domingo, 7 de marzo de 2021

1947: Eva Perón va a los toros en Madrid

Eva Perón en el Palco Real de Las Ventas
Foto: EFE - La Fototeca
Eva Duarte de Perón tenía la obsesión de obtener la presidencia de la importante Sociedad de Beneficencia de Buenos Aires, regentada por las damas de la más alta sociedad de la capital de Argentina. Dado su origen y su actuar en política, de manera sistemática su intención fue rechazada de manera elegante. En 1947, el jefe del Estado Español, Francisco Franco, invitó al presidente de Argentina, Juan Domingo Perón a visitar tierras ibéricas. La invitación tenía motivos comerciales, España necesitaba los granos que en las tierras australes americanas se producían y que con la exclusión de España del Plan Marshall, eran escasos de otras partes del mundo para los países no beneficiados con este.

Perón declinó la invitación, pero su esposa, una inteligente mujer en cuestiones de política – independientemente de sus métodos – consiguió que el presidente aceptara la invitación para ella. Y surgió la llamada Gira del Arco Iris, misma que Eva Duarte aprovecharía para relacionarse con las diversas casas reales europeas y de esa manera obtener, desde su personal punto de vista, el pedigree suficiente para poder presidir la mencionada Sociedad de Beneficencia.

Su primera parada europea fue en Madrid. Escribe W. A. Harbinson:

Parando primero en España, ofreció los saludos de un dictador al otro, diciendo al General Franco: ‘no he venido aquí a establecer un eje, sino solamente como un arco iris entre nuestras naciones…’. El General Franco, un viejo zorro, le otorgó a la belleza forrada en mink la Gran Cruz de Isabel la Católica y la mandó a las plazas a saludar a los españoles. Los españoles, quienes siempre se enamoran de mujeres envueltas en plumas de avestruz y abrigos de piel, le dieron una extraordinaria recepción, mientras Evita daba obsequios en mano, a veces hasta de 1000 libras diarias…

Eva Perón en los toros

Había que mostrar España a la ilustre visitante y llevarla a los toros estaba dentro de la cuestión, indudablemente. Para ello se programó para el jueves 12 de junio de 1947, una corrida de toros en la plaza de toros de Las Ventas de Madrid en la que se lidiarían seis toros de don Clemente Tassara y un novillo de don Manuel Arranz, para el rejoneador Pepe Anastasio, Rafael Vega de los Reyes Gitanillo de Triana, Pepe Luis Vázquez y Raúl Acha Rovira. Sin dudar de los méritos de este último, quiero pensar que su inclusión en el cartel tenía su ingrediente político, pues, aunque su nacionalidad era peruana, nació en tierras de Argentina.

Las crónicas de los diarios españoles narran un festejo que fue anodino hasta que Rovira cortó la única oreja que en él se otorgó, pero la prensa extranjera habla de que tuvo sus accidentes, entre otros, que comenzó con algo así como media hora de retraso, porque la invitada de honor simplemente… llegó tarde. Dice la edición de la revista norteamericana Time del 23 de junio de 1947:

Una rubia apresurada ...Era el día más caluroso del año cuando el Dictador Franco le impuso a Evita la Gran Cruz de Isabel la Católica incrustada de diamantes, pero Evita vestía una larga estola de mink. En la función especial de Fuente Ovejuna ofrecida en el Teatro Español, Evita lució una larga capa de plumas de avestruz. En los toros, que iniciaron media hora tarde por su causa (ni para Alfonso XIII se difirió el inicio de una corrida), Evita deslumbró de nueva cuenta a los españoles. Se presentó de mantilla (tradicionalmente lucida rigurosamente recta) colocada sobre una peineta levantada desenfadadamente sobre su oreja...

Como se ve, fue a Roma, pero no hizo lo que vio. Se comportó como si estuviera en su casa – seguramente se tomó a la letra aquello de mi casa es su casa – y no entendió o no quiso entender que hay cosas que tienen una sola manera de ser. Y una de esas cosas, son los toros, que deben comenzar siempre a la hora anunciada.

El triunfo de Rovira

Raúl Acha le cortó la oreja al tercero de la tarde. Si hemos de atender a la descripción de la faena que hizo en su día R. Capdevila en el diario Arriba de la capital española, la realizó en un palmo de terreno, pues entre otras cosas, dice esto:

…Lo que recuerdo bien, señora, es que al salir Rovira a su faena al tercer toro, los arrastres – y varias incidencias de la lidia en los medios – habían emborronado aquel escudo que estaba ya lo mismo que los mapas que pintan los niños con sus cajas de lápices cuando después les pasan torpemente el difumino o la goma, e incluso los dedos. Quedaba solamente intacto, limpio, un sector de cenefa hacia la puerta de cuadrillas, iluminado en parte por el sol y en él, precisamente, la bandera de ustedes, señora, con sus franjas azules encima y debajo del blanco.

Fue allí donde Rovira, en su propia bandera, plantó un pabellón de gallardía y de audacia. Iba a decir que parecía que los colores argentinos le trasfundían su entusiasmo, a través de las suelas flexibles de sus zapatillas de torear; pero no sería exacto señora, porque Rovira no llegó a pisarlos. Ni en la angostura, difícil, de la brega. Estuvo al filo de ellos justamente. Se podría decir que a su sombra. Y que a su sombra obtuvo el éxito. Ese éxito que es en los toros, la oreja. La vuelta al redondel, con la oreja en la mano, después de la nevada de pañuelos volando por toda la plaza.

De esta forma, señora, merced a Rovira – Rovira de ustedes – tuvo usted un apunte de toros que incorporar a su álbum de estampas de España: de sus días – ojalá inolvidables – de España. Porque aparte Rovira, señora, la corrida de toros solo estaba pasando. Pasando, nada más. Sin pena ni gloria, decimos aquí…

Manuel Sánchez del Arco Giraldillo, en el ABC de Madrid, por su parte, relata:

La tarde fue para el argentino Raúl Ochoa “Rovira”. No triunfó al hilo de la ocasión sentimental, sino que esta fue para él un estímulo... A la hora definitiva clavó los pies en el suelo. Citó, cruzadísimo, aguantó la entrada espeluznante y logró los pases. ¡Había corrida de toros! El público ponía un son hondo de ovaciones. A “Rovira” se le discute mucho. Yo le he visto torear poco y, sin enjuiciar, me limito a referir. Aquello era hacer una faena a pulso. Aquello era dar a una tarde desvaída tensión española... fundiéndose con el toro, pero con movimiento distinto, sin confusión ni barullo, dejando ver la faena, su calidad y su emoción, dijeron que había toros en Madrid. Estaba toreando “Rovira”, el discutido... Un volapié clásico, y la mano de “Rovira” llega al pelo mojado en sangre. Descabella a pulso, y la ovación, que no ha cesado, reclama la oreja para el argentino, quien da la vuelta al ruedo luciendo en sus manos el galardón supremo de su tarde de toros en Madrid. Ello en una tarde en que no había toros y que por él tuvo vibración española...

Hoy en día el corte de una sola oreja puede parecer hasta minimalista, pero en aquellos días, una oreja en Madrid era casi siempre el signo de un triunfo rotundo. Y Rovira se alzó con él y eso le valió en su día, ser considerado como torero de Madrid, un título que no es gratuito y que en muchas ocasiones pesa como una losa.

El resto del festejo y el fin de la fiesta

Voy a retornar a la crónica de don Celestino Espinosa R. Capdevila, para tratar de condensar lo demás que sucedió en esta corrida, que sin duda, por las causas que la motivaron, merece el calificativo de extraordinaria y así, el cronista escribe:

Esto son cosas solo de nosotros, que así pudimos ver lo deslucido que estuvo el rejoneo de principio de tarde, a cargo de Pepe Anastasio, y lo incoloro de las actuaciones de Gitanillo de Triana y de Pepe Luis Vázquez, por culpa fundamental del tono de moruchos que sacó la corrida de Tassara. Eso son cosas de nosotros, que dejo entre nosotros. Y que pueden quedar entre nosotros, porque ayer, realmente, la Fiesta no estaba en el ruedo. La Fiesta, señora, la fiesta de nuestros ojos y de nuestros corazones, estaba en su palco. Y esa sí que fue fiesta cumplida…

Me tranquiliza, sin embargo, el sentir hondamente que los españoles todos, al conjuro de su sonrisa clara, tenemos algo que decirla: los españoles todos, hasta el de menos importancia. Como yo. Y que en ese decir, de mi escribir constante en los tendidos de las plazas de toros, no podía ser hoy sino esto: Señora, en la corrida de ayer tarde, a no ser por Rovira el argentino, ha habido poca fiesta en la arena del ruedo, sería que la fiesta, la verdadera fiesta de la plaza para todos nosotros – los aficionados madrileños – estaba y bien cumplida en el palco de usted.

Así fueron los sucesos de un festejo taurino de hace casi 74 años, en el que la política se entreveró con los toros y en el que al final, lo taurino, vino a ser lo que terminó reluciendo. Y es que, quiérase o no, la grandeza de la fiesta es como el sol, no se puede tapar con un dedo – o con más –, por más torpes intentos que se hagan.

domingo, 28 de febrero de 2021

25 de febrero de 1945: David Liceaga y Florista de Torrecilla

David Liceaga
La decimosexta corrida de la temporada hispano – mexicana 1944 – 45 en El Toreo de la Condesa, primera que contaba con toreros españoles después del rompimiento de 1936, se programó inicialmente para el 18 de febrero de 1945, pero el repentino fallecimiento – en circunstancias nunca aclaradas – en Atlixco o en Puebla – según se vea –, la víspera, del general Maximino Ávila Camacho, en esos días Secretario de Comunicaciones y Obras Públicas y además accionista mayoritario de El Toreo, S.A., propietaria del principal coso de este país, complicó las cosas para sus operadores en la plaza de la colonia Condesa.

