Desde el inicio de la década de los cincuenta se inició en Aguascalientes el cultivo de la vid aprovechando la facilidad de extraer aguas del subsuelo de profundidades escasas. Pocos años después eso daría pábulo al establecimiento de una industria vinícola que parecía ser floreciente. Fueron algunos millares de hectáreas los que se plantaron en los alrededores de esta ciudad – muchas de ellas ya son parte de la traza urbana – y durante los tiempos de bonanza, en la vendimia, se programó una Feria que coincidía en sus fechas con la principal celebración religiosa de nuestra ciudad – el 15 de agosto, día de la Asunción aquí – y en la cual, no faltaban los festejos taurinos.
Una aclaración que creo prudente. Don Francisco Madrazo Solórzano – coloquialmente Paquito Madrazo – era en esas fechas el encargado de llevar las ganaderías de La Punta – propiedad suya y de su hermana Carmelita – y la de Matancillas – gemela de La Punta – pero propiedad esta de su tío, don José C. Madrazo y García Granados y ambas vacadas estaban encastadas en Murube – Ybarra – Parladé, vía Gamero Cívico y Campos Varela, ganados que se llevaron siempre en pureza, sin hacer cruces con reses nacionales.
Los tres cachorros llenaron la plaza al máximo
Una completa faena de Chucho; soberbios naturales de Calesero y el fácil hacer de Manolo
Primoroso encierro de Matancillas del que destacaron tres novillos
Jesús Gómez Medina
La tarde, espléndida. Y el lleno total, rebosante. Clima y ambiente de una gran solemnidad, en suma.
Y dispersos aquí y allá, entre barreras y el tendido, los miembros del senado taurino en pleno: el Maestro Fermín, Carlos Arruza, Chucho y Lalo Solórzano. También Humberto Moro y Juanito Silveti. Y ganaderos y aficionados de postín en gran número.
Todo ello a tono con la gran categoría y la importancia del cartel.
En estas circunstancias hicieron el paseo los tres herederos: Chucho Solórzano, Calesero Chico y Manolo Armilla.
El brillante capítulo inicial
Ya está en el ruedo “Solimán”, el primero de los astados de Matancillas. ¡Hermoso ejemplar de toro de lidia! Fino, recortado, con amplio morrillo y cómodo de pitacos. Y, además, muy bravo, muy dócil y alegre.
Breve intervención de la peonería, y tras de ella, Chucho clava en tierra ambas rodillas para instrumentar un apretado farol. Luego, de pie, lancea al natural con gran lucimiento; añade dos airosas chicuelinas y concluye con la revolera. Y estalla la primera ovación.
Un primer picotazo acepta el de Matancillas. Al librar, Solórzano se ciñe toreando por gaoneras a las que pone término con un remate al estilo de Lagartijo, el de Córdoba. Las palmas continúan sonando con estrépito.
Segundo puyazo, recargando el morito. Y Calesero se adorna en dos chicuelinas y en la revolera final.
El segundo tercio corre a cargo de Chucho. Y a fe que el muchacho lo hace con sobra de lucimiento, superándose de uno a otro par.
El primero, un cuarteo bien igualado, precedido del giro que patentó Fermín. Para el siguiente Solórzano arrancó zigzagueando, al modo de Arruza, mejorando la ejecución y la colocación de los garapullos. Pero el tercero supera con creces todo lo anterior: ¡Cómo cuadró y alzó los brazos entre los propios pitones! ¡Y qué enhiestos y exactos quedaron los garapullos en lo más alto del morrillo! ¡Lo que se llama un gran par, un extraordinario par de banderillas!
Naturalmente, la ovación resurgió imponente.
Brindó Chucho al pueblo soberano. Y, sobre una y otra mano, fue forjando un trasteo que alcanzó su ápice en dos pases en redondo con la diestra, enormes de temple y longitud, y en otros tantos derechazos rodilla en tierra igualmente templados y con mando.
El de Matancillas, nobilísimo, de sedeña embestida, daba pábulo a estas excelencias.
Estocada honda, que hace doblar. Gran ovación. Doble otorgamiento de apéndices, que la protesta de las mayorías reduce a la mitad. Y dos vueltas al ruedo, entre aclamaciones y música, para el vástago del Rey del Temple.
Durante el arrastre, los despojos del bravo “Solimán” recibieron el reconocimiento de los buenos aficionados.
Con el cuarto, menos claro, menos propicio que el que abrió plaza, Chucho Solórzano continuó exhibiéndose pleno de afición y con un aplomo y una destreza, producto de sus reiteradas actuaciones en plazas sudamericanas.
Lo más destacado: el espectacular farol de hinojos inicial, un quite por chicuelinas antiguas y el tercer par – sesgando por las afueras – en el que expuso con ganas.
Al tercio final, el de Matancillas llegó aplomado, defendiéndose, Solórzano lo trasteó sobre piernas, sin intentar hazañas mayores. Cuando trató de quedarse quieto, el bicho lo volteó aparatosamente.
Hizo coraje el chaval y, entrando con decisión, tras de un pinchazo, clavó el acero con resultados definitivos. Ovación y vuelta al ruedo.
El arte de Calesero
Esplendió por igual con el percal y con la franela. Se hizo patente ante el clamoreo de los aficionados, en el primero y en el último tercios.
¡Ah! Porque ayer, este admirable estilizador del toreo nos sorprendió toreando a la verónica con señorío, con sentimiento y temple. Adelantando el engaño y tirando del bicho y llevándolo perezosamente toreado, con ritmo y limpieza de elegido.
Fue en su primer toro, “Hermosillo”, marcado con el número 42, bravo y alegre, noble y bonito como un marqués.
A las estupendas verónicas iniciales, púsoles Alfonso el broche regio de una media de antología, mientras en los tendidos, crepitaba la ovación.
Más cuando se presagiaba la faena triunfal, un puyazo caído dejó al de Matancillas apurado de facultades.
Ante un adversario aplomado, Calesero Chico trató de lucir, lográndolo tan solo esporádicamente, en tal o cual derechazo. Por el contrario, prolongó con exceso el trasteo, sin provecho propio ni de la clientela. Por fortuna, fue más breve con el acero.
En el quinto, “Regalón”, noblote y suave de embestida, aunque sin mayor enjundia, reapareció el cincelador del pase natural.
En tres o cuatro tandas, cruzándose con el socio, llegándole al sitio justo, insistiendo y tirando de él con admirable exactitud; templando, mandando, prolongando la dimensión del muletazo en fuerza de llevar embebido, aprisionado a “Regalón” en el embrujo de esa muleta tersa, pulida, como si el arte diese textura y gravidez a la ruin franela de que está construida, este nuevo Calesero buriló, frente al éxtasis colectivo, el pase fundamental del toreo de muleta.
No dio para más la menguada acometividad del toro. Por ello, resultaron ociosos los posteriores intentos de Alfonso. El cual, tras de un pinchazo, clavó una estocada casi entera, que bastó.
Gran ovación. Doble vuelta triunfal. Y una oreja recibida entre protestas: pero ganada de sobra con el prodigio de su toreo izquierdista.
El heredero de Armillita
El domingo 25 de abril de 1937, actuaron por vez primera en el coso San Marcos los colosos de la época: Fermín Espinosa y Lorenzo Garza.
Fue aquella una corrida memorable, de la que, quienes la presenciaron, todavía se hacen lenguas. Fermín se ataviaba con un terno grana y oro; el de El Magnífico era blanco, con áureos bordados.
Ayer, al presentarse ante la afición hidrocálida Manolo Espinosa, enfundábase en un terno similar al que ostentara en aquella remota fecha, su ilustre progenitor: corinto y oro.
¡Ah! Pero no fue tan solo el color del traje lo que nos hizo recordar el árbol de que es vástago este chaval. Su notable facilidad para realizar el toreo y el tranquilo desenfado con el que deambula por el ruedo y ante la cara de los bureles, son reflejo, indudablemente, de similares virtudes que en grado eminente poseyó Fermín.
A Manolo, por lo que ayer le pudimos apreciar, fáltale madurar debidamente para que pueda exhibir cuanto de torero lleva dentro. Por hoy, su misma facilidad resta calor y brillantez a su labor. Le hace falta, por tanto, exponer más; mostrarse menos fácil, si ello fuere posible, para arrancar de las masas la reacción entusiasta que tan sólo se provoca por la vía de la emoción o del arte.
Por lo demás, Manolo sabe torear, y torea estupendamente. Díganlo sus lances a “Flamenco”, el tercero: con el compás abierto, el engaño bajo, templado y sedeño el ritmo del percal. El remate lo constituyeron dos medias verónicas superiorísimas, que desataron la ovación.
Un puyazo doble de Pradito aceptó el de Matancillas. Al librar, Manolo se estiró toreando por chicuelinas para concluir – nueva evocación ferminesca – con el manguerazo de Villalta.
“Flamenco” terminó aplomado. Pero ello no obstó para que Manolo Armilla llevase a cabo una faena limpia, desahogada, en la que, junto a los pases altos y de trinchera, intercaló derechazos y naturales con ritmo y mando; pero en pugna siempre con el agotamiento del burel.
Llegado el capítulo de adornos, ciñóse Manolo toreando por manoletinas, en tal grado que se llevó una voltereta con rotura del flux. Volvió al bicho, para liquidarlo de una estocada contraria, que hizo pupa.
Ovación estruendosa y vuelta al ruedo para el vástago de Fermín.
Espero que esta remembranza les cause el interés que a mí me produce.