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domingo, 23 de enero de 2022

21 de enero de 1962: Alfredo Leal y Tejón de Mariano Ramírez

Alfredo Leal, Manolo Vázquez y Curro Romero
Madrid, 20 de mayo de 1962
Archivo de la Comunidad de Madrid
Foto: Sánchez Yubero
La temporada 1961 – 62 en el Toreo de Cuatro Caminos no iba dando malos resultados. En sus primeros cuatro festejos ya se registraban triunfos de Juan Silveti, Antonio del Olivar, Felipe Rosas, el madrileño Luis Segura y el más resonante hasta el momento, el de Paco Camino el día de año nuevo, del que ya me he ocupado por estas virtuales páginas. La quinta corrida de esa serie – no hay quinto malo – se conformaría con un encierro de la ganadería debutante del ingeniero Mariano Ramírez para Juan Silveti, Alfredo Leal y Paco Camino, sumando el primer y tercer espada, su segunda comparecencia en el coso de Naucalpan.

Se anunciaba también que ese festejo sería la despedida de Camino, aunque después se vería que regresaría en la temporada cuatro fechas más – 2 en marzo y 2 en abril –. Y es que había caído de pie ante la afición de la capital, aunque a algún sector de la prensa especializada no le pareciera de la categoría suficiente, ya fuera por su juventud o fuera por la manera que tenía de resolver las cosas delante de los toros. La realidad es que quienes objetaban su presencia en esos momentos, no alcanzaban a apreciar que tenían delante a un torero destinado a ser una figura de época.

Alfredo Leal y Tejón, segundo de la tarde

Alfredo Leal fue uno de los toreros surgidos en la generación de 1948. Quizás tardó en cuajar un poco más que varios de sus contemporáneos, por la arrolladora fuerza del fenómeno de los Tres Mosqueteros, pero su elegante planta y la pureza con la que ejecutaba el toreo, le llevaron a caminar un trecho largo por los ruedos del mundo y a ser considerado una importante figura de la tauromaquia mexicana en su día.

Ese domingo 21 de enero de 1962 Alfredo Leal tendría una de sus grandes tardes ante el público de la capital mexicana. En oportunidades anteriores había tenido ocasión de dejar apuntes de sus capacidades, emborronándolos con la espada o simplemente dejándolos allí, anotados, pero ese día, se mostró en plenitud. En un interesante documento, por la excepción que importa, don Abraham Bitar, en El Redondel del día de la corrida, relata el festejo en ausencia del cronista titular Alfonso de Icaza Ojo – por enfermedad – y dice:

“Tejón”, cárdeno, de bonita lámina y bien armado, sale como huracán y Alfredo Leal lo recibe con un farol de rodillas. Ya de pie suministra preciosísimas verónicas con los pies juntos, y como el remate fue airoso, se le aplaudió fuertemente… El del ingeniero Ramírez se arrancó de largo al caballo, y cosa rara, el piquero dejó la vara en todo lo alto. Quite de Alfredo Leal por ceñidas chicuelinas. Ovación. El mismo matador pide el cambio de tercio… Brinda Leal a la autoridad y luego a un particular. Cita desde lejos dando un pase cambiado por la espalda que resulta ser emocionantísimo. Luego toma la muleta con la izquierda para instrumentar seis grandes naturales en los que corrió la mano estupendamente, pasándose al toro por la faja. Ovación. Después de un breve intervalo, vuelve a poner cátedra con la izquierda, toreando a dos centímetros de los pitones. Remata la serie con un ajustado pase de pecho. Un molinete de rodillas, otro de pecho con la izquierda, y ahora con la derecha, templando y muy valiente; remata con un pase de pecho, y sigue la ovación. Un trincherazo que ni dibujado, pases cada vez más templados y ceñidos. La plaza es un manicomio. Un molinete, y entrando derecho y acostándose sobre el morrillo, coloca la espada en muy buen sitio, cayendo el toro muerto a sus pies. Ovación clamorosa, vueltas al ruedo, las dos orejas y el rabo. El público pide arrastre lento para el bravo ejemplar del ingeniero Mariano Ramírez… Todo en su punto, pues Leal no sólo lanceó estupendamente con el capote, sino que también realizó una extraordinaria faena con la muleta, en la que corrieron parejas el arte y el valor… Además, entró a matar como pocas veces se estila. Un triunfo grande, muy merecido…

Para don Abraham, la faena fue completa y no le encuentra exceso a los trofeos concedidos en el caso. 

Una segunda versión es la de Carlos León, en su tribuna del Novedades, al día siguiente de la corrida, en forma de carta abierta dirigida a la cantante Lola Beltrán, a la sazón esposa del torero, de la que extraigo:

