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sábado, 1 de mayo de 2010

Tal día como hoy: 1964. Triunfo de Peñuelas. Juan Silveti actúa por última vez en nuestra feria.

Durante el último tercio de la década de los 50 y la primera mitad de la siguiente, el hijo del Tigre de Guanajuato fue uno de los toreros que fortificaron la tradición y la leyenda del serial de San Marcos. Su depurada tauromaquia era un platillo que la afición de Aguascalientes se solazaba en degustar, pues de los de su generación, es quizás junto con Jesús Córdoba, el torero que mejor dominó el conocimiento de la lidia, de los terrenos y de las suertes precisas para poder dar a cada toro la lidia correcta y adecuada a sus condiciones.

La oportunidad que da ocasión a este comentario, fue el festejo final de la feria en el que alternaron con él Humberto Moro y el utrerano Juan Gálvez, para dar cuenta de un importante encierro de Peñuelas. Las crónicas refieren la actuación del Tigrillo como discreta y como triunfadores de la corrida al encierro de Peñuelas y al linarense Moro que cortó una oreja.

El relato de de don Jesús Gómez Medina sobre lo destacado de la tarde es el siguiente:


El pasado viernes la del toro con nervio y pujanza. En efecto, por obra de los astados de Peñuelas volvimos a apreciar la suerte de varas con todo lo que encierra de emoción y dramatismo; de gallardía y de espectacularidad.

Por obra de los toros de Peñuelas, mal de su grado, visitaron varias veces la inhóspita arena – ¡los primeros tumbos de la Feria! – y también, en dos o tres ocasiones, el poderío de los bureles, aunado a su fiereza, lanzó estrepitosamente a jinete y cabalgadura contra los tableros, para reproducir una escena que arrancada, al parecer, de las añejas estampas de Daniel Perea, conserva aún su abigarrado patetismo.

Fueron los de Peñuelas en suma, fieramente bravos, con la bravura que emociona y entusiasma; con esa bravura, con esa fiereza que son y serán siempre las cualidades esenciales del toro de lidia. Con la bravura, con la fiera acometividad que, desgraciadamente, va escaseando en otras ganaderías; pero que hay que cuidar con todo celo, pues cuando tales características dejan de existir en los cornúpetas destinados al toreo, se habrá extinguido ya esa raza admirable llamada toro de lidia.

A todo esto, digamos que, con tales cualidades, los de Peñuelas tenían mucho que toreárseles, como se dice en el argot taurino. No, no eran los toros de azúcar y mazapán que por faltos de fuerza o de fiereza – de bravura – se antojan inofensivos. No.

A estos bureles había que dominarlos antes de hacerles florituras. Había que poder con ellos, en suma. ¿Lo consiguieron los maestros?...

El programa anunciador del festejo en los diarios invitaba al público a asistir a los corrales de la plaza a apreciar el encierro. Es curioso observar ese detalle, pues si bien la reglamentación exige que los toros estén a la vista unos días antes del festejo, es raro que se invite públicamente a verlos, más bien se trata de evitar, so pretexto de que con la afluencia de público se mueven y se pueden inutilizar.

Al final de cuentas y como decía antes, solamente Humberto Moro logró cortar una oreja al segundo de la tarde, con el que pasó algún momento de apuro en el primer tercio, cuando le echó mano. Por su parte, Juan Gálvez tuvo una tarde de esas para no recordar, en la que se vio sin deseos ni reposo al hacer el toreo.

Juan Silveti seguiría asistiendo a nuestra Feria de San Marcos, aunque ya no lo haría vestido de luces. La fiesta en México ya se comenzaba a manejar de una nueva manera y el respeto a la dignidad de los toreros estaba siendo soslayado, se pretendía tratar a los artistas como jornaleros sin importar la jerarquía que les es consustancial. Por eso él y varios de los de su tiempo decidieron que era el momento de dar vuelta a la página y dar por concluida con lucimiento una trayectoria, que seguir adelante pero sin esa necesaria dignidad.

Hoy le recuerdo en la que fuera su presentación postrera en nuestra feria y como actual cabeza de una dinastía de toreros, que se encamina a encontrar ya a la cuarta generación de matadores de toros en su historia.

domingo, 4 de octubre de 2009

Rafael Ortega: La injusticia de las apariencias

El toreo no tiene sentido si no matas tu mismo al toro. Es como la rúbrica de una carta, que si no la firmas, no es tuya.

