
Todavía volvería a cortar otra oreja en Las Ventas, esta vez a un novillo del Marqués de Albaserrada el 1º de mayo de 1963, alternando con Antonio Medina y Efraín Girón, lo que lo hace miembro de un selecto grupo de novilleros mexicanos que han logrado cortar más de un apéndice en sus comparecencias en la principal plaza del mundo.

Fernando de la Peña recibió la alternativa en Barcelona el 12 de septiembre de 1963, de manos de Antonio Bienvenida y llevando como testigo a José Martínez Limeño, siendo el toro de la ceremonia Fechorías de Graciliano Pérez Tabernero. Confirmó su alternativa en la Plaza México el 12 de enero de 1964, apadrinado por Humberto Moro, que le cedió al toro Jaleador, de José Julián Llaguno y fungió como testigo Joaquín Bernadó. La confirmación en Madrid se verificó el 22 de agosto de 1965, cuando Antonio Chenel Antoñete en presencia de Luis Parra Jerezano, le cedió un toro de Escudero Calvo Hermanos.

Tras de sufrir varios percances serios y los vaivenes de varios movimientos de política sindical taurina, las actuaciones de Fernando de la Peña disminuyen sensiblemente a partir del año de 1966. Su despedida formal de los ruedos se da en la Plaza Monumental Monterrey el el 21 de julio de 1974, alternando con Jesús Delgadillo El Estudiante y Óscar Realme en la lidia de toros de La Playa, en un festejo que representó también para Óscar Realme una despedida no anunciada. Fernando de la Peña apenas tenía 35 años de edad. La historia que hay detrás de este cartel, me sirve para recordarle en esta tarde de triunfo, que al final de cuentas solamente resultó ser un anuncio de lo que pudo ser.     

domingo, 27 de mayo de 2012

En el Centenario de José Alameda (V)


Alameda antes de Alameda (IV)

El Güero Guadalupe (1964)
En la novillada celebrada en El Toreo de la Condesa el domingo 23 de julio de 1944, se lidió un encierro de Matancillas, ganadería entonces propiedad de don Francisco y don José C. Madrazo y alternaron en su lidia Pepe Luis Vázquez, Ricardo Balderas y el hidrocálido Valdemaro Ávila, aunque en esta oportunidad y sin dejar de destacar las actuaciones de los capitanes de cuadrilla, José Alameda – firmando como Carlos Fernández Valdemoro – hace el eje de su narración la importancia de la suerte de varas y la destacada actuación de un histórico y mítico varilarguero mexicano: Guadalupe Rodríguez El Güero, quien prácticamente cubrió con su arte tres cuartas partes del Siglo XX, es decir, medido en toreros, desde Rodolfo Gaona, hasta Manolo Martínez.

La crónica de ese festejo, publicada en el número 88 del semanario mexicano La Lidia, aparecido el 28 de julio de 1944, es la siguiente: 

