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domingo, 27 de mayo de 2012

En el Centenario de José Alameda (V)


Alameda antes de Alameda (IV)

El Güero Guadalupe (1964)
En la novillada celebrada en El Toreo de la Condesa el domingo 23 de julio de 1944, se lidió un encierro de Matancillas, ganadería entonces propiedad de don Francisco y don José C. Madrazo y alternaron en su lidia Pepe Luis Vázquez, Ricardo Balderas y el hidrocálido Valdemaro Ávila, aunque en esta oportunidad y sin dejar de destacar las actuaciones de los capitanes de cuadrilla, José Alameda – firmando como Carlos Fernández Valdemoro – hace el eje de su narración la importancia de la suerte de varas y la destacada actuación de un histórico y mítico varilarguero mexicano: Guadalupe Rodríguez El Güero, quien prácticamente cubrió con su arte tres cuartas partes del Siglo XX, es decir, medido en toreros, desde Rodolfo Gaona, hasta Manolo Martínez.

La crónica de ese festejo, publicada en el número 88 del semanario mexicano La Lidia, aparecido el 28 de julio de 1944, es la siguiente: 

Corrida accidentada y aleccionadora
¡Salud Guadalupe Rodríguez, buen picador de toros! Los aficionados a la ecuestre y viril y taurina alegría de la suerte de varas te debemos unos instantes de inmensa emoción, emoción que se hizo más intensa, porque nos la diste precisamente a los ocho días de aquél momento lamentable en que un novillo pasó al segundo tercio sin haber sido picado, para sonrojo de la fiesta. Tu bello gesto fue como una réplica, no a quienes lamentamos aquello, sino al propio y malhadado suceso. Saliste por los fueros del primer tercio y por los tuyos propios, demostrando que la tradición aún no está perdida y que mientras haya picadores como tú, habrá suerte de varas y – lo que parecía increíble – el público podrá entusiasmarse cuando se la practique con pureza y con energía, tal como tú la practicaste. ¡Qué bien reunido ibas con tu cabalgadura y qué bien avanzaste, paso a paso, hasta la raya del tercio, pero sin traspasarla cuando el manso cuarto novillo rehuía aceptar tus animosas instancias para que se arrancase! Esa raya del tercio, que en las plazas españolas aparece pintada de rojo sobre la arena, formando bella circunferencia concéntrica con la barrera, es aquí una raya ideal, que no está materialmente precisada y sin duda por eso, algunos piqueros la olvidan con facilidad y la traspasan para obligar a los toros a tomar las varas. Pero tú no la olvidaste y diste una lección a muchos aficionados y a muchos compañeros tuyos, recordándoles que no es menester quebrantar las reglas de la lidia en busca de la eficacia, porque esta se logra precisamente apegándose a las reglas, como hiciste tú – es decir, retrocediendo hacia las tablas y adentrándote por los terrenos de la derecha, para, de allí, regresar cruzado hacia la cara del toro, ofreciéndole como incentivo tu cabalgadura. Y así una y otra vez, sin perder la serenidad, como quien está bien seguro de lo que hace y de los resultados que ha de obtener. Y cuando el toro, por fin, se arrancó, te reuniste con él, como los cánones mandan, sin taparle la salida con el caballo, ni echárselo encima para salvarte tú, contradiciendo de esa manera el mal hábito de los mixtificadores de la suerte de varas, de los que no pueden hacerle daño al toro sin causárselo al arte.
¡Así se lidia a caballo y así se afirma y se salva una tradición torera, haciéndola revivir cuando acabada parecía!
¡Salud y gracias, Guadalupe Rodríguez, buen picador de toros!
A la buena lección del Güero Guadalupe, se sumó otra, la que explicó Ricardo Balderas. Yo he protestado últimamente con frecuencia del olvido en que iba quedando la finalidad natural de la lidia y del desorden con que suele ahora torearse, dando pases sin ton ni son y tratando de comenzar por los adornos que lógicamente pueden ser remate, añadido y culminación, pero nunca principio, fundamento y esencia del toreo. Por eso me gustó mucho la faena que Ricardo Balderas hizo con el segundo novillo, un astado que se defendía, que achuchaba por el pitón derecho y que quería coger. Ricardo lo toreó por bajo, haciéndolo doblar sobre su pierna contraria, que avanzaba a fondo en el terreno del enemigo, como en esgrima dominadora. Lo llevó muy bien toread, embebiéndolo en el engaño de manera que los muletazos fueran lentos y, sobre todo, lo aguantó con extraordinario valor cuando se revolvía, haciéndolo destroncarse, al obligarlo a que se moviera en reducido espacio. Así, al dictado de aquella impecable y trágica geometría que la muleta de Balderas iba creando, quedó sometido el novillo. Entonces, se lo pasó Ricardo en varios pases de pecho y de trinchera, con mucho aplomo, con recia expresión. Fueron pases de muy buena escuela, pero lo mejor fue que Balderas se los dio a un novillo poco propicio a admitirlos y que, como condición previa e ineludible, tuvo que ser dominado. Eso es lo difícil en el toreo: dominar al enemigo. Después de eso, cualquier adorno ya tiene mérito y, si en vez de adornos, se dan pases sobrios, enteros, fundamentales, como Balderas hizo, el elogio hay que tributarlo sin reservas. Así lo entendió el público, que obligó a Ricardo a dar la vuelta al ruedo y a salir a los medios a saludar, una vez que el toro fue muerto de una corta pasada y media en todo lo alto. 
Esa fue la mejor faena de la tarde y también la mejor que Ricardo Balderas ha hecho en “El Toreo”.
Con el quinto también tuvo éxito, aunque hizo ya más concesiones al efectismo imperante. Ligó varias series derechazos toreando a pies juntos y al hilo, sin enfrentarse con el toro. Pero como eso gusta mucho y además Balderas lo hizo con seguridad y ajuste, poniéndole como remate un pinchazo y una buena estocada, tornó a ser ovacionado y recorrió de nuevo el anillo, saliendo también, posteriormente, a saludar desde los medios. Volveremos a verle pronto.
Abrió plaza un novillo difícil, que llegó a la muerte defendiéndose. Se afirmaba sobre los cuartos traseros y achuchaba de manera alarmante por el pitón derecho. Pepe Luis Vázquez lo muleteó por bajo y por delante, haciendo frente, con su natural facilidad, a los peligros que el toro presentaba y de los cuales se advirtió al diestro perfectamente convencido. Se lo quitó de en medio de un pinchazo y media desprendida y tendenciosa. El público, que está habituado a ver a Pepe Luis Vázquez en plan de triunfo, se disgustó un tanto por este paréntesis que las dificultades del novillo introdujeron en la carrera de éxitos del joven torero y cometió la injusticia de aplaudir al astado en el arrastre. Bien comprendo que el público es libre de expresar como guste sus opiniones, pero no me parece recomendable el procedimiento de aplaudir a toros de mal estilo, sólo para molestar a los espadas.
Las buenas relaciones entre Pepe Luis Vázquez y el público se reanudaron en forma por demás cordial y entusiasta. Fue en el tercio de quites del tercer novillo, al que Pepe Luis toreó por gaoneras, dos de las cuales fueron de una quietud, un temple y una emoción definitivas. Se le premiaron con una ovación cerrada, que se reiteró una vez terminado el tercio, por el cual hubo el diestro de saludar montera en mano.
Con el toro siguiente – el manso y dócil al que tan superiormente picó el Güero Guadalupe – hizo Pepe Luis Vázquez una buena faena de muleta, que le valió una vuelta al ruedo. Inició el trasteo en el tercio, con varios pases por alto y de pecho y, después, sacó al novillo a los medios, con muletazos – que no pases – de tirón. Allí se dio varias series de derechazos despatarrándose mucho, ya desde el cite, y pasándose al enemigo muy cerca. Se adornó más tarde con varios lasernistas y, tras de cambiarse la muleta por la espalda, dio un buen pase de pecho con la zurda y un natural. Lo mató de una estocada contraria, entrando con mucha fe, y un descabello a la primera. Y, de esa manera, hizo honor al sólido cartel que ya tiene conquistado. 
A sus dos novillos los banderilleó muy lucidamente, al primero, en cuyo morrillo dejó enhiesto un par de banderillas que clavó al sesgo por fuera, saliendo desde el estribo, par que confirmó sus dotes de rehiletero seguro y fácil.
A Valdemaro Ávila le debemos otro de los momentos emotivos y aleccionadores que tuvo la novillada del domingo. Porque Valdemaro ejecuta en forma personalísima y muy bella la suerte suprema, precisamente la más olvidada y desconocida de todas, que de elemento capital de la lidia ha sido rebajada, por la evolución del toreo, a la categoría de “cenicienta de la fiesta”. Pero gracias a Valdemaro Ávila, la cenicienta recobró el domingo su zapato de princesa y la suerte del volapié su rango primero.
Ya en la temporada anterior mostró Valdemaro sus notables cualidades de estoqueador. Pero, ahora, parece ser más dueño de ellas y la facilidad con que las muestra, es prenda de un dominio técnico que promete a Valdemaro – y nos promete a los aficionados a la estocada – muy buenos momentos. El éxito de Valdemaro Ávila como estoqueador fue más notable porque alternaba con dos toreros que matan por derecho y con honradez. Pero precisamente eso sirvió para que se viese mejor la diferencia de calidad. Valdemaro nos hizo ver muy a las claras que no es lo mismo matar con voluntad y con valor, que matar con arte, con facilidad nativa, con estilo propio. A mí me parece Valdemaro uno de los matadores más interesantes de México. En él creo ver al futuro gran estoqueador de la torería azteca. Ese es lo que de él interesa, a mi juicio, y no el valor, a veces poco meditado, de que hace gala al torear. Sin embargo, como se arrima mucho y no pierde la serenidad en ningún momento, logró entusiasmar al público en los quites, sobre todo en uno por gaoneras, angustioso. También gustaron grandemente algunos de sus ceñidísimos pases de muleta, que contribuyeron en mucho a que diese la vuelta al ruedo en el tercero. Realmente, eso y más merecía, pues su personalidad de estoqueador es verdaderamente notable y digna de aplauso y estímulo en estos tiempos en que escasean los matadores y llegan, inclusive, a sobrar toreros.
“Tabaquito” hizo un quite valerosísimo a Valdemaro Ávila, cuando éste fue prendido por el sexto novillo, Y es que “Tabaquito” tiene mucho valor. Siempre que torea lo demuestra al salirse a los medios para correr a los astados, estableciendo un contraste también aleccionador con la mayoría de sus compañeros, que hacen a los toros avisados e inciertos, a fuerza de “tocarles” desde los burladeros, sin decidirse a salir para enfrentarse a ellos.
Los novillos lidiados fueron de Matancillas, que viene a ser lo mismo que La Punta y fue, en realidad, lo mismo hasta hace unos años, cuando a los señores Madrazo se les ocurrió imitar a los hermanos Llaguno, que ya habían bifurcado la ganadería de San Mateo, fraccionándola para sacar de ella lo que ahora se lidia bajo el nombre de Torrecilla.
De Matancillas vino un encierro desigual, tanto en presentación como en bravura. Los mejores para el torero fueron el sexto y el reserva que substituyó al tercero. Éste, que era el más grande y gordo de la desigual corrida, hubo de ser retirado, porque parecía reparado de la vista y, desde luego, era rematadamente manso. Aunque todos los novillos tuvieron temperamento, el encierro distó mucho de ser bueno, pues el temperamento, cuando los toros no sacan buen estilo, acentúa las dificultades.

