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domingo, 12 de agosto de 2012

Un picador de vuelta al ruedo: Sixto Vázquez (I/II)


A toro pasado…

Sixto Vázquez visto por Antonio
Casero
(ABC, Madrid 02/08/1955)
El último día de julio se cumplieron 57 años de que Sixto Vázquez, picador de toros mexicano, fuera premiado con la vuelta al ruedo en la plaza de toros de Madrid. El hecho ocurrió en la novillada del postrer domingo de ese julio de 1955, en la que para dar cuenta de un encierro de Domingo Ortega, fueron acartelados el granadino Rafael Mariscal, el debutante bilbaíno Enrique Orive y el mexicano Jaime Bravo que sería quien llevara en su cuadrilla al torero de a caballo que me motiva a escribir estas líneas.

Llego con retraso a recordar la efeméride, pero creo que además de rememorar ese fasto, vale abundar en otros aspectos de la vida en los ruedos del torero michoacano, quien llevó a planos muy altos el nombre de México con su quehacer en los ruedos.

Sixto Vázquez Rocha

Es originario de Uruapan, Michoacán, lugar en el que nació el 3 de enero de 1916. Tanto Cossío, como Ángel Villatoro señalan que su padre, Eutimio, fue banderillero y picador de toros, por lo que a partir de eso puedo afirmar que desde su infancia vivió ligado a la fiesta y a su ambiente. Desde 1935 se integra a una cuadrilla que presentaba un espectáculo que combinaba el llamado deporte nacional – la charrería – con la tauromaquia, iniciando allí su paso como matador de novillos.

Se presenta en El Toreo de la Condesa el jueves 1º de mayo de 1941, en una novillada extraordinaria acartelado con Saúl Guaso, Felipe Escobedo, Luis Molinar y Rutilo Morales – ni Guillermo E. Padilla, ni Heriberto Lanfranchi en su obras históricas consignan el nombre del sexto alternante y procedencia del ganado – y es ovacionado al retirarse a la enfermería, pues fue herido por su novillo. Esa actuación le ganó dos presentaciones más ese año, también en jueves, los días 23 de octubre, cuando alternó con Tanis Estrada, Eusebio Ortega Villalta, José Gomar, Guillermo Romero y Alejandro Jiménez y su actuación le permitió repetir el siguiente domingo en el cartel final de la temporada alternando con Miguel González El Temerario y Paco Rodríguez en la lidia de novillos de Sayavedra.

Fueron sus compañeros de quinta toreros de la talla de Luis Procuna, Félix Guzmán, Rafael Osorno, Cañitas y Manuel Gutiérrez Espartero entre los más destacados.

Regresaría entre las filas de los toreros de a pie al año siguiente y tan temprano como el 29 de enero de 1942 – jueves – alternó con Antonio Toscano y Luis Molinar en la lidia de novillos de Quiriceo, derrochando valor y cerró su paso por el ruedo de la Colonia Condesa el 18 de junio de ese mismo año alternando con Enrique Medina y Rutilo Morales cortando una oreja. Sixto Vázquez fue uno de los novilleros que alcanzaron a hacer la transición hacia la Plaza México y actuó en ella una tarde; fue la del 28 de julio de 1946, cuando para lidiar novillos de Piedras Negras alternó con Félix Briones y Rafael Martín Vázquez.

Es quizás a partir de esa fecha – contaba ya con treinta años de edad – que decide pasar a las filas de los toreros de a caballo, tras de una actuación que no le proyectó a la posibilidad de recibir la alternativa, pues a partir de 1948 es ya miembro de la Unión Mexicana de Picadores y Banderilleros.

Madrid, 31 de julio de 1955

Sixto Vázquez se va a España en 1955 formando parte de la cuadrilla del Güero Miguel Ángel García, pero pronto en esa temporada se verá varado, pues el 2 de mayo su matador será gravemente herido en la plaza de Sevilla por un novillo de don Felipe Bartolomé. Una cornada de esas que en el momento hizo temer por su vida – de la que ya escribí aquí en otro espacio – y que a la larga, quedó demostrado que terminó con su carrera en los ruedos y fue también en alguna medida, la causante de su prematura muerte.

Sixto Vázquez picando al 4° de la tarde
del 31/07/1955 (Foto El Ruedo, cortesía
El Desjarrete de Acho)
Por esa razón pasa a formar parte de las cuadrillas de Jaime Bravo – principalmente – y de Antonio del Olivar y es con el primero, con el que vivirá el trascendente hecho para él como torero y por qué no, para la historia del toreo, dado que, hasta donde mi entender alcanza, lo que logró ese domingo 31 de julio de 1955, no se ha vuelto a repetir en el ruedo de la plaza de Las Ventas de Madrid.

He podido recopilar varias relaciones del suceso y creo de interés y de justicia el dar espacio aquí a varias de ellas, sobre todo, por lo que a mí me parece la extraordinaria coincidencia que guardan sobre la actuación de Sixto Vázquez. Veremos adelante que difieren sobre todo, al juzgar la condición del cuarto novillo de la tarde, que es en el que se produjo el hecho, hoy legendario, pero en la realización del torero michoacano, no hay división de opiniones.

Comienzo con la que me resulta la más novedosa, aparecida en la Hoja del Lunes de Madrid, del día siguiente al festejo. Y afirmo que es novedosa, porque fuera de los libros que he leído y que tengo conocimiento que escribió, no sabía que don Luis Uriarte Don Luis también escribía crónica, ignorancia de la que me sacó el doctor Rafael Cabrera Bonet, a quien agradezco su orientación a ese respecto:

Un picador da la vuelta al ruedo en Madrid
Un picador de toros
Don Luis
¿Ven ustedes como es bonita la suerte de varas? ¿Ven cómo todas las suertes del toreo son bonitas cuando se ejecutan bien? ¿Ven en definitiva, cómo en estos casos se pone en evidencia que la gente entiende de toros como por intuición, de un modo instintivo, y sabe apreciar lo que es bueno aunque no lo haya paladeado nunca? Porque ayer vimos picar clásicamente en la plaza de Las Ventas, y nos unimos en el aplauso, tan unánime como estruendoso, los que ya vamos siendo viejos aficionados, y hemos conocido la suerte de varas todavía en cierto esplendor, y los nuevos o de esta época, en la que la mayoría de ellos no han tenido la ocasión de presenciar lo que es un puyazo con arreglo a los cánones taurinos… El acontecimiento – que de tal categoría se nos antoja el hecho – surgió en el cuarto novillo. No era bravo, ni con mucho, el pupilo de Domingo Ortega, que echaba el hocico al suelo y escarbaba en la arena, lo cual “no es de bravura señal buena”. El picador mejicano Sixto Vázquez estaba de turno y sólo verle adelantarse al cite ya levantó en parte de los graderíos un murmullo de expectación. ¿Qué era aquello? El jinete solo, en la rectitud del toro, citando guapamente y con alegría de artista, sin permitir que ni un monosabio agarrase las riendas del caballo ni lo tocase con la vara, sino retirados a bastante prudencial distancia. ¿No es saber montar a caballo lo primero que necesita un picador? Era bonito, bonito ver al jinete evolucionar de un lado a otro, para colocar, él solito, al toro en suerte; verle citar levantando el brazo de la vara y aún irguiéndose y botando sobre la silla para alegrar al morlaco, y verle, en suma, cuando conseguía provocar la arrancada, echar la vara, bien cogida por el centro, ni larga ni corta, como requería la distancia a que citaba, y clavar la puya con seguridad y firmeza, no en los riñones – que es donde ahora se clava para destrozar a los toros –, sino en el morrillo – que es donde debe clavarse para ahormarles la cabeza y dejarlos en buenas condiciones para el resto de la lidia –. ¡Ah! Y como buen artista de su especialidad profesional, manejar las riendas con la mano izquierda – como la derecha para castigar con brazo fuerte –, no hacia su derecha, para tapar la salida del toro, en busca de la fementida “carioca”, sino hacia su izquierda, en clásico estilo de marcar la salida por donde y como es debido para quedar nuevamente en suerte. Así por tres veces consecutivas él solito – insistimos en repetirlo – y con gallardía y prestancia de gran picador de toros. Tres ovaciones acogieron cada una de sus tres hazañas, y otra ovación clamorosa le acompañó hasta que se retiró por la puerta de caballos. Después, cuando Jaime Bravo acabó con el novillo, el público reclamó la presencia en el ruedo de Sixto Vázquez y le hizo dar la vuelta al ruedo entre una nueva ovación… ¿Cuánto tiempo hacía que no habíamos visto este soberbio espectáculo? ¡Qué no haya quien diga que no es bonita, ni siquiera necesaria la suerte de varas! Lo que no lo es, ahí está la prueba, es que no haya picadores que no sepan ejecutarla ni apenas montar a caballo. Como si dijéramos que no es bonito el toreo porque no hubiera toreros que supieran hacerlo. Entonces negaríamos hasta la belleza y la verdad pura del arte de lidiar toros... Justifiquemos la crónica: a tal picador, tal honor. También la gente subalterna tiene su corazoncito...

Una segunda versión es la que firma Federo Faroles y que apareció publicada el 2 de agosto en La Vanguardia de Barcelona y que en lo medular señala:

¡A LA PLAZA! ¡A LA PLAZA...!
PÉSIMA NOVILLADA
…Los seis astados, de bonita lámina y desarrollada cornamenta, dieron aceptable juego en el tercio de varas y embistieron con nobleza a los de a pie, aunque casi siempre fueran desperdiciadas sus cualidades por la pésima lidia que recibieron. Una excepción hubo en la tarde, concretamente en el cuarto novillo... El protagonista de la excepción es mejicano de nacionalidad y picador de profesión. Se llama Sixto Vázquez. Puso tres varas al cuarto novillo, ovacionadas largamente, y se vio obligado a dar la vuelta al ruedo en cuanto el diestro de «tanda» terminó con su enemigo. Las tres varas fueron tres lecciones de bien picar. Es decir, de citar al toro con la voz, con la cabalgadura, con la puya... Alejando a los monosabios, dando la salida al novillo por la cara del caballo, sin hacer «cariocas» ni acometer perforaciones excesivas. Bien por Sixto Vázquez, picador mejicano y buen picador…

La unanimidad hasta ahora es impecable. Se destaca el hecho de que Sixto Vázquez sea un gran jinete – hecho que se hace evidente al no requerir que los monosabios le auxilien para mover al caballo o para colocarlo –, luego, el hecho de que pique en lo alto con la finalidad de permitir a su matador el debido lucimiento en el tercio final y no caído o trasero para inutilizar al toro y sobre todo, la forma de usar la mano izquierda con la rienda para marcar al toro el fin de la suerte cuando ya se ha picado, sin barrenar y sin aprovechar el que el toro esté metido en el peto. En suma, se describe con claridad la forma clásica en la que la suerte de picar debe ser ejecutada.

Pero aún hay más sobre este tema. Lo dejo para la próxima semana en la que espero concluir con lo hoy iniciado.

Aclaración pertinente: Los subrayados en las crónicas transcritas son imputables exclusivamente a este amanuense.

domingo, 29 de julio de 2012

En el Centenario de José Alameda (VII)

Alameda antes de Alameda (VI)

El Toreo de la Condesa, fotografía obra de
Margaret Bourke - White y archivada en LIFE - Google

La crónica firmada por Carlos Fernández Valdemoro respecto de los sucesos ocurridos en la novillada del domingo 9 de julio de 1944 en El Toreo de la Condesa exalta los valores de la tarde sobre lo valioso de lo sucedido en el ruedo. No obstante, aunque para quien años después y para la posteridad sería José Alameda, varios de los novillos de Santín que lidiaron en el turno ordinario Mario Sevilla, Nacho Pérez y Tacho Campos y el séptimo que a modo de fin de fiesta enfrentó el hidrocálido Roberto Gómez merecieron ser mejor aprovechados por sus matadores, también se preocupa por destacar los momentos importantes que cada uno de ellos tuvieron en su actuación de ese festejo, el que, de cualquier forma lamenta, se vio iluminado por el sol que faltó en alguno de los anteriores en los que a su juicio, hubo mayores hazañas que narrar.

La crónica en cuestión, aparecida en el en número 86 del semanario La Lidia, que salió a la circulación el viernes 14 de julio de 1944, es la siguiente:

El héroe fue el sol

Muchas veces hemos asistido en tardes grises a corridas luminosas y bajo cielos entoldados hemos tenido la suerte de contemplar faenas memorables. Pero el domingo pasado nos sucedió lo contrario. Había una luz sesgada, de iniciación de poniente, una luz de oro sutil, ligeramente rebajado, en la que las siluetas de los toreros parecían más airosas y más rico el bordado de sus trajes. Era como para iluminar lances definitivos, creaciones singulares. Y, sin embargo, no vimos nada de eso. En balde el oro fino del sol mexicano buscó por el ruedo como según cuenta la leyenda, buscaba Diógenes por el mundo. Este no encontró un hombre y aquél tuvo que ocultarse tras las montañas que rodean nuestro valle, sin haber conseguido alumbrar tampoco un momento de grandeza. No quiere decir esto que no hubiera en la corrida manifestaciones de arte y de valor. Pero indudablemente el conjunto hubiese estado más a tono con el gris de otras tardes que también por su parte hubieran merecido, mejor que la del domingo, aquella luz privilegiada que fue lo único en verdad bello que disfrutamos. 
Se lidiaron toros de Santín, la antigua y brava ganadería de la Casa Barbabosa, que tan nobles y encastados ejemplares ha enviado a “El Toreo” últimamente. El encierro del domingo fue desigual, y en él descollaron dos toros, primero y quinto, que embistieron por derecho y facilitaron el lucimiento de los diestros. Pero no fueron los más bravos, porque segundo, tercero y séptimo los superaron en su pelea con los caballos, recargando en todos los encuentros.  
Tanto al primero como al quinto se les aplaudió en el arrastre y también de salida, pues además de ser nobles, estuvieron muy bien presentados. En resumen, la vacada de Santín mantuvo, con la novillada del domingo, su alto y viejo prestigio. 
Actuó como primer espada Mario Sevilla, un torero que se presentó hace varios años en una novillada – concurso y que, habiendo resultado triunfador, merecía el premio de su inclusión en un cartel de categoría. La plaza de “El Toreo” es, en orden de importancia, el primer edificio de la tauromaquia americana, casi el palacio de la Monarquía de Tauro en este Continente, y, ya es sabido, las cosas de palacio van despacio. Consiguientemente, Mario Sevilla tuvo que armarse de paciencia e irse a torear a los Estados, hasta que, al cabo del tiempo, se han cumplido sus deseos. 
Comenzó muy bien Mario Sevilla, aguantando al primero de la tarde en verónicas a pies juntos, cerca de tablas y, luego, ganándole terreno al lancear con el compás abierto. Cuando remató con una rebolera escuchó la primera ovación. La segunda vino en el primer quite, que Mario hizo con tres verónicas de muy buena clase. 
La faena que realizó con ese novillo fue muy lucida. La comenzó cerca de tablas, con serenidad, y la continuó en el tercio, con lucimiento. El momento más feliz del trasteo fue en un pase de trinchera muy templado, en el que el artista llevó toreado a su enemigo, marcándole – a la vez suave e imperiosamente – un itinerario que dejó huellas en la arena y también en el público, al que indudablemente conmovió. 
Tras de aquél toreo sereno, vino el toreo espectacular cuando Mario, de hinojos, muleteó muy ceñido y acabó con un desplante. Tenía el éxito bien amarrado en los vuelos de su muleta, pero con la espada lo dejó escapar y en entusiasmo del público decayó. 
Al cuarto también comenzó a muletearlo muy bien. Le dio pases por bajo de gran eficacia, demostrando que conoce muy bien el toreo y sabe que los muletazos se dan para algo, que la lidia tiene un fin, un desemboque y que todo lo demás es camino hacia esa meta. Mario logró que el toro – antes un tanto incierto – se fijara en la muleta y comenzara a seguirla con nobleza. Una vez que hubo hecho esto, se puso a torear con la izquierda y con la derecha, logrando buenos pases a la manera de La Serna y sobre todo, uno de pecho con la zurda que fue lo mejor de la faena. El trasteo no resultó, sin embargo, totalmente ligado y parte del público comenzó a encariñarse con el toro, olvidando que el torero, al aguantarlo y castigarlo eficazmente en la primera parte de la faena, había contribuido no poco al mejoramiento de la res. 
Necesita Mario Sevilla una mayor familiaridad con este público del que indebidamente estuvo alejado. Merced a ella lograría dar cumplimiento a muchas cosas que ahora vislumbra y cuyo secreto no consigue atrapar definitivamente. Pero su propósito es noble, su estilo bien orientado. Y siempre son preferibles los que luchan en el camino hacia buenas metas, que los que alcanzan realizaciones plenas por rutas indebidas. 
Con Mario Sevilla alternaron Nacho Pérez y Tacho Campos, dos toreros de corte muy distinto, y a quienes la suerte trató también de manera muy diferente, porque a Nacho le correspondió el mejor toro y a Tacho los dos peores. 
Con el toro bueno, el quinto, Nacho alcanzó un triunfo en el primer tercio. Lo lanceó a la verónica con el más definido estilo silverista, parándole mucho y tomándolo al hilo y en el viaje, para ceñírselo bárbaramente y provocar el entusiasmo del público, que le ovacionó con delirio. 
En el primer quite ejecutó un lance parecido a la chicuelina, en el que giró en contra del viaje del toro, al mismo tiempo que pasaba el capote por sobre él. Realizó la suerte de tal manera cerca, apurando tanto los terrenos que al intentar repetirla, el astado lo prendió y lo lanzó a lo alto, dejándolo maltratado, aunque felizmente, no herido. Tuvo Nacho que retirarse entre barreras para reponerse de aquél vapuleo. 
Volvió para muletear al bravísimo novillo y lo hizo con brillantez, aunque no consiguió ligar su faena, sin duda por las condiciones de inferioridad en que había quedado después del percance sufrido en el primer tercio. Sin embargo, logró derechazos ceñidísimos, pases por alto estatuarios, algunos muletazos con la izquierda que el público celebró mucho y adornos tales como lasernistas, ayudados y un molinete ajustadísimo. Mató de una estocada contraria, que provocó derrame, y fue ovacionado al mismo tiempo que lo era el toro. 
Con su segundo, que tenía mal estilo, se limitó a un trasteo muy breve, que remató con un pinchazo y media desprendida. Antes, le había toreado de capa con éxito, particularmente en varias chicuelinas increíblemente ajustadas. 
Tacho Campos, el torero de excepcional calidad que en la corrida anterior nos maravilló con su gran arte, tuvo que contender con el peor lote. Ninguno de sus dos novillos se prestó al lucimiento del espada. Para haberlo logrado, hubiera tenido Tacho que hacer esfuerzos que no son propios de su temperamento, pues acostumbra tomar las cosas con calma. 
Con calma, con reposo de gran artista torea cuando se acomoda, y con calma y reposo espera también a que pasen las malas circunstancias. No fueron buenas las del domingo. Y a quienes admiramos el arte del joven lidiador, no nos queda más que aguardar su próxima actuación y pedirle al dios Tauro que a Tacho le toquen novillos toreables. 
Como fin de fiesta, el joven Roberto Gómez lidió un novillo bravo y noble, con el que demostró su inexperiencia y sangre fría. Es decir, demostró que puede ser torero, aunque para ello tenga todavía que ejercitarse largamente en el llamado arte de Cúchares, si bien lo que tiende a hacer Roberto Gómez es muy diferente a lo que, según la historia y la leyenda, hacía el señor Francisco Arjona – que así se llamaba Cúchares –. Era éste un lidiador muy avisado, que conocía todas las triquiñuelas del oficio y que, merced a ellas, esquivaba todos sus riesgos. En cambio, el incipiente Roberto Gómez se limita a quedarse quieto, con valor estoico, pero no sabe defenderse de su enemigo. Gracias a que el séptimo de los lidiados el domingo fue de una nobleza ejemplar, salió el torero incólume de su aventura. Pero como es valiente y mató con fortuna, se lo llevaron en hombros. 
La ovación de la tarde fue para Pancho Lora “Pericás”, que clavó al cuarto novillo dos superiores pares de banderillas.
Una incógnita sin despejar

José Alameda, Cª 1940
Me llama la atención un concepto que expresa el joven Alameda al referirse a la actuación de Tacho Campos, cuando pide que le toquen novillos toreables. Hoy en día vuelve a estar en boga esa noción de la toreabilidad. Es una pena que del conjunto de las ideas expresadas por el escritor no se pueda deducir lo que él entiende por esa idea, hogaño tan interesadamente manoseada, así que solamente dejo aquí el apunte y espero que en algún texto futuro, sea el propio Alameda quien despeje la incógnita que nos plantea.

