domingo, 10 de agosto de 2014

Calesero, en el centenario de su natalicio (I)

Y, viéndote torear,
asomada al palomar
una paloma taurina
no cesa de aletear
como queriendo imitar
tu sin par chicuelina,
o aplaudir
tu verónica trianera
- viento poema de abril -
con rumor a Aguascalientes 
y olor a Guadalquivir . . .

Manuel Benítez Carrasco

La casa en la que nació Calesero hace 100 años
José Alfonso Ramírez Alonzo – así, con “z” está en su partida de nacimiento – nació el 11 de agosto de 1914 en la calle de la Cárcel, hoy el número 506 de la calle de Cristóbal Colón, en el Barrio de Triana o Barrio del Señor del Encino. Hijo del farmacéutico Justo Ramírez Sánchez, y su esposa Rosa Alonzo Parga – también con “z” está en la partida de nacimiento – Alfonso fue el cuarto de cinco hijos, de los cuales, estuvieron ligados a la fiesta Jesús, que fuera por casi cuatro décadas el empresario de la plaza de toros San Marcos y Arnulfo, que pretendió ser novillero en su día y que después fuera un destacado aficionado práctico. El otro varón, Ernesto, fue actor y director cinematográfico y de televisión, siendo conocido internacionalmente como Ernesto Alonso.

Casó el 28 de abril de 1942 con la señora Alicia Ibarra Mora, cuya familia también tenía ligas con la fiesta de los toros, pues en el año de 1948, en sociedad con los hermanos Armillita, Juan y Fermín Espinosa, el padre de ella, Antonio Ibarra Pedroza, funda la ganadería de Santa Rosa de Lima, de la que derivan las actuales de Medina Ibarra y San Isidro.

Del matrimonio Ramírez Ibarra nacieron seis hijos, Alfonso, José Antonio, Francisco, María Alicia, Virginia, Alejandra y Victoria. Los tres varones son matadores de toros, recordándose de Alfonso, que se anunciaba como Calesero Chico, la faena que realizara en la Plaza México al novillo Monarca de San Antonio de Triana el 14 de junio de 1964 y la de José Antonio El Capitán a Pelotero de San Martín el 9 de octubre de 1977, en la decimoséptima novillada de esa temporada. Actualmente un nieto de Calesero, César Alfonso Castro Ramírez también es matador de toros, anunciándose como El Calesa, representando con ello, la tercera generación de matadores de alternativa de esta familia.

Surge El Calesero

A espaldas de la casa de la familia Ramírez Alonso se ubica la calle que fuera conocida como calle de la Asamblea o calle Ancha, que recorre todo el costado Poniente del templo parroquial y del Jardín de la Paz, hoy conocida como la calle de Eliseo Trujillo. Relataba don Rubén Ramírez Cervantes, que en esa calle y en el jardín, los hermanos Rodolfo, Ramón y Julián Rodarte, toreros avecindados en Aguascalientes, pero originarios de Monclova, Coahuila, hacían ejercicio y practicaban el toreo de salón, poniendo en práctica las enseñanzas que recibieran de Enrique Merino El Sordo, banderillero sevillano que actuó en México desde finales del siglo XIX y que estuviera en la cuadrilla de Antonio Montes en la temporada de 1907, cuando el toro Matajaca de Tepeyahualco le infiriera la cornada que a la postre terminó con su vida. Pronto se agregan varios niños y jóvenes que atraídos por la actividad que los Rodarte desarrollaban, pronto se integraron a su ejercicio, iniciándose lo que se considera la primera escuela taurina de nuestra Ciudad.

Los hermanos Rodarte forman una cuadrilla juvenil, patrocinada por el gobernador Isaac Díaz de León y que formaban Rodrigo del Valle El Chino y Alfonso Ramírez, apodado en ese entonces El Cabezón, como matadores y Ricardo García Peña, los hermanos Rubén y Leopoldo Ramírez Cervantes, Manolo García y Juan Jiménez Ecijano de Aguascalientes. La cuadrilla se presenta en la plaza de San Marcos el 9 de agosto de 1927, con un gran triunfo, lo que les lleva a realizar una extensa gira por distintas plazas de la república, destacando la parte de la temporada en la que alternan con los hermanos Pepe y Manolo Bienvenida, que por esas calendas actuaban en México bajo la dirección del inolvidable Papa Negro.

Alfonso Ramírez se separa de la cuadrilla y el 23 de abril de 1930 se presenta como novillero en la feria de abril de su tierra, alternando con Fernando López y Miguel Gutiérrez El Temerario para lidiar novillos de Cieneguilla. El 1 de mayo de ese mismo año se presenta en El Toreo de la Colonia Condesa, en una corrida de concurso, cuyo cartel estaba formado por Manuel Jiménez Chicuelín, Carlos Segura, Manuel Cervantes, Ángel Gómez y Arcadio Ramírez, con novillos de Peñuelas y pese al buen astado que le correspondió, solo pudo demostrar que su toreo de capa no era cosa de todos los días. Con la espada estuvo fatal, sonándole los tres avisos desde el palco. Sobre su actuación de esa tarde, el influyente periodista Carlos Quirós Monosabio sentenció lo siguiente: Alfonso Ramírez será torero el día que a las ranas les salgan pelos

Será hasta 1935 cuando vuelva a El Toreo, apoyado por un comerciante catalán llamado Vicente Lleixá, que para presentarlo con Eduardo Margeli y evitar que éste se negara a programarlo nuevamente, le impone el apodo de El Calesero, mote con el que a la postre, Alfonso Ramírez sería conocido en todo el planeta de los toros. La tarde de su reaparición fue exitosa y le permitió desarrollar una intensa campaña que le llevaría a convertirse en matador de toros.

El 24 de diciembre de 1939, Lorenzo Garza, en presencia de David Liceaga, cede simbólicamente la lidia del primer toro de los de San Mateo corridos esa tarde, llamado Perdiguero. Confirmará ese doctorado en Madrid, en la plaza de Las Ventas el 30 de mayo de 1946, cuando lidiando cinco toros de Arturo Sánchez Cobaleda y uno de Julián Escudero, Pepe Luis Vázquez, con el testimonio de Pepín Martín Vázquez, le cede los trastos a Calesero.

Dentro de su dilatada carrera en los ruedos, Calesero encabezará el escalafón mexicano los años de 1958, 1959 y 1960 y se despidió de la Plaza México el 20 de febrero de 1966, tarde en la que alternó con Manuel Capetillo y Raúl García en la lidia de toros de Valparaíso. El último toro que mató vestido de luces en la plaza más grande del mundo fue Mañanero, del que se le otorgó una oreja. 

No obstante esa despedida, actuó en cinco festejos más, destacando el del 24 de julio de 1966, en Ciudad Juárez, mismo en el que dio la alternativa a su hijo Alfonso y el que Luis Ruiz Quiroz registra como celebrado el 2 de febrero de 1968, en Sombrerete, Zacatecas, alternando con Manolo Espinosa y Manolo Urrutia, corta cuatro orejas y un rabo a los toros de Torrecilla que le tocaron en suerte, siendo esta la última vez que vistió el terno de seda y alamares.

El Poeta del Toreo

Calesero siempre se distinguió por la calidad y la variedad de su toreo durante el primer tercio. Ejecutaba la verónica con gran pureza y aparte de sus creaciones, el farol invertido y la caleserina, era pródigo en la ejecución de una extensa variedad de suertes y de remates, como la larga cordobesa, que le valieron diversos calificativos encomiásticos, perdurando el que le impuso José Alameda, llamándole El Poeta del Toreo

Las Horas Doradas

Detalle de la placa colocada al exterior de la finca
Varias son las efemérides que se pueden recordar en la dilatada trayectoria de Calesero, como la del 15 de febrero de 1942, cuando en la plaza El Progreso, de Guadalajara, cortara las orejas y el rabo al toro Danzante de Rancho Seco; la del 19 de enero de 1946, en Orizaba, cuando actuando al lado de Fermín Rivera y Manolete, ante su brillante toreo de capa, el director de la banda de música le tocó el himno nacional, parando con sus huesos en la cárcel por semejante desacato; o la del 20 de abril de 1958, en El Toreo, ya en Cuatro Caminos, fecha en la que alternando con Manuel Capetillo y José Ramón Tirado, corta dos orejas a uno de los toros de Santacilia que le tocaron en suerte; o la del 18 de enero de 1959, cuando de nuevo en Guadalajara, se lleva las orejas y el rabo de Yuca de Tequiquiápan, actuación de la que Ignacio García Aceves, empresario de El Progreso dijera que de estar Calesero así todas las tardes, sería el dueño del Banco de México.

Pero la cota más alta de su andar por los ruedos del mundo la alcanzó Alfonso el de Triana el día 10 de enero de 1954, fecha de la reaparición de Fermín Espinosa Armillita en la Plaza México, completando la terna de esa tarde otro maestro, Jesús Córdoba, para lidiar toros zacatecanos de Jesús Cabrera. Carlos León tituló así su crónica para el diario Novedades: El Calesero saturó de arte la Plaza México; cortó una oreja, pero mereció el Premio Nóbel de la torería. En la manera epistolar que él acostumbraba, dedicada en este caso don Rodolfo Gaona, nos narra lo siguiente:
…¡Tarde completa y milagrosa, desde el quite al primer toro hasta la triunfal salida en hombros! Izado como un héroe sobre las cabezas de una multitud alucinada, se lo han llevado por las avenidas de la urbe, y para que este homenaje estuviera en consonancia con lo que El Calesero realizó, habría que traerlo en hombros durante todo el resto de la semana, hasta volver a depositarlo sobre la arena del circo monumental… ¡Qué alegría siente el aficionado cuando triunfan los auténticos artistas del toreo! Estoy seguro de que usted, si hubiera contemplado lo que en los tres tercios de la lidia realizó el diestro hidrocálido, habría sentido una gran emoción estética y, muy en lo íntimo, la satisfacción de ver resurgir a quien es capaz de seguir su escuela y continuar el dogma artístico que usted dejó como ejemplo de lo que debe ser el arte del toreo. Pues en esta tarde tan maravillosa que nos ha dado Alfonso Ramírez, no creo equivocarme al asegurar que usted hubiera sido el primero en decir: ¡Boca abajo todo el mundo, que ahí está uno de mis herederos!... He de confesarle, maestro, que hacía muchos pero muchos años que yo no sacaba el pañuelo en demanda de la oreja. Y hoy, ¡con qué alborozo me he unido al clamor popular, celebrando el renacimiento de un auténtico torero! La concesión del apéndice parecía poca cosa, pues para estos casos insólitos y ejemplares del bien torear, habría que ir pensando en inventar trofeos igualmente singulares. Pero, en esas dos vueltas al ruedo y en ese saludar desde los medios, se hará justicia a quien ha triunfado al fin en el ruedo de la metrópoli…
La partida de nacimiento de Calesero
Se pueden recordar también sus actuaciones en Maracay de 1956, cuando junto a Luis Miguel Dominguín y César Girón, Calesero corta las dos orejas al primero de los toros mexicanos de El Rocío, para salir a hombros; la que resultara su despedida de Caracas en 1957 con Curro Girón y Antonio Ordóñez, ante toros de Peñuelas; otra tarde en Guadalajara, de nuevo con toros de Tequisquiapan, el primer día de 1961, cuando mano a mano con Pepe Cáceres corta otro apéndice caudal, o su gran faena a Tarasco de San Mateo, también en El Progreso el 16 de diciembre de 1962, o las ocho orejas y un rabo de la despedida en Aguascalientes, el 13 de febrero de 1966. 