Desde que entrevisté a tu Alfredo por la radio y declaró que uno de los toros que le gustaban era el que llevaba el nombre de “Tejón”, bicho que la suerte le deparó en su lote, me latió que iba a salir en plan de me he de comer esa tuna, aunque me espine la mano. Pues, aun sin saber cómo era la embestida del bicho – que luego fue ideal –, se arrodilló en el tercio y lo saludó con un lance afarolado que arrancó un alarido de emoción, a pesar de la enorme distancia. Pero, ya de pie, le hizo la estatua en lances erguidos, como dos arbolitos que parecen gemelos, para luego cargarle la suerte desdeñosamente y hacer que las verónicas se abrieran como jacaranda en flor. Y luego, tras la primera y única vara, brotaron las chicuelinas cadenciosas, solemnes, donde el noble bicho iba y venía pegado a él, como la hiedra… ¡Gran toro era ese “Tejón”, el hermoso cárdeno de las dehesas tapatías de Don Mariano Ramírez! Pero en plan grande, también, se puso tu marido, después de haber brindado al coronel García Valseca, tal vez porque torear a tan sedeño bicho era como lidiar a una bicicleta. Pero no creas que con eso – ¡nada más lejos de mi intención! – trato de restarle mérito. Al contrario, Lola: bien sabes que mientras más tonto es un toro, más inteligente tiene que ser el torero. Pues las reses bravas son como las cuerdas de la guitarra: hay que empezar por templarlas... o no hay concierto posible… ¡Y vaya si hubo concierto! Después del garboso y estatuario pase cambiado, por la espalda, Alfredo se quedó con la muleta en la mano torera, para ligar cinco naturales extraordinarios que rubricó con el forzado de pecho, pero de gorrioncillo pecho amarillo, que hizo estallar en trinos de entusiasmo a los millares de jilgueros que volvieron a abarrotar la jaula de San Bartolo)… Siguió con la zurda, en nueva serie de estupendos naturales, para otra vez rematar con ceñido pectoral, donde los pitones, como las balas perdidas, pegaron siempre en su pecho. De hinojos, se adornó con el molinete de rodillas y uno de costado sin incorporarse, para continuar en redondo con tandas de derechazos por abajo, que te hubieran hecho exclamar jubilosa: ¡Ay, qué laureles tan verdes, qué rosas tan encendidas! … Y lo mató superiormente, en corto y por derecho, sepultando en lo alto el acero, con lo cual “Tejón” le duró menos que Rosita Alvírez. Desbordado el justo entusiasmo por tan triunfal presentación, le dieron las dos orejas y el rabo y un par de vueltas al ruedo, habiendo salido también el ganadero escrupuloso que envió tan nobilísimo ejemplar. Había habido perfecta correspondencia entre la bondad del toro y lo bueno del torero y, ¡qué bonito es el amor, cuando es bien correspondido! … ¡Como la pinten la brinco y al son que toquen bailo! …

La versión del puntilloso Carlos León también coincide en la grandeza del triunfo del llamado Príncipe del Toreo, lo que puede dejar claro que el triunfo de Leal esa tarde fue rotundo y sin mancha.

Así firmó Alfredo Leal El Príncipe del Toreo su primer triunfo rotundo ante la afición de la capital mexicana, porque, aunque en la Plaza México y en el mismo Cuatro Caminos había tenido ocasión de dejar destellos de las posibilidades de su hacer ante los toros, no había tenido una tarde con la rotundidad de la que redondeó ante Tejón del ingeniero Mariano Ramírez. No exageraría al decir que este fue su despegue para convertirse en una auténtica figura del toreo mexicano.

Los demás sucesos del festejo

Juan Silveti estuvo bien con Compadrito el que abrió plaza y ante el sardo cuarto, Sardito, tuvo un inicio de faena de gran lucimiento que se vio interrumpido de pronto por la falta de fuerza del toro. Fue tan buena su actuación que hasta al mismísimo Carlos León, que lo fustigaba por considerar que su toreo no emocionaba, le pareció valedera su actuación.

Y Paco Camino volvió a tener una tarde exitosa, ante el sexto, Chatito, al que le cortó las orejas, y contó Carlos León:

… Pero vino lo asombroso. Aunque el toro “Chatito” estaba como la yerba mala, sin poderse arrancar, Paco lo enceló con el engaño y con el cuerpo, se le puso muy cerca y lo obligó a embestir. A partir de ese instante en que Paco convirtió a la res en noble colaboradora, desde un principio se vio que las primeras gotas fueron las de un fuerte chaparrón. Las tandas de derechazos y de naturales fueron un prodigio por el mando de sus brazos y por la manera de quebrar la cintura para darle dimensión de eternidad a los extraordinarios mule-tazos. ¡Un faenón... lo que se dice un faenón! El toro, como hipnotizado, iba tras la muleta como si no supiera que embestía, así como el agua no tiene sed y el sol no sabe que alumbra… La multitud que momentos antes silbaba “Las Golondrinas” en, plan de chufla, tuvo que entregarse y aclamar al gran artista de Sevilla, al torero niño que había logrado una hazaña de hombre. De hombría fue igualmente la forma en que Paco se volcó sobre el morrillo de “Chatito” para lograr un estoconazo de los que se ven pocas veces, en medio de tantas auroras que son puñaladas… Un adiós que tendrá que ser un hasta luego, pues el sevillano deja un cartel de torero predilecto del público mexicano. Le dieron solamente dos orejas, pues el juez – que está en la higuera más que en palco de la autoridad – no comprendió el portento y negó la concesión del rabo. Pero las masas populares, con más sentido de la justicia, izaron sobre sus hombros a Paquito Camino, que abandonó la plaza ensordecido por aclamaciones de escandalera grande…

Los toros de Mariano Ramírez

Decía al inicio que la ganadería del ingeniero Ramírez debutaba ante el público de la capital. Prudente es aclarar que lo hacía con corrida de toros, pues con la simiente con que inició su andadura ganadera – toros y vacas de Pastejé, comprados a don Eduardo N. Iturbide –, había presentado una novillada en la Plaza México en 1956.

