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domingo, 23 de agosto de 2020

En el centenario de Carlos Arruza (XI)

26 de agosto de 1951: Triunfo rotundo de Carlos Arruza en Cádiz

Carlos Arruza, Cádiz, 26/08/1951
Foto: El Ruedo
Con admiración para mi amigo gaditano Francisco Javier Orgambides Gómez.

La temporada de 1951 representó para la afición española un reencuentro con los toreros mexicanos. En 1947 los asuntos entre ambas torerías – que apenas se habían arreglado tres años antes – se volvieron a agriar y se dejó de producir ese necesario intercambio de toreros entre uno y otro lado del mar.

Es el 25 de febrero de 1951, cuando las hostilidades cesan y en la misma fecha se celebran tres festejos en la Ciudad de México, Madrid y Barcelona. Por su orden, actuaron aquí Curro Caro, Carlos Arruza y Antonio Velázquez con toros de Pastejé; es la tarde de la faena de Arruza al toro Holgazán. En la capital española lo hicieron Manolo Escudero, Antonio Toscano y Rafael Ortega, para lidiar 5 toros de Moreno Yagüe y 1 de Terrones (5º) en un festejo que poco tuvo para reseñar dada la poca colaboración del ganado y la frialdad del clima y en la Monumental catalana actuaron Rafael Llorente, Antonio Caro y Juan Silveti, con toros de Marceliano Rodríguez. Las crónicas destacan la faena de Caro al toro Americano (5º) e indican que Silveti pudo cortar trofeos al tercero de no fallar con la espada.

Eso abrió la puerta para que Carlos Arruza volviera a intentar una interesante campaña en ruedos hispanos, no tan intensa como la del año 45, pero con categoría, pues toreó solamente 25 corridas y sufrió un percance en Jerez el 16 de septiembre. Y en el aspecto humano, también tenía en puerta una realización, pues el día 23 de agosto de ese año, nació en Sevilla la que fue la primera hija de su matrimonio con la señora Maricarmen Vázquez Alcaide, con quien había contraído nupcias el 28 de junio del año anterior en la sevillana parroquia de San Lorenzo, ante su Cristo del Gran Poder.

La redonda tarde gaditana

Para el domingo 26 de agosto del 51, se anunció una corrida de don Joaquín Buendía para el caballero en plaza Duque de Pinohermoso, Carlos Arruza, Rafael Ortega y Manolo González. No sobra señalar que la entrada al desaparecido coso fue un lleno absoluto, pues se reunían en la combinación a un torero de la tierra que era apreciado por propios y extraños; a un joven torero sevillano que tomaba el testigo que Chicuelo le dejaba en ese calendario y por supuesto, la presencia del Ciclón Mexicano, una figura que con su solo nombre arrastraba multitudes. La afición de Cádiz tenía delante algo que sería sin duda un gran acontecimiento taurino.

Al final de la tarde Carlos Arruza fue quien se alzó con el triunfo, llevándose en la espuerta cinco orejas, dos rabos y una pata. La crónica de Antonio Olmedo Delgado Don Fabricio, aparecida en el ABC de Sevilla el martes 28 siguiente, titulada La montera en la cuna, entre otras cuestiones destaca:

…“¿No ves – nos decía el eco misterioso – que Arruza ha omitido un brindis de rigor? Cierra los ojos, piensa y verás que la montera de Arruza está a la cabecera de una cuna, la de su hija”. Yo no he hablado con Arruza; pero puedo aseguraros que así ha sido, como imagino. Lo que el lector no podrá imaginar, por mucha que sea su fantasía, es lo que Arruza hizo con los toros...

Con su primero ostentó Arruza el desprecio que le causaba la mansedumbre del animal, al que manoteó en la cara y en el testuz, después de hacerle pasar poniéndole la muleta en el mismo hocico y rozando la figura con los pitones. En el que mató por la cogida de Ortega toreó a su sabor, sobre las dos manos, a distancia inverosímil, prodigando los desplantes en menosprecio de la fiereza del toro, y en el cuarto, correspondiente al segundo de su turno, colmó sus ilusiones y las de los aficionados con una faena magnífica... naturales precisos y preciosos, redondos templadísimos de sabor torero, completos molinetes de rodillas, una magnífica arrucina, terminada en magistral pase de pecho y luego alardes extraordinarios; baste decir que Arruza llegó a morder la punta de los pitones de su enemigo, ciertamente el mejor de la corrida, que en cuanto al ganado, dejó mucho que desear. Con la capa hizo Arruza quites finísimos, y por si poco fuera, banderilleó a sus tres toros, dejándoselos llegar pasmosamente, hasta conseguir reuniones de emocionantísima exactitud. El noveno par, sencillamente insuperable. Balance de trofeos en premio al mérito, incesantes ovaciones, olés rotundos, la oreja de su primero, las dos y el rabo del que le dejó Ortega y las dos, el rabo y la pata del segundo suyo; vueltas al ruedo, salidas a los medios y una multitud delirante aclamándole. Magnífico brindis. Imposible seguir. No habrá quien pueda narrar lo inenarrable. ¡Oh aquellos dos faroles de rodillas con que Arruza saludó al cuarto de la tarde! Tres toros y otras tantas estocadas. Si detallásemos, sería el cuento de nunca acabar...

Esto es lo que pasó en Cádiz, ciudad que tiene la virtud de sonreír anticipadamente al visitante que para ella traiga un piropo a flor de labios. Dígalo si no el señor Martín de Mora, que, ufano porque en las taquillas se había colgado el cartel de “No hay billetes”, repartía apretones de mano y frases de gratitud. Pero nos parece que será a él, como promotor del éxito, a quien hayan de agradecérselo.

En fin, convengamos que el brindis de Arruza ha sido un señor brindis.

El diestro Arruza ha tenido su primer hijo…

En los demás sucedidos del festejo, Rafael Ortega entró en la enfermería, herido de pronóstico reservado nada más abrirse de capa con su primero y ya no regresó a continuar y Manolo González pudo cortar orejas a dos de los tres toros que mató esa tarde de forzado mano a mano, pero se tuvo que conformar con dos vueltas al ruedo y el Duque de Pinohermoso, que abrió el festejo, saludó desde el tercio.

La versión de Don Celes, corresponsal del semanario El Ruedo, aparecida en el número publicado el 30 de agosto siguiente, menos compuesta literariamente, es de la siguiente guisa:

...Desde el primer instante Carlos Arruza mostró propósito denodado de agradar. Tres faenas de muleta, nueve pares (nueve, señores) de banderillas siete u ocho quites, numerosas intervenciones de capa... son las cifras que resumen una labor larga, abundante y diversísima. En parte se debió a la cogida en el primer tercio del tercer toro del diestro Rafael Ortega, por lo que el mejicano tuvo que entendérselas con dicho astado, además de con los dos de su lote. En los tres demostró Arruza hallarse en la plenitud de su oficio. El valor, la inteligencia y la voluntad conjugados en iguales dosis, llevando al máximo el arte de mandar en los toros, hasta extremos que alejan – yo diría peligrosamente – toda sensación de peligro. Como sugestionados los toros le obedecieron resignada y mansamente, y él pudo entregarse por igual a la caricia – en el segundo llegó a besar la aguda punta del pitón – que al gesto de desdén hacia un enemigo reducido a la impotencia. Por eso precisamente nos gustó más la faena practicada al tercero suyo, al que apenas picaron y del que aprovechó, sabia y valientemente, su embestida larga. A este toro, que recibió con una larga cambiada de rodillas, y que toreó elegantemente de capa, le hizo la faena de repertorio más largo y acabado. Primero, pases estatuarios. Después citó desde lejos, a muleta plegada, y sobrevino la serie de naturales ligada con el de pecho. Por último, el catálogo completo: molinetes de pie y de rodillas, arrucinas, adornos, manoletinas, derechazos, de la firma, rodillazos en serie... Y al final la estocada y el descabello a la primera, seguido de las dos orejas, el rabo y la pata. Resumen de una tarde en la que ya antes había cosechado una oreja, y dos orejas y rabo...

Como se puede ver, Carlos Arruza rindió la plaza y confirmó que aún después de cuatro años de ausencia, seguía siendo un gran torero y una muy importante figura del toreo.

La plaza de toros de Cádiz

En su crónica, Don Fabricio hace una feliz memoria de la influencia de Cádiz en los orígenes del toreo y de las raíces que tienen allí las dinastías toreras de los Lillos y los Cucos. Al leer esas breves líneas y la historia, nos resulta en buena medida increíble, que en estos tiempos que corren, la antigua Gades no tenga una plaza de toros.

La plaza en la que Arruza tuvo esa redonda tarde, se inauguró el 30 de mayo de 1929, con toros de Indalecio García Mateo para Valencia II, Curro Posada y José García Algabeño, presidiendo el festejo Antonio Fuentes, aún con obras pendientes de concluir.

La plaza se construyó por una suscripción pública, donándose después por los accionistas los títulos al Ayuntamiento y funcionó ininterrumpidamente hasta el 17 de julio de 1967, cuando se dio el último festejo allí en el que actuó la cuadrilla cómica de El Bombero Torero y actuó en la parte seria el novillero José Yáñez Figurita. La última corrida de toros que se dio en ese escenario fue en la víspera de ese festejo, actuando Juan Antonio Romero, Paco Camino y El Cordobés, quienes mataron reses de Juan Pedro Domecq con un lleno en los tendidos.

Tras del festejo, arquitectos municipales determinaron que había deficiencias estructurales en una de las zonas de la plaza que daban hacia el mar, por lo que se determinó el cierre de la misma y cuando se presentó el presupuesto para su reparación, el Ayuntamiento no aceptó asumir el costo de ella. Al final, permaneció cerrada y en febrero de 1976 se decretó su demolición, la que concluyó al final de ese año.

Después de esa pérdida, se ha intentado llevar a Cádiz la fiesta en plazas portátiles y así, se hizo en ese mismo 1976, aunque el consistorio no lo autorizó por no ser coincidente con la categoría taurina de la ciudad, según se lee en esta nota de El País; luego en 1993 se montó una en la que se celebró un festival benéfico el 3 de abril y por último, en 2006 se instaló otra en unos terrenos cercanos a los astilleros, en la que se dieron dos festejos,  el 17 de junio una novillada sin picadores con cuatro erales de Diego Romero para Miguel Ángel Sánchez de Ubrique, Francisco Ramos de Chiclana, Alejandro Enrique de Granada y Ramón Tamayo de San Fernando. Este festejo se completaría con dos añojos de de Núñez del Cuvillo para el gaditano Fran Gómez y al día siguiente, toros de Gavira para Manuel Díaz El Cordobés, Javier Conde y José Antonio Canales Rivera.

Existen agrupaciones de aficionados que reclaman para la vieja Gades una plaza de toros, quizás no una tradicional, pero sí un escenario multiusos que permita la celebración de festejos taurinos allí, pero a mi juicio, esa ocasión está cada día más lejos.