Rafael Ortega Domínguez

Paco Abad me ha puesto en suerte este tema y es que hace un par de días se cumplieron 60 años de la alternativa de El Tesoro de la Isla, torero originario de la Ilustre Villa de la Real Isla de León, desde 1813 Isla de San Fernando, en donde nació el 4 de junio de 1921. Su padre, Baldomero Ortega Mata, fue torero de fiestas populares como la del toro del aguardiente y su tío Rafael, conocido como Cuco de Cádiz, en su día fue banderillero de postín y en su carrera servirá en las cuadrillas de los hermanos Juan, Pepe y Manolo Belmonte.

El 17 de agosto de 1947, se presenta en Barcelona con poca fortuna y logra debutar con caballos en La Maestranza de Sevilla el 19 de octubre, también con poco que contar, no obstante, sus buenos procedimientos le consiguen entrar al cartel de un festival benéfico que se llevó a cabo el 16 de noviembre de ese año en el propio albero maestrante.

Al año siguiente, el 4 de abril, reaparece vestido de luces en El Baratillo, flanqueado por Frasquito y Sergio del Castillo y llevando por delante a don Ángel Peralta a efecto de lidiar a muerte novillos de Guerra y Díaz Garro. La crónica de Don Fabricio en la edición sevillana del diario ABC del día 6 de ese mismo mes es ditirámbica pero ilustrativa:

Parece increíble lo que nuestros ojos vieron el domingo en la Maestranza. Avezados estamos a testificar brillantísimas presentaciones de novilleros y cada vez que en cumplimiento de nuestra obligación, hemos de comentar cualquiera de estos felices sucesos, lo hacemos con cierta reserva… Pero la presentación de Francisco Sánchez “Frasquito”, acontecimiento que tuvo lugar el domingo próximo anterior en “la del amarillo albero”, nos induce a quebrar la norma… porque lo hecho por “Frasquito” no puede ser producto del acaso… de ahí que auguremos a “Frasquito” por esta sola vez sin la menor reserva, una carrera brillante y rápida… Rafael Ortega hubo de estoquear cinco novillos por percances de sus compañeros y lo hizo sin apuros. Se mostró capoteador de categoría en todo instante… Con la muleta demostró su idoneidad y en sus faenas hubo momentos brillantes… En esto paró la fiesta del domingo anterior, que, a buen seguro, habrá de grabarse en áureos caracteres en los anales del toreo, porque señala el acto de presentación de un torero, viva estampa del llorado Manolete, al decir de los más, pero del Manolete consagrado, que al entrar en la plaza era Frasquito, principiante y al salir, Frasquito, maestro…

Este resultado parecería ser que evitaría el ulterior progreso de Rafael Ortega, pues aparte de que el mito y la sombra del Monstruo le robaron un triunfo legítimo, su edad – veintisiete años –, no era considerada como la propicia para que un torero estuviera en los inicios de su carrera novilleril.

No obstante, su tesón y su entrega ante los toros le llevan a Las Ventas, plaza en la que se presenta el 14 de agosto de 1949 para lidiar novillos de doña Francisca Sancho Viuda de Arribas junto con Trujillano y Manuel Santos Cabrero. Esa tarde sí le ve el cronista del ABC de Madrid G (¿Giraldillo?) que le augura un pronto y triunfal camino, advirtiendo algo que me siento en la necesidad de transcribir:

…“Que puede ser”. “Que será”, no puede vaticinarse de este ni de nadie, en estos tiempos en que la desorganización taurina está tan bien organizada por las organizaciones taurinas. Si Rafael Ortega halla padrino, triunfará, que condiciones tiene para medirse con el mejor; si no lo consigue, fracasará en moruchadas y se hundirá por los pueblos. No sirve valer. Hay que estar en un “trust”. Como hemos dicho, armó un alboroto toreando de muleta… cuajando los naturales en grupos perfectos y luego la variedad de los pases de adorno. Llegó la hora de matar y ¡así se mata! Cuadrado, en corto, recto, con la muleta baja, lento, con la mano hasta el pelo… Ahora muchacho, suerte para la lucha entrebarreras… ¿Cuántas cosas van a interponerse entre el público y tú?... ¿Cuándo te darán toros otra vez en Madrid?... Por la puerta grande, a hombros del entusiasmo espontáneo, que no alquila sus espaldas, salió Rafael Ortega… ¡Pero cómo no tenga padrino!... (16 de agosto de 1949)


El ascenso a la cumbre

El 2 de octubre de 1949, Manolo González, en presencia de Manolo Dos Santos, cede los trastos a Rafael Ortega a efecto de que este diera muerte al primero de la tarde, Cordobés de nombre, del hierro de don Felipe Bartolomé. El Lobo Portugués se fue a la enfermería y entre padrino y ahijado despachan la corrida con éxito, saliendo en hombros de los aficionados al final de la tarde. Esta sería la primera de una decena de salidas en hombros de Rafael Ortega de la plaza de Las Ventas.