En esas circunstancias, don Maximino, que en los hechos era el factótum de las cosas de la fiesta en este país, al fallecer repentinamente, motivó que en señal de luto, varias corridas programadas para el día siguiente se suspendieran o pospusieran. Esa suerte la corrieron las de El Toreo en la que estaban anunciados Silverio Pérez, David Liceaga y Antonio Bienvenida con toros de Torrecilla; la de San Luis Potosí en la que deberían haber actuado Luis Castro El Soldado y Pepe Luis Vázquez y la de Orizaba, en la que estaba anunciado Rafael Ortega Gallito como cabeza de cartel, aunque algunas otras, como la de Guadalajara, en la que actuaron Gitanillo de Triana y Luis Procuna con toros también de don Julián Llaguno, se llevaron a cabo con normalidad.

La 16ª de la temporada 44 – 45 

Dado el infausto hecho anterior, don Antonio Algara recorrió una semana el festejo anunciado y éste se celebro el domingo 25 de febrero. Las crónicas no revelan que se haya recordado o guardado algún minuto de silencio en memoria del general Ávila Camacho.

Fue una corrida triunfal, Silverio Pérez le cortó el rabo al toro Escultor, después de una faena derechista de las suyas y aunque su estocada fue defectuosa, la gente se le entregó como sabía hacerlo. Antonio Bienvenida por su parte, tuvo, creo, su actuación más redonda en la plaza de la colonia Condesa, pues le cortó una oreja a cada uno de los toros de su lote Cafetero y Sabroso. Hubiera obtenido más trofeos, pues ambas orejas las obtuvo después de pinchar en lo alto a ambos toros.

El otro gran triunfador fue don Julián Llaguno, quien envió una corrida seria, brava, bien presentada. Tras la lidia del quinto, que recibió los honores de la vuelta al ruedo, fue sacado a dar la vuelta por David Liceaga que vestía de negro y oro en compañía de Silverio Pérez, con terno azul rey y oro y Antonio Bienvenida que llevaba un vestido blanco y oro. Don Luis de la Torre El – Hombre – Que – No – Cree – En – Nada en su columna aparecida en el semanario La Lidia de México del 9 de marzo de 1945, juzga así el encierro de Torrecilla lidiado en la fecha:

La vacada de Torrecilla, envió para esta corrida seis toros, muy bien presentados, de magnífico trapío y de los cuales, solamente los corridos en primero y segundo turno mansurronearon en los tres tercios, siendo los cuatro restantes de bravura ejemplar, fuertes, codiciosos, de envidiable suavidad y nobles a carta cabal, no ofreciendo dificultad alguna y mereciendo por ello su criador los honores de recorrer el anillo en compañía de quienes supieron hacerlos lucir, realzando su bravura.

¡Así siempre, señor Llaguno!...

Por su parte, Roque Armando Sosa Ferreyro, Don Tancredo, en el ejemplar de La Fiesta, aparecido el 28 de febrero de 1945, reflexiona lo siguiente acerca de los toros de Torrecilla lidiado en esa ocasión:

...Torrecilla envió un encierro de toros que tuvieron la edad, el peso y el trapío requeridos, toros de ejemplar bravura y nobleza que acusaron su casta en los tres tercios e hicieron posible el triunfo de los toreros... El público, envenenado por interesadas y sistemáticas campañas en contra de los ganaderos zacatecanos don Antonio y don Julián Llaguno, está predispuesto contra los toros que lucen las divisas de San Mateo y Torrecilla; y sí en otras vacadas se toleran... Pero la calidad de los bureles de Torrecilla exigió que se rindiera el homenaje de la ovación popular al ganadero, y después del faenón de Liceaga y después de la hazaña de “Bienvenida”, mientras que los despojos de los toros quinto y sexto eran paseados triunfalmente por el ruedo, don Julián Llaguno tuvo que recorrer la arena para recibir las palmas de los aficionados mientras las notas jubilosas de la marcha “Zacatecas” enmarcaban su victoria...

David Liceaga y Florista

El quinto de la tarde fue nombrado Florista, número 18, negro y dice la crónica de quien firmó como Francisco Montes en el semanario La Lidia de México del 2 de marzo de 1945, que era cómodo de cabeza. Poco hizo David con la capa y contra su costumbre, no tomó las banderillas, pues en el primero se recrudeció una lesión que venía padeciendo y no pudo concluir el segundo tercio. Desde el inicio tomó la muleta con la mano izquierda y como dice la crónica, solamente utilizó la derecha para empuñar la espada a la hora de matar:

David toma los trastos y viene la faena más clásica que hemos visto de muchos años a la fecha, el toreo izquierdista que tiene gran mérito en su mejor expresión, una faena en la que no se acordó de la mano derecha más que para entrar a matar; la inició con una serie de estupendos naturales en los que corrió la mano y que ligó clásicamente, como mandan los cánones, con el forzado de pecho; una pausa y otra serie de naturales engarzados armónicamente, que arrancaron delirantes ovaciones y hacen sonar la charanga; liga sus naturales con un pase afarolado, seguido de uno de pecho estupendo; otra serie de naturales que le resultaron eternos y que convierten la plaza en un manicomio, se tira a matar y deja una estocada a un tiempo en buen sitio que hace rodar al bravo astado, con el que David ha ejecutado una de las faenas más meritorias y más clásicas que hemos visto en el coso de la Condesa; la plaza entera, emocionada, pide los máximos honores para David al que conceden la oreja y el rabo, dando la vuelta al anillo devolviendo prendas de vestir, otra vuelta más en la que saca al ganadero que en compañía de los diestros alternantes recorre el ruedo en medio de la apoteosis del respetable. David Liceaga se ha consagrado definitivamente con una faena clásica, como mandan los cánones. David Liceaga, figura indiscutible de la torería contemporánea…

Una gran faena realizada exclusivamente con la mano izquierda, toreo al natural puro y duro. Algo que no se veía frecuentemente y que no se ve todavía con regularidad en estos tiempos que corren.

La visión de Don Tancredo, en el ejemplar de La Fiesta ya mencionado, cuenta:

David, el torero de las sorpresas, que siempre responde a las esperanzas de los aficionados y pone su corazón y su arte en la realización de hazañas memorables, logró superar el faenón de Silverio, ¡Y ya es decir! Para nuestro gusto el trasteo del texcocano fue de mayor calidad; pero el de Liceaga tuvo mayor mérito, pues con el quinto cornúpeta, “Florista”, trazó una de las páginas más notables en la historia de la tauromaquia en México; dando cátedra de bien torear y de clasicismo, ligó una faena exclusivamente izquierdista, con diecinueve pases naturales, cinco pases de pecho, un afarolado y un molinete, coronándola con una estocada honda y desprendida que le valió los máximos galardones; oreja y rabo... lo hecho con “Florista” destaca su nombre y su éxito para situarlo en las cimas de la fama. ¡Qué maravilla de faena, de verdadero clasicismo, exclusivamente izquierdista, que se recordará siempre como una de las más meritorias realizadas en la plaza “El Toreo” y en cualquier ruedo del mundo! ...

En el número de La Lidia de México aparecido el 9 de marzo siguiente, El – Hombre – Que – No – Cree – En – Nada, hace el siguiente análisis:

¡Sí señores! Un FAENÓN netamente izquierdista en el que brillaron de forma radiante y bella los dos pases fundamentales de toreo clásico por excelencia y por ello los más difíciles en ejecución. ¿Fueron dos o tres los que se bordaron en tan estupendo trasteo? ¡NO! La faena completísima estuvo compuesta de varias tandas de naturales auténticos, rematada cada una de ellas con el consiguiente de pecho y la intercalación de afarolados y molinetes. Ni una sola vez recurrió el Gran David al uso de la mano derecha. No la necesitó absolutamente para nada, empleándola solamente para empuñar y montar el estoque, el que, a no ser por la carencia de facultades ocasionada por la molesta dolencia, de seguro hubiera hundido en las carnes de la res, practicando la suerte de recibir, de la que en la actualidad guarda la exclusiva David Liceaga. ¡ASÍ SIEMPRE DAVID!

Lo que siguió después

Tres días después, para el último día de ese febrero, se anunció a David Liceaga en la corrida de la Oreja de Oro junto a Cagancho, El Soldado, Pepe Luis Vázquez, Antonio Bienvenida y Luis Procuna con toros de Torreón de Cañas. La lesión que arrastraba David no le permitió actuar y abrió la puerta para el surgimiento de otra figura mexicana… Ese fue el día que el sol le salió de noche a Antonio Velázquez, quien por un volado se ganó la sustitución.

Cualquiera pensaría que independientemente de este último hecho, David Liceaga sería tenido en cuenta para el resto de la temporada. No fue así, esta corrida del 25 de febrero era su tercera y última comparecencia en el ciclo, algo que hoy a la vista de los resultados, cuando menos a mí, me resulta incomprensible.

David Liceaga confesó a Leonardo Páez alguna vez:

Ser torero es muy bonito, pero más aún es respetar al toro, al público y a uno mismo. Nunca le falté a un compañero ni permití que nadie lo hiciera conmigo, pero es indudable que en el medio taurino la dignidad se vuelve un estorbo...

Quizás haya sido el hecho de tratar de defender lo logrado lo que le impidió obtener más posiciones en esa temporada o quizás fue el hecho de que, como dice el mismo Páez, era un alternante muy incómodo para las figuras de la época, porque una vez en el ruedo salía a darlo todo, estuviera quien fuera allí en el ruedo.

Sin embargo, el recuerdo de David Liceaga como uno de los grandes toreros que ha dado México estará siempre presente en la memoria de los buenos aficionados.

Aviso Parroquial: Agradezco a mi amigo Librado Jiménez el haberme puesto en los toros acerca de la crónica de Don Tancredo relativa a esta histórica tarde, se me había pasado de largo. Igualmente hago notar que los resaltados en los extractos de esa relación, en la de Francisco Montes y en el análisis de El – Hombre – Que – No – Cree – En – Nada, son imputables exclusivamente a este amanuense pues no obran así en sus respectivos originales.  

domingo, 21 de febrero de 2021

20 de febrero de 1966: Lorenzo Garza se despide de los ruedos en su plaza de Monterrey

El anuncio de la despedida
Diario El Porvenir
Todo principio tiene un final. Algo más de treinta y cinco años después, Lorenzo Garza, el torero que consideró que uno de los ingredientes para ser figura del toreo era saber dividir decidió dejar de vestir el terno de luces. Quedaban atrás aquellas ilusiones que cultivó siendo un muchacho, cuando en una peluquería de su barrio leyó, seguramente en un ejemplar de Toros y Deportes, que Rodolfo Gaona cobraba cuatro mil pesos – en oro – por corrida.