En 1958, enajena la totalidad de ese ganado y adquiere de don Rubén Carvajal la mitad de la ganadería de Zotoluca – 110 vacas y 5 sementales –, a la que agrega sementales de Piedras Negras y La Laguna y es a partir de esa base genética con la que construye la historia y la leyenda de su ganadería.

La crónica de Bitar en El Redondel expresa acerca de los toros lidiados:

Se nos informa que Leal le había pedido al doctor Gaona la corrida del ingeniero pues ya había tenido muchos éxitos en los Estados con ellos. Sigue la ovación a Leal, que continúa dando vueltas al ruedo… Leal se dirige al palco del ganadero, que es fuertemente ovacionado, y se hace acompañar de él en su tercera vuelta al ruedo en medio del entusiasmo grande…

Así, esa tarde de hace seis décadas, se veía el esfuerzo de la primera camada de toros lograda con esa procedencia y que representó un importante éxito para toreros y ganadero. Una tarde definitivamente redonda, de las que no se viven con frecuencia.

domingo, 16 de enero de 2022

16 de enero de 1972: Manolo Martínez y Jarocho de San Mateo

Manolo Martínez
La temporada 1971 – 72 de la Plaza México constó de 18 festejos, mismos que fueron organizados bajo la dirección de don Javier Garfias, en esos días encargado de la dirección de la tristemente célebre DEMSA. Fue un ciclo en el que comparecieron por los toreros de ultramar Paquirri, Curro Vázquez, José Luis Galloso, Palomo Linares y José Luis Parada y entre los nacionales, Alfredo Leal, Joselito Huerta – que reaparecía después del problema de salud que tuvo el año anterior –, Manolo Martínez, Curro Rivera, Eloy Cavazos, Jesús Solórzano, Jaime Rangel y Adrián Romero. Los hechos se irían alineando de manera tal, que el eje de la temporada sería precisamente el nombrado Manolo Martínez, que terminaría toreando 10 de esos festejos.

En el derecho de apartado de esa temporada se anunció la reaparición de Luis Miguel Dominguín, que volvería a la gran plaza después de que actuara en ella por última vez el el 11 de marzo de 1956, alternando con Calesero y Alfredo Leal, que confirmaba su alternativa sevillana. En ese festejo se lidiaron 3 toros de Jesús Cabrera y 3 de Rancho Seco y resultó muy accidentado por la escasa presencia y fuerza del ganado y por la negativa del Juez de Plaza a aceptar un toro de regalo del Poeta del Toreo, que se le encaró, lo increpó y se fue con una multa al canto. Al final de cuentas, como veremos, el hijo de Domingo González Mateos no volvería a torear en la México, anunciado se quedó.

Manolo Martínez

La sola mención de su nombre es abrir un espacio amplísimo para la discusión. Hay quienes admiran lo que realizó en los ruedos y también en igual o mayor número, quienes consideran que es el padre de todos los males que nuestra fiesta vive en estos tiempos que corren. Todo el mundo lleva la cuenta de los rabos que cortó en la México – 10 en total, uno simbólico y dos a toros de regalo – pero pocos reparan en que realizó diecisiete faenas en las que cortó dos orejas, y que, al menos en cinco de ellas – Halcón de Jesús Cabrera, Clavijero de Torrecilla, Oro Negro de Xajay y Siempre sí de Los Martínez – tuvo petición de rabo que no fue concedido. 

La quinta faena es la que me ocupa en este momento, la de Jarocho de San Mateo, a juicio de muchos entendidos, la mejor que realizó en su paso por el llamado Coso de Insurgentes. Así pues, al final de cuentas, el engrose de la historia del torero de Monterrey tiene aún aristas por examinar que van más allá de lo evidente. Y habrá que revisar también las faenas arruinadas por su proverbial mal manejo de la espada. Y es que no hay que olvidar, que, a esta fecha, es todavía el torero que más festejos ha toreado en la plaza de toros más grande del mundo.

La octava corrida de la temporada 1971 – 72

Expresaba líneas arriba que este ciclo sería el de la reaparición de Luis Miguel Dominguín en la Plaza México. Precisamente estaba destinado este festejo, el octavo, para ese hecho. Sin embargo, el 28 de noviembre, en Lima, se fracturó tres dedos de la mano derecha y en ese momento comenzó a suspender sus actuaciones subsecuentes cancelando las de las ferias de Quito, Bogotá y Mérida en Venezuela. Posteriormente, anunció a la prensa de su país que reaparecería ya en España hasta después de las ferias de Castellón y Valencia. (El Ruedo, 25 de enero de 1972).

En esas condiciones, el cartel de ese octavo festejo se conformó con toros de San Mateo para Manolo Espinosa Armillita, el nombrado Manolo Martínez y Sebastián Palomo Linares, siendo para el primer y tercer espada, su presentación en la temporada. El encierro de San Mateo fue disparejo y de poco volumen, apenas promedió 457 kilos según los cartelillos, pero las crónicas reflejan que los toros tenían cara de adultos y que las complicaciones que sacaron eran las que generalmente van asociadas con la edad.