Después de que dejó de vestir de luces, Calesero actuó en un gran número de festivales benéficos. Uno de los que trascendieron, fue el organizado por Filiberto Mira y la cadena radiofónica SER organizaron en beneficio de las obras asistenciales de Radio Sevilla. Tuvo lugar el 18 de octubre de 1980 y actuaron en él Álvaro Domecq Romero, para enfrentarse a un novillo de Fermín Bohórquez y a pie, Calesero, Manolo Vázquez, Curro Romero, José María Manzanares, Tomás Campuzano y Manolo Tirado, para lidiar novillos de Juan Pedro Domecq, asunto del que ya me he ocupado en esta bitácora.

El día de mañana, dada su extensión, concluyo con estos apuntes.

domingo, 3 de agosto de 2014

3 de agosto de 1924: Armillita se presenta como becerrista en El Toreo de México

Armillita a las puertas de El Universal Taurino
(Foto: Fernando Sosa 03/08/1924)
Fermín Espinosa Saucedo tenía trece años y tres meses cumplidos de edad – en la fecha – y según sus propias palabras y había jugado al toro en las calles aledañas a su casa, participado en los entrenamientos de sus hermanos Zenaido y Juan, recibiendo las correcciones de su padre y de sus nombrados hermanos mayores sobre la forma en la que ejecutaba las suertes del toreo a imitación de sus consanguíneos. Luego, había enfrentado un becerro en la plaza de toros que existió en lo que fue el pueblo de Tacuba y posteriormente, como compañero de andanzas de Juan su hermano, en el rastro – matadero –, logró torear novillos y toros que braveaban en los corrales del lugar. Otra etapa de su enseñanza consistió en asistir con su padre y con su otro hermano varón, José El Chato todos los domingos a los festejos que se celebraban en El Toreo y presenciarlos desde un palco de contrabarrera o un burladero del callejón.

Con ese bagaje fue que su padre le ajustó su presentación en la que en esos días era la plaza más importante de América para el domingo 3 de agosto de 1924. No sería precisamente una novillada formal la de su presentación, sino un festejo a beneficio de los subalternos, en los que alternarían como matadores los banderilleros Pepe López y Crescencio Torres, cerrando la tarde los becerristas Fermín Espinosa y Alberto Vara Varita. Para la ocasión se anunciaron cuatro novillos y dos erales de Santa Rosa.

En el esbozo de memorias que Armillita entregó a su amigo Mariano Alberto Rodríguez, el Maestro narra estos hechos como sigue:
Los ratos más bonitos para mí en esas temporadas era que por las mañanas muy temprano acompañaba a Juan mi hermano a hacer ejercicios, o sea nos íbamos andando hasta la desaparecida plaza de toros de Chapultepec, Toreábamos de salón todo lo que el tiempo nos permitía... Así vivimos una temporada grande... Un buen día estando jugando a las canicas en mi casa, mandaron por mí pues en Tacuba tenían organizada una encerrona, y habían destinado para mí un becerro. Era castaño, no se me olvida. Llegué a la placita de Tacuba justo en el momento en el que ya echaban el becerro al ruedo... Lo toree como si hubiera estado toreando a un muchacho. No se me dificultaron ninguna de las suertes que intenté. Todo me salió superior y los comentarios que allí se hacían eran muy halagadores... Como yo no trabajaba ni estudiaba, me dio por ir todos los días al rastro de Tacuba... En algunas ocasiones llegaban novillos bravos para el matadero y me los echaban en el corral y me hartaba de torear. A todo esto andaba yo en los 12 años pasados. También iba yo a los toros todos los domingos con mi padre... 
Un buen día me llevaron, creo que fue mi padre, a la casa de 'Frascuelillo', me probaron una ropa corta que porque iba a torear al día siguiente o a los dos días, tampoco lo recuerdo. Yo no le dí importancia a la cosa, lo tomé como lo más natural. 
El domingo 3 de agosto de 1924, como de costumbre me levanté sin ninguna preocupación, almorcé tranquilamente y a las once acompañé a mi padre a la plaza. Yo la verdad no me daba cuenta de lo que tenía que hacer, ni la responsabilidad que en ese día yo tenía encima. Llegamos a la plaza y como siempre me entretuve en la casa del conserje que era el padre de los picadores Carmona. 
Pasó el tiempo y yo ni siquiera me asomé a ver el enchiqueramiento y cuanto más tranquilo estaba llegó mi padre a decirme que me vistiera, que ya mero era la hora. Me sacó el traje corto que tenía que ponerme y entonces fue cuando ya sentí sensación muy rara en mí. Era el miedo y porque no, también gusto. Pero según iban pasando los minutos, el miedo y los nervios iban los que me traían inquieto, al grado de que cuando llegué a la puerta de cuadrillas y vi a los demás toreros me entró un temblor en las piernas que no tuve más remedio que sentarme en una piedra grande que estaba en el patio de cuadrillas. Aquella novillada en que yo toreé por primera vez fue a beneficio de las cuadrillas y actuaron los banderilleros José López y Crescencio Torres como matadores. Fueron cuatro novillos de Santa Rosa y Alberto Vara "Varita" y yo con un becerro cada uno. El mío fue de San Mateo. Repito que antes de hacer el paseo tuve un miedo y un temblor terrible. Recuerdo que al oír sonar los clarines me entró una reacción muy diferente. Ya no sentí nada de miedo. De repente sentí un ánimo y unos deseos de torear como cuando jugaba al toro con los chiquillos de la calle. 
Hice el paseo feliz y contento y una vez que lidiaron los cuatro primeros novillos soltaron el mío. Recuerdo que era un novillo grandullón, pero flaco y con unos pitones bastante desarrollados. 
A mí todo aquello no me importó. El becerro no fue malo y yo lo toreé como quise con el capote. Lo banderilleé y con la muleta creo que le hice una buena faena, el caso es que me dieron la oreja y el rabo y dí varias vueltas al ruedo entre una lluvia de dinero que me arrojaba el público. Saqué a mi papá al ruedo y como es natural él se encargó de recoger la bola de pesos que me tiraron. Al final de la novillada el público se tiró al ruedo y me sacaron en hombros y en esa forma me llevaron por esas calles hasta el centro a un Semanario que había en ese entonces y que se llamó "El Universal Taurino". Sin soltarme la gente, en hombros, me tomaron varias fotografías y después siguieron conmigo hasta las calles de Madero a un Club Taurino que había allí. 
Allí me soltaron y después de tomarme un refresco que me supo riquísimo, Gallinito Chico me llevó en un coche hasta mi casa, que estaba en la calle Tres Guerras en el pueblo de Tacuba. Al llegar no estaba nadie de mi familia en casa, pues mi mamá y mi hermana se habían ido al cine, pues no sabían que yo toreaba ese día. 
Estuve un buen rato solo pero feliz por lo que había sucedido en la tarde de aquél domingo 3 de agosto de 1924, inolvidable para mí. Al llegar mi madre y al verme acostado en la cama donde yo descansaba, le extrañó y me preguntó que si estaba enfermo, le dije que no, que lo que pasaba es que estaba descansando después de la corrida que había toreado en la tarde. Se echó a reír y no lo creía y me dijo que eran mentiras, mucho menos que me habían tirado dinero, qué dónde estaba eso y le dije que cuando llegara mi padre lo vería, pues él lo tenía. Al poco tiempo llegó mi padre y todo se aclaró y todos contentos...
Zenaido, Fermín y Juan Espinosa (Cª 1924)
(Colección: José Francisco Coello Ugalde)
Como podemos ver, su reacción ante una serie de hechos que para un muchacho de su edad resultaban inusitados fue la previsible en algunos aspectos, pero en otros, comienza a delinear el carácter de quien en un futuro breve iniciaría el camino para ser uno de los toreros más importantes que ha conocido la historia del toreo. La naturalidad con la que tomó el hecho de que esa tarde había toreado una corrida y de que en la misma había obtenido un triunfo de clamor, comenzaban a delinear el carácter de quien fue un auténtico triunfador.