José Alameda (Cª 1980)
Suerte de varas, toreo fundamental, estocada al volapié. De nuevo, el joven Alameda nos presenta el inmenso valor del toreo básico, elemental y su esencial valor ajeno a modas y al paso del tiempo.

Ricardo Balderas recibió la alternativa en Bayona, el 8 de septiembre de 1946, siendo su padrino Fermín Rivera y el testigo, Alfonso Ramírez Calesero. De Valdemaro Ávila, se afirma que la recibió en Lima, de manos de Domingo Ortega, aunque no se precisa la fecha. En lo que sí coinciden los tres alternantes de este festejo, es en que dedicaron una importante parte de sus vidas a presidir festejos taurinos. Pepe Luis Vázquez y Ricardo Balderas lo hicieron en la Plaza México y Valdemaro Ávila, en las plazas de toros San Marcos y Monumental de su Aguascalientes natal.

Con mi recuerdo para Rubén Negrete Perales, periodista, con quien tuve poco trato personal, pero en quién siempre percibí un animoso interés por tratar de conocer y de comprender esta Fiesta, en la que encontraba aparte del colorido y la emoción, un enorme fondo de tradiciones. ¡Descanse en paz!

domingo, 20 de mayo de 2012

En el Centenario de José Alameda (IV)

Alameda antes de Alameda (III) 

José Alameda (Cª 1970)
La novillada celebrada en El Toreo de la Condesa el domingo 2 de julio de 1944 reunió a un encierro de Zotoluca y a los novilleros Pepe Luis Vázquez, Gonzalo Castro Soldado II y Tacho Campos. La relación que hace del festejo José Alameda, en el número 85 del semanario La Lidia, del 7 de julio de ese mismo año, firmando aún como Carlos Fernández Valdemoro, se centra en el análisis de la posibilidad o imposibilidad y en la efectividad o inefectividad de la imitación del estilo de un torero por otro. 

Hace una inteligente defensa de la tauromaquia esgrimida por Tacho Campos en ese festejo, la que al final, resulta ser lo que conocemos como toreo puro y duro… el toreo de siempre, el que hoy se afirma que es una especie de alucinación de un grupo de inadaptados que pide entre otras cosas, que se cite con la pierna de salida adelante. Pero allí lo describe el Alameda joven, y de paso, aprovecha su tribuna para poner en su sitio a aquellos que hablan y escriben de oídas, sin entrar al análisis de la esencia de lo que hacen los que actúan en el ruedo. 