Corrida accidentada y aleccionadora
¡Salud Guadalupe Rodríguez, buen picador de toros! Los aficionados a la ecuestre y viril y taurina alegría de la suerte de varas te debemos unos instantes de inmensa emoción, emoción que se hizo más intensa, porque nos la diste precisamente a los ocho días de aquél momento lamentable en que un novillo pasó al segundo tercio sin haber sido picado, para sonrojo de la fiesta. Tu bello gesto fue como una réplica, no a quienes lamentamos aquello, sino al propio y malhadado suceso. Saliste por los fueros del primer tercio y por los tuyos propios, demostrando que la tradición aún no está perdida y que mientras haya picadores como tú, habrá suerte de varas y – lo que parecía increíble – el público podrá entusiasmarse cuando se la practique con pureza y con energía, tal como tú la practicaste. ¡Qué bien reunido ibas con tu cabalgadura y qué bien avanzaste, paso a paso, hasta la raya del tercio, pero sin traspasarla cuando el manso cuarto novillo rehuía aceptar tus animosas instancias para que se arrancase! Esa raya del tercio, que en las plazas españolas aparece pintada de rojo sobre la arena, formando bella circunferencia concéntrica con la barrera, es aquí una raya ideal, que no está materialmente precisada y sin duda por eso, algunos piqueros la olvidan con facilidad y la traspasan para obligar a los toros a tomar las varas. Pero tú no la olvidaste y diste una lección a muchos aficionados y a muchos compañeros tuyos, recordándoles que no es menester quebrantar las reglas de la lidia en busca de la eficacia, porque esta se logra precisamente apegándose a las reglas, como hiciste tú – es decir, retrocediendo hacia las tablas y adentrándote por los terrenos de la derecha, para, de allí, regresar cruzado hacia la cara del toro, ofreciéndole como incentivo tu cabalgadura. Y así una y otra vez, sin perder la serenidad, como quien está bien seguro de lo que hace y de los resultados que ha de obtener. Y cuando el toro, por fin, se arrancó, te reuniste con él, como los cánones mandan, sin taparle la salida con el caballo, ni echárselo encima para salvarte tú, contradiciendo de esa manera el mal hábito de los mixtificadores de la suerte de varas, de los que no pueden hacerle daño al toro sin causárselo al arte.
¡Así se lidia a caballo y así se afirma y se salva una tradición torera, haciéndola revivir cuando acabada parecía!
¡Salud y gracias, Guadalupe Rodríguez, buen picador de toros!
A la buena lección del Güero Guadalupe, se sumó otra, la que explicó Ricardo Balderas. Yo he protestado últimamente con frecuencia del olvido en que iba quedando la finalidad natural de la lidia y del desorden con que suele ahora torearse, dando pases sin ton ni son y tratando de comenzar por los adornos que lógicamente pueden ser remate, añadido y culminación, pero nunca principio, fundamento y esencia del toreo. Por eso me gustó mucho la faena que Ricardo Balderas hizo con el segundo novillo, un astado que se defendía, que achuchaba por el pitón derecho y que quería coger. Ricardo lo toreó por bajo, haciéndolo doblar sobre su pierna contraria, que avanzaba a fondo en el terreno del enemigo, como en esgrima dominadora. Lo llevó muy bien toread, embebiéndolo en el engaño de manera que los muletazos fueran lentos y, sobre todo, lo aguantó con extraordinario valor cuando se revolvía, haciéndolo destroncarse, al obligarlo a que se moviera en reducido espacio. Así, al dictado de aquella impecable y trágica geometría que la muleta de Balderas iba creando, quedó sometido el novillo. Entonces, se lo pasó Ricardo en varios pases de pecho y de trinchera, con mucho aplomo, con recia expresión. Fueron pases de muy buena escuela, pero lo mejor fue que Balderas se los dio a un novillo poco propicio a admitirlos y que, como condición previa e ineludible, tuvo que ser dominado. Eso es lo difícil en el toreo: dominar al enemigo. Después de eso, cualquier adorno ya tiene mérito y, si en vez de adornos, se dan pases sobrios, enteros, fundamentales, como Balderas hizo, el elogio hay que tributarlo sin reservas. Así lo entendió el público, que obligó a Ricardo a dar la vuelta al ruedo y a salir a los medios a saludar, una vez que el toro fue muerto de una corta pasada y media en todo lo alto. 
Esa fue la mejor faena de la tarde y también la mejor que Ricardo Balderas ha hecho en “El Toreo”.
Con el quinto también tuvo éxito, aunque hizo ya más concesiones al efectismo imperante. Ligó varias series derechazos toreando a pies juntos y al hilo, sin enfrentarse con el toro. Pero como eso gusta mucho y además Balderas lo hizo con seguridad y ajuste, poniéndole como remate un pinchazo y una buena estocada, tornó a ser ovacionado y recorrió de nuevo el anillo, saliendo también, posteriormente, a saludar desde los medios. Volveremos a verle pronto.
Abrió plaza un novillo difícil, que llegó a la muerte defendiéndose. Se afirmaba sobre los cuartos traseros y achuchaba de manera alarmante por el pitón derecho. Pepe Luis Vázquez lo muleteó por bajo y por delante, haciendo frente, con su natural facilidad, a los peligros que el toro presentaba y de los cuales se advirtió al diestro perfectamente convencido. Se lo quitó de en medio de un pinchazo y media desprendida y tendenciosa. El público, que está habituado a ver a Pepe Luis Vázquez en plan de triunfo, se disgustó un tanto por este paréntesis que las dificultades del novillo introdujeron en la carrera de éxitos del joven torero y cometió la injusticia de aplaudir al astado en el arrastre. Bien comprendo que el público es libre de expresar como guste sus opiniones, pero no me parece recomendable el procedimiento de aplaudir a toros de mal estilo, sólo para molestar a los espadas.
Las buenas relaciones entre Pepe Luis Vázquez y el público se reanudaron en forma por demás cordial y entusiasta. Fue en el tercio de quites del tercer novillo, al que Pepe Luis toreó por gaoneras, dos de las cuales fueron de una quietud, un temple y una emoción definitivas. Se le premiaron con una ovación cerrada, que se reiteró una vez terminado el tercio, por el cual hubo el diestro de saludar montera en mano.
Con el toro siguiente – el manso y dócil al que tan superiormente picó el Güero Guadalupe – hizo Pepe Luis Vázquez una buena faena de muleta, que le valió una vuelta al ruedo. Inició el trasteo en el tercio, con varios pases por alto y de pecho y, después, sacó al novillo a los medios, con muletazos – que no pases – de tirón. Allí se dio varias series de derechazos despatarrándose mucho, ya desde el cite, y pasándose al enemigo muy cerca. Se adornó más tarde con varios lasernistas y, tras de cambiarse la muleta por la espalda, dio un buen pase de pecho con la zurda y un natural. Lo mató de una estocada contraria, entrando con mucha fe, y un descabello a la primera. Y, de esa manera, hizo honor al sólido cartel que ya tiene conquistado. 
A sus dos novillos los banderilleó muy lucidamente, al primero, en cuyo morrillo dejó enhiesto un par de banderillas que clavó al sesgo por fuera, saliendo desde el estribo, par que confirmó sus dotes de rehiletero seguro y fácil.
A Valdemaro Ávila le debemos otro de los momentos emotivos y aleccionadores que tuvo la novillada del domingo. Porque Valdemaro ejecuta en forma personalísima y muy bella la suerte suprema, precisamente la más olvidada y desconocida de todas, que de elemento capital de la lidia ha sido rebajada, por la evolución del toreo, a la categoría de “cenicienta de la fiesta”. Pero gracias a Valdemaro Ávila, la cenicienta recobró el domingo su zapato de princesa y la suerte del volapié su rango primero.
Ya en la temporada anterior mostró Valdemaro sus notables cualidades de estoqueador. Pero, ahora, parece ser más dueño de ellas y la facilidad con que las muestra, es prenda de un dominio técnico que promete a Valdemaro – y nos promete a los aficionados a la estocada – muy buenos momentos. El éxito de Valdemaro Ávila como estoqueador fue más notable porque alternaba con dos toreros que matan por derecho y con honradez. Pero precisamente eso sirvió para que se viese mejor la diferencia de calidad. Valdemaro nos hizo ver muy a las claras que no es lo mismo matar con voluntad y con valor, que matar con arte, con facilidad nativa, con estilo propio. A mí me parece Valdemaro uno de los matadores más interesantes de México. En él creo ver al futuro gran estoqueador de la torería azteca. Ese es lo que de él interesa, a mi juicio, y no el valor, a veces poco meditado, de que hace gala al torear. Sin embargo, como se arrima mucho y no pierde la serenidad en ningún momento, logró entusiasmar al público en los quites, sobre todo en uno por gaoneras, angustioso. También gustaron grandemente algunos de sus ceñidísimos pases de muleta, que contribuyeron en mucho a que diese la vuelta al ruedo en el tercero. Realmente, eso y más merecía, pues su personalidad de estoqueador es verdaderamente notable y digna de aplauso y estímulo en estos tiempos en que escasean los matadores y llegan, inclusive, a sobrar toreros.
“Tabaquito” hizo un quite valerosísimo a Valdemaro Ávila, cuando éste fue prendido por el sexto novillo, Y es que “Tabaquito” tiene mucho valor. Siempre que torea lo demuestra al salirse a los medios para correr a los astados, estableciendo un contraste también aleccionador con la mayoría de sus compañeros, que hacen a los toros avisados e inciertos, a fuerza de “tocarles” desde los burladeros, sin decidirse a salir para enfrentarse a ellos.
Los novillos lidiados fueron de Matancillas, que viene a ser lo mismo que La Punta y fue, en realidad, lo mismo hasta hace unos años, cuando a los señores Madrazo se les ocurrió imitar a los hermanos Llaguno, que ya habían bifurcado la ganadería de San Mateo, fraccionándola para sacar de ella lo que ahora se lidia bajo el nombre de Torrecilla.
De Matancillas vino un encierro desigual, tanto en presentación como en bravura. Los mejores para el torero fueron el sexto y el reserva que substituyó al tercero. Éste, que era el más grande y gordo de la desigual corrida, hubo de ser retirado, porque parecía reparado de la vista y, desde luego, era rematadamente manso. Aunque todos los novillos tuvieron temperamento, el encierro distó mucho de ser bueno, pues el temperamento, cuando los toros no sacan buen estilo, acentúa las dificultades.