Sobre la historia de la plaza de toros de Cádiz, recomiendo esta lectura en el blog de Francisco Orgambides titulada Cádiz, una plaza de vida breve, no tiene desperdicio.

miércoles, 29 de julio de 2020

En el centenario de Carlos Arruza (X)

29 de julio de 1951: Triunfo de Arruza en la despedida de Chicuelo

Chicuelo, Arruza y Manolo González
Barcelona, 29 de julio 1951
Foto: Mateo
Manuel Jiménez Chicuelo fue el primer torero que tuvo la intuición necesaria para ejecutar completa la sinfonía del toreo de la que Gallito, Gaona y Belmonte habían dejado compuestos por separado los movimientos que representan lo que hoy concebimos como el toreo moderno. Y no lo hizo con un signo meramente imitativo, sino que le dio su propio acento y su propia signatura, lo que le convirtió indudablemente en uno de los constructores del edificio que es la tauromaquia contemporánea.

Chicuelo, nacido en 1902, recibió la alternativa en septiembre de 1919 de manos de Juan Belmonte en la plaza de Sevilla. Él a su vez alternativó a 29 toreros, de los que quizás el más señalado sea Manolete, a quien se dice entregó el testigo de la evolución del toreo. Esto último es un buen recurso literario, más no un acto consciente, sin embargo, quienes han escrito sobre esta arista de la historia del toreo, así lo consideran.

Para el 29 de julio de 1951, Pedro Balañá – el viejo – anunció una corrida salmantina de Alipio Pérez Tabernero Sanchón para el ya nombrado Manuel Jiménez, Carlos Arruza y Manolo González. El anuncio de la corrida señalaba que era la despedida del diestro sevillano de la afición barcelonesa y la reaparición de Arruza tras de cuatro años de ausencia, causada esta por la ruptura de las relaciones entre las torerías de México y España.

Ese 1951 Chicuelo toreó solamente tres corridas. Abrió el año allí en Barcelona, luego, el 26 de agosto actuaría en El Puerto de Santa María con José María Martorell y Litri en la lidia de toros de Juan Pedro Domecq y cerraría su brillante trayectoria en Utrera el 1º de noviembre cuando ante toros de Concha y Sierra se acarteló con Juan Doblado y Juan de Dios Pareja Obregón a quienes dio la alternativa, para poner el punto y final a una carrera que sin duda es crucial para la fiesta de los toros.

Aunque después en una entrevista que le realizó Fausto Botello en 1967, publicada en el ejemplar del semanario El Ruedo correspondiente al 2 de febrero de ese año, el maestro diría que él jamás se despidió, que Balañá anunció la corrida con esa finalidad en su propio beneficio… 

La gran tarde de Chicuelo

Lo que realizó el diestro de la Alameda de Hércules puede observarse desde distintas ópticas, como la de A. de Castro, cronista del diario Mundo Deportivo de la Ciudad Condal, quien al día siguiente del festejo publicó lo que sigue:
...La vieja gloria – léase Manuel Jiménez «Chicuelo» – no se dejó pisar los talones por las glorias de hoy y tal fue su labor que faltó un tris para que se llevara la oreja de su primer toro, y si no la obtuvo fue por culpa del puntillero que levantó al toro con el cachete cuando ya «Chicuelo»  había cumplido brillantemente su labor. Hubo sin embargo de dar la vuelta al ruedo y salir a los medios. Del cuarto toro se llevó en la espuerta las dos orejas y su éxito fue de los que dejan «mascar» una repetición inmediata...
Pero también puede analizarse su actuación a la luz de lo que su paso por el ruedo de la Monumental representó para la historia del toreo y es así como lo trata Eduardo Palacio en su tribuna de La Vanguardia, quien entre otras cosas, reflexiona lo siguiente:
Diré sólo que en Barcelona toreó su última corrida el 29 de agosto de 1948, tarde en que se presento Manolo González, que salió al coso herido en la cabeza, como ocurrió el domingo, que hubo de salir destocado pues venía de ser pisoteado en la feria valenciana por un toro, que le hirió en la frente. Bien, pues «Chicuelo», que el aludido domingo pasado reapareció en la Monumental, donde se apretujaba la gente y, gracias a Dios, se dejaba sentir, ¡al fin!, un fuerte calor, fue ovacionado en el paseo, se le obligo a salir a los medios, y después sacó a éstos a sus dos compañeros de terna, que eran nada menos que Carlos Arruza y Manolo González. Vestía el reaparecido de perla y oro, y traía de peón de confianza al que siempre lo fue suyo; al fiel amigo, al auxiliar incondicional, Benito Martin, «Rubichi», persona conocedora como nadie de las alegrías y dolores del «maestro», quien le quiere tanto y tan predilectamente, que lo hizo padrino de pila de una de sus hijitas. No es de extrañar que «Rubichi» cuando el público aclamaba el domingo a «Chicuelo» y se le otorgaban las dos orejas del cuarto toro de la tarde, fingiese reír o por lo menos sonreír, y en vez de ello sollozase y de sus ojos desprendiéranse lágrimas, que enjugaba en su capote de brega, como el peón que siente escozor al recibir en un parpado las arenas que los toros levantan con sus remos y bufidos al corretear por los cosos. Total, que la corrida, fue un éxito, un gran éxito para los tres espadas y una delicia para los veintitantos mil espectadores que la presenciaron, entre los que había no pocos sevillanos venidos expresamente «a vé a Manué». ¿Y sabéis quien vino también de allí? Lo explicaré. Me saludo un señor, cuya cara me era conocida y ocupaba la quinta localidad a mi derecha; yo le respondí con el mismo afecto que él había puesto en el ademán y hacíame señas cuando toreaba «Chicuelo» y se tropezaban nuestras miradas, siguiendo yo sin reconocerle. Pregunté a un peón y me dijo: «Es don José Zarco, de Sevilla también». «Bien — repliqué —, ¿pero qué es?». «Pues un señor millonario que fue torero, lo dejó, se metió en negocios y ha hecho un fortunón». Entonces caí en que era José Zarco Carrillo, novillero puntero que mataba de manera extraordinaria y que se doctoró en Madrid en 1921 de manos de «Ale», para, al poco tiempo retirarse de la circulación taurina, lo que ahora juzgo muy bien hecho...
Ese cuarto toro al que Chicuelo le cortó las orejas se llamó Canastillo, número 31 y por su parte, Antonio Santainés pone esa faena al nivel de una de un toro Rebujina de Villamarta el 5 de mayo de 1932 y a su vez Don Quijote, al narrar esa faena, la reúne con otras realizadas allí como la de un toro de Pérez de la Concha en 1920, la de Vividor de Contreras en 1921, uno de Cruz del Castillo en Las Arenas también ese año, la de Sulimán de Vicente Martínez en 1923, uno de Albaserrada en el 26, otro de Contreras en el beneficio de Conejito en el 27... Y Santainés reitera que esa del Rebujina de Villamarta era la última gran obra de Chicuelo antes de esta tarde del 51...

El triunfo de Carlos Arruza

Con el recorrido realizado hasta este punto por la trayectoria de Carlos Arruza nos queda ya claro que Barcelona era una especie de plaza talismán para el Ciclón Mexicano. Es quizás, la plaza española en la que más toreó y también en la que muchos triunfos resonantes obtuvo. No creo incurrir en error si señalo también que era una plaza en la que era también muy querido.

Esa tarde del último domingo de julio de 1951, Carlos Arruza volvió a triunfar en la Monumental barcelonesa. Y lo hizo sin perder un ápice del toreo entregado y emotivo que fue su divisa desde su primera actuación allí. Eduardo Palacio, en la crónica ya citada, nos cuenta:
...Desde que Arruza ha echado a torear esta temporada lleva cinco corridas de actuación y en cuatro ha sido orejeado. Ello parece, lógico y natural viendo lo artista que está y el valor que le acompaña. El domingo recibió su primer toro con cuatro faroles de rodillas, y en pie tres verónicas majestuosas, seguidas de un quite, centelleante, iniciación de un tercio de maravilla que amenizó la música, pues González dibujó en el suyo seis lances con el capote a la espalda que fueron un verdadero primor, «Chicuelo» por «chicuelinas», y tornó Arruza a hacer otro con el capotillo a la espalda. No habían cesado las ovaciones, cuando Arruza cosechaba otras tres en sendos pares de rehiletes, y ya sonaba de nuevo la música amenizando la siguiente faena... Señaló un pinchazo sin soltar el arma y arreó un volapié entero en el propio hoyo de las agujas. Concediéronsele las dos orejas del cornúpeta y dio la vuelta al ruedo y salió a ¡os, medios entre una ovación unánime y calurosa. Al quinto toro de la fiesta clavóle dos pares y medio de banderillas, formidable el segundo, y con la muleta enjaretó una faena porfiona, acompañada por la música... La faena del mejicano, valerosa en alto grado, fue interrumpida por el toro, que prendió al artista, derribólo y lo tuvo entre las patas, tirándole fuertes derrotes, pero sin encarnar hondo por fortuna. Levantóse el muchacho con el vestido deshecho y con sangre en la pantorrilla derecha, requirió los avíos, dio cinco panes más, plenos de coraje, y entró a herir con mil toneladas de valor, enterrando todo el estoque en la misma cruz. Se le entregó una oreja, dio la vuelta, al ruedo, salió a los medios y saltó al callejón para que le recompusieran el traje...
Como se puede leer, fue la actuación de Arruza en estado puro, lo que le permitió mantener su empatía con la afición de la capital de Cataluña y a la cual correspondería siempre que tuviera la ocasión de hacerlo.

Finalizando

Hasta los carteles de la despedida de un torero tienen que organizarse con imaginación. Aquí al viejo Balañá no le faltó de esto. Manuel Jiménez Chicuelo, quien en la década anterior toreaba intermitentemente y promediaba unas tres corridas anuales tenía que ir bien arropado en su adiós en una plaza de categoría. Pero no solamente en el papel. Así, por una parte se le acompañó en el cartel con Carlos Arruza, representante de la verdadera escuela mexicana del toreo, la de Ojitos, recibida vía las enseñanzas de su maestro Samuel Solís y el toreo de la sevillanía más pura encarnado en Manolo González que mutatis mutandis, era la prolongación de la obra del torero que decía adiós.

Como se ve, hasta para eso hay que saber poner las cartas sobre la mesa, tanto para que la gente vaya a la plaza, como para que, en una actitud de respeto al torero que se despide, su tauromaquia luzca debidamente. Pero esos eran otros días. Hoy, decía un personaje de una novela de la revolución mexicana, las cosas se jilan de otro modo…

Agradecimiento

Agradezco a Joaquín Albaicín el haberme puesto sobre la pista de este interesantísimo asunto.

sábado, 18 de julio de 2020

En el centenario de Carlos Arruza (IX)

18 de julio de 1944: Carlos Arruza confirma triunfalmente su alternativa en Madrid

Anuncio de la confirmación de Arruza
Hoja del Lunes 17 de julio de 1944
El 12 de abril de 1936, Valencia II le cedía el primero de los toros de Pallarés a Ricardo Torres en presencia de José Amorós y Pepe Gallardo para confirmarle su alternativa, inaugurando así esa temporada madrileña. Un mes después vendría la orden ministerial que exigía a los toreros extranjeros en España un permiso de trabajo para poder actuar allí y con ella se inició lo que coloquialmente se conoce como el Boicot del Miedo. A partir de esas fechas y con una Guerra Civil de por medio, transcurrieron ocho años, tres meses y seis días para que un torero mexicano pisara de nuevo la arena de la plaza de toros de Las Ventas vestido de luces.