También quedaba para la historia aquella tarde en la que, entrenando de salón ya en El Toreo de la Condesa, se le acercó Adolfo Aguirre El Conejo y le preguntó si era capaz de hacerle lo mismo a los toros y ante su respuesta afirmativa, lo anunció para el siguiente domingo, el 3 de mayo de 1931, con Jesús González El Indio y Antonio Popoca, para lidiar novillos de La Punta. Fue tal la premura de su anuncio, que su nombre apareció en los carteles como Lázaro Garza.

Se volvió un agradable recuerdo el viaje a España, con un puñado de pesetas en la bolsa, su hospedaje en el gran Hotel México de Santander y su feliz y providencial encuentro con don Eduardo Pagés, que casi de inmediato lo puso a torear en aquellas tierras y lo ayudó a salir adelante hasta llegar a recibir la alternativa de manos de Juan Belmonte e iniciar la andadura que lo llevó a ser una de las grandes figuras históricas del toreo.

Todo principio tiene un final y don Lorenzo lo decidió para esta fecha, en su tierra, ante sus paisanos que siempre lo apoyaron.

Los prolegómenos de la despedida

Cuenta Alejandro Arredondo, en Lorenzo Garza, El Ave de las Tempestades, lo siguiente:

“El Magnífico” regresó a los ruedos por última ocasión a los 58 años de edad con un jugoso contrato por tres corridas con la empresa de Leodegario Hernández Campos, la alternativa del joven maestro, una corrida en León y finalmente la despedida de nuevo en Monterrey, para no volver nunca más a vestir de luces…

Lorenzo Garza, de acuerdo a los recuentos estadísticos de don Luis Ruiz Quiroz toreó ese 1966, la de León el 19 de enero con Joselito Huerta, José Fuentes y Manolo Martínez con toros de Mimiahuápam en la que se alzó como el triunfador al cortar la oreja del quinto de la tarde y la de su despedida en Monterrey.

El 22 de enero de ese 1966, días después de su triunfo en León, la agencia Informex, en nota publicada en el diario El Siglo de Torreón, anunciaba ya la despedida del Califa, en estos términos:

México, 21 de enero. – (Informex). – Lorenzo Garza, el veterano espada mexicano anunció que su despedida definitiva de los ruedos tendrá lugar el día 6 de febrero en la plaza de Monterrey, que es su ciudad natal.

En tal fecha alternará con Joselito Huerta y Raúl Contreras “Finito”. La supervivencia del genial muletero regiomontano en el arte que le dio fama ha sido increíble.

Muy cerca de los 60 años de edad, es capaz todavía de lograr hazañas como las de ayer en la plaza de León, donde fue el máximo triunfador, alternando con tres toreros jóvenes que están en su mejor momento.

Lorenzo Garza era uno de los últimos bastiones de la Edad de Oro del toreo mexicano que estaba en activo, pues tras de la tarde que hoy me ocupa, de ella quedarían activos solamente Alfonso Ramírez Calesero, quien en campaña de despedida torearía hasta 1968 y Luis Procuna que tendría su última tarde hasta 1974.

Lorenzo Garza había hecho pausas en su carrera en varias ocasiones antes de esta última tarde. Así, toreó por última vez el 30 de junio de 1943 en Barcelona, con Carlos Arruza y Jaime Marco El Choni con toros de Marceliano Rodríguez, para reaparecer hasta el 20 de noviembre de 1946 en Irapuato, alternando con Manolete y Luciano Contreras, consciente de su responsabilidad de figura que tenía que salir a dar la pelea al Monstruo de Córdoba

Volvió a dejar de torear el 16 de octubre de 1949, en Palmira, Colombia, con alternando con Morenito de Valencia y Félix Briones en la lidia de toros de José Estela. Reapareció el 20 de abril de 1958 en Ciudad Juárez acartelado con Juan Silveti y Jaime Bolaños y toros de Jesús Cabrera, toreando 6 corridas ese año, otras 5 en 1959, 6 en 1960 y 3 en 1961. No toreó en 1962 y 63 y toreó 2 corridas cada uno de los años 1964, 65 y 66. En total en su carrera, sumó nada más 331 festejos toreados.

La tarde de la despedida

Al final de cuentas y a pesar de las noticias previas, don Leodegario Hernández confeccionó un interesante cartel para arropar la despedida de la gran figura. Le acompañaría uno de las figuras emergentes del momento, Raúl Contreras Finito y cerraría la tercia un torero español, de Salamanca, que también era de alternativa reciente Paco Pallarés y que se malograría después a causa del toro negro de la carretera. Los toros serían de José Julián Llaguno, ganadería que gozaba de un excelente momento.

Lorenzo Garza se fue en olor de triunfo, con las orejas y el rabo del último toro que mató en las manos. La crónica de Antonio Córdova, en el diario El Porvenir, de Monterrey, del día siguiente del festejo, entre otras cosas, nos cuenta:

“Joyero” se llamó el cuarto de la tarde. Un joyero de mucha categoría, pues trajo consigo toda la gama de la orfebrería taurina presentada en ese estuche de lujo que se llama Lorenzo Garza.

La exhibición dio principio con una tanda de verónicas de oro que, el señor de Monterrey remató con media verónica rodilla en tierra y, no conforme con ello, volver a prender al de José Julián para llevarlo de los tercios a los medios con 3 lances colosales y media verónica de ensueño.

Pero lo más rico de la exposición vino en cuanto Lorenzo tomó la muleta en sus manos, para ir bordando como gemas valiosísimas un trasteo con naturales garcistas que no volveremos a ver, derechazos de maravilla, y sus medios pases con la derecha que fueron el aderezo a su obra maestra.

El toque final fue esa media estocada en el hoyo de las agujas, con la cual tuvo “Joyero” para entregarse al cachetero, y al grito de ¡Torero! ¡Torero!, se le entregaran las orejas y el rabo del toro de José Julián a Dn. Lorenzo que, aclamado por la multitud dio tres vueltas al ruedo con la arena tapizada de sombreros y prendas de vestir. Un triunfo grandioso para quien ha sabido honrar durante toda su trayectoria taurina el terno de luces…

Una tarde triunfal, pues Paco Pallarés cortó tres orejas a los toros de su lote y Finito con la parte dura del encierro le cortó una al tercero, con petición de la segunda, no concedida, lo que generó una gran bronca a quien presidía el festejo.

En suma, Lorenzo Garza se fue de los ruedos ejemplificando la grandeza de la fiesta, la que siempre fue su bandera.

En el diario El Norte, también de Monterrey, en una publicación sin firma, pero que puedo atribuir a don Ángel Giacomán – esa era su tribuna – se le pedía a don Lorenzo lo siguiente:

... ‘No te vayas Lorenzo’, diría don Alfonso Junco recordando el tiempo ido, que fundió en su cerebro prodigio aquellos versos, que al fin pudieron describir la grandeza del torero, que sembró pasiones y ahora cosecha cariño y admiración.

‘No te vayas Lorenzo’, y sabemos que no te irás, porque quedará para siempre en la mente, tu personalidad incomparable, el sello de tu pase natural inigualable, y al igual que entonces, aún siembras pasiones de matices tan diferentes que te han hecho inmortal...

Ya quedaba solamente paso para la nostalgia, para el recuerdo, para la memoria. Lorenzo Garza seguiría en los ruedos, pues torearía algunos festivales selectos a beneficio de causas nobles, pero la competencia que implica ir vestido de seda y alamares había llegado a su punto y final. Una época había terminado. Y terminó con grandeza, con la grandeza que corresponde tanto a la fiesta de los toros, como al personaje que en este caso la representa.

Aviso parroquial: Agradezco a mi Patrón, don Francisco Tijerina, haberme proporcionado los materiales provenientes del diario El Porvenir de Monterrey, pues de no ser así, no hubiera podido armar esto. Igualmente, el resaltado en la crónica de Antonio Córdova es imputable exclusivamente a este amanuense, pues no obra así en su respectivo original.

domingo, 14 de febrero de 2021

13 de febrero de 1966: Calesero se despide triunfalmente en Aguascalientes

De izquierda a derecha: Un subalterno que no
identifico, Julián Rodríguez, Calesero, Alberto
El Negro Santacruz, José Sánchez y José Luis
Fernández Ledesma. Atrás, entre Calesero y
Santacruz, Arturo Muñoz La Chicha. El niño
del frente es el matador de toros retirado Ricardo
Sánchez
La carrera de un torero tiene que llegar a un final. En el caso de Calesero se trataba de un largo paso por los ruedos del mundo, pues ese febrero del sesenta y seis se cumplían cuatro décadas de ir recorriendo arenas y esparciendo el aroma de su toreo y quizás la hora de decir adiós se había hecho presente.

Calesero le contó al doctor Alfonso Pérez Romo su sentir en los días previos a su despedida de los ruedos en la Plaza México. Entre esas fechas queda esta despedida que hoy me ocupa. Entre otras cosas le relató lo que sigue:

La noche del día doce de febrero de 1966, víspera de mi despedida ante la afición de mi ciudad natal, Aguascalientes, matando seis toros de diferentes ganaderías: La Punta, Torrecilla, Tequisquiapan, Reyes Huerta, Valparaíso y Santa Rosa de Lima, (decidí matar solo esos seis toros para demostrarles a mis paisanos que me iba porque quería, no porque ya no podía; tal hazaña la logré cuando ya tenía veintisiete años de matador de toros; ese público fue el más exigente de todos los que me juzgaron, pero también el que más se me entregó en mis triunfos). Casi no dormí en toda la noche pensando en tantas y tantas cosas que se me venían a mi mente... Recordando toda mi vida de torero que fue muy larga y llena de emociones; soy el torero mexicano que más duró en la profesión: 40 años se dicen pronto. Alterné con tres generaciones del toreo, le di a mi hijo Alfonso la alternativa estando yo en activo. Pasaron cien años para que hubiera otro caso igual al de "Cúchares" que le otorgó la alternativa a su hijo "Currito" estando también en activo… Yo hubiera seguido toreando unos dos o tres años más, pero dos toreros en una misma familia es mucha tela; la esposa, la madre, los hermanos esperando dos conferencias cada día de corrida, es un verdadero martirio… Mi esposa es un caso: el marido torero, tres hijos matadores de toros (actualmente retirados) y ahora el nieto que se inicia de novillero (actualmente matador), calculen ustedes lo que ha pasado esa señora... (“El Aroma del Toreo”, Alfonso Ramírez “Calesero” con Alfonso Pérez Romo, UAA – Julio Díaz Torre, 2005, 1ª edición, Págs. 13 – 14).