La prensa especializada, en este caso El Universal Taurino, se ocupó del surgimiento de la nueva estrella del firmamento taurino mexicano. Quien firmó como Verdugones en el número aparecido el martes 5 de agosto de 1924, relató así el suceso:
“Anunciaron los hermanos Aguirre – muy empresarios míos – que José López y Crescencio Torres, los dos más hábiles y valientes peones de brega mexicanos, habrían de estoquear cuatro novillos de Santa Rosa, dos de los cuales habrían de ser banderilleados a caballo por los propios picadores convertidos en empresarios, señores Adolfo y Juan Aguirre… Después como gran plus de fiesta - para usar la frasecita exótica y cursi que usan en un cine acreditado - los chavales Fermín Espinosa “Armillita IV” y “Varita”, habría de estoquear cada uno un becerrete de la misma ganadería... No voy a cansar al lector, describiendo las suertes ejecutadas por los estupendos banderilleros López y Crescencio, porque – triste es decirlo – todo lo bueno que son como peones de brega, son malos con la espada y la muleta... Descubrimiento de una estrella. Estábamos aburridísimos después de la lidia de cuatro toretes flacuchos y zancudos. ¡Teníamos más ganas de abandonar el circo!... Pero, al aparecer el quinto becerro, que después averigüe era de San Mateo, vi salir a un chamaquillo como de trece años de edad, que no era otro que Fermincito Espinosa “Armillita IV”. Los peones tiran los primeros capotazos, y el nene, se abre de capa, y suelta cuatro señoras verónicas, parando enormemente, templando y mandando como no hacen los maestros. Y luego, un recorte ceñidísimo. El público aclama al jovenzuelo, éste se engolosina con las palmas y vuelve a la carga y atiza una segunda tanda tan bella y artística como la primera. Fue una tanda doble. Todos nos pusimos de pie… Y el “Maestro” toma banderillas y se pasa la primera vez sin clavar por no medir bien los terrenos, pero sale en falso gallardamente y seguimos aplaudiendo. Y luego deja los palos en el morrillo sin apoyar y el par se cae; por último, entra paso a paso y llega a la cara, levanta los brazos y cuadra y prende un par igualado, pero caído. Ovación estruendosa… El “Maestrito” brinda al ingeniero Vito Alessio Robles. Inicia el muleteo con la derecha y sufre un achuchón. No es por ahí. Entonces con la zurda, con la que torean los buenos. Y viene lo grande, pases naturales, de pecho, de pitón a pitón, de latiguillo. Toda una faena de gran torero. En un muletazo vemos a Fermincito correr la mano y luego hacer girar la muleta suavemente, cambiándosela a la otra como lo hacía Gaona antes. Y a poco un molinete y luego un rodillazo. ¡El delirio...! ¿Ustedes se acuerdan de la faena de “Revenido”? Bueno, pues ni una palabra más… Y para cerrar con broche de oro la memorable jornada, Fermincito lía la muleta y entra derecho y pincha en hueso, y repite con igual suerte, y la tercera vez pincha trasero y en el cuarto empujón mete todo el sable en magnífico sitio y luego descabella a pulso… Apoteósis final. Fermincito recorre el anillo devolviendo sombreros y otras prendas. La multitud pide la oreja, y la otra oreja, y el rabo y las patas y la cabeza. El torete es paseado por el redondel y ovacionado. Las dianas se suceden una a la otra. Fermincito sale a los medios a saludar, agitando nervioso el rabo blanco del becerro, que aún conserva en la diestra, y mientras, de los ojos de un hombre moreno que desde el callejón presencia el triunfo del chaval, se desprenden dos lágrimas que van a caer a los pies del niño triunfador, del ídolo impúber… Fermincito fue traído en hombros de los “capitalistas” a las oficinas de “El Universal Taurino”… Al terminar la becerrada, Fermincito fue sacado en hombros en esa forma conducido hasta el centro de la ciudad. Los manifestantes “Armillistas” se dirigieron por Avenida Chapultepec, hasta la calle de Bucareli, dando vuelta después por la de Nuevo México, para entrar a la de Iturbide… Frente a las oficinas de “EL UNIVERSAL TAURINO”, tuvo lugar una manifestación lanzándose vivas al futuro “as” y a esta publicación. Nuestro fotógrafo Fernando Sosa tomó la instantánea al magnesio que en esta misma edición reproducimos… De nuestras oficinas se dirigieron los “Armillistas” al café “El Fénix”, donde se disolvió la manifestación…
La versión de la prensa coincide con la de Armillita, dejando claro que se presentaba el domingo 3 de agosto de hace 90 años estaba llamado a cubrir páginas importantes de la historia del toreo. Quien firmó esa tarde como Verdugones no se equivocó al llamarle a los trece años y tres meses de edad Maestro, pues el sobrenombre lo llevó por derecho propio hasta el final de sus días y aún hoy cuando le recordamos, seguimos apelando a él llamándole de esa manera.

domingo, 27 de julio de 2014

28 de julio de 1940: Manuel Gutiérrez Espartero recibe en Torreón la alternativa por primera vez

Manuel Gutiérrez Espartero
Manuel Gutiérrez Sánchez, quien el 10 de febrero de este año hubiera cumplido cien años de edad, fue conocido en los ruedos de España y México como El Espartero o Espartero – en los ruedos hispanos se le anunciaba con frecuencia como Espartero de México – a secas y es el suyo uno de esos casos que trascienden al aspecto meramente histórico de la fiesta y también van lo que va más allá de la mera estadística o la anécdota, según intentaré contarles enseguida.

Espartero se presentó como novillero en El Toreo de la Condesa el 21 de mayo de 1933 y a partir de entonces desarrolló una larga carrera en el escalafón menor, principalmente por las plazas del Norte de la República, que le llevó a obtener la alternativa que da motivo a esta entrada. 

La corrida fue programada para el domingo 28 de julio de 1940, eligiéndose para la ocasión un encierro de la ganadería tlaxcalteca de Santiago Garibay. El padrino de la ceremonia sería El Tigre de Guanajuato Juan Silveti, quien reaparecía en los ruedos de México después de una década de ausencia de ellos y fungiría como testigo el muletero de Singuilucan, Heriberto García. La nota de prensa previa al festejo señala lo siguiente:
Juan Silveti “El Tigre de Guanajuato”, una de las más grandes glorias del toreo mexicano, se presentará en la plaza “Torreón” el próximo domingo, al lado de Heriberto García, el muletero cumbre de todas las épocas y de “El Espartero” quien recibirá la alternativa, lidiando 6 grandes toros de la ganadería de Santiago Garibay de Tlaxcala… Silveti, indudablemente uno de los toreros que más grandes triunfos ha alcanzado en su carrera, no ha permitido que el tiempo doblegue su valor y la pureza de su estilo de lidiador macho y ahora, al lado de Heriberto y “El Espartero”, tratará de revivir aquellos inolvidables triunfos que en México y España dieron lugar a las más grandes alabanzas y formaran los triunfos más completos de torero alguno… Los toros se encuentran ya en los corrales de la plaza y han sido admirados por los aficionados. Se trata de un lote grande, con poder y presentados inmejorablemente. La nueva ganadería acusa sangre y es de esperarse que su presentación en esta plaza constituya el definitivo renglón de fama para el futuro.
Sin duda, el atractivo del cartel era el legendario diestro que toreaba en su campaña de reaparición ante los aficionados mexicanos, no obstante que llevaba ya veinticuatro años de alternativa y varias cornadas muy graves, y aunque se podía suponer con validez que no se encontraba en su mejor forma, el gran Meco no dejaba de ser un aliciente en cualquier cartel que encabezaba. Por otra parte, también resultaba un atractivo adicional el hecho de que el escalafón de matadores de toros se vería incrementado por un nuevo valor en la persona de Manuel Gutiérrez.

Al final de los hechos la corrida, de acuerdo con la crónica que de ella se escribió, fue una de esas que quedan para el recuerdo y Silveti fue parte esencial de ese éxito, según leemos en la crónica de Puyazo, publicada en el diario El Siglo de Torreón al día siguiente del festejo:
Silveti fue ayer el mismo que aplaudimos en los tiempos de la trilogía que formaban Gaona y el trianero Belmonte. Reapareció poseído de inspiración y de un valor seco, dándonos en compañía de Heriberto y “El Espartero” una gran corrida en que se lidiaron seis bichos bien armados, grandes y fuertes… Debido quizás a la tirante situación pecuniaria, a los dos millares de laguneros que como excursionistas salieron ayer a la capital, a la presentación de una corrida desconocida, cuyo ganado con su sola presencia podía demostrar al más neófito que se trataba de una ganadería de la más pura sangre brava, pelo brillante, pezuña corta y finísimo corte y largo y sedoso rabo, o por lo que quieran y gusten, la verdad es que el público no correspondió en esta ocasión. ¿Causas?... las que ustedes gusten… “Barrabás” una catedral con cuernos, marcada con el número 80, con algo así como 400 kilos en la canal, negro listón, es el dedicado para doctorar a Manuel Gutiérrez “El Espartero” el que abre plaza… Apenas es corrido por Alfredo Aguilar, ya tenemos a Manuel quien lo saluda con dos lances, saliendo desarmado. Silveti da 2 lances y el burel salta al callejón en dos ocasiones. Toma de los de aúpa 4 caricias en cambio de dos caídas. Alfredo Aguilar pone par y medio y Pineda uno, todos a la media vuelta… Juan Silveti cede los trastos toricidas a Manuel Gutiérrez “Espartero” y lo despide con un abrazo que merece los honores de aplausos y diana… Manuel, de bugambilia y oro da tres pases distanciado, para previo un pinchazo dejar una con alivio que bastó. Aplausos… Resumen: El público satisfecho ya que se puede considerar que fue una gran tarde de toros de las que no suelen verse ya ni una vez al año… De los diestros, a fuer de ser sinceros, debemos decir que nadie esperaba que Juan Silveti estuviera en tan buenas condiciones físicas y que aún se arrima como los bravos. Heriberto un tanto apático en su primero, en el 5o se sacó la espina, ya que hizo la mejor faena de la tarde, en cuanto al nuevo matador, Manuel Gutiérrez “Espartero”, lo que le faltó de suerte en el de la alternativa, le sobró en el que cerró plaza… Bregando “Yucateco” y “Gaonita” y banderilleando, “Yucateco” y “Morenito”. De los del castoreño, los hermanos Carmona. Y es una lástima que por culpa del pésimo servicio de plaza, fuera muerto un caballo por el cuarto toro, lo que no hubiera sucedido tal vez si ahí hubiera estado Simplicio, cuya ausencia se ha notado últimamente. El ganado magnífico en general, sobresaliendo los lidiados en quinto, sexto y segundo lugares, sobre todo este último, uno de mis predilectos que recibió CINCO VARAS EN REGLA sin volver la cara. Vaya mi aplauso sincero al Sr. Santiago Garibay, cuya fama dejó bien sentada en esta su presentación en tierras laguneras de su magnífico ganado de lidia…
Quiero reparar en la narración que se hace de la primera faena de muleta de Juan Sin Miedo. Es un recuento de las suertes que realizó el torero y que es como sigue:
“Espartero” retorna los trastos toricidas al “Meco” quien brinda a sus cuates, los del tendido cálido y tras uno por abajo, uno de rodillas, uno de rodillas por abajo, un alto, uno de costado, un alto, dos de costado, dos por abajo, uno de pitón a pitón, un doblón, uno de costado espeluznante, para una desprendida que partió la herradura… Ovación, oreja, vuelta al ruedo, música y obsequio de todo el tendido cálido que ha recorrido la montera del guanajuatense…
Es la descripción de una tauromaquia añeja, ya por esas fechas condenada al desuso, pero que todavía estaba vigente en la memoria de la afición de esas calendas y por lo tanto, era capaz de apreciarla, de degustarla y de justipreciarla.

Una tarde madrileña de Espartero
Decía al titular esta entrada que esta alternativa era la primera que recibía Manuel Gutiérrez Espartero y efectivamente, así fue. Poco más de un año después, el 24 de agosto de 1941, en Ciudad Juárez, Lorenzo Garza le haría una segunda cesión de trastos, con toros de la ganadería de San Mateo, para doctorarle por segunda ocasión. Una tercera alternativa, el 5 de octubre de 1941, tendría lugar en el mismo Torreón, Coahuila, cuando el mismo Lorenzo Garza cediera a Espartero el toro Saltillero, de Atenco. Este último doctorado lo confirmó Manuel Gutiérrez en El Toreo de la Condesa – allí se le anunció como el ahijado de Garza – el 7 de diciembre de ese 1941, apadrinándole otra vez El Ave de las Tempestades en la cesión del toro Perdigón de San Mateo y en Madrid el 15 de agosto de 1945, siendo su padrino Mario Cabré y fungiendo como testigos Rafael Ponce Rafaelillo y el mexicano Andrés Blando, quien también confirmó su alternativa. El toro de la ceremonia fue Azafranero de los Hermanos Hidalgo.