Las circunstancias se produjeron de forma tal que el diestro que reanudaría el camino de nuestros compatriotas en los cosos hispanos sería Carlos Arruza, alternativado en el Toreo de la Condesa el 1º de diciembre de 1940 por Armillita.

1943 estaba ya avanzado. Al llegar a tierras lusitanas, la buena fama dejada en temporadas anteriores – a pesar de no poder actuar en España, los toreros mexicanos hacían verdaderas campañas en Francia y Portugal por esas calendas durante el verano – motivó a los empresarios a hacer la corte a Arruza y a proponerle actuar en esas tierras. El futuro Ciclón Mexicano se negaba, aduciendo que no iba preparado para torear, hasta que en un determinado momento la oferta fue tentadora. Cuenta Alberto Abraham Bitar:
Desde que Arruza llegó a Portugal, se dio a tramitar la visa para entrar a España y cuando la obtuvo, de nuevo se le acercó el empresario diciéndole que reconsiderara su decisión, a lo que Arruza se negó, diciéndole que no tenía ni con qué, ni avíos ni ropa de torear, pero el lusitano insistía un día sí y otro también, hasta que, harto Carlos ya de todo aquello y para que lo dejara de importunar, le dijo: ‘Mire, si de verdad quiere que toree lo haré pero bajo estas condiciones: cincuenta mil escudos por corrida, pero deben de ser dos, una con Domingo Ortega y la otra con Manolete...’ El compatriota pensó que con esas pretensiones lo dejaría en paz y acertó, porque el empresario le dijo: ‘¡está usted loco!...’. Carlos vivía en casa de Ginja, así que sus gastos eran diversiones y paseos, pero tanto fue el cántaro al agua, que los dineros se fueron mermando y todavía tenía en capilla el viaje a España y sus consiguientes gastos. Así que, a vender tocan y se deshizo del formidable Lincoln, por el que le pagaron lo que quiso ya que en esos años eran muy escasos los coches de lujo en Europa. Estaba a punto de irse a España cuando lo invitaron a una comida que le ofrecían a Gregorio García y ahí se encontró con el empresario lusitano que volvió a insistirle para que toreara en Campo Pequeno: ‘Mire, ya sabe cuáles son mis condiciones, así que, por favor, no insista…’. ‘Bueno, sea, yo no sé quién estará más loco, si usted o yo, aunque creo que yo, así que mañana lo espero para firmar el contrato…’. Carlos no podía ni creerlo, nunca esperó un sí, pero a partir de ese momento comprendió que tenía que cambiar de vida, ya que para todo estaría muy bien pero no para ponerse enfrente de un toro. Además, no tenía nada para torear, capotes y muletas tal vez se los prestarían Rivera o El Ahijado, pero ¿vestidos, medias, zapatillas, camisas, fajas, capote de paseo y lo demás?...
Al final de cuentas, esas dos corridas le sirvieron a Carlos Arruza de preparación y de reencuentro con el toro europeo y le dejaron enseñanzas para toda la vida, según su dicho:
En aquellas dos tardes alternando con esos señorones que fueron Domingo Ortega y Manuel Rodríguez ‘Manolete’, aprendí más que en toda mi vida pasada y en lo que viviría después... ¿Y eso?... Mira… los impactos que recibí fueron algo así como dos revelaciones del cielo. Por un lado, la sabiduría y el poder de Ortega, que metía a los toros en su muleta como si jalara de ellos y Manolete, pisando terrenos increíbles, pasándose a los toros a dos dedos de la faja y con una naturalidad que te dejaba con la boca abierta...
Tras de esos dos festejos se arregló su visado español y se trasladó a Madrid a reunirse con su madre, pero sin dejar de recibir ofertas para torear en Portugal y en Francia. En Madrid se encontraba ya Antonio Algara, empresario de El Toreo, intentando resolver la interrupción de relaciones taurinas entre España y México. La narración de Bitar es como sigue:
Más ofertas para torear, y que Carlos no aceptó, ya que lo que ansiaba era reunirse con su madre en Madrid y para España se fue y por allá se encontraba don Antonio Algara con el fin de arreglar el reprobable boicot que la torería hispana le había decretado a los nuestros, aunque, en el fondo de todo ello estaba el deseo – orden – del zar de la fiesta en México, Maximino Ávila Camacho, para que Manolete pudiera vestir de luces en México. Convencidos los de allá de lo mucho que habían perdido por el llamado boicot del miedo, aceptaron y, entonces, para celebrar el arreglo, se pensó en organizar dos corridas de la Concordia, una en México y la otra en Madrid, con matadores de ambos rumbos y para hacerlo en Madrid, se pensó en Fermín Rivera, sólo que estaba impedido de hacerlo, ya que estando en Portugal no había arreglado la documentación para pasar a España, así que no había más opción que Carlos Arruza, que era casi desconocido en España…
Es así que se anuncia para el 18 de julio de 1944 un festejo en el que se lidiarían, un novillo de Manuel González para el caballero lusitano Simao da Veiga y toros salmantinos de Vicente Muriel para Antonio Bienvenida, Emiliano de la Casa Morenito de Talavera y la presentación en Madrid y confirmación de alternativa del torero mexicano Carlos Arruza. Sigue narrando Bitar:
El matador de toros mexicano ideal para la ocasión era Fermín Rivera, pero entre que no había arreglado su visa para ingresar a España y a que tenía firmada una corrida en Lisboa, no había más remedio que echar mano de Carlos, cuyo nombre poco decía a los madrileños... En tanto, don Andrés Gago, que de toros sabía un rato largo, consiguió que la estupenda cuadrilla de Pepe Luis Vázquez saliera con Arruza, ya que el sevillano estaba convaleciente de una fractura de clavícula, y cuando parecía que los nervios se iban calmando, no faltó quienes fueran a decirle a Carlos que un grupo de matadores, inconformes con lo del arreglo, se le iban a tirar al ruedo en bola para tundirlo a palos, que otros irían a la plaza a reventarlo de continuo y, cómo decimos en México, para acabarla de amolar, no tenía traje para torear... Telefonazos incesantes al sastre Ripollés, que lo único que respondía era no desesperen que todo llegará a tiempo, pero nada, así que algunos de los allegados fueron a ver a Manolete para pedirle les facilitara un traje para Arruza, a lo que accedió galantemente, y aunque ni remotamente le quedaba pintado al compatriota al menos como dicen que decía un tuerto algo es algo...Y cuando Carlos tenía ya puesta la taleguilla llegó Ripollés, así que a desvestir al matador para volver a vestirlo...
Al final de cuentas las cosas se encauzaron, Carlos Arruza tuvo la posibilidad de sortear los obstáculos que las circunstancias le fueron poniendo para su presentación madrileña y terminó la tarde con un gran triunfo, que le permitió abrir, junto a Manolete, una etapa brillante en la historia del toreo. La crónica más acabada literariamente es la que escribió don Celestino Espinosa R. Capdevila, en su tribuna de Arriba, del 19 de julio de ese 1944, titulada Un rehiletero portentoso y es de la siguiente guisa:
Para Carlos Arruza pidieron la oreja ayer tarde, en el tercio de banderillas. Y por si hubiera alguno que echara la cosa a mala parte, dada la significación que llevaba la corrida en sí, conviene decir en seguida que esa petición no se hizo por hache o por be, sino por eso. Por las banderillas… No es que a mí me parezca ni bien ni regular que se pida la oreja por un quite, ni por una estocada, ni siquiera por una faena. La oreja se debe pedir por la lidia completa de un toro, Pero eso es otra cosa. Es otro problema. Distinto en absoluto del hecho y de la afirmación, de que ayer se pidiera una oreja por un tercio de palos. Y se pidió. Y tiene explicación… Arruza, el ultramarino simbólico de la corrida de ayer tarde – a quien saludo desde aquí con la frase morisca y poética «Y la paz» – venía precedido de fama de banderillero y confirmó ese renombre a los cinco minutos de estar en la arena. Por facultades y conocimiento, por facilidad y seguridad, los dos primeros pares que le puso al manso de su confirmación, fueron bastantes de por sí para extenderle cédula de banderillero grande: ¡Qué bien había andado, o mejor dicho, corrido! ¡Qué forma de medir y de llegar, de calcular y de asomarse, de levantar los brazos, de hacer el apoyo y salir! Pero cuando se le vio del todo, fue en el tercer par: Cuando con el toro en tablas del burladero de cuadrillas, el muchacho echó a andar desde los medios, meciendo los brazos de un modo originalísimo – acompasado con los pasos y subiendo y bajando los palos como colgándose de ellos o apoyándose en ellos – y yendo hacia tableros, hasta media docena de metros del toro, como si el toro no estuviera allí. Como si el toro no estuviera allí, aguardando… Se estaba metiendo en la jurisdicción de la enfermería – y no lo digo porque el terreno fuera aquel – y seguía y seguía como si se hubiera quedado ciego. Daba angustia. Aún cuando no hubiera clavado, que clavó – ¡Y cómo clavó! – la cosa estaba vista. El rehiletero estaba visto… Pero no estaba visto, por lo visto. Porque faltaba ver lo que se vio en el cuarto toro, después de otros dos pares en los que el tal Carlos Arruza confirmó lo que teníamos visto de su medir y de su andar, de su entrar y salir, de su clavar y, sobre todo, del ritmo con que mantiene – con los brazos arriba y abajo – su camino de ciego hacia el toro. De ciego de valor, que se mete tan hondo en el campo de las astas como mete de hondos los palos junto a sus propias zapatillas mientras anda y como las alza luego igual que alza los brazos en el instante de clavar, que no se cómo no le saltan las sisas de la camisola… Todo estaba visto, como digo, cuando repitió en el cuarto toro. Pero quedaban dos encuentros de más sorpresa aún. Y no se cual más portentoso, si el tercero o el que vino por fin… El tercero fue un par que declaro no haber visto jamás y que ni siquiera sé cómo se llama. Arrancársele al toro en el tercio, desde bastante más allá de los medios, en una carrerilla decidida y sin posible enmienda que viene no en zig – zag – no en la línea quebrada y de pasitos cortos que para cuartear le vimos muchas veces a ciertos rehileteros – sino en una ondulada sinuosa de curvas amplísimas como la de un velero que nada a bordadas, y todo ello sin perderle la rectitud al toro, es cosa que da vértigo. ¿En dónde está el encuentro? ¿De qué manera se compensa cualquier error de cálculo que pueda producir el asombro – en sus dos acepciones – del toro? ¿Y, por fin, cómo puede medirse la «metida» que hacen los cuernos de la res con la «caída» de los palos (que aquí también seguían yendo abajo, a su ritmo, igual que bastones de aquella carrera o aquél andar de ciego de que antes hablábamos)?... ¡Ah señores!: Pregúntenle a Arruza, que yo no lo sé. Peor me explico ese último par que puso. Porque es éste, que fue de poder a poder, para explicarse aquél asombro bastará con pensar en el poder enorme de este muchacho. Por él solamente y salvando el resto de las incógnitas que me he dejado en el camino, se puede explicar que tras de tantos inconvenientes, las ocho banderillas se quedaran primero derechas y luego en abanico o en rosa de los vientos sobre el morrillo de la res. ¿No iba a pedir la gente que le dieran la oreja al muchacho? Pues, claro que sí… Y eso que he dicho «claro», y no está tan claro. Porque, si bien pedida estaba, también lo hubiera estado el pedirla – o mejor, el obtenerla – para Antoñito Bienvenida. Una gran tarde la de Antonio. Una tarde de casta. Muy justa. Muy exacta. Y con dos mansos, por falta de uno. Con numerosas muestras de buen lidiador, a lo largo de todos los toros. Con sabor de torero. Y con nervio torero para no venirse abajo a lo largo de todas las dificultades. Morenito se vino abajo, una vez más y Antonio no. Y es que hay que estar hasta contra el público. No digo en contra, sino contra sus malas corrientes… Las malas corrientes, pasan. El público se entrega. El público hasta pide la oreja por un tercio aislado. Y conste que no lo digo como censura a lo de ayer. Lo de ayer me parece muy bien. Porque aparte de todo – y añadiéndole a todo, cuanto detallo en la reseña – Arruza es un rehiletero portentoso. Y como estuvo muy brillante y con dignidad torera en la faena y la estocada con las que coronó su inolvidable tercio de rehiletes, le doy la bienvenida. Y la paz…
Don Celestino Espinosa no repara en los trofeos obtenidos por Arruza esa tarde, retazos de toro al fin y revisando la prensa de la época, existe alguna controversia en ella acerca del número de orejas que cortó esa significada tarde de su carrera. Manuel Sánchez del Arco Giraldillo, en el ABC madrileño del día siguiente del festejo, le registra una oreja del cuarto, llamado Figurón. Por su parte, el cronista de la agencia Logos, en el diario El Adelanto de Salamanca, de la misma fecha, señala que cortó dos orejas a ese mismo toro, al igual que un cablegrama de la agencia Associated Press aparecido en el periódico El Informador de Guadalajara ese mismo 19 de julio del 44. Por su parte, Paco Aguado, en su obra Figuras del Siglo XX, al glosar la carrera del Ciclón Mexicano, también le recuenta dos orejas en la fecha.

Así pues, probablemente la tarde de su presentación fue también la de su primera salida en hombros de la plaza de Las Ventas, aunque no estuviera regulado en aquellos días el hecho de que la salida tuviera que ser por la obtención de dos orejas o más dentro de un festejo, porque esa es otra cuestión, las crónicas ya citadas únicamente reflejan que Arruza y Bienvenida se retiraron entre ovaciones, pero no consignan que lo hayan hecho en volandas.

Así se inició lo que sería una carrera fulgurante en los ruedos hispanos de un torero mexicano que al año siguiente establecería una marca que aún no ha sido alcanzada por compatriota suyo alguno.

Aclaración pertinente: Hace seis años publiqué otra versión de este texto en esta misma Aldea, consultable aquí.

lunes, 13 de julio de 2020

En el centenario de Carlos Arruza (VIII/II)

La creatividad de Carlos Arruza

Retomo aquí lo que dejé pendiente el día de ayer y continúo con la relación de las suertes del toreo creadas por Carlos Arruza durante su trayectoria en los ruedos del mundo.

El Pase o Vuelta de Toledo

Carlos Arruza
Respecto de esta suerte Carlos Arruza no hace mención en sus recuerdos, cuando habla de la temporada de 1945, no hace especial recuerdo de su paso por Toledo y al rememorar su temporada del 51, curiosamente hace remembranza de días antes y del día después de su actuación allí, pero no de esa tarde ni de la creación de la suerte como en el caso de las anteriores. 

Pude localizar tres tardes suyas en esa ciudad. En 1945 fueron dos, la del 31 de mayo cuando con toros de Rogelio Miguel del Corral, alternó con Manolete y Parrita y la del 7 de septiembre, cuando con los mismos alternantes, lidió toros de Galache. La siguiente que encontré es la del 15 de septiembre de 1951 en la que sus alternantes fueron Manolo González y Julio Aparicio y los toros de Arturo Sánchez Cobaleda.

Es en esta última tarde en la que una crónica, la de Benjamín Bentura Barico, aparecida en El Ruedo del 20 de septiembre de ese año, parece describir lo que después se conoció como El Pase o Vuelta de Toledo y lo hace de la siguiente manera:
...Y así vimos a éste Carlos Arruza – ¡qué lejos de aquel Arruza cuya presentación fue sensacional! – supervalorado. Y vimos aquél “péndulo” de la muleta tras el cuerpo del torero, como para hacer ver a la res que la pelea continuaba, y aquel doble muletazo que empezaba por un lado de la res, continuaba por alto para dejar muerta la muleta en el lado contrario y proseguir luego el pase. Arruza iba creando a medida que el bicho embestía, desacompasadamente de ordinario...
Aquí vamos a encontrar un término – péndulo – que será fundamental para entender la siguiente suerte creada por El Ciclón. Y es que ese movimiento pendular de la muleta por detrás del cuerpo del diestro, que sirve para fijar la atención del toro, daría como resultado otra suerte distinta unos meses después.

José Luis Ramón, en su Diccionario Ilustrado de las Suertes del Toreo, citando a Fernando Vinyes, define así esta suerte:
Fue un muletazo de recurso que Arruza improvisó, precisamente en la imperial Toledo, mientras toreaba sobre la mano derecha para salvar una colada del toro, al sacárselo hacia afuera con la panza de la muleta y haciéndole dar un giro en sentido contrario al natural. Una vez perfeccionado lo repitió – ya preparado –, incorporándolo a su repertorio.
El Pase o Vuelta de Toledo cayó en desuso. Manolo Arruza, hijo del creador de la suerte, lo practicaba cuando las circunstancias lo permitían, pero en España, el que revitalizó la suerte fue Jesulín de Ubrique y la rebautizó, le llamó El Pase de la Tortilla, del que el citado José Luis Ramón dice:
…consiste en ligar, con idéntico movimiento de abrir la mano y dar salida al toro, dos muletazos, uno en cada dirección, manteniendo siempre una absoluta quietud: uno dando salida al toro por el pecho del matador y otro dándosela por la espalda. Para rematar el feo nombre y su mala fama, al torero de Ubrique le gustaba explicar que había dado este nombre a la suerte no por el movimiento envolvente de la muleta, sino porque hacen falta un par de huevos para darla sin moverse. Carlos Arruza hizo este mismo muletazo y en aquella época se llamó la Vuelta de Toledo.
Nihil novum sub sole, nada nuevo hay bajo el sol, simplemente algunas décadas y unos públicos que desconocían el bagaje y el genio creador de Carlos Arruza que fue quien como recurso primero y como medio de captar la emoción de los tendidos después, lo hizo parte de su repertorio delante de los toros.

El Péndulo

Contó Arruza a Conrad:
Unos días después me fui a torear a Perú. Mari y la niña se quedaron en España y me encontrarían en México cuando terminara esa breve campaña sudamericana. No estuve bien en Lima. Empecé mal y aunque lo intenté, no pude hacer nada para corregirlo... Después de mi actuación en Lima volé a Tijuana y tuve una tarde como la que hubiera querido dar a los peruanos. Pero así es la fiesta. 
Fue en esta corrida que hice El Péndulo por primera vez. Intencionadamente esto es. Algunos meses antes, lidiando un toro complicado, citándolo para dar un derechazo, se arrancó de repente, sorprendido, vi que en lugar de pasar por enfrente de mis piernas donde sostenía la muleta, se colaba por detrás, probablemente por algún defecto en la vista, no tuve forma de salir del aprieto así que solamente hice un arco con el cuerpo y saqué la muleta por detrás, el toro pasó rozándome, pero sin causarme daño. Lo despaché pronto... Eso me dejó pensando las siguientes semanas acerca de sí fuera posible hacer eso deliberadamente... Entendí que no había manera de saberlo más que intentándolo frente al toro, así que cuando saque en el sorteo uno bueno en Tijuana, balanceé la muleta como un péndulo detrás de mí cuando estaba a cierta distancia del toro para probar su visión y me fui a los medios para llamarlo... el toro se arrancó, siguió el movimiento de la tela y me pasó por detrás... Ese día tuve uno de mis más grandes triunfos en México...
Estamos hablando del final de la temporada española de 1951. La feria de Lima se dio entre los días 1º de noviembre y 6 de diciembre de ese año. Arruza toreó el 4 de noviembre con Manolo González y José María Martorell toros de Yencalá y como refiere en sus recuerdos, el resultado que se le apunta en el semanario El Ruedo es que su actuación fue discreta

Su reaparición en ruedos mexicanos fue en Tijuana, el 2 de diciembre de 1951, alternando con Miguel Báez Litri y Jorge El Ranchero Aguilar. Los toros fueron de La Punta. Allí le cortó el rabo al segundo toro de su lote y si hemos de hacer caso a su dicho, en esa faena fue donde estrenó el muletazo de El Péndulo como una suerte ya preparada.

No obstante, la conseja popular tiene una versión distinta del estreno de esa suerte, pues se atribuye que fue un par de años después y en la Plaza México durante un festival benéfico. Daniel Medina de la Serna, en el primer volumen de la obra Plaza México. Historia de una Cincuentona Monumental, escribe lo siguiente:
…El 20 de septiembre la Sra. María Izaguirre de Ruiz Cortines, esposa del mandamás, organizó el “Festival del Recuerdo” a beneficio de algún hospicio. Hicieron el paseíllo Pepe Ortiz, Heriberto García, Jesús Solórzano, Paco Gorráez, Silverio Pérez y Carlos Arruza, esa tarde “El Ciclón” dio a conocer, que casi fue poner de moda, el péndulo…
Es decir, conforme a esa versión, Carlos Arruza pondría a disposición del público capitalino, ya retirado, la suerte de El Péndulo, habida cuenta de que toreó su última corrida vestido de luces del 22 de febrero de 1953 en la gran plaza y lo hizo de manera final y definitiva en Ciudad Juárez el 1º de marzo de ese mismo año, toreando a beneficio de su cuadrilla.

Alejandro Silveti, uno de los toreros que después ejecutaron con frecuencia esta suerte, la explica de esta manera a José Luis Ramón:
La primera vez que lo vi hacer, siendo yo un niño, fue al maestro Carlos Arruza, cuando ya estaba en su etapa de rejoneador. Se bajó del caballo en la plaza México y le dio el péndulo a un toro de Pastejé, su propia ganadería, al que le cortó el rabo... Antes de ejecutar el péndulo, yo tengo en cuenta varios aspectos fundamentales: el primero; la espalda del torero (hacia dónde va a sacar su muleta) siempre debe estar hacia la puerta de toriles. Es más fácil que a un toro se le pueda cambiar su viaje si éste va hacia su querencia natural... En Madrid, por ejemplo, yo siempre pongo el toro entre los tendidos 6 y 7, quedando los toriles a mi espalda...
En conclusión

Escribía Díaz – Cañabate en la efervescencia del año 45 que Carlos Arruza daba un sentido deportivo al toreo. Bien sabido es que don Antonio, El Cañas para sus allegados, poco o ningún aprecio tuvo para lo que llegaba a España de este lado del Atlántico. Cierto es que Carlos Arruza desplegó siempre una tauromaquia que se apoyaba en una envidiable condición física, pero en ello demostró que era un adelantado a su tiempo, pues hoy en día los toreros cuidan casi como atletas de alto rendimiento esa arista de su preparación.

Con toda la admiración y el respeto que me merece la obra de don Antonio, creo que en el caso de Arruza no supo separar la paja del grano y la prueba está en estas líneas. Carlos Arruza dejó para la posteridad suertes del toreo que se siguen ejecutando y que, además, quienes las integran a sus faenas, procuran imponerles un sello personal, es decir, no son objeto de mera imitación, sino que sus autores tienden a encontrar en ellas un motivo de expresión personal.

Todo esto demuestra que la tauromaquia de Carlos Arruza era mucho más que una mera exhibición de poderío físico y tan es así, que a un siglo de su natalicio, nos sigue dando tema de conversación.

domingo, 12 de julio de 2020

En el centenario de Carlos Arruza (VIII/I)

La creatividad de Carlos Arruza

Arrucina
Portada de El Ruedo 01/08/1945
Obra de Saavedra
Las suertes fundamentales del toreo son quizás unas cuantas. Y ese manojo de suertes, en manos de un torero creativo puede ampliarse en una gama de otras nuevas que, a fuerza de desarrollar la imaginación del diestro o de resolver una situación comprometida, dejan al bagaje de la fiesta nuevas maneras de resolver las embestidas de los toros con lucidez y armonía.

Y no son unas cuantas esas nuevas maneras, esa intuición creativa o la necesidad de resolver ante la cara del toro ha generado historia suficiente para que se pueda escribir obra al respecto, cuando menos, José Luis Ramón – a quien agradezco desde ahora su ayuda para esto – ha logrado publicar un par de ellas, recopilando, si no todas, sí una gran mayoría de las suertes del toreo que se han generado en los siglos de existencia de la tauromaquia. Algunas las vemos a menudo en estos tiempos que corren, otras, apenas quedan descritas en las crónicas y en los textos que se guardan en hemerotecas y bibliotecas, pero son parte de la riqueza artística y cultural de lo que nos hace aficionados a este noble arte.

Las suertes de Carlos Arruza

A Carlos Arruza se le atribuye la creación de cuatro suertes cuando menos. Por su orden cronológico son las llamadas El Teléfono – que es más bien un desplante – de 1944; La Arrucina, un muletazo de 1945; El Pase o Vuelta de Toledo” y El Péndulo, muletazos ambos, estos dos, del año 1951.

Recurriendo a los apuntes biográficos que realizó con Barnaby Conrad en el libro My Life as a Matador y a diversas crónicas de sus actuaciones, así como a las obras del citado José Luis Ramón, intentaré encontrar el origen de cada una de esas suertes y la manera en la que fueron entendidas en el momento en el que aparecieron por primera vez. Cabe hacer la aclaración que las tres primeras las realizó inicialmente en ruedos españoles y solamente la última la estrenó en ruedos mexicanos.

El Teléfono

Cuenta Arruza a Conrad:
Cuando Vargas me daba muleta y espada, un borracho que me estuvo increpando toda la corrida desde la primera fila, me gritó: “Escucha payaso, ese asunto del teléfono que dicen hiciste alguna vez, a ver si lo haces con éste animal...”. 
Se refería a un adorno que intenté en Valladolid. Una vez vi en un libro una ilustración de Reverte, descansando el codo en el testuz de un toro. Eso se me quedó en la cabeza. Cuando saqué en el sorteo un toro parado en Valladolid y me di cuenta de que ya no iba a embestir mas, llegó el momento en que me incliné hacia él y descansé mi codo en su testuz. Eso creó cierta sensación y la prensa le comenzó a llamar “El Teléfono”. 
Ahora, que estaba lidiando un toro muy grande de Pablo Romero, pensé qué pasaría si lo intentaba otra vez, así que esperé a la mitad de la faena, cuando ya tuviera al toro dominado y después de una serie con la derecha. Me le arrodillé en la cara, le puse el codo en los rizos de la frente y... la gente en los tendidos observaba incrédula. El toro también pareció sorprendido y no embistió... me levanté y lo maté a la primera... Cuando regresé a la barrera, le dirigí una sorpresa al que me increpaba y le dije: “A sus órdenes, señor...”.
Arruza se refiere al inicio a una estampa de Reverte. Seguramente hace alusión a la litografía de Daniel Perea publicada como desplegable en el número del semanario La Lidia aparecido el 25 de mayo de 1896, y de la cual, Mariano del Todo y Herrero hace la siguiente explicación:
Empezó Reverte, a quien correspondía, dándole dos muy buenos lances de capa; y durante la suerte de varas... los matadores se adornaron graciosamente en todos los quites, sobresaliendo Reverte en el último que hizo, y en el que, después de recogerle con el capote y llegarle con la mano a la cara, se quedó parado entre los cuernos, apoyando el codo derecho en el testuz de la fiera, y la mano sobre la mejilla del mismo lado, por espacio de algunos segundos. La ovación fue estrepitosa ante este alarde de serenidad y confianza en la res...
Los hechos que narra, ocurrieron en la segunda corrida de la Feria de Sevilla, celebrada el 16 de abril de ese 1896, y en la que actuaron Guerrita, el nombrado Reverte y Antonio Fuentes, con toros de la Viuda de Concha y Sierra.

No existe crónica de los hechos de Valladolid en donde toreó el 18 de septiembre con Manolete y Andaluz, toros de Antonio Pérez de San Fernando, pero sí hay evidencia fotográfica de El Teléfono en Logroño, plaza en la que actuó los días 21 y 22 de ese mismo mes, con Manolete en ambas y en la primera con Pepe Luis Vázquez y toros del Conde de la Corte y con Estudiante en la segunda y toros de Alipio Pérez Tabernero. El reportaje fotográfico aparecido en el semanario madrileño El Ruedo del 27 de septiembre de ese año, contiene una imagen de esa feria logroñesa, sin precisar fecha, de Arruza haciendo el desplante a uno de sus toros.

Ya en 1945, en Barcelona, al inicio de la temporada, cautivó a la afición con El Teléfono. Todavía no se le conocía así. Eduardo Palacio, en el diario “La Vanguardia” de la Ciudad Condal aparecido el 24 de abril de ese año, relata los sucesos de la corrida celebrada el día 22 anterior, cuando para lidiar toros de Arturo Sánchez Cobaleda alternaron Estudiante, Arruza y Andaluz. Esa tarde, el toro quinto se llamó Batanero y El Ciclón le cortó hasta una pata:
...Porque si con la capa, con los rehiletes y con la muleta hizo lo mismo con idéntico temple, con análogo dominio y con parejo valeroso garbo, en el capítulo de adornos, cuando ya el ruedo estaba alfombrado de sombreros y la multitud, que llenaba a reventar la Monumental, ebria de entusiasmo demandaba la oreja, el mejicano, por dos veces, arrodillóse frente al toro y apoyó el codo en el testuz, durante segundos que pesaban como siglos...
Más adelante volveré con la tarde y la faena de este toro Batanero.

En lo que refiere a Conrad respecto al toro de Pablo Romero en Madrid, Manuel Sánchez del Arco, Giraldillo, en el ABC madrileño del 25 de mayo de ese año cuenta lo que sucedió el día anterior en Las Ventas cuando Arruza alternó con Pepe Bienvenida y El Choni y es de la siguiente guisa:
...El mejicano reaparece, con toros andaluces: con Pablorromeros, nada menos. Él pudo pedir una corrida cómoda, atemperada, y ha querido toros andaluces. El que manda, manda, a veces, lo que a su categoría corresponde y no lo que a su comodidad conviene. Este fue el éxito inicial de la presentación de Arruza: Pablo Romero. Ya sé que puso banderillas, con esa manera de llegar que no llega nunca, complaciéndose en la angustia de mermarse la salida palmo a palmo... Ya sé que se arrodilló; que se puso a meditar con morosidad de penitente, apoyando el codo sobre el testuz y la frente en el puño, casi como el Pensador de Rodin...
La suerte, aunque echada, aún no tenía nombre propio. Los públicos y la prensa no tardarían en encontrárselo y se quedó para la posteridad como El Teléfono.

La Arrucina

En Todas las Suertes por sus Maestros, José Luis Ramón sitúa la primera ejecución de la arrucina el jueves 10 de agosto de 1944 en Barcelona durante la celebración del Festival pro Hogar del ex Combatiente en el que actuaron Juan Belmonte como rejoneador, Rafael El Gallo, Carlos Arruza, José Ignacio Sánchez Mejías y los aficionados José Martín y Pedro Domecq lidiando novillos de Miguel Zaballos. La crónica aparecida en el diario La Vanguardia del día siguiente del festejo no refleja ninguna suerte inusual y el reportaje gráfico de El Ruedo de Madrid del 16 de agosto siguiente, tampoco. El día anterior Arruza alternó allí mano a mano con Pepe Bienvenida, con 5 toros de Sánchez y uno de Natera y tampoco la crónica refleja suerte especial alguna.

En la obra biográfica de Barnaby Conrad está escrito lo siguiente:
Manolete creó su manoletina tomando una vieja suerte de La Serna, pero tomando el extremo de la muleta con la mano izquierda detrás de su espalda.  
Yo tenía una idea que creía que sería más sensacional que la manoletina y que sería el pase de muleta con más peligro que se hubiera intentado. 
La gente en la plaza de Castellón de la Plana parecía molesta. Tenían una actitud de exigir que se les demostrara el por qué de los altos precios de las entradas. Y la realidad es que el primer tercio de la lidia - la parte más floja de mis actuaciones - fue más malo que de costumbre. Ya con la muleta, logré calentar el ambiente... Cuando me acerqué a las tablas a cambiar la espada, escuché a un manoletista gritar: “¡¿qué tal una manoletina o dos muchacho?!”, y la multitud soltó la carcajada, porque un torero nunca realiza la suerte especial de su rival. 
Me dije: “¡te voy a dar algo mejor que eso, amigo. Verás una suerte espectacular o una gran cornada!” Con la muleta y la espada en las manos me dirigí al centro del ruedo. 
“¡Toro!” Grité al animal. Cuando se arrancó, le di tres derechazos. Al final del tercero, continué con el movimiento de la muleta, pero me la puse tras de las piernas, corriendo detrás del toro, casi encimándolo cuando se dejó venir para la siguiente embestida. Parte de mi esperanza de salir sin daño estaba en que pudiera poner la muleta así en la cara del toro para poder darle salida... esta era la maniobra más peligrosa que había yo intentado en un ruedo... 
No salieron ovaciones de los tendidos, solamente suspiros de alivio, porque no comprendieron que se trataba de una suerte, pensaron que de alguna manera fui encontrado en una situación comprometida y que milagrosamente no me volteó el toro, así que volví a torear por derechazos y naturales y le corté el rabo... Pero al segundo de mi lote, le volví a repetir la suerte, pero en esta ocasión lo hice dos veces, para que se dieran cuenta de que lo hacía a propósito y todavía lo intenté una tercera, pero comprendí que por las condiciones del toro, no la podría culminar... La gente ahora sí se volvió loca y cuando maté al toro, me otorgaron las orejas, el rabo y una pata...
Arruza ya estaba en una franca competencia con Manolete. Entonces, tenía que aportar algo propio además, para encender aún más los ánimos en los tendidos. Eso fue en 1945, el año en el que estableció una marca de corridas toreadas en España que no ha sido superada por ningún torero mexicano y que tal como las cosas se dan hoy en día, seguramente no lo será. 

La corrida de Castellón que menciona El Ciclón en ese esbozo biográfico se celebró el 31 de marzo. No encontré más que una breve reseña de la agencia CIFRA con el resultado, pero a los dos días – en lunes – se presentó en Barcelona, en un cartel formado por el rejoneador Simao da Veiga, Pepe Bienvenida y Benigno Aguado de Castro que tomaba la alternativa. Los toros fueron de Ramón Gallardo para rejones y de Carmen de Federico para la lidia ordinaria. Destacó el quinto de la tarde, llamado Inspector, al que Arruza le cortó las orejas, el rabo y una pata. La crónica de Eduardo Palacio, en La Vanguardia del día siguiente del festejo, entre otras cosas dice:
... ¡qué pase aquél, con la muleta en la espalda y toreando únicamente con el cuerpo! Todo poseía un brío, una luminosidad, un arte, una armonía, que pasmaban y exaltaban. Y es porque el mejicano, al exaltarse a si propio, contradecía en acción, aunque tal vez sin saberlo, la forma en la que Max Nordau define la exaltación, diciendo: «Ella, no se cuida nunca de hacer cálculos exactos». Y así parecía ser, en efecto; pero en aquellos pases, si los cálculos hubiesen carecido de exactitud, se habría visto que en todos ellos se agazapaba la muerte presta o soltar para hacer presa segura...
Veinte días después, la tarde del toro Batanero que ya había mencionado arriba, el mismo Eduardo Palacio refleja lo siguiente:
...El mejicano brinda también al excelentísimo señor gobernador civil, a quien la concurrencia dedica cariñosos aplausos, y hace una faena compuesta de un pase por alto, dos derechazos, uno por alto, nueve toreando con el cuerpo más que con la muleta, entre el delirio de la multitud y a los sones de la música. Da luego un pase, teniendo la muleta en la espalda y haciendo un maravilloso quiebro de cintura para librar la cabezada. El ruedo está lleno de sombreros y en el graderío flamean unánimemente los pañuelos en demanda de la oreja...
Esta suerte – y perdónese el pleonasmo – tuvo más suerte, pronto la prensa le puso nombre. Para la feria de Valencia de ese mismo 1945 ya se hablaba de La Arrucina. La crónica de la agencia Mencheta para el ABC de Madrid del festejo celebrado el 25 de julio de 1945 en el que actuaron el rejoneador Álvaro Domecq, Luis Gómez Estudiante, Carlos Arruza y Pepín Martín Vázquez con toros de Charro para rejones y Clairac para los de a pie, refleja lo siguiente en cuanto a la lidia del segundo de la tarde: 
...Sigue con pases en redondo intercalando uno mirando al tendido. (Clamorosa ovación.) Sigue por rodillazos, molinetes, arrucinas y toda la gama de adornos colocando el codo sobre el testuz...
Y como colofón, la portada del semanario El Ruedo de Madrid aparecido el primero de agosto de 1945, era una pintura de Santos Saavedra representando a Carlos Arruza ejecutando el muletazo.

Para terminar este apartado, cito lo que Manolo Arruza, hijo del Maestro, confió a José Luis Ramón sobre esta suerte:
La arrucina es un muletazo que se da muy en corto. No hay que citar de largo; de ahí que se ejecute en la parte final de la faena, cuando el toro ya está empezando a quedarse parado. En la actualidad, yo lo hago con frecuencia porque tiene mucha vistosidad y porque los públicos lo identifican con la familia Arruza. Podríamos decir que es el sello de la casa... yo definiría la arrucina como un muletazo que, como decía antes, es el sello personal de Carlos Arruza...
Debido a la extensión que van tomando estos apuntes, los dejo aquí para continuar con ellos el día de mañana.

domingo, 28 de junio de 2020

En el centenario de Carlos Arruza (VII)

25 de junio de 1945: Arruza convence a Madrid en la corrida del Montepío de Toreros

La terna de la Corrida del Montepío de 1945
Foto: El Ruedo
La Asociación de Auxilios Mutuos de Toreros y su Montepío fue fundada en 1909 por Ricardo Torres Bombita. Ya con anterioridad Luis Mazzantini había advertido la necesidad de una unión de esa naturaleza, pero es la actividad del diestro de Tomares la que logra cristalizar la fraternidad y conseguir que los toreros y la Unión de Criadores de Toros de Lidia hagan aportaciones para tener un fondo de previsión para sus socios y se estableció además el deber de los asociados de torear corridas a beneficio de la Asociación y su Montepío en las diversas plazas españolas y se convino con la empresa de la plaza de Madrid que se separaría una fecha de importancia cada año para la celebración del festejo correspondiente en la capital española.

El Montepío de Toreros fue presidido por toreros de importancia en la historia. Evidentemente el primero que lo dirigió fue Bombita, pero también en su decurso lo encabezaron diestros como Vicente Pastor, Gallito, Juan Belmonte, Domingo Ortega, Marcial Lalanda o el mismo Carlos Arruza, quien para el año de 1946 fue electo para dirigirlo, no obstante no ser de nacionalidad española, dados los grandes gestos de solidaridad que tuvo siempre para con sus compañeros de profesión.

La corrida del Montepío de Toreros de 1945

El cartel que se confeccionó para ese lunes 25 de junio de 1945 fue integrado por Luis Gómez Estudiante (alternativa de 1932), Carlos Arruza (alternativa de 1940) y Luis Miguel Dominguín (alternativa de 1944), quienes enfrentarían un encierro de encaste Contreras de Manuel González, una ganadería que vivía horas bajas. Pese a las adversidades del clima, la plaza de Las Ventas se llenó. La afición también fue solidaria con los toreros, dado el fin benéfico del festejo. Dice Manuel Sánchez del Arco Giraldillo en el ABC madrileño del día siguiente del festejo:
Está llena la plaza. Van a correrse seis toros de Manuel González, de Salamanca, por las cuadrillas de “Estudiante”, Arruza y Luis Miguel “Dominguín”. Poco antes de comenzar la corrida descarga una fuerte tormenta, pero la gente no se retrae. Preside el Sr. Cartier...
Como se ve, el cartel tenía el atractivo suficiente, con un torero veterano, cuajado, la figura emergente del momento y un torero joven en ascenso, como para que los elementos no fueran suficientes para hacer que la concurrencia se retirara de sus localidades y aguantaran a esperar que escampara, pues como lo señalara Alfredo Marquerie en su columna Banderillas de fuego de El Ruedo, la corrida comenzó apenas cinco minutos después de la hora programada.

El triunfo de Arruza

Carlos Arruza saldó su actuación con tres orejas en la espuerta. Y de acuerdo con las crónicas, fueron tres orejas de muy distinto valor, porque la que cortó al segundo toro de su lote fue arrancada a sangre y fuego, a un toro de esos que hoy se diría que tienen un peligro sordo, que no se nota y las faenas que se les hacen, muchas veces son incomprendidas desde los tendidos. La crónica de Giraldillo, en la parte reflexiva, señala lo siguiente:
No necesita su nombre el acompañamiento de los signos de admiración que fui poniendo a lo largo de mis notas la tarde de ayer. Basta decir Arruza, así, sencillamente. Su nombre está ya en las bocas infantiles y se le canta en el corro, signo de la máxima popularidad. Aquí está Arruza, el torero nacido en Méjico de sangre española. Estoy por decir que es más nuestro que de ellos, por el estilo y la calidad. Tres orejas cortó ayer. No valía nada el torillo segundo, pero él sugestionó al público, y el toro comenzó a crecer y la cosa a revestirse de seriedad. Arruza sugestiona, alucina. Y – ¡de esto no quepa duda! – lo que consigue tiene como fundamento el conocimiento hondo y perfecto del oficio. Lo que le resulta, le resulta por el fondo torero que luego logra forma espectacular. De lo contrario, Arruza sería juguete y carne de los toros. Y sabe suplir con espeluznantes arrestos lo que falta de toro. ¡Qué poco toro había en el segundo! ¡¡Pero qué torero!! Por eso pudo cortar dos orejas. Cuando reaccionó la gente y recordó la poca fuerza del toro, las orejas estaban en manos de Arruza y lograda la apoteosis. Pero salió el quinto, un toro serio, a la defensiva, bronco, de mal estilo. ¡Ay si Arruza no fuera ante todo un torero fundamental cómo hubiera cambiado la decoración en este toro! Aquí sí que estuvo bien. Mucho mejor que en el otro. Para el aficionado y el crítico aquella lidia seca, cargada, larga, aquellos pases al toro entablerado, aquel conjunto serio de torear admitía parangón con lo mejor que hemos visto, leído y oído contar a los viejos. La figura cumbre del fundador del Montepío sonreía, gozosa, desde su gloria. Así, señores, así se toreaba a los mansos, así se torea. Y en este toro mereció Carlos Magno los honores todos. Le aplaudieron todos, le dieron una oreja, pero no le entendieron. Dominó al toro, pero no sugestionó al público que no comprendió todo el mérito de la faena. Las tres orejas cortadas estuvieron en manos de Arruza. Esto es el resumen de la tarde...
Como se ve, en la faena realizada por Arruza a ese toro quinto, la concurrencia se concentró más en la forma que en el fondo, pero el cronista, creo, pudo apreciar que el torero supo imponerse a las condiciones del astado y darle la lidia que requería y además hacerlo con lucimiento, aunque en las gradas no fuera suficientemente valorado. No obstante, en el anterior, el menos complicado, ya había asegurado la puerta grande.

El resto del festejo

La corrida de Manuel González no fue fácil para los toreros. Débiles unos, broncos otros, no parecieron adecuados para un acontecimiento como la corrida del Montepío de Toreros. Así, Estudiante y Luis Miguel Dominguín solamente tuvieron ocasión de exhibir pundonor y entrega. Así se refiere a su actuación Manuel Sánchez del Arco:
Luis “El Estudiante”, pundonoroso, bravo, veteranía simpática y honrosa - en la línea austera de Villalta -, toreó muy bien de capa. Hizo quites de emoción y dio muletazos formidables. Es todo un torero “Estudiante”... 
Luis Miguel tuvo mucha voluntad. Acudió a los quites con entusiasmo y dio estilo a sus derechazos, pugnando por empalmar faena. Entre los valores nuevos, Luis Miguel tiene puesto de honor, aunque aún no ha dado su tarde de matador de toros en Madrid... 
Y todos merecieron la salida triunfal, como pago al gesto generoso que tuvieron...
Una corrida complicada generalmente requiere de una actuación impecable de las cuadrillas. En esta tarde destacó con Carlos Arruza el hacer de Fernando Gago, quien con las telas se condujo sin tacha:
Mención aparte merece Fernando Gago. Tenemos en él un gran torero de a pie. Arruza le cuenta como su mejor auxiliar. Bien colocado siempre, yendo al toro en los momentos difíciles, Gago está en la primera categoría de hoy y admite parangón con los mejores peones…
En conclusión

Es esta en teoría, la segunda salida en hombros de Carlos Arruza de la plaza de Madrid. La primera sería la de la tarde de su confirmación de la que existen versiones de prensa contradictorias acerca de si cortó una o dos orejas al segundo toro de su lote.

Carlos Arruza torearía y triunfaría en otra corrida del Montepío de Toreros, ya como Presidente de éste, el 3 de octubre de 1946, pero esa es ya otra historia.

miércoles, 20 de mayo de 2020

En el centenario de Carlos Arruza (VI)

20 de mayo de 1966. Carlos Arruza muere en un accidente de automóvil

Anuncio de la muerte de Carlos Arruza
Foto: Colección particular
Carlos Arruza murió en un accidente automovilístico. Los pormenores de esa jornada triste para la fiesta han sido ya suficientemente publicados y comentados como para volver a hacerlo un año más, aunque un punto de esa historia es de utilidad para desarrollar algunas ideas acerca del torero mexicano y su gusto y afición por los automóviles.

En varias entrevistas de su tiempo, Arruza expresó abiertamente su gusto por manejar vehículos. En un lenguaje más contemporáneo podríamos decir que era un conductor compulsivo, que confiaba casi ciegamente en sus facultades ante el volante y esa complusión la complementaba con un gran gusto por poseer automóviles, a ser posible, de gran lujo. Alberto Abraham Bitar, en su columna Puntos sobre las íes del diario capitalino La Jornada refiere unos hechos que pueden ilustrar esa arista de su personalidad:
...a fines de 1944, decidió emprender viaje a Portugal, ya no sintiéndose la divina garza, sino con los pies bien puestos en la tierra... su idea era pasar a España y reunirse con su madre que poco después llegaría a la tierra que la vio nacer. Y convencido de lo anterior, no empacó absolutamente nada relacionado con el toro: vamos, ni siquiera zapatillas de torear... Carlos, con todo el dinero que había ganado y algo más, compró un epatante Lincoln Continental y en compañía del también matador Antonio Rangel salió rumbo a Nueva York con el propósito de embarcarse en el “Serpa Pinto”... una vez llegó a Lisboa en su poderoso Lincoln, iba de un lado para otro –más bien de pachanga en pachanga–, en tanto llegaba el momento de reunirse en Madrid con su señora madre, pero, tal y como suele suceder, los caudales fueron mermando, así es que no tuvo más remedio que vender su automóvil en un súper precio...
Un gran automóvil americano, de esos que llevaban con un dejo de honor las figuras del toreo. En Europa, esos vehículos eran escasos y codiciados. En algunas localidades pequeñas, la gente les llamaba haigas y así fueron conocidos. En España, sobre todo, era la edad del gasógeno, la gasolina que movía esos potentes motores era escasa, pero para los toreros no había restricciones, es por eso que los toreros de muchas tardes se procuraban vehículos así, podían viajar más cómodos y más rápido entre plaza y plaza y si no, recuérdese el casi mítico Buick de Manolete.

En una entrevista que concedida a Cruz Ernesto Franquet, del semanario El Ruedo de Madrid, publicada el 11 de abril de 1945, Carlos Arruza expresaba lo siguiente:
…Arruza, que por la noche tenía que salir carretera adelante, para llegar con el alba a Granada, tuvo un gesto de contrariedad.
— Los viajes es lo más penoso y lo más aburrido. Ahora, con el coche que me he traído de Méjico, me parece que habré solucionado en parte estas molestias.
— La verdad es que se ha fantaseado mucho sobre ese coche que has traído; que si...
— Nada de ello es cierto. Es simplemente un coche amplio, estilo furgoneta, con cabida para unas nueve personas.
— ¿Lo conduces tú mismo?
— Sí; me gusta a mí mismo llevarlo. Parece que me da ello una mayor seguridad. Algunas veces se turna conmigo en el volante mi peón de confianza, Ricardo Aguilar…
Carlos Arruza expresaba allí su afición por conducir vehículos, la sensación de seguridad que sentía ante el volante y agregaría yo, el poco gusto que le representaba en ir por carretera de plaza en plaza, sobre todo, en esa campaña en la que toreó 108 corridas. No está de más reiterar que ese calendario había firmado 154 corridas y que 15 de las que perdió, fueron por lesiones distintas a las cornadas, aunque hayan sido causadas por los toros.

Un año antes de la declaración a la que me he referido, doña Cristina Camino Galicia, madre del torero, fue entrevistada también para El Ruedo. En ese 1944, Carlos Arruza era una de las revelaciones de la temporada española y la prensa especializada se preocupaba por conocer, por todas las vías posibles, la personalidad de ese torero que, a la manera de los Césares de la antigua Roma, llegó, vio y venció. El texto completo de la entrevista que hizo Antonio Morillas, publicada el 30 de agosto de 1944, es el siguiente:
A mi Carlos le han hecho más daño los automóviles que los toros...” dice en Santander la madre de Arruza 
No es culpa de un toro que esa honda cicatriz que Carlos Arruza exhibe en el cuello. Yendo a los toros, sí; pero no es de un toro. La culpa es de la faca de un cobarde. 
– No sé por qué hizo aquello con mi hijo aquel hombre – nos dice doña Cristina Camino, la madre del torero mejicano.  
Estamos ante ella en el peor momento para un reportaje: en esa hora de la tarde en que ya se han encendido unas velas a ambos lados de la imagen de la Madre de Dios, porque se aproxima el toque del clarín para que salgan las cuadrillas en Tarragona. Los labios de la madre de un torero, en esa inquietante coyuntura, sólo se despegan gustosamente para rezar. Pero la atención a la actualidad bien vale un fracaso. ¡Alguna vez hemos de «exponer» los cronistas de toros! Esta noche, después de la corrida de Tarragona, el torero saldrá en automóvil, con su cuadrilla, a marchas forzadas, para poder torear mañana en Santander. Y luego, a Gijón, a Barcelona... ¡al mundo! ¿Y el reportaje se ha de ir con ellos, muerto en flor, por nuestra timidez? La comprobación de un dato inédito de la biografía de este hombre, que llena y rebosa e! interés taurino de España, bien vale el oír: «No puedo recibirle; que comprenda y disculpe», equivalente a un fracaso. 
Doña Cristina Camino, santanderina, hija de un ilustre notario santanderino, viuda de un industrial santanderino también, ha tenido una grata deferencia para un periodista que trabaja en Santander. 
– Después de sortear esta tarde el peligro de los toros – nos dice con pesadumbre –, a lanzarse al otro peligro del automóvil. 
– Desde luego, más remoto. 
– A mi Carlos le han hecho más daño los automóviles que los toros. 
Y viene el relato que nosotros hemos perseguido. 
Arruza tiene coche y conduce bien. Él mismo se llama, humorísticamente, «viejo lobo del volante». Y un día va en Méjico, en su automóvil, a ver una novillada en la plaza de El Toreo. Le acompaña en la cabina de conducción su gran amigo el famoso boxeador mejicano «El Vaquero de Caborca». Trescientos metros antes de llegar a la Plaza choca el auto del torero con un autobús del servicio público. Poca cosa. Es más importante el susto que la colisión. Inculpaciones mutuas, un poco de violencia de expresión en ambos conductores y, al fin, el ofrecimiento de Arruza de reparar por su cuenta las ligeras averías del autobús. 
– Ahí va una tarjeta mía. Pase por el garaje de mi hermano José Luis y allí le harán gratuitamente a su coche las reparaciones que necesite. 
Y vuelve, tranquilo, a su cabina de conducción, convencido de que ha quedado resuello el incidente. Pero, no tiene tiempo de reanudar la marcha. Cuando impulsa el acelerador, el otro conductor le apuñala a traición en el cuello, en un costado y en una pierna. Es un momento de gran confusión. Mientras el torero se desangra en el coche, el agresor se agita en el suelo sin dientes y con un tímpano roto por la acción del puño de hierro de «El Vaquero de Caborca». Se habla de llevar a Arruza a una clínica, de trasladarlo a su domicilio, no distante... Pero en la plaza está el doctor Ibarra – el Jiménez Guinea de Méjico –, y Arruza sabe ya, por heridas propias, de la pericia de sus manos. 
– ¡Llevadme a la Plaza! ¡Quiero que me cure Ibarra! 
Y acaso por primera vez en la historia, un torero de paisano, que llega de la calle, es curado en la enfermería de una Plaza de Toros. 
– A eso es debida la herida que mi hijo lleva en el cuello. 
En otra ocasión Arruza, que ha toreado en Monterrey, resuelve pernoctar con su cuadrilla en la ciudad. Mañana será otro día y el sol le alumbrará en el retorno. Pero desde el hotel habla por teléfono con Méjico y hay una honesta mujercita, cubana y bella, en el otro extremo del hilo. Un banderillero le oyó asegurar: 
– Dentro de unas horas estaré ahí. 
Y, contrariando a picadores y banderilleros, manda disponer las cosas para ponerse inmediatamente en camino. Veinte minutos después – Arruza al volante – salen de Monterrey, Ni la luna ni los faros tienen luz bastante para señalar lo presencia de unas vacas en un recodo de la carretera. El coche da tres vueltas de campana y queda, con las ruedas en alto, al borde de un precipicio. Arruza tiene una clavícula rota; los demás toreros se levantan, milagrosamente, con absoluta libertad de movimientos para auxiliarle... 
– Los automóviles, como usted ve, son funestos para mi hijo.
Parecen premonitorias las apreciaciones de doña Cristina Camino Galicia, quien por lo visto temía más por la integridad de su hijo cuando se sentaba al volante, que cuando se ponía delante de los toros. Y es que quizás consideraba que el torero podía resolver las complicaciones que le presentaran los toros por sí mismo, en tanto que quizás las reacciones de los demás automovilistas, las condiciones de los caminos a transitar y el comportamiento de las personas era más impredecible. 

Las tribulaciones de doña Cristina al final del tiempo de Carlos Arruza se transformaron en una tristísima realidad. Algo más de dos décadas después de que externara públicamente la crispación que le producía saber que su hijo iba al volante de un automóvil, el destino se encontró con él en una carretera cercana a la Ciudad de México, en un día como hoy de hace 54 años.

domingo, 10 de mayo de 2020

En el centenario de Carlos Arruza (V)

Hace 75 años. Triunfo grande en Barcelona frente a Manolete

Cartelillo anunciador aparecido en La Vanguardia
10 de mayo de 1945
Para Carlos Arruza la temporada española de 1945 fue la de las 108 corridas. Un resumen de sus actuaciones publicado en el semanario madrileño El Ruedo al final de ese calendario, revela que había firmado allá 154 contratos de los cuales, por diversas lesiones sufridas solamente pudo cumplir los que, sin romper la marca impuesta por Juan Belmonte en 1919, representaron durante dos décadas la mayor cantidad de festejos toreados por un diestro en una temporada.