Calesero estaba por cumplir 52 años de edad, sufrió pocas cornadas, pero las que recibió fueron de consideración. Su dedicación exclusiva al toreo, la vida metódica que llevaba y la constante preparación que mantenía en el campo bravo – Calesero siempre fue considerado un extraordinario tentador – le permitieron llevar su ejercicio profesional más allá de lo que muchos de sus pares hubieran logrado. 

La tarde del adiós

La publicidad del festejo rezaba que Calesero dedicaba su actuación al C. Gobernador del Estado, Presidente Municipal, Jefe de la Zona Militar y toda la afición.  Para la ocasión eligió un vestido grana y oro que años después pude conocer de cerca en el Museo que tuvo una casa vitivinícola en esta ciudad y cuyo contenido hace algunos años fue rematado en una subasta. No sé si la almoneda incluiría ese vestido de torear que por sí mismo es histórico.

Algunas imágenes que conservo de esa tarde, reflejan que le acompañaron en su cuadrilla su inseparable Arturo Muñoz La Chicha, que fue su compañero de correrías desde el inicio de su andar en los ruedos, Alfonso Pedroza La Gripa y el gran picador de toros Guadalupe Rodríguez El Güero Guadalupe y que salió como uno de los sobresalientes Tomás Abaroa, en esos días matador de toros y tiempo después un destacado peón de brega.

En los corrales de la plaza esperaban los toros de La Punta, Torrecilla, Tequisquiapan, Reyes Huerta, Valparaíso y Santa Rosa de Lima que serían enfrentados por Alfonso Ramírez Alonso y que por ese orden de su antigüedad saldrían al ruedo nombrados como Bordador, Poeta, Artista, Pintor, Pianista y Escultor. Con ellos se entretendría en cortar ocho orejas y un rabo en una tarde que fue triunfal desde el ángulo que se quiera examinar.

El momento cumbre de la tarde

Aunque la tarde fue efectivamente redonda, de apoteosis, donde Calesero estuvo envuelto entre el cariño de la afición de su tierra, su momento más álgido lo tuvo durante la lidia del quinto de la tarde, un toro de Reyes Huerta llamado Pianista. Recurro a la crónica de don Jesús Gómez Medina, publicada al día siguiente del festejo en El Sol del Centro y dedicada a don Luis de la Torre El – Hombre – Que – No – Cree – En – Nada, también testigo del acontecimiento, en la que nos dice lo siguiente:

La faena cumbre del quinto. – “Pianista”, de Reyes Huerta, número 14, cárdeno oscuro, corto de defensas, bragado y coletero, de bonito tipo, salió en el llamado lugar de honor. ¡Y a fe que lo mereció!

Porque “Pianista” fue bravo, muy bravo, con la fiereza, con el empuje que ya no es muy común ver en el toro de lidia; pero, a la vez, con el buen son, con el temple, con la nobleza peculiares a los bichos de su progenie.

En estas condiciones y con el público entregado, rendido plenamente ante el arte y el torerismo del Calesero, forjó este el capítulo más lucido en su brillantísima actuación. 

Sus verónicas a pies juntos tuvieron la emoción derivada de la fuerte acometida de “Pianista” – un tío que empujaba con un par de riñones – y del aguante estupendo de que hizo gala el torero; sin mengua, desde luego, de las demás virtudes que brillaron siempre en sus intervenciones con el percal.

Vino luego una escena que, a estas alturas, se antoja anacrónica, pero que, sin embargo, conserva la enérgica belleza, el colorido de una estampa de Perea: cuando el Güero Guadalupe ejecutó “como ordenan los cánones”, la suerte de varas.

Y luego, el trasteo cumbre. ¡La gran faena en una tarde saturada de trances lucidos! Tras un emotivo y brillantísimo preámbulo de hinojos, la faena prosiguió en los medios. Allí, con el refajo en la diestra, alcanzó Alfonso el ápice, la cumbre de su labor en el tercio final.

Una serie prodigios de muletazos en redondo, siete, ocho, aguantando impávido las reiteradas embestidas del bravo ejemplar de Reyes Huerta; pero a la vez, mediante el temple y el mando, imponiendo el señorío de su cerebro y la plasticidad de un exacto y gallardo trazo de los muletazos, a la oscura fiereza de la bestia. Rugía el público de emoción y de gozo a cada pase, mientras el torero, el torero – artista, ebrio a su vez de emoción creadora, embriagado en la belleza de su propia obra, reflejaba también en su semblante los intensos sentimientos de que era albergue su pecho.

Tras de esto, en un clima de rotunda apoteosis, adueñado Alfonso de las mil voluntades que se agitaban en los tendidos y seguro a la vez de su jerarquía sobre el toro, prosiguió el trasteo que culminó, por último, en la concesión del indulto del bravísimo y nobilísimo “Pianista”, otorgado a petición popular.

Tras de esto, el otorgamiento de todos los apéndices, las vueltas al ruedo sin fin, las aclamaciones y el delirio…

Calesero logró, con independencia de lo obtenido en los cuatro toros anteriores, rematar la tarde de su adiós a la afición de su tierra con un triunfo resonante, de los que se quedan en la memoria colectiva, de esos que sirven como signatura de una carrera en los ruedos que en los tiempos por venir sería recordada como ejemplar y como una de las grandes expresiones del toreo – arte que se hayan podido conocer.

Fue un día de fiesta

La celebración no se quedó dentro de los muros de la plaza de la calle de la Democracia. Terminada la corrida se ofreció a Calesero y a su familia por un sector representativo de la afición hidrocálida un banquete conmemorativo. El torero en sus recuerdos lo sitúa en uno de los salones del Hotel Francia; el amigo Gustavo Arturo de Alba en el del Club Rotario:

...Don Enrique Castaingts, con su característico puro, teniendo, regularmente de compañeros a Don Julio y Benito Díaz Torre, Don Anselmo López, Don Manuel Ávila, Don Emilio Berlie, claro está que todos con sus respectivas esposas, a las cuales pido disculpas de no mencionarlas por su nombre, para no caer en la descortesía de olvidarme de alguna de ellas. También batían palmas por las gestas de Calesero don Antonio Garza Elizondo; Rodolfo “El Ronco” González, a quién recuerdo invitándonos, la noche del 13 de febrero de 1966, a seguir la sobremesa de la fiesta de homenaje al “Poeta” en su aristocrática casa que tenía por los rumbos del Jardín de San Marcos, una vez que don Juan Andrea (otro Caleserista) cerró las puertas del local de los Rotarios, en Jardines de la Asunción, donde se había servido una suculenta cena, para más de 150 comensales, después de la apoteósica despedida en la San Marcos del torero del barrio de Triana.... (Gustavo Arturo de Alba en “Alfonso Ramírez ‘El Calesero’. ‘El Poeta del Toreo’”. Gobierno del Estado de Aguascalientes. 1ª edición, 2004. Págs. 152 – 153)

Independientemente del lugar en el que se haya llevado a cabo, resulta significativo que se haya prolongado la celebración de ese adiós al terreno de lo social. En esa reunión, Calesero obsequió a don Guillermo González Muñoz el capote de paseo que utilizó en esa última corrida en su tierra y existe una imagen que puede considerarse premonitoria, pues en ella aparecen el torero de nuestra Triana, don Guillermo y don Jesús, hermano de Calesero y empresario de la Plaza San Marcos. Tal pareciera que se daba a El Cabezón la alternativa para ser titular de la empresa taurina de nuestra ciudad, misma que ejercería con éxito apenas tres años después.

Lo que siguió

Calesero torearía el siguiente domingo su despedida en la Plaza México, alternando con Manuel Capetillo y Raúl García en la lidia de toros de Valparaíso. Allí le cortó la oreja a Mañanero, el último toro que mató vestido de luces en ese ruedo. Torearía 16 corridas ese año de su adiós, entre ellas la de la alternativa de su hijo Alfonso en Ciudad Juárez el 24 de julio; otras dos el siguiente y se vestiría de luces por última vez el 2 de febrero de 1968, en Sombrerete, Zacatecas, alternando con Manolo Espinosa y Manolo Urrutia en la lidia de toros de Torrecilla, tarde en la que les cortó cuatro orejas y un rabo.

Calesero dejó de vestirse de luces, pero nunca dejó de estar presente en la fiesta. Allí es donde reside quizás el más grande de sus valores. Conchita Cintrón parece describirlo en esta reflexión:

…Sobre la plaza aletean golondrinas – de esas que se presiente no volverán. Hay nueva entrega del diestro, nueva métrica, nueva poesía encerrada en el anillo de bravura que circunda su silueta. Y ante el pasmo de las gentes se revela la presencia de un espíritu al que le sobra materia. Realizada la transfiguración ya todo es gloria, apoteosis, triunfo. Pero el espada apenas si esboza una sonrisa. Ha terminado su expresión artística en los ruedos y sin ella – magia y duende de su existencia – abandona la plaza, cargando la cruz que conoce todo poeta enmudecido. (Conchita Cintrón, “¿Por qué vuelven los toreros?”, 2ª edición, México, 1987, Editorial Diana, Pág. 253).