Posteriormente Espartero renunciaría a esa última alternativa y volvería a torear como novillero, para recibir los trastos por sexta ocasión – cuatro alternativas y dos confirmaciones – esta vez el 11 de octubre de 1959, en Mérida, Yucatán, donde Alfonso Ramírez Calesero, en presencia de Luis Procuna, le volvió a investir como matador de toros.

Manuel Gutiérrez Sánchez Espartero, un caso singular en la historia del toreo, falleció el 20 de diciembre de 1997, a los 83 años de edad, a causa de un accidente de tráfico.

domingo, 20 de julio de 2014

La confirmación de alternativa de Carlos Arruza a 70 años vista

Un rehiletero portentoso
Carlos Arruza visto por Carlos Ruano Llopis
El 12 de abril de 1936 Valencia II le cedía el primero de los toros de Pallarés al hidalguense Ricardo Torres en presencia de José Amorós y Pepe Gallardo para confirmarle su alternativa, inaugurando así esa temporada madrileña. Un mes después vendría la orden ministerial que exigía a los toreros extranjeros en España un permiso de trabajo para poder actuar allí y con ella se inició lo que coloquialmente se conoce como el Boicot del Miedo. A partir de esas fechas y con una Guerra Civil de por medio, transcurrieron ocho años, tres meses y seis días para que un torero mexicano pisara de nuevo la arena de la plaza de toros de Las Ventas vestido de luces.

Las circunstancias se produjeron de forma tal que el diestro que reanudaría el camino de nuestros compatriotas en los cosos hispanos sería Carlos Arruza, alternativado en el Toreo de la Condesa el 1º de diciembre de 1940 por Armillita y que según lo cuenta el periodista mexicano Alberto Abraham Bitar en el diario La Jornada de la capital mexicana, se encontraba en Europa con fines de recreo: 
a fines de 1943, decidió emprender viaje a Portugal, ya no sintiéndose la “divina garza”, sino con los pies bien puestos en la tierra. ¿Quería torear? Más bien su idea era pasar a España y reunirse con su madre que poco después llegaría a la tierra que la vio nacer. Y convencido de lo anterior, no empacó absolutamente nada relacionado con el toro: vamos, ni siquiera zapatillas de torear. De eso, nada. Y menos en la madre patria, ya que seguía vigente el odioso boicot que aquellos habían declarado a los mexicanos, debiendo señalarse que en el pecado se llevaron la penitencia, ya que durante aquellos años de la guerra fratricida se quedaron sin torear allá y tampoco pudieron hacerlo aquí... Carlos, con todo el dinero que había ganado y algo más, compró un epatante Lincoln Continental y en compañía del también matador Antonio Rangel salió rumbo a Nueva York con el propósito de embarcarse en el Serpa Pinto de tantos recuerdos...
Al llegar a tierras lusitanas, la buena fama dejada en temporadas anteriores – a pesar de no poder actuar en España, los toreros mexicanos hacían verdaderas campañas en Francia y Portugal por esas calendas durante el verano – motivó a los empresarios a hacer la corte a Arruza y a proponerle actuar en esas tierras. El futuro Ciclón Mexicano se negaba, aduciendo que no iba preparado para torear, hasta que en un determinado momento la oferta fue tentadora. Sigue contando Bitar:
Desde que Arruza llegó a Portugal, se dio a tramitar la visa para entrar a España y cuando la obtuvo, de nuevo se le acercó el empresario diciéndole que reconsiderara su decisión, a lo que Arruza se negó, diciéndole que no tenía ni con qué, ni avíos ni ropa de torear, pero el lusitano insistía un día sí y otro también, hasta que, harto Carlos ya de todo aquello y para que lo dejara de importunar, le dijo: “Mire, si de verdad quiere que toree lo haré pero bajo estas condiciones: cincuenta mil escudos por corrida, pero deben de ser dos, una con Domingo Ortega y la otra con Manolete...” El compatriota pensó que con esas pretensiones lo dejaría en paz y acertó, porque el empresario le dijo: “¡está usted loco!...”. Carlos vivía en casa de Ginja, así que sus gastos eran diversiones y paseos, pero tanto fue el cántaro al agua, que los dineros se fueron mermando y todavía tenía en capilla el viaje a España y sus consiguientes gastos. Así que, a vender tocan y se deshizo del formidable Lincoln, por el que le pagaron lo que quiso ya que en esos años eran muy escasos los coches de lujo en Europa. Estaba a punto de irse a España cuando lo invitaron a una comida que le ofrecían a Gregorio García y ahí se encontró con el empresario lusitano que volvió a insistirle para que toreara en Campo Pequenho: “Mire, ya sabe cuáles son mis condiciones, así que, por favor, no insista…” “Bueno, sea, yo no sé quién estará más loco, si usted o yo, aunque creo que yo, así que mañana lo espero para firmar el contrato…”. Carlos no podía ni creerlo, nunca esperó un sí, pero a partir de ese momento comprendió que tenía que cambiar de vida, ya que para todo estaría muy bien pero no para ponerse enfrente de un toro. Además, no tenía nada para torear, capotes y muletas tal vez se los prestarían Rivera o El Ahijado, pero ¿vestidos, medias, zapatillas, camisas, fajas, capote de paseo y lo demás?...
Esas dos corridas le sirvieron a Carlos Arruza de preparación y de reencuentro con el toro europeo y le dejaron enseñanzas para toda la vida, según su dicho:
en aquellas dos tardes alternando con esos señorones que fueron Domingo Ortega y Manuel Rodríguez Manolete, aprendí más que en toda mi vida pasada y en lo que viviría después... ¿Y eso?... Mira… los impactos que recibí fueron algo así como dos revelaciones del cielo. Por un lado, la sabiduría y el poder de Ortega, que metía a los toros en su muleta como si jalara de ellos y Manolete, pisando terrenos increíbles, pasándose a los toros a dos dedos de la faja y con una naturalidad que te dejaba con la boca abierta...
Tras de esas dos corridas se arregló su visado español y se trasladó a Madrid a reunirse con su madre, pero sin dejar de recibir ofertas para torear en Portugal y en Francia. En Madrid se encontraba ya Antonio Algara, empresario de El Toreo, intentando resolver la interrupción de relaciones taurinas entre España y México. La narración de Bitar es como sigue:
Más ofertas para torear, y que Carlos no aceptó, ya que lo que ansiaba era reunirse con su madre en Madrid y para España se fue y por allá se encontraba don Antonio Algara con el fin de arreglar el reprobable boicot que la torería hispana le había decretado a los nuestros, aunque, en el fondo de todo ello estaba el deseo – orden – del zar de la fiesta en México, Maximino Ávila Camacho, para que Manolete pudiera vestir de luces en México. Convencidos los de allá de lo mucho que habían perdido por el llamado boicot del miedo, aceptaron y, entonces, para celebrar el arreglo, se pensó en organizar dos corridas de la Concordia, una en México y la otra en Madrid, con matadores de ambos rumbos y para hacerlo en Madrid, se pensó en Fermín Rivera, sólo que estaba impedido de hacerlo, ya que estando en Portugal no había arreglado la documentación para pasar a España, así que no había más opción que Carlos Arruza, que era casi desconocido en España…
Es así que se anuncia para el 18 de julio de 1944 un festejo en el que se lidiarían toros salmantinos de Vicente Muriel para Antonio Bienvenida, Emiliano de la Casa Morenito de Talavera y la presentación en Madrid y confirmación de alternativa del torero mexicano Carlos Arruza. Sigue narrando Bitar:
El matador de toros mexicano ideal para la ocasión era Fermín Rivera, pero entre que no había arreglado su visa para ingresar a España y a que tenía firmada una corrida en Lisboa, no había más remedio que echar mano de Carlos, cuyo nombre poco decía a los madrileños... En tanto, don Andrés Gago, que de toros sabía un rato largo, consiguió que la estupenda cuadrilla de Pepe Luis Vázquez saliera con Arruza, ya que el sevillano estaba convaleciente de una fractura de clavícula, y cuando parecía que los nervios se iban calmando, no faltó quienes fueran a decirle a Carlos que un grupo de matadores, inconformes con lo del arreglo, se le iban a tirar al ruedo en bola para tundirlo a palos, que otros irían a la plaza a reventarlo de continuo y, cómo decimos en México, para acabarla de amolar, no tenía traje para torear... Telefonazos incesantes al sastre Ripollés, que lo único que respondía era no desesperen que todo llegará a tiempo, pero nada, así que algunos de los allegados fueron a ver a Manolete para pedirle les facilitara un traje para Arruza, a lo que accedió galantemente, y aunque ni remotamente le quedaba pintado al compatriota al menos como dicen que decía un tuerto algo es algo...Y cuando Carlos tenía ya puesta la taleguilla llegó Ripollés, así que a desvestir al matador para volver a vestirlo...
Al final de cuentas las cosas se encauzaron, Carlos Arruza tuvo la posibilidad de sortear los obstáculos que las circunstancias le fueron poniendo para su presentación madrileña y terminó la tarde con un gran triunfo, que le permitió abrir, junto a Manolete, una etapa brillante en la historia del toreo. Así lo contó Celestino Espinosa R. Capdevila, en su tribuna de Arriba, del 19 de julio de ese 1944:
Un rehiletero portentoso. Para Carlos Arruza pidieron la oreja ayer tarde, en el tercio de banderillas. Y por si hubiera alguno que echara la cosa a mala parte, dada la significación que llevaba la corrida en sí, conviene decir en seguida que esa petición no se hizo por hache o por be, sino por eso. Por las banderillas… No es que a mí me parezca ni bien ni regular que se pida la oreja por un quite, ni por una estocada, ni siquiera por una faena. La oreja se debe pedir por la lidia completa de un toro, Pero eso es otra cosa. Es otro problema. Distinto en absoluto del hecho y de la afirmación, de que ayer se pidiera una oreja por un tercio de palos. Y se pidió. Y tiene explicación… Arruza, el ultramarino simbólico de la corrida de ayer tarde – a quien saludo desde aquí con la frase morisca y poética «Y la paz» – venía precedido de fama de banderillero y confirmó ese renombre a los cinco minutos de estar en la arena. Por facultades y conocimiento, por facilidad y seguridad, los dos primeros pares que le puso al manso de su confirmación, fueron bastantes de por sí para extenderle cédula de banderillero grande: ¡Qué bien había andado, o mejor dicho, corrido! ¡Qué forma de medir y de llegar, de calcular y de asomarse, de levantar los brazos, de hacer el apoyo y salir! Pero cuando se le vio del todo, fue en el tercer par: Cuando con el toro en tablas del burladero de cuadrillas, el muchacho echó a andar desde los medios, meciendo los brazos de un modo originalísimo – acompasado con los pasos y subiendo y bajando los palos como colgándose de ellos o apoyándose en ellos – y yendo hacia tableros, hasta media docena de metros del toro, como si el toro no estuviera allí. Como si el toro no estuviera allí, aguardando… Se estaba metiendo en la jurisdicción de la enfermería – y no lo digo porque el terreno fuera aquel – y seguía y seguía como si se hubiera quedado ciego. Daba angustia. Aún cuando no hubiera clavado, que clavó – ¡Y cómo clavó! – la cosa estaba vista. El rehiletero estaba visto… Pero no estaba visto, por lo visto. Porque faltaba ver lo que se vio en el cuarto toro, después de otros dos pares en los que el tal Carlos Arruza confirmó lo que teníamos visto de su medir y de su andar, de su entrar y salir, de su clavar y, sobre todo, del ritmo con que mantiene – con los brazos arriba y abajo – su camino de ciego hacia el toro. De ciego de valor, que se mete tan hondo en el campo de las astas como mete de hondos los palos junto a sus propias zapatillas mientras anda y como las alza luego igual que alza los brazos en el instante de clavar, que no se cómo no le saltan las sisas de la camisola… Todo estaba visto, como digo, cuando repitió en el cuarto toro. Pero quedaban dos encuentros de más sorpresa aún. Y no se cual más portentoso, si el tercero o el que vino por fin… El tercero fue un par que declaro no haber visto jamás y que ni siquiera sé cómo se llama. Arrancársele al toro en el tercio, desde bastante más allá de los medios, en una carrerilla decidida y sin posible enmienda que viene no en zig – zag – no en la línea quebrada y de pasitos cortos que para cuartear le vimos muchas veces a ciertos rehileteros – sino en una ondulada sinuosa de curvas amplísimas como la de un velero que nada a bordadas, y todo ello sin perderle la rectitud al toro, es cosa que da vértigo. ¿En dónde está el encuentro? ¿De qué manera se compensa cualquier error de cálculo que pueda producir el asombro – en sus dos acepciones – del toro? ¿Y, por fin, cómo puede medirse la «metida» que hacen los cuernos de la res con la «caída» de los palos (que aquí también seguían yendo abajo, a su ritmo, igual que bastones de aquella carrera o aquél andar de ciego de que antes hablábamos)?... ¡Ah señores!: Pregúntenle a Arruza, que yo no lo sé. Peor me explico ese último par que puso. Porque es éste, que fue de poder a poder, para explicarse aquél asombro bastará con pensar en el poder enorme de este muchacho. Por él solamente y salvando el resto de las incógnitas que me he dejado en el camino, se puede explicar que tras de tantos inconvenientes, las ocho banderillas se quedaran primero derechas y luego en abanico o en rosa de los vientos sobre el morrillo de la res. ¿No iba a pedir la gente que le dieran la oreja al muchacho? Pues, claro que sí… Y eso que he dicho «claro», y no está tan claro. Porque, si bien pedida estaba, también lo hubiera estado el pedirla – o mejor, el obtenerla – para Antoñito Bienvenida. Una gran tarde la de Antonio. Una tarde de casta. Muy justa. Muy exacta. Y con dos mansos, por falta de uno. Con numerosas muestras de buen lidiador, a lo largo de todos los toros. Con sabor de torero. Y con nervio torero para no venirse abajo a lo largo de todas las dificultades. Morenito se vino abajo, una vez más y Antonio no. Y es que hay que estar hasta contra el público. No digo en contra, sino contra sus malas corrientes… Las malas corrientes, pasan. El público se entrega. El público hasta pide la oreja por un tercio aislado. Y conste que no lo digo como censura a lo de ayer. Lo de ayer me parece muy bien. Porque aparte de todo – y añadiéndole a todo, cuanto detallo en la reseña – Arruza es un rehiletero portentoso. Y como estuvo muy brillante y con dignidad torera en la faena y la estocada con las que coronó su inolvidable tercio de rehiletes, le doy la bienvenida. Y la paz…
El resto de la historia es bastante conocido. Carlos Arruza durante varias temporadas encabezó el escalafón de matadores, fue Presidente del Montepío de Toreros, ganadero al mismo tiempo en España y México y promotor de numerosas obras de beneficencia en las que la fiesta estuvo involucrada en su día. Hoy solamente recuerdo aquí el primer paso que dio para realizar todos esos logros.