También considero importante hacer notar que durante la presencia de ambos en los ruedos, Arruza toreó 60 corridas con Manolete. De ese total, 47 se verificaron en el ciclo de hace 75 años y en la plaza en la que más actuaron ambos, fue precisamente la de Barcelona, donde lo hicieron 10 veces. No creo descabellado señalar que el cartel estrella de ese 1945 se formaba con Manolete, Arruza y – esto sin implicar un tono despectivo – otro

La corrida de Barcelona del 10 de mayo del 45 representaba el noveno encuentro de estos dos grandes toreros dentro de la temporada, el primero particularmente en la Monumental catalana y reproducía, en cuanto a toreros, el cartel de la segunda corrida de la feria de abril sevillana, celebrada el 19 de abril anterior, pues completaba la terna Pepín Martín Vázquez. Solamente difería el ganado anunciado, que en abril fue de don Carlos Núñez y para esta corrida que aquí recuerdo, don Pedro Balañá anunció un encierro de don Joaquín Buendía, de origen Santa Coloma.

Los prolegómenos del festejo

El anuncio de la corrida despertó gran expectación; tanta, que en la publicidad que se hacía a ella en los diarios de la época, se insertaba una nota al final del siguiente tenor: AVISO: Se suplica al público acuda con tiempo suficiente para acomodarse. Era tal el frenesí en la adquisición de entradas al mismo, que se preveía un lleno de No hay billetes y la nota al pie tenía por objeto el intentar garantizar que toda la concurrencia a la Monumental, pudiera disfrutar cómodamente del festejo.

La prensa barcelonesa se hizo eco también del atractivo despertado por la presencia de Manolete y Arruza juntos en esa capital por primera vez. En su debut allí, el 2 de abril, Arruza acabó con el cuadro, cortando cuatro orejas, dos rabos y una pata, y de Manolete, que se presentaba allí en la temporada, poco más se puede agregar, era una figura universal del toreo. La gente tenía real interés en ver a ambos encontrarse en los ruedos y competir por el triunfo. 

José Martín Villapecellín comenta lo siguiente el día de la corrida en el diario Mundo Deportivo:
...«Manolete» y Arruza se enfrentan en Barcelona. El comentario de la gente crece y crece como en la época gloriosa de Joselito y Belmonte. El perfil de los toreros se agiganta. Espigado y serio uno, como moderno Quijote; el otro alegre, musculoso y juvenil, como protagonista de una novela real. El arte de dos modos distintos de ser... Los manoletistas y los arrucistas llegan a las manos. ¡Viva el esplendor de la fiesta de toros! Fiesta dura y de discusión. Fiesta de hombres... «Manolete puede con Arruza...» «Arruza puede a Manolete...» Y los dos toreros distintos, pero grandiosos, triunfan una y otra tarde por esas plazas de España... El señor Balañá ha querido traerlos juntos a Barcelona para afianzar la calidad taurina de sus carteles. ¡Honor a la fiesta de los toros en jueves esplendoroso del mes de mayo! ... «Manolete» y Arruza, como Joselito y Belmonte, han dado todo lo que tenían que dar de sí para que sus respectivas épocas se escriban con letras de oro...
Puede parecer ditirámbico el parangonar a Manolete y Arruza con Joselito y Belmonte, pero a un cuarto de siglo de la disolución de la pareja que revolucionó el toreo, los dos actuantes captaban todo el interés de la afición y provocaban el interés de que se les viera en las plazas. Quizás lo comparable entre un tiempo y otro, es que se formaron bandos, algo que solamente pueden lograr las grandes figuras del toreo.

El festejo del 10 de mayo del 45

Efectivamente, la Monumental de Barcelona registró un lleno total. La corrida ofrecida por don Pedro Balañá no tenía medio de ser criticada en el papel, pues reunía aparte de los dos toreros más cotizados de la época, a Pepín Martín Vázquez, que habiendo tomado la alternativa al final de la temporada anterior alzándose como la revelación de ella, llevaba un importante paso en este calendario, siendo el triunfador de la feria de abril de Sevilla.

Al final fue Carlos Arruza el que salió con los trofeos en las manos. A Manolete se le juzgó con cierta dureza y Pepín Martín Vázquez sacó en el sorteo el lote menos propicio de una corrida que vio solamente lidiarse cuatro de los toros de la ganadería titular, siendo sustituidos por dos de don Felipe Bartolomé, uno desde el sorteo (4º) y otro por ser defectuoso de la vista el quinto. Quien firma como A. de Castro, en el ya citado diario Mundo Deportivo analiza así el comportamiento del ganado:
...Hace años que una corrida no despertaba el entusiasmo y el interés de la que estamos reseñando y por no faltar a la tradición, se torció el carro al tercer toro y no hubo medio de encarrilarlo. ¿De quién fue la culpa? Única y exclusivamente de los ganaderos que surtieron de reses la corrida. Don Joaquín Buendía se durmió en sus laureles y olvidando la importancia de la Monumental barcelonesa, envió lo peor que debió encontrar en la camada. Ya antes de la corrida hubo necesidad de substituir un toro, por otro de don Felipe Bartolomé y por ser defectuoso de la vista el quinto, fue devuelto al corral, saliendo en su lugar el sobrero también del susodicho don Felipe...
La crónica más extensa del festejo apareció en el diario La Vanguardia. La firma Eduardo Palacio Valdés, cronista de toros desde los inicios del siglo XX en el ABC madrileño y arrastra en ella el estilo implantado por su mentor Dulzuras, de hacer una especie de revista, toro a toro, de lo sucedido en el festejo y en un apartado final, realizar lo que en aquellos años se llamaba el juicio crítico de la corrida, lo que hoy consideramos propiamente como crónica.

Carlos Arruza le cortó el rabo al segundo de la tarde, Homero, número 4, de pelo negro, de don Joaquín Buendía. En la parte cuantitativa de su relación, Palacio Valdés describe lo siguiente:
...Segundo. – Grande y bizco del izquierdo. Arruza capoteó sin estrecharse. En quites hizo uno por chicuelinas, que se ovacionó. Pepín hizo el suyo con dos lances finísimos de temple, suavidad, dominio y lentitud. (Gran ovación.) El bicho sólo aceptó dos varas y Arruza, a petición del público, tomó los garapullos y clavó tres pares magníficos, sobre todo el que le sirvió para cerrar el tercio, de poder a poder. (Ovación continuada). Arruza, brindó al público y después del pase de tanteo ligó cinco naturales, uno de pecho, un natural, otro de pecho, todo ello ya entre ovaciones y música. Prosiguió su labor con un derechazo, uno por alto, y al engendrar otro, fue derribado, quedando bajo las patas del bicho, hasta que acudieron al quite todos sus compañeros... Se levantó el mejicano y, sin mirarse la ropa, volvió al toro, al que dio cuatro pases de rodillas, apoyando después, el brazo en el testuz. Un pinchazo en hueso y un volapié en todo lo alto concluyeron con la vida del astado. (Ovación, dos orejas, rabo, vuelta al ruedo y salida a los medios)...
En la parte crítica de su crónica, titulada Sillas de Ruedo, don Eduardo hace las siguientes reflexiones en torno a las actuaciones de Manolete y Arruza:
...Tornaba «Manolete» al ruedo de sus señeros triunfos, para competir en noble y justa emulación con Arruza, diestro marcado por el público de toros de toda España como posible rival del cordobés... «Manolete», a fuerza de impavidez y de dominadores recursos, logró ligar al compás de la música, como en el otro, una faena meritísima, cuya belleza arrogante no podía llegar, y no llegó, al graderío todo. Los quilates de aquella labor sólo podían valorarlos quienes hubiesen advertido las dificultades del astado. Se le aplaudió, pero mucho menos que en el bicho que rompió plaza, donde la ovación fue larga y unánime, por una gran faena que coronó con un volapié tan magnífico como el que le sirvió para despenar a su otro mentado y peligrosísimo enemigo... «Manolete» sonrió ayer dos o tres veces, y en la última creí entrever algo así como confianza en sí mismo, algo que no era orgullo ni jactancia, pero que me hizo recordar estos versos: 
Fiado en mi valer, que es quien me empuja
desoigo admoniciones que señalas.
El ave canta aunque la rama cruja;
¡como que sabe lo que son sus alas! 
Soberbiamente aprovechó Arruza las excelentísimas condiciones de su primer toro, al que banderilleó con el arte, alegría y poder que le son peculiares. Las ovaciones que escuchó fueron justísimas, como lo fueron las que acompañaron su faena en la que, imitando lo que hiciera antes «Manolete», dio dos tandas de naturales pisando majamente el terreno del toro, y tirando de él con suavidad y mando entre música y aplausos. Al engendrar un pase fue derribado, cayendo entre las patas del bicho que le buscaba afanosamente. Llegaron todos al quite, y el mejicano se levantó con sólo una paliza fuerte que no le impidió proseguir la faena con bravura, poniéndole punto final con un pinchazo y un volapié. Hubo corte de orejas y rabo y paseo triunfal... He de decir que las pasiones en tendidos, gradas y andanadas estuvieron al rojo. Las banderías no cejaron en sus respectivos empeños y todo fue algarabía, gritos, aplausos y un desbordante frenesí que a mí, viejo aficionado, me llenaba de entusiasmo, mientras el señor Balañá, entre barreras, meditaba mordiendo el puro y mirando fijamente a la arena. Sólo entonces temblé, pensando con terror si para el próximo encuentro «Manolete» – Arruza instalará, como en los combates de boxeo, «sillas de ruedo». Porque para mí tengo que también se venderían...
A. de Castro, en Mundo Deportivo recuerda lo siguiente:
...El apasionamiento que se ha adueñado de la afición barcelonesa por Manolete y Arruza, hace presagiar que han de dar ambos en nuestras plazas, tardes memorables de toros. La labor de uno y otro se midió ayer con distintos raseros y fue tanto lo que de bueno prodigaron, aunque no pudieran excederse por la calidad del ganado, que a la salida de la plaza, los encendidos comentarios en pro de los grandes toreros fueron tema obligado no sólo en los corrillos y peñas taurinas, sino que se extendieron a todos los ámbitos de la ciudad...
Manolete y Arruza reaparecerían en Barcelona unas semanas después y dejarían preparado el terreno para una de las más grandes ferias de la Merced que en la Ciudad Condal se recuerdan. En 1945 esa feria se dio con cuatro festejos, los días 23, 24, 25 y 26 de septiembre, actuando el Monstruo de Córdoba y el Ciclón Mexicano en todos ellos, y fueron de esas corridas monstruo tan del gusto de Balañá, de ocho toros, para dar cabida a las demás figuras del momento, y en ellas, también Arruza dejó su signatura de triunfador.

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