Aviso parroquial: En esta fecha se cumplen 55 años de que este amanuense haya visto con cierto uso de razón un festejo taurino por primera vez. Conforme van pasando los años, me voy enterando de que no pude tener una mejor iniciación en esto…

domingo, 7 de febrero de 2021

5 de febrero de 1947: La celebración del primer aniversario de la Plaza México

Gregorio García a hombros
El Ruedo, Madrid, 27/02/47
La corrida del 5 de febrero en la Plaza México, planteada como el eje de la temporada taurina de la capital mexicana es un asunto bastante reciente. Antes de 1995 y sin contar la tarde de la inauguración, apenas se habían dado diez corridas en esa fecha en ese casi medio siglo de existencia del gran coso taurino.

Resultaba evidente que, de no coincidir la fecha con un domingo, no habría toros en el día del aniversario, independientemente de que durante muchos años era día inhábil a nivel nacional. De los festejos celebrados en ese lapso, cinco fueron en domingo (50, 56, 61, 67 y 84), dos en miércoles (47 y 92) y uno en lunes (79), martes (91) y viernes (93). Me queda claro que celebrar el cumpleaños de la México no tenía carta de naturalidad.

Es a partir de la gestión del escenario que hace el inefable Rafael Herrerías, cuando en torno al cincuentenario del mismo, que la corrida del 5 de febrero se organiza con regularidad anual. Hace apenas veintiséis años pues, que se puede considerar a este festejo como un acontecimiento fijo en la Temporada Grande del coso de Insurgentes y en la temporada taurina de México. Tan es así, que en los setenta y cinco años que ha cumplido la plaza, solo se han dado treinta y siete corridas en la fecha, las veintisiete que corren a partir de 1995, esas sí, de forma consecutiva.

El primer aniversario

Para el 5 de febrero de 1947, don Antonio Algara, gerente de la empresa encargada de los destinos de la México ofreció un cartel que en el papel se veía interesante, pues propuso un encierro de ocho toros de La Laguna para Joaquín Rodríguez Cagancho, Jesús Solórzano, Emiliano de la Casa Morenito de Talavera y Gregorio García. En la combinación se reunían dos parejas de toreros de significativas afinidades, los artistas y los estetas del segundo tercio.

Para Cagancho y El Rey del Temple era su presentación en la temporada y además este último, era nuevo en esta plaza. Morenito de Talavera reaparecía después de la tarde de su confirmación el 17 de noviembre de 1946, en la que cortó una oreja al 5º de la tarde que mató por Fermín Rivera quien fue herido por el 3º. Completó el cartel Luis Castro El Soldado. Ese día se lidiaron toros de Coaxamalucan.

Por su parte, Gregorio García volvía después del triunfo que tuvo el 1º de diciembre de 1946, cuando alternó con Lorenzo Garza y Manolo Escudero con toros de La Laguna. Con el 3º de la tarde, Pimiento, realizó una gran faena que no remató con la espada, dio dos vueltas y salió a hombros.

No está de más hacer notar que el festejo se dio entre un turbulento ambiente generado por las idas y venidas de los representantes sindicales de los toreros de España y México. El intercambio restablecido apenas un par de años antes, pendía de un hilo.

La corrida y su resultado

La entrada a los tendidos fue paupérrima, al final, en esos días, era una más de las corridas de la temporada, que si bien, en el papel tenía su interés, no llevaba a ninguna de las figuras del momento. El triunfador de la tarde fue el potosino Gregorio García, quien venía embalado y se impuso a toros y alternantes. La relación que aparece en el ejemplar del semanario El Ruedo, publicado en Madrid el 13 de febrero de 1947, entre otras cosas se asegura lo siguiente:

Para celebrar el primer aniversario de la Plaza Monumental de Méjico se corrieron en dicho coso taurino ocho toros de La Laguna. Con excepción de la última, las reses fueron sosotas. Carancho fue aplaudido en su primero por su labor con el capote. Hizo a este toro faena breve, y le mató de media tendida, fué ovacionado y salió al tercio. En el quinto hizo faena pinturera y mató de media buena. Oyó aplausos. Jesús Solórzano no hizo nada notable en el segundo. Brindó la faena del sexto a Domecq, y cuajó una faena valiente y adornada, que remató con un pinchazo y una entera desprendida. Fué ovacionado y saludó desde el tercio. A Morenito de Talavera se le ovacionó por cuatro verónicas y media y per un quite por chicuelinas en el tercero. Cogió las banderillas, a petición del público, y puso dos pares al cuarteo y uno al sesgo, magníficos. Se lució con la muleta y mató de un estoconazo. Fué ovacionado con entusiasmo.  En el séptimo cogió banderillas y se las ofreció a Gregorio García. Los dos se lucieron en cuatro colosales pares y tuvieron que salir al terció a saludar, Morenito hizo brillantísima faena por naturales, molinetes y derechazos. Perdió la oreja porque, después de entrar a matar dos veces, acertó d descabello al tercer intento. Fué ovacionado con entusiasmo. Gregorio García se lució con la capa y con las banderillas en el cuarto. Hizo faena variada y brillante, pero sin ligazón, y mató de una atravesada y varios intentos. En el octavo estuvo colosal con la capa. Ofreció banderillas a Morenito, y los dos se lucieron en este tercio. Gregorio García aprovechó las buenas condiciones del toro y cuajó faena por naturales, en redondo y adornos, para una buena estocada. Cortó la oreja y fué sacado en hombros…

No relaciona la actuación de Jesús Solórzano, sin embargo, en la edición de El Siglo de Torreón del día siguiente al del festejo, se comenta que fue aplaudido por su toreo de capa únicamente.

Así pues, para la estadística, es Gregorio García el que corta el primer trofeo en una corrida de aniversario, al toro Hilandero de La Laguna, y es también el primero en salir en hombros de la plaza en un festejo de esa naturaleza.

Al día siguiente…

Tras de la corrida se anunció la ruptura de relaciones entre las torerías de España y México. Los diestros hispanos no volverían a actuar en ese ruedo sino hasta el 25 de febrero de 1951, cuando se celebraron corridas de la concordia en México, Madrid y Barcelona.

Las cosas estaban agrias desde un año antes cuando se acusó a Manolete de no querer torear la corrida de la Rosa Guadalupana no obstante haber sido anunciado y no contribuyó a la mejora de las cosas que un grupo de diestros hispanos que no hicieron campaña en estas tierras encabezados por Antonio Bienvenida, Luis Miguel Dominguín y Juan Belmonte Campoy, quienes invocando falta de reciprocidad, dieran por terminado el convenio

Aunque el propio Manolete y otro grupo de toreros hispanos intentaron reparar las cosas, al final, en junio de ese 1947, los toreros mexicanos que estaban en España – entre otros los matadores Fermín Rivera, Antonio Velázquez, Carlos Arruza, Ricardo Torres, Cañitas, Manuel Gutiérrez Espartero y Antonio Toscano y los novilleros Pepe Luis Vázquez y José Antonio Chatito Mora – tuvieron que regresar, pues ya no se les permitió seguir actuando allá.

La consecuencia de ello fue que para Morenito de Talavera, este festejo fue el último que toreó en la Plaza México; Cagancho volvería una última vez el 24 de enero de 1954 a despedirse, alternando con Rafael Rodríguez y Pedrés y toros de La Laguna. Jesús Solórzano tendría un par de tardes más, pues regresaría el 16 de noviembre de 1947 con Alejandro Montani que confirmaba y Gregorio García con toros de Carlos Cuevas y terminaría su andar por los ruedos el 10 de abril de 1949 con Luis Procuna y Rafael Rodríguez y toros de Matancillas y La Punta.

Gregorio García, por su parte, pudo capitalizar el par de triunfos de esa temporada del inicio de 1947. En el ciclo 1947 – 48 torearía 5 tardes; en la 48 – 49, una y terminaría su paso por la gran plaza el 20 de marzo de 1952. Siguió en los ruedos hasta el año de 1965.

En resumen

La paupérrima entrada
El Ruedo, Madrid, 27/02/47

Si algo tuviera que agradecerle la fiesta de los toros a Rafael Herrerías sería la institucionalización de la fecha del 5 de febrero como eje de la temporada capitalina. El problema, desde mi punto de vista, es la manera en la que planteó la situación, porque para realizar una gran celebración, sacrificó el contenido y esencia de lo que es la temporada en sí.

Una plaza de temporada no puede depender de una sola fecha de su calendario, la que en todo caso debería ser el punto de llegada de lo más destacado de un ciclo equilibrado, constante y atractivo para el aficionado. La celebración de algo que se convirtió en lo que los millenials llaman un happening no puede ser el eje y el cimiento de algo más amplio y tradicional como es una temporada de toros.

Hoy, 75 años después, la plaza está cerrada. No hay condiciones para festejar su aniversario cual debe ser, con una corrida de toros, pero no hay mal que dure cien años… ¿Aguantaremos nosotros?

domingo, 31 de enero de 2021

Plaza México, 31 de enero de 1971: Despedida de Humberto Moro. Reaparición de Joselito Huerta

Humberto Moro
En la décima corrida de la temporada 1970 – 71 de la Plaza México, se reunieron dos hechos que tienen relevancia medio siglo después. El linarense Humberto Moro se despedía de los ruedos en definitiva y Joselito Huerta El León de Tetela, reaparecía en los ruedos de la capital mexicana después de dos años de ausencia. El redondo cartel se completaba con la presencia de Curro Rivera, una de las figuras emergentes que se labraban un sitio en la fiesta y los toros de don José Julián Llaguno.

Humberto Moro había recibido la alternativa en el ruedo de Insurgentes el domingo 4 de febrero de 1950. Le apadrinó Manolo dos Santos y fue testigo Jesús Córdoba, siéndole cedido el toro Muchachito, número 11 de San Mateo. El segundo de su lote Melenillo, le pegó una cornada. Esa tarde el testigo de la ceremonia fue el gran triunfador, al cortarle el rabo a Luminoso, siendo esa una de las más importantes actuaciones del Joven Maestro en la gran plaza.

La tarde de la despedida

De acuerdo con los anuarios, Humberto Moro había tenido muy poca actividad desde el año de 1968. En 1970, animado por su amigo Guillermo González, se vistió de luces dos tardes para participar en la Feria de San Marcos que barruntaba un nuevo formato. Y en el siguiente calendario, su apoderado y amigo de toda la vida don Jesús Ramírez Gámez El Abogao, le arregló la que sería la última tarde vestido de luces de su vida y sería en la Plaza México.