Dramatis personae

De Tacho Campos y de Nacho Pérez ya les había hecho relación en otro apartado de esta serie de remembranzas. Mario Sevilla por su parte, recibió la alternativa en Arles, el 21 de septiembre de 1947, de manos de Antonio Velázquez y llevando como testigo a Antonio Toscano, el toro de la ceremonia fue Lagartero de Yonnet; la confirmó en la Plaza México el 27 de abril de 1952, de manos de Paco Ortiz, con el toro Cubanito de Piedras Negras. El testigo fue Morenito de Talavera Chico, aunque pretendió que su actuación del 21 de marzo de 1950 en el mismo ruedo, para la película The Brave Bulls (Robert Rossen, 1950), se considerara como tal, pues actuó con El Soldado y Paco Rodríguez en la lidia de ganado de Santa Marta. Destacó en el mundo del cine, donde participó en alrededor de 85 películas como actor y fue autor de varios guiones y obras de teatro. Roberto Gómez por su parte, tuvo una breve y fulgurante carrera novilleril, más nunca llegó a tomar la alternativa.

Aclaración necesaria: El subrayado en la crónica de Alameda, es obra imputable solamente a este amanuense.

domingo, 24 de junio de 2012

En el Centenario de José Alameda (VI)


Alameda antes de Alameda (V)

José Alameda, Cª 1950 
En esta ocasión la crónica escrita por José Alameda de los sucesos ocurridos en la novillada del domingo 16 de julio de 1944 en El Toreo de la Condesa, en la que se lidiaron seis novillos de Atlanga por Rutilo Morales, Leopoldo Gamboa y Ezequiel Fuentes y un séptimo, anunciado de Zacapexco, por Joaquín Peláez, contiene un relato que, sustituyendo nombres, lugares y algunas circunstancias que yo calificaría de menores, cabe perfectamente en la presentación de los sucesos de un festejo de nuestros días.

Y así leemos en la crónica acerca de la ausencia del toro; de la ausencia o simulación de la suerte de varas; del toreo de adorno que se convierte en el eje de las faenas, o de la ausencia de toreo sustituida por un conjunto de formas vacías sin el toro y de la pasividad de un público complaciente que ante el desconocimiento de los planteamientos que se le hacen en la arena, se abstiene de exigir a las fuerzas vivas de la fiesta que cumplan con lo que ofrecen.

Pareciera que esos reclamos que se hacen hoy, aludiendo al pasado y que luego sirven para que se tilde a quienes lo hacemos – aludir al pasado – de ningunear el presente sin fundamento. Por eso, sin más, dejo paso a la crónica publicada en el número 87 semanario La Lidia – firmada por Carlos Fernández Valdemoro , fechado el 21 de julio de 1944: 

Sólo Rutilo Morales se salvó del naufragio 
El domingo se celebró en la plaza de “El Toreo” una becerrada. Y el proceso de reducción, de contracción de la fiesta que claramente se advierte desde hace algunos años, culminó durante la lidia del sexto astado de Atlanga. Una sola vez se arrancó hacia los caballos y el varilarguero “Chito”, que era el encargado de picarlo, marró. Entonces, sonaron los clarines para el cambio de tercio y quedó, de hecho, suprimida la suerte de varas. Era una tarde gris, fría y húmeda. En los tendidos se iban quedando ateridos los espectadores. Y, abajo, se atería la lidia. Fue un espectáculo triste, muy triste para quienes sentimos entusiasmo por la fiesta de los toros. Porque allí, sobre la arena mojada de “El Toreo”, estábamos viendo uno de los síntomas que denuncian el acabamiento de la fiesta. Cierto es que fue un caso extremo. Pero la verdad es que no hubiera podido producirse si en el ánimo de los espectadores, de los toreros y de los ganaderos – y también de la autoridad –, estuvieran presentes ciertos principios ineludibles de la lidia, que hace tiempo se han olvidado. La prueba de ese olvido lamentable fue que el público permaneció indiferente cuando aquellos clarines – a la vez prestidigitadores y puntilleros de la fiesta  escamoteaban la suerte de varas y daban muerte a una tradición fundamental. 
Que el toreo degenera es evidente, por más que se empeñen los optimistas en sostener lo contrario. Yo lo he comparado, en otra ocasión, con una corriente que fuera deslizándose hacia el mar, cuando ya se hubiese agotado la fuente originaria. El domingo no solo hubo el síntoma mortal de la supresión de la suerte de varas, sino otros síntomas concurrentes de la descomposición de la fiesta, de su falta de vida auténtica. El toreo vive ahora de suplantaciones. Y los toreros que empiezan, al no encontrar una tradición viva en que nutrirse, se entregan a un extraño remedo de la lidia, a ciertos movimientos sin finalidad ni significación que, a causa de un error general, ellos reputan toreo. ¿Qué sentido pueden tener, por ejemplo, desde el punto de vista taurino, las afanosas carreras, la incontinencia giratoria y los parones caprichosos de Ezequiel Fuentes? ¿Es que el toreo puede quedar reducido a menos de lo que lo reduce Leopoldo Gamboa, cuya única – y por lo visto, definitiva – aspiración consiste en hacer la rígida estatua ante el becerro? 
Triste, muy triste fue el espectáculo del domingo. 
El único de los tres espadas anunciados que demostró conocer su oficio fue Rutilo Morales. Gracias a él, tuvimos a ratos la sensación de que nos encontrábamos en una corrida seria. 
El momento culminante de la actuación de Rutilo fue el segundo tercio de la lidia del cuarto novillo, al que le clavó cuatro pares de banderillas al cuarteo. El enemigo se le arrancó en los cuatro viajes con mucha fuerza y Rutilo midió perfectamente los terrenos, le ganó la cara con gran habilidad y cuadró a la perfección, levantando los brazos con arte, para dejar los rehiletes en todo lo alto. Fueron cuatro pares muy espectaculares que promovieron la más sonora ovación de la tarde. 
A ese novillo lo muleteó Rutilo muy bien, dándole algunos pases de costado ceñidísimos, otros ayudados por alto muy sereno y varios muletazos con la izquierda de positivo mérito, dos de ellos al natural y uno de pecho que fueron los de la más fina calidad, los de más clásico acento de toda la faena. Después, recurrió al adorno de los afarolados y molinetes, y, enseguida, entró a matar, dejando una estocada desprendida. Se le ovacionó calurosamente y salió a los medios a saluda, renunciando a una vuelta al ruedo que el público autorizaba sobradamente con sus aplausos; lo cual es una prueba de seriedad de Rutilo, que acentuó aún más el contraste con sus jóvenes y desenvueltos compañeros, en particular con Ezequiel Fuentes, cuyo desenfado para responder a las protestas es verdaderamente notable. 
Con el primero de la tarde, al que banderilleó también con soltura, hizo Rutilo un trasteo que resultó desligado a causa de las molestias del viento y del agua y de la condición huidiza del astado. Pero, a la mitad de la faena, logró ajustarse en varios pases por alto, haciéndolo de manera emocionante en dos de pecho, uno con la derecha y otro con la izquierda, que emocionaron al público. Cuando mató de media contraria, un tanto pasada, escuchó una ovación grande, a la que correspondió dando la vuelta al ruedo. 
Leopoldo Gamboa tiene buena figura y una gran inexperiencia. Desconoce por completo los terrenos que pisa y carece de recursos para resolver los problemas de la lidia. Con su primer novillo se limitó a codillear y a huir por la cara, hasta que pudo cazarle de una estocada caída. Y con el quinto, descubrió una propensión desmedida a hacer la estatua. 
Lo consiguió en muchas ocasiones, porque el astado era noble. Pero hay que insistir en que eso no es el toreo. Está bien quedarse quieto, pero no como fin, sino como principio. No se sale a la plaza para aprovechar las ocasiones de erguirse con hieratismo, sino que se queda uno quieto ante el toro para poder empaparlo en el engaño, templarlo y mandarlo. 
Entre los muchos parones que Leopoldo Gamboa dio a ese novillo, creímos entrever dos pases de pecho en los que echó la pierna hacia adelante e hizo algo que tiene cierto parecido con el toreo. Fueron los dos únicos pases que dio en toda la corrida. Pero como a la hora de matar mostró valor, a falta de conocimiento, el público lo trató bien. Realmente, el muchacho entró derecho como una vela, aunque por no saber vaciar ni cruzar, resultó encunado y golpeado aparatosamente. Y entre aplausos mezclados con algunas protestas, dio la vuelta al ruedo. 
¿Qué decir de Ezequiel Fuentes? Yo, la verdad, no recuerdo sino muy vagamente su actuación, aunque estoy seguro de que hizo muchas cosas. Quizás no las recuerde precisamente porque fueron demasiadas. Tiene una movilidad de ardilla y un concepto caótico de la lidia que lleva a intentar toda clase de lances giratorios de suertes extravagantes, con tal presteza que marea. Su especialidad consiste en meterse en los costillares, haciéndose rueda con el toro. También conoce a la perfección los “parones a viaje hecho”. Es decir, en cuestiones de experiencia, es todo lo contrario a Gamboa, porque aquél desconoce todo y en cambio, Ezequiel Fuentes sabe mucho, demasiado inclusive. Y, a veces, se pasa de listo, que es lo que suele sucederle a los que están demasiado poseídos de su saber. Y Fuentes se pasó de listo al creer que el público de la Capital tomaría en serio sus artimañas de torero ducho en deslumbrar públicos provincianos. 
Sería injusto negar a Ezequiel Fuentes valor y serenidad, pero esas cualidades de nada valen cuando se sale a la plaza dispuesto a utilizar en la lidia toda clase de trucos engañosos y de trampas de mala ley. 
En ciertos momentos en que el muchacho se arrimó, fue ovacionado, pero el público concluía siempre por recusar los procedimientos ventajistas en que se funda su toreo. En el momento en que jugó más limpio, fue al torear por verónicas a su primer novillo. Y su peor ventaja fue la que pretendió tirarle al público cuando, después de muerto el astado, se obstinó el diestro en dar la vuelta al ruedo contra la voluntad general. 
En séptimo lugar se corrió un toro de Zacapexco que, según rezaban los carteles, debía ser lidiado por Joaquín Peláez. El toro, que salió con arrobas y pitones, se puso a la defensiva y tras de hacer pasar malos ratos a todos los lidiadores, inclusive a Zenaido Espinosa, fue devuelto a los corrales, en vista de que Peláez no consiguió matarlo. Apéndice con el cual, la corrida resultó definitivamente lamentable.
Yo solo agregaría, a muchos años de distancia: Nihil novum sub sole…