Aquí la crónica en cuestión:  
Un torero: Tacho Campos
Este Tacho Campos, que el domingo pasado triunfó en “El Toreo”, es un lidiador corto, de esos que cuando pierden en extensión lo ganan en profundidad. A mí me satisfizo mucho su éxito, porque me parece un buen síntoma. Tantas veces hemos visto aplaudir y celebrar con entusiasmo el toreo mixtificado, que al ver emocionarse al público ante algo de indudable calidad, nos sentimos reconfortados. A algunos, a quienes dicen lo que oyen – y a quienes lo escriben, que es peor – les ha dado por afirmar que Tacho Campos imita a Garza. Para decir eso se necesita saber una palabra de la cuestión. Porque un torero puede imitar a otro en los andares, en las sonrisas, en los gestos y hasta en la preferencia por determinadas suertes. Inclusive, apurando mucho las cosas, en la manera de colocarse para ejecutarlas. Pero en la ejecución misma no es posible. Porque cuando el toro se arranca, se hace lo que se puede y basta. Y hay quienes no pueden. Entonces, de nada valen los propósitos deliberados y de muy poco lo aprendido en sesiones de entrenamiento. Cuando el toro se le viene a uno encima, es imposible encontrar componenda con un estilo deseado, ya sea positivo o imaginario. Entonces, le sale a uno el estilo propio, si lo tiene; y si no, la falta de estilo. Y quien piense otra cosa es que no ha toreado nunca.
Tacho Campos toreó el domingo, parando, templando y mandando. Y en eso coincidió con Garza, como Garza coincidió con Belmonte. Dicen que imita a Lorenzo. Pues si así es, ojalá vengan muchos a imitarle, en lugar de entregarse al toreo de chicuelinas, tijerillas, riverinas, orticinas, lasernistas, molinetes y demás manifestaciones patológicas del contorsionismo imperante.
Ojalá todos imiten a Garza toreando con sobriedad, con las plantas firmes sobre la arena y el cuerpo derecho, sin la joroba que se les antoja imprescindible a quienes para obligar al toro a que derrote bajo empiezan por agacharse ellos. Y, sobre todo, vengan muchos imitadores de Garza como Tacho Campos, capaces de ese prodigioso aguante. ¡Qué vengan muchos a imitarle y ya verán ustedes cuántos quedan! Los mismos que quedaron cuando se desencadenó la racha de imitadores de Belmonte: ni uno. No. Es muy fácil decir lo primero que se le viene a uno a la cabeza. Pero las cosas deben pensarse. Y hay que tener mucho cuidado de no perjudicar a un torero bueno con una apreciación ligera, cuando, en cambio, se conceden, marchamos entusiastas a la primera medianía a quien le pita la flauta por casualidad. Porque, en años anteriores, nos inventaron dos o tres fenómenos que ahora andan por ahí viviendo tristemente de las esperanzas engañosas que les hicieron concebir. Pero llega Tacho, que torea con un arte de los que nos se comunican, ni se reciben, porque esas cosas no se le hacen a un toro más que por inspiración propia, y resulta que ¡se parece a Garza! Señores míos: también “Gitanillo de Triana” se parecía a Belmonte. Lo que pasa es que no es lo mismo coincidir con Belmonte – como le pasaba a “Gitanillo” – que imitarle – como hacía Carpio –. Puestos a aceptar el parangón con Garza, yo me atrevo a decir que Tacho no es su Carpio, y que, en cambio, si repite lo hecho el domingo, podrá ser su “Gitanillo”. Una coincidencia al sentir el arte no es imitación, porque el sentimiento no se imita. Y Tacho, como Garza, como Belmonte, como cuantos han sabido del secreto del temple, torea con sentimiento.
Una falta tiene Tacho Campos: su poca fibra. No es un torero que pelea, que se crece ante la adversidad, ni que siente la noble apetencia de redondear un éxito. Y sería lástima que por eso no llegara tan alto como debe. Me hace abrigar esos temores, la frialdad con que Tacho Campos se desentendió de todo el sexto toro, limitándose a quitárselo de delante.
Sería lástima, porque torea con una pureza extraordinaria y con un sello propio que estriba en el fino acento que sabe dar a sus muletazos, un matiz que no han sorprendido quienes lo tachan de imitador de Garza, porque Lorenzo fue toda reciedumbre y en Tacho Campos priva la finura. Esa cualidad suya culminó en los tres medios pases que dio a favor del viaje del toro, en la última parte de su faena. Giró en ellos con gran suavidad y los ligó de modo que, más que tres lances, fueron uno solo. Yo me pregunto: ¿A quién imitó entonces? ¡Cómo no fuese a Tacho Campos!
Antes había muleteado muy bien, en derechazos que conmovieron hasta lo más hondo al público; en pases de costado ceñidísimos, al intentar uno de los cuales, fue cogido sin consecuencias, y en muletazos de pecho echando la pierna contraria adelante y sacando la muleta por la cola, en los que como no imitase a Belmonte, no acierto yo a penetrar a quien imitara.
Le dieron la oreja. Muy merecida. Yo me temo que no vaya a cortar muchas, porque no me parece valiente, Pero la que corte, la merecerá; porque tiene un arte puro. Y sólo quienes lo poseen cuentan en el corazón de los que aman la fiesta no como un ejercicio burocrático, sino como un sacrificio lleno de hondas emociones.
Pepe Luis Vázquez, sin mantenerse a la altura que en tardes anteriores, pues le tocó el peor lote, tuvo, no obstante, una lucida actuación y confirmó que es un torero muy enterado, muy hecho, que tiene recursos para superar las dificultades que presentan los toros. Y los que tuvo que lidiar el domingo las presentaban.
El primero se quedaba en el centro de la suerte por el lado izquierdo, y Pepe Luis lo muleteó cerca de tablas, recogiéndolo por bajo, para llevárselo después a los medios. Allí le sacó muletazos por alto y derechazos que entusiasmaron. Había sembrado y recogió. Es decir, había metido al toro en el engaño durante la primera parte de la faena y por eso pudo lucirse en la última. Con el cuarto no pudo hacer más que desesperarse, porque el novillo no tenía fuerza alguna y se caía en cuanto Pepe Luis trataba de pasárselo por delante.
A los dos los mató muy bien, porque además de valor tiene facilidad y buen estilo con la espada. El público, que le ha celebrado tanto con su toreo, parece no haber parado mientes en sus condiciones de estoqueador, que, a mi juicio, son las más relevantes que posee. Los buenos estoqueadores son ahora tan escasos, que bien merece la pena animar a quien, como Pepe Luis, se da tan buena maña en ese trance supremo de la lidia.
Pepe Luis fue justamente ovacionado después de matar a sus dos novillos, lo mismo que en varios magníficos pares de banderillas y en un quite por gaoneras, y, frente a enemigos poco cómodos, supo mantener en alto su ya envidiable cartel.
“El Soldado II” comenzó medianamente y acabó bien. A su primero le dudó al torearlo y lo mató de media contraria. Pero, en cambio, en el quinto de la tarde hizo cosas de mucho sabor. Porque Gonzalo Castro es un torero raro, que junto a la huida sin consideración, pone el muletazo cumplido y hondo, el adorno gallardo y feliz.
A ese quinto novillo le hizo un trasteo desligado, pero lleno de momentos interesantes. Le dio varios pases por alto, de costado y de pecho, con una pureza de línea, con una quietud y una fuerza expresiva poco comunes. La faena culminó cuando, tras de pasarse la muleta de una mano a la otra, en limpio giro ante la cara del toro, enlazó el adorno con un largo muletazo de pecho, dado con la mano zurda. Hizo después otro limpio cambio y sumó a él dos molinetes seguidos, en los que desplegó vistosamente la muleta para que girase en torno a su cintura. Estas cosas gustan mucho al público y cuando de una contraria, tiró Gonzalo al de Zotoluca, escuchó una ovación cerrada, dio la vuelta al ruedo y salió a los medios a saludar.
Necesita Gonzalo Castro una cura de confianza, es decir, necesita que lo cuiden, para que recobre la fe en él mismo, que perdió en el grave percance sufrido el año anterior. Porque en cuanto a estilo, el que apunta es muy digno de tenerse en cuenta.
A uno de los toros de Zotoluca – el tercero – se le dio la vuelta al ruedo, aunque fue un toro que hizo una lidia rara, pues comenzó achuchando por el pitón derecho y acabó haciéndolo por el izquierdo. Había peleado muy bien con los caballos, como pelearon los que tuvieron fuerzas para ello, porque, en cuanto a presentación, el encierro fue desigual, ya que hubo toros de muy buen trapío y otros flacos y sin energías.
El público aplaudió con justificado entusiasmo al gran peón Manuel Gómez Blanco “Yucateco”, quien se lució con el capote y con las banderillas. En cambio, pretendió chillarle a Juan Aguirre “Conejo Chico”, cuando picaba al toro tercero en todo lo alto. Menos mal que vino la sana reacción y acabó en ovación lo que había comenzado en rechifla inoportuna. Digo que menos mal, porque si se continúa protestando a los buenos picadores, terminará por desaparecer la suerte de varas, sin la cual las corridas de toros no son posibles, aunque no se les haya ocurrido pensarlo a los partidarios del toreo de “vueltecitas”. También agarró los altos en una ocasión, con su gran estilo de varilarguero, Guadalupe Rodríguez “El Güero Guadalupe”, cuyo éxito sería más frecuente si su voluntad estuviera a la altura de su arte.

Tacho Campos (Foto cortesía
Burladerodos)
Tacho Campos se presentó en Las Ventas en Madrid el 26 de junio de 1945, alternando con Machaquito, Manolo Navarro y Manuel Jiménez Chicuelín en la lidia de novillos de Claudio Moura. Recibió la alternativa en Aguascalientes, en la Plaza de Toros San Marcos el 17 de abril de 1949, de manos de Andrés Blando y llevando como testigo al nombrado Chicuelín, con toros de Hermanos Ramírez.

Renunciaría a esa alternativa, pues el 10 de diciembre de 1950 volvió a actuar como novillero en la Plaza México. Falleció el 10 de julio de 2008 en la Ciudad de México.

Gonzalo Castro Soldado II, hermano de Luis no llegó a recibir la alternativa.

domingo, 25 de marzo de 2012

En el Centenario de José Alameda (III)

Alameda antes de Alameda (II)

José Alameda (1947)
En el número 84 de La Lidia, aparecido el viernes 30 de junio de 1944, José Alameda, firmando todavía como Carlos Fernández Valdemoro, relató para los aficionados lectores de esa publicación, lo sucedido en la tercera novillada de esa temporada menor – la penúltima de la historia del coso – celebrada en El Toreo de la Condesa, en la que para lidiar novillos de la ganadería debutante de Santo Domingo, propiedad en ese entonces de don Manuel Labastida y Peña, alternaron Paco Rodríguez, Gabriel Soto y nuestro Pepe Luis Vázquez, que repetía tras de su triunfo el domingo anterior

Escojo esta crónica, dado que uno de sus personajes, el matador de toros Pepe Luis Vázquez (mexicano), cumplió 92 años el pasado lunes 19, día de San José. A Pepe Luis Vázquez le recuerdo como un puro ejecutante de la suerte de recibir y un torero de un gran pundonor. En una segunda etapa de su vida taurina, se dedicó a presidir los festejos celebrados en la Plaza México, lugar en el que, fue el primer torero en recibir la alternativa, el año de 1947.

En cuanto a la crónica de Alameda, podemos ver que es extensa, que mezcla la prosa con el verso y que en el engarce de los conceptos, sin perder la compostura, deja perfectamente claro lo que le gustó y lo que no en el festejo que está narrando. Espero que la encuentren de interés.

Cogida de Paco Rodríguez y triunfo de Pepe Luis Vázquez 

“Una nota de clarín
desgarrada
penetrante,
rompe el aire con vibrante
puñalada” 

Y, al toque ritual, comienza la fiesta. En los tendidos, se aprieta la multitud compacta, que se ha incorporado de nuevo a su espectáculo preferido, tras de los dos primeros festejos, que fueron como los lances de tanteo antes de meterse en faena. 

Por la arena avanza el escuadrón taurino, el único capaz de marchar a la guerra y a la muerte con ropaje de seda. Van a torear Pepe Luis Vázquez, cuyo primer naipe, lanzado sobre el tapete ocho días antes, fue un triunfo; Gabriel Soto, que llega de la plaza chica de “La Morena” impulsado por el éxito; y con ellos, y a la cabeza, Paco Rodríguez, como capitán de la lidia. 


Paco Rodríguez parece haber traído consigo al sol, que por primera vez preside la fiesta, como si quisiera señalar con su presencia el verdadero comienzo de la temporada. También traía la sangre torera dispuesta a derramarse y a dejar cumplido el verso:

“Oro, seda, sangre y sol” 

Han llegado los lidiadores bajo el palco de la autoridad. Y se inclinan reverentes. “Ave César, morituri te salutam”. 

Y, puesto que ya está el cuadro completo, puede comenzar el sacrificio. 

Ronco toque de timbal,
salta el toro a la arena.
Bufa, ruge… Roto cruje
un capote de percal”

Es el capote del primer espada, que ha quedado prendido en las astas del novillo con que hace su presentación en “El Toreo” la ganadería de Santo Domingo, que viene precedida de prestigio por su casta y a la que se le atribuye un abolengo miureño. 

Pronto el capote desprendido volvió a las manos toreras, que tiraron del toro para pasárselo, confiadas, de derecha a izquierda y, hábiles, de izquierda a derecha. Paco Rodríguez había comprendido que el primer toro del señor Labastida amenazaba con su pitón derecho y que había que recurrir al toreo zurdo. 

Quieto, erguido, comenzó la faena. El toro pasaba bajo el engaño, que se movía con rítmica precisión. Y el gentío acompañaba el ir y venir de la fiera y la serena gracia del burlador con gritos jubilosos, cumpliendo así su ministerio de coro de la tragedia. Hasta que Paco Rodríguez se pasa la muleta a la mano torera. Cita desde muy cerca y consuma el más bello de los lances. 

“…en los tres tiempos
del pase natural tendiendo el brazo
guarnecido de oro
la clásica elegancia
con serenidad ejerce y arrogancia” 

Mas el empuje del toro mengua. Y, a partir del segundo natural, se queda en el centro de la suerte. Paco Rodríguez lo invita reiteradamente a pasar. Pero el astado solo atiende la invitación a medias. Entonces, el acero brilla un momento desnudo en el aire y luego se clava tendido en la obscuridad del toro. 

Ha terminado el primer acto. 


Al comenzar el acto cuarto, la tragedia se consumó. Paco Rodríguez había recibido al toro con lances a la verónica, todos ceñidos y garbosos, impecable uno de ellos. Era la plaza un clamor cuando Paco, tras de la primera vara, se echó el capote a la espalda y comenzó el juego ceñido y peligroso de la gaonera. Tan cerca estaba, que al iniciar el cuarto lance, no tuvo el toro más que alargar el cuello u prendió al torero, tirándolo a la arena mal herido.

“La inesperada acometida ha hecho
de elegante paso
un revuelo confuso…” 

Cuando ese revuelo cesa, Paco Rodríguez está ya en la enfermería y frente al toro se encuentra Gabriel Soto. Se revuelve el astado, se defiende. Y Soto, a la defensiva también, hace una faena breve con la muleta y laboriosa con el acero. Hasta que el toro se rinde y hay en la plaza un suspiro de alivio. 

Gabriel Soto había comenzado su actuación haciendo en el primero de la tarde un quite por faroles de rodillas, que deslumbró al gentío. Repitió la suerte, al torear de salida al quinto. Y demostró que tiene una propensión cardinal al toreo de rodillas, cuando inició la faena de muleta al segundo con cuatro pases también de hinojos. Los momentos citados fueron los más emotivos de su actuación. Los más lucidos los logró también en la faena a ese segundo toro, que tenía pocas energías pero mucha nobleza, Solo le dio pases excelentes, por alto, de trinchera, de molinete, afarolados. Un trasteo decididamente barroco, que gustó mucho al público. Le puso remate con dos pinchazos sin soltar y media contraria, todos “a toro parado”. Y mientras el concurso le ovacionaba, dio la vuelta al ruedo. 

El quinto toro, duro, encastado, que pegaba fuerte y con la cara arriba, cogió a Soto en el primer pase, lanzándole contra las tablas con la taleguilla destrozada. Para poder continuar la lidia tuvo el diestro que cubrirse con el blanco pantalón de un monosabio. Pero el toro, que parecía mover sus cuernos con intención más irónica que trágica, se lo arrancó en un derrote de cómicas consecuencias. Y tuvo que recurrir el torero a otro pantalón. Puso de su parte cuanto pudo para que el toro no se lo arrebatase también y logró salir airoso del empeño, aunque a costa de algún esfuerzo a la hora de matar. 

A Pepe Luis Vázquez le tocaron en suerte dos toros dóciles. Ya he señalado que otro – el segundo – también lo fue. Y agregaré que, salvo el primero, todos pelearon bravamente con los caballos, confirmando la fama de bien encastada con que llegó al ruedo principal la ganadería de Santo Domingo. 

Al tercer novillo, un negro lombardo, que sustituía a otro de sus hermanos retirados por rotura de una pata, le dio Pepe Luis dos excelentes verónicas, tras de las cuales fue cogido sin consecuencias. Clavóle tres pares al cuarteo, dos muy buenos y uno desigual y le hizo una magnífica faena de muleta. La inició con pases por alto, de entre los cuales descollaron dos de pecho magníficos, en los que hizo describir al toro largo viaje, llevándolo perfectamente toreado. De pase a pase, iba el torero ganando terreno, de modo que al terminar la serie estaba en los medios, muestra bien clara de que era dueño de la situación. Pasóse después al toro en derechazos muy ceñidos y surgió, cálida, la ovación. 

La última parte de la faena fue por la cara y cuando cuadró el novillo, entró Pepe Luis muy derecho a matar, pero se le fue la mano y la espada cayó baja. Sin embargo, en premio a las calidades de su faena, fue obligado a dar la vuelta al ruedo. 

En el quinto, invitado por Gabriel Soto para que simulara un quite, dio dos verónicas que fueron lo mejor, lo más serio que se hizo con el capote en toda la tarde. 

También los lances con que recibió al sexto fueron de buena calidad. No así los que ejecutó en los quites. Pero con las banderillas volvió a entusiasmar. Cita al toro desde cerca de tablas y cuando el toro se arranca, compite con él en el viaje, saliéndose hacia las afueras, “de poder a poder”. Y, así,  

“…en un viaje especial de esbeltez y osadía,
– los brazos alzando – 
y, allá por encima
de las astas, que buscan el pecho,
las dos banderillas
milagrosamente clavando… se esquiva
Ágil, solo, alegre,
¡sin perder la línea!

Hay dos pares más, uno muy bueno por el lado izquierdo, para que se vea que no es banderillero a medias, y otro desigual. 

Y, en cuanto suenan los clarines para el cambio de tercio, toma Pepe Luis la muleta, echa las dos rodillas a la arena y se va acercando a su enemigo, poco a poco, con decisión firme. Súbitamente sale del tendido un grito unánime de júbilo, el “olé” tradicional de los grandes momentos: 

“De un lado, por debajo
del rojo trapo que en su furia engríe,
el toro muge alzando
remolinos de arena…”

Del otro lado, Pepe Luis Vázquez continúa de hinojos, en espera de la nueva acometida, que esquiva con la misma serenidad que otra más que viene a continuación. Han sido tres pases de rodillas, Pero no tres pases de los que se da el toro solo, viajando inocente bajo el engaño, sin tres pases dados por el torero, con temple, con mando y con una gran emoción. Después, impulsado por el entusiasmo del público y por el entusiasmo propio, torea de pie, con la derecha y con la izquierda, muy cerca, muy valiente, muy seguro de sí mismo. Y cuando mata de una corta tendida, se va en hombros de la multitud, llevándose otra oreja y otro triunfo. 

“El gran suspiro que es la tarde crece
como de un pecho inmenso
Palidece el sol.
y terminada la fiesta de oro
a la mirada que solo un eco
de amarillo seco
y sangre cuajada”
Dramatis personae

La ganadería de Santo Domingo fue fundada en San Luis Potosí por don Manuel Labastida y Peña en 1926, con los restos de lo que la Revolución dejó en su casa y en la ganadería de Espíritu Santo, que tuvo un semental de Miura llamado Chicorro, berrendo en colorado. Posteriormente añade ganados de Cruces, empadrados con un toro de Otaolaurruchi y después agrega sementales de San Mateo en los años 1928, 1930, 1932, 1934 y 1943, así como uno de Carlos Cuevas en 1942.

Paco Rodríguez fue investido matador de toros por Lorenzo Garza, en presencia del lusitano Diamantino Vizeu, el 18 de enero de 1948 en El Toreo de Cuatro Caminos. El toro de la alternativa se llamó Sevillano y procedió de Pastejé, como todos los lidiados esa tarde.

Gabriel Soto recibió la alternativa el 8 de diciembre de 1954 en Tenancingo, Hidalgo. Su padrino fue Guillermo Carvajal y los toros de Tequisquiapan en un festejo mano a mano. Su hijo Gabriel Soto El Momo, también es matador de toros. 

Pepe Luis Vázquez (José F. Vargas Castillo), como decía arriba, fue el primer torero en recibir la alternativa en la Plaza México. Le apadrinó Manuel Gutiérrez Espartero y atestiguó la ceremonia Ricardo Balderas. Los toros fueron de la ganadería de Lorenzo Garza y el de la ceremonia fue nombrado Piel Roja. Su hijo Pepe Luis Vázquez, es matador de toros.

Espero que hayan disfrutado esta que a mi parecer, es una extraordinaria pieza.


domingo, 26 de febrero de 2012

En el centenario de José Alameda (II)


Alameda antes de Alameda (I)

José Alameda (Cª 1980)
José Alameda cubrió la temporada de novilladas de 1944 para el semanario mexicano La Lidia y en el mismo, fueron las únicas colaboraciones periódicas suyas que he podido localizar. Las firmó utilizando su nombre civil, abreviado, es decir, como Carlos Fernández – Valdemoro, al igual que ese ensayo titulado Disposición a la Muerte, que al final del mismo calendario vería la luz en la revista literaria El Hijo Pródigo, dirigida por Xavier Villaurrutia.