Jarocho, quinto de la tarde

Manolo Martínez ya había dado una vuelta al ruedo tras despachar a Chaparrón, el primero de su lote y segundo de la tarde. Hoy ver a un torero dar una vuelta al ruedo sin un apéndice en la mano es algo casi inusitado, pero en aquellos tiempos de hace medio siglo, la afición todavía sabía premiar el quehacer de los toreros fuera de consideraciones triunfalistas.

Pero la tarde alcanzaría su punto más alto durante la lidia del quinto, Jarocho, un toro que no se distinguió precisamente por ser bravo, que correteó por todo el ruedo y que en cuanto encontró el refugio de la zona de tablas, allí se puso para que fueran a buscarlo. Y Manolo Martínez fue. Y lo encontró. Y le hizo la faena. Y, siendo, todavía, a estas fechas, el máximo común divisor en las opiniones acerca de las cosas de los toros en este país, puso de acuerdo a todos esa fecha. A los que estaban a su favor, a los que estaban en su contra y a los que no asumían abiertamente una posición.

Parte de la descripción que hizo don Manuel García Santos para su crónica publicada en El Sol de México al día siguiente de la corrida, dice:

Con “Jarocho” vendría el triunfo grande… Abandonó el torero su abulia. Se entregó al placer de torear, y realizó el milagro de convertir a un manso en toro de faena. Y vino la faena… Toda ella fue un dechado de valor, de afición, de dominio y de arte… En uno de los muletazos, “Jarocho” le tiró un gañafón capaz de amilanar al torero más valiente. Martínez no se desconfió. Continuó dibujando los muletazos ante una plaza absorta y la plaza lo ovacionaba… ya el toro iba por donde Martínez lo llevaba… Una estocada caída – causa de la no concesión del rabo –, y una agonía larga del toro dieron fin a la actuación de Martínez, que derrochó entrega, amor propio y arte. Cortó dos orejas y dio dos vueltas al ruedo…

Por su parte, Carlos León, en su tribuna del Novedades, desde la que cada domingo fustigaba, viniera al caso o no, al diestro regiomontano, dijo:

A este “Jarocho”, que ni para La Bamba servía, el reinero acabó por acorralarlo entre el farallón del burladero de matadores y el velamen de carabela colombina de su muleta. Y ya no hubo escapatoria posible… Puesto a elegir el toro entre estrellarse contra los tableros o aceptar tragarse tal cantidad de trapo, en su derrota optó por lo segundo, y reconoció – como no tengo empacho en reconocerlo yo – que la machacona tenacidad del reinero pudo más que la huidiza cobardía del toro… Y esa maestría y ese dominio, ese poderío de lidiador tienen más importancia que las chirimías y los teponaxtles del congestionado toreo “a la xochimilca” … Mató de magnífico estoconazo y le concedieron dos orejas, ganándose una bronca el juez que negó la concesión del rabo… Pero un par de vueltas al ruedo entre unánimes aclamaciones valen más que los apéndices que con tanta frecuencia se regalan…

El licenciado Antonio García Castillo, firmando como Jarameño, en Ovaciones a su vez, opinó:

La de ayer a “Jarocho” podemos bautizarla como “La Faena sin Rabo” … Sí, porque ha habido muchas, muchísimas faenas con orejas y rabo, pero nunca, que sepamos, se ha realizado una faena con la magnitud, la hondura, el torerismo y la calidad de la ejecutada por Manolo Martínez, la cual no se haya premiado con el rabo… Así pues, quien negó ese rabo, puede sentirse profundamente orgulloso de su taurinismo: ¡pasará a la historia por ello! …Y la adamantina luminosidad del natural, y el cabrilleo del derechazo, y la pincelada eufórica del martinete y la severidad solemne del de pecho… ¡Jugar con el toro! ¡Pero amigos, jugar con ese toro al que se ha dominado, con el que se ha hecho lo que se ha querido, porque se ha podido! … Una estocada entera, que tardó en hacer efecto, y la clarinada de entrega absoluta, total. El volcarse con todo entusiasmo ante el arte de excepción – sí de excepción – de Manolo Martínez… ¡Miento! … No fue total la entrega. Había un hombre impasible. Un hombre que presidía la corrida y que displicentemente fumaba un cigarrillo. ¡El hombre que ha permitido que bauticemos esta croniquilla de esta faena histórica como “La Faena sin Rabo”!

Y por supuesto, no puede faltar la visión de José Alameda acerca de este hecho, que en El Heraldo de México, expresó:

…Con mucho sentido, “Jarocho” adelantaba un paso, y sólo se arrancaba cuando creía segura la presa… Pero lo burló el torero una y otra vez… Y cuando se dio cuenta de que el encastado sanmateíno empezaba a destantearse, entonces dio un paso más… Enganchó al enemigo en la muleta y le corrió la mano en los derechazos, para rematar con el de pecho… Luego lo hizo con la izquierda. Y poco a poco, después de haberle cortado el traje a la medida, mientras el toro, áspero por su casta al principio, se iba sometiendo al imperio del torero… Al final, cerca de tablas (donde se refugió el bicho), ya no había dos poderes sino uno solo, el de Manolo, que se recreó al torear con verticalidad absoluta y a cada pase con más temple, mientras el grito de ¡torero! ¡torero! rebotaba por el graderío… Entró a matar por derecho y dejó la estocada. Se amorcilló el toro… Pero el torero y el público esperaron… y la plaza se puso blanca de pañuelos en demanda de los trofeos. Concedió la autoridad dos orejas. Surgió el clamor – ¡Rabo, rabo! –, cada vez más fuerte. Pero el juez no quiso oírlo…  Habrá que defender al pueblo de sus defensores…

Como se puede ver de las opiniones de los cronistas, hay una que destaca un aspecto de la faena de Manolo Martínez a Jarocho que parece explicar la no concesión del rabo al torero y es la de don Manuel García Santos, que expresa con claridad que la estocada fue caída. Las demás hablan de una estocada – unos dicen que fue entera y Carlos León lo llama magnífico estoconazo – aunque hoy a medio siglo de distancia, difícil será conocer el por qué.