Dramatis personae

Rutilo Morales
Ninguno de los tres alternantes llegó a la alternativa. Rutilo Morales siguió adelante algún tiempo en sus afanes de convertirse en matador de toros y todavía entre los matadores hasta participó en 1951 en el grupo de toreros que arreglaron la ruptura de relaciones taurinas que permanecía desde 1947. Yo le vi torear como hombre de plata y es uno de los mejores que he visto en mi vida, tanto con la capa como con las banderillas. Actualmente reside en Morelia y durante muchos años presidió los festejos que se celebraron en El Palacio del Arte de aquella Capital y en ese ruedo se dedicó a formar toreros, entre los que destacan los matadores de toros Teodoro Gómez e Hilda Tenorio.

Ezequiel Fuentes fue un torero que tuvo algún predicamento en su estado natal, Jalisco y era un fijo en los festejos de Carnaval en La Petatera de Villa de Álvarez, Colima y Leopoldo Gamboa por su parte, hasta en Madrid llegó a presentarse, lo hizo el 5 de agosto de 1951, alternando con Joselete de Córdoba y Blanquito de Zaragoza, para lidiar novillos de María del Amparo González (4) y Juan Sánchez de Valverde (2). La crónica de Giraldillo en el ABC madrileño acerca de lo sucedido esa tarde, le presenta, a diferencia de lo que hoy les traigo aquí, como un artista valeroso, muy lucido con la capa y con repertorio alegre con la muleta... Dio la vuelta al ruedo tras la lidia del tercero.

Sobre la trayectoria de Joaquín Peláez, no encontré información.

Aclaración necesaria: Los subrayados en el texto son obra y responsabilidad de este amanuense.

domingo, 17 de junio de 2012

1946: Pepín Martín Vázquez y Caribeño de Xajay


El cartel original de la Corrida
de la Rosa Guadalupana
En marzo del pasado año, al responder a uno de los comentarios que recibió la entrada que dediqué a la presencia de Pepín Martín Vázquez en la plaza  El Progreso de Guadalajara – en específico, uno de José Morente –, hacía notar mi contrariedad por no tener a mano la información relativa a lo que quizás haya sido su obra más acabada en nuestros ruedos y que ha trascendido su tiempo, porque Luis de Lucía, director de la película Currito de la Cruz (CIFESA, 1948), utilizó la filmación de esa faena a manera de stock shots para la cinta en cuestión, estelarizada por el diestro sevillano.

Hoy, sin mediar efemérides alguna, obra en mi poder la información de la prensa especializada de la época, que hace el recuento de aquella corrida celebrada el jueves 14 de febrero de 1946 a beneficio del Sanatorio de Toreros de la Capital Mexicana y en la que disputándose la Rosa Guadalupana, alternaron para lidiar toros de Xajay; Fermín Espinosa Armillita, Silverio Pérez, Gitanillo de Triana – que sustituía a Manolete –, Pepe Luis Vázquez, Luis Procuna y  el ya nombrado Pepín Martín Vázquez.  

Originalmente se había anunciado en el cartel a Manolete, pero éste presentó un certificado médico invocando una exacerbación de las lesiones sufridas semanas antes en la tarde de su presentación en El Toreo. Eso ocasionó que se decretara una suspensión en contra del Monstruo de Córdoba por la Unión de Matadores y provocó una escisión en su seno, según lo contaba el pasado 19 de febrero, pues pudo el torero actuar sin problemas el día 5 anterior – inauguración de la Plaza México – y el 16 y 17 posteriores, pero de eso me ocuparé dentro de unos párrafos.