El signo de la carrera de Rafael, a partir de este momento, sería el del ascenso, aunque sin estar exento de percances. Su campaña de 1950 fue marcada por estos, pues en julio de ese año, recibe una cornada de consideración en el muslo izquierdo, en la plaza de Granada y un mes después, en Pamplona, un toro de Fermín Bohórquez le infiere una cornada en el muslo derecho y otra en el vientre que interesa el recto y la vejiga y que hace temer por la vida del diestro, a quien se dieron los últimos auxilios espirituales.

Logra salir con bien de esos percances y se dedica en 1951 a tratar de recuperar el tiempo perdido. El 12 de agosto de 1952 realiza una faena de portentosos naturales a un Pablo Romero en Málaga y el 23 de noviembre en ese año, confirma su alternativa en México, de manos de Carlos Arruza, con el testimonio de El Volcán de Aguascalientes. Los toros fueron de Coaxamalucan. Es esta la única actuación de este diestro en la Plaza México y casi creo que en la República Mexicana.

El 16 de mayo 1953 corta la oreja al cuarto toro de los de Jesús Sánchez Cobaleda que se jugaron esa tarde y la misma fecha del siguiente año, borda a un toro de Antonio Pérez de San Fernando. Un diluvio se abatió sobre la Villa y Corte esa tarde y en las imágenes videograbadas, se observa con claridad que al ir avanzando la faena, los paraguas del tendido se van cerrando, para acabar todo el mundo de pie, aplaudiendo la magistral obra del ya llamado El Tesoro de la Isla.

En 1954 tendrá un año triunfal en Madrid. El 22 de mayo, Las Ventas albergará un cartel que rezumaba clasicismo, lo formaban Rafael Ortega, Jesús Córdoba y Julio Aparicio. Los toros fueron de Clemente Tassara. Es la tarde del toro Mariscal, faena de la que Fernando Achucarro dijo:

Componía con el toro una figura tocada por esa luz dinámica en la que la roca puede volverse liviana como tela y la tela, puede cobrar peso de roca, la luz inconfundible del barroco.

Esa faena la brindó a la Faraona, Lola Flores y tras de dos pinchazos en lo alto en la suerte de recibir y un volapié en su sitio, dio dos vueltas al ruedo, con la concurrencia entregada a su señorial manera de hacer el toreo.

El 24 de junio del mismo 1954, en Las Ventas, a beneficio del Montepío de Toreros, mata en solitario seis toros de Antonio Pérez de San Fernando. Entre el tercero y cuarto toro, habrá un interludio ecuestre con el rejoneador Ángel Peralta. Al final de la lidia del tercer toro, las cuadrillas izarán en hombros al maestro y le darán la vuelta al ruedo y al final del festejo, con tres orejas en la espuerta, saldrá a hombros junto con el caballero andaluz. Esta sería la octava vez que abandona en esa forma la plaza más importante del mundo.

Todavía faltaban hazañas por realizar y el 20 de abril de 1956, cortará el rabo del toro Espejito del legendario hierro de Miura. La relación que hace Gómez Bajuelo en el ABC de Sevilla del día siguiente destaca lo siguiente:

…¡La estocada de la feria!... “La estocada de la tarde” es, sin duda, una obra maestra de Mariano Benlliure. Para nosotros, que si el gran escultor hubiera visto ayer la estocada al cuarto de la tarde, seguramente hubiera tenido que rectificar, para mejorarlo, el modelo que le sirvió para su famoso bronce… El cite en corto, la matemática reunión, el embarque del miureño en la muleta, la salida impecable por el costillar, el lento regodeo de los tiempos y como corolario de tan exactas premisas, la colocación del acero, que hizo que el toro saliera muerto de la suerte… Es muy difícil matar a un toro así, si ello no va precedido de una faena. Una faena muy cerca de la res, en la soledad temeraria de los medios. Con un toreo serio a base de redondos, naturales y de pecho, fluyentes los primeros y obligando después, cuando se iban consumiendo las energías del miureño. El ¡fuera gente!, en boca de Ortega al acudir a la llamada en un desarme, cobró toda su autenticidad. Un aleteo de pañuelos clamó por las orejas y el rabo, que fueron concedidos…


En 1957 cortará las orejas a un toro de Juan Pedro Domecq en La Maestranza y en plena sinfonía triunfal, decide dejar los ruedos en el año de 1960, para reaparecer vestido de luces el año de 1966 en El Puerto de Santa María. El 19 de abril de 1967 hará lo propio en Sevilla y cortará la oreja a un toro de doña María Pallares y poco más de un mes después, reaparecerá en Madrid, vestido de celeste y plata, junto a Curro Romero y Sánchez Bejarano en la lidia de toros de Miguel Higuero. Don Joaquín Vidal nos cuenta lo sucedido:

Hubo faenas de Rafael Ortega que los aficionados no han podido olvidar. Entre las mejores cabría situar la que cuajó a un toro de Miguel Higuero el día del Corpus en la plaza de Las Ventas. Ortega, que ya tenía 46 años y se le había acentuado la propensión a la obesidad, en cuanto se puso a torear parecía el mismísimo Apolo. A los pocos pases ya se había echado la muleta a la izquierda, la adelantaba ofreciendo el medio - pecho, se traía el toro embebido en sus vuelos, cargaba la suerte, ligaba los pases. A cada muletazo restallaban los olés como el rugido del volcán y, al rematarlos, el tendido era un manicomio.

El triunfo de Rafael Ortega aquella tarde fue memorable. Sólo que el destino hizo una grotesca pirueta y Curro Romero colaboró en ella. El torero de Camas, que intervenía a continuación, se negó a torear al toro y provocó un gran escándalo. Los periódicos dieron amplia cobertura a esta noticia, se lucieron con ella los reporteros y las crónicas de la corrida quedaron casi reducidas a una gacetilla.
(Joaquín Vidal, El Toreo Puro, El País, Madrid, viernes 19 de diciembre de 1995).


Parecía repetirse lo de Frasquito, como en los albores de su carrera, un imponderable le arrebata la gloria, pero el recuerdo de esta tarde, estará siempre en las mentes de los buenos aficionados.


El 1º de octubre de 1968 es herido de gravedad en Barcelona por el toro Capuchino de Hoyo de la Gitana y este percance hará que Rafael Ortega ya no vista mas el terno de seda y alamares. Su postrera actuación fue en el año de 1985, en la plaza de Jerez de la Frontera, en un festival benéfico. En ese mismo año, asumirá la dirección de la Escuela Taurina de Cádiz, con sede en la plaza del Puerto de Santa María, cargo que ocuparía hasta su muerte.

La tauromaquia de un tesoro

Rafael Ortega es un torero de una extraordinaria pureza. Siempre cita en rectitud del toro, veroniquea con las manos bajas, embarcando las embestidas, cargando la suerte y ganándole terreno al toro. Es un muletero dominador, que cita con la pierna de salida adelante, dando el medio pecho. Conoce y entiende las distancias, lo que le permite ligar los muletazos y al rematar con el forzado de pecho, echa al toro hacia adentro, obligándole y demostrando que puede con él. Al estoquear, procura hacerlo en la suerte natural, con la muleta bien liada, la que echa a los belfos del toro para dejarse ir sobre el morrillo. También gustaba de ejecutar la suerte de recibir, la que hacía con gran pureza.

En suma, Rafael Ortega es el prototipo del torero clásico, del torero que practica con maestría y sentimiento lo que Pepe - Illo y Paquiro escribieran en sus tratados del arte de lidiar toros; es decir, Rafael Ortega ha sido mas que un gran estoqueador, sitio en el que la mayoría de los críticos de su tiempo, parecen haber querido encasillarle injustamente.