Para concluir

El propio Manolo Martínez en alguna ocasión expresó que los apéndices no son más que retazos de toro. Resultados como el de esta tarde de Jarocho parecieran confirmar esa afirmación, porque al final del día, la concesión o no de éstos depende de la voluntad del que ocupa el palco de la autoridad o del ánimo celebrativo de la concurrencia, así pues, el número de apéndices concedidos no coincide precisamente con el valor de la obra del torero ante el toro.

Pero todo esto es, siguiendo a José Alameda, parte del seguro azar del toreo.

Aviso Parroquial: Agradezco a mi amigo Horacio Reiba Alcalino, el haberme puesto sobre la pista de este asunto. Y, por otra parte, siguiendo la costumbre del ya multicitado Fernández y López Valdemoro, brindo estas líneas al amigo Gastón Ramírez Cuevas con motivo de su cumpleaños. Supongo que en su día, disfrutó esta tarde de toros.

domingo, 2 de enero de 2022

1º de enero de 1962. El debut de Paco Camino en México (III/IV)

Paco Camino


Despejados los asuntos sindicales pendientes, tanto entre los matadores de toros como entre los picadores y banderilleros, la empresa de el Toreo de Cuatro Caminos anunció, casi a porta gayola el derecho de apartado de su temporada. Con ese anuncio, parecía que todo estaba ya encaminado para que el ciclo de corridas de toros de la capital mexicana se diera sin sobresaltos, pero, aunque no tuviera efectos más que en la opinión pública, algunos ánimos no estaban de acuerdo con el estado de las cosas.

El hecho de que el anuncio de la temporada de Cuatro Caminos dejó ver que gravitaría en torno a la figura de Paco Camino, que había toreado 68 corridas en la temporada europea recién terminada, quedando de tercero en el escalafón detrás de Curro Girón y Diego Puerta no le pareció adecuado a más de algún influyente opinador, como es el caso de don Alfonso de Icaza Ojo, quien en su columna semanal Nuestro Comentario, aparecida en El Redondel del 7 de enero de 1962, entre otras cosas, escribió:

Hace tiempo que tenemos la creencia de que, actualmente, son mejores los toreros mexicanos que los españoles.

Y no por el hecho de haber nacido aquí – que el sitio donde se ve la luz primera nada supone en el caso – sino por la distinta manera como se desarrolla la fiesta en uno y otro país.

En México, el toreo es cosa de hombres; en España, de niños.

Aquí, para ser figura del toreo, se requiere, además de poseer cualidades especiales, dominar la profesión, lo que no se consigue, salvo casos excepcionalísimos, sino después de muchos años de práctica.

Así vemos que nuestros ases, “Calesero”, Procuna, Capetillo, Silveti, Leal o Joselito Huerta, para no citar sino a unos cuantos, llevan años y años de lidiar toros, años que les han servido para acumular conocimientos al mismo tiempo que para afinar su arte.

En España, en cambio, se improvisan ídolos a cada momento.

Y tan pronto es “primerísima figura” un jovencito de diecinueve años, como Paco Camino, que uno de veintiuno, como Diego Puerta, u otro improvisado aún, el ya famoso “El Cordobés”, que antes de tomar la alternativa, y nos atrevemos a decir que, sin ser todavía un auténtico torero, tiene ya un capital de quién sabe cuántos millones de pesetas.

Las figuras del toreo no se improvisan.

Aún los diestros especialmente precoces, como Joselito, “Armillita” y Arruza, necesitaron “cuajarse” para ascender a la primera fila.

No se nace sabiendo, ni se puede ser maestro en tauromaquia de buenas a primeras.

El toreo es cosa de hombres, tal y como se entiende en México, y no de criaturas como actualmente se estila en España...

Es decir, a juicio de uno de los principales periodistas taurinos de la época, dos de los toreros que encabezaban el escalafón europeo eran nada menos que unos improvisados, más que nada por su juventud. Y sumaba a esa infame categoría a El Cordobés, pendiente de alternativa, pero que en unos meses más, vendría a poner de cabeza a todo el entramado de la fiesta. ¿Sería que Ojo no se percató del cambio que ya se estaba produciendo o fue simplemente el hecho de no haber visto a los toreros a los que se refería?

Por su parte, Carlos León, en su crónica de la corrida del 1º de enero de hace 60 años, también arremetió contra Paco Camino, pues en su relación epistolar dirigida a Miguel Alemán Velasco, a propósito de un libro conmemorativo de la línea aérea Aeroméxico, deja este párrafo:

El torero se justifica en el ruedo y no con declaraciones a la prensa o promesas frente a los micrófonos, que luego no se cumplen ante los toros. En aquel histórico 8 de agosto de 1908, cuando los hermanos Wright volaron por vez primera sobre suelo europeo – a 10 metros de altura y sólo durante minuto y medio – fueron asediados a preguntas por los periodistas. Venciendo un taciturno silencio, Wilburg Wright se concretó a decir: el loro es el pájaro que más habla y menos vuela…

Así estaba el patio hace seis décadas. No parecía poder darse gusto a nadie.

La corrida del primer día del año 62

Se anunció un encierro de Pastejé para Alfonso Ramírez Calesero, Antonio del Olivar y el debutante Paco Camino. Las cosas se empezaron a torcer desde el inicio, pues los toros de Pastejé nada más no caminaron y dos de ellos fueron devueltos a los corrales, siendo sustituidos por uno de Piedras Negras (2º) y otro de La Laguna (4º). Acerca del encierro, el citado Carlos León, en su tribuna del Novedades, escribió:

Incierta, áspera y huidiza salió la corrida que vino de las dehesas de Ixtlahuaca, seguramente por un error, pues iban con destino al rastro de Ferrería. A mí no me sorprendieron las malas condiciones de lidia del descompuesto ganado, pues desde que Pastejé dejó de ser en cierta ocasión una ganadería de caballeros, como Don Eduardo N. Iturbide y la familia Barroso, obviamente tenía que enviar bichos resabiosos, con malas ideas y peores intenciones. Por supuesto no me equivoqué, y el encierro de hoy fue algo desastroso. De todas maneras, se supone que hay un reglamento taurino y un juez que lo aplique, pero el que también se supone que funge como autoridad, siguió violándolo. Dos toros se fueron al corral, sin haber salido antes los picadores. Seguramente eran mansos los bureles, pero había que demostrarlo y darle seriedad a la plaza de El Toreo, que no porque esté enclavada en un pueblo debe seguir siendo un circo de pachanga. Como quiera que sea, después de haber padecido ese ganado correoso y espantadizo, los toreros confirmaron la frase que ya es de ritual en los mentideros: Pastejé, ni en bisté…

La actuación de Paco Camino

Para don Alfonso de Icaza, su valoración previa pareció haberse cumplido con la actuación del torero de Camas, pues su apreciación de esta tarde, es la siguiente:

La primera impresión que tenemos del niño – torero hispano es que es habilidoso y que está muy puesto con el toro… A su primer enemigo, que huía hasta de su sombra, se empeñó en sujetarlo, y lo sujetó, con aplauso del público, pero a su segundo, que era más toreable, en lugar de pasárselo, optó por dar vueltas a su alrededor, entre pitos de la gente, que no gusta de paseos, sino del buen toreo, definido de tiempo atrás en tres palabras, que parece no conocer Paquito: parar, templar y mandar…

Por su parte, Carlos León, en la misma coloratura, opinó:

Camino se quedó en vereda… Cierto es que la corrida no fue manejable, pero el de Sevilla exageró su prudencia, confirmando las reservas y vacilaciones que ya observaba el crítico de Madrid. En pocas, en rarísimas ocasiones se pasó a los bichos con el percal o con la sarga, más cuando lo hizo fue a una distancia tan prudencial que no conmovió ni a su mozo de estoques. En cambio, colocado a la defensiva mostró una evidente habilidad, lo mismo bregando con la capichuela que al manejar la pañosa. Siempre sobre piernas, sin fijeza en las azogadas zapatillas, encorvado y habilísimo para meterse a los costillares, parece mentira que con tales trucos haya logrado de pronto conmover al público, que le celebró lo que erróneamente tomaron por potencialidad de lidiador, cuando eso tiene otro nombre exacto y preciso: ratonerismo.

Mas, si con el tercero le festejaron su ratonera facilidad para huir de los pitones y refugiarse en los cuartos traseros, con el sexto le chillaron el truquito de jugar al tiovivo y zara-gatear lo más lejos posible de las astas. Como había brindado a César Balsa, tarde se le hacía al sevillano para irse de la plaza y seguir bailando en el Jacaranda. Pero, como es bastante malito con la espada, se le cansó el brazo pinchando hasta que optó por un ignominioso espadazo en el chaleco. Total: que, si Paco es Camino, Del Olivar es carretera. O tal vez, autopista de las que pueden llegar muy lejos…

Como se ve, simplemente, para los dos cronistas citados, Paco Camino no tuvo manera de llegar a un entendimiento con su hacer delante de los toros.

El resto del festejo

Calesero fue abroncado al final de sus actuaciones, pero firmó un gran ramillete de verónicas ante el cuarto de la tarde Perdigón y Antonio del Olivar le realizó una valiente y dramática faena al quinto, Barquillero, recibiendo como premio una oreja, que fue protestada por el espadazo defectuoso con el que despachó al toro, pero fue requerido para dar dos vueltas al ruedo con mucha fuerza.

Lo que venía por delante

Paco Camino regresaría a Cuatro Caminos el día 7 de enero de 1962 y en esa tarde tendría la ocasión de hacer su declaración de intenciones. Pero de eso trataré de ocuparme el próximo domingo, si así lo tienen ustedes a bien.

domingo, 19 de diciembre de 2021

19 de diciembre de 1971: Paquirri y Girasol de Jesús Cabrera

Paquirri, triunfante
Paquirri entró pronto en el ánimo de la afición de la Plaza México. Desde la tarde de su confirmación de alternativa se mostró como un torero que no rehuía la pelea y aún a resultas de terminar herido, se jugó la vida para salir con las dos orejas de Caporal, el segundo del lote de José Julián Llaguno que sorteó en las manos, asunto del que ya me he ocupado en esta ubicación. En la tarde de su reaparición, volvió a triunfar con otro Caporal, este ahora del ingeniero Mariano Ramírez, al que también le cortó las orejas, tarde de la que se habló ya aquí.

Eso aseguró que volvería para la siguiente temporada grande, ya no como novedad, sino como figura del toreo y así se le acarteló. Para la cuarta fecha del serial, se anunció un encierro de don Jesús Cabrera y para enfrentarlo, al nombrado Francisco Rivera Paquirri, Eloy Cavazos y Jesús Solórzano. No creo que sea necesario señalar que la Plaza México se llenó hasta el reloj, con la esperanza de los aficionados de ver una importante tarde de toros.

Los toros de don Jesús Cabrera

En los prolegómenos de su prolija crónica, Carlos León, en su tribuna del extinto diario Novedades de la Ciudad de México, acerca de los toros lidiados, en epístola dirigida a don Ernesto Fernández Hurtado, director del Banco de México en esas calendas, escribió:

Pues también habló usted, estimado don Ernesto, de que en las arcas del banco a su cargo hay reservas crecientes. Ello, siendo tranquilizador, no colma las esperanzas de los aficionados, que no solamente queremos que las reservas crezcan – como creció el sustituto del quinto el domingo anterior – sino que también acaben de crecer los toros del lote que se lidia. Y eso que el jefe de espectáculos se apellida “Del Toro”. Que, si se llega a apellidar “Becerril”, estaríamos definitivamente perdidos.

No dudamos que los toros de don Jesús Cabrera tenían edad. Tantas veces habían venido a la México, para ser rechazados y regresar a sus potreros, que ya eran clientes habituales de los corrales y hasta la empresa les obsequiaba calendarios. Pero mire usted: nosotros, los que poco entendemos de asuntos financieros, hemos oído que la onza Troy equivale a 35 granos de oro. Y que un grano equivale a 53 miligramos. Por tanto, si la apariencia del toro como tal se logra a base de granearlo y si don Jesús Cabrera, como hombre rico y espléndido que es, ha de granear a sus reses con áureos granos, ahora nos explicamos por qué a cada uno de sus bureles lo hayan pesado en miligramos y no en kilogramos, como hacen otros ganaderos que no pueden permitirse tan dispendiosos hijos. Y de allí esos dijes que envió hoy. De oro macho, pero dijes…

Paquirri y Girasol

La médula de la tarde llegaría durante la lidia del cuarto toro del festejo, nombrado Girasol por su criador. Carlos León, en la ya mencionada crónica, entre otras cosas, escribió: 

Y el torero, el gran torero, brilló esplendoroso con “Girasol”, el cuarto del encierro. No voy a negar que era terciado. Pero más lo fue, hace muchos ayeres, aquel “Dentista” de San Mateo con el que Manuel Jiménez, el sevillano “Chicuelo”, cuajó aquel faenón inmortal que no se olvidará nunca. Porque cuando se hace el toreo tan estupendamente realizado, lo terciado de un toro no va a empequeñecer por contagio, la grandeza de lo bien logrado.

Ya con las banderillas – para que Mauro Liceaga se quede para siempre encerrado en un clóset y no vuelva ni a mencionar lo que es clavar los palos –, el de Barbate había puesto la plaza de cabeza dando una cátedra emotiva de lo que es la verdad en el segundo tercio. Y con el ambiente a su favor, con un público rendido y entregado ante tanta majeza, el de Cádiz brindó a los que le chillaban, para que de una vez enmudecieran. Y si volvieron a abrir la boca ya fue para gritarle: ¡Torero!

¡Y qué clase de torero! Un faenón con las más caras esencias de la escuela rondeña, citando de frente, templando de verdad y no arrastrando telones, con la elegancia de la verticalidad y sin retorcerse como charamusca, ejemplarizando lo que es el bien torear en medio de la locura colectiva de quienes ya habían olvidado, por adorar falsos ídolos, de lo que es un torero de los pies a la cabeza. Citando siempre en la suerte de recibir, el andaluz pinchó tres veces antes de consumar la estocada recibiendo. Y cortó una oreja y dio dos vueltas al ruedo y aún fue a saludar a los medios en una apoteosis de consagración, después de haber realizado – y lo afirmamos desde ahora – la que será, sin duda, la faena cumbre de la temporada...

En su propia crónica deja claro que Eloy Cavazos triunfó en toda la línea, pues le cortó las dos orejas al primero de su lote y el rabo a Ranchero, quinto del festejo, y que Jesús Solórzano se sacó la espina con un toro de regalo después de verse displicente con su lote ordinario.

La pertinencia de una mención

En el cuerpo de la descripción de la actuación de Paquirri ante Girasol, Carlos León afirma con contundencia: Ya con las banderillas – para que Mauro Liceaga se quede para siempre encerrado en un clóset y no vuelva ni a mencionar lo que es clavar los palos –, el de Barbate había puesto la plaza de cabeza… El contexto de esa afirmación resulta ser harto interesante. 

El domingo 28 de noviembre anterior, Paquirri había alternado con Mauro Liceaga y Manolo Martínez en la lidia de toros de José Julián Llaguno. Las crónicas de agencia que pude encontrar, reflejan lo siguiente acerca de un pasaje de esa corrida:

Mauro Liceaga fue ovacionado en verónicas. Banderilleó entre aplausos, destacando su primer par. El toro llegó con poca fuerza a la muleta y Liceaga hizo faena empeñosa. Pinchazo, estocada. Silencio… Al cuarto lo recibió con un cambio a porta gayola comprometido Invitó a banderillear al español Paquirri y tuvo un detalle censurable, pues cuando el toro iba arrancado para el diestro gaditano, Liceaga se movió cortándole el viaje en forma ventajista que puso en situación comprometida a su compañero. Liceaga banderilleó sin lucimiento. Faena valentona ante un toro de muy corta arrancaba al que se empeñó en citar a recibir, resultando enganchado e ingresando en la enfermería con cornada en el tercio superior del muslo derecho. Manolo Martínez terminó con el toro de una estocada… Cuando iba a dar la vuelta al ruedo (tras la lidia del 3º), Liceaga, en un detalle de poco compañerismo, salió andando hacia la puerta de toriles ante el asombro del diestro español, que se conformó con agradecer desde el tercio...

La presencia de Mauro Liceaga, un torero de dinastía, que no lograba levantar cabeza desde que recibió una grave cornada penetrante de vientre en Monterrey en 1964, llegó a esa corrida con una sola consigna, la de fastidiar al torero de Barbate. Así lo cuenta Guillermo H. Cantú en Manolo Martínez. Un demonio de pasión:

Manolo, el torso desnudo, descansando en la cama días antes de la corrida. Forma habitual de despachar y de dirigir a su “corte”, compuesta además de sus ayudantes formales por cinco o seis corifeos asiduos y uno que otro más fino, a los que interpela abruptamente:

- A ver, ¿cómo está esa onda? ¿Recuerdan lo que sabe hacer “Paquirri”?

- Sí matador, es muy buen banderillero – alguien le contesta. Se luce mucho, tiene facultades, es un as del segundo tercio.

- A ver, compadre – se dirige Manolo a su apoderado –, échate para acá a Maurito (Liceaga), que venga inmediatamente…

- Vas a torear la corrida del próximo domingo – le anuncia Manolo, en pleno ejercicio del mando de la fiesta – pero, Maurito – le advierte preciso – a clavar banderillas por derecho. Me picas al andaluz. Invítalo a banderillear contigo.

- Con mucho gusto, Manolo. Hay que ponerlo en orden, ¿verdad?

- De eso se trata – contesta el de la batuta.

El siguiente domingo en la Monumental Plaza México Mauro Liceaga es un portento. Le da todas las ventajas al toro, pone los palos de poder a poder, deja en todo lo alto los pares, yendo por derecho, impecable, insuperable. Esa es su misión. “Paquirri” se descontrola. El último par que intenta, a invitación de Mauro, lo clava dividido: un garapullo en el lomo del morlaco y otro en la arena. El dardo del amedrentamiento psicológico da en el corazón del torero, que entre otras cosas no puede usar las banderillas que acostumbraba llevar por su cuenta. Pero Francisco Rivera es un gran profesional avezado al combate y no es fácil bajarle su nivel. Hace una faena riñonuda y vibrante en su presentación y, creciéndose al reto, mata de una estocada recibiendo. Gran ovación, con el entusiasmo de la gente al máximo. El regiomontano ofrece a su vez una lección completa de arte y maestría y estoque en mano a la altura de los ojos mata recibiendo ¡a sus dos toros! Nunca más se volvería a saber en la México del aguerrido diestro ojiverde, hasta que un toro le cegó la vida en Pozo Blanco... (Págs. 187 – 188)

Como pueden apreciar, la versión sesgada y chauvinista de Cantú pretende presentar esa tarde como una de un gran triunfo de Mauro Liceaga y Manolo Martínez y la retirada de nuestros ruedos de Paquirri, cuando en realidad, Mauro se fue al hule con una cornada, pues mezcló su servilismo con pundonor y se llevó una cornada, en tanto que el de Monterrey, aunque cortó una protestada oreja, terminó su tarde con música… de viento, en medio de una gran bronca.

La realidad de los hechos es que Manolo Martínez no pudo nunca someter a Paquirri a sus designios o imponerse con amplitud a él dentro del ruedo. Desde la tarde del 9 de agosto de 1970, cuando se encontraron por primera vez en Barcelona, hasta la del 19 de abril de 1978 en Sevilla, cuando se vieron en un ruedo por última vez, el gaditano se le fue por delante en casi todas y cada una de las veinticinco tardes en las que alternaron. Y en este caso, Manolo Martínez tenía muy fresca la herida del 28 de febrero de ese 1971, cuando en El Progreso de Guadalajara, Francisco Rivera le cortó cuatro orejas y dos rabos a toros de San Mateo, en festejo que toreó mano a mano con el regiomontano, quien salió apenas con una oreja protestada en las manos.

Quizás por esas cuestiones nos quedamos sin ver con más frecuencia en México a Paquirri, un torero que, con sus particularidades, resulta ser uno de los principales que ha tenido España en la segunda mitad del siglo XX.

Aviso parroquial: Los resaltados en el texto de la crónica de agencia y en el texto de Guillermo H. Cantú, son imputables en exclusiva a este amanuense, pues no obran así en sus respectivos originales.

Aldeanos