José Alameda (Cª 1980)
Suerte de varas, toreo fundamental, estocada al volapié. De nuevo, el joven Alameda nos presenta el inmenso valor del toreo básico, elemental y su esencial valor ajeno a modas y al paso del tiempo.

Ricardo Balderas recibió la alternativa en Bayona, el 8 de septiembre de 1946, siendo su padrino Fermín Rivera y el testigo, Alfonso Ramírez Calesero. De Valdemaro Ávila, se afirma que la recibió en Lima, de manos de Domingo Ortega, aunque no se precisa la fecha. En lo que sí coinciden los tres alternantes de este festejo, es en que dedicaron una importante parte de sus vidas a presidir festejos taurinos. Pepe Luis Vázquez y Ricardo Balderas lo hicieron en la Plaza México y Valdemaro Ávila, en las plazas de toros San Marcos y Monumental de su Aguascalientes natal.

Con mi recuerdo para Rubén Negrete Perales, periodista, con quien tuve poco trato personal, pero en quién siempre percibí un animoso interés por tratar de conocer y de comprender esta Fiesta, en la que encontraba aparte del colorido y la emoción, un enorme fondo de tradiciones. ¡Descanse en paz!

domingo, 20 de mayo de 2012

En el Centenario de José Alameda (IV)

Alameda antes de Alameda (III) 

José Alameda (Cª 1970)
La novillada celebrada en El Toreo de la Condesa el domingo 2 de julio de 1944 reunió a un encierro de Zotoluca y a los novilleros Pepe Luis Vázquez, Gonzalo Castro Soldado II y Tacho Campos. La relación que hace del festejo José Alameda, en el número 85 del semanario La Lidia, del 7 de julio de ese mismo año, firmando aún como Carlos Fernández Valdemoro, se centra en el análisis de la posibilidad o imposibilidad y en la efectividad o inefectividad de la imitación del estilo de un torero por otro. 

Hace una inteligente defensa de la tauromaquia esgrimida por Tacho Campos en ese festejo, la que al final, resulta ser lo que conocemos como toreo puro y duro… el toreo de siempre, el que hoy se afirma que es una especie de alucinación de un grupo de inadaptados que pide entre otras cosas, que se cite con la pierna de salida adelante. Pero allí lo describe el Alameda joven, y de paso, aprovecha su tribuna para poner en su sitio a aquellos que hablan y escriben de oídas, sin entrar al análisis de la esencia de lo que hacen los que actúan en el ruedo. 

Aquí la crónica en cuestión:  
Un torero: Tacho Campos
Este Tacho Campos, que el domingo pasado triunfó en “El Toreo”, es un lidiador corto, de esos que cuando pierden en extensión lo ganan en profundidad. A mí me satisfizo mucho su éxito, porque me parece un buen síntoma. Tantas veces hemos visto aplaudir y celebrar con entusiasmo el toreo mixtificado, que al ver emocionarse al público ante algo de indudable calidad, nos sentimos reconfortados. A algunos, a quienes dicen lo que oyen – y a quienes lo escriben, que es peor – les ha dado por afirmar que Tacho Campos imita a Garza. Para decir eso se necesita saber una palabra de la cuestión. Porque un torero puede imitar a otro en los andares, en las sonrisas, en los gestos y hasta en la preferencia por determinadas suertes. Inclusive, apurando mucho las cosas, en la manera de colocarse para ejecutarlas. Pero en la ejecución misma no es posible. Porque cuando el toro se arranca, se hace lo que se puede y basta. Y hay quienes no pueden. Entonces, de nada valen los propósitos deliberados y de muy poco lo aprendido en sesiones de entrenamiento. Cuando el toro se le viene a uno encima, es imposible encontrar componenda con un estilo deseado, ya sea positivo o imaginario. Entonces, le sale a uno el estilo propio, si lo tiene; y si no, la falta de estilo. Y quien piense otra cosa es que no ha toreado nunca.
Tacho Campos toreó el domingo, parando, templando y mandando. Y en eso coincidió con Garza, como Garza coincidió con Belmonte. Dicen que imita a Lorenzo. Pues si así es, ojalá vengan muchos a imitarle, en lugar de entregarse al toreo de chicuelinas, tijerillas, riverinas, orticinas, lasernistas, molinetes y demás manifestaciones patológicas del contorsionismo imperante.
Ojalá todos imiten a Garza toreando con sobriedad, con las plantas firmes sobre la arena y el cuerpo derecho, sin la joroba que se les antoja imprescindible a quienes para obligar al toro a que derrote bajo empiezan por agacharse ellos. Y, sobre todo, vengan muchos imitadores de Garza como Tacho Campos, capaces de ese prodigioso aguante. ¡Qué vengan muchos a imitarle y ya verán ustedes cuántos quedan! Los mismos que quedaron cuando se desencadenó la racha de imitadores de Belmonte: ni uno. No. Es muy fácil decir lo primero que se le viene a uno a la cabeza. Pero las cosas deben pensarse. Y hay que tener mucho cuidado de no perjudicar a un torero bueno con una apreciación ligera, cuando, en cambio, se conceden, marchamos entusiastas a la primera medianía a quien le pita la flauta por casualidad. Porque, en años anteriores, nos inventaron dos o tres fenómenos que ahora andan por ahí viviendo tristemente de las esperanzas engañosas que les hicieron concebir. Pero llega Tacho, que torea con un arte de los que nos se comunican, ni se reciben, porque esas cosas no se le hacen a un toro más que por inspiración propia, y resulta que ¡se parece a Garza! Señores míos: también “Gitanillo de Triana” se parecía a Belmonte. Lo que pasa es que no es lo mismo coincidir con Belmonte – como le pasaba a “Gitanillo” – que imitarle – como hacía Carpio –. Puestos a aceptar el parangón con Garza, yo me atrevo a decir que Tacho no es su Carpio, y que, en cambio, si repite lo hecho el domingo, podrá ser su “Gitanillo”. Una coincidencia al sentir el arte no es imitación, porque el sentimiento no se imita. Y Tacho, como Garza, como Belmonte, como cuantos han sabido del secreto del temple, torea con sentimiento.
Una falta tiene Tacho Campos: su poca fibra. No es un torero que pelea, que se crece ante la adversidad, ni que siente la noble apetencia de redondear un éxito. Y sería lástima que por eso no llegara tan alto como debe. Me hace abrigar esos temores, la frialdad con que Tacho Campos se desentendió de todo el sexto toro, limitándose a quitárselo de delante.
Sería lástima, porque torea con una pureza extraordinaria y con un sello propio que estriba en el fino acento que sabe dar a sus muletazos, un matiz que no han sorprendido quienes lo tachan de imitador de Garza, porque Lorenzo fue toda reciedumbre y en Tacho Campos priva la finura. Esa cualidad suya culminó en los tres medios pases que dio a favor del viaje del toro, en la última parte de su faena. Giró en ellos con gran suavidad y los ligó de modo que, más que tres lances, fueron uno solo. Yo me pregunto: ¿A quién imitó entonces? ¡Cómo no fuese a Tacho Campos!
Antes había muleteado muy bien, en derechazos que conmovieron hasta lo más hondo al público; en pases de costado ceñidísimos, al intentar uno de los cuales, fue cogido sin consecuencias, y en muletazos de pecho echando la pierna contraria adelante y sacando la muleta por la cola, en los que como no imitase a Belmonte, no acierto yo a penetrar a quien imitara.
Le dieron la oreja. Muy merecida. Yo me temo que no vaya a cortar muchas, porque no me parece valiente, Pero la que corte, la merecerá; porque tiene un arte puro. Y sólo quienes lo poseen cuentan en el corazón de los que aman la fiesta no como un ejercicio burocrático, sino como un sacrificio lleno de hondas emociones.
Pepe Luis Vázquez, sin mantenerse a la altura que en tardes anteriores, pues le tocó el peor lote, tuvo, no obstante, una lucida actuación y confirmó que es un torero muy enterado, muy hecho, que tiene recursos para superar las dificultades que presentan los toros. Y los que tuvo que lidiar el domingo las presentaban.
El primero se quedaba en el centro de la suerte por el lado izquierdo, y Pepe Luis lo muleteó cerca de tablas, recogiéndolo por bajo, para llevárselo después a los medios. Allí le sacó muletazos por alto y derechazos que entusiasmaron. Había sembrado y recogió. Es decir, había metido al toro en el engaño durante la primera parte de la faena y por eso pudo lucirse en la última. Con el cuarto no pudo hacer más que desesperarse, porque el novillo no tenía fuerza alguna y se caía en cuanto Pepe Luis trataba de pasárselo por delante.
A los dos los mató muy bien, porque además de valor tiene facilidad y buen estilo con la espada. El público, que le ha celebrado tanto con su toreo, parece no haber parado mientes en sus condiciones de estoqueador, que, a mi juicio, son las más relevantes que posee. Los buenos estoqueadores son ahora tan escasos, que bien merece la pena animar a quien, como Pepe Luis, se da tan buena maña en ese trance supremo de la lidia.
Pepe Luis fue justamente ovacionado después de matar a sus dos novillos, lo mismo que en varios magníficos pares de banderillas y en un quite por gaoneras, y, frente a enemigos poco cómodos, supo mantener en alto su ya envidiable cartel.
“El Soldado II” comenzó medianamente y acabó bien. A su primero le dudó al torearlo y lo mató de media contraria. Pero, en cambio, en el quinto de la tarde hizo cosas de mucho sabor. Porque Gonzalo Castro es un torero raro, que junto a la huida sin consideración, pone el muletazo cumplido y hondo, el adorno gallardo y feliz.
A ese quinto novillo le hizo un trasteo desligado, pero lleno de momentos interesantes. Le dio varios pases por alto, de costado y de pecho, con una pureza de línea, con una quietud y una fuerza expresiva poco comunes. La faena culminó cuando, tras de pasarse la muleta de una mano a la otra, en limpio giro ante la cara del toro, enlazó el adorno con un largo muletazo de pecho, dado con la mano zurda. Hizo después otro limpio cambio y sumó a él dos molinetes seguidos, en los que desplegó vistosamente la muleta para que girase en torno a su cintura. Estas cosas gustan mucho al público y cuando de una contraria, tiró Gonzalo al de Zotoluca, escuchó una ovación cerrada, dio la vuelta al ruedo y salió a los medios a saludar.
Necesita Gonzalo Castro una cura de confianza, es decir, necesita que lo cuiden, para que recobre la fe en él mismo, que perdió en el grave percance sufrido el año anterior. Porque en cuanto a estilo, el que apunta es muy digno de tenerse en cuenta.
A uno de los toros de Zotoluca – el tercero – se le dio la vuelta al ruedo, aunque fue un toro que hizo una lidia rara, pues comenzó achuchando por el pitón derecho y acabó haciéndolo por el izquierdo. Había peleado muy bien con los caballos, como pelearon los que tuvieron fuerzas para ello, porque, en cuanto a presentación, el encierro fue desigual, ya que hubo toros de muy buen trapío y otros flacos y sin energías.
El público aplaudió con justificado entusiasmo al gran peón Manuel Gómez Blanco “Yucateco”, quien se lució con el capote y con las banderillas. En cambio, pretendió chillarle a Juan Aguirre “Conejo Chico”, cuando picaba al toro tercero en todo lo alto. Menos mal que vino la sana reacción y acabó en ovación lo que había comenzado en rechifla inoportuna. Digo que menos mal, porque si se continúa protestando a los buenos picadores, terminará por desaparecer la suerte de varas, sin la cual las corridas de toros no son posibles, aunque no se les haya ocurrido pensarlo a los partidarios del toreo de “vueltecitas”. También agarró los altos en una ocasión, con su gran estilo de varilarguero, Guadalupe Rodríguez “El Güero Guadalupe”, cuyo éxito sería más frecuente si su voluntad estuviera a la altura de su arte.

Tacho Campos (Foto cortesía
Burladerodos)
Tacho Campos se presentó en Las Ventas en Madrid el 26 de junio de 1945, alternando con Machaquito, Manolo Navarro y Manuel Jiménez Chicuelín en la lidia de novillos de Claudio Moura. Recibió la alternativa en Aguascalientes, en la Plaza de Toros San Marcos el 17 de abril de 1949, de manos de Andrés Blando y llevando como testigo al nombrado Chicuelín, con toros de Hermanos Ramírez.

Renunciaría a esa alternativa, pues el 10 de diciembre de 1950 volvió a actuar como novillero en la Plaza México. Falleció el 10 de julio de 2008 en la Ciudad de México.

Gonzalo Castro Soldado II, hermano de Luis no llegó a recibir la alternativa.

domingo, 13 de mayo de 2012

Tal día como hoy. 1984: Campo Alegre, Mariano Ramos y César Pastor


Entre el final de las décadas de los setenta y los ochenta, la ganadería que en su día fuera la de don Alfredo Ochoa Ponce de León gozó de gran predicamento entre la torería mexicana. Eran toros que en esos días mantenían el justo equilibrio entre bravura y nobleza, dando lustre a una saga ganadera que comprendía en esos tiempos a su hermanos don Jesús con el hierro de El Romeral, don Fernando con el de El Junco y doña Mercedes con el de Viuda de Emilio Fernández, todos asentados en el Estado de Michoacán y que facilitaron el afincamiento de la fiesta en esa región de nuestro país.

Para el festejo que es motivo de esta remembranza, ocho fueron los toros que apartó para el festejo que daba cierre a la vertiente taurina de nuestra Feria y en la que comparecían dos toreros que gozaban de notoriedad en el medio nacional, como es el caso de Mariano Ramos y César Pastor, en tanto que cerraban la cuarteta Jorge Carreño y un diestro hidrocálido, Arturo Magaña, quien, ante la escasez de oportunidades en su tierra, se marchó a Sudamérica, luchó por allá hasta que consiguió que Antoñete le diera la alternativa en Isla Margarita, Venezuela, el 17 de diciembre de 1978, en presencia de Carlos Rodríguez El Mito, cediéndole el toro Chamicero de Bellavista

El buen encierro de Campo Alegre

La crónica de don Jesús Gómez Medina dice sobre los toros de Campo Alegre lo siguiente:

Magnífico encierro de Campo Alegre. – La ganadería michoacana de Campo Alegre, de la que es propietario don Alfredo Ochoa, reapareció – ¿o acaso fue debut? – en Aguascalientes, con muy plausibles resultados. Los ochos bureles lidiados, en efecto, tuvieron presencia, trapío. Algunos destacaron en este capítulo como “Bordador”, el hermoso berrendo que abrió plaza y los dos de pelaje castaño, “Cumplido” y “Amapolo” respectivamente... Esto en cuanto al aspecto; que por lo que hace a la bravura y condiciones para la lidia, se impone reconocer que, en general, los de Campo Alegre cumplieron con creces; algunos en forma excelente como los dos castaños y “Rebollo”, el cuarto. En suma; que el ganadero puede estar satisfecho de su encierro. Sus pupilos dejaron bien plantados los colores de su divisa en la Plaza Monumental Aguascalientes...

Los toreros

Mariano Ramos cortó una oreja al quinto de la tarde y César Pastor las dos al séptimo. Lo que destaca don Jesús a ese respecto, es lo siguiente:

Mariano, que nada había logrado de relieve en el primer tercio, muleta en mano llevó a cabo un trasteo casi exclusivamente derechista, integrado por series breves, pero bien estructuradas, aprovechando cabalmente el buen estilo de “Cumplido” cuya fortaleza decrecía a ojos vistas. Por ello su matador terminó llevándolo toreado con el engaño a media altura, para ayudar al astado, al que despenó con media estocada ligeramente caída. Ovación, oreja y vuelta al ruedo... A la postre el triunfador del festejo lo fue César Pastor, que hizo suyas las dos orejas de “Amapolo”, el bravo castaño que apareció en séptimo lugar. De salida, el toro, codicioso; remató en tablas, luego Pastor lo toreó gallardamente por verónicas y remató con una revolera, entre aplausos... De largo acometió “Amapolo” sobre el caballo, sobre el que recargó codiciosa y reiteradamente. Y tres pares de banderillas, tres, colgó César Pastor, sin excesivo lucimiento... Por el contrario, sí lo obtuvo al torear de muleta; desde el pase en el estribo inicial, al que siguieron varios por alto, muy quietos y el toreo en redondo sobre la diestra en varias series, superándose siempre en ligazón y ajuste, en la quietud y en la brillantez con que eran ejecutados los muletazos. Aún añadió el toreo por naturales; nuevos derechazos, los pases de adorno y, por último, lo mejor; la estocada, el estoconazo haciendo el viaje con rectitud, echándose lentamente sobre el morrillo y sepultando el acero en lo alto... Fue esta, tal vez, la mejor estocada de la feria y por sí sola explicaba la exigencia popular para que César Pastor fuese galardonado con las dos orejas de “Amapolo”, amén de la consiguiente vuelta al ruedo...

Jorge Carreño se exhibió sin sitio y dejando en el cronista la duda acerca de sus condiciones para ser torero y en cuanto a Arturo Magaña, consigna su voluntad de agradar ante el lote menos potable del encierro, siendo premiado con la vuelta al ruedo tras de la muerte del segundo de la tarde.

El festejo de hoy. 15ª y última corrida de feria: 8 de Celia Barbabosa para Rafael Ortega, Víctor Puerto, Antonio García El Chihuahua y Antonio Romero.

sábado, 12 de mayo de 2012

Tal día como hoy. 1984: Un extraordinario encierro de Tequisquiapan


En el año de 1942, don Fernando de la Mora Madaleno fundó junto con don Carlos Cuevas Lascuráin, a partir de ganados de éste último – de origen San Mateo, Ajuluapan y Zacatepec y a los que se agregaron en 1938 un toro y diez vacas de Sánchez Fabrés Hermanos, provenientes de Coquilla –, la ganadería que a partir de 1949 quedaría en la titularidad exclusiva del primero de los nombrados y cuyos destinos dirigiría hasta su óbito, ocurrido precisamente el año que es motivo de estos recuerdos. 

La ganadería de don Fernando de la Mora dio a la fiesta varios toros importantes, como Aceituno, inmortalizado en la Plaza México por Manolo Martínez; Azucarero, un berrendo aparejado, al que hizo pasar a la historia Mariano Ramos en ese mismo ruedo; o aquí en Aguascalientes, Molinero, lidiado en nuestra Monumental el 29 de abril de 1978 y que desde su estancia en los corrales llamara la atención o el encierro completo al que me referí en la remembranza hecha el pasado 4 de mayo.

En este 12 de mayo de 1984 pues, los toros de Tequisquiapan ocuparon la atención del cronista y de la afición. Don Jesús Gómez Medina hace el siguiente análisis del mismo:

Digamos, de entrada, que el encierro enviado por don Fernando de la Mora resultó de los más bravos que se haya lidiado en los catorce festejos celebrados. Alegres, codiciosos y nobles para la lidia de a pie; prontos y obstinados para enfrentarse a los varilargueros; bien presentados y, algunos de ellos, mejor armados, particularmente el quinto, “Soberano”, que portaba dos antenas a guisa de pitones; fueron acreedores a una lidia más lucida que la que recibieron... Al primero, “Pajarito”, que embistió con presteza y repitió sobre el engaño hasta el fin, sin que menguara su alegría ni desfalleciera su buen estilo, merecidamente se le premió con arrastre lento...

La crónica de don Jesús inicia con una remembranza de la corrida del 25 de abril de 1937, cuando se encontraron en la Plaza de Toros San Marcos, mano a mano, Fermín Espinosa Armillita y Lorenzo Garza, los Colosos del Norte, como allí les llama. La remembranza le viene al caso, al hacer relación de que el segundo espada del cartel José Lorenzo Garza, brindó el quinto de la tarde a Miguel Espinosa Armillita. El hijo mayor del Magnífico, brindando al menor del Maestro de Saltillo... de allí, señala don Jesús, resulta difícil sustraerse al recuerdo y a evitar que algo que de tan manido se ha vuelto superficial, cobre una especial significación por los personajes que en ese momento se involucraron en ello.

De la actuación de los diestros en la corrida, poco hay para contar, pero entresacando de la crónica invocada, está lo siguiente:

Se esperaba más de Rafael Gil, cuyo reciente éxito en la Plaza México avala condiciones toreras que ya el público de Aguascalientes tuvo ocasión de aplaudir. Sin embargo, su actuación de ayer, en conjunto, resultó poco afortunada... José Lorenzo Garza tiene el nombre y algunas actitudes de su ilustre progenitor. Y en ocasiones, además, para a los astados y se los ciñe como lo hiciera el Magnífico. Pero le falta madurez y, quizás, fuera mejor que no tratase de imitar el estilo de su padre, sino que se buscase el suyo propio... Manolito Mejía inició su actuación con un vistoso lance de hinojos, seguido de verónicas a pies juntos, un tanto rápidas... Cubrió el segundo tercio, colgando tres pares alzando muy bien los brazos para dejar los garapullos arriba, pero, con el refajo su labor resultó desigual... El sexto se apagó pronto...

El festejo de hoy. 14ª corrida de feria: 8 de La Estancia para Antonio Barrera, Israel Téllez, Oliver Godoy y Gerardo Adame.

jueves, 10 de mayo de 2012

Tal día como hoy. 1998: Fernando Ochoa se lleva la Oreja de Oro


El trofeo de la Oreja de Oro nació como una promoción que organizaba el semanario El Universal Taurino en la década de los veinte del pasado siglo, para que la afición escogiera mediante su voto directo, plasmado en cupones que se contenían en los ejemplares de esa publicación y los toreros más votados eran integrados en un cartel de triunfadores de la temporada de la Capital de la República. El mejor de ese festejo, se llevaba el trofeo que fue ideado y promovido por periodistas de la talla de Rafael Solana Verduguillo y Carlos Quirós Monosabio.

Posteriormente, la asociación sindical de los matadores de toros, bajo las diferentes denominaciones que ha tenido en su devenir histórico, adoptó la organización del festejo, originalmente con la idea de reunir en él a los más destacados de la temporada de la plaza grande de la Ciudad de México y así allegarse fondos para cumplir con sus deberes gremiales. Al paso de los años, sin perder esa dirección en su organización, el festejo se ha llevado a otras plazas de la república, aunque sin la participación de los toreros más destacados del momento, sino más bien como un festejo de oportunidad para diestros con poca actividad.

No obstante, el tono de la Oreja de Oro del año 1998 fue diferente. En aquella oportunidad la Asociación Nacional de Matadores de Toros y Novillos logró reunir a varios toreros de gran renombre y así, el rejoneador Gerardo Trueba y los matadores Eloy Cavazos, Alejandro Silveti, José María Luévano, Guillermo Capetillo y Fernando Ochoa enfrentarían un encierro de De Santiago, una de las ganaderías más encumbradas en ese momento, para disputarse el áureo trofeo.

La tarde tuvo dos toreros que se llevaron dos orejas en la espuerta. El primero fue Alejandro Silveti, quien las cortó al toro Piropo, tercero de la tarde, en tanto que Fernando Ochoa lo hizo a Gandinguero, sexto de la jornada. Por su parte, Eloy Cavazos obtuvo una oreja del segundo de la tarde, Toledano.

La crónica de don Juan Esparza Rodríguez refiere también un hecho notable. Tres toros recibieron honores a sus despojos. El primero de ellos en ser arrastrado con lentitud fue Toledano, el toro al que Eloy Cavazos le cortó una oreja, tras de que en un hecho inusitado, lo pinchó en el primer intento con la espada; después, Piropo, el que desorejó Alejandro Silveti, también recibió el mismo homenaje. Aparte Gandinguero, el que cerró plaza, fue premiado con la vuelta al ruedo. El relato de la lidia de este toro, es el siguiente:

Fernando Ochoa, de berenjena y oro, con corbatín y faja en verde, recibió al que cerraba plaza con unas morelianas, fuerte respuesta recibió del público y más al rematar con una serpentina; agregó por ahí tres chicuelinas y remató con una larga cordobesa... De hinojos y en los medios se colocó Ochoa, angustioso resultó el pase, pero luego en los primeros muletazos se lució con finos pases de la firma y un cambio de mano, estupendo preludio para lo que vendría después, una larga tanda de derechazos, templados, de ese bien torear del espigado torero; la muleta a la mano izquierda, el mismo temple, pero en el último muletazo ahora sí que fue en cámara lenta, el preparado de pecho barriendo los lomos del cornúpeta... un trincherazo y los ayudados otra vez, largos, templados, como si la muleta fuera un hilo de seda, así llevaba Ochoa a “Gandinguero”... no faltó el molinete, pero el lento, para continuar con más derechazos, el remate por alto y agregar el de pecho, agregar unas manoletinas, la arrucina, un desdén y la estocada... los mulilleros debieron llevarse los restos del pupilo de don Pepe Garfias hacia el destazadero, pero antes debieron darle la vuelta al ruedo al cornudo; entonces sí Ochoa a recorrer el anillo, una vuelta al ruedo la dio acompañado del hijo del criador de toros de lidia...

La Oreja de Oro se concede por aclamación popular. En este día, la concurrencia a la Plaza Monumental, que hizo una entrada cercana al lleno, decidió que el trofeo era para el michoacano avecindado en Aguascalientes, Fernando Ochoa.

El festejo de hoy. 13ª corrida de feria: 6 de La Venta del Refugio para Antonio Barrera, Fabián Barba y Mario Aguilar.

miércoles, 9 de mayo de 2012

Tal día como hoy. 1993: Arturo Gilio se impone a un duro encierro de Reyes Huerta


El anuncio de la Feria de 1993, con la leyenda: corrida sorpresa...
El festejo que cerró la feria de 1993 tuvo algunos ingredientes poco usuales. Primero, cuando se hizo el anuncio de los carteles de la feria, antirreglamentariamente se dejó la fecha apartada y el cartel en blanco, solamente con la leyenda de corrida sorpresa, sin siquiera indicar la procedencia de los toros que se lidiarían ese día, para después, conforme avanzó el serial, con cierta visión empresarial, integrar en el mismo a los toreros que fueron destacando en éste, considerando que su intención era ofrecer lo que por aquí se conoce como la corrida del toro, no tanto porque se lidie en ella al toro con edad, peso y trapío inusitados, sino porque cada uno de los espadas lidia uno solo y generalmente para redondear un determinado número de fechas en una feria o temporada determinados.

En esta oportunidad, el cartel se conformó con el rejoneador potosino José Antonio Hernández Andrés, quien enfrentaría un toro de la ganadería de su hermano Jorge y los matadores de toros Zotoluco, Luis Fernando Sánchez, David Bonilla, Héctor de Granada, Teodoro Gómez y Arturo Gilio, quienes saldrían a lidiar una corrida de don Reyes Huerta.

La corrida de don Reyes, de acuerdo con la crónica publicada sin firma en El Sol del Centro al día siguiente del festejo, pero presumiblemente de la autoría de don Juan Esparza Rodríguez, quien se encargó de esa tribuna tras de la retirada de ella de don Jesús Gómez Medina, refleja que estuvo compuesta por seis prendas, que únicamente permitieron a los toreros exhibir su mayor o menor rodaje y solamente fue el más joven de la sexteta de toreros de a pie, Arturo Gilio, el que materialmente arrancó una oreja al que le tocó en suerte, en tanto que un diestro de Aguascalientes, muy querido por la afición, el Chato David Bonilla, se fue a la enfermería con un tobillo fracturado y Héctor de Granada se llevó por su parte una buena paliza.

De la descripción de la actuación de Arturo Gilio, entresaco lo siguiente:

Aunque correspondió al centauro abrir el festejo, habrá que ocuparse uno en primer término del desempeño que tuvo el diestro lagunero Arturo Gilio frente a “Guapito”, marcado con el número 46 en los costillares y de 473 kilogramos; Arturo, vestido de negro y oro, entusiasmó a los espectadores al torear por verónicas... se encargó de adornar a su socio, el tercer par fue el mejor colocado, pero el lagunero en todos recibió el agradecimiento de una concurrencia que registró bastante menos de media entrada... “Guapito” resultó ser un buen zurdo, por el lado derecho no nada más era malo, sino hasta con mucho peligro; lo anterior lo comprendió Gilio, quien se tuvo que dedicar a ofrecer una faena izquierdista, en la que hubo tandas de bien ejecutados naturales... de mucha calidad y temple... el remate de la labor fue con un farol... premiado con cerrada ovación y música... y a tirarse a matar, un pinchazo y luego la estocada. Como premio, una oreja...

Decía antes que David El Chato Bonilla se fue a la enfermería con un tobillo fracturado, don Juan Esparza describe el trance así:

...La faena de muleta la inició Bonilla con muletazos por alto, una tanda de ayudados, luego a torear con la izquierda; un molinete y dos buenos derechazos en la siguiente tanda para rematar con el de pecho; insistió en torear por ayudados; intentó dar más con la mano izquierda y ya no respondió por ese lado “Bordador”, no había más tiempo para desperdiciar, la muleta a la derecha, resbaló David y el toro fue por su presa, no le pegó la cornada, pero el golpe le fracturó el tobillo izquierdo a Bonilla...

También Héctor de Granada pasó su quinario, en al faenar al cuarto de lidia ordinaria, quinto de la tarde, le sucedió lo siguiente:

...cuando el diestro trataba de demostrar que él se había impuesto, en unos muletazos de pitón a pitón, “Payaso” lo alcanzó en la parte inferior interna del muslo izquierdo... todo quedó en el daño a la taleguilla en grana y azabache. Héctor rodó hasta quedar fuera de la zona de peligro, pero aún se llevó otro susto y tuvo que hacer gala de piernas, “Payaso” estaba decidido a cobrarse con creces cada muletazo en que su acometida había sido burlada...

Por los demás actuantes, por sus fallos con la espada, Zotoluco solamente saludó desde el tercio al igual que Luis Fernando Sánchez, en tanto que el moreliano Teodoro Gómez veía silenciada su labor. El caballero en plaza José Antonio Hernández Andrés fue aplaudido tras de su actuación.

El festejo de hoy. 12ª corrida de feria: 6 de Corlomé para Óscar San Román, Víctor Mora, Ismael Rodríguez, Oliver Godoy, Gerardo Adame y Antonio Romero. (Corrida de la Oreja de Oro)

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