domingo, 13 de julio de 2014

Relecturas de Verano VIII; Escrito con Tiza. Memorias de Pepe Manteca

Hoy les presento un libro que no es estrictamente de toros, pero que nos presenta a un personaje que está vinculado con la fiesta y con sus personajes de una manera tal, que tiene cabida en una biblioteca taurina y por supuesto, en esta Aldea.

Francisco Javier Orgambides Gómez y José María Otero Lacave son colaboradores del Diario de Cádiz. En Escrito con Tiza, recogen las memorias de José Ruiz Calderón – Manteca – coloquialmente Pepe Manteca –, quien regenta una popular taberna en el barrio de La Viña en la llamada tacita de plata que es parte del paisaje más castizo de esa ciudad.

Pepe Manteca nació en 1934 en el barrio de la Viña, en la calle Lubet esquina a la Palma, donde su padre tenía un almacén de ultramarinos. “Creo que fui el primer niño, o el segundo, que se bautizó en La Palma, ya  que a esa iglesia la acababan de hacer parroquia”.  Cuando Pepe tiene muy pocos años, su padre, Lorenzo Ruiz Manteca, se traslada a la calle Libertad, esquina a Desamparados, enfrente de la plaza de Abastos, para hacerse cargo del almacén ‘El nuevo mundo’. En ese ambiente del mercado transcurren los primeros años de Pepe Manteca. Allí se aficiona a los gallos de pelea, a jugar al toro y a escuchar a los flamencos. “Yo no quería ir al colegio. Yo quería torear con los chiquillos, espatarrarme. No quería estudiar, me gustaba pasear los gallos, darles de comer y estar en la calle…” 
Pepe Manteca fue aspirante a torero, inició su formación en la escuela taurina de la calle Mateo de Alba de Cádiz y comenzó a torear en la época en la que iniciaban sus armas Juan García Mondeño, Curro Girón y Miguel Mateo Miguelín entre los notables y fue apoyado por los ganaderos de la familia Sánchez Ibargüen. Actuó en las plazas de su región de nacimiento y en los pueblos aledaños a Madrid.

Sigo el relato de Otero:
El padre de Pepe, un montañés de Tesanillo, era gran aficionado a los toros y al flamenco. Puso su empeño en que su hijo fuera torero y lo llevó a la escuela taurina que había en la calle Mateo de Alba. El director de la escuela era Manuel Jiménez Chicuelín, de Córdoba,  y de profesor figuraba  Sebastián Suárez Chanito. Junto a Manteca asistían a la escuela, entre otros, los hermanos Villodres, Manuel Irigoyen, Antonio Pica, Servando Muñiz y Chano Rodríguez. Después de debutar con la Escuela Taurina, Manteca inicia un largo recorrido por los pueblos de la provincia. Becerradas y tientas acompañado de otros jóvenes aficionados de Cádiz. Lorenzo Ruiz mantenía gran amistad con el ganadero Sánchez Ibargüen y Pepito pasa largas temporadas en la finca ‘Las Posadas’, donde comienza a aprender el oficio. Manteca cuenta con su propia cuadrilla. Pacorro, El Aceitunero y Manuel Jiménez Chele lo acompañan en sus actuaciones por la provincia…
José María Otero, José Ruiz Calderón Pepe Manteca y
Francisco Javier Orgambides
Tras de dejar los ruedos fue emigrante en Alemania; se dedicó a exportar gallos de pelea a Puerto Rico y a Estados Unidos y terminó administrando la bodega que es actualmente un símbolo de Cádiz – Casa Manteca – un comercio que en una sección expende abarrotes, pescado y mariscos y en la otra, tiene una especie de bar en el que se sirven al por menor bebidas y alimentos y al que han ocurrido toda clase de figuras del toreo y del flamenco, como Antonio Mera Almendrita,  Cojo Peroche, Manuel El Fotógrafo, Eugenio Salas Niño de los Rizos, Curro Balilla, Antonio Pérez El Torrija o el mismo Camarón de la Isla. Por los de los toros, asistían el crítico Antonio Rosales Don Puyazo, Manolo Belmonte, Enrique Bernedo Bojilla, Antonio Burgos, Curro Romero, Rafael de Paula, Joaquín Núñez del Cuvillo, Rafael Ortega, Jaime y Francisco Mora – Figueroa o Francisco Ruiz Miguel.

En ese mismo relato a José María Otero, José Ruiz Calderón cuenta lo que sigue:
Ha sido exportador de gallos de pelea a América y durante varios años viajaba con los gallos a Miami. Pepe no olvida nunca cuando fue detenido por el FBI en el aeropuerto de Miami. “Creí que me moría. Me llevaron a un cuarto para interrogarme porque habían encontrado unas medicinas en el equipaje. Creían que era droga y se trataba de medicina para los gallos. Y yo venga a dar voces y a decir que era para los gallos, para los kikirikis…hasta que vino el intérprete y todo se aclaró. Luego me hice amigo del policía y nos fuimos a tomar unos vasitos”.
Estas y otras vivencias están reunidas en Escrito con Tiza, un libro en el que el anecdotario propio de un hombre que quiso ser torero y que terminó siendo un punto de referencia para los más variopintos personajes de la fiesta y del cante y que en Cádiz es un paso obligado para todo aquél que tenga intención de conocer las reales entrañas de la antigua Gades.

Escrito con Tiza. Memorias de Pepe Manteca. – Francisco Javier Orgambides Gómez y José María Otero Lacave. – Industrias Gráficas Gaditanas, Puerto Real, Cádiz, 1ª edición, 2003, 199 Págs. (Con ilustraciones en blanco y negro). ISBN 84 – 88837 – 35 – 6.

domingo, 6 de julio de 2014

Relecturas de verano VII: El Toreo Puro

Esta obra contiene en una primera parte un repaso biográfico, expresado en primera persona y en una segunda, la tauromaquia de uno de los diestros que han ejecutado el toreo con más pureza en los últimos tiempos. Perdido para su generación – Manolete, Manuel Álvarez Andaluz, Pepe Luis Vázquez y Antonio Bienvenida – por tener que hacer el servicio militar durante la Guerra Civil Española en Ceuta, tuvo que ver pasar incluso a los de una posterior a la suya – Luis Miguel Dominguín, Pepín Martín Vázquez, Manolo González – y competir con Manolo Vázquez, Litri, Julio Aparicio y Antonio Ordóñez. Su tenacidad y su sentido de la pureza del toreo fueron los que le sacaron avante. Sobrino de Rafael Ortega Cuco de Cádiz, banderillero de los años 20, que militó entre otras, en la cuadrilla de Juan Belmonte.