La gran faena de Pepín Martín Vázquez

Pepín Martín Vázquez con Rafael Albaicín y
Antonio Velázquez, Madrid, 1945
Borroneado, el toro que abrió plaza, le sirvió a Armillita para escribir una de las grandes páginas de su historia. Con Gorrito, Bateo, Almendrado y Barranqueño, Silverio, Gitanillo, Pepe Luis y Procuna poco tuvieron para decir a la afición que llenó hasta la azotea el viejo Toreo de la Condesa. Fue hasta que salió el sexto, Caribeño, que se perfiló una competencia por la obtención del trofeo donado por la redacción de la Revista de la Basílica y que en ese año, ocupó el lugar que tradicionalmente correspondía a la Corrida de la Oreja de Oro, que reunía a los toreros más destacados de la temporada en su disputa.

Francisco Montes, cronista por esas calendas del semanario La Lidia, en el número 168, fechado el 22 de febrero de 1946, describe de esta guisa la actuación del torero de la calle de la Resolana:

La “Rosa Guadalupana” para “Armillita”... Pepín Martín Vázquez también merecía el trofeo
Por fin vimos lo que vale Pepín Martín Vázquez
Las dos orejas y el rabo de “Caribeño” fueron el premio a la exquisita, fina y artística faena que ejecutó el sevillano Pepín Martín Vázquez al burel que cerró plaza en esta magnífica corrida en que vimos la grandeza de su arte que arrebató las pasiones en los tendidos y en que puso de manifiesto lo que vale este pequeño, pero inmenso torero, al que el público lo sacó de la plaza en hombros y llegó al hotel con el lujoso terno azul celeste y oro hecho garras… Inició su triunfal actuación con lances preciosistas que remató con media dibujada, estallando calurosa la ovación unánime en los tendidos… De la primera vara libró con temerarias y artísticas gaoneras que estrujaron a la multitud y remató con media revolera plena de gracia y majestad. “Armillita” quitó con un lance, dos chicuelinas y remató con el manguerazo de Villalta… Por primera vez en México tomó los palos el sevillano y después de mucho insistir quebró por fuera y dejó los palos igualados, escuchando fuerte ovación; en vista de que el burel no se arrancaba con franqueza, optó por que sus peones cerraran el tercio… Dio principio a su faena con ambas rodillas en tierra y ligó tres pases por alto, en los cuales aguantó de verdad, ya de pie se echó la muleta a la mano del corazón y ligó tres naturales con el forzado de pecho, resbaló y “Armillita” hizo un quite oportuno; echando coraje se levantó el pequeño y fue a su enemigo para engranar cuatro naturales bellos, hondos, artísticos y señoriales que arrebataron a la plaza entera, rematando por alto y luego con apretado molinete, siguió un pase de costado, un derechazo fantástico, el pase de la firma y entró a matar dejando la estocada de muchas tardes, se perfiló muy en corto, flexionó la pierna como mandan los cánones y arrancando muy derecho hizo la cruz a la perfección y dejó el acero en los propios rubios, se tambaleó el burel y rodó a los pocos segundos en medio del delirio del público puesto de pie. Las dos orejas y el rabo le fueron concedidas además de la vuelta al ruedo. Y como final fue sacado en hombros de la entusiasta multitud… Por fin nos recreamos con el arte exquisito de este torero privilegiado que con tan mala suerte ha tropezado en los sorteos de las corridas que ha lidiado en la capital…

Como podemos ver, del título de la crónica se refleja que para Francisco Montes, el otorgamiento del galardón fue correcto, pues en su opinión, cualquiera de los dos toreros, Armillita o Pepín Martín Vázquez, de haberlo obtenido, se lo hubiera llevado con justicia.

La crónica que envió el corresponsal de la agencia que remitía la información al diario El Informador de Guadalajara, refiere lo siguiente:

Fue dura la pelea de ayer en El Toreo por La Rosa Guadalupana entre Fermín y Pepín Martín Vázquez. 

El sevillano merecía este bello trofeo
Los dos recibieron oreja y rabo, pero se cree que la estocada de Pepín fue muy superior a la de Fermín, que se quedó con el emblema... 
Reñidísima resultó la competencia por el trofeo Rosa Guadalupana, en la corrida a beneficio del Sanatorio de Toreros, efectuada hoy en la plaza El Toreo... El público se dividió para conceder el premio, entre “Armillita” y el sevillano Pepín Martín Vázquez. Varias veces se tuvo que consultar al público y por una ligerísima mayoría, tal vez no apreciada por todos, el trofeo fue concedido al saltillense… Ambos toreros cortaron oreja y rabo, y tal vez la faena de Pepín fue más bien coronada al lograr un soberbio volapié, mientras que “Armillita” mató de una estocada un poco caída… A “Armillita” se le concedió el galardón y a Pepín una extraordinaria ovación...

Ante la casi imperceptible mayoría en los tendidos – aquí en México esos trofeos se conceden por aclamación popular cuando hay igualdad en el número de trofeos obtenidos –, el cronista de la agencia informativa, toma como referente diferenciador – y como elemento decisorio, a su juicio – la gran estocada de Pepín Martín Vázquez.

El día siguiente

En el número 169 del semanario La Lidia, fechado el 1º de marzo de 1946, el periodista Alberto Lázaro, en su columna Cargando la Suerte, hace una serie de reflexiones en torno a la amplia polémica que generó la concesión de la Rosa Guadalupana a Armillita, dejando de lado a Pepín Martín Vázquez el 14 de febrero anterior. Su reflexión se titula El color del cristal y en ella, considera justificada la concesión del trofeo al Maestro de Saltillo. De ella extraigo lo que sigue:

…Ahora bien, ¿el trofeo debe concretarse a ser otorgado a quien haga la mejor faena de muleta o a quién realice la más brillante lidia en todo un toro?... Si ha de ser por la mejor faena de muleta, pensamos que esta es aquella en que el torero, maestro en la técnica que desarrolla de acuerdo con las condiciones del toro, manda en todos los instantes sobre el bruto, le impone su voluntad, engrana los pases, aprovechando las oportunidades para lucir su arte y desarrollar belleza o simplemente maestría, según el astado se lo permita... Si juzgamos ya concretando, la faena de “Armillita” con “Borroneado” podemos llegar a esta conclusión: Se ajustó en un todo a las condiciones del astado, que terminó aplomado y noble; que por falta de alientos con frecuencia se quedaba ya en la suerte, muy a pesar del mando imperioso del torero; que fue hecha en un palmo de terreno y que durante ella hubo ligazón perfecta y dominio absoluto; que el torero dio verdadera cátedra exhibiendo sus enormes recursos ya para pasarse al toro, bien para torearlo por la cara, que éste, cuando de verdad es toreo y el de “Armillita” lo fue, es de maestros y ofrece gran valor si es adecuado a condiciones y circunstancias... Por su parte, la faena de Pepín Martín Vázquez con “Caribeño”, graciosa, llena de salero, valiente, corajuda, clásica porque en ella brilló el pase natural, si fue muy espectacular, si se antojó muy bella y graciosa, careció de ligazón perfecta, no se hizo en un palmo de terreno, ni hubo dominio y maestría... Recuérdese que Pepín en varias ocasiones, entre natural y natural mejoraba su terreno mediante una carrerita, que combinada con otras hizo que la faena no se ligara como mandan los cánones; en un palmo de terreno y con dominio absoluto por parte del torero... Ahora que si el trofeo debe otorgarse a quien haga la lidia más completa de un toro, en los tres tercios, nos parece fácil calificar, ya que Pepín con banderillas no demostró la suficiencia del maestro, habida cuenta de que tampoco fueron sus tres pares de los mejores que le hemos visto... Esto es lo que miraron mis anteojos; que por lo demás cada quien es dueño de sus propios gustos, siempre que no olvide que no es lo mismo decir: “a mí me gustó más la obra de fulano”, que sostener: “la obra de fulano fue la mejor”...

Pepín Martín Vázquez en México, 14 de febrero de 1946
En descargo de Alberto Lázaro, he de decir que siempre reconoció su militancia como armillista y en este caso la sostiene y además, como lo señala al final del extracto que les presento, no expresa su gusto, sino que manifiesta sus razones por las que cree mejor la faena de Armillita sobre la de Pepín Martín Vázquez.

Las consecuencias del festejo

Ya les decía que la corrida tuvo un más allá. La Unión de Matadores de Toros que presidía Luciano Contreras decretó a Manolete una suspension en sus derechos sindicales. La prensa mexicana, de esos días  en específico, la agencia que remitía noticias al diario El Informador de Guadalajara – publicó la siguiente información:

…La Unión de Matadores de Toros, del cual es Secretario Luciano Contreras, anunció un veto a Manolete, por dos años para no torear en plazas mexicanas… La determinación de la Unión, obedece por no haber toreado hoy el diestro cordobés estando anunciado, pretextando estar enfermo, pero los médicos que lo reconocieron dictaminaron que estaba bien. Esto viene a suspender la corrida “mano a mano” que estaba anunciada para el sábado próximo en la Plaza México con Silverio Pérez. Se dice también que el cordobés está siendo atacado por un diestro mexicano, que hace labor subterránea en contra de él…

Al final de cuentas, Manolete no dejó de torear ninguna de las corridas que tenía contratadas en México en ese año de 1946 y volvería al siguiente calendario, aunque las relaciones profesionales entre las torerías de España y México, que apenas se habían reanudado un par de años antes, se agriaron y a mediados de 1947 se darían por interrumpidas. No se volverían a reanudarse hasta 1951.

Pero el corolario aquí es que la gran obra de Pepín Martín Vázquez con Caribeño de Xajay sigue viva en la memoria colectiva y nos recuerda que el hijo del Señor Curro nos anunció con ella un modo nuevo de hacer el toreo, uno que se quedaría para la posteridad.

domingo, 27 de mayo de 2012

En el Centenario de José Alameda (V)


Alameda antes de Alameda (IV)

El Güero Guadalupe (1964)
En la novillada celebrada en El Toreo de la Condesa el domingo 23 de julio de 1944, se lidió un encierro de Matancillas, ganadería entonces propiedad de don Francisco y don José C. Madrazo y alternaron en su lidia Pepe Luis Vázquez, Ricardo Balderas y el hidrocálido Valdemaro Ávila, aunque en esta oportunidad y sin dejar de destacar las actuaciones de los capitanes de cuadrilla, José Alameda – firmando como Carlos Fernández Valdemoro – hace el eje de su narración la importancia de la suerte de varas y la destacada actuación de un histórico y mítico varilarguero mexicano: Guadalupe Rodríguez El Güero, quien prácticamente cubrió con su arte tres cuartas partes del Siglo XX, es decir, medido en toreros, desde Rodolfo Gaona, hasta Manolo Martínez.

La crónica de ese festejo, publicada en el número 88 del semanario mexicano La Lidia, aparecido el 28 de julio de 1944, es la siguiente: 

Corrida accidentada y aleccionadora
¡Salud Guadalupe Rodríguez, buen picador de toros! Los aficionados a la ecuestre y viril y taurina alegría de la suerte de varas te debemos unos instantes de inmensa emoción, emoción que se hizo más intensa, porque nos la diste precisamente a los ocho días de aquél momento lamentable en que un novillo pasó al segundo tercio sin haber sido picado, para sonrojo de la fiesta. Tu bello gesto fue como una réplica, no a quienes lamentamos aquello, sino al propio y malhadado suceso. Saliste por los fueros del primer tercio y por los tuyos propios, demostrando que la tradición aún no está perdida y que mientras haya picadores como tú, habrá suerte de varas y – lo que parecía increíble – el público podrá entusiasmarse cuando se la practique con pureza y con energía, tal como tú la practicaste. ¡Qué bien reunido ibas con tu cabalgadura y qué bien avanzaste, paso a paso, hasta la raya del tercio, pero sin traspasarla cuando el manso cuarto novillo rehuía aceptar tus animosas instancias para que se arrancase! Esa raya del tercio, que en las plazas españolas aparece pintada de rojo sobre la arena, formando bella circunferencia concéntrica con la barrera, es aquí una raya ideal, que no está materialmente precisada y sin duda por eso, algunos piqueros la olvidan con facilidad y la traspasan para obligar a los toros a tomar las varas. Pero tú no la olvidaste y diste una lección a muchos aficionados y a muchos compañeros tuyos, recordándoles que no es menester quebrantar las reglas de la lidia en busca de la eficacia, porque esta se logra precisamente apegándose a las reglas, como hiciste tú – es decir, retrocediendo hacia las tablas y adentrándote por los terrenos de la derecha, para, de allí, regresar cruzado hacia la cara del toro, ofreciéndole como incentivo tu cabalgadura. Y así una y otra vez, sin perder la serenidad, como quien está bien seguro de lo que hace y de los resultados que ha de obtener. Y cuando el toro, por fin, se arrancó, te reuniste con él, como los cánones mandan, sin taparle la salida con el caballo, ni echárselo encima para salvarte tú, contradiciendo de esa manera el mal hábito de los mixtificadores de la suerte de varas, de los que no pueden hacerle daño al toro sin causárselo al arte.
¡Así se lidia a caballo y así se afirma y se salva una tradición torera, haciéndola revivir cuando acabada parecía!
¡Salud y gracias, Guadalupe Rodríguez, buen picador de toros!
A la buena lección del Güero Guadalupe, se sumó otra, la que explicó Ricardo Balderas. Yo he protestado últimamente con frecuencia del olvido en que iba quedando la finalidad natural de la lidia y del desorden con que suele ahora torearse, dando pases sin ton ni son y tratando de comenzar por los adornos que lógicamente pueden ser remate, añadido y culminación, pero nunca principio, fundamento y esencia del toreo. Por eso me gustó mucho la faena que Ricardo Balderas hizo con el segundo novillo, un astado que se defendía, que achuchaba por el pitón derecho y que quería coger. Ricardo lo toreó por bajo, haciéndolo doblar sobre su pierna contraria, que avanzaba a fondo en el terreno del enemigo, como en esgrima dominadora. Lo llevó muy bien toread, embebiéndolo en el engaño de manera que los muletazos fueran lentos y, sobre todo, lo aguantó con extraordinario valor cuando se revolvía, haciéndolo destroncarse, al obligarlo a que se moviera en reducido espacio. Así, al dictado de aquella impecable y trágica geometría que la muleta de Balderas iba creando, quedó sometido el novillo. Entonces, se lo pasó Ricardo en varios pases de pecho y de trinchera, con mucho aplomo, con recia expresión. Fueron pases de muy buena escuela, pero lo mejor fue que Balderas se los dio a un novillo poco propicio a admitirlos y que, como condición previa e ineludible, tuvo que ser dominado. Eso es lo difícil en el toreo: dominar al enemigo. Después de eso, cualquier adorno ya tiene mérito y, si en vez de adornos, se dan pases sobrios, enteros, fundamentales, como Balderas hizo, el elogio hay que tributarlo sin reservas. Así lo entendió el público, que obligó a Ricardo a dar la vuelta al ruedo y a salir a los medios a saludar, una vez que el toro fue muerto de una corta pasada y media en todo lo alto. 
Esa fue la mejor faena de la tarde y también la mejor que Ricardo Balderas ha hecho en “El Toreo”.
Con el quinto también tuvo éxito, aunque hizo ya más concesiones al efectismo imperante. Ligó varias series derechazos toreando a pies juntos y al hilo, sin enfrentarse con el toro. Pero como eso gusta mucho y además Balderas lo hizo con seguridad y ajuste, poniéndole como remate un pinchazo y una buena estocada, tornó a ser ovacionado y recorrió de nuevo el anillo, saliendo también, posteriormente, a saludar desde los medios. Volveremos a verle pronto.
Abrió plaza un novillo difícil, que llegó a la muerte defendiéndose. Se afirmaba sobre los cuartos traseros y achuchaba de manera alarmante por el pitón derecho. Pepe Luis Vázquez lo muleteó por bajo y por delante, haciendo frente, con su natural facilidad, a los peligros que el toro presentaba y de los cuales se advirtió al diestro perfectamente convencido. Se lo quitó de en medio de un pinchazo y media desprendida y tendenciosa. El público, que está habituado a ver a Pepe Luis Vázquez en plan de triunfo, se disgustó un tanto por este paréntesis que las dificultades del novillo introdujeron en la carrera de éxitos del joven torero y cometió la injusticia de aplaudir al astado en el arrastre. Bien comprendo que el público es libre de expresar como guste sus opiniones, pero no me parece recomendable el procedimiento de aplaudir a toros de mal estilo, sólo para molestar a los espadas.
Las buenas relaciones entre Pepe Luis Vázquez y el público se reanudaron en forma por demás cordial y entusiasta. Fue en el tercio de quites del tercer novillo, al que Pepe Luis toreó por gaoneras, dos de las cuales fueron de una quietud, un temple y una emoción definitivas. Se le premiaron con una ovación cerrada, que se reiteró una vez terminado el tercio, por el cual hubo el diestro de saludar montera en mano.
Con el toro siguiente – el manso y dócil al que tan superiormente picó el Güero Guadalupe – hizo Pepe Luis Vázquez una buena faena de muleta, que le valió una vuelta al ruedo. Inició el trasteo en el tercio, con varios pases por alto y de pecho y, después, sacó al novillo a los medios, con muletazos – que no pases – de tirón. Allí se dio varias series de derechazos despatarrándose mucho, ya desde el cite, y pasándose al enemigo muy cerca. Se adornó más tarde con varios lasernistas y, tras de cambiarse la muleta por la espalda, dio un buen pase de pecho con la zurda y un natural. Lo mató de una estocada contraria, entrando con mucha fe, y un descabello a la primera. Y, de esa manera, hizo honor al sólido cartel que ya tiene conquistado. 
A sus dos novillos los banderilleó muy lucidamente, al primero, en cuyo morrillo dejó enhiesto un par de banderillas que clavó al sesgo por fuera, saliendo desde el estribo, par que confirmó sus dotes de rehiletero seguro y fácil.
A Valdemaro Ávila le debemos otro de los momentos emotivos y aleccionadores que tuvo la novillada del domingo. Porque Valdemaro ejecuta en forma personalísima y muy bella la suerte suprema, precisamente la más olvidada y desconocida de todas, que de elemento capital de la lidia ha sido rebajada, por la evolución del toreo, a la categoría de “cenicienta de la fiesta”. Pero gracias a Valdemaro Ávila, la cenicienta recobró el domingo su zapato de princesa y la suerte del volapié su rango primero.
Ya en la temporada anterior mostró Valdemaro sus notables cualidades de estoqueador. Pero, ahora, parece ser más dueño de ellas y la facilidad con que las muestra, es prenda de un dominio técnico que promete a Valdemaro – y nos promete a los aficionados a la estocada – muy buenos momentos. El éxito de Valdemaro Ávila como estoqueador fue más notable porque alternaba con dos toreros que matan por derecho y con honradez. Pero precisamente eso sirvió para que se viese mejor la diferencia de calidad. Valdemaro nos hizo ver muy a las claras que no es lo mismo matar con voluntad y con valor, que matar con arte, con facilidad nativa, con estilo propio. A mí me parece Valdemaro uno de los matadores más interesantes de México. En él creo ver al futuro gran estoqueador de la torería azteca. Ese es lo que de él interesa, a mi juicio, y no el valor, a veces poco meditado, de que hace gala al torear. Sin embargo, como se arrima mucho y no pierde la serenidad en ningún momento, logró entusiasmar al público en los quites, sobre todo en uno por gaoneras, angustioso. También gustaron grandemente algunos de sus ceñidísimos pases de muleta, que contribuyeron en mucho a que diese la vuelta al ruedo en el tercero. Realmente, eso y más merecía, pues su personalidad de estoqueador es verdaderamente notable y digna de aplauso y estímulo en estos tiempos en que escasean los matadores y llegan, inclusive, a sobrar toreros.
“Tabaquito” hizo un quite valerosísimo a Valdemaro Ávila, cuando éste fue prendido por el sexto novillo, Y es que “Tabaquito” tiene mucho valor. Siempre que torea lo demuestra al salirse a los medios para correr a los astados, estableciendo un contraste también aleccionador con la mayoría de sus compañeros, que hacen a los toros avisados e inciertos, a fuerza de “tocarles” desde los burladeros, sin decidirse a salir para enfrentarse a ellos.
Los novillos lidiados fueron de Matancillas, que viene a ser lo mismo que La Punta y fue, en realidad, lo mismo hasta hace unos años, cuando a los señores Madrazo se les ocurrió imitar a los hermanos Llaguno, que ya habían bifurcado la ganadería de San Mateo, fraccionándola para sacar de ella lo que ahora se lidia bajo el nombre de Torrecilla.
De Matancