domingo, 18 de octubre de 2009

Jesús Solórzano y Bellotero, 45 años ya


El ecuador de la década de los sesenta en México, en las filas de los novilleros, resulta ser una especie de etapa de hidalgos, entendido el término en su sentido original, es decir hijos de algo. En ese tiempo se presentaron en la Plaza México varios toreros que llevaban nombre o sangre ilustre, o ambos, como Ricardo Torres, hijo del gran torero hidalguense que les he presentado en un espacio anterior; Manolo Rangel y Ricardo García, sobrinos del mismo diestro; Víctor Pastor, hijo de un novillero retirado y promotor en esos días de espectáculos bufos.

Luego estaban Luciano Contreras, hijo del otro Luciano que alguna vez saliera en volandas de la Plaza de la Carretera de Aragón en Madrid; Javier Liceaga, emparentado con ese frondoso tronco que iniciara el gran David; de estirpe de varilargueros era Rafael Muñoz Chito; de ganaderos lo era Gonzalo Yturbe y Armando Mora era ya el tercero o cuarto de una familia de toreros de la Triana de Aguascalientes que hacía el intento de llegar a matador de toros y Manolo Espinosa, el hijo mayor del Maestro Armillita y Alfonso Ramírez Ibarra Calesero Chico también se preparaban para subir al escalafón mayor. Entre esos modernos hidalgos, se encontraba Jesús Solórzano, hijo del Rey del Temple, quien llenó importantes páginas de grandes acontecimientos en la historia del toreo.

El 18 de octubre de 1964 estaba anunciada la 26ª novillada de la temporada correspondiente a ese calendario y a despecho de lo que hoy sucede, en los tendidos de la gran plaza se congregaron unas 15,000 personas para ver actuar a Solórzano, quien alternó con Ricardo García y el debutante estadounidense Diego O’Bolger. Curioso festejo este, en el que los tres toreros salieron vestidos de verde muy claro y oro, para enfrentar a los novillos de Santo Domingo que esperaban en los corrales.

La tarde fue ventosa, lo que dificultó la lidia en algunos momentos y sitios del ruedo. En la revisión del vídeo, una actitud que me llamó la atención, es el hecho de que Jesús Solórzano, cumpliendo con su papel de director de lidia, estuvo en todo momento auxiliando a la peonería y a sus alternantes y ordenando las cosas cuando el viento las dejaba fuera de su sitio.

Otros sucesos destacables fueron el ver a le peonería salir a recibir a los toros y correrlos a una mano, bregar por delante para no tocar los lados y en el segundo tercio, saliendo a buscar toro donde esté, no esperando a que se los capoteen en exceso para ponerlo en suerte. Bien se habla de que Felipe González El Talismán Poblano, Liborio Ruiz, Cayetano Leal Pepe Hillo, Antonio Martínez La Crónica y esa gran generación de toreros mexicanos de plata, son algo que hemos perdido irremisiblemente, pues hoy, poco, por no decir que nada de eso vemos en nuestras plazas.

El cuarto de la tarde se llamó Bellotero, número 113, y se le anunciaron 358 kilos de peso y ante él, como dijo Pepe Alameda, el trasteo, tuvo cualidades como imaginación, sello, temple y estructura y así, Jesús Solórzano lo recibió con un farol de rodillas; tomó las banderillas y el tercer par, al sesgo por afuera, fue el más destacado. Con la muleta, templó y enseñó gran variedad con los remates, pues abrochó unas series con la arrucina y el de pecho ligados; otras con el kikirikí y no le faltó tampoco el pase de la firma y cuando toreó al natural citó de frente, logrando una serie breve pero templada y de buen aire.

Aunque se pedía el indulto de Bellotero, Solórzano se tira a matar – como es debido – y pincha en lo alto. Al segundo intento deja una estocada a un tiempo, ligeramente desprendida, pero que es suficiente para que doble Bellotero y surja el grito de ¡torero!, ¡torero! El Juez de Plaza concede la vuelta al ruedo a los despojos de Bellotero y las orejas y el rabo a Jesús Solórzano que pasea solamente las dos orejas, para acallar algunas protestas que se suscitaron en los tendidos.

Tras de su actuación, declaró lo siguiente a Pepe Alameda, que narraba para la televisión:

...A la gente la había soñado así, pero la faena tuvo muchos defectos para mi modo de ver… aunque el momento más emotivo para mí, fue cuando toree al natural, de frente, en el último tramo de la faena… Lo que uno siente, lo tiene que sentir la gente… Todo depende de lo que salga por la puerta de toriles, si todos salen como este de hoy, seguramente cortaremos las orejas siempre…


Unos domingos antes, Calesero Chico había realizado una gran faena a Monarca, de San Antonio de Triana, en la tarde de su presentación en la capital, quienes tuvieron la fortuna de verla, señalan que fue una de las grandes tardes en la historia de las novilladas en esa ciudad y hoy, quizás podamos, junto con la que da motivo a esta entrada, colocarlas con las de Rafael Osorno a Mañico de Matancillas en el viejo Toreo; la de Fernando de los Reyes El Callao, a Cuadrillero de San Mateo; la de José Antonio Ramírez El Capitán - hermano de Calesero Chico - a Pelotero de San Martín, como ejemplo de las obras más acabadas de novilleros en las principales plazas de la capital mexicana.

Con esta faena a Bellotero de Santo Domingo, Jesús Solórzano hijo comenzó a escribir una historia que descansa además sobre los vértices de Fedayín de Torrecilla y Billetero de Mariano Ramírez, que son quizás, los trasteos más destacados de este torero mexicano en el ruedo de Insurgentes. Es por eso que hoy, cuatro décadas y media después, recuerdo esta brillante actuación de un torero que como poco se acostumbra hoy en día, se preocupó por serlo y parecerlo.

Esos eran los tiempos en los que no había aquí, al menos oficialmente escuelas de tauromaquia. Esos hidalgos de la mitad del Siglo XX abrevaron el aprendizaje del toro en su casa, en la vida de todos los días. Quizás por eso siempre se han preocupado por llevar consigo esa torería, tan escasa en estos tiempos que corren y que en sus manos, es un verdadero tesoro, aparentemente, en peligro de extinción.

viernes, 16 de octubre de 2009

Velázquez y Rodríguez, mano a mano

Ayer se cumplieron 40 años de la muerte de Antonio Velázquez y hoy es el 16º aniversario de la partida definitiva de Rafael Rodríguez, dos grandes toreros mexicanos. Es por eso hoy les recuerdo a los dos, mano a mano, con las siguientes ideas:

Contrastar en el ruedo deja a los toreros en una situación de ventaja, pues cada uno de ellos podrá en su forma de concebir el toreo, destacar sus virtudes frente a sus alternantes. Cuando el contraste es marcado, se dice en los círculos de la fiesta que el mano a mano es natural, es decir, que habrá en el ruedo la confrontación de dos estilos, de dos técnicas y de dos concepciones del toreo diametralmente opuestas. Cada uno de los espadas, podrá entregar a los públicos lo mejor de sí y será valorado dentro de los límites de su propia tauromaquia, la que domina, la que se ha creado a partir del conocimiento de los cánones básicos del toreo.

Cuándo hay dos toreros de una misma línea de ejecución, el mano a mano es difícil, pues con las mismas armas tendrán que luchar ambos por el favor de los públicos, no será posible el contrastar las habilidades del uno y del otro, se trata en estos casos, de dilucidar quién está mejor que el otro, quien es el que accede al luminoso amanecer del triunfo y quien es el que se quedará en la negra oscuridad del fracaso, a la espera del siguiente domingo en el que de nueva cuenta, se abrirá el túnel de la esperanza y por qué no, de la guerra.

Un torero de León de los Aldamas, Antonio Velázquez y otro de Aguascalientes de la Asunción, Rafael Rodríguez, se encontraron en el ruedo en estas últimas circunstancias, pues su tauromaquia se apoyó en el principio básico del valor sereno, meditado y fundado en un amplio conocimiento del canon, al que interpretaron según su personal sentimiento, creando una tauromaquia en la que a toda costa, había que poderle a todos los toros.

Las trayectorias de Antonio Corazón de León y del Volcán de Aguascalientes, pueden atestiguar con la solvencia necesaria, que para ellos, una vez dominada su tauromaquia, no hubieron toros a contraestilo ni toros a los cuales no se les pudieran hacer cosas. Su orgullo era el sobresalir a como diera lugar y definitivamente, la historia nos demuestra que lo lograron.

Los artistas tienen la capacidad de captar la impronta de la personalidad de los hombres y para ilustrar esta remembranza, tomo primero como ejemplo lo que don Carlos Septién, El Tío Carlos escribió acerca de la faena de Antonio a Cortesano, de Torreón de Cañas, la noche del 28 de febrero de 1945, cuando disputaba la Oreja de Oro a Cagancho, El Soldado, Pepe Luis Vázquez, Antonio Bienvenida y Luis Procuna. Un torero que a un solo toro se jugó el mañana en su profesión:

Antonio Velázquez, Corazón de León:

¡Qué hombrada la tuya, anoche, en esa corrida de la Oreja de Oro! Como hombre triunfaste en una lucha de entrega absoluta, completa, total. Una lucha rebelde contra tu propio, adverso destino de los últimos años; una lucha noble y viril sostenida con tu propio alternante en quites – El Soldado – en cuya cuadrilla militaste como peón de brega; una lucha torera con tu enemigo, fuerte, encastado, difícil, una artística lucha bizarra contra los otros cinco maestros que aspiraban al premio de la Oreja de Oro. Qué hazaña la tuya de recia y cabal varonía…

¡Antonio Corazón de León!

…y triunfaste como mexicano. Mexicano del Bajío que vale decir castellano de México. Echaste tu vida a un albur de triunfar y créeme que hubo momento en que tuve la duda de si eras un ranchero con la frazada en la izquierda y el machete en la diestra, peleando en la noche tu vida y tu honra… Porque entre el revuelo agitado del trapo y los rápidos fulgores del estoque y en el jadeo de la lucha, yo creí oír una ronca voz que cantaba el viejo canto viril: Sí me han de matar mañana, que me maten de una vez… Y era tu voz.

¡Antonio Corazón de León!

No recuerdo ninguna otra Oreja de Oro ganada tan legítimamente en una sola faena… No evoco otras lágrimas de torero tan sinceras, tan justas, tan emocionadas como las tuyas en esos minutos de ayer…

¡Qué hombre, qué torero, que mexicano eres!

¡Antonio Corazón de León!

Hay muchas grandes tardes en la historia de El Volcán de Aguascalientes, pero de las que poco se recuerdan, está una, en la que alternando con su padrino de alternativa, Silverio Pérez y el mismo Antonio Velázquez, acreditó una vez más a la afición de la capital mexicana el hecho de que era una importante figura de los redondeles. Paquiro, en La Lidia de México del 21 de abril de 1950, nos relata lo que sucedió 5 días antes entre Rafael y Jarocho de Xajay:

...Toreros valientes, hay muchos. Toreros suicidas, abundan. Toreros trágicos, siempre han existido. Pero, la verdad sea dicha con toda claridad, toreros como Rafael Rodríguez, son escasos...

DOS OREJAS A RAFAEL. – Jarocho, de 427 kilos, un toro bravo y de buen estilo, fue el tercero de la tarde. Lo recibió Rodríguez con varias verónicas bien instrumentadas. En los quites los tres espadas bregaron con tino y prontitud. Cubierto el segundo tercio por la peonería, el burel llegó a manos de Rafael, ya provisto de muleta y estoque, que por principio de cuentas se quedó quieto como una torre en varias series de muletazos por alto que iniciaron el escándalo en los tendidos. Como el burel tardara un poco en embestir, recurrió Rafael a sus cites de muerte llegando hasta los mismos pitones y encelando a la res con su propio e hidrocálido cuerpo. Y así, entre la angustia de la gente y la heroicidad de Rafael, se fue construyendo aquella faena de sentido amargo y torero como el que más. Ligó una magnífica tanda de naturales que remató con un forzado de pecho de la más pura estirpe belmontina. ¡Algo extraordinario! Finalizó su hazaña con manoletinas de miedo, sin que se supiera por donde pasaron los pitones de Jarocho y el ruedo se cubrió de sombreros, mientras los tendidos albearon de pañuelos en solicitud de todos los apéndices para el triunfador hidrocálido. Este tuvo la mala suerte de pinchar en una ocasión, en magnífico sitio, antes de sepultar un estoconazo mortal de necesidad. Se le concedieron a Rafael las dos orejas de Jarocho y se le hizo dar varias vueltas al ruedo entre una lluvia de prendas de vestir y una tempestad de flores por parte de las majestades primaverales…

Triunfadores los dos, en una lucha que fue personal y taurina primero y después solo taurina, no quisieron tener a su alcance el expediente del contraste para destacar cada uno por sus cosas, siempre en el ruedo buscaron distinguirse el uno sobre el otro y cada tarde estoy convencido, Rafael aprendía de Antonio y Antonio de Rafael, cada tarde uno se impregnaba mas del otro y es por ello que lograron cultivar una sólida amistad que no se habrá terminado, pues en la gloria, seguro estoy que como en aquél mayo de 1951, el vestido blanco y oro de la confirmación en la eternidad, Antonio Velázquez se lo cedió a Rafael Rodríguez, su amigo, que con él continuará mano a mano, recorriendo los redondeles celestiales por los siglos de los siglos, luchando con las mismas armas y luciendo su grandeza.

miércoles, 14 de octubre de 2009

La tragedia de Joselillo vista por El Tío Carlos

Pensé concluir estos recuerdos de Joselillo con la entrada del día de ayer, pero hurgando en la biblioteca, me encontré con estos dos valiosísimos textos de don Carlos Septién García, El Tío Carlos, a quien ya había presentado a Ustedes y que describen in situ, la situación y la realidad de lo que fuera la última tarde y la muerte de Laurentino José López Rodríguez.

No tiene desperdicio ninguno de los dos, que fueron recopilados por el propio autor en su libro Crónicas de Toros, publicado por primera vez en 1948 y reeditado tres décadas después. Y como los toreros malos, aprovecho el viaje para recordar también a este gran escritor mexicano, ya que el lunes se cumplen 56 años de su óbito en un accidente de aviación. Ojalá los encuentren de interés.


La cornada

28 de septiembre de 1947. – Pepe Luis Vázquez, Joselillo y Fernando López Con toros de Santín.

¡Y Joselillo estaba comenzando a torear!

Por eso su desgracia duele doblemente. Porque la cornada vino a segarle el vuelo precisamente en la tarde en que ese muchacho todo valor y autenticidad había comenzado a intentar un toreo diferente del tancredismo que hasta ha ce poco practicara. En su primer toro de ayer – un animal con genio, fuerza y ganas de prender – José Rodríguez había cuadrado la muleta para meter en ella la embestida, había aguantado heroicamente en varios derechazos y pases por alto y aun había despedido de mucho mejor modo que en ocasiones anteriores.

La estatua fatalista que estábamos acostumbrados a ver bamboleándose sobre su rígida peana, empezaba esta tarde a cobrar vida y a ejercer sobre el toro una voluntad diferente a la de la simple entrega irremediable: la voluntad de hacer triunfar al hombre sobre el instinto.

Vino la cornada cuando el muchacho, empujado por su vergüenza, volvió a sus antiguos pasos y trató de arrollar con su heroica inmovilidad de muñeco de juguetería las leyes todavía inderogadas a las que está sujeto el movimiento del toro. El pitón no tuvo necesidad de ser impulsado por esfuerzo especial alguno para cruzar el muslo del novillero; sólo adelantó un poco y tropezó con el cuerpo que se le ofrecía en un holocausto descubierto y resignado.

Porque este es el verdadero sentido de la grave cornada que sufrió José Rodríguez. El mismo de la muerte de Linares y de la tragedia de Villa Vicosa. Varían – claro está – la experiencia y la potencialidad de los protagonistas en los diferentes dramas de estos treinta días aciagos. Pero el sentido es el mismo: el de un holocausto. El torero de entraña y de casta sabe que la muleta sirve para vencer al toro, pero no siempre para vencer al público. Y que para poder con éste no hay sino un "engaño": el rojo – también – de la propia sangre. Con ella prueban los toreros genuinos que lo que hacen frente a los toros es auténtico.

Dos son esas obras que los toreros cumplen en el ruedo: la una es el arte mismo que realizan. La otra es la actitud. En cumbres como Manuel Rodríguez, arte y actitud se funden en unidad insuperada; tan legítimo es el uno como la otra. En novilleros como José Rodríguez, el arte está en formación. Pero la actitud ya está cuajada. Y ella es de entrega a su responsabilidad y de limpia ambición de ovaciones.

Joselillo – lo hemos dicho varias veces en estas notas semanarias – ha sido para el aficionado motivo de constante temor, precisamente por esa desigualdad existente entre su casta y su técnica, entre su actitud y su dominio de las suertes. En tanto que la vergüenza de José Rodríguez es de torero cabal y no admite ya superación alguna, su técnica ha estado largo tiempo en embrión, porque nunca fue cuidado ese aspecto vital de su personalidad torera. El resultado es que el muchacho se ha parado frente a los toros en una actitud de inmolación constante: inerme, indefenso, entregando en cada pase y en cada lance, la ofrenda heroicamente resignada de su inmovilidad. Hasta ahora, en que vino la cornada de gravedad sin atenuantes.

Y ahora precisamente, cuando comenzaba a correr la mano tal y como lo hizo en los derechazos a su primer enemigo; cuando buscaba centrar al toro en la muleta y hada esfuerzos por despedir al animal, como lo logró en varias ocasiones durante su primer trasteo. Ahora es cuando ha venido la cornada. Evidentemente, el buen toreo estásufriendo los embates de un vendaval adverso.


Que se mejore Joselillo pronto y bien. Que cuando regrese a levantar su inmovilidad frente al toro, sea para que el riego de su sangre florezca en una técnica que lo libre del cruento sacrificio de cada pase y de cada lance. Para que su dominio iguale la grandeza de su vergüenza torera. Porque en otra forma no podrá vivir del toreo. O mejor: no podrá vivir.

Los alternantes de José fueron la prudencia vestida de grana y oro en el caso de Pepe Luis Vázquez y de tabaco y oro en el de Fernando López. Aquél utilizó su experiencia para no exponerse en toda la tarde sino al peligro que se deriva de dar saltos: romperse una pierna. Fernando, más decoroso, revistió de suavidad sus precauciones y se mostró lidiador y habilidoso con el animal que cerró plaza.

Los santínes, con su casta criolla nerviosa, difícil y dispareja. Además, con sus kilos sobre los lomos.



Esta segunda pieza - una verdadera elegía -, fue publicada en el diario El Universal -a anterior vio la luz en el semanario La Nación - al día siguiente del fallecimiento del infortunado torero:

En el entierro de Joselillo

Patio de cuadrillas.

La carroza que llevaba los restos mortales de José Rodríguez, se detuvo a la puerta del Cementerio Español, junto al enhiesto fresno amarillo que vigila la reja del camposanto. Simultáneamente, la marejada tumultuosa del dolor popular – ayer apenas clamor de gloria sobre el túnel de cuadrillas – reventó contra el carro mortuorio: era un oleaje de luto, de flores y de rostros crispados en e! que se hundió por momentos el féretro gris.

Al fin, la caja donde José Rodríguez hacía su último viaje triunfal quedó izada y en sosiego. Dijérase que el novillero se terciaba el capote de lujo en el umbral mismo del misterio. Que allí volvía sus ojos tristes hacia el cortejo – ahora negro – de los compañeros. Y que después de un "¡suerte!" enronquecido y sincero, se disponía a hacer el paseíllo final por el ruedo de cruces.

¡Este lloroso patio de cuadrillas del Cementerio Español! ¡Y este Joselillo heroico, más pálido que nunca, más firme que nunca, porque sabía muy bien que de esta arena de cementerio sí que marcharía a la gloria verdadera!

Anda, valiente, carnina por el ruedo de cruces: ¿Qué, no oyes ya la música de los responsos prendiéndote la lumbre de la gloria en el alma? ¿Qué, no ves ya tu cuerpo cubierto con el traje de luces de la resurrección? ¿Qué, no ves que – ahora sí – ya no habrá toro, ni acechanza que pueda hacerte daño y que todos los cuernos han quedado a tus pies?

Anda, torero, anda sin miedo. Que tu faena es ahora descansar en paz…

La Ovación de las Hojas.

¡Y ese fresno amarillo que no podremos olvidar!

Porque en el preciso momento en que el féretro de Joselillo iniciaba su fúnebre marcha hacia la tumba, el fresno amarillo sacudió sus brazos y lanzó sobre la caja una lluvia trémula de hojas de otoño que cubrió de oro lívido el ataúd. ¡Qué lejos – y qué cerca – se hallaban los claveles de Conchita, la de la porra buena, y las rosas rojas de las cuatro de la tarde!

– Mira las hojas – murmuró a nuestras espaldas la voz ahogada de Juan Ignacio Pombo, el amigo de José.

Y las hojas seguían cayendo en una muda ovación de sollozo. Seguían cayendo como cayó la muleta de José Rodríguez en aquella manoletina del 28 de septiembre; como cayó su cuerpo sacudido del pitón de un toro de Santín; como cayó su sangre, manando en raudales silenciosos por la vena rota; como cayó su vida desprendida de una savia joven, enhiesta y melancólica…

¡Qué simple y qué profundo abismo de muerte entre los claveles de las cuatro de la tarde y las hojas de otoño de las seis!

El abismo de la vida y la muerte en el columpio rojo de un pase de muleta. El misterio racial del arte de torear.

Cesaron de caer las hojas del fresno amarillo. Y una verdad quedó en pie: el tronco macizo, inquebrantable, del cual habían caído. El fresno seguía su guardia perenne frente a la puerta de cuadrillas de aquel ruedo de cruces y tumbas.

La muleta de Joselillo; el terno de Joselillo; el parón de Joselillo… Dejemos a las hojas de otoño. Y veamos el tronco rotundo, permanente y viril. Ese tronco que es la actitud de Joselillo frente al toro; ese heroico querer que fue la sustancia misma de su personalidad de hombre y de torero; esa inmóvil guardia caballeresca, altiva y resignada, que él levantó siempre, en cada muletazo frente al cementerio del testuz.

Esa herencia tremenda y gloriosa de Manuel Rodríguez, que Joselillo quiso tomar sobre sus hombros jóvenes con el humilde orgullo y la voluntaria renunciación de quien sabía que con ello tomaba la cruz.

Todo lo demás podrá pasar borrado de la memoria por cualquier remolino. Pero eso queda. Porque Joselillo, el que a nadie podía enseñar nada del arte de sortear reses bravas, es maestro de una cosa tal vez más rara y más difícil: de hombría y de integridad.

Y por ello, su actitud quedará para siempre enhiesta, dorada y triste, como la del fresno amarillo del Cementerio Español…

martes, 13 de octubre de 2009

Joselillo (III/III)

La tarde final

Ya en la plaza, la novillada de Santín salió bronca, con pocas opciones para los toreros, por lo que, quienes colmaban los tendidos pronto estallaron en ira. Pepe Luis Vázquez sufrió para despenar al que abrió la tarde; Joselillo fue abroncado nada más abrirse de capa ante el segundo y aunque con la muleta tuvo momentos que encendieron a las masas, falló con la espada y escuchó un aviso. Llamado al tercio, se volvieron a hacer presentes las protestas y los denuestos en su contra.

Los toros siguientes (tercero y cuarto) repitieron el juego de los anteriores, poniendo la tarde en el tobogán, pero en los chiqueros esperaba el toro negro, bragado y cornicorto que sustituyó al que Pepe Luis y Fernando López rechazaron en la ganadería. Se le anunciaba un peso de cuatrocientos cincuenta kilos y se le nombró Ovaciones, como se llama uno de los periódicos representados en ese festejo sindical.



Joselillo estaba decidido a terminar pronto, pues al pasaportar a Ovaciones sería su salida por un tiempo de la Plaza México, la que lo llevó a la cumbre en un par de festejos y que ahora parecía determinada a acabar con él.

No logra acomodarse con la capa, debido a que el toro era reservón. Al enmendar el terreno en un quite por gaoneras, los insultos cobraron un inaudito volumen. Con las banderillas, el experimentado Vicente Cárdenas, Maera sufrió para cumplir su cometido, pues el toro apretaba para los adentros. Joselillo recibía de Escutia los trastos de matar y su apoderado le indicó: Dóblate con él y mátalo.

Tras de brindar a Eduardo Solórzano, Joselillo intentó pasar al toro por alto, viéndose en la necesidad de enmendar el terreno, pues Ovaciones se acostaba. Opta por seguir la recomendación de Fernando López y comienza a doblarse, exhibiendo su intención de terminar pronto. Los insultos vuelven a aparecer. Acicateado por los gritos de los reventadores, Joselillo trata de sacar al toro de tablas, para torear con la derecha en los medios. Solo dos derechazos liga y el toro se escupe de nuevo a su querencia. Allí va a buscarle el torero, sacando una impresionante voltereta a cambio. Allí decide cortar por lo sano. Va a las tablas a cambiar espadas y a beber un sorbo de agua. En eso estaba Joselillo, cuando desde el tendido de sol alguien gritó: ¡Ya arrímate… payaso!

Herido en lo más profundo, Joselillo se dirige al toro. En el terreno contrario, frente al burladero de matadores, citó para dar manoletinas. La primera fue espeluznante y la segunda sería la última de su vida, porque a la mitad de la suerte, Ovaciones alargó el cuello y le hundió el pitón derecho en la ingle, zarandeándolo como si fuera de trapo.

La gravedad de la cornada que llevaba Joselillo se manifestó desde el primer momento. La sangre manaba a borbotones de su entrepierna. El torero forcejeaba con quienes le querían llevar a la enfermería, pues pretendía volver a la cara del toro. Javier Cerrillo, subalterno que actuaba esa tarde, tuvo que golpearlo en la mandíbula para ponerlo fuera de combate y permitir su traslado a la enfermería. Es hasta entonces que José Escutia le pudo taponar la herida con la mano, para evitar una mayor pérdida sanguínea.

Pepe Luis Vázquez terminó con Ovaciones de dos pinchazos y media estocada. Una vez arrastrado el toro, varios aficionados brincaron del tendido de sombra al de sol y a golpes sacaron de la plaza al irresponsable autor del grito que tenía a Joselillo entre la vida y la muerte.

Se cuenta que fuera de la enfermería, Tomás Valles decía a quien quisiera escucharlo que el arrimón que se pegó Joselillo esa tarde era innecesario. Por su parte, Antonio Algara hacía notar que era una exageración el que los novilleros torearan encierros tan cuajados. Seguramente ambos, uno empresario de la Plaza México y el otro, del recién inaugurado Toreo de Cuatro Caminos, en su fuero interno, veían esfumarse un negocio que les parecía inminente y redondo.



Adentro, los doctores Ibarra padre e hijo, Rojo de la Vega, Huerta de la Sota y Herrera Garduño iniciaban una lucha que tendría un triste final. El parte médico que emitieron después de casi tres horas de cirugía, fue el siguiente:

Durante la lidia del quinto novillo ingresó a la enfermería de la plaza el diestro José Rodríguez (Joselillo) quien presentaba herida por cuerno de toro con orificio de entrada de seis centímetros en el triángulo de Scarpa, del muslo derecho, que presenta dos trayectorias: Una hacia arriba, que interesa piel, tejido celular, aponeurosis y músculos, llegando hasta la fosa iliaca con una extensión como de quince centímetros, y otra hacia atrás, de diez centímetros, que interesa los mismos planos, seccionando completamente la arteria femoral y desgarra varios vasos arteriales y venosos y fibras del nervio crural. Hay gran hematoma que infiltra todas las regiones señaladas. Estado de anemia agudo. Shock traumático por hemorragia externa. Anestesia con balsoformo, desbridación, ligadura de los dos cabos de la arteria femoral y vasos señalados. Contrabertura de la fosa iliaca derecha. Desinfección y canalización con tres tubos. Transfusión de sangre de 300 centímetros cúbicos. Cardiotónicos. Sueros fisiológico, antitetánico y antigangrenoso. En la arteria media del pie correspondiente no existen pulsaciones. ESTA LESIÓN PONE EN PELIGRO LA VIDA y la mutilación del pie derecho. En caso de sanar, tardará treinta días. Presenta además contusiones de primer grado y escoriaciones dermoepidérmicas en la pierna derecha. (Garmabella, Op. Cit., 144 y 145)

Joselillo fue trasladado al sanatorio Santa María de Guadalupe, en la creencia de que la cornada era de menor gravedad, pensando en su inminente viaje a Lima y con la felicidad de hacer ganado la Medalla de la Prensa que se disputaba esa tarde.

Ya interno en la habitación número seis, volvió a recaer. Fue necesario aplicarle suero intravenoso y oxígeno con mascarilla. Dada a extensión de la herida, se temía que ésta se gangrenara, por lo que se le aplicaron fuertes dosis de un nuevo medicamento que parecía ser milagroso: Penicilina.

Conocida la magnitud de la cornada, de todo el mundo taurino se pedían informes sobre su estado y estos no eran halagüeños. Dado el procedimiento quirúrgico seguido – ligadura de los cabos de la femoral seccionada – la circulación de su pierna derecha estaba muy comprometida, no obstante en lo demás, el estado general de Joselillo parecía mejorar. El miércoles se hizo público un nuevo parte médico en el que se advierte que hay una incipiente circulación colateral en la pierna derecha del torero, que todavía ignoraba la gravedad por la que pasaba.

El domingo 5 de octubre parecía que la cuadrilla de Ibarra y Rojo de la Vega había triunfado una vez más. Tanto así, que tras del paseíllo de la novillada celebrada ese día, el público les obligó a dar una triunfal vuelta al ruedo, aunque en el ambiente flotaban los signos de una dolorosa preocupación.



Laurentino siguió mejorando, tanto, que se le permitía salir en silla de ruedas a tomar el sol en el jardín interior del sanatorio. En ese tenor pasaron los días, hasta que llegó el martes 14 de octubre.

Ese día, Joselillo sería dado de alta y se le trataría con fisioterapia y diatermia como paciente externo. El torero aprovecharía la salida del hospital, para asistir a una comida que se ofrecía a los médicos de plaza por lo que se consideraba su hazaña. Sería a las dos de la tarde en El Taquito, feudo de don Rafael Guillén. Antes de firmar el alta, el doctor Rojo de la Vega le instruyó para que se abstuviera de caminar y para que no dejara de asistir a sus sesiones de tratamiento, hasta que la pierna derecha se recuperara.

A las once de la mañana Joselillo fue trasladado a la sala de fisioterapia. Allí tuvo que esperar turno, pues Ángel Procuna era atendido. En la espera, Ángel y Joselillo comenzaron a jugar lanzándose una pelota de esponja, riendo ambos a carcajadas, motivo por el cual, el fisioterapeuta les llamó la atención y les pidió seriedad, dado el sitio en el que se encontraban.

Repentinamente Joselillo palideció y perdió el sentido. El fisioterapeuta y Ángel Procuna lo subieron a una camilla y se llamó al doctor Ibarra, que estaba en el segundo piso del sanatorio. Advertido del cuadro que presentaba el torero, ordenó llamar a un cardiólogo y el traslado de Laurentino a su habitación.

Una vez que recuperó el sentido, Joselillo se quejaba de un dolor que le iniciaba en el abdomen y le llegaba hasta la espalda. Se le colocó una mascarilla de oxígeno, mientras el cardiólogo le inyectaba aceite alcanforado, cardiazol y coramina. Laurentino por su parte, pedía que se le durmiera, pues sentía mucho dolor y tenía sensación de asfixia.

Ante su repentina gravedad, se pidió al capellán del sanatorio que le administrara los últimos sacramentos y tras de recibirlos, Joselillo dijo: Ya no puedo más… y dejó de respirar. Era la una de la tarde con cinco minutos.

Al día siguiente, se celebró su misa de córpore insepulto en la Basílica de Guadalupe y a las cuatro de la tarde, fue inhumado en el Panteón Español, acompañado por una gran multitud.

En conclusión

Desde mi punto de vista resulta evidente que en el caso de Joselillo prevaleció la cerrazón de un apoderado – Don Dificultades – que pretendía saberlo todo y que pensó que con oírle pontificar, el torero tendría el tiempo necesario para adquirir el conocimiento de la técnica del toreo delante de los toros, superando así la proclividad a las cornadas que su escaso rodaje y su intuitiva manera de hacer el toreo le producían. No olvidemos que Joselillo sería el primer caso notorio de un torero apoderado por José Jiménez Latapí, que dejaría de serlo, gracias a las cornadas de los toros. Recuérdese a El Torero de Canela, que en Guadalajara estuvo al borde de la muerte y el de Lalo Cuevas, que perdió una pierna a causa de una cornada.

Otra circunstancia que jugó un papel importante en el desenlace de esta historia es el hecho de que Joselillo comenzara a torear en México cuando las heridas causadas por el llamado boicot del miedo y por la Guerra Civil Española estaban frescas todavía. Sobre todo esta última, que trajo a nuestro país una nueva inmigración que produjo enconados enfrentamientos entre los que ya estaban aquí y los que llegaron por el azar de la guerra. A Laurentino se le consideró como uno de esos a los que despectivamente se llamaba rojos advenedizos y ni sus propios paisanos lo aceptaron con facilidad.

Aparte y por encima de todo, está la miopía cortoplacista de los empresarios, principalmente de Tomás Valles y Antonio Algara, que convirtieron la carrera de Joselillo en su particular campo de batalla disputándose la posibilidad de empujarlo a la alternativa y de obtener pingües ganancias con su presencia en las temporadas de corridas que planeaban para el final de 1947, uno en la Plaza México y el otro en el recién abierto Toreo de Cuatro Caminos. En el estado de cosas que en ese momento se vivía, Joselillo era el único torero capaz de llenarles sus plazas y con su incapacidad de ver más allá del siguiente domingo, principalmente Valles, que era quien tenía prácticamente la exclusiva sobre el torero, evitaron que el plan de Fernando López se llevara a cabo y que Joselillo afinara en el campo los conocimientos técnicos que hicieran posible su arribo a la categoría de figura del toreo.

Pero como lo decía al principio, los encargados de organizar festejos taurinos prefirieron vivir el hoy a construir para el futuro y así, lo único que lograron fue poner una baldosa más para pavimentar el Boulevard de los Sueños Rotos, tan magistralmente descrito por Joaquín Sabina.



Se asegura que Joselillo recibiría la alternativa a finales de 1947 en Lima, de manos de Carlos Arruza y con el testimonio de Luis Procuna, pues el plan de que fuera Manolete quien se la otorgara, se frustró en Linares un mes antes de la cornada de Ovaciones. Laurentino llegaría a la alternativa más que por su madurez como torero, utilizándola como una puerta de escape a su insostenible situación en el escalafón novilleril.

En esas circunstancias, Fernando López podría sacar de México a su torero, foguearlo en la temporada invernal sudamericana y después placearlo en el interior de la República, para que al llegar la temporada 1948 – 1949, tuviera las condiciones necesarias para alternar con los diestros de la Edad de Oro que seguían a la cabeza del escalafón: Armillita, Silverio, Garza y El Soldado entre los principales.

Además de su trágica leyenda, Joselillo junto con el Torero de Canela, trascienden porque representan los albores de una nueva era. No cuajaron en las figuras que prometían ser, pero demostraron en primer término, que aún sin Manolete, la Plaza México podía ser llenada y en segundo lugar, que habrían de llegar los toreros que ocuparan el sitio que ocupaban desde hacía algunas décadas, los toreros de nuestra Edad de Oro.

domingo, 11 de octubre de 2009

Joselillo (II/III)

¿Cambio de rumbo?

Será en ese periodo de recuperación y de reflexión, cuando Joselillo reconoce la necesidad de tener una nueva administración para su todavía incipiente carrera taurina. El final de sus relaciones con Don Dificultades fue aparentemente agrio, pero Laurentino mantuvo su decisión y a partir de la noción de que Jiménez Latapí representaba otros toreros y algunas ganaderías, se hizo pública la terminación de la relación de apoderamiento y el hecho de que el torero buscaría quien se encargara de sus asuntos en exclusiva.



Se dice que por esas fechas, a través de José Flores Camará, la empresa de la Plaza de Madrid le ofreció apoderamiento, a condición de que se fuera a España. La realidad es que Joselillo sufrió por encontrar un valiente que aceptara llevarle sus asuntos, porque el que llegara a realizar esa labor tendría que enfrentar la ira del Ogro del Pino y la solidaria que le tendrían muchos colegas de éste, quienes no perdonarían la afrenta hecha a uno de sus iguales.

Al final de cuentas, fue el banderillero Fernando López, homónimo del Torero de Canela quien aceptó salirle al toro. Como ocupaba un cargo directivo en la Unión Mexicana de Picadores y Banderilleros, pidió permiso para separarse de él y estar en posibilidad de hacerse cargo de los destinos toreros de José.

Lo primero que hizo Fernando – a quien La Chicha apodaba La Nena – fue el cancelar los compromisos inminentes, que eran para Ciudad Juárez y Chihuahua y después, aprovechando la relación que llegó a cultivar con don Paco y don Pepe Madrazo, cuando fue banderillero de Conchita Cintrón, recluyó a Joselillo en La Punta y Matancillas para tratar de imbuirle los conocimientos técnicos que tan urgentemente necesitaba. Por otra parte, Fernando intentó sacarle de la Capital, ofreciendo a Tomás Valles firmarle la alternativa para la temporada que iniciaría al mediar octubre.

Valles inmediatamente invocó la obligatoriedad del contrato firmado en mayo y exigió su exacto cumplimiento, amenazando con llevar el asunto a los tribunales, en caso de incumplimiento. De nada valió que Fernando López argumentara la saña con la que se trataba a su torero desde los tendidos y desde los medios y la necesidad de que Joselillo fuera placeado fuera de la ciudad de México, para darle las armas con las que pudiera enfrentar a los toros y a los públicos.

La idea del que después fuera gobernador de Chihuahua era la de obtener la utilidad presupuestada desde que se contrató al novillero sensación y la única manera de obtenerla era con las actuaciones de Joselillo, en el supuesto de que los toros lo respetarían y ese era el único riesgo que don Tomás estaba dispuesto a correr.

Así pues, tras de un breve paso por las fincas de los señores Madrazo, Joselillo reaparece en Insurgentes el día 10 de agosto, sin que la hostilidad que padecía cese; se le vuelve a poner para el siguiente domingo y tiene que matar tres toros por la cornada que sufrió Paco Rodríguez, dando una vuelta al ruedo entre opiniones muy divididas. Esta última actuación terminaba su contrato en la Capital y por fin, pensó, podría dedicarse a aprender el toreo y a preparar la alternativa que para fines de ese año, le era ofrecida desde varios frentes.



Joselillo propuso y el destino dispuso otra cosa, pues sin tener en cuenta su petición, la Unión, ya encabezada por Luciano Contreras, le obligó a actuar el 21 de septiembre en la novillada de la Oreja de Plata. El hecho de que trascendiera a los medios el deseo de Laurentino de no actuar en esa corrida provocó de nuevo la ira de los tendidos, especialmente la de La Porra. En esas condiciones, Pepe Luis Vázquez ganó el argentino trofeo y la opción a recibir la alternativa en la siguiente temporada grande.

Tras de esa tarde difícil, Joselillo actuó el 27 de septiembre en un festival benéfico que se dio en el Rancho del Charro. Allí realizó, de acuerdo con el testimonio de quienes lo presenciaron, la mejor faena de su incipiente carrera. Fungió como Juez de Plaza el inmortal Rodolfo Gaona, quien al término del festejo dijo a Laurentino:

Me habían dicho que eras muy valiente pero que no sabías torear. Están equivocados. Tu lo que eres, es un fenómeno. (José Ramón Garmabella, Op. Cit., Pág. 138)


Tras de su encuentro con el Indio Grande, faltaban menos de veinticuatro horas para que Laurentino José López Rodríguez, natural de Nocedo de Curueño, León, España, ciudadano mexicano por naturalización y conocido taurinamente como José Rodríguez Joselillo, tuviera el definitivo encuentro con su destino.

Para el domingo 28 de septiembre de 1947 se anunció la novillada a beneficio del Sindicato Nacional de Redactores de Prensa o Novillada de la Prensa. Actuarían en ella Pepe Luis Vázquez, Fernando López El Torero de Canela y el propio Joselillo, quien seguramente fue comprometido por Don Dificultades a torearla, como condición para finiquitar su relación de apoderamiento.

Los novillos de Santín escogidos para la ocasión, con la complicidad del ganadero Juan de Dios Barbabosa y el propio Jiménez Latapí eran en realidad una corrida de toros, adecuada para Pepe Luis Vázquez, listo para la alternativa, pero que para Laurentino y el de Canela, representarían una verdadera prueba.



Refiere José Ramón Garmabella que desde el embarque del encierro surgieron problemas. Especialmente los causó un toro que aparentaba pesar más de quinientos kilos y tanto Pepe Luis, como Fernando López exigieron que se sacara de la corrida. El ganadero ponderó la reata del toro y su buena nota de tienta y el apoderado de Joselillo insistió en su postura, amenazando con sacar a su torero del cartel. Al final de cuentas, Juan de Dios Barbabosa aceptó cambiar el toro por otro más adecuado al festejo de que se trataba. Era uno negro, bragado y cornicorto y sería a la postre, el toro del destino.

Para esa ocasión, Joselillo escogió un vestido palo de rosa y plata y a pesar de las circunstancias, mostraba un extraño buen humor a la hora en que José Escutia, su mozo de espadas, le ayudó a enfundarse el terno.

sábado, 10 de octubre de 2009

Joselillo (I/III)

El próximo miércoles se cumplen 62 años de la muerte de Laurentino José López Rodríguez, Joselillo. Aquí les presento un repaso de la vida y del breve paso por los ruedos de este verdadero fenómeno de la novillería, organizado a partir de una conferencia que se me invitó a impartir dentro de la Semana Cultural Taurina de la Academia Taurina Municipal de Aguascalientes, en agosto de 2002.



De Nocedo de Curueño a Gijón

Laurentino José López Rodríguez fue originario de Nocedo de Curueño, provincia de León, lugar que como Aguascalientes, se distingue por las calientes aguas que brotan de su suelo, en las estribaciones de la cordillera Cantábrica, más o menos a la mitad del camino entre León y Oviedo, el lugar en el que la piel de toro inicia su encuentro con el mar.

En el año de 1924, José Luis, el mayor de los nueve hermanos López Rodríguez, marcha a México y en 1932, a la muerte de su madre, solicita a su padre que le envíe a uno de sus hermanos para que le haga compañía y le ayude a proveer al hogar familiar. El elegido por su padre, don Victoriano López es el menor, Laurentino José, que nacido el 12 de julio de 1925, es apodado a esa corta edad El Vivo y el 24 de junio de ese año, es puesto a bordo del Cristóbal Colón, para hacer el viaje de Gijón a Veracruz, iniciando el camino que quince años después, terminaría en el ruedo de la plaza de toros más grande del mundo.

En México

Al llegar a la otrora región más transparente del aire, tras el paso del verano, que sirvió a Laurentino para conocer la ciudad y ambientarse en ella, es inscrito en el colegio Cervantes, pues la pretensión de José Luis era que su hermano menor tuviera las oportunidades que no estuvieron a su disposición. No obstante esos buenos deseos, la realización personal de El Vivo no estaría entre libros y cuadernos. Terminó su instrucción primaria más por la exigencia de su hermano mayor, que por convicción. Con aptitudes para el dibujo, sus preceptores escolares sugirieron que se enrolara en una academia de artes plásticas. Por su parte José Luis pretendía que Tino estudiara una carrera comercial, misma que le daría las armas necesarias para bastarse a sí mismo. La respuesta de su hermano menor a esas insinuaciones fue tajante: Yo seré millonario sin trabajar y mucho menos, sin estudiar…

Primero el fútbol y a partir de su asistencia a una corrida de toros en 1942, los toros fueron el tema de la lectura y de la conversación de Laurentino, quien confesó a su amigo Aurelio García su deseo de hacerse torero. Orientados por otros maletillas, llegan a una finca ganadera conocida como El Pedregal, propiedad del señor Jerónimo Merchand, en las inmediaciones de la Villa de San Ángel. Allí, por algo más de diez pesos, le echaban vacas de media casta a quienes querían torear, amenizando sus hazañas con uno o varios pasodobles reproducidos por un fonógrafo de la época.

Al principio no se decidía, pero cuando lo hizo, Laurentino se tiró al ruedo y clavando los pies en la arena citó a la vaca. Ésta se arrancó y él, quieto como un poste, aguantó la acometida y cuando la vaca llegó a su jurisdicción, dejó caer los brazos para marcar una verónica, esbozando por primera vez la manera de torear que tantas pasiones levantaría después en las plazas de toros. Quiso repetir el lance, pero fue empitonado, recibiendo una paliza de órdago.

En el invierno de 1944, Laurentino José López Rodríguez vistió por primera vez un terno de luces. Salió como sobresaliente en una novillada que en Tepeji del Río daban Juan Vela y Javier Mejía. Esa tarde solamente partió plaza, pues confesaría después a Aurelio García que el ambiente vivido esa tarde le causó mucho miedo, por lo que no hubo poder humano que lo sacara del burladero en el que se refugió, más como nos lo enseña la historia, ese sentimiento de Laurentino no alcanzaría a dominarle.

Nace Joselillo

Aurelio García era originario de Álvaro Obregón, Tabasco. En ella vivió sus primeros años y aprovechando las relaciones dejadas por su familia en aquél lugar, convence a las Autoridades Municipales y a la Junta de Mejoras Materiales de que una manera de allegar recursos para financiar sus proyectos, era la organización de festejos taurinos. Contando ya con el beneplácito de las autoridades obregonenses, organiza una cuadrilla en la que participarían Antonio Márquez, Javier Mejía y Roberto Vázquez, que junto con Laurentino y Aurelio se repartirían la calidad de matadores en esa gira por el sureste mexicano.

Llegó el momento de anunciar los festejos y advirtieron que el nombre de Laurentino no era muy afortunado en los carteles, por lo que se buscó la manera de anunciarle. Al final de cuentas, los aventureros decidieron prescindir de su primer nombre y del apellido paterno, para quedar como José Rodríguez. Una vez acordado que así se le anunciaría, Antonio Márquez propuso que se le apodara Joselillo, aceptándolo el torero. En ese momento nació para la eternidad, la manera en la que nuestro personaje sería conocido.

Los triunfos en Álvaro Obregón llevaron a la cuadrilla a actuar en Villahermosa. Allí alternaron con Emiliano Vega y Paco Herros. Entre las cuadrillas iba el banderillero Manuel González Pinocho, quien pronto advirtió que en Joselillo podría haber una figura del toreo.

Don Dificultades



Pinocho por un lado y Aurelio García por el otro, presentaron a Joselillo con el personaje que sería definitorio en la breve existencia de éste. Se trata de José Jiménez Latapí, periodista y apoderado de toreros y ganaderías, vecino de la ya mítica calle del Pino y conocido en el ambiente como Don Dificultades o como El Ogro del Pino, quien advirtió de inmediato la planta torera de Laurentino, efectivamente parecía torero y también se percató de la facilidad que tenía para cautivar a quienes le rodeaban.

Tras de un tiempo, El Ogro consideró que Laurentino ya había asimilado la teoría predicada en la calle de El Pino, por lo que le llevó a la ganadería de Santín, propiedad de Juan de Dios Barbabosa y que él representaba, para verlo ponerla en práctica. Ante las vacas, Joselillo demostró que era capaz de quedarse completamente quieto, haciendo el toreo con un emocionante juego de brazos y de muñecas. Ante la evidencia, Don Difi se convenció que estaba delante de un verdadero fenómeno.

Corre ya el año de 1945 y don José decide que ya es tiempo de ver a Joselillo delante del toro. Pacta con Guillermo Martínez El Pilón la presentación en la placita de Puente de Vigas para el día 3 de abril de ese año y repite los días 10, 17 y 24 de ese mismo mes. Esas actuaciones le permitieron afiliarse a la Unión Mexicana de Matadores de Toros y Novillos, pues por esas calendas se exigía que los aspirantes a novillero presentaran cuando menos tres programas de actuaciones con picadores.

Por esas fechas tanto Aurelio García, como Antonio Márquez hicieron su presentación en los Jueves Taurinos que en El Toreo daba Antonio Algara. Por intermedio de Aurelio, Tono invitó a Joselillo a presentarse en esas novilladas de oportunidad, de las que había surgido Luis Procuna. El Ogro no aceptó la oferta, pues decía: O tenemos un triunfo de clamor o un fracaso estrepitoso…

La gloria, antesala de la muerte

Para iniciar 1946, Joselillo realiza otra gira por el Sureste, actuando principalmente en Tabasco y Campeche, destacando sus actuaciones de los días 14 y 29 de abril. Regresa a México a la mitad de mayo y se entera de que su apoderado, José Jiménez Latapí le había ajustado su presentación en la recién inaugurada Plaza México.

El cartel anunciado para el 25 de agosto de 1946 se componía con ocho novillos de Chinampas, propiedad del Dr. Manuel Cortina Rivas, vecino de Ojuelos, Jalisco, formada con pura sangre de La Punta y Matancillas, ganadería que hacía su presentación en la Capital, para ser lidiados y muertos a estoque por Manuel Jiménez Chicuelín, Pepe Luis Vázquez, Fidel Rosalem Rosalito y José Rodríguez Joselillo, que hacía su presentación en esa plaza.

La tarde fue lluviosa y la entrada no fue lo buena que se esperaba, no obstante que Chicuelín y Pepe Luis eran los triunfadores de lo que iba de la temporada. Ante el cuarto de la tarde, Joselillo realiza el toreo que él intuía y corta el rabo de Campero. Sin importar el clima, ni las constantes interrupciones del festejo para componer el ruedo, la gente que asistió se queda hasta el final de su actuación.

Tras la euforia del primer triunfo, no tardaron en aparecer las voces de aquellos a los que nada les parece bien. El primer punto de apoyo que tuvieron, fue el de la nacionalidad de Joselillo. Hasta sus propios paisanos le hostilizaban por considerar que era un rojo transterrado – se decía que era uno de los niños de Morelia – y por otra parte, también La Porra se encargó de hacerle amarga la existencia en el ruedo de Insurgentes.

Por si algo faltara, trascendió el diferendo de Don Difi con la empresa, a cargo de Miguel Simón, acerca de los dineros que consideraba debía percibir su torero. Joselillo recibió setecientos pesos por su presentación en la México. Tras el triunfo, Jiménez Latapí exigió diez mil por novillada, lo que incomodó al sobrino de Don Neguib. Después de un publicitado estira y afloja, se convino en ocho mil quinientos pesos por novillada, suma bastante fuerte para la época.

Reaparece el miércoles 4 de septiembre y actúa los días 6, 8, 15 y 29 de ese mes; el 6, 13, 20 y 27 de octubre y el 3 de noviembre se presenta en Guadalajara para alternar con el texcocano Jorge Medina y Javier Gómez en la lidia de novillos de Santín. Laurentino quedó inédito esa tarde, pues al salir al quite en el que abrió plaza, se llevó una cornada de doce centímetros. Se escapa de la enfermería y el segundo de su lote, quinto de la tarde, le infiere otra de dieciocho centímetros, ambas en la pierna derecha. Entrevistado al recuperarse de las heridas, se le preguntó por qué no se quedó adentro desde la primera cornada, a lo que respondió: La plaza está llena y yo no puedo defraudar a ese público que ha venido a verme.

El ritmo que llevaba era vertiginoso.

1947, un año de imposible olvido

Tras la convalecencia, que aprovechó para recibir junto a Manolete el trofeo al novillero triunfador de la temporada, Joselillo regresa a Guadalajara, actuando en la calle del Hospicio el 12 de enero de 1947, con poca fortuna y el día 26 siguiente, en la disputa de un Estoque de Plata junto con Paco Rodríguez, Pepe Luis Vázquez y Luis Solano. Los novillos fueron de Matancillas.

De esta última tarde, Paco Madrazo refiere que por fin se pudo ver a Joselillo en Guadalajara, quien cortó la oreja a Rondeño, cuarto de la tarde y se llevó el trofeo en disputa. Continuó su campaña por la provincia mexicana y el 5 de febrero actuó en Morelia, después fue a Mérida y a Campeche, dejando en esas plazas su carta de presentación.

Tras de que Manolete terminara su campaña en Mérida, sobrevino otra ruptura de las relaciones taurinas entre España y México. A partir de esa situación, se le impidió actuar a Joselillo, aduciendo que su nacionalidad era española. Lo que ignoraban los que a toda costa querían acabar con él, era que a principios de ese año, la Secretaría de Relaciones Exteriores le había otorgado la carta de nacionalidad mexicana.



Planteada la situación a la Unión, en asamblea, se decidió apoyar la propuesta de Jesús Guerra Guerrita, a la sazón Secretario General de la agrupación, en el sentido de que todos aquellos toreros españoles que hubieran adquirido la nacionalidad mexicana antes de la ruptura del convenio, podrían actuar sin problema alguno. Al enterarse del acuerdo, el 11 de marzo, Joselillo dirigió la siguiente comunicación a la Unión:

El acuerdo tomado en la última asamblea de nuestra Agrupación, en que se trató mi posición de la misma con motivo de la ruptura del Convenio Taurino Hispano – Mexicano, ha sido para mi una gran satisfacción que no puede expresarse con palabras y también un lazo de gratitud que ata para siempre mi reconocimiento y cariño a todos los compañeros de profesión que en forma tan espontánea y unánime votaron a favor mío.

Desde niño he vivido en México, en México me estoy haciendo torero y en esta bendita tierra están mis afectos, mis ilusiones y mis esperanzas.

El año pasado, cuando nadie podía sospechar que estuvieran en peligro de romperse o de interrumpirse siquiera las relaciones taurinas hispano – mexicanas, por propia convicción, no por amor al interés, sino por amor a este país donde no me considero un extraño, sino el más humilde e insignificante de sus hijos, solicité mi carta de naturalización en la Secretaría de Relaciones Exteriores, la cual hice llegar a ustedes en su oportunidad. Soy, pues, mexicano; si no por nacimiento, si por amor a México, por estar identificado con sus costumbres, su gente y sus cosas. Así lo he manifestado, no ahora, sino siempre, cuando soñaba con llegar a torear y cuando nadie sospechaba que se tuviera en cuenta la nacionalidad para vestir el traje de luces. Mis sentimientos mexicanistas, mis documentos de nacionalización como mexicano, confirman en todo lo antes expuesto ante el justo criterio de ese H. Comité Ejecutivo.

La forma espontánea y unánime con la que la Asamblea de la Unión Mexicana de Matadores de Toros y Novillos tomó el acuerdo de autorizar mis actuaciones ilimitadamente en las plazas de toros del país por considerarse, porque lo soy, ciudadano mexicano con derechos y obligaciones, me hace un honor que sabré estimar y corresponder dignamente, en el ruedo como torero y en todos los actos de mi vida como hombre.

Ruego a ese H. Comité Ejecutivo se sirva recibir la más honda y sincera expresión de mi reconocimiento por el acuerdo a que me refiero, gratitud para todos y cada uno de mis compañeros y para la Unión Mexicana de Matadores de Toros y Novillos, a la cual me honro en pertenecer, muy orgullosamente.

Gracias como torero y como hombre. Y gracias, también, como ciudadano mexicano, por el reconocimiento de mis derechos.

Soy de ustedes afectísimo compañero.
(José Ramón Garmabella, Joselillo. Vida y Tragedia de una Leyenda, México, 1993, Págs. 111 y 112)


Dadas las cosas de esa manera, Joselillo no vuelve a actuar sino hasta el primero del mayo en Monterrey y el 18 del mismo mes en Tampico.

Por esas fechas se anuncia también su contratación para la temporada de novilladas que comenzaba en la plaza más grande del mundo. A partir del hecho de que Joselillo la llenaba cada vez que se presentaba, Don Dificultades consigue que los honorarios de su torero sean cubiertos a partir de un porcentaje del producto de las entradas, en contra de lo que pretendía el nuevo empresario, Tomás Valles, que era el pagarle quince mil pesos por actuación.

El chihuahuense Valles no se quedaría con la espina clavada. Pronto reaccionó y dejó correr en los medios la versión de que para satisfacer la desmedida e injusta ambición del novillero, estaba obligado a subir los precios de entrada a la plaza. Ese anuncio provocó la ira de los públicos, que a la menor provocación le echaban en cara su origen español y le exigían como si se tratara de una figura cuajada, sin reparar en que al inicio de lo que sería su última temporada capitalina, apenas llevaba toreadas unas quince novilladas con ganado de casta.

La temporada de 1947 constó de veintisiete novilladas y Laurentino actuó en seis de ellas, siendo víctima de una saña brutal desde los tendidos. Eso se refleja en sus resultados, que no son muy halagadores. El primero de junio se le va vivo el segundo de la tarde y siete días después, un novillo de Carlos Cuevas le manda al taller de las reparaciones por casi dos meses. Es en esa convalecencia que Joselillo hace la siguiente reflexión a su hermano José Luis:

Todos tienen derecho a opinar según sus gustos y no es posible que una sola persona, un torero en este caso, pueda satisfacer todas las opiniones. Si muchos van a la plaza a meterse conmigo, tal vez no lo hagan por maldad sino porque su gusto en el toreo difiere con lo que soy y lo que puedo dar. Aunque, eso sí, deberían tener presente que les doy cuanto tengo y que jamás he escatimado esfuerzo alguno para dárselos… (Garmabella, Op. Cit., Pág. 125)

domingo, 4 de octubre de 2009

Como ante el toro, se vale rectificar...

Don Ignacio Ruiz Quintano mantiene una bitácora titulada Salmonetes Ya No Nos Quedan, en la que trata, según su subtítulo, temas de la vida privada y como ocasionalmente entre estos se cuentan los de esta fiesta, con esa frecuencia lo visito. En la entrada fechada el día de hoy me he encontrado allí con una cita que me obliga, casi, como dijera el inmortal López Velarde, a alzar la voz a la mitad del foro y a señalar una necesaria precisión -lo hago aquí pues en la bitácora no veo la posibilidad de hacer comentarios a las entradas allí puestas- y una anécdota concomitante.

La cita en cuestión es la primera cuarteta del soneto Tiempo, obra de don Renato Leduc y no como erróneamente lo señala el señor Ruiz Quintano, de Rubén Fuentes Leduc. Ese soneto, cuenta la leyenda, se escribió aquí en Aguascalientes, en lo que en su día fue el Hotel Francia y que hoy es una tienda de departamentos.

Allí, en el bar, durante la Feria de San Marcos se reunían personajes como José F. Elizondo alias Pepe Nava, Antonio El Brigadier Arias Bernal, Miguel Álvarez Acosta y otros conspicuos miembros del ámbito cultural de este país y entre los que escribían, se daban pies para después versificar en torno a ellos, en un grupo conocido como La Cofradía del Petate según me ilustra el buen amigo don Gustavo de Alba y que patrocinaba el entonces Gobernador del Estado Edmundo Gámez Orozco desde sus tiempos de Senador.

Afírmase que la palabra tiempo es complicada para ello -algunos dicen que es de rima imposible- y se la lanzaron a Leduc -tío por cierto del matador de toros Rogelio Leduc, ya fallecido- durante esa especie de certámen paralelo a los Juegos Florales correspondientes al mes de abril de 1950 0 51 y en un rato don Renato armó el siguiente soneto:

Sabia virtud de conocer el tiempo;
a tiempo amar y desatarse a tiempo;
como dice el refrán; dar tiempo al tiempo…
que de amor y dolor alivia el tiempo.

Aquel amor a quien amé a destiempo
martirizóme tanto y tanto tiempo
que no sentí jamás correr el tiempo
tan acremente como en ese tiempo.

Amar queriendo como en otro tiempo
—ignoraba yo aún que el tiempo es oro—
cuánto tiempo perdí —¡ay!— cuánto tiempo.

Y hoy que de amores ya no tengo tiempo,
amor de aquellos tiempos, cómo añoro
la dicha inicua de perder el tiempo…

Años después, un gran músico mexicano, Rubén Fuentes, hizo la parte musical de la obra para que voces como las de Pedro Vargas, Marco Antonio Muñiz -que hizo una real creación de ella- y muchos otros, cantaran la obra de don Renato, que es el único autor de la parte literaria de Tiempo.

Como ante el toro señor Ruiz Quintano, se vale y a veces es necesario rectificar...


Edito esta entrada al día suguiente de su publicación, con la docta ilustración del buen amigo don Gustavo de Alba y agrego además, que en los muros del Bar del Hotel Francia, durante muchos años estuvo un bronce que perpetuó la creación de esa obra de Renato Leduc.

Rafael Ortega: La injusticia de las apariencias

El toreo no tiene sentido si no matas tu mismo al toro. Es como la rúbrica de una carta, que si no la firmas, no es tuya.

Rafael Ortega Domínguez

Paco Abad me ha puesto en suerte este tema y es que hace un par de días se cumplieron 60 años de la alternativa de El Tesoro de la Isla, torero originario de la Ilustre Villa de la Real Isla de León, desde 1813 Isla de San Fernando, en donde nació el 4 de junio de 1921. Su padre, Baldomero Ortega Mata, fue torero de fiestas populares como la del toro del aguardiente y su tío Rafael, conocido como Cuco de Cádiz, en su día fue banderillero de postín y en su carrera servirá en las cuadrillas de los hermanos Juan, Pepe y Manolo Belmonte.

El 17 de agosto de 1947, se presenta en Barcelona con poca fortuna y logra debutar con caballos en La Maestranza de Sevilla el 19 de octubre, también con poco que contar, no obstante, sus buenos procedimientos le consiguen entrar al cartel de un festival benéfico que se llevó a cabo el 16 de noviembre de ese año en el propio albero maestrante.

Al año siguiente, el 4 de abril, reaparece vestido de luces en El Baratillo, flanqueado por Frasquito y Sergio del Castillo y llevando por delante a don Ángel Peralta a efecto de lidiar a muerte novillos de Guerra y Díaz Garro. La crónica de Don Fabricio en la edición sevillana del diario ABC del día 6 de ese mismo mes es ditirámbica pero ilustrativa:

Parece increíble lo que nuestros ojos vieron el domingo en la Maestranza. Avezados estamos a testificar brillantísimas presentaciones de novilleros y cada vez que en cumplimiento de nuestra obligación, hemos de comentar cualquiera de estos felices sucesos, lo hacemos con cierta reserva… Pero la presentación de Francisco Sánchez “Frasquito”, acontecimiento que tuvo lugar el domingo próximo anterior en “la del amarillo albero”, nos induce a quebrar la norma… porque lo hecho por “Frasquito” no puede ser producto del acaso… de ahí que auguremos a “Frasquito” por esta sola vez sin la menor reserva, una carrera brillante y rápida… Rafael Ortega hubo de estoquear cinco novillos por percances de sus compañeros y lo hizo sin apuros. Se mostró capoteador de categoría en todo instante… Con la muleta demostró su idoneidad y en sus faenas hubo momentos brillantes… En esto paró la fiesta del domingo anterior, que, a buen seguro, habrá de grabarse en áureos caracteres en los anales del toreo, porque señala el acto de presentación de un torero, viva estampa del llorado Manolete, al decir de los más, pero del Manolete consagrado, que al entrar en la plaza era Frasquito, principiante y al salir, Frasquito, maestro…

Este resultado parecería ser que evitaría el ulterior progreso de Rafael Ortega, pues aparte de que el mito y la sombra del Monstruo le robaron un triunfo legítimo, su edad – veintisiete años –, no era considerada como la propicia para que un torero estuviera en los inicios de su carrera novilleril.

No obstante, su tesón y su entrega ante los toros le llevan a Las Ventas, plaza en la que se presenta el 14 de agosto de 1949 para lidiar novillos de doña Francisca Sancho Viuda de Arribas junto con Trujillano y Manuel Santos Cabrero. Esa tarde sí le ve el cronista del ABC de Madrid G (¿Giraldillo?) que le augura un pronto y triunfal camino, advirtiendo algo que me siento en la necesidad de transcribir:

…“Que puede ser”. “Que será”, no puede vaticinarse de este ni de nadie, en estos tiempos en que la desorganización taurina está tan bien organizada por las organizaciones taurinas. Si Rafael Ortega halla padrino, triunfará, que condiciones tiene para medirse con el mejor; si no lo consigue, fracasará en moruchadas y se hundirá por los pueblos. No sirve valer. Hay que estar en un “trust”. Como hemos dicho, armó un alboroto toreando de muleta… cuajando los naturales en grupos perfectos y luego la variedad de los pases de adorno. Llegó la hora de matar y ¡así se mata! Cuadrado, en corto, recto, con la muleta baja, lento, con la mano hasta el pelo… Ahora muchacho, suerte para la lucha entrebarreras… ¿Cuántas cosas van a interponerse entre el público y tú?... ¿Cuándo te darán toros otra vez en Madrid?... Por la puerta grande, a hombros del entusiasmo espontáneo, que no alquila sus espaldas, salió Rafael Ortega… ¡Pero cómo no tenga padrino!... (16 de agosto de 1949)


El ascenso a la cumbre

El 2 de octubre de 1949, Manolo González, en presencia de Manolo Dos Santos, cede los trastos a Rafael Ortega a efecto de que este diera muerte al primero de la tarde, Cordobés de nombre, del hierro de don Felipe Bartolomé. El Lobo Portugués se fue a la enfermería y entre padrino y ahijado despachan la corrida con éxito, saliendo en hombros de los aficionados al final de la tarde. Esta sería la primera de una decena de salidas en hombros de Rafael Ortega de la plaza de Las Ventas.

El signo de la carrera de Rafael, a partir de este momento, sería el del ascenso, aunque sin estar exento de percances. Su campaña de 1950 fue marcada por estos, pues en julio de ese año, recibe una cornada de consideración en el muslo izquierdo, en la plaza de Granada y un mes después, en Pamplona, un toro de Fermín Bohórquez le infiere una cornada en el muslo derecho y otra en el vientre que interesa el recto y la vejiga y que hace temer por la vida del diestro, a quien se dieron los últimos auxilios espirituales.

Logra salir con bien de esos percances y se dedica en 1951 a tratar de recuperar el tiempo perdido. El 12 de agosto de 1952 realiza una faena de portentosos naturales a un Pablo Romero en Málaga y el 23 de noviembre en ese año, confirma su alternativa en México, de manos de Carlos Arruza, con el testimonio de El Volcán de Aguascalientes. Los toros fueron de Coaxamalucan. Es esta la única actuación de este diestro en la Plaza México y casi creo que en la República Mexicana.

El 16 de mayo 1953 corta la oreja al cuarto toro de los de Jesús Sánchez Cobaleda que se jugaron esa tarde y la misma fecha del siguiente año, borda a un toro de Antonio Pérez de San Fernando. Un diluvio se abatió sobre la Villa y Corte esa tarde y en las imágenes videograbadas, se observa con claridad que al ir avanzando la faena, los paraguas del tendido se van cerrando, para acabar todo el mundo de pie, aplaudiendo la magistral obra del ya llamado El Tesoro de la Isla.

En 1954 tendrá un año triunfal en Madrid. El 22 de mayo, Las Ventas albergará un cartel que rezumaba clasicismo, lo formaban Rafael Ortega, Jesús Córdoba y Julio Aparicio. Los toros fueron de Clemente Tassara. Es la tarde del toro Mariscal, faena de la que Fernando Achucarro dijo:

Componía con el toro una figura tocada por esa luz dinámica en la que la roca puede volverse liviana como tela y la tela, puede cobrar peso de roca, la luz inconfundible del barroco.

Esa faena la brindó a la Faraona, Lola Flores y tras de dos pinchazos en lo alto en la suerte de recibir y un volapié en su sitio, dio dos vueltas al ruedo, con la concurrencia entregada a su señorial manera de hacer el toreo.

El 24 de junio del mismo 1954, en Las Ventas, a beneficio del Montepío de Toreros, mata en solitario seis toros de Antonio Pérez de San Fernando. Entre el tercero y cuarto toro, habrá un interludio ecuestre con el rejoneador Ángel Peralta. Al final de la lidia del tercer toro, las cuadrillas izarán en hombros al maestro y le darán la vuelta al ruedo y al final del festejo, con tres orejas en la espuerta, saldrá a hombros junto con el caballero andaluz. Esta sería la octava vez que abandona en esa forma la plaza más importante del mundo.

Todavía faltaban hazañas por realizar y el 20 de abril de 1956, cortará el rabo del toro Espejito del legendario hierro de Miura. La relación que hace Gómez Bajuelo en el ABC de Sevilla del día siguiente destaca lo siguiente:

…¡La estocada de la feria!... “La estocada de la tarde” es, sin duda, una obra maestra de Mariano Benlliure. Para nosotros, que si el gran escultor hubiera visto ayer la estocada al cuarto de la tarde, seguramente hubiera tenido que rectificar, para mejorarlo, el modelo que le sirvió para su famoso bronce… El cite en corto, la matemática reunión, el embarque del miureño en la muleta, la salida impecable por el costillar, el lento regodeo de los tiempos y como corolario de tan exactas premisas, la colocación del acero, que hizo que el toro saliera muerto de la suerte… Es muy difícil matar a un toro así, si ello no va precedido de una faena. Una faena muy cerca de la res, en la soledad temeraria de los medios. Con un toreo serio a base de redondos, naturales y de pecho, fluyentes los primeros y obligando después, cuando se iban consumiendo las energías del miureño. El ¡fuera gente!, en boca de Ortega al acudir a la llamada en un desarme, cobró toda su autenticidad. Un aleteo de pañuelos clamó por las orejas y el rabo, que fueron concedidos…


En 1957 cortará las orejas a un toro de Juan Pedro Domecq en La Maestranza y en plena sinfonía triunfal, decide dejar los ruedos en el año de 1960, para reaparecer vestido de luces el año de 1966 en El Puerto de Santa María. El 19 de abril de 1967 hará lo propio en Sevilla y cortará la oreja a un toro de doña María Pallares y poco más de un mes después, reaparecerá en Madrid, vestido de celeste y plata, junto a Curro Romero y Sánchez Bejarano en la lidia de toros de Miguel Higuero. Don Joaquín Vidal nos cuenta lo sucedido:

Hubo faenas de Rafael Ortega que los aficionados no han podido olvidar. Entre las mejores cabría situar la que cuajó a un toro de Miguel Higuero el día del Corpus en la plaza de Las Ventas. Ortega, que ya tenía 46 años y se le había acentuado la propensión a la obesidad, en cuanto se puso a torear parecía el mismísimo Apolo. A los pocos pases ya se había echado la muleta a la izquierda, la adelantaba ofreciendo el medio - pecho, se traía el toro embebido en sus vuelos, cargaba la suerte, ligaba los pases. A cada muletazo restallaban los olés como el rugido del volcán y, al rematarlos, el tendido era un manicomio.

El triunfo de Rafael Ortega aquella tarde fue memorable. Sólo que el destino hizo una grotesca pirueta y Curro Romero colaboró en ella. El torero de Camas, que intervenía a continuación, se negó a torear al toro y provocó un gran escándalo. Los periódicos dieron amplia cobertura a esta noticia, se lucieron con ella los reporteros y las crónicas de la corrida quedaron casi reducidas a una gacetilla.
(Joaquín Vidal, El Toreo Puro, El País, Madrid, viernes 19 de diciembre de 1995).


Parecía repetirse lo de Frasquito, como en los albores de su carrera, un imponderable le arrebata la gloria, pero el recuerdo de esta tarde, estará siempre en las mentes de los buenos aficionados.


El 1º de octubre de 1968 es herido de gravedad en Barcelona por el toro Capuchino de Hoyo de la Gitana y este percance hará que Rafael Ortega ya no vista mas el terno de seda y alamares. Su postrera actuación fue en el año de 1985, en la plaza de Jerez de la Frontera, en un festival benéfico. En ese mismo año, asumirá la dirección de la Escuela Taurina de Cádiz, con sede en la plaza del Puerto de Santa María, cargo que ocuparía hasta su muerte.

La tauromaquia de un tesoro

Rafael Ortega es un torero de una extraordinaria pureza. Siempre cita en rectitud del toro, veroniquea con las manos bajas, embarcando las embestidas, cargando la suerte y ganándole terreno al toro. Es un muletero dominador, que cita con la pierna de salida adelante, dando el medio pecho. Conoce y entiende las distancias, lo que le permite ligar los muletazos y al rematar con el forzado de pecho, echa al toro hacia adentro, obligándole y demostrando que puede con él. Al estoquear, procura hacerlo en la suerte natural, con la muleta bien liada, la que echa a los belfos del toro para dejarse ir sobre el morrillo. También gustaba de ejecutar la suerte de recibir, la que hacía con gran pureza.

En suma, Rafael Ortega es el prototipo del torero clásico, del torero que practica con maestría y sentimiento lo que Pepe - Illo y Paquiro escribieran en sus tratados del arte de lidiar toros; es decir, Rafael Ortega ha sido mas que un gran estoqueador, sitio en el que la mayoría de los críticos de su tiempo, parecen haber querido encasillarle injustamente.

La realidad es que Rafael Ortega Domínguez, fallecido la madrugada del 19 de diciembre de 1997 en su casa de Cádiz, ha sido una víctima de la injusticia de las apariencias, pues del gran estoqueador que demostró ser, se valieron tanto los que proclamaron en corto su paso por los ruedos, como la memoria colectiva para intentar ocultar su verdadera estatura de grande de la fiesta. Mas el sol no se tapa con un dedo y ahora se intenta reconocerle lo que en realidad ha sido, quizás junto con Antoñete y Antonio Bienvenida, uno de los toreros más grandes y más puros de la segunda mitad del siglo pasado.

Aldeanos