La que hoy les presento, es la del festejo que inauguró la temporada en El Toreo el domingo 11 de junio de 1944. Novillos de La Laguna para un ya veterano Julián Pastor, Nacho Pérez y Arturo Fregoso. Salió publicada en el número 82 de La Lidia, el viernes 16 de junio de 1944 y se tituló La primera novillada, haciendo alusión a que se trataba del festejo inaugural de la serie y en ella, Alameda exhibe ya un estilo didáctico y por lo mismo diáfano, que permite aún a casi siete décadas de distancia, percibir la realidad de lo sucedido en la tarde que nos relata. Aquí el cuerpo de la narración:

Un nuevo piloto. El viaje a España de Tono Algara dejó al frente de la empresa “Espectáculos El Toreo” S.A. a don Joaquín Guerra. Y las circunstancias le obligaron a entrar en funciones antes de lo que él esperaba. Este hombre, a despecho de su apellido, tan actual por cierto, es fundamentalmente pacífico. Yo siempre lo he visto con la sonrisa en los labios. Pero no hay que fiarse de las circunstancias. Porque no es Joaquín Guerra de los que retroceden ante los problemas. Muy por lo contrario, los ataca siempre de frente y logra mancornarlos, reducirlos y vencerlos. Lo que pasa es que lo hace sin violencia, como esos lidiadores finos que para poder con el toro no necesitan descomponerse. Ahí está la prueba. No hubo obras en la plaza de “El Toreo” y urgía pues, reanudar en ella las actividades. El tiempo se venía encima. Pero Joaquín Guerra no lo dejó pasar, sino que le salió al encuentro y estampó en los muros de la Capital su primer cartel. Lo hizo más pronto de lo que muchos esperaban. Y, aunque para ello hubo de afrontar dificultades, no perdió su eterna sonrisa de hombre simpático, de hombre que para vencer empieza por convencer. Vaya desde aquí nuestra sincera felicitación al amigo en quien tanto valen el gesto cordial como las decisiones prontas.
El animoso Julián Pastor. A la cabeza de ese primer cartel organizado por el gerente accidental, figuraba Julián Pastor, un torero cuya experiencia profesional le permite encontrar siempre recursos para resolver, por uno u otro procedimiento, las dificultades que en la lidia surgen.
Lances a la verónica de gran valentía y chicuelinas ceñidísimas con las que se lució en el primer tercio del toro que abrió plaza, lo hicieron desde luego entrar por el camino del éxito. Y en él supo mantenerse por el transcurso de la corrida.
Diligente y sin titubeos, como corresponde a su experiencia, muleteó a ese primer novillo, que achuchaba por el lado derecho. Y aunque, a causa de ello, estuvo dos veces en peligro, no se descompuso. E inclusive logró pases lucidos, entre los cuales destacaron algunos derechazos y un lasernista sobremanera ceñido.
Cuando terminó con el astado de una contraria ligeramente trasera y media tendida, se le tributó una calurosa ovación, cuyo tono rebajó él mismo al aventurarse a dar una vuelta al ruedo.
Comportándose siempre como lidiador avisado, se apresuró a lancear al cuarto, antes de que éste pudiera desarrollar las tendencias poco tranquilizadoras que no tardó en descubrir. Lo hizo con verónicas a pies juntos, pegándose hábilmente a los costillares. Y así logró esquivar las dificultades que el toro presentaba. “Avería” se llamaba el novillo y a punto estuvo de causarle una “ídem” a Julián Pastor durante la faena de muleta, pues se quedaba en el centro de la suerte, bajo el engaño. Y además, ya avanzada la faena, comenzó a gazapear, sin que por ello se privase de algunas arrancadas imprevistas, en una de las cuales estuvo a punto de llevarse por delante al diestro. Fue el novillo más difícil del encierro. Pero Julián no perdió la serenidad y tras de doblarlo por bajo, con valentía y conocimiento de causa, lo mató de una estocada desprendida. Y tornó a ser ovacionado.
Al margen de las depuraciones de estilo, que no van con su temperamento, es Julián Pastor un torero consciente, seguro y valeroso, cualidades que justifican la simpatía que despierta en el público.
El afortunado Nacho Pérez. En Nacho Pérez creímos advertir notables progresos. Así lo estimó también el público, que siguió con interés toda su actuación. Cierto es que le cupo en suerte el mejor lote. Pero también es verdad que supo sacarle partido.
Con el segundo de la tarde ejecutó algunos magníficos pases de costado, que dieron emoción a la faena ya desde su fase inicial. Además se enteró muy bien de lo que era el toro. Y, advirtiendo su franca embestida por el lado izquierdo, pasóse la muleta a la zurda y así ligó varios pases que se le jalearon. Los hizo con limpieza y seguridad. Pero yo me atrevería a aconsejarle que no echase la espada por delante para ayudarse con ella y que se cruzase más con el toro, para no hacer la suerte lo que se llama “al hilo”, sino más enfrentado con su enemigo. Esto, desde luego, entraña mayores dificultades, pero también dota a las suertes de más emoción y autenticidad. Los que sí ejecutó muy bien fueron los ayudados por alto, algunos de ellos magníficos de aguante, temple y valor, a los que agregó otros de costadillo igualmente meritorios. Todo lo cual compuso una faena variada, interesante y emotiva, que entusiasmó al gentío. Y cuando Nacho le dio fin con un pinchazo hondo, media un tanto contraria y un descabello a la primera, fue obligado a dar la vuelta al ruedo.
Con el quinto estuvo igualmente bien. Hubo en su faena algunos derechazos que provocaron entusiasmo y pases por alto de tan buena calidad como los que ejecutó en el toro anterior. Algunos muletazos giratorios – de especie fronteriza, entre lasernistas y molinetes – le resultaron magníficos por lo precisos y ceñidos. Entre los aplausos con que se premiaba su faena, surgió una voz que, refiriéndose al terno de Nacho, un vestido verde y oro, propiedad de Silverio, gritó: “¡Ese traje me lo pongo yo!” Aquella voz aludía a la influencia de Silverio, atribuida al traje, pero que a Nacho le llega por más profundos caminos, pues la lleva en la sangre. Es una influencia muy ostensible, y donde más se notó fue en un quite por chicuelinas a su primer toro. Un quite “silverista” puro. Y como tal, ovacionado.
El impasible Fregoso. Arturo Fregoso es un torero muy sereno. Acaso demasiado. Porque la tranquilidad en un lidiador vale mucho, pero cuando se extrema, se convierte fácilmente en frialdad.
Sólo en una ocasión se le encendió la sangre. Fue cuando su primer toro, al que había dado tres apretadísimas chicuelinas, lo prendió por una pierna y lo hizo salir por la cola, en limpia voltereta. Se levantó entonces y fuése al toro a cuerpo limpio para desafiarlo, pegándole con la mano en el testuz. Tras de lo cual volvió a ejecutar chicuelinas como las anteriores.
Pero luego volvió a enfriarse. Y muleteó sin inquietud, pero sin brío al novillo, que tenía una tendencia poco grata a derrotar alto. Y la verdad es que Fregoso no se asustaba de los derrotes, pero tampoco se encorajinaba como hubiera sido necesario para buscarle al toro una pelea eficaz.
En el sexto, apunto algún buen lance a la verónica e hizo un quite por faroles verdaderamente magnífico. Fueron faroles como aquellos con los que sorprendió y entusiasmó el año pasado. Tan templados y rítmicos, que logró transformar esa suerte de mero adorno en algo positivamente emocionante.
Esperábamos que siguiese igual de torero con la muleta. Pero cuando iba a iniciar su faena, saltó al ruedo un espontáneo que entre carrera y carrera, logró un buen pase de rodillas y otro de pecho. Cuando se retiró y mientras el público estaba distraído pidiendo que no lo encarcelasen, comenzó a muletear Fregoso, que naturalmente encontró al toro en el estado de incertidumbre a que da siempre lugar el barullo ocasionado por los espontáneos. Sin embargo, poco a poco Arturo se fue acomodando con el novillo y aunque hizo un trasteo desligado, logró pases de muy buena calidad, especialmente los que ejecutó por alto en la parte final del trasteo. Pero estuvo muy desafortunado con la espada, como lo había estado en el toro anterior. Y el público comenzó a invadir el ruedo. Esto dificultó enormemente la labor del diestro, al que la autoridad tocó los dos avisos, sin tener en cuenta que el tiempo no puede computarse lo mismo cuando un torero lidia en condiciones normales que cuando lo hace impedido por una verdadera invasión popular de la arena.
De los toros y de la manera de castigarlos. De La Laguna vino un encierro parejo y terciado. Flojos en su pele con los caballos, los novillos fueron, sin embargo, dóciles para los toreros, si se exceptúan el tercero y el cuarto, cuyos defectos puntualicé más arriba. El que reveló más casta y empuje fue el sexto, que se creció al pegarle muy fuerte “Limber”, ese eficaz varilarguero que suele picar contra todas las reglas del arte, tapándole la salida al toro al irse con el caballo hacia las afueras. ¿Sería inoportuno señalarle que la salida que debe tomarse es precisamente la contraria? Porque no basta con pegarle al toro. Hay que pegarle como es debido.

Julián Pastor había debutado en El Toreo el 6 de junio de 1927, fue compañero de quinta de Fermín Espinosa Armillita, Alberto Balderas, Heriberto García, José González Carnicerito, Esteban García y José El Negro Muñoz entre otros; Nacho Pérez - hermano del Faraón Silverio - hizo lo propio el 31 de agosto de 1941 y algunos de sus compañeros de generación fueron Luis Procuna, Félix Guzmán, Pepe Luis Vázquez - mexicano -, Carlos Vera Cañitas y Manuel Gutiérrez Espartero, en tanto que Arturo Fregoso lo había hecho el 30 de mayo del año anterior, siendo parte de un grupo integrado entre otros por Antonio Toscano, Paco Rodríguez, Félix Briones y Tacho Campos. De la terna, solamente regresaría a El Toreo en esta temporada Nacho Pérez y al final de sus carreras, ninguno de los tres recibiría la alternativa.

lunes, 12 de diciembre de 2011

En el centenario de Armillita (y XII/II)


1947: Armillita habla acerca de él mismo, anuncia su retiro y expone su tauromaquia


Armillita, Domingo Ortega y Manolete
(Lima, Cª 1946)
Recojo aquí lo dejado pendiente ayer y presento la conclusión de la entrevista concedida por Armillita a El Tío Carlos en abril de 1947:

Veinte años de toros y de toreros 
“La alternativa, usted sabe – continúa Fermín, animándose con su propio relato – la tomé en la temporada 1927 – 28. Apenas dos años antes se había ido Gaona y Pepe Ortiz acaparaba la atención. Con él fue la primera pelea en aquella época”. 
“En 28 fue a España por primera vez, ya como matador de toros. Tuve éxito y pude torear 47 corridas; al año siguiente, en 29 bajé a 25 por haber aflojado un poco en los finales de la temporada anterior. Alternaba entonces con “Chicuelo” que estaba en su mejor época; con Villalta, Vicente Barrera y Marcial Lalanda, con “Gitanillo de Triana” el primero”. 
“Mi consagración definitiva en España, vino en el año de 1934, peleando con Ortega. En México considero que la consagración fue en la temporada 1936 – 37, la siguiente después de que se rompieron las relaciones taurinas con España. En esa temporada tuve aquella tarde – una de las más completas de mi vida – en la que con toros de San Mateo, corté orejas y rabos a mis tres toros y una pata al que se llamó “Pardito”. Alternaba con Lorenzo Garza, mano a mano”. 
Las mejores faenas de Fermín, según él mismo 
Hemos preguntado a “Armillita” cuáles son las faenas suyas que más le han satisfecho durante veinticinco años. Y responde.  
“En España, recuerdo como la que más me satisfizo la lidia completa que le di a un toro de Aleas llamado “Centello”, en la plaza de Madrid, el año de 1932, alternaba con Bejarano y Fortuna. La temporada me había pintado un poco mal. Pero salió ese toro y desde la capa hasta la estocada, le hice lo que se me vino en gana y a todo mi gusto. Aquello me abrió las puertas en todas las plazas”. 
“Acá en México, las faenas que considero mejores son las de Clarinero de Pastejé; la de Arpista, con la que gané la Oreja de Oro en 1937; la de Tapabocas, la de Hurón”. 
Y aparecen naturalmente Pituso y Nacarillo. 
Aparecen en la charla y en la realidad. Porque casi simultáneamente a la mención de ellos, irrumpen en el recinto Pituso y Nacarillo en figura corporal. Son un gato pardo y un perrillo blanco a los que Fermín ha bautizado con los nombres de sus dos últimas faenas. Los dos “inmortales” trepan por el pantalón del saltillense, “Armillita” los acaricia distraídamente conforme opina: 
“Hay diferencia entre la faena de Pituso y la de Nacarillo, en razón de los mismos toros con los que fueron hechas. Con Pituso había que torear más desde media faena en adelante; con Nacarillo, al contrario, fue preciso torear más desde el principio hasta media faena”. 
“Y esto porque Pituso – que tenía muy buen lado izquierdo – fue a menos y hubo que consentirlo más; mientras que Nacarillo comenzó mal – con estilo de manso – y dio la casualidad que se fue asentando conforme avanzaba la faena, hasta que acabó embistiendo con muy buen estilo”. 
¿Y fue por casualidad? Interrumpimos. 
“Ya ve Usted que hay toros que se cambian así – contesta el saltillense y prosigue –. Sin embargo, estuve más a gusto con Nacarillo, Es el toro al que le he dado más naturales en toda mi carrera. Y sobre todo, vino en un momento en el que el público parecía creer que yo ya no daría más de mí. Por Nacarillo volvieron a creer en mí y esto me satisfizo”. 
Los mejores toreros que ha visto 
¿Y como aficionado, cuáles son toreros que más le han gustado en estos veinte años?, preguntamos. 
“Entre los mexicanos, Gaona – responde Fermín –. Lo vi en la temporada de su despedida. Y creo que México no ha tenido otro torero como ese…” 
“Entre los españoles, Belmonte, al que vi en su última época; Chicuelo, que era finísimo y Domingo Ortega, que ha sido el torero más sereno frente a los toros. Ninguno tiene su tranquilidad”. 
“Finalmente – dice Fermín –, Manolete. Como aficionado, es un torero que me entusiasma. Me entusiasmó desde la primera vez que lo vi. Y creo que no ha habido torero como él; aguanta a todos los toros y a todos los toros les hace lo mismo”. 
“Y esto, que es muy fácil de decir, es lo más difícil que hay en el toreo. Porque todos los toros son diferentes, y hacerles a todos los toros de todos los estilos la misma faena, es algo muy grande”. 
La doctrina taurómaca de Fermín Espinosa 
Hemos llegado a un punto especialmente interesante. Queremos saber qué es el toreo para Fermín Espinosa y cuáles son los principios de su tauromaquia. Y hemos preguntado: 
Usted que ha competido con toreros tan diferentes como Ortiz y Manolete, como Chicuelo y Ortega, y que ha visto tantos estilos diferentes de torear, ¿puede decirnos que diferencias encuentra entre el torero de hace veinte años y el de ahora? 
“Entonces no se toreaba tan cerca como hoy. Entonces se peleaba más con el toro. Y es que el animal con cinco años o más y en plenitud de facultades, no permite que el torero se quede quieto tres veces seguidas. A la tercera vez que el torero se quede parado, lo coge”. 
“Porque el toro de esa edad y de esas facultades, tiene lo que se llama sentido. Es decir: que el toro aprende, que quiere coger. Uno lo siente muy bien en el ruedo cuando está uno frente a un toro así. Sabe uno que si da el tercer pase, se lo lleva el toro. Y hay que cambiar de táctica”. 
“Pero descontando eso, hoy se torea más cerca y mejor que nunca”. 
¿Qué es lo que le ha permitido a Usted luchar veinte años y enfrentarse con tanto éxito a los más diversos estilos de torear? 
“Si no se entiende una cosa – contesta seguro y claro Fermín – no se puede dominarla. Y si no se domina, no hay verdad. Yo creo entender al toro y tener facultades para practicarlo. Esas son las razones en las que se ha fundado mi carrera. Con base en eso, me he amoldado a todos los estilos en las diferentes épocas”. 
¡El dominio, el dominio! 
Y aplicadas esas ideas a la lidia misma, ¿en qué principios se traduce? Hemos “cargado la suerte”. 
“Lo primero es – dice Fermín – que no hay un toro igual a otro. Todos los toros son diferentes. Este es el hecho más extraordinario del toreo y en el que se debe basar todo lo demás. Hay ocasiones en que sale un toro bravo y que Usted en el tendido juzga como igual en estilo y bravura a otro que ha visto. Y sin embargo, Usted ve que el torero – tal vez el mismo que toreó con éxito a un toro semejante – no se acopla con el toro. A mí me ha pasado eso en ocasiones. Y es que no hay toros iguales. Todos los toros son diferentes y aquél que parece una copia de otro, es totalmente distinto. 
“Lo segundo es el dominio. Si no hay dominio, no hay nada. Un torero se puede quedar quieto frente a un toro una y otra vez; pero si no está dominado, no hay verdad en aquello. Estará pasándose el toro a la trágala o exponiéndose a una cornada, pero toreando, no”. 
“En el toreo se pueden hacer muchas cosas, pero lo importante, lo verdaderamente esencial en el toreo, es que todo lo que se ejecute se haga dominando”. 
“Lo ideal – contesta Fermín – es el torero que pueda con todos los toro, que domine a todos los toros y que lo haga siempre con arte”. 
El conflicto hispano – mexicano 
Hasta aquí la doctrina taurómaca de Fermín Espinosa y el secreto de sus veinte años triunfales, explicados por primera vez a la afición a través de “El Gráfico”. Ahora, ya para cerrar la charla que ha discurrido por temas tan sustanciosos y tan útiles para la fiesta de toros, volvemos a lo inmediato. Hemos preguntado a Fermín si cree en el arreglo del conflicto taurino hispano – mexicano. 
“Creo que se arregle – dice Fermín – pero no pronto, como se piensa. Entre consultas y aprobaciones, esto llevará unos tres meses”. 
“Y es muy conveniente el intercambio – subraya –. A nuestro público le gusta el pique entre los de aquí y los de allá y nuestros toreros encuentran en España muchas oportunidades de desarrollarse”. 
“¿En Usted – preguntamos – qué influencia tuvo España? 
“En mí tuvo una influencia decisiva. No sé qué pasa en España, pero es un hecho que despierta más la afición del torero”. 
“Creo – medita un poco – que ello se debe a esa cosa tan agradable que significa estar toreando todos los días. El torero no piensa más que en torear, no habla sino del toro y el ambiente es muy propicio para ello”. 
“Esperar ocho días para vestir el traje de luces como nos pasa aquí, es muy malo. El torero baja de afición y aún de facultades. No está tan puesto con el toro como toreando a diario”. 
“Por eso nuestros toreros dan más de sí en España. Yo lo he sentido siempre que he ido, Se hace uno torero a base de esa cosa indispensable que es la práctica. Tal es la razón por la que deseo el pronto arreglo de las diferencias”. 
Y tras de anunciarnos que la de ayer fue la última corrida que torea en esta temporada, porque va a gestionar que se le cancele la del domingo próximo, Fermín y este Tío dan por terminada la grata charla.   
Al final de cuentas, la ruptura de la que hablaba Armillita se restableció hasta 1951 y no unos meses después como presagiaba el Maestro; Silverio Pérez volvió a los toros en diciembre de ese mismo 1947 y sí, la última temporada que Fermín Espinosa hizo completa en la Plaza México fue la 1947 – 48, porque en abril de 1949 se despidió de los ruedos, según lo he contado aquí en esta misma Aldea

Por otra parte, lo que relató a El Tío Carlos sobre el toro y el toreo, creo que sigue siendo la verdad puntual y valía entonces y vale hoy más que nunca, porque nos sirve como medio para deducir el deber ser de lo que sucede en la realidad que vivimos. 

El hecho de que el calendario haya agotado sus hojas no significa que deje de ocuparme de la figura de don Fermín Espinosa Saucedo, que con su vida y con su obra, siempre dará lugar a que se pueda decir algo bueno e ilustrativo acerca de él.

Nota importante: Los resaltados en el texto transcrito son imputables exclusivamente a este amanuense.

domingo, 11 de diciembre de 2011

En el centenario de Armillita (y XII/I)


1947: Armillita habla acerca de él mismo, anuncia su retiro y expone su tauromaquia

Armillita en Aguascalientes
(Cª 1937, colección Isidoro Cárdenas Carranza)
En este mes concluye el año del Centenario de Armillita. Hace doce meses ofrecí presentar una vez al mes cuando menos, una estampa de la vida torera de quien es, insisto, con poco margen para la discusión, uno de los más grandes toreros de la historia y además, orgullosamente mexicano. Pensé en recordar en esta oportunidad alguna de sus grandes faenas, pero al revisar la hemeroteca, me encontré con una extensa entrevista, realizada al Maestro de Saltillo por don Carlos Septién García El Tío Carlos y publicada en el número 226 del semanario La Lidia de México, correspondiente al día 4 de abril de 1947, la que pensé que sería del interés de Ustedes.

En ese año de 1947, tras de concluir Manolete su campaña en México, se anunció que terminaba la vigencia del convenio entre las asociaciones de toreros de México y España. Se planteaba en un inicio que la ruptura sería breve y que en unos cuantos meses los toreros mexicanos estarían actuando en las principales ferias españolas. Aparte, una semana antes de la entrevista, Silverio Pérez anunció una sorpresiva retirada de los ruedos. De eso y de mucho más habló Armillita con El Tío Carlos.

Pensé en hacer un extracto de la publicación, pero considero que su valor está intacto aún con el transcurso del tiempo, así que procedo a publicarla en dos partes, iniciando hoy con la primera:

“Armillita” expone por primera vez su doctrina: “En el toreo si no hay dominio no hay verdad” 
Galantería de “El Tío Carlos” (Cronista de “El Universal”) 
Sencillez en el porte, sobriedad en las palabras, naturalidad en la actitud. A los veinticinco años de vida torera – veinte de ellos como primera figura – Fermín Espinosa es un hombre en el que se combinan la sensatez del varón y la simplicidad del muchacho.  
Y es todavía algo más difícil: un torero en el que no han dejado sombra los veinticinco años de lucha por los ruedos del mundo. En este cuarto de siglo los toros apenas han podido trazarle una leve cicatriz en la carne y los hombres no han sido capaces de asestarle una cornada de amargura en el espíritu. 
Fermín Espinosa es un hombre sano. No solo en el sentido fisiológico del término, sino en el psicológico, que es mucho más importante. Ahora mismo, cuando al iniciar esta grata charla de toros se han tocado necesariamente los temas del momento y Fermín se ha visto precisado a hablar de la hostilidad de la Empresa hacia él, lo hace con sencilla objetividad. 
“No soy santo de su devoción – dice –. Me han querido perjudicar por muchos medios. Me mandan notarios como si yo me hubiera negado a torear alguna vez; me hacen campañas de prensa; me ponen en carteles poco ventajosos”. 
“No soy santo de su devoción”, repite. 
Y no hay en el comentario ni acritud, ni desplante, ni enfado. 
Porque una empresa adversa es, en la vida taurina de Fermín Espinosa, un incidente como ha habido tantos. 
Como por ejemplo, un toro más. 
Que al fin y al cabo será un toro menos. 
La influencia de “Armillita” en Silverio Pérez 
La charla va pasando a temas más toreros que éstos de los notarios y de las campañas de prensa. 
Y desde luego está la retirada de Silverio Pérez, el genial texcocano que se despidió bruscamente hace ocho días. La opinión de Fermín resulta especialmente interesante. Silverio nunca ocultó – y por el contrario gustó de proclamarlo – que en “Armillita” tuvo un guía y un consejero. 
“Hizo bien en retirarse – dice Fermín –. Sí ya se sentía cansado y si la familia lo llamaba tan fuertemente, ¿para qué seguir en los toros? Alabo su determinación”. 
“¿Qué cuál fue la aportación de Silverio al toreo mexicano?” 
“Verá Usted. Creo que su emoción. Eso que Ustedes los cronistas llaman dramatismo. Yo no vi a Carmelo, el hermano, porque en aquellos años de su aparición y su cornada estuve en España. Pero creo que Silverio ha sido el torero más emotivo que he visto”. 
¿Y cuál ha sido la participación de Usted en la carrera de Silverio? Hemos preguntado. 
“Da un poco de pena hablar de uno – responde Fermín, pero sigue, vencida su discreción –. Lo que hice fue darle aliento siempre que se desanimaba y en el ruedo, cuando toreábamos juntos y estaba yo cerca, decirle mis opiniones sobre el toro y mis ideas para el modo de torearlo. Esta fue mi influencia en la carrera de Silverio. 
El fracaso de la temporada actual 
Ligando la despedida de Silverio y el lamentable fracaso artístico y económico de la temporada que hemos padecido, Fermín prosigue:
“Son muchos las causas que determinaron el desastre de la temporada. Desde luego, está el ganado. La camada de este año no ha sido ni tan pareja ni tan brava como la del año anterior, y esto determina que los toreros tengamos menos ocasiones de lucimiento, con el consiguiente enfado del público”. 
“Está además la actuación de la Empresa. Ocurrido el rompimiento taurino hispano – mexicano, se dio a organizar malos carteles, en vez de buscar la organización de combinaciones atractivas. Eso acabó de echar a la gente fuera de la plaza”.  
“Y luego, la plaza misma. En la México no se puede torear. Yo no recuerdo plaza alguna en la que sople el aire con tanta fuerza y tal constancia. Desde enero hay viento en todas las corridas. Y frente al aire no hay recurso que valga. Sale uno a disgusto, sabiendo que no habrá lucimiento, y sí en cambio, mucho riesgo”. 
Fermín anuncia su retirada: misión de Arruza y de Procuna 
“Yo no he pensado en retirarme en la forma en la que lo hizo Silverio esta temporada – dice Fermín cuando le hemos lanzado esa interrogación – pero me retiraré la próxima temporada. Lo he decidido firmemente. Aún arreglándose el conflicto no pienso ya torear en la Península. Aquí esperaré la temporada 47 – 48 que será para mí la última”. 
“¡Es que son veinte años de alternativa los que llevo! – exclama – y durante esos veinte años no he rehuido la pelea con nadie, ni en México, ni en España”. 
Retirado Usted, ¿en quién descansará la responsabilidad del toreo mexicano? Preguntamos. 
“En Arruza y en Procuna – contesta sin titubeos “Armillita” –, a Carlos lo he visto torear en España la temporada anterior. Asusta su valor. Puedo decirle a Usted que nunca he visto un torero arrimarse tanto a los toros como Arruza. Tiene una capacidad, una facilidad para meterse en los pitones, que no he visto en nadie”. 
“A Procuna lo vi en Lima la temporada última. Está toreando extraordinariamente. Muy cerca, muy valiente y muy artista. Es una verdadera lástima que no haya toreado esta temporada en México”. 
“En Carlos y Luis, a más de lo que se cuaje en las temporadas de novilladas, quedará la responsabilidad del toreo mexicano”. Concluye. 
Un aficionado puede ser armillista o no serlo. Puede también ser anti – armillista. Pero si es aficionado de verdad, habrá de tributar a “Armillita” el respeto que se merece como figura inconmovible del toreo mexicano durante casi un cuarto de siglo, como sostenedor de la fiesta entre nosotros en épocas críticas y como autor de varias de las más gloriosas faenas con que nuestro torero ha enriquecido la historia de la tauromaquia. 
Sobre estos veinte años triunfales y macizos de “Armillita” – estos veinte años que a veces suelen olvidar públicos y empresas – hemos querido que hable el propio Fermín. Que sea él mismo el que haga la historia y el juicio de su obra y de su carrera. Y que sea él, quien explique su doctrina taurómaca – la que ha dado esos veinte años de éxito incansable. 
“Tenía doce años apenas. Un día fui con mis hermanos a la plaza de Tacuba – una antigua placita que había allá –, en la que en esa fecha de 1922 se toreaba un festival. Primero le di algunos capotazos y pases a un becerro. Luego salió una vaca grande destartalada, pero suavota”. 
“Y “Llaverito”, un torero español que estaba entonces aquí y que fue apoderado de mi hermano Juan, me dijo: ‘A ver muchacho, ¿te atreves con esa vaca?’”. 
“Yo no contesté, tomé el capote y me fui hacia la vaca. Le di tres lances. Al cuarto lance me empitonó por la pierna derecha. Pero no perdí el control, alcé la pierna y la saqué por arriba del cuerno. De modo que ni siquiera me levantó del suelo el animal”. 
“Llaverito me gritó: ¡Ya está bueno muchacho, vámonos para afuera!” 
“Y me fui. Pero ya había dado mis primeros lances a un animal grande”.
Concluye mañana...

lunes, 21 de noviembre de 2011

En el centenario de Armillita, XI


20 de noviembre de 1944: Armillita y Despertador de Zotoluca en San Luis Potosí (II/II)

Aspecto de la reintervención a Armillita, quien aplica la
anestesia es el Dr. Javier Ibarra hijo
Ante el pronóstico del médico potosino, los hermanos del torero e integrantes de su cuadrilla, Juan y Zenaido y probablemente la familia directa del mismo, consiguieron el traslado de Armillita a la Ciudad de México, para que fuera atendido por manos más experimentadas – en esos días el doctor Hernández Muro tenía apenas 29 años de edad –, en este caso las de los doctores Javier Ibarra y José Rojo de la Vega, encargados del servicio médico de El Toreo de la Condesa y valorados como los más conocedores en este tipo de percances. En el invocado número del 1º de diciembre de 1944 de La Lidia, aparece la siguiente declaración de Zenaido Espinosa:


...estuve presente en la operación inicial y no quedé satisfecho hasta no ver que se exploraban todas las trayectorias y se exploraba hasta el último rincón de éstas... la Unión de Matadores y la de Subalternos deben interesarse muy seriamente por el estado en que están las enfermerías de las plazas provincianas. Aquellas no son enfermerías ni cosa que lo parezcan. Una mesa desvencijada, una vitrinilla conteniendo algún frasco de yodo o alcohol y pare usted de contar. Si llega a esas “enfermerías” un torero con la femoral partida, ahí queda...

Total, que se consigue un avión por mediación del inefable General Maximino Ávila Camacho y se transporta a Armillita al Sanatorio Francés, donde se le reinterviene para explorar la cirugía realizada por el médico Manuel Hernández Muro – a la fecha calificada por muchos redomados ignorantes como una cornada quirúrgica – y el veredicto de los santones Ibarra y Rojo de la Vega fue publicado en estos términos:

Fue necesaria la salida de un tercer avión que al filo de las seis de la tarde del martes, aterrizó, trayendo a Fermín, que inmediatamente fue trasladado al Sanatorio Francés, donde los doctores Rojo de la Vega e Ibarra exploraron detenidamente la herida, encontrando que la operación inicial practicada por el joven doctor Hernández Muro, había sido hecha con todo esmero y atingencia...

Conforme avanzaron los días, se advirtió que la cicatrización de la herida podría oprimir el nervio ciático, lo que agregaba un matiz de incertidumbre a la recuperación del torero y con ello, una nueva sombra de duda a la actuación de Hernández Muro, quien no se separó de Fermín Espinosa en todo el trance. El doctor Javier Ibarra declaraba de la siguiente guisa, según nota aparecida en el diario El Informador de Guadalajara del 23 de noviembre de ese año:

El diestro Fermín Espinosa se hallaba mejorado hoy por la tarde, teniendo esta mañana solamente una temperatura de 36.5 grados, con aspecto y evolución normales de sus heridas, funcionando sin contratiempos los tubos de canalización... El doctor Javier Ibarra dijo que hay peligro de que “Armillita” quede incapacitado para volver a torear, porque al cicatrizar la herida puede quedar oprimido el nervio ciático, y esto entorpecería los movimientos del músculo y le produciría grandes dolores.

Homenaje y entrega de pergaminos a los médicos
que atendieron a Armillita
Afortunadamente esos pronósticos no se cumplirían, pues el semanario La Fiesta del día 6 de diciembre y La Lidia de dos días después daban cuenta de la salida de Armillita del hospital y de su retorno a su domicilio particular para continuar con su restablecimiento, e incluso en la última de las informaciones aludidas, se mencionaba que preparaba ya su reaparición para el final de ese diciembre, sin especificar plaza, encierro o alternantes.

A explicación no pedida…

En el semanario La Fiesta del 17 de enero de 1945, se da cuenta de un homenaje que los armillistas de la Ciudad de México, encabezados por José Ramírez, José Díaz, el Licenciado Ignacio Rodríguez Morales, Cutberto Pérez y Alberto Escoto rindieron a los médicos Javier Ibarra, José Rojo de la Vega y Manuel Hernández Muro por el exitoso tratamiento de la grave cornada sufrida por Armillita en San Luis Potosí el 20 de noviembre anterior.

En ese número de La Fiesta, se hace un resumen de lo sucedido en la reunión y del mismo, me resulta destacado lo siguiente:

...el doctor Rojo de la Vega en nombre del doctor Ibarra y del suyo propio, hondamente emocionado expresó su reconocimiento por el homenaje y en su brillante pieza oratoria se refirió a la tendenciosa y malévola publicación hecha en una revista, tratando de hacer creer a la opinión pública que ellos habían restado méritos a la labor del doctor Hernández Muro, lo cual era absolutamente falso. Apeló, en presencia del doctor Hernández Muro, a que éste, con su hombría y su caballerosidad, aseverara o desmintiera la bajeza de la publicación aludida. Por su parte, el interpelado agradeció aquél homenaje – el primero recibido durante su vida profesional – y que, según dijo, no vendría a servirle de vanidad sino como un gran estímulo; y categóricamente protestó y desmintió lo dicho por la revista a que se hizo referencia en contra de los doctores Ibarra y Rojo de la Vega, a quienes prodigó frases respetuosas llamándoles maestros y agradeciéndoles las palabras de elogio que tuvieron para él cuando vino a México trayendo herido a “Armillita”...

Al final de la misma se entregaron pergaminos a los médicos con la siguiente leyenda:

Los Armillistas de la Ciudad de México patentizan su agradecimiento al ilustre doctor don Manuel Hernández Muro por su eficiente intervención médica en la persona de nuestro gran torero Fermín Espinosa “Armillita” y le rinden su admiración y afecto otorgándole el presente pergamino. Diciembre de 1944. Firmas del comité organizador, integrado por José Ramírez, José Díaz, Lic. Ignacio Rodríguez Morales, Cutberto Pérez y Alberto Escoto.

El doctor Manuel Hernández Muro defendió su posición como cirujano ante quienes pudieron criticar su manera de tratar la herida de Armillita, por haberse apartado de la metodología seguida de manera tradicional, causando revuelo no sólo en el medio de la medicina taurina, sino a todos los niveles, ya que el que en esos días era un joven y desconocido cirujano provinciano le había prodigado a tan grande figura del toreo, una atención impecable, elogiable en todos los términos.

Pergaminos entregados por Los Armillistas de la Ciudad de México
a los doctores Hernández Muro, Ibarra y Rojo de la Vega
El doctor Manuel Hernández Muro – un moderno santo laico, como diría Don Dificultades – falleció el 17 de septiembre de 1986 a los 71 años de edad y todavía el domingo 14 anterior había estado en su puesto en el burladero de médicos de la plaza ya llamada El Paseo – Fermín Rivera, servicio del que fuera jefe durante 45 años.

Tras de este único percance, Armillita reapareció en Guadalajara el 31 de diciembre de 1944, para lidiar toros de Zacatepec mano a mano con Antonio Bienvenida.

El corolario de la historia es que la cornada de Despertador vino a demostrar que a pesar del enorme poderío de Armillita delante de los toros, él era al final de cuentas, como escribe Leonardo Páez, también, apenas, un ser humano.

Espero que hayan disfrutado como yo, esta remembranza.

Aldeanos