Pese a la integridad con la que ejecutaba el toreo, la mala suerte le persiguió. Cuando debuta en Sevilla (1948) lo hace también Frasquito, a quien se le señaló esa tarde como un Manolete redivivo y aunque él hizo el toreo, todos se quedaron con la impronta del primero, y ni Antonio Olmedo Don Fabricio, cronista del ABC sevillano le daría crédito aunque esa tarde estoqueara cinco de los seis novillos corridos esa tarde. 

En el ocaso de su carrera (1966) sufriría otra trastada del destino, cuando después de cuajar un toro de Miguel Higuero en Madrid con la mano izquierda, Curro Romero se negó a matar al segundo de su lote aduciendo que estaba toreado. Al final, todos se acuerdan de la bronca del Faraón y nadie de la postrera lección del Tesoro de la Isla

De la vida y de la obra de Rafael Ortega me he ocupado en otro espacio de esta Aldea, por lo que aquí mejor dejo una serie de párrafos extraídos de su libro, los que reflejan su concepto del toreo y que, cotejados con su hacer en el ruedo y en la vida, nos dejan claro que El Tesoro de la Isla es un torero que la historia de la fiesta tiene injustamente infravalorado: 
A mí siempre me ha gustado el toreo rondeño, el toreo puro que han hecho, por ejemplo, Ordóñez y Antoñete, sin menospreciar también el toreo sevillano cuando se hace con pureza…

El toreo puro es… como cuando llega un señor y le saludas: ¿Cómo está Usted? Muy bien, gracias. Vaya Usted con Dios.

Para hacer el toreo puro, es esta continuidad: citar, parar, templar y mandar y a ser posible cargando la suerte…

El toreo de adorno es otra cosa… pero yo no siento ese toreo…

El toreo, lo mismo que en el cante, que en todo lo que hagas, que en todas las profesiones artísticas, es sentimiento: el que lo ejecuta tiene que “sentir” lo que hace, para poderlo “transmitir”…

Es muy importante que el torero se enfrente a cada toro con frescura, improvisando lo que el toro le pida, porque el toreo no se puede traer hecho de casa…

Mi tío El Cuco me decía siempre: nunca le levantes la mano ni al toro, ni al hombre… al toro siempre hay que bajarle la mano y hay que empezar a hacerlo con el capote, porque para mandarle al toro, éste tiene que humillar…

El toro tiene que venir humillado, metido en la panza de la muleta y con la suerte cargada… el toreo bueno es aquél en el que cargas la suerte y apoyas el peso sobre la pierna contraria…

El toreo no tiene sentido si no matas tu mismo al toro. Es como la rúbrica de una carta, que si no la firmas, no es tuya…

Rafael Ortega fue encasillado como un as de espadas, siendo que fue un torero completo que hacía todas las suertes según los cánones. De allí la injusticia de la historia a su legado y a su memoria. Escribe Joaquín Vidal
Le faltaron relaciones públicas y le faltó literatura. No tuvo un Hemingway, como Antonio Ordóñez, que novelara sus andanzas, ni un Felipe Sassone, como Antonio Bienvenida, que le hiciera la crónica de sus gestas. En una época donde se enriquecían los tremendistas con el litrazo o el pase del fusil y estaba de moda torear de espaldas -qué barbaridad-, en una época precursora del salto de la rana, que se veía venir y llegó enseguida, un diestro como el de la Isla, que toreaba con pureza y fragante genialidad interpretativa, era un tesoro inapreciable para revalorizar el toreo y robustecer el negocio empresarial. Sin embargo el negocio lo dominaba un monopolio donde Ortega no podía cuadrar, pues al toro le ligaría naturales arremataos, pero en los despachos no sabía dar ni un pase…
Afortunadamente, su perenne lección magistral está impresa en blanco y negro en la obra que aquí intento comentar.

Ficha bibliográfica: El Toreo Puro. – Rafael Ortega Domínguez, prólogo de Ángel Fernando Mayo. – Ediciones del Umbral, Madrid, 2ª edición, 2003, 95 Págs. (Con fotografías en blanco y negro. Viñetas de Antonio Casero). ISBN M – 84 – 95457 – 38 – 5.

domingo, 29 de junio de 2014

Relecturas de verano VI: Tauromaquia Mexicana. Imagen y Pensamiento

Cubierta de la primera versión
En estos tiempos en que la fiesta de los toros es uno de los símbolos más notables de lo que es la incorrección política, vale la pena revisitar esta obra coordinada en sus dos ediciones por Heriberto Murrieta y publicada en dos formatos distintos, pero sin variar la sustancia de su contenido.

Ambas ediciones contienen una serie de reflexiones, impresiones y recuerdos sobre la fiesta, sus valores y su raigambre en nuestro medio por personajes del medio del arte y la cultura en México. Raúl Anguiano (pintor), Carlos Prieto (músico), Alí Chumacero (poeta), José Solé (director de teatro), José Luis Cuevas (pintor), Juan José Arreola (escritor), Leonardo Páez (periodista), quienes expresan lo que a través de sus vivencias la tauromaquia en México les ha dejado en su vida o en su quehacer artístico.

Del texto del violoncelista Carlos Prieto extraigo lo que sigue:
Tuve el privilegio de conocer a Stravinsky desde mi niñez… Su último viaje a México fue en 1962 y en esa ocasión no sólo venía el compositor a dirigir dos conciertos… vivimos mi hermano y yo la insólita experiencia de presenciar una novillada en la Plaza México en compañía de Igor y Vera Stravinsky y de su amigo, el director Robert Craft… Pronto pudimos advertir que su afirmación de conocer bien la fiesta brava había sido algo exagerada y que el insigne compositor era, en realidad, un villamelón insigne. Al ver los petos de los caballos durante el paseíllo quiso saber cuál era el propósito de los “matelas” (los “colchones”) y, al aparecer en el ruedo el primer novillo, nos hizo esta sorprendente pregunta acerca del sexo del cornúpeta. “C’est un Monsieur o c’est une dame?” (“¿Es un señor o es una dama?”) y nos confesó que la última vez que había ido a los toros fue en Barcelona en 1904 o 1905…
De la participación de Juan José Arreola destaca:
Perdónenme todos ustedes, pero nunca sentí yo tanto la afinidad de vida o muerte, de pérdida o salvación, como en una plaza de toros, como en una de esas capillas donde los toreros rezan y se encomiendan, de rodillas a la Macarena o a la Guadalupana. Que conste, cuando después de una larguísima agonía murió Francisco Vega de los Reyes “Gitanillo de Triana”, mi hermana Elena y yo rezamos todo un novenario… Creo en lo que vive, no en lo que sobrevive. Creo en los sacerdotes como creí en los toreros valientes. Y en materia de toros y de religión, nadie puede valer más de lo que vale ante el toro de la Verdad, ya sea ante el altar o a la mitad del ruedo, ya sea que el sacerdote y el matador se juegan la vida por nosotros. La vida que nos toca en suerte puede ser noble y pastueña o resentida y derrotera…
Los textos de esta edición fueron escritos ex – profeso para la obra. Heriberto Murrieta aporta el capítulo titulado Antes del Paseíllo, que es una especie de introducción a la temática del libro y Sentido Amplio del Toreo en el cuerpo de la obra.

La segunda versión

Una década después de la aparición de la primera edición – 2004 –, la Universidad Nacional Autónoma de México re – publica la obra, en formato distinto. Ya no lleva la serie de fotografías de Sergio Rivero, pero se ilustra con imágenes de la Tauromaquia de Francisco de Goya y Lucientes.

Cubierta de la segunda versión
En esta segunda edición, de formato más pequeño, el prólogo es del Dr. Juan Ramón de la Fuente, Rector de la institución – personaje digno de encomio, quien en lo público y en lo privado, jamás ha abjurado de su afición a los toros – y se agregan otros textos, publicados en lugares diversos anteriormente por: José Alameda, Tomás Pérez Turrent, Rafael Ramírez Heredia, Luis Rius, Ignacio Solares, Xavier Villaurrutia, y Jacobo Zabludovsky. No obstante, no desentonan con los que formaron inicialmente la obra, sino que la complementan y enriquecen.

Me llama la atención particularmente el texto del poeta y dramaturgo Xavier Villaurrutia. Es una crónica del festejo taurino organizado en homenaje y beneficio de los deudos de Alberto Balderas en la que actuaron Armillita, Jesús Solórzano, Silverio Pérez, Carnicerito de México, Carlos Arruza, Andrés Blando y Conchita Cintrón. Su contenido es interesante ya no tanto por el hecho que narra, sino por la forma en la que lo hace. De ella, extraigo las siguientes líneas:
El toreo tiene, además de sus víctimas, sus mártires. El público que en esta fiesta es, como pocas veces, sinónimo del pueblo, se ha reunido ahora con doble fin: el de la ceremonia taurina por sí misma, “Armillita” no sugiere sino fórmulas precisas, que nunca lo serán tanto como su arte, en que la pasión está ausente… “Tan abierto de brazos como de piernas” toreó Silverio al cuarto de la tarde: toro que, para no ser menos, abrió sin medida los pitones. Silverio lo torea no conforme a las reglas sino conforme a excepciones… Pero ¿y la amazona? Un decidido sabor de intrusión tuvo, después de los seis toros, la suerte de rejonear. La corrida había terminado. Un viejo y sabio proverbio oriental aconsejaba no herir a la mujer ni con la hoja de una rosa, menos aún – añadiremos – con el pétalo de una revista semanal…
Así pues, tenemos aquí otro claro ejemplo de que la fiesta de los toros es cultura y motivo para otras manifestaciones culturales. Solo aquellos que padecen de una ceguera y sordera autoinducida, no lo quieren ver ni oir.

Fichas bibliográficas:

De la primera versión: Tauromaquia Mexicana. Imagen y Pensamiento. – Heriberto Murrieta (coordinador). Sergio Rivero Beneitez (imagen). – Fernández Cueto Editores, México, 1ª edición, 1994, 127 Págs. (Con ilustraciones a color). ISBN 968 – 6510 – 20 – 6. 

De la segunda versión: Tauromaquia Mexicana. – Heriberto Murrieta (coordinador). Francisco de Goya y Lucientes (imagen). – Universidad Nacional Autónoma de México, México, 1ª edición, 2004, 162 Págs. (Con ilustraciones a color). ISBN 970 – 32 – 1220 – 4. 

domingo, 22 de junio de 2014

Hace medio siglo: Gabino Aguilar recibe la alternativa en la Corrida de la Beneficencia

El anuncio original de la Beneficencia del 64
Necesaria aclaración: Hace cinco años publiqué aquí mismo una versión distinta de esta misma entrada. Habiéndose cumplido el aniversario de oro de este hecho singular e irrepetible para nuestra historia del toreo, repito algunas cosas dichas entonces y agrego alguna información hallada a posteriori. Espero encuentren esto de interés.

