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domingo, 4 de abril de 2010

Tesoros taurinos de la filmoteca de la UNAM: Los Orígenes: Cine y Tauromaquia en México 1896 – 1945

Apuntes acerca de la historia del toreo en México

La historia del toreo no ha sido realmente objeto de un estudio sistemático. No lo ha sido no tanto porque no tenga el interés para serlo, sino porque como su objeto se produce en todo tiempo y en diversos lugares, resulta bastante complicado el compilar y ordenar las informaciones que se producen en lugares tan disímbolos como las principales capitales y en las aldeas más recónditas de la geografía de los países que conforman lo que Díaz Cañabate llamó en su día el planeta de los toros.

Si tratamos de ubicar el intento sistematizador en el final del siglo XIX y los albores del XX en México, tendremos que enfrentar otro problema de grandes proporciones, la nuestra era una tierra que tenía prácticamente tres cuartos de siglo en guerra permanente. A veces de baja intensidad, a veces con las potencias internacionales y al final de cuentas, la posibilidad de documentar y de conservar los datos sobre las cuestiones que iban más allá de lo estrictamente indispensable para vivir o mejor dicho, sobrevivir, era una cuestión que podría considerarse superflua. Por eso las noticias que tenemos de la historia de la fiesta en esos días son casi siempre de carácter regional, fragmentado y de difícil localización.

Es por eso que cualquier intento que se haga en la actualidad por ubicar, clasificar y publicar esos documentos, cualquiera que sea su naturaleza, es una verdadera actividad de amor a una fiesta que hoy, se encuentra en manos de una oligarquía que no ve más allá de la utilidad que pudiera redituarle la taquilla del festejo de esta tarde, cuando de las cartas de relación que en forma escrita o de imágenes se nos revela que la fiesta de los toros en México siempre ha sido un emblema de la grandeza de nuestro pueblo, que a través de ella ha encontrado la manera de expresar sus más hondos sentimientos de nacionalidad y que ha hecho de ella, desde hace ya casi cinco siglos, una forma de engrandecer sus fastos.

Los métodos de almacenar, reproducir y distribuir la información de hoy nos permiten recuperar muchas cosas que por su estado de conservación, estarían confinadas a la bóveda de seguridad de un banco o de un museo y a ser objeto nada más, del relato sobre su existencia. La ciencia y la técnica nos han dado la oportunidad de recuperarlas, de divulgarlas y de a partir de ellas, comenzar a escribir con sistema y método, esa historia del toreo que los que tenemos afición por estas cosas, creemos conocer a pedazos. Un preclaro hombre de estas tierras, don Aquiles Elorduy, diría que la obra es una verdadera tarea de romanos, pero vale la pena emprenderla y el DVD titulado Los Orígenes: Cine y Tauromaquia en México 1896 – 1945, que será objeto de estas líneas, en verdad que la justifica.

La trashumancia de la imagen

Por trashumancia se entiende el proceso de cambiar los ganados de unas tierras a otras. En los primeros tiempos del cine en México, el cargar toda la parafernalia necesaria para realizar las filmaciones, a lomo de mula, por los polvorientos caminos de herradura, era efectivamente un proceso trashumante que tuvieron que acometer los norteamericanos y franceses que para hacer viable el negocio que les representaba el novedoso producto de la modernidad que tenían en sus manos, se dedicaron a perpetuar hechos que se pudieran considerar insólitos, en donde estos se produjeran, para con su exhibición, recuperar las inversiones que habían realizado.

Es así que las primeras vistas que se nos presentan resultan de una plaza de toros en Durango, mitad de mampostería y mitad de trancas, justo en los tiempos en los que la tauromaquia a la española acababa de adquirir carta de naturalidad en México, pues no debemos olvidar que de este lado del Atlántico, se comenzó a gestar una tauromaquia propia de estas tierras, en la que se combinaban suertes de lo que hoy conocemos propiamente como toreo y de lo que también hoy llamamos charrería.

No olvidemos que la suerte por ejemplo, de poner banderillas a caballo, es una creación mexicana, del potosino Ignacio Gadea, quien a mediados del siglo XIX la perfeccionara y que encontrara después su mejor exponente en el atenqueño Ponciano Díaz, quien incluso, tras de ser alternativado en Madrid por Frascuelo, con éxito ejecutó en aquellas tierras la tauromaquia autóctona. Pero la semilla que dejara el gaditano Bernardo Gaviño fructificó y todavía hoy, con matices más de forma que de fondo, la fiesta de aquí y de allá, es la misma.

El hilo del toro… y del toreo

Otra cuestión importante que se nos presenta en Los Orígenes: Cine y Tauromaquia en México 1896 – 1945, es la demostración fáctica de que la teoría de José Alameda sobre la hilación histórica del toreo es susceptible de ser comprobada en los hechos.

Vemos en las imágenes captadas en los últimos años del ochocientos y en los primeros de la siguiente centuria, festejos en los que se lidian toros de la región, que en cuanto a su fenotipo, no dejan de parecer aptos para la lidia. Varios de los que se captaron en la plaza de Durango son de pelo berrendo aparejado, lo que puede dar a entender que en su procedencia, los de esa capa, tendían a embestir y a permitir a los diestros que los enfrentaban, el lucirse con ellos. El no señalar la procedencia específica de los ganados que se lidiaban en esos festejos, puede entenderse como que las fincas ganaderas de su origen no se dedicaban a esos menesteres, pero la más o menos uniformidad del pelo de los lidiados, implica de alguna manera un incipiente proceso de selección con esa finalidad, que vendría a ser completado con las grandes importaciones realizadas en el primer cuarto del siglo XX por las cuatro familias fundacionales de la ganadería brava mexicana: Barbabosa, González, Llaguno y Madrazo.

Otro aspecto que se nos presenta acerca de la evolución del toro, es el estado evolutivo que guardaban algunas ganaderías que hoy, se conciben de manera muy distinta. Pensar en estas fechas que un toro español de Partido de Resina antes Pablo Romero o uno mexicano de Piedras Negras llevara pelo berrendo, sería francamente descabellado. Pues en el DVD se nos presentan vistas de una corrida celebrada el 23 de octubre de 1910, con toros tlaxcaltecas de don Lubín González, entre los que destaca un precioso berrendo capirote y otras de un festejo del 12 de febrero de 1911, con toros sevillanos de la familia Pablo Romero, en los que dos o tres de los toros corridos eran berrendos en negro. Hoy, hablar de cualquiera de estas dos ganaderías es hacer referencia al toro cárdeno por antonomasia. De hecho, en España se habla de un pelo cárdeno romero o arromerado en alusión al que es constante actualmente en los de Partido de Resina y los toros de Tlaxcala, todos de matriz piedrenegrina, son cárdenos platinados y sin embargo, un día fueron berrendos.

El hilo del toro también nos deja ver cómo el protagonista de la fiesta va cambiando su comportamiento en el ruedo, a partir del manejo genético y de la selección. Vemos los primeros ejemplares de casta, que eran poco uniformes en cuanto a su tipo y de un comportamiento indefinido, para que al llegar al mediodía de la pasada centuria, encontrarnos con un toro fiero, pero afinado en su apariencia exterior y adecuado para una manera de practicar el toreo que había evolucionado enormemente en los últimos cincuenta años.

El toreo captado por los camarógrafos de la Casa Edison era el dominante en el siglo XIX, es decir, el de calibrar la bravura del toro en la suerte de varas, encontrar el diestro lucimiento en los quites, que entonces tenían la doble función de proteger la vida de los pencos y de los picadores y después, terminar, de la manera más rápida y efectiva posible, con la vida del toro.