Ese domingo 31 de enero Humberto Moro, el que dejó la contabilidad para hacerse torero, enfrentó en cuarto lugar al toro Durangueño, ante el cual tuvo algunos momentos de lucimiento, pero acusando sí, la falta de sitio que genera el estar sin torear todos los días. La relación del festejo aparecida en el semanario El Ruedo de Madrid del 2 de febrero siguiente a la corrida entre otras cosas dice:

…Humberto Moro en el que abrió plaza no hizo nada con el capote. Faena precavida sin relieve, para pinchazo y media estocada. Piadoso silencio. En el cuarto se mostró voluntarioso con la. muleta, dando algunos buenos pases con la derecha, pero sin lograr mayor lucimiento. Mal con la espada. Pinchazo, media y nueve intentos de descabello. Escuchó un aviso, sonando algunos pitos. Después de la ovación en la vuelta al ruedo de despedida, se terminó con la ceremonia del corte de la coleta, a cargo del que fuera su apoderado, Ramírez Gámez…

Al final la concurrencia, que llenó la plaza, recordó y reconoció al torero que fue el triunfador de la temporada novilleril de 1950, que fue el digno padrino de las confirmaciones de alternativa de El Callao, Curro Romero, Guillermo Sandoval y Fernando de la Peña; de la alternativa de Felipe Rosas y testigo en las confirmaciones de Manolo González, Eduardo Vargas, Luis Miguel Dominguín, Antonio Chaves Flores, Gregorio Sánchez y Paco Camino.

En 1952 hizo una campaña española tardía, debutando en la Corrida del Corpus de Sevilla el 12 de junio con Luis Miguel Dominguín y Parrita con toros de Félix Moreno. Actuaría también en Barcelona, donde tuvo una destacada actuación; Vitoria, Requena, Albacete y cuatro tardes en Carabanchel, donde obtendría un importante triunfo el 29 de agosto al cortar dos orejas a toros de Pablo Romero alternando con Gitanillo de Triana y Pepe Dominguín.

Se iba el torero que ejecutó el pase natural con gran pureza, el que con su izquierda de oro cautivó al público de la capital y que firmó obras como las de los toros Fandanguillo de Torrecilla o Venado de Tequisquiapan la tarde de la confirmación de El Callao y que después de un grave percance sufrido en Xico, Veracruz, exigió reaparecer allí, en la Plaza México y lo hizo triunfando, cortándole una oreja al toro Petenero de su amigo José Julián Llaguno; el que también le cortó las dos orejas a Don Verdades de Tequisquiapan el día de la alternativa de Felipe Rosas

En suma, ese domingo se iba parte de una época grande del toreo en esa gran plaza y la gente se lo reconoció en una festejada vuelta al ruedo acompañada con el melancólico son de Las Golondrinas.

La reaparición de Joselito Huerta

La vez anterior que Joselito Huerta había actuado ante el público de la capital fue el 30 de noviembre de 1968 en El Toreo de Cuatro Caminos, alternando con Eloy Cavazos y Palomo Linares para enfrentar toros de Reyes Huerta. Esa tarde pasaría a la historia por el grave percance que sufrió el diestro poblano al iniciar su faena de muleta al cuarto de la tarde, llamado Pablito, que le infirió una cornada penetrante de vientre.

Complicaciones post – quirúrgicas comunes en ese tipo de intervenciones – episodios repetidos de lo que se llama íleo paralítico, según las noticias – tuvieron a Joselito Huerta en el hospital mucho tiempo y fuera de los ruedos durante casi un año, pues no estaría en condiciones de reaparecer sino hasta el día 26 de octubre de 1969 en la plaza Monumental Jalisco de Guadalajara, alternando con El Cordobés y Mauro Liceaga, en la lidia toros de José Julián Llaguno. Era la tercera corrida de la Feria de Octubre y cortó tres orejas a los toros que le tocaron en suerte.

Sin embargo, su regreso a la capital mexicana se tardaría un tiempo más. Desencuentros con quien llevaba los asuntos de la Plaza MéxicoÁngel Vázquez – impidieron que se pudiera anunciar para la temporada 1969 – 70 y habiéndose cerrado El Toreo de Cuatro Caminos con la idea de cubrirlo con un domo para dar además de toros, otro tipo de espectáculos, no fue posible que volviera a la capital mexicana o a sus aledaños en ese momento.

Así pues, cambiada la administración de la gran plaza, se dieron las condiciones para su reaparición en un cartel redondo. Y lo haría triunfando, pues se llevaría tres orejas y un rabo en la espuerta. Y también una multa, pues la oreja concedida por la faena al primero de su lote la tiró al ruedo y el Juez de Plaza le sancionó por considerar que eso era un desacato.

Lo grande vino en el cuarto de la tarde, llamado Rebocero, al que le cortó el rabo, el sexto de los ocho que cortaría en su trayectoria triunfal en la Plaza México. La misma relación contenida en el ejemplar de El Ruedo arriba citado dice: 

…Joselito Huerta tuvo una tarde redonda de triunfos. En su primero fue aclamado en verónicas y en un quite por chicuelinas antiguas. Inició la faena con estatuarios, para añadir después pases y adornos de todas las marcas. Estocada y descabello. Una oreja, que tira, pensando que merecía mayor premio, paira luego dar triunfal vuelta al ruedo y agradecer aplausos desde los medios. En el quinto fue aplaudido con el capote. Brindó al astronauta Collins y realizó extraordinaria faena por de rechazos, naturales y el de pecho con gran clasicismo, alfombrándose el ruedo con sombreros. Estocada, que tira sin puntilla. Dos orejas y rabo y dos vueltas al ruedo, una de ellas con el ganadero. Al toro se le dio arrastre lento…

El parón de casi un año no fue más que un punto y seguido en el andar por los ruedos de El León de Tetela, quien también diría adiós en esa plaza un par de años después, acuciado por problemas de salud, pero en ese momento volvía entero a defender el sitio que había ganado delante de los toros.

El resto del festejo

El primero del lote que correspondió a Curro Rivera acusó debilidad y en el sexto de la tarde tuvo la ocasión de cortar una oreja tras de una lidia completa, pero sus fallos con la espada lo tuvieron que conformar con una ovación.

Lo que entonces era la corrección política

Las crónicas reflejan que entre los asistentes al festejo se encontraban el astronauta norteamericano Michael Collins, tripulante del Apolo XI, que logró que pies humanos hollaran por primera vez la superficie de la luna y que éste recibió el brindis del toro al que Joselito Huerta le cortó el rabo. También nos dejan ver que estuvo en los tendidos La Novia de México, la cantante y actriz Angélica María, que fue brindada por Curro Rivera.

No cabe duda de que los tiempos eran distintos, de que los personajes públicos no tenían que esconder su afición a los toros o la curiosidad por saber qué era lo que sucedía dentro de una plaza. Hogaño, el mero hecho de pensar alrededor del tema, es motivo para que esos personajes sean satanizados. O témpora, o mores!

domingo, 24 de enero de 2021

24 de enero de 1971: Don Manuel de Haro lidia su primera corrida de toros en la Plaza México. Confirman su alternativa Mario Sevilla y Raúl Ponce de León

De izquierda a derecha: atrás Víctor José López El Vito, Antoñete
don Manuel de Haro, Manuel de Haro hijo y Carlos Hernández Pavón

En otro espacio de estas páginas virtuales ya había contado los conflictos con los que inició la temporada 1970 – 71 en la Plaza México, causados principalmente por la exportación de ganado a Sudamérica. Eso abrió, lo que hoy llamaríamos una ventana de oportunidad para que algunas ganaderías de nuevo cuño pudieran presentarse en la plaza más grande del mundo y para don Manuel de Haro Caso, la oportunidad se presentó en la novena corrida de ese ciclo, en la que ante César Girón y Raúl Contreras Finito, confirmarían sus alternativas Mario Sevilla y Raúl Ponce de León.

La ganadería de don Manuel de Haro

Se funda en el año de 1966, cuando al partirse la herencia de don Wiliulfo González, se adjudica a doña Martha González de De Haro, una fracción de La Laguna, consistente, según Heriberto Lanfranchi en 46 vacas y un semental. Esa transmisión de ganado les permite lidiar un primer encierro a su nombre al año siguiente, el el 11 de agosto de 1967, en Huamantla, cuatro toros para Manolo Espinosa Armillita y Eloy Cavazos, a nombre de Martha González de Haro.

Se presenta bajo la misma denominación en la Plaza México el 9 de noviembre de 1969, con seis novillos para Miguel Villanueva y Raúl Ponce de León, mano a mano. En esa oportunidad se lidiaron solamente cinco, pues el 4º fue devuelto por débil y sustituido por uno de Santoyo.

La crianza del toro de lidia ha sido una forma de vida en la familia de don Manuel y doña Martha, y así, cinco de sus hijos varones son, o han sido criadores de reses de lidia: Jorge quien lidia a su nombre o como La Antigua desde 1973; Manuel, fallecido en 2013, quien reinstauró la denominación de Tepeyahualco, también en 1973, actualmente de la titularidad de Ignacio; Xalmonto hierro instaurado en 2011, de Pablo y Antonio quien es el titular del hierro originario de la familia, que como decimos, data de 1966.

La corrida de la presentación

La corrida de la presentación en la Plaza México ya se lidió a nombre de don Manuel de Haro y fue de ocho toros. El primero que salió al ruedo se llamó Quiebra Platos y fue el que sirvió para que Mario Sevilla confirmara su alternativa, pero también lo envió a la enfermería con una cornada. La crónica de Ernesto Navarrete Don Neto, para la Agencia France Presse (AFP), aparecida en el diario El Informador de Guadalajara del día siguiente del festejo, en lo conducente dice:

Sevilla toreó con mucha clase y arte con el percal. Sus verónicas fueron muy bonitas. Con la muleta toreó a ese magnífico toro de Haro estupendamente con la derecha y con la zurda, por alto y por abajo y cuando quiso dar un pase cambiado por la espalda, el toro lo prendió y le propinó una cornada en el tercio superior, cara interna del muslo derecho con dos trayectorias, una de ocho y otra de 10 centímetros y una pequeña cornada en la axila derecha. El joven diestro se quedó en la arena hasta ver morir al causante de su percance. Fue despedido con una gran ovación…

El segundo de la corrida se llamó Brisquero y fue el de la confirmación de Raúl Ponce de León. De la lectura de las breves crónicas de agencia que pude consultar, parece haber sido el mejor de la corrida y ante él, el confirmante pudo llevarse apéndices, más se hizo presente el pero de la toledana, según versiona el nombrado Don Neto:

Ponce de León se llevó un bravísimo ejemplar y con él toreó bien a secas con el capote, pero con la muleta realizó un bonito trasteo en el que hubo derechazos de magnífica calidad y muy toreados naturales. La faena la estructuró con mucho temple y clase y al finalizar su labor de varias punzaduras dio una vuelta al ruedo…

En crónica aparecida en el diario El Siglo de Torreón, de la misma fecha que el anterior, sin firma, de la agencia Informex, se dice que Ponce de León dio dos vueltas al ruedo:

Raúl Ponce de León fue ovacionado con el capote y en una brillante faena de muleta con pases de todas marcas, citó a recibir, dejando una estocada, añadió un pinchazo y estocada para ser premiado con dos vueltas al ruedo…

César Girón, el padrino de la ceremonia tuvo una actuación que fue de más a menos, misma que terminó en una gran bronca. Dice el corresponsal del semanario El Ruedo de Madrid, en el número aparecido el 26 de enero de 1971:

César Girón hizo al tercero de la tarde faena con buenos pases sobre las dos manos. Dos pinchazos y estocada. Silencio. En el quinto toro, soso, que embestía con la cara echada hacia arriba, hizo faena enterada. Mató con estocada y falló en repetidas ocasiones al descabellar, lo que provocó una ensordecedora rechifla. Hubo palmas para él toro en el arrastre. Mató al séptimo toro en sustitución de Mario Sevilla. Otro toro soso, provocando el público «olés» burlones, lo cual determinó que Girón pidiese la espada para pinchar en cuatro ocasiones y dejar media estocada en medio de fenomenal bronca…

Finito por su parte se vio ausente, quizás ya acusando los problemas que posteriormente serían causa indirecta de su muerte. Fue silenciado en sus dos toros.

Acerca del encierro, las crónicas coinciden en que fue muy bien presentado, bravo para los caballos y que algunos de los toros acusaron debilidad de remos.

El parte médico de Mario Sevilla

En el citado número de El Ruedo, se transcribe el siguiente parte médico:

«Ingresó en la enfermería después de la lidia del primer toro el diestro Mario Sevilla, presentando dos heridas por cuerno de toro. La primera, de siete centímetros de longitud, en el hueco axilar derecho, interesando piel y tejido celular. La otra, tiene orificio de tres centímetros y está situada en el tercio superior, cara posterior del muslo derecho, con dos trayectorias, una de diez centímetros hacia arriba y adentro y otra de ocho hacia arriba, interesando músculos de la región. Tardará en sanar quince días si no presentan complicaciones.»

Dramatis personae

Manuel de Haro: Se convertiría en un referente de la crianza del toro bravo en México y sería un ganadero de gran predicamento en Venezuela, lugar en el que sus toros darían la ocasión a que Antoñete la que fue quizás la última y definitiva de sus resurrecciones. Hoy, la labor que inició con su esposa doña Martha, se ve reflejada en el hacer de sus hijos ganaderos y en el respeto con el que se ve a los toreros que se anuncian con los toros de su casa.

César Girón: Sin saberlo, hoy hace medio siglo que el ahijado de Carlos Arruza toreó la última de las doce corridas en las que actuó en la Plaza México. Ya no era el huracán que todo lo arrasaba como cuando llegó a ese ruedo en 1953, ni el torero maduro y centrado que exactamente diez años antes había cortado el rabo al toro Cascarrabias de Tequisquiapan allí mismo. Al César le sucedió al contrario que a Guerrita, no se fue, lo echaron de la México. Moriría en las astas del toro negro de la carretera el 19 de octubre de ese mismo año en su Venezuela natal.

Raúl Contreras Finito: El torero que debió ser emparejado con Manolo Martínez para formar un dúo de atractivo comercial y taurino estaba inmerso en una espiral de esas de las que es difícil de salir y eso se veía en los altibajos que su carrera sufría por esas calendas. Los días felices de cuando cortó a Sonajero de Torrecilla el rabo allí mismo el año 68, parecían historia cada día que pasaba. Tanto así, que ya nada más le quedaban por delante tres tardes más en la gran plaza.

Mario Sevilla: Alternativado el 1º de mayo de 1969 en San Luis Potosí por Antonio Velázquez, en la última corrida que éste toreo en su vida y llevando de testigo a Curro Rivera con toros de Santa Marta, fue herido por el toro de su confirmación. Volvería para la 13ª corrida del serial y volvería a ser víctima de las astas de los toros, esa tarde particularmente, no tendría oportunidad de matar ninguno, pues fue herido al abrirse de capa con el primero de su lote.

Raúl Ponce de León: Fue hecho matador de toros en Ciudad Juárez el 19 de julio de 1970, siendo su padrino Raúl Contreras Finito y en presencia de Mario Sevilla, cediéndosele los trastos para matar al toro Huracán de Santacilia. No obstante haber sido el mejor librado la tarde que hoy me ocupa, no regresaría a la Plaza México sino hasta la última corrida de la temporada 1972 – 73.

Así sucedieron los hechos en la plaza más grande del mundo, hoy hace medio siglo.

domingo, 17 de enero de 2021

Relecturas de invierno (XI)

Gente del toro

Los géneros literarios y la fiesta

No recuerdo con claridad si es la profesora María Celia Forneas o don Javier Villán quien señala que el género literario de la fiesta por excelencia es el de la crónica, porque es la que recoge la esencia, los sucesos y el análisis de los festejos taurinos y además nos presenta el criterio u opinión del espectador que la escribe. Sin embargo, nos aclara, la literatura de la fiesta no está circunscrita exclusivamente a esa forma de expresión, pues la novela, el ensayo y hasta el teatro se han ocupado de ella con más o menos éxito.

Decía que quienes escriben acerca de la fiesta también se han acercado a otros géneros literarios, y el que me ocupará enseguida, el ensayo, es definido como una obra literaria, escrita en prosa, que trata de un tema que no agota exhaustivamente y cuyo interés es la presentación de nuevas perspectivas para su examen, sea a partir de reflexiones originales o a partir de nuevos datos derivados de una investigación realizada. Es una reflexión desde la perspectiva personal de un autor en el que el fin estético se entrelaza con el proceso reflexivo, pero sin sacrificar el uno al otro.

La obra de José María Requena que quiero poner a su consideración el día de hoy, Gente del Toro, está dedicado precisamente a este último género, y en él, su autor realiza un recorrido por precisamente la gente, los lugares y los diversos utensilios – trebejos los llama mi amigo Pedro Martínez Arteaga – que son necesarios para la lidia de toros bravos.

En Gente del Toro, José María Requena nos va a dar un recorrido en textos, desde el patio de cuadrillas hasta el desolladero y en ese tránsito, pasará por múltiples estaciones, personales y de infraestructura para presentar un panóptico de la fiesta de los toros que vivió al inicio de la década de los setenta del pasado siglo.

Y lo hace de una forma en la que una vez que se comienza a leer, no se puede uno separar de las páginas del libro. Engancha, porque tiene esa facilidad de ponerlo a uno en el sitio o frente a la persona a la que nos está ilustrando y en esa forma, la lectura se torna fluida y hasta rápida, tanto, que cuando concluye, quiere uno más, porque, como escribe Alex Grijelmo:

Las palabras tienen un poder de persuasión y un poder de disuasión. Y tanto la capacidad de persuadir como la de disuadir por medio de las palabras nacen de un argumento inteligente que se dirige a otra inteligencia… La persuasión y la disuasión se basan en frases y en razonamientos, apelan al intelecto y a la deducción personal… la seducción de las palabras… sigue otro camino. La seducción parte de un intelecto, sí, pero no se dirige a la zona racional de quien recibe el enunciado, sino a sus emociones…

Así, al ir avanzando en la lectura de Gente del Toro, al finalizar el cuerpo de uno de los ensayos, ya desea uno penetrar al siguiente.

Acerca del autor

He de confesar – con vergüenza – que hasta hace unas cuantas semanas José María Requena era para mí un total desconocido. Me encontré con él buscando alguna apreciación literaria sobre los espontáneos para otra entrada de estas páginas virtuales y fue como me enteré de su existencia, su obra y de este libro que me atrevo a comentar. 

José María Requena nació en Carmona, Sevilla, el 18 de abril de 1925. Obtuvo el grado de Licenciado en Derecho por la Universidad de Sevilla y posteriormente el de Periodismo por la Escuela Oficial de Periodismo de Madrid. Fue Director del diario sevillano El Correo de Andalucía de 1975 a 1978. Ganador de diversos premios literarios por su obra. Falleció en Sevilla el 13 de Julio de 1998 a los 73 de edad. Cultivó los géneros literarios de la poesía, ensayo, novela, teatro y narrativa breve.

A la fiesta en específico dedicó cuando menos tres obras: las colecciones de ensayos Gente del Toro (1969) y Toro mundo (1990) y la novela El Cuajarón (1972), ganadora del Premio Nadal de Novela de 1971.

Gente del Toro está dividido en siete apartados: 

El PRIMERO, como introito, relacionando el patio de cuadrillas, la capilla, el torero y la cultura, el reloj de la plaza, el sol y el pasodoble y el miedo; 

El SEGUNDO dedicado a las telas taurinas; 

El TERCERO a la liturgia del toreo; 

El CUARTO a la gente de oro y seda, analizando las personalidades de: Antonio Bienvenida; Luis Miguel Dominguín; Antonio Ordóñez; Julio Aparicio y Miguel Báez “Litri”; Antonio Borrero “Chamaco”; Jaime Ostos; Diego Puerta y Paco Camino; Curro Romero; Santiago Martín “El Viti” y Manuel Benítez “El Cordobés”; 

El QUINTO, dedicado a lo que llama la corte de plata y seda; 

El SEXTO, destinado al análisis de la bravura; y, 

El SÉPTIMO cierra con temáticas dedicadas al rejoneo, la capea, el festival, los miuras, el espontáneo y la cornada.

Del texto, extraigo algunas citas que pueden ilustrar el contenido y el por qué me resultó interesante esta obra, misma que recomiendo ampliamente para su lectura:

Patio de cuadrillas

Es un patio de humildad a la tremenda, premeditadamente pobre, desmantelado y frío… Aquí en el patio de cuadrillas, se pone el corazón del torero a compás del susto, tensa y rechinante la cuerda del vivir bajo el oro y la seda… Llegan ellos, los toreros grandes, los millonarios veloces y sufren los escalofríos de este patio, desapacible y serio, pariente no muy lejano del calabozo cuartelero… No importa que sonrían o que levanten las barbillas de la soberbia o entretejan saludos y chirigotas. Son modos de evitar cierta clase de compasión por ellos mismos. No por el miedo a morir, ni tampoco a cuenta del posible fracaso. Hay más, mucho más, en ese amargo juego de saberse parte en una historia que parece increíble. Los vestidos de luces marcan la frontera entre la vida de verdad y esa otra vida de leyenda y mito, donde se respira como en las pesadillas…

Los toreros y la cultura

…suelen tener libros cerca, al alcance de un interés casi filosófico por el humanismo… Inician la lectura de muchas obras, pero casi siempre surgen circunstancias de preocupación o de todo lo contrario, y todo queda en un aplazamiento indefinido. Los acarician con respeto, tomándoles el peso de una importancia que ellos quisieron hacer suya con la misma rapidez que lograron los aplausos y los caudales…

El reloj de la plaza

Para la corrida, un reloj implacable, bien a la visa y bien frío. Para el cante y el baile, relojes que andan con cuerdas de avenate y fiebre… Otra cosa muy distinta es el ritmo de la faena, tan emparentado con la danza por la sangre común de sus compases. También este tiempo de la inspiración taurina se ordena en corazonadas exclusivas de cada intérprete…

El sol y el pasodoble

La música y el sol ofrecen a la faena sus moldes caldeados en ritmos del cantar del pueblo. Movimientos y gritos, colores y desplantes, vida y muerte… Todo se derrite y se funde en la dinámica y cicatera geometría de la faena…

El miedo

Los mejores matadores viven las más temibles angustias al final de su carrera… Porque hasta en el momento final de su gloriosa trayectoria, aguarda al torero un último miedo: el de tener que ir al silencio sin sal de la retirada, que es una forma de medio morir para quien está acostumbrado al saboreo de su vida con el sensible paladar de que la está librando continuamente de la muerte…

Capote y muleta

El torero toma el capote con el entusiasmo que el muchacho derrocha la primavera inicial de su hombría… Cuando toma la muleta ha evolucionado el panorama hacia los perfiles más serenos de lo que se medita…

La montera

…cuando es una mujer quien recibe el brindis, fijaos como las manos de la intuición femenina acarician la montera como si fuere el presentimiento de un luto memorable. Tal y como si el matador la hubiese dejado en buenas manos por si la fatalidad la convierte en imponente reliquia del penúltimo miedo…

La liturgia del toreo

Nunca podrán razonarse del todo las causas ni los objetos de esta fantasiosa tendencia a injertar solemnidad de templo en el escenario redondo de la corrida, y modales de sacerdote pagano a la figura medio ungida, medio embrujada, del matador de toros…

Gente de oro y seda

Doce toreros de los últimos años. Doce estilos de valor. Una galería de retratos sicológicos para conocer y entender mejor a esa humanidad que se afana entre las emociones subidas de la fiesta. Los doce cumplieron la ambición de renombre y ganancias. De especificar la calidad que le sobra o le falta a cada uno de ellos, que se encargue la historia con su infalible crítica. Lo que en esta ocasión nos importa es la variedad que ofrecen estas doce formas de ser y de sentir en la tremenda circunstancia de jugarse la vida bajo el sol.

Antonio Bienvenida

…ha sido una especie de diplomático que se empeñara en mantener las mejores relaciones entre dos épocas sucesivas del toreo… las tardes triunfales de Antonio Bienvenida eran completas en contenido y forma…

Luis Miguel y sus desplantes

A veces he pensado que Luis Miguel quiso ser para el público exclusivamente torero. Un torero químicamente puro, sin mezcla de amabilidad alguna. Toda su categoría despectiva parece responder a un intento de hacerse admirar por el gentío sin que medie la simpatía personal…

Antonio Ordóñez, seriedad de serranía

En Ordóñez se muestra más que en ningún otro esa sicología de altura, de aparente altivez que, sin embargo, consiste en silencio de hombre poco aventajado por los desengaños aleccionadores que le tocaron en herencia, y así despliega su carácter en la ruleta mágica y algo loca de la fiesta brava…

Aparicio y Litri dos estilos de melancolía

Aparicio y Litri no sonríen. Ni con el rostro, ni con sus lances, ni con sus pases de muleta. Cualquiera diría que perfeccionan al máximo sus estilos por ver su algún día llega la apoteosis que les salve de la pena indefinida… Los dos hacen un toreo sosegado como atardecer en el silencio del campo. Hay grandeza de soledades en las fórmulas serenas de sus valentías. Dan la sensación de que torean con la suavidad de quienes, por pasarse de existencia recordando cosas perdidas, ponen en sus quehaceres del presente un desganado mimo de caricia…

Chamaco y el misterio

Eso era el Chamaco novillero: una tragedia meditada, una tremenda intensidad al hacerse cargo de los espantos de la fiesta, el altísimo voltaje de un hombre que acude a una cita de muerte, y con sensaciones de muerte se rellena para conocerla de antemano, para hacerse a ella, para que la muerte no le sorprenda demasiado con su llegada, si es que llega…

Jaime Ostos el clasicismo del arrojo

…nunca ha merecido el calificativo de ‘tremendista’, porque lo suyo no significa una rebelión contra los clásicos decretos de la tauromaquia, sino la exaltación del arrojo cuando a la faena se le pone la cara tontilinda de la monotonía…

Diego y Paco, los perpetuos niños del toreo

Diego Puerta y Paco Camino son aniñados de tamaño estilo. Poseen la gracia que brota porque sí, porque el toreo es un juego que les entusiasma, porque hace la mar de bonito eso de pasarse al toro mientras uno se pone gloriosamente presumido… Diego, el niño que se encorajina y se atreve contra la escuela entera; Paco, el niño que se las sabe todas y se hace el amo de los recreos sin jugarse la integridad de sus narices en reyertas de predominio…

Curro Romero y la inspiración

Curro es uno de los toreros que más nos hacen esperar, de los que provocan hoy la repulsa del ‘yo no veo más a ese tío’ y a la vuelta de una semana motivan un ‘vamos a verlo por si acaso’… No es exacto decir que viva de las rentas del pasado, sino más bien, del futuro en una especie de amenaza artística: ‘Cuidad, porque a lo mejor os perdéis mañana la mejor de mis faenas’…

El Viti, refrán del ruedo

Para El Viti nada sería más contrario a sus principios que eso de prefabricar mentalmente sus facturas esenciales de la lidia… Precisamente porque no es temperamento desordenado y súbito, sino claro predominio de la meditación sobre el arrebato, cuida mucho de que el corazón no le quede a un lado por culpa de premeditaciones exageradas…

El Cordobés, torero silvestre

Llegó a la fama taurina con sello de urgencia y matasellos de penuria. Esta es la genealogía más cierta de su éxito, un oriundo del hambre a quien le comen las prisas… El Cordobés se presentó en los ruedos como un enloquecido… La muerte no era una desconocida para el novillero Manuel Benítez. No necesitaba morirse para sabérsela… A partir de la alternativa fueron sustos más ordenados… El toro dejó de ser escalón de paso hacia arriba para convertirse en amenaza concreta sobre la plataforma dorada de la cima…

La corte de plata y seda

No es la cuadrilla una comparsa. No es adorno, ni coro pasivo en la intensidad dramática del ruedo, sino más bien, como un destello múltiple que brota en torno del matador. Y también corte para su realeza y escolta personal, que tanto se afana en defender al maestro en los atentados del toro a la hora de ahuyentarle la tristeza…

Los miuras

Forman la ganadería del maleficio, la torada mitológica que parece alimentarse con sangre idealizada en cornadas mortales. Cuando un torero dice ‘miura’ se le oscurece la voz. Es la palabra que suena a paletada de entierro, y a grito que se queda ronco en la garganta cuando es demasiado fuerte el susto…

El espontáneo

Es el espontáneo, el anarquista de la fiesta, el que clava la vista en las parejas de los guardias, el de la vida a punto de aliviarse una manía de gloria en ese medio suicidio de echarse al ruedo contra lo ordenado y consabido… Casi huele a pólvora cuando despliega su franela como una llamarada. Hay silencio de terrorismo en el hecho del alocamiento que consuma. Hay también desbarajuste de todos los esquemas decretados para la fiesta. Brota el muchacho con la ropilla triste de los que piensan que si pierden la vida no pierden una gran cosa. Tiene la extraña fuerza de los desesperados, y por eso se escapa de todos. Menos del toro, claro está, porque el toro es también desesperación y torrente que sueña con romper todas las reglas y composturas…

La cornada

La furia del toro acierta en la carne con bastante frecuencia. Es la dura ley del heroísmo: la muerte ha de certificar su cercanía con rúbricas de sangre, la tensión dramática del toreo requiere algo más que la amenaza. Es necesario que se rompan venas para que a la fiesta brava no le falten vibraciones esporádicas de corazón encogido…

Para obtener información sobre el autor y su obra, recomiendo visitar el sitio dedicado a su persona y obra en esta ubicación.

Ficha Bibliográfica

Gente del Toro. – José María Requena. – Editorial PPC, colección Vida Nueva, número 3. – 1ª edición. – 178 páginas y 16 con fotografías en blanco y negro. – Sin ISBN.

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