La Corrida de la Beneficencia marcó en su día la cima de la temporada de Madrid, pues tradicionalmente reunía a los triunfadores de su feria de San Isidro en un cartel que tendía a ser considerado redondo. Hoy en día su trascender resulta ser más mediático que de efectividad taurina, pues ya no se programa a partir de triunfadores, sino que se anuncia conjuntamente con la feria de mayo y sin tener en cuenta los méritos de los participantes para estar en ella, restándole interés para la verdadera afición y transformándola en un mero acontecimiento social al margen de lo taurino.

La Corrida de la Beneficencia de hace 50 años representó para la fiesta mexicana un hito importante, pues en ella recibió la alternativa el hoy ganadero de toros de lidia Gabino Aguilar, convirtiéndose así en el quinto mexicano en recibir los trastos en la principal plaza de Madrid, tras de Ponciano Díaz, Refulgente Álvarez, Edmundo Maldonado Tato y Antonio del Olivar. Los tres primeros recibirían el grado en la plaza de la Carretera de Aragón y el emeritense radicado en Celaya y Gabino, en la vigente de Las Ventas.

Gabino Aguilar León nació en la hacienda de San Mateo Huiscolotepec, asiento de la ganadería de Piedras Negras en el año de 1941 y su padre del mismo nombre, probó suerte en los redondeles también, habiendo cortado una oreja a un novillo de La Laguna en el viejo Toreo el 22 de octubre de 1933. Gabino hijo se presentó como novillero en Tlaxcala en 1959 y hace lo propio en la Plaza México el 2 de septiembre de 1962, despertando el interés de la afición mexicana al contender con Abel Flores El Papelero en las principales plazas de la república por el cetro de la novillería nacional.

El momento de la cesión de trastos
Marcha a España en 1963, forjando allá una interesante campaña de 25 novilladas, en las que destacan 4 tardes en Las Ventas y 2 en Sevilla, estas, saldadas con corte de dos orejas cada una. La primera fue el 30 de junio, cuando para lidiar novillos de Manuel Álvarez, actuaron la rejoneadora Amina Assís y a pie, Agustín Rodríguez, Manuel Álvarez El Bala y Gabino y la segunda, el 11 de agosto, en la que alternando con Miguel Oropesa y Manuel Aibar se llevó una oreja de cada uno de los José María Soto de la Fuente que le tocaron en suerte, además de matar uno de los del lote de Oropesa, que fue herido por el que abrió plaza.

La temporada de la alternativa la cerró con 7 novilladas y 16 corridas. La Beneficencia de 1964 se celebraría el martes 23 de junio y se había anunciado originalmente con toros de Atanasio Fernández para Manuel Benítez El Cordobés, Agapito García Serranito y Gabino Aguilar que recibiría la alternativa, pero Serranito, quien a su vez la había apenas el 17 de mayo anterior, fue herido 9 días antes de la corrida en Madrid por un toro de Manuel Santos Galache, razón por la cual debió ser sustituido y para ello se eligió al segoviano Andrés Hernando, motivo por el cual, el de Palma del Río ya no fungiría como padrino de nuestro paisano, dada la diferencia de antigüedades.

La relación de la corrida, escrita por Manuel Lozano Sevilla para el diario La Vanguardia de Barcelona del día 24 de junio de 1964 es la siguiente:
La corrida de Beneficencia de este año fue honrada con la presencia de SS.EE., el Jefe del Estado y esposa, a quienes el público, puesto en pie, hizo objeto de una clamorosa ovación, repetida cada vez que los toreros brindaron al Caudillo sus primeras faenas; cariñosas muestras dé entusiasmó registradas de nuevo cuando abandonaron el palco de honor a los acordes del Himno Nacional... Don Atanasio Fernández, uno de los mejores ganaderos de reses bravas en la actualidad, envió una corrida muy bonita, fina, de excelente presentación y sobre todo, que salió brava y manejable, que es lo bueno; principalmente el segundo y quinto toros fueron superiores. Así como suena. Otro triunfo, pues, para don Atanasio, ganador, por cierto, del trofeo que el Ayuntamiento madrileño otorga todos los años al toro más bravo de la Feria de San Isidro, en la que se lidiaron cerca del centenar... Lucida actuación de Gabino Aguilar. El mejicano Gabino Aguilar, que tomaba la alternativa, tuvo también una lucida actuación, mostrándose buen torero con capa y muleta y escuchando muchísimos aplausos a lo largo de la corrida. Lástima que no estuviera acertado con la espada, aunque siempre entrase a matar valientemente. De todas maneras fue ovacionado al acabar con sus dos enemigos y en el que cerró plaza debió dar la Vuelta al ruedo, a la que se opusieron algunos exigentes, ignoramos por qué causa. El mejor elogio que podemos hacer del diestro mejicano es que no parecía ésta su primera corrida de toros, sino la sesenta o la setenta… Resumen: Un festejo brillantísimo, triunfo clamoroso de ese torero que ha revolucionado la fiesta brava, llamado “El Cordobés”, autor de un pase natural sencillamente maravilloso; éxito grande también de Andrés Hernando, y… todos contentos, que es lo bueno… ¡Ah! Las cuadrillas muy acertadas, y registremos que Antoñete Iglesias, el fino y veterano peón, se retiró del toreo. Que Dios le de mucha suerte en su vida particular… Finalizada la corrida, ocho bellas amazonas llegadas a España con los charros mexicanos, realizaron una bonita exhibición de su maestría como caballistas, siendo muy aplaudidas...
En el semanario El Ruedo de Madrid, aparecido una semana después de la corrida, la apreciación que se hace de la actuación de Gabino Aguilar la tarde de su alternativa es la siguiente:
En tarde tan comprometida, el mejicano Gabino Aguilar toma la alternativa. El mejicano ha cumplido con decoro fecha tan señalada en la carrera de un torero. Puso de manifiesto su valor, un valor a prueba de bomba. Su primer toro poco propicio al lucimiento. Un toro distraído al que logra muletear por ambos lados con evidente exposición y al que mata de estocada corta. En su segundo, Gabino Aguilar expuso mucho. El toro tenía temperamento y varias veces estuvo a punto el mejicano de ir a la enfermería. En este toro el mejicano torea con la capa y la muleta con más lucimiento. Pinchazo y media que basta…
La portada de El Ruedo del 30 de junio de 1964
No recurro en esta oportunidad a la crónica de Antonio Díaz – Cañabate en el ABC de Madrid, que dedica escasas seis líneas a la actuación de Gabino – su disgusto por los nuestros es patente en la mayoría de sus crónicas – aunque resalto que El Ruedo le dedicó al toricantano la portada del ejemplar en el que se narran los hechos de la corrida de su doctorado.

Gabino Aguilar confirmó su alternativa madrileña en la Plaza México el 17 de enero de 1965, llevando como padrino a Alfredo Leal y atestiguando Santiago Martín El Viti. El toro de la ceremonia se llamó Juerguista y fue de Torrecilla. A partir de esa campaña concentró sus actuaciones únicamente en ruedos de México y en la actualidad Gabino Aguilar sigue ligado a la fiesta mediante la titularidad de la ganadería de El Batán, ubicada en el Estado de Querétaro y formada con simiente encastada en Piedras Negras y La Laguna, con la que ha logrado significativos triunfos en plazas importantes de la República Mexicana.

domingo, 15 de junio de 2014

El traje nuevo del emperador

La pasada semana escribía aquí acerca de la aparente bipolaridad del público de Las Ventas. Después de haber dejado aquí las líneas que anteceden a éstas, tuve un feliz encuentro con un amigo con el que compartí lides peñistas y recordamos aconteceres de aquellos días. Entre lo que sacamos del cajón del olvido fue un tema que presentó titulado Los toreros elegantes y que despertó entre los reunidos en aquellos años – hará unos 15, quizás – una interesante discusión porque la elegancia en el toreo es una variable que se comenta poco y cuando se valora, tiene un sentido secundario y hasta peyorativo. 

Dice Alameda a propósito de Rodolfo Gaona y su traída y llevada elegancia:
Le llamaron en México “El Petronio del toreo” y con ello no le hicieron favor alguno, pues con ello se recalca lo más externo de su arte, la ya dicha y redicha elegancia… Algunos, por ensalzar a un torero, lo rebajan. Llamarle a Gaona “Petronio del toreo”, no es lo más, es lo menos que puede decirse de él… (El Hilo del Toreo, Págs. 151 – 152)
Alfonso Langle – es el nombre de mi amigo – me facilitó una copia del texto que leyó aquella noche de jueves y tras de leerla de nuevo, me encontré con la remembranza que hace Bebe Chico en sus Festivales de España acerca de la épica vivida por César Rincón con Bastonito de Baltasar Ibán hace veinte años, me pareció que ambos temas están vinculados de alguna manera con lo que hoy ocurre en lo que se da en considerar como la plaza de toros más importante del mundo.

Bebe Chico cita entre otras, la glosa que en su día hizo Andrés de Miguel para el desaparecido Diario 16 de Madrid y se lee lo que sigue:
«No hay más toreo que el toreo… el que se hace exponiendo generosamente la vida a cambio de ganar la vida del toro, después de someterlo a la voluntad dominadora del hombre… Alucinados, asistíamos a la ofrenda generosa de la vida del profeta que entregaba su vida al toro bravo arquetípico en los primeros derechazos de cada tanda, cargando la suerte y desviando el viaje del toro. El toro, bravísimo, no cesaba de pedir más, y puesto que más pedía, Rincón lo dominó en el toreo al natural… El rito pide la sangre del toro, pero éste sólo estaba dispuesto a entregarla a cambio de la del torero, y Rincón, generoso, le cambió la vida por la suya, que entregó al ara de los cuernos del toro bravo. Nunca había asistido a un momento tan fuerte, donde un torero de verdad estaba representando el rito del toreo con un toro mítico. Lo representó como debió ser el encuentro primero, a sangre y fuego…»
Ergo, lo que se hace con los engaños delante de un toro que no quepa dentro de los calificativos tan claramente descritos por Andrés de Miguel será cualquier cosa, menos toreo. En beneficio de la duda, lo calificaré como pegar pases o dar pases para no abandonar los terrenos de la tauromaquia y recurrir a la expresión textual de don Domingo Ortega, quien con acierto define así a la simulación del toreo.

Pero, ¿qué sucede cuando el dar pases se envuelve en un ropaje de elegancia? Pues que la belleza más o menos extravagante – elegante – del pegapasismo es capaz de deslumbrar y de engañar al espectador, haciendo posible que se le considere toreo y por añadidura, artístico.

Esa situación me recordó un cuento de Andersen, que me sirvió para titular esta entrada, en el que entre otras cosas, se narra lo que sigue:
«...montaron un telar y simularon que trabajaban; pero no tenían nada en la máquina. A pesar de ello, se hicieron suministrar las sedas más finas y el oro de mejor calidad, que se embolsaron bonitamente, mientras seguían haciendo como que trabajaban en los telares vacíos hasta muy entrada la noche... Todos los moradores de la capital hablaban de la magnífica tela, tanto, que el Emperador quiso verla con sus propios ojos antes de que la sacasen del telar. Seguido de una multitud de personajes escogidos, entre los cuales figuraban los dos probos funcionarios de marras, se encaminó a la casa donde paraban los pícaros, los cuales continuaban tejiendo con todas sus fuerzas, aunque sin hebras ni hilados...»
Así sucede hoy en Madrid – desde mi particular perspectiva –, se hila en el vacío. Se aclama el pegado de pases envuelto en la vacía elegancia a la que en su día señaló José Alameda como un mero accidente y se ignora o se deja de reconocer el toreo que es llamado eterno y que ni siquiera requiere calificativos, como afortunadamente lo expresó hace dos décadas Andrés de Miguel. El traje nuevo del emperador es pues, ese pegapasismo envuelto en elegancia al que todo mundo aclama y en el que cree ver el toreo.

¿Será que la cátedra se ha vuelto cateta? ¿Será que en la Feria, el clavel es ahora el distintivo de los isidros? Pareciera ser así, porque la falta de respeto con la que se ha tratado a quienes han hecho el toreo y con la que se ha aclamado a toros que – voy a repetir – ocultaron su mansedumbre tras un velo de genio, no es propio de una afición que reclama para sí el estandarte de la primera del mundo.

Retomo el cuento de Andersen:
«Nadie permitía que los demás se diesen cuenta de que nada veía, para no ser tenido por incapaz en su cargo o por estúpido. Ningún traje del Monarca había tenido tanto éxito como aquél... ¡Pero si no lleva nada! -exclamó de pronto un niño... ¡Dios bendito, escuchen la voz de la inocencia! -dijo su padre; y todo el mundo se fue repitiendo al oído lo que acababa de decir el pequeño... ¡No lleva nada; es un chiquillo el que dice que no lleva nada!... ¡Pero si no lleva nada! -gritó, al fin, el pueblo entero... Aquello inquietó al Emperador, pues barruntaba que el pueblo tenía razón; mas pensó: “Hay que aguantar hasta el fin”. Y siguió más altivo que antes; y los ayudas de cámara continuaron sosteniendo la inexistente cola».
La comunicación de la fiesta, al igual que en la historia que cito pretende soslayar la oquedad de lo que hoy por hoy pasa en casi todos los ruedos y de acallar las voces que señalan esa ausencia del toreo en los festejos que se dan. Pero no hay mal que dure cien años y como en el cuento, seguramente irá creciendo el número de voces que se enteren de que eso que se quiere hacer pasar por toreo – con su envoltura de elegancia – es otra cosa bien distinta, que produce emociones auténticas.

Aclaración necesaria: Al tener casi concluido este mamotreto, me crucé en el éter con mi amigo Enrique Martín y al comentarle el título pensado me comentó que él ya lo había utilizado. Encontré la entrada que él publicó el viernes 2 de abril del año 2010 – y que pueden leer aquí –. Ya decidirán Ustedes si Enrique y servidor nos referimos a la misma ropita o si el emperador anda de estreno.

domingo, 8 de junio de 2014

Ética, estética, patética… ¿y la épica?

En el primer tercio del año 2003 David Silveti concedió a Francisco Prieto y a Eduardo Garza una extensa entrevista a propósito del anuncio que hizo de que debido a una lesión neurológica causada por un percance sufrido en San Miguel de Allende al final del año anterior, se veía precisado a dejar los ruedos en definitiva. En esa charla con los entrevistadores, El Rey David habla de lo que fue su vida en los ruedos, de lo que esperaba para el porvenir – que él mismo se encargaría de truncar meses después – y de lo que representaba para él la fiesta de los toros.

En uno de los diálogos iniciales, David Silveti expresó lo siguiente:
Haces cosas técnicamente aberrantes y, sin embargo, las haces porque ves que las puedes hacer y porque estás muy entregado y muy lanzado… En el toreo paralelo yo ya no me cruzaba sino que, a diferencia de Manolete, que dejaba la muleta atrasada, yo la echaba para adelante y únicamente corría la mano. Gané mucho en verticalidad, que es parte de la estética. Gané mucho en patética, porque los toros me pasaban cerquita – a diferencia de los toreros que se cruzan –. Siempre fui muy respetuoso de la parte ética, del ser coherente dentro y fuera del ruedo, de una serie de cosas por respeto a mis antepasados, a todos los que han regado sangre en la arena por defender una posición. Entonces me tomé como norma estos tres pilares: la ética, la estética y la patética… (Ética, estética y patética: tres ejes del arte taurino. – Ixtus, número 43, año XI, Homenaje a David Silveti, México, 2003, Págs. 91 – 92)
La ética

La declaración de principios – en retrospectiva – que hace David Silveti implica que el ejercicio del toreo lleva implícita una moralidad, un conjunto de virtudes que, desde un enfoque aristotélico, deben desarrollarse como hábitos – la valentía o la templanza – pues como afirmaba el estagirita, para ser valeroso, hay que actuar valerosamente. Cuando esas virtudes son llevadas a un ejercicio, toman la forma de saber práctico, de excelencia en la deliberación. Las virtudes se desarrollan con el aprendizaje y maduran con la experiencia.  De aquí podemos derivar que el toreo, como la vida es más compleja que un simple juego de teorías y de reglas, pero esas reglas y teorías son el cimiento de un ser y un estar, en este caso, en el ruedo, que hace diferente al torero que se sujeta a ellas, de todos los demás.

La estética

Luego, hace referencia a la estética. Samuel Ramos, filósofo mexicano, afirma lo siguiente:
Puesto que la estética tiene que definir el concepto del arte, su gran problema radica en la multitud de formas históricas que apenas parecen tener algo de común entre sí. Las formas del arte varían con los pueblos, las épocas, las culturas, los lugares; en un mismo lugar y en el mismo tiempo, el arte varía de individuo a individuo. Los valores artísticos tienen altas y bajas, a veces en cortos intervalos y parecen estar sujetos al capricho de la moda… Una vez acabada la obra de arte y salida de las manos de su autor, empieza a vivir una vida propia… La obra de arte una vez creada ejerce por contragolpe una sugestión en el espíritu de su propio autor y, con frecuencia, traza el cauce de sus creaciones posteriores. En un cierto momento, por debilitamiento del poder creativo, puede darse el caso del artista preso en su propia obra y condenado a repetirse a sí mismo…
La obra de arte vive por sí sola y ostenta cualidades objetivas, pero no necesariamente existe como cosa en sí. Efectivamente tiene un sustrato material, aunque lo artístico de la obra no radique en esa materialidad. La obra de arte se presenta como tal, solo cuando es apreciada por un espectador. Es allí cuando la obra de arte se convierte en objeto estético o como algunos lo señalan, un objeto de apreciación estética.

La materialidad de la obra de arte en la tauromaquia se circunscribe a la conjunción del toro y del torero en el redondel. Es una materialidad efímera, puesto que cada lance de la lidia es irrepetible. También, esa materialidad es fugaz, porque una vez llevada a cabo una faena, no queda más que en la mente del espectador y en la reproducción, más o menos fiel que de algunos instantes de ella se realizan. Al final, lo que queda para trascender, es el conjunto de sensaciones que toro y torero produjeron en quien los presenció, sensaciones que ningún medio puede reproducir.

La patética

Y lo que el hijo y nieto de los Juanes llama la patética. Según el diccionario de la lengua, patético es aquello que es capaz de mover y agitar el ánimo infundiéndole afectos vehementes, y con particularidad dolor, tristeza o melancolía.

Entonces, esa patética se traduciría, creo, en la capacidad del artista de transmitir a sus observadores los sentimientos que pretende transmitir con la obra realizada o en el caso de la tauromaquia, con la faena que se realiza, pues dadas las características del arte del toreo – fugaz, efímero, pero trascendente – la comunicación con el espectador tiene que producirse en el instante mismo de la creación, no puede dejarse para después, porque entonces, ya no habrá obra, habrá concluido, fenecido.

La épica

La épica es la narración o el canto de lo heroico. Lato sensu, podrá afirmarse que el toreo lleva implícita su propia épica porque quien se viste de luces y enfrenta un astado tiene un cierto dejo de heroísmo. En otros tiempos quizás fuera así. Hoy con el toro determinado – Alameda dixit – el valor estética es el que parece primar sobre todos los demás y el de la ética parece ser el que se ha quedado al final de la escala de valores.

Pero hay oportunidades en las que tenemos la ocasión de recordar que el torero es mucho más que un héroe literario. Lo pudimos apreciar el pasado jueves 5 de junio en la plaza de Las Ventas, cuando una seria corrida de Victorino Martín exhibió por una parte, que el arte del toreo no es solo aquello de pegar pases – dar pases no es lo mismo que torear dijo textualmente Ortega – sino que implica el saber lidiar y el poder a los toros que no son adecuados al toreo que hoy gusta.

En casos como éste los toreros no pudieron expresar lo que la mayoría entiende como arte. La opción que les quedó a los torero fue la de – materialmente – jugarse la vida y lidiar y matar lo que le salió de los toriles de la plaza, es decir, luchar con el toro incitándolo y esquivando sus acometidas hasta darle muerte

Los toreros salieron entre almohadillas y pitos de la plaza. Manolo Rubio, tercero de la cuadrilla de Antonio Ferrera, con una cornada y una lesión de ligamentos en una rodilla que quizás le quite de torero. Y los toros de Victorino Martín se fueron al desolladero entre inmerecidas ovaciones, cuando en realidad ocultaron su mansedumbre con genio. 

Peligrosa bipolaridad de un público – excluyo al aficionado cabal – que dos días antes daba síntomas de su padecer al dividirle la opinión a Diego Urdiales tras de hacer el toreo y un par de toros después, pedir dos generosísimas orejas para Miguel Ángel Perera y al día siguiente volver a abrir la puerta grande a Daniel Luque en lo que pareció una barata de liquidación de premios por final de feria.

Rematando

David Silveti no enunció a la épica como valor en su declaración de principios y sin embargo está bien presente. Los toreros son héroes más allá de la literatura – de color o no – y han escrito brillantes páginas a partir de esa arista del hacer en los ruedos. No nos olvidemos de ella y no dejemos también de respetarla.

Aldeanos