A éste propósito se nos presenta una imagen verdaderamente interesante. Una escena de un festejo en el que interviene Ponciano Díaz con su cuadrilla, en el que se practica la suerte de varas desde un caballo protegido por un incipiente peto, llamado por la prensa de la época babero. ¿Cuál sería la razón de usar el aditamento? De pronto se me ocurren dos: En primer lugar, pensaría que por estar México en guerra en esos momentos, los caballos eran un artículo de primera necesidad para la milicia y eran entonces escasos y caros como para dejarlos destripar en festejos taurinos y en segundo término, consideraría que por ser Ponciano hombre de a caballo antes que torero, quizás le dolía ver que los toros mataran tantos caballos en las corridas, así que urdió el aparato de referencia, para tratar de evitar tantas pérdidas en ese sentido.

Después, se recogen en una reveladora antología una serie de realizaciones que nos permiten conocer las hazañas tempranas de Rodolfo Gaona, el ver en movimiento a toreros que si acaso conocíamos mediante vistas fijas como Cocherito de Bilbao, Emilio Torres Bombita, Machaquito, Torquito, Vicente Pastor, Chiquito de Begoña y otros varios que venidos de España fueron los animadores de las temporadas del primer cuarto del siglo XX en México, junto con los nacionales Juan Silveti, Luis Freg y Reverte Mexicano entre otros. Es significativa la recuperación de las imágenes de la actuación de Ignacio Sánchez Mejías en 1921, dado que en su momento no se les dio importancia y en lugar de cuidarlas, las latas que contenían las películas, sirvieron durante años como soporte a una maceta, lo que contribuyó al deterioro de la cinta y que aún en sus condiciones, nos dan una buena idea de lo que fue en el ruedo el personaje de la obra cimera de Federico García Lorca.

Solo encuentro una cuestión que a mi juicio rompe con el fino entramado que llevaba la historia contada con imágenes, que es en el caso, la faena de la presentación de Manolete en México, en 1945, tras de la de Sánchez Mejías. El único criterio que encontraría para emparejarlos en ese momento de la narración sería el de la nacionalidad. Si más o menos se había seguido una secuencia cronológica, ¿Por qué no sacarla así hasta el final? De mantenerse esa secuencia, quizás se hubiera bien acomodado, tras del documental Arlequines de Oro, de 1944 y antes de la secuencia de Cantinflas, pero, eso es al fin y al cabo, pecata minuta.

Otras visiones de la tauromaquia por el cine

Pero la tauromaquia en estado puro no es el único argumento de los materiales fílmicos que se nos recuperan. Nos encontramos también con una serie de documentos que pueden caber en las más diversas clasificaciones que del cine se hacen, así, vemos un par de ejemplares de noticieros cinematográficos, uno de ellos dedicado a Rodolfo Gaona, que recupera filmaciones hechas seguramente en 1922, cuando Antonio Fuentes vino a torear una corrida de despedida a México y el otro, dedicado a Alberto Balderas, ambos estupendamente narrados por Pepe Alameda.

Vemos también la variante promocional para la que se comenzó a utilizar el cine, con un magnífico documental titulado Alma Tlaxcalteca, en el que se recaba lo sucedido en un festival realizado en 1929 en la plaza de toros de Tlaxcala, hoy nombrada Jorge Ranchero Aguilar, en el que Wiliulfo González, ganadero de Piedras Negras, da una lidia completa a un novillo de su casa, desecho de cerrado, pues es bizco del pitón izquierdo. La lidia es a la mexicana, poniendo banderillas a caballo, como Ponciano y después a la española, con la muleta y la espada, demostrando que lo que afirmaba el Gallo Viejo era cierto, en cuanto a que los González de Tlaxcala siempre fueron buenos ganaderos y buenos toreros.

No podía faltar el cine argumental y se nos recuperan tres ejemplos. Primus tempus está el melodrama El Tren Fantasma, en el que El Tigre de Guanajuato Juan Silveti Mañón nos muestra la reciedumbre de su tauromaquia; después, la aplicación de una de las grandes faenas del Magnífico Lorenzo Garza, a la cinta Un Domingo en la Tarde, en la que el regiomontano tiene el papel principal y además, algunos descartes de lo filmado por Sergei Eisestein para ¡Qué Viva México!, en los que podemos apreciar a David Liceaga, Marcial Lalanda, Carmelo Pérez y a Chicuelo, siendo quizás en el caso de Carmelo, las únicas imágenes que se conserven de su corta y trágica carrera en los redondeles.

También la vertiente documental la encontramos dentro de esta relación y así vemos por una parte, la presentación de Arlequines de Oro, en la que se nos narran las vicisitudes del torero – Antonio Velázquez – que se prepara para ir a la plaza a cumplir con su compromiso y por la otra, la visión jocunda que puede contener lo taurino, cuando se le encuentra la arista de lo bufo y así, se nos presenta una extraordinaria actuación de tres cumbres de la comedia mexicana, Cantinflas, quizás el más grande torero bufo que haya existido, Germán Valdés Tin – Tán y Manuel Medel, quienes demostraron también no ser unos indocumentados a la hora de enfrentarse a los astados.

Comparación con el anterior

Es notable e importante la mejoría de Los Orígenes: Cine y Tauromaquia en México 1896 – 1945, con relación a Tesoros de la Filmoteca de la UNAM, Tauromaquia I, Momentos cumbre del toreo en México 1940 – 1946, pues en primer lugar se eliminaron los espeluznantes hiatos de silencio que dificultaron el apreciar en toda su magnitud éste último, tanto por una más amplia selección de la música de fondo, como por una mejor y más completa redacción de los textos alusivos a las imágenes, en cuya narración participa con acierto y frescura Juan Antonio de Labra Madrazo, quien es hoy por hoy, uno de los periodistas taurinos que mejor conocen, hablan y escriben de toros y de toreros.

Es aquí donde debo reconocer de nuevo la desinteresada y paciente labor de Paco Coello para ubicar y clasificar el material visual, así como para lograr la aceptación de la Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos, de la Fundación Carmen Toscano I.A.P. y last but not least del también buen amigo, Julio Téllez García, que es uno de los grandes coleccionistas de películas con tema taurino en este país y en el mundo, para que sus materiales, algunos de ellos inéditos después de más de un siglo, vieran la luz precisamente en este DVD que desde mi punto de vista, es una obra que nos permite conocer desde el punto de vista de la imagen en movimiento, la verdadera evolución del toreo en México.

Post - scriptum: Otra versión de este texto la publiqué años atrás aquí.

Igualmente, mi gran amigo Martín Ruiz Gárate, en su extraordinaria Taurofilia, se ha ocupado de una parte de este DVD, en esta ubicación recomendando principalmente la sección de comentarios y el vídeo adjunto, tomado del DVD.

jueves, 28 de enero de 2010

José Alameda. A 20 años de su partida

Necesaria aclaración: Esta entrada la había publicado hace ya un año. Sin embargo, dada la importancia que para mi tiene la figura de Luis Carlos Fernández y López Valdemoro, taurinamente José Alameda, me tomo el atrevimiento de reproducirla en su integridad hoy, en el vigésimo aniversario de su partida.



Hoy se cumplen 20 años de la desaparición física de Luis Carlos Fernández y López Valdemoro, universalmente José o Pepe Alameda, quien llegara a México en 1939, exiliado como muchos de sus compatriotas, por causa de sus ideas o de las ideas de alguno de los suyos, en este caso su padre, don Luis Fernández Clérigo, quien fuera Diputado a las Cortes Españolas durante la República y Subsecretario del Consejo de Ministros y en otras cuestiones, padrino de uno de los hijos de Chicuelo y Dora la Cordobesita.


El olvido de su título de abogado en París le llevó primero a emplearse en la operación de una tienda de regalos ubicada en la Avenida Juárez de la Ciudad de México, frente a la Alameda Central y de allí a iniciar correrías con diversos grupos de intelectuales, entre ellos Xavier Villaurrutia, director de la revista El Hijo Pródigo, en la que publicó un ensayo titulado Disposición a la Muerte, en el año de 1944, flanqueado por escritores como Luis Cernuda, José Bergamín, Octavio Paz, José Gaos y Alfonso Reyes. Es precisamente en este ensayo donde propone por primera vez lo que sería su rúbrica personal en los asuntos de la fiesta: El toreo no es graciosa huida, sino apasionada entrega.


Llega a la crónica taurina por casualidad, pues comenzó a suplir al titular de la sección en la emisora XEBZ por 1941, pero su estilo fluido en el hablar y la pureza del lenguaje que utilizaba le consiguieron pronto la titularidad del espacio y la posibilidad de escribir sobre el tema en algunos diarios de la Ciudad de México.


No obstante, la verdadera vocación de Alameda estuvo siempre en la poesía, en lo puramente literario. La actividad que le procuraba la existencia le alejaba de esos círculos, no obstante que su actividad decreció notablemente cuando las cámaras de televisión fueron echadas de las plazas. Intentó entonces reintegrarse a la enseñanza del Derecho, a la poesía, pero su contrato de exclusividad con Televisa se lo impedía y eso le causaba gran frustración.


Sus Ensayos sobre Estética, de contenido puramente filosófico, en su día subvirtieron los ambientes académicos de la capital mexicana, dado que se consideró una real herejía científica el que quien considerado un cronista de toro, se metiera a hablar de temas tan especializados y es que su actividad en torno de la fiesta, fue siempre como una máscara que no dejó ver al real José Alameda, que tuvo precisamente como otra de sus frustraciones, el ser reconocido solamente en esta arista de su existencia.


Cuenta don Julio Téllez:


Ricardo Garibay, intrigado por el silencio de las mafias literarias, decide visitarle en su casa. A la media hora de platicar y comentar su obra, le dice: ‘¡Oiga Pepe, usted, es un gran escritor!’; yo lo sé, respondió Pepe. Pero además, ¡usted también es un gran poeta!, replicó Garibay, también lo sé, respondió Pepe; y nosotros ¿por qué no lo sabemos?, inquirió Garibay. No me lo explico, respondió Pepe, agregando, yo lo sé desde hace mucho, y perdone la inmodestia, pero sí soy un gran poeta.

No cabe duda que hoy en día, necesitamos al menos otro Pepe Alameda que nos enseñe a entender los intrincados vericuetos de lo que en esta fiesta sucede.
Décima a Conchita Cintrón

Por el ruedo del ensueño
te sueño toda de oro
y todo de negro el toro
fundidos en un empeño
casi verdad, casi sueño.
Y me pregunto por qué,
ni siquiera en sueños sé
como juntas, amazona
la elegancia de Gaona,
con la llama de José.


Su bibliografía: En verso publicó Sonetos y Parasonetos, Seis Poemas al Valle de México, Oda a España, Perro que nunca vuelve, Ejercicios decimales y el libro – disco José Alameda. El Poeta. En prosa llevó a la imprenta Disposición a la Muerte, Ensayos sobre Estética, El Toreo, Arte Católico, Los Arquitectos del Toreo Moderno, La Pantorrilla de Florinda y el Origen Bélico del Toreo, Los Heterodoxos del Toreo, Crónica de Sangre, Retrato Inconcluso que son sus memorias, Historia Verdadera de la Evolución del Toreo y El Hilo del Toreo.






Homenaje a Manuel Machado

Sabio poeta Manuel
lidiador sin pretensiones
que juega a pares o nones
su literario cartel.
Con la gracia de un Luzbel
defenestrado en Sevilla
mientras más baja, más brilla,
cae al ruedo, cita al toro
y clava el dardo sonoro
de su inmortal banderilla.

domingo, 29 de noviembre de 2009

México: Toros y televisión (I)


Al anuncio de que el festejo dominical de la Plaza México no sería transmitido por la televisión de paga, como ordinariamente se hace en la llamada temporada grande, en virtud de los acuerdos de la empresa del coso con el diestro madrileño José Tomás, a nivel local – y los comentarios que haré serán estrictamente a partir de cuestiones aparecidas en los medios de Aguascalientes, aunque seguramente a nivel nacional surgieron manifestaciones similares – se inició un desgarramiento de vestiduras con comentarios como estos:



...SEGUN SE VEA. – Si la política es un caudaloso río que arrastra, hasta en las épocas de sequía, las aguas del chisme y la intriga, el mundo del toro no le va en ese sentido a la zaga. Hoy en que queda confirmado que el domingo próximo no será televisada al país la corrida de la plaza Monumental México, en el ambiente de capotes y muletas mucho se comenta que el español José Tomás prohibió la entrada de las cámaras para que éstas, afirman los que dicen saber hasta el mínimo detalle, no capten las presuntas pequeñas ventajas a las que acude el ibérico para impresionar en los tendidos. Como quiera, no deja de ser una insolencia que un extranjero, y gachupa para colmo, venga a imponer condiciones de esa magnitud sólo porque atrae público a los cosos, aunque es el que se lleva carretadas de euros. Si el espíritu de Cuauhtémoc anda todavía por ahí, ha de lamentar que se haya dejado quemar los pies hace más de 5 siglos. Y se preguntará, seguramente, ¿para esto?... (Rigor en la columna Cómo, Cuándo, Dónde diario Hidrocálido, 25 de noviembre de 2009)


...'EL POPULAR' JOSÉ TOMÁS.- Pues sí que están que trinan de coraje los aficionados taurinos porque mañana domingo no podrán ver por Unicable, como es costumbre en la temporada grande, el mano a mano del paisano Arturo Macías "El Cejas" y el español José Tomás, avecindado aquí en sus tiempos libres en su casa del fraccionamiento Calicantos, eso sí, barbudo hasta las orejas, con la intención de que no lo reconozcan en sus paseos por la ciudad. Resulta que Tomás, ha prohibido la transmisión televisiva de la corrida desde la Monumental Plaza de Toros México. "¿Y nosotros, dicen los aficionados, qué culpa tenemos? Queremos ver a "El Cejas", y uno, dos, tres... el español"… (Matías Lozano Díaz de León, en la columna Cortando por Lozano, diario El Heraldo de Aguascalientes, 28 de noviembre de 2009)


Es decir, las plañideras se lamentan de no poder ver gratis el festejo en la comodidad de su hogar y le atribuyen indebidamente a José Tomás un hecho que, sí se hubieran tomado la molestia de revisar la historia reciente de estas cuestiones, verían que la autoría no corresponde a un gachupa como dijera uno de los quejosos, sino a un torero que, con la mera pronunciación de su nombre, hará palidecer a más de alguno.

Toros y tele en México
La televisión comercial mexicana nace en el año de 1949, cuando el Gobierno Federal le otorga a don Rómulo O'Farrill la concesión para explotar en el Valle de México la frecuencia del canal 4, misma con la que ya experimentaba desde años antes Guillermo González Camarena. Entre los experimentos realizados, se encontraba la de la gestión de transmisiones a control remoto que permitiría adquirir la experiencia necesaria para el momento en el que se hiciera público el invento.

Es el 4 de octubre de 1946, dentro de ese proceso experimental, que se transmite por primera vez un festejo taurino desde la Plaza México y se difunde en monitores colocados en escaparates de establecimientos comerciales en distintos puntos de la ciudad. Fue una novillada en la que actuaron Saúl Guaso, Roberto Muñoz Ledo y Joselito Ríos ante novillos de Milpillas. Para la estadística, Muñoz Ledo fue volteado por el segundo de la tarde, ingresando a la enfermería y salió para matar al quinto y cortarle la oreja.

Ya de forma comercial, la transmisión de festejos taurinos inicia la temporada de novilladas de 1950, año en el que toreros como Ramón Ortega, Jaime Bolaños, Humberto Moro, Lalo Vargas, Miguel Ángel García, Fernando Brand, Anselmo Liceaga o Pablo Tapia (aquél que el 2 de junio de 1946 cortara la primera oreja otorgada a un novillero en el nuevo coso capitalino), son quienes dieron paso a una nueva forma de disfrutar de la fiesta; en la tranquilidad del hogar y con la ilustración y el comentario de Pepe Alameda y de Aurelio Pérez, Villamelón.

Pronto los festejos taurinos televisados se hicieron parte de la vida de los habitantes de la Ciudad de México que era el área de cobertura de la incipiente industria, pero algo más de una década después, al empezar a cubrirse el resto del territorio nacional, las transmisiones empezaron a compartirse con el resto de la República, causando en algunos lugares un impacto negativo, pues ante el atractivo del cartel presentado en la llamada pantalla de cristal, la gente se abstenía de asistir a los festejos programados en las plazas de los lugares en los que residía.

¡Fuera cámaras!
El año de 1968 es reconocido como uno que trajo grandes cambios en la forma en la que la humanidad veía la vida y en México, también afectó a la fiesta de los toros. Primero, porque en cuestiones de transmisión de festejos se hicieron los primeros en colores. Unos afirman que fue el del 11 de febrero de 1968, el de la despedida del Ranchero Aguilar en la Plaza México y otros, que fue el 16 de junio de ese mismo año, en Querétaro, con una encerrona de Manolo Martínez. Sea cual fuere, la idea en este caso es que se comenzaba a regularizar la transmisión cromática con la finalidad de cubrir en esa forma los Juegos Olímpicos que iniciarían el 12 de octubre de ese año.

La empresa de la Plaza México en ese entonces estaba a cargo de Diversiones y Espectáculos de México (DEMSA), antecedente de la actual Espectáculos Taurinos de México y había tenido como gerentes al maestro Armillita, al ganadero Manuel Labastida y por esas calendas había puesto en la silla a una persona nacida en Cuba y de ascendientes originarios de Galicia de nombre Ángel Vázquez, que tenía una forma rara de hacer negocios taurinos. Este asunto lo cuenta de esta guisa Rafael Morales, Clarinero:

…Un letrero en su despacho dice: “Se prohíbe hablar de toros”. Una invitación ingeniosa y humorística a ser breve. En el negocio taurino, obviamente, se tiene que hablar de toros. Solía decir al principio Ángel Vázquez: “Yo no sé nada de toros. Sé de negocios. Háblenme de lo que entiendo.” Era una aceptación franca de su limitación en conocimientos taurinos; pero también un reproche a cómo se manejaba la fiesta de toros, en la que siempre se perdía a la larga…

Ángel Vázquez manejaba para DEMSA negocios del espectáculo como Los Pilotos Infernales o el espectáculo de patinadores Holiday on Ice y donde alcanzó cierta notoriedad fue en el beisbol, manejando los destinos del club Diablos Rojos de México.


Su forma de llevar el negocio de los toros fue la adaptación de la exclusiva a las maneras de los otros espectáculos que conocía. Ofrecía a los toreros un sueldo mensual a cambio de un determinado número de fechas al año en las plazas que DEMSA controlaba (Tijuana, Monterrey, Guadalajara, León, etc.) y el diestro se presentaría, previo aviso, en el lugar que se le asignara. Eso motivó que toreros como Jesús Córdoba, Juan Silveti, El Ranchero Aguilar y algunos otros dejaran los ruedos, pues su dignidad de figuras del toreo se veía agredida con esa manera de ser contratados.

domingo, 18 de octubre de 2009

Jesús Solórzano y Bellotero, 45 años ya


El ecuador de la década de los sesenta en México, en las filas de los novilleros, resulta ser una especie de etapa de hidalgos, entendido el término en su sentido original, es decir hijos de algo. En ese tiempo se presentaron en la Plaza México varios toreros que llevaban nombre o sangre ilustre, o ambos, como Ricardo Torres, hijo del gran torero hidalguense que les he presentado en un espacio anterior; Manolo Rangel y Ricardo García, sobrinos del mismo diestro; Víctor Pastor, hijo de un novillero retirado y promotor en esos días de espectáculos bufos.

Luego estaban Luciano Contreras, hijo del otro Luciano que alguna vez saliera en volandas de la Plaza de la Carretera de Aragón en Madrid; Javier Liceaga, emparentado con ese frondoso tronco que iniciara el gran David; de estirpe de varilargueros era Rafael Muñoz Chito; de ganaderos lo era Gonzalo Yturbe y Armando Mora era ya el tercero o cuarto de una familia de toreros de la Triana de Aguascalientes que hacía el intento de llegar a matador de toros y Manolo Espinosa, el hijo mayor del Maestro Armillita y Alfonso Ramírez Ibarra Calesero Chico también se preparaban para subir al escalafón mayor. Entre esos modernos hidalgos, se encontraba Jesús Solórzano, hijo del Rey del Temple, quien llenó importantes páginas de grandes acontecimientos en la historia del toreo.

El 18 de octubre de 1964 estaba anunciada la 26ª novillada de la temporada correspondiente a ese calendario y a despecho de lo que hoy sucede, en los tendidos de la gran plaza se congregaron unas 15,000 personas para ver actuar a Solórzano, quien alternó con Ricardo García y el debutante estadounidense Diego O’Bolger. Curioso festejo este, en el que los tres toreros salieron vestidos de verde muy claro y oro, para enfrentar a los novillos de Santo Domingo que esperaban en los corrales.

La tarde fue ventosa, lo que dificultó la lidia en algunos momentos y sitios del ruedo. En la revisión del vídeo, una actitud que me llamó la atención, es el hecho de que Jesús Solórzano, cumpliendo con su papel de director de lidia, estuvo en todo momento auxiliando a la peonería y a sus alternantes y ordenando las cosas cuando el viento las dejaba fuera de su sitio.

Otros sucesos destacables fueron el ver a le peonería salir a recibir a los toros y correrlos a una mano, bregar por delante para no tocar los lados y en el segundo tercio, saliendo a buscar toro donde esté, no esperando a que se los capoteen en exceso para ponerlo en suerte. Bien se habla de que Felipe González El Talismán Poblano, Liborio Ruiz, Cayetano Leal Pepe Hillo, Antonio Martínez La Crónica y esa gran generación de toreros mexicanos de plata, son algo que hemos perdido irremisiblemente, pues hoy, poco, por no decir que nada de eso vemos en nuestras plazas.

El cuarto de la tarde se llamó Bellotero, número 113, y se le anunciaron 358 kilos de peso y ante él, como dijo Pepe Alameda, el trasteo, tuvo cualidades como imaginación, sello, temple y estructura y así, Jesús Solórzano lo recibió con un farol de rodillas; tomó las banderillas y el tercer par, al sesgo por afuera, fue el más destacado. Con la muleta, templó y enseñó gran variedad con los remates, pues abrochó unas series con la arrucina y el de pecho ligados; otras con el kikirikí y no le faltó tampoco el pase de la firma y cuando toreó al natural citó de frente, logrando una serie breve pero templada y de buen aire.

Aunque se pedía el indulto de Bellotero, Solórzano se tira a matar – como es debido – y pincha en lo alto. Al segundo intento deja una estocada a un tiempo, ligeramente desprendida, pero que es suficiente para que doble Bellotero y surja el grito de ¡torero!, ¡torero! El Juez de Plaza concede la vuelta al ruedo a los despojos de Bellotero y las orejas y el rabo a Jesús Solórzano que pasea solamente las dos orejas, para acallar algunas protestas que se suscitaron en los tendidos.

Tras de su actuación, declaró lo siguiente a Pepe Alameda, que narraba para la televisión:

...A la gente la había soñado así, pero la faena tuvo muchos defectos para mi modo de ver… aunque el momento más emotivo para mí, fue cuando toree al natural, de frente, en el último tramo de la faena… Lo que uno siente, lo tiene que sentir la gente… Todo depende de lo que salga por la puerta de toriles, si todos salen como este de hoy, seguramente cortaremos las orejas siempre…


Unos domingos antes, Calesero Chico había realizado una gran faena a Monarca, de San Antonio de Triana, en la tarde de su presentación en la capital, quienes tuvieron la fortuna de verla, señalan que fue una de las grandes tardes en la historia de las novilladas en esa ciudad y hoy, quizás podamos, junto con la que da motivo a esta entrada, colocarlas con las de Rafael Osorno a Mañico de Matancillas en el viejo Toreo; la de Fernando de los Reyes El Callao, a Cuadrillero de San Mateo; la de José Antonio Ramírez El Capitán - hermano de Calesero Chico - a Pelotero de San Martín, como ejemplo de las obras más acabadas de novilleros en las principales plazas de la capital mexicana.

Con esta faena a Bellotero de Santo Domingo, Jesús Solórzano hijo comenzó a escribir una historia que descansa además sobre los vértices de Fedayín de Torrecilla y Billetero de Mariano Ramírez, que son quizás, los trasteos más destacados de este torero mexicano en el ruedo de Insurgentes. Es por eso que hoy, cuatro décadas y media después, recuerdo esta brillante actuación de un torero que como poco se acostumbra hoy en día, se preocupó por serlo y parecerlo.

Esos eran los tiempos en los que no había aquí, al menos oficialmente escuelas de tauromaquia. Esos hidalgos de la mitad del Siglo XX abrevaron el aprendizaje del toro en su casa, en la vida de todos los días. Quizás por eso siempre se han preocupado por llevar consigo esa torería, tan escasa en estos tiempos que corren y que en sus manos, es un verdadero tesoro, aparentemente, en peligro de extinción.

miércoles, 12 de agosto de 2009

11 de agosto de 1934: A las cinco de la tarde…


Todavía hoy, tres cuartos de siglo después, se cuestiona la importancia de Ignacio Sánchez Mejías en la fiesta de los toros. Hay más de alguno, que a todo lujo, pretende convencer a quien invierta su tiempo en leerle, que el trascender del torero sevillano se debe solamente a su cercanía con sus amigos literatos de la Generación del 27. Más no perdamos de vista una cuestión, que a mi juicio es crucial en todo este asunto y que es la que hace diferente la situación de Ignacio en el ambiente tauromáquico: la diferencia cultural con sus pares.

Ignacio Sánchez Mejías estuvo a punto de ingresar a la Facultad de Medicina para seguir la profesión de su padre y por eso, en ese aspecto, era mucho más ilustrado que el común de la torería. Eso lo hacía distinto y eso le propició afinidades diversas a las comunes del ambiente en el que se realizaba profesionalmente. Por eso es que hoy, a 75 años de su desaparición física, en lugar de abordar los sucesos de Manzanares, creo que vale mejor repasar su arista como hombre de cultura, como defensor de la hispanidad en la vertiente de sus letras y a través de una generación que desgraciadamente tuvo que florecer exiliada, por la absurda intolerancia que las guerras fratricidas generan.

Al final de la temporada de 1922, Ignacio anunció una retirada de los ruedos y se dedicará a las letras y en ese tiempo, escribirá su primera novela. Pero seguirá siendo torero, por los siglos de los siglos, torero. Por ello, solo un año podrá estar lejos de los redondeles, y actuará en ellos sin interrupciones hasta 1927, año en el que se dedica por completo, ahora sí, a las cuestiones literarias. Paco Aguado refiere así esta dedicación a la literatura y el encuentro de Ignacio con el grupo que después sería conocido como la Generación del 27:

Sánchez Mejías fue un humanista, un hombre que mezcló en una sola persona acción y pensamiento y al que la gran Literatura le debe la iniciativa de convocar, congregar y aglutinar a los entonces incomprendidos e inadaptados poetas de la que llamarían Generación del 27. Si Belmonte se puso a la sombra de los consagrados, Ignacio apostó por los malditos en aquella reunión en el Ateneo de Sevilla y la posterior fiesta en su finca de Pino Montano. Su amigo Federico, a quien salvó de la depresión de poeta en Nueva York, se lo pagó con creces escribiendo el epitafio más hermoso que nunca pudo tener un torero. Fue aquel llanto por una muerte que le tenía obsesionado desde la tragedia de Talavera y que los gitanos, como la de Joselito o la de Granero, hacía tiempo que venían oliendo. Porque, volviendo de nuevo a Luján, durante veinte años, se salvó de ella emborrachándola con su propia sangre a cada cornada feroz que recibía, y siempre se libró por milagro. (Paco Aguado, Sánchez Mejías, 6 Toros 6, Núm. 205, Madrid, 2 de junio de 1998.)


Pero dentro de él estaba el torero que despachó a Bailaor el día aquél de Talavera; el que bajando del tendido, le demostró a Salgueiro que toreaba en abril en Sevilla cuando él quisiera, el que sacó a Rafael Alberti de banderillero en su cuadrilla en Pontevedra y el que como lo predijera un día entre líneas Corrochano, estaba predestinado a volver a los ruedos a terminar la obra que había dejado inconclusa.

Así lo cuenta Manuel García Santos:

(Belmonte)…estuvo ausente de las plazas los años de 1922, 23 y 24 y en el invierno su enorme afición lo lleva a tomar parte en muchos festivales benéficos…

Ignacio Sánchez Mejías, retirado también de los toros no cesaba de acuciar a Belmonte:

- Juan: Tú y yo vivos, estamos más muertos en el recuerdo de la afición, que Joselito muerto… ¿Por qué no volvemos?
- Belmonte le daba largas al asunto. El no hizo nunca nada – azuzado por nadie – que no fuera su propia voluntad. Y Sánchez Mejías insistía una vez y otra:
- Juan: Llevo un año esperándote. Si no vas a volver dímelo para volver yo solo…

Sánchez Mejías escuchaba sin saberlo, la voz de su destino que lo llamaba a morir en una plaza de toros. Fue en la de Manzanares…
(Juan Belmonte. Una Vida Dramática, México 1962.- Págs. 207 - 209)




Y sucedió lo de Manzanares. Y se produjo en la obra de Lorca una de las manifestaciones poéticas más grandes que ha conocido la literatura hispana. Pero… pero no se hizo allí la figura de Ignacio Sánchez Mejías, como más de alguno pretende hacer creer. Sánchez Mejías tenía y tiene su valor intrínseco propio, como hombre, como torero y como literato. La Generación del 27 es tal, en buena medida, gracias a Ignacio y lo dice uno que fue en cierta medida fue parte de ellos mismos, nada menos que Pepe Alameda, en los términos siguientes:

…a Federico García Lorca, al comenzar los años veinte no lo conocía nadie, salvo sus compañeros de aventura: ni a Rafael Alberti, ni a Villalón, ni a Vicente Aleixandre, ni a Luis Cernuda… Sánchez Mejías, sí. Los conocía y los admiraba. No necesitaba un manual de literatura, ni una guía de los perplejos para saber dónde estaba la verdadera poesía, más verdadera mientras más oculta o más despreciada… Con ese talento que le doraba la cabeza, Ignacio, que además era un hombre de acción (no había más que verlo en la plaza) echó a andar con ellos por las arenas de España, como quien lleva su cuadrilla. Y con ellos se presentó en el Ateneo de Valladolid y en el de Sevilla. Y armó la tremolina. Sí, con aquellos nada consagrados poetas. Al contrario, poco conocidos y que daban cierta apariencia antisocial, inconveniente, de inadaptados, nunca sujetos a la tabla de convencionalismos del momento. En el Liceum Club de Madrid, cuando escucharon las cosas que pensaba Alberti, estuvieron a punto de sacarlo por la ventana… Eran poco recomendables, al decir de la gente de buenos modales… (José Alameda, Crónica de Sangre, Pág. 172)

Como se ve, resulta al final que el prestigio lo pone Ignacio al servicio de los del 27 y no al contrario, será por eso que hasta hoy no he escuchado a nadie el afirmar que Belmonte, Joselito, Ordóñez o Dominguín sean producto de la literatura. No obstante, los toreros mencionados llevan o llevaron en sus cuerpos las cicatrices que dejan las cornadas, recordándonos que como Ignacio, es ante los toros donde la feliz sentencia de don Joaquín Vidal, El Toreo es Grandeza, cobra vida propia.

Concluyo esta reflexión, con la publicada el 15 de agosto de 1934 en el diario El Defensor de Granada, bajo el título Sánchez Mejías o la paradoja de un hombre, donde en la cercanía de los hechos, se percibe con claridad que uno de los logros de Ignacio, quizás el más grande, fue el separar a la fiesta de los toros, de ese ambiente de charanga y pandereta, devoto de Frascuelo y de María descrito por Machado y enseñar que tenía dignidad para ser vista desde la perspectiva de otras artes y ciencias, de las llamadas grandes:

La muerte del torero pone en pie la vida paradójica del hombre que se llamó Sánchez Mejías. Del hombre que no quiso naufragar en el ambiente tentador de la torería. Que recabó para él un espíritu liberal, entusiasta de la inteligencia y de los cultivadores de las letras. Su niñez, su adolescencia, su vida de estudiante están esmaltadas de relevantes gestos de rebeldía, a los que guardaría fidelidad más adelante. Acariciado por el triunfo clamoroso de los ruedos, Sánchez Mejías - mimado también por esa aristocracia típica que se ufanó en alternar con los "mataores" de tronío -, pudo haberse perdido para siempre, vencido por el aplauso fácil y la jarana andaluza.

No fue así. Sánchez Mejías hizo cenáculo de sus mejores devociones tal o cual tertulia literaria, en la que brillaban poetas como Alberti, García Lorca, Gerardo Diego, Villalón. Unas veces quiso ser mecenas. Otras, acuciado por los amigos, intentó escribir. "Sin razón", la obra que estrenara la Guerrero en el Calderón, surgió tímidamente de sus manos, fueron sus contertulios quienes le animaron a pasar del coso taurino a un escenario. Con igual audacia entró por primera vez en una plaza de toros a la vera de Joselito.

"Sin razón" produjo su efecto en el público español. La obra no era genial; pero estaba escrita limpiamente, decorosamente. La mano que enarboló la muleta tantas veces, sabía mover la pluma con parecido pundonor que el estoque.

Sin proponérselo quizá, Sánchez Mejías redimió un poco al toreo de esa leyenda clásica de analfabetismo e inhumanidad que rodeó -y sigue rodeando más allá de nuestras fronteras- al matador de reses bracas. En este sentido, tanto él como Belmonte, que no es ajeno tampoco a las preocupaciones de la cultura, diseñaron otra conducta. Otro estilo moral en medio de ese ambiente abigarrado y espeso a que la caduca e ignorante aristocracia española imprimió su alegría estúpida y sus clandestinas pasiones.

El haber podido liberarse de estas influencias para poner a salvo su espíritu democrático y liberal constituye lo que podríamos llamar la honrosa paradoja de la vida de Sánchez Mejías.


Así es como creo que debemos recordar hoy, a 75 años de su muerte, a Ignacio Sánchez Mejías, una de las piedras angulares de la gran edificación que es la historia de la tauromaquia.

domingo, 24 de mayo de 2009

Una visión trasnochada, trasatlántica y… televisiva de la última actuación de Morante de la Puebla en la Feria de San Isidro


Dudé en escribir esto, pero aquí está. Ya me parece escuchar a mi padre con sus reclamos ante mis observaciones: ¡pero qué más esperas!, ¡no te conformas con nada!, ¡es el colmo contigo! Y es que a su juicio, mi exigencia como aficionado rebasaba cualquier ejercicio de razonabilidad, por lo que ahora, que me decido a poner en blanco y negro estas ideas, tengo la seguridad de que sí pudiera leerlas, en menos de diez minutos mi teléfono estaría sonando y yo recibiendo su filípica y su recomendación: ¡retírate de las plazas, que nada más vas a ellas a sufrir!

No quiero parecer un aguafiestas, pero la visión por la tele y el rumiar posterior de lo apreciado a través de ella, me dejaron con la idea de que en alguna parte había leído que Madrid vivió un episodio parecido en su historia. Y es que si el vídeo desnuda a los toreros como alguien afirma, si además es comentado, interrumpido y en buena medida purificado o sanitizado para adecuarlo al punto de vista de quienes narran – y en determinada forma conducen – la función, se le restan muchos datos que impiden la percepción de la mayor parte de los detalles que suceden alrededor de lo que pasa en el ruedo y que solo pueden verse, oírse, percibirse, disfrutarse o sufrirse cuando se está en la plaza.

Así pues, cualquier idea que pueda expresar hoy y aquí, estará limitada y por ende viciada por el punto de vista que en esta oportunidad me tocó vivir y también por ello quizás, ponga aquí algún despropósito, pero de ser así, creo que en alguna forma Ustedes me lo harán saber.


Ya en la biblioteca, encontré la referencia histórica a que me refería antes en la obra de José Alameda titulada Verdadera Historia de la Evolución del Toreo (Bibliófilos Taurinos de México, 1985) y a la que me había referido en alguna entrada anterior. Allí comprobé que mi idea de que algo parecido a lo que creo haber apreciado, no eran simples malos pensamientos. La referencia es a una actuación histórica de Gitanillo de Triana en la Plaza Vieja de Madrid, que el escritor presenció en su infancia o primera juventud y que sin más cito:

Toreaba Gitanillo (Curro Puya) en Madrid, creo que el año treinta. Había veroniqueado a un toro de Coquilla Con una dejadez y una gracia felina, que cautivaron al público. La plaza parecía literalmente echar humo, creo que lo echaba: ese vaho que se produce cuando una multitud apresura el jadeo. En el segundo tercio, la gente hubiera querido empujar a los banderilleros para que se aligerasen y volviera Gitanillo.

Yo permanecía de pie, junto a un aficionado singular que había coincidido aquella temporada con su localidad de abono junto a nosotros, mi padre y yo. Hombre de unos cincuenta años, alto, magro, de apariencia labradora y muy discreto, que procedía de un pueblo de la provincia (¿Colmenar, Navalcarnero?) y que a cada corrida se presentaba solo a su puesto. Cuando Curro tomó la muleta, yo brincaba alborozado al compás de los olés del público, que había reanudado el alboroto del primer tercio.

Me sudaban las manos. A los pocos minutos, tuve una sensación extraña. Sentí, de pronto, que el hombre de Colmenar -así le llamaba yo-, permanecía en su asiento y Con los brazos cruzados sobre el pecho. A su vez, él sintió mi mirada. Y se inclinó un poco, para decirme:

- Ten calma, con el capote ha estado maravilloso, pero con la muleta no está a la altura del toro. (Me lo dijo confidencialmente, como para evitar cualquier petulancia frente a los mayores)...

Quedé suspenso un instante. Recogí hacia adentro todas las fuerzas de mi atención, para un juicio al que se me lanzaba de improviso: el "hombre de Colmenar" tenía razón. La faena, sin hilván, sin conducción interior, no tenía la fuerza de los lances anteriores. Pero la sugestión de aquella figura seguía actuando sobre el público, que no podía frenarse, y como el torero fue breve, alcanzamos a la estocada sin que decayera el ambiente. Salieron todos los pañuelos y le dieron al maravilloso personaje las dos orejas, por una lidia… sin faena de muleta. En realidad, por el arrebato justificadísimo que habían producido sus primeros lances…

…Los efectos de la "idolatría" son infinitos e inescrutables. A veces, también peligrosos.


La idea de Alameda me llevó a averiguar exactitudes sobre la tarde en cuestión. Así, me encontré con que la corrida a la que alude, no se celebró precisamente el año de 1930, sino que de acuerdo con los datos que aporta, corresponde a un par de años antes, precisamente al sábado 19 de mayo de 1928, es decir, más o menos 81 años antes del fasto que me tiene aquí ante Ustedes. En aquella vez, los toros fueron de Coquilla y los diestros, Niño de la Palma, Valencia II y el referido Francisco Vega de los Reyes, Gitanillo de Triana.

Esa tarde, el torero de raza de faraones cortó tres orejas. Tuvo quizás una de sus tardes más rematadas en la capital española, misma en la que dejaría su existencia tres años después. La crónica de Federico M. Alcázar, en el diario madrileño El Imparcial del domingo 20 de mayo de 1928, nos refleja lo siguiente:
…El público, que juzga a los toreros por impresión, y que es tan voluble y tornadizo como el viento, salía de la Plaza descorazonado, creyendo cándidamente que una tarde de mala fortuna era bastante para acabar con un torero y, lo que es más difícil, con su estilo. Solo nosotros permanecimos inalterables, y cuando escuchamos a los villamelones excomulgar al torero, sonreíamos desdeñosamente. Aquí, en estas mismas columnas, escribimos los siguientes párrafos: “Quien tiene ese capote maravilloso, esa muleta soberana y ese estilo tan puro y clásico, bien puede permitirse el lujo de echarse a dormir una tarde; pero con una condición: que despierte a la siguiente”…

… detallemos la faena. Empezó toreando por alto, y el toro, que tenía tendencia a la huida, se le fue en cada muletazo.

Volvió a recogerle y consintiéndole, no marchándose, metiéndole la muleta en los hocicos y tapándole la salida, le obligó a doblar; a quedarse y tomar el engaño. Con un valor sorprendente, solo en los medios, hizo la faena por altos, ayudados, naturales y de pecho soberbios. Hubo pases tan acabados, tan perfectos, tan soberanos, que provocaron el entusiasmo del público. Pero lo grande, lo asombroso, lo que colmó la admiración del público, fue la manera de matar al toro. En la suerte natural, perfilado con el pitón contrario, arrancó despacio y recto, metiendo un volapié inmenso, definitivo. La suerte fue consumada con un arte, un valor y un estilo imponderables. El toro rodó al minuto y por unanimidad le concedieron la oreja, dando la vuelta al ruedo en medio de una ovación clamorosa.

Pero todavía quedaba el último toro, que había de redondear esta gran tarde de triunfo.

Sus verónicas fueron un asombro de quietud, de temple, de buen estilo. ¡Qué suave, que lento iba y venía el toro de costado a costado! Una maravilla. El público, sugestionado, no cesaba de aplaudirle y las ovaciones se enlazaron hasta el final.

Empezó la faena con varios pases ayudados, magníficos. Luego vinieron otros en redondo y de pecho colosales. Con la izquierda corrió la mano superiormente en dos naturales y volvió a torear por ayudados de una manera asombrosa. Cada muletazo era una explosión. Pero el entusiasmo culminó al ejecutar por dos veces aquél famoso pase ayudado “de cintura” que inmortalizó Gallito. Arrancó muy derecho a matar, quedándose el toro, y señaló un pinchazo soberbio que valió por una estocada. Volvió a entrar valiente y agarró una estocada colosal, saliendo el toro rodado de los vuelos de la muleta. La ovación fue imponente. Le concedieron las dos orejas y le llevaron en triunfo.

Tarde completa, tarde redonda, tarde de consagración de un torero. ¿Qué misteriosa influencia tiene el traje de plata en ciertos toreros, que al ponérselo parece que están inspirados por el genio belmontino?

Ayer, Gitanillo no solo hizo honor al vestido que cubrió de gloria el maestro Belmonte, sino a la tierra que le vio nacer. De Triana viene la luz…

La visión de Alameda, producida algo más de medio siglo después del festejo, coincide con la inmediata de Alcázar en lo medular, la esencia de la tarde estuvo en el toreo de capa, pues la de muleta tuvo grandes pases sueltos según la descripción; tan lo estuvo, que hasta el de Valencia II le es motivo de elogio. Las descripciones más prolijas y ditirámbicas son las realizaciones del primer tercio – sin dejar de lado su preferencia por el torero trianero – dejándose como meros apéndices las demás etapas de la lidia, tanto así, que la suerte de varas ni siquiera es objeto de mención.

Regresando a lo de antes de antier, me queda el regusto, por lo que tuve permitido percibir, que el gran primer tercio de Morante de la Puebla ante el 4º de la tarde produjo el mismo efecto que el toreo de capa de Gitanillo ocho décadas antes. La hipnosis colectiva que produjo, me da la impresión de que le magnificó una faena de muleta que, por las condiciones del toro y la ira colectiva derivada de tantos días de nefandos acontecimientos ocurridos en el ruedo venteño, fue en realidad menos intensa que la primera parte de la lidia. Pero insisto, mi punto de vista es reducido, parcializado, encogido a lo que una pantalla de ordenador quiere y puede mostrar.

Ya me dirán Ustedes si mi padre tendría razón en sus señalamientos o no y por delante una acusación manifiesta, tanto por tratar de aguar la fiesta o de convertirme en agorero del desastre, como decía un político de estas tierras que decía tener ascendencia en Caparroso, como por el fárrago que aquí les receto.

sábado, 2 de mayo de 2009

De antes de la era del vídeo


Hace un rato, Carlos Lorenzo Hinzpeter, otro buen amigo, que en la actual circunstancia que pasamos, adquiere ya la calidad de buen samaritano, me comunicó la ubicación de un sitio, en el que se guardan tres breves cortes de película, de principios de los años sesenta, cuando Paco Camino vino por primera vez a México, a El Toreo de Cuatro Caminos.


Lo interesante del caso, es que se trata de la conversión a algún tipo de formato digital de filmaciones hechas originalmente en cine de 8mm, pero, con la particularidad de que dos de ellas, fueron tomadas ¡de la pantalla del televisor por quién las captó!


Hace unas semanas Francisco Camino Gaona - Abogado, empresario taurino, hijo del Maestro y nieto del Doctor Alfonso Gaona -, puso a la venta un DVD con algunas de esas faenas que tienen una calidad de imagen infinitamente superior y el valor agregado del sonido y la narración de Pepe Alameda, pero el intento de perpetuar lo que se vivió en aquél momento, motivo de este comentario, con la tecnología que había a disposición es digno de ser visto y disfrutado en este tiempo.

martes, 17 de febrero de 2009

Una mujer universal


Conchita Cintrón ha hecho el último paseíllo. Personificó la clase y la feminidad en un ambiente que generalmente se ha considerado cosa de hombres. Su personalidad es el claro ejemplo de lo que es la auténtica unidad en la pluralidad diversa. Torera en el ruedo, esposa, madre de familia, extraordinaria escritora. Una mujer en toda la extensión que el término admite. Y no hacía manifestaciones. Hoy le recuerdo con la décima que José Alameda le dedicara en su día y que viene de un genio a otro genio...





Décima a Conchita Cintrón

Por el ruedo del ensueño
te sueño toda de oro
y todo de negro el toro
fundidos en un empeño
casi verdad, casi sueño.
Y me pregunto por qué,
ni siquiera en sueños sé
como juntas, amazona
la elegancia de Gaona,
con la llama de José.

miércoles, 28 de enero de 2009

José Alameda


Hoy se cumplen 19 años de la desaparición física de Luis Carlos Fernández y López Valdemoro, universalmente José o Pepe Alameda, quien llegara a México en 1939, exiliado como muchos de sus compatriotas, por causa de sus ideas o de las ideas de alguno de los suyos, en este caso su padre, don Luis Fernández Clérigo, quien fuera Diputado a las Cortes Españolas durante la República y Subsecretario del Consejo de Ministros.


El olvido de su título de abogado en París le llevó primero a emplearse en la operación de una tienda de regalos ubicada en la Avenida Juárez de la Ciudad de México, frente a la Alameda Central y de allí a iniciar correrías con diversos grupos de intelectuales, entre ellos Xavier Villaurrutia, director de la revista El Hijo Pródigo, en la que publicó un ensayo titulado Disposición a la Muerte, en el año de 1944, flanqueado por escritores como Luis Cernuda, José Bergamín, Octavio Paz, José Gaos y Alfonso Reyes. Es precisamente en este ensayo donde propone por primera vez lo que sería su rúbrica personal en los asuntos de la fiesta: El toreo no es graciosa huida, sino apasionada entrega.


Llega a la crónica taurina por casualidad, pues comenzó a suplir al titular de la sección en la emisora XEBZ por 1941, pero su estilo fluido en el hablar y la pureza del lenguaje que utilizaba le consiguieron pronto la titularidad del espacio y la posibilidad de escribir sobre el tema en algunos diarios de la Ciudad de México.


No obstante, la verdadera vocación de Alameda estuvo siempre en la poesía, en lo puramente literario. La actividad que le procuraba la existencia le alejaba de esos círculos, no obstante que su actividad decreció notablemente cuando las cámaras de televisión fueron echadas de las plazas. Intentó entonces reintegrarse a la enseñanza del Derecho, a la poesía, pero su contrato de exclusividad con Televisa se lo impedía y eso le causaba gran frustración.


Sus Ensayos sobre Estética, de contenido puramente filosófico, en su día subvirtieron los ambientes académicos de la capital mexicana, dado que se consideró una real herejía científica el que quien considerado un cronista de toro, se metiera a hablar de temas tan especializados y es que su actividad en torno de la fiesta, fue siempre como una máscara que no dejó ver al real José Alameda, que tuvo precisamente como otra de sus frustraciones, el ser reconocido solamente en esta arista de su existencia.


Cuenta don Julio Téllez:


Ricardo Garibay, intrigado por el silencio de las mafias literarias, decide visitarle en su casa. A la media hora de platicar y comentar su obra, le dice: ‘¡Oiga Pepe, usted, es un gran escritor!’; yo lo sé, respondió Pepe. Pero además, ¡usted también es un gran poeta!, replicó Garibay, también lo sé, respondió Pepe; y nosotros ¿por qué no lo sabemos?, inquirió Garibay. No me lo explico, respondió Pepe, agregando, yo lo sé desde hace mucho, y perdone la inmodestia, pero sí soy un gran poeta.

No cabe duda que hoy en día, necesitamos al menos otro Pepe Alameda que nos enseñe a entender los intrincados vericuetos de lo que en esta fiesta sucede.
Décima a Conchita Cintrón

Por el ruedo del ensueño
te sueño toda de oro
y todo de negro el toro
fundidos en un empeño
casi verdad, casi sueño.
Y me pregunto por qué,
ni siquiera en sueños sé
como juntas, amazona
la elegancia de Gaona,
con la llama de José.

Su bibliografía: En verso publicó Sonetos y Parasonetos, Seis Poemas al Valle de México, Oda a España, Perro que nunca vuelve, Ejercicios decimales y el libro – disco José Alameda. El Poeta. En prosa llevó a la imprenta Disposición a la Muerte, Ensayos sobre Estética, El Toreo, Arte Católico, Los Arquitectos del Toreo Moderno, La Pantorrilla de Florinda y el Origen Bélico del Toreo, Los Heterodoxos del Toreo, Crónica de Sangre, Retrato Inconcluso que son sus memorias, Historia Verdadera de la Evolución del Toreo y El Hilo del Toreo.




Homenaje a Manuel Machado

Sabio poeta Manuel
lidiador sin pretensiones
que juega a pares o nones
su literario cartel.
Con la gracia de un Luzbel
defenestrado en Sevilla
mientras más baja, más brilla,
cae al ruedo, cita al toro
y clava el dardo sonoro
de su inmortal banderilla.

jueves, 22 de enero de 2009

22/I/1888, Nace en León de los Aldamas, Rodolfo Gaona



Afirma José Alameda que es Rodolfo Gaona el que hace universal el toreo. Sustenta su afirmación en el hecho de que es el primer diestro no español que se convierte en figura indiscutida de los ruedos, porque aunque antes que él tomara la alternativa en Madrid Ponciano Díaz, el que trasciende de ambos lados del Atlántico es precisamente El Petronio.

Hoy, a ciento veintiún años de su natalicio y aunque ya me había parado por aquí, creo que vale recordarle, como un torero efectivamente universal, capaz de absorber la atención de toda la afición de su tiempo y que fuera parte, de la etapa histórica en la que el toreo adquirió los caracteres que la han conducido por los derroteros que hoy discurre.

Es el propio Alameda, quien nos presenta el ser de las cosas en esos días, en su soneto Estampa de Gaona con Gallito publicado originalmente en su libro Seguro Azar del Toreo y en el que nos muestra que la rivalidad de ambos en realidad pudo ser admiración:



Estampa de Gaona con Gallito

Huraño, cenceño, altivo,
quieto en la estampa te veo
como cuando estabas vivo
en la summa del toreo.

Te da los palos José
- las banderillas, tu suerte -.
Él lo sabe - y yo lo sé -
no por competir, por verte.

Por ver en tiempo y espacio
el milagro de ajustar
los pies al verso de Horacio.

Y salir como al entrar,
andando, abriendo despacio
tu gloria, de par en par.


miércoles, 21 de enero de 2009

El Poeta del Toreo


Calesero siempre se distinguió por la calidad y la variedad de su toreo durante el primer tercio. Ejecutaba la verónica con gran pureza y aparte de sus creaciones, el farol invertido y la caleserina, era pródigo en la ejecución de una extensa variedad de suertes y de remates, como la larga cordobesa, que le valieron diversos calificativos encomiásticos, perdurando el que le impuso José Alameda, llamándole El Poeta del Toreo y dedicándole esta décima:



Hipérbole de Calesero

Toma el percal Calesero
y se le convierte en seda.
Lorca dice cabalmente:
Es poeta quien transforma cuanto toca
y le da forma o tiempo y luz diferente.
Si el rey Midas hace el cite,
apenas le mira el toro
y ya es una ascua de oro, la metáfora del quite.
Así en la hipérbole queda, como poeta el torero,
cuando se convierte en seda, el percal de Calesero.


Aldeanos