La realidad es que Rafael Ortega Domínguez, fallecido la madrugada del 19 de diciembre de 1997 en su casa de Cádiz, ha sido una víctima de la injusticia de las apariencias, pues del gran estoqueador que demostró ser, se valieron tanto los que proclamaron en corto su paso por los ruedos, como la memoria colectiva para intentar ocultar su verdadera estatura de grande de la fiesta. Mas el sol no se tapa con un dedo y ahora se intenta reconocerle lo que en realidad ha sido, quizás junto con Antoñete y Antonio Bienvenida, uno de los toreros más grandes y más puros de la segunda mitad del siglo pasado.

sábado, 16 de mayo de 2009

La Edad de Plata del Toreo en México, 6 décadas después


El reciente fallecimiento de Manuel Capetillo ha vuelto a traer a la mesa de la discusión el lugar de este torero y sus compañeros de época, Los Tres Mosqueteros, dentro de la Historia del Toreo en México. Hace un par de días escuché al Maestro Jesús Córdoba – el último Mosquetero que sobrevive y que sea por muchos años – afirmar en una entrevista, que ellos fueron la etapa final de la Edad de Oro del toreo mexicano.

Respeto el punto de vista del Joven Maestro, pero creo que Los Tres Mosqueteros representan por derecho una etapa propia, con un significado distinto al de quienes hace una miajita más que seis décadas, les entregaron la estafeta de las cosas de los toros en este País, una edad nueva, con brillo propio, la que a mi juicio, bien puede considerarse, la Edad de Plata del Toreo en México.

Algunos antecedentes

El mediodía del siglo veinte nos alcanza en lo que pudiéramos llamar el epílogo de la Edad de Oro. Es el tiempo en el que lucen Armillita con Clarinero, Silverio con Tanguito, El Soldado con Rayito y Arruza con Cordobés; cuando Gregorio derrocha su natural elegancia, Fermín el de San Luis su pundonor, Calesero su poesía y vive un esplendoroso ocaso El Rey del Temple.

Toman la alternativa Luis Procuna, Luciano Contreras, Luis Briones y Antonio Velázquez y tiene su hora dorada Rafael Osorno. La otra muerte del ruedo se encuentra con Alberto Balderas, Félix Guzmán, Eduardo Liceaga y Carnicerito de México y también vio el final de sus días de albergar a los hombres vestidos de dioses, El Toreo de la Condesa, cediendo su lugar a la Plaza México, publicitada desde entonces como la más grande y cómoda del mundo.

En cuanto terminó la serie de corridas con las que se celebraron los fastos de la apertura de la Plaza México, se comenzó con la organización de festejos menores y entre el 26 de mayo y el 3 de noviembre de 1946, se dieron cuarenta novilladas, mismas en las que con luz propia, brillaron dos toreros de estilo contrastante y que anunciaron la buena nueva que representaría para la afición el inicio de una nueva era para la fiesta en nuestro país.

El primero en aparecer fue un diestro de maneras exquisitas, de aroma profundo y penetrante, que motivó que José Alameda lo motejara como El Torero de Canela. Fernando López Vázquez se presentó en el mayor coso del planeta el 30 de agosto del año de la inauguración, dejando constancia de que su toreo es tesoro caro. El otro torero que preconizó lo que estaba por venir fue uno de sino trágico. Laurentino José López Rodríguez Joselillo llega a la plaza México el 25 de agosto de 1946 y muere el 14 de octubre de 1947, apenas dieciséis días después de haber recibido en el mismo ruedo, la cornada de Ovaciones de Santín.

Estos dos toreros, Joselillo y El de Canela, representan los albores de una nueva era. No cuajaron en las figuras que prometían ser, pero demostraron en primer término, que aún sin Manolete, la Plaza México podía ser llenada y en segundo lugar, que habrían de llegar los diestros que ocuparan el sitio que ocupaban desde hacía algunas décadas, las figuras de la Edad de Oro.

La Edad de Plata del Toreo en México

Tras de las vísperas que representaron Joselillo y Fernando López, la temporada novilleril de 1948 significa el momento en el cual se fragua el relevo generacional de la fiesta en México.

En primer lugar, la generación del 48 nos da a Los Tres Mosqueteros en las figuras de Rafael Rodríguez, Manuel Capetillo y Jesús Córdoba, tres toreros que trascendieron a su tiempo y que aún en este nuevo siglo, continúan siendo el marco de referencia para calibrar la importancia del paso de un torero en ascenso.

La historia nos enseña que estos tres toreros demostraron la viabilidad del proyecto monumental que representaba la Plaza México y también la posibilidad de llevar en sus nombres la responsabilidad de una fiesta que con brillantez construyeron Armillita, Garza, Silverio, El Soldado y otros grandes constructores de la fiesta en México posterior a 1936.

Los Tres Mosqueteros, antes de finalizar el calendario correspondiente a ese 1948, el año de su aparición en el firmamento taurino, recibieron la alternativa. Fue simbólica la manera en la que se doctoraron El Volcán de Aguascalientes, que recibió los trastos el 19 de diciembre de ese año en la Plaza México de manos de Silverio Pérez; El Mejor Muletero del Mundo en Querétaro, la víspera de la Navidad, llevando a Luis Procuna como padrino y El Joven Maestro, en Celaya al día siguiente mano a mano con Armillita, los padrinos fueron tres de los bastiones de la Edad de Oro, que con los trastos de matar, entregaron también el testigo a quienes habrían de sucederles en la parte estelar de la fiesta mexicana.

Contaba Rafael Rodríguez que cuando el momento de la alternativa llegó, el doctor Alfonso Gaona le preguntó a él y a cada uno de los Mosqueteros de quién esperaría recibir los trastos y cuando recibió las respuestas, no se manifestó sorprendido, pues cada uno de los padrinos, en alguna medida se vería continuado en su ahijado, el sentimiento silverista y su empatía con los tendidos continuaría con El Volcán; el toreo heterodoxo de Procuna sería quintaesenciado por Capetillo y Jesús Córdoba sería el torero que podría con todos los toros, como Fermín, dejando una solución de continuidad entre los toreros de la generación anterior y la nueva.

Con su consolidación como figuras de los ruedos y de su conjugación artística, cualquiera pensaría que esa tríada de figuras del toreo conformaría un grupo homogéneo, que funcionaría a la manera de lo que en los noventa hicieron en España los llamados Tres Tenores, pero la realidad fue diferente. Rafael Rodríguez, Manuel Capetillo y Jesús Córdoba, ya como matadores de alternativa, actuaron juntos solo cinco veces, encabezando cada uno por separado distintos carteles, junto con los toreros de la Edad de Oro que permanecían en activo o con sus compañeros de promoción que también destacaron, dando un aire nuevo y atractivo a la fiesta en México.

Esa es la trascendencia real de Los Tres Mosqueteros y la verdadera producción de la Edad de Plata, la inyección de novedad que dieron a la fiesta mexicana, permitiendo que esta siguiera engrandeciéndose e impulsando otros nombres que a la postre serían históricos, pues al amparo de estos toreros se gesta toda una nueva generación de diestros y se define también un importante cambio en la manera de seleccionar el toro que llegará a las plazas en lo sucesivo.

Para terminar

El cenit del siglo veinte en las cosas de los toros fue luminoso no obstante que en sus albores, la tragedia ensombreciera el panorama taurino en las plazas de Linares, San Roque, Vila Viciosa y en la misma capital mexicana.

La luz en los ruedos surge cuando en 1948 se inicia la transición de la Edad de Oro hacia la de Plata, en la que refulgieron con luz propia aquellos que habrían de suceder a quienes en su momento, escalaron la cúspide de la torería mundial. Esta última afirmación no es arbitraria, tiene su explicación en el boicot declarado por los toreros españoles a los mexicanos, boicot que separó durante casi diez años los caminos de la fiesta en España y México y que permitió que de este lado del Atlántico, se afianzara una concepción del arte de torear, que sin apartarse del canon, apela más al ser interno del espectador que a su capacidad intelectual, es decir, busca la fibra sensible, aquella que se conmueve aún cuando no se comprenda a las claras lo que está sucediendo en el ruedo.

La Edad de Plata del toreo en México es sin duda una de las etapas históricas que merece ser analizada, porque sin su exacta comprensión, no se puede entender lo que sucede ahora, ya iniciado el siglo veintiuno, que es consecuencia lógica e inmediata de lo ocurrido en esa etapa histórica.

jueves, 25 de diciembre de 2008

Jesús Córdoba. Seis décadas de magisterio


Cuando el día de Navidad de 1948, el maestro Fermín Espinosa Armillita, mano a mano, le cedió a Jesús Córdoba el primer toro de Xajay corrido ese día en la plaza de toros Rodolfo Gaona de Celaya, Guanajuato, se cerraba una importante etapa de la historia taurina mexicana, en la que tres toreros juntos cimentaron el porvenir de su oficio y de la historia futura del toreo en su patria.

El clasicismo de Jesús Córdoba contrastó con el valor sincero e indomable del Volcán de Aguascalientes y la personalísima expresión taurina de Manuel Capetillo. Por ello, antes de finalizar la temporada novilleril de 1948, Los Tres Mosqueteros marcaban el paso en las cosas del toro.

Nada fácil fue este logro. Recordaré una vez más que la llamada Generación del 48 en materia de novilleros fue muy rica. Basta revisar los carteles de las 29 novilladas ofrecidas por el doctor Alfonso Gaona ese año y veremos nombres como los del recordado Alfonso Pedroza La Gripa - después un excelente torero de plata; Héctor Saucedo; Jorge El Ranchero Aguilar; Fernando López El Torero de Canela; Curro Ortega; Paco Ortiz; Alfredo Leal y otros nombres ilustres de la tauromaquia mexicana. Para sobresalir en esas condiciones, algo muy grande tenía que llevarse dentro y además se debía tener una gran facilidad para expresarlo, lo que sin duda se conjugó en estos tres toreros. Sobre esta última afirmación, creo que la historia me da la razón.

De su paso por los ruedos nos queda la grata impronta de faenas como las de Luminoso, Cortijero o Estanquero en la Plaza México o las realizadas en Madrid el 29 de septiembre de 1957, fecha que marcó la reaparición de Luis Miguel Dominguín en Las Ventas, o la de Sevilla del 24 de abril de 1953, junto a Calerito y Jerónimo Pimentel, festejo al que asistió el Jefe del Estado y que le valió levantarse como triunfador de esa edición de la feria de abril sevillana.

Los toreros de su corte siempre tienen la desventaja de ser considerados o fríos o estilistas o académicos y el primer reproche que se les hace es su supuesta incapacidad de conectar con los tendidos. Creo esas afirmaciones son equivocadas pues hoy recordamos a una figura del toreo, a un gran torero que hizo de su conocimiento de los toros y de sus terrenos y de la finura con la que realizaba las suertes, una tauromaquia que es hoy día un referente.

La visión del Maestro Córdoba acerca de algunos temas de la Fiesta es la siguiente:

La expresión del torero:

Siempre hay una razón del por qué existe algo que se puede expresar con certeza, consciente en la realidad de la expresión natural de un arte. Es la interpretación al exterior de sí mismo, de la inspiración con la seguridad técnica de su ejecución; siendo la razón el estudio y la enseñanza práctica que se ha recibido, unido a la intuición propia…


La creación artística:
El ser humano…. ha creado una de las artes más hermosas, en la que refleja su destreza y personalidad. En una sola frase, su expresión física e inteligente…

Nuestra capacidad de asombro:

El arte del toreo, que actualmente lo entendemos como la expresión que pone a flote los más hondos sentimientos del hombre - miedo, valor, coraje, duda, alegría y nobleza - hacen brotar también una de sus más grandes cualidades: La capacidad de admiración (tan desgastada en la actualidad)…

El estilo en el torero:

En la ejecución de los pases nacieron los estilos… Algunos son inspirados por una capacidad creadora, otros simplemente son técnicos, es decir, aplican hábilmente su conocimiento de la lidia, o como a veces decimos, su oficio. Ambos estilos son muy importantes. Pero hay otro tipo de torero fundamental para la fiesta: El valiente. Es el que hace alarde de ese dominio al miedo llamado valor, estrujando así al espectador, despertando en él una angustia que le provoca emoción. El público siente admiración y respeto por quienes ejecutan ese tipo de toreo…

La personalidad del torero:

El estilo de los toreros se define conforme a su sensibilidad, su forma de ser, su personalidad y propio sentimiento, su carácter y naturalmente, su valor. De todo esto va impregnado su toreo, ¡qué es lo que nos gusta! Más aún cuando llega la inspiración y todo el entorno se muestra propicio. Por ello los diferentes estilos mantienen ese interés por la fiesta. Nunca se pida que un torero actúe como el otro. Debemos conservar esa variedad, pero siempre dentro de una autenticidad
.

Hoy reconozco a este gran hombre y gran torero su aporte a la fiesta. Tras de dejar los ruedos, se ha preocupado por formar a quienes han de continuar llevando adelante la tradición y la historia que representa la Fiesta de los Toros.

¡Enhorabuena Maestro y que sean muchos años más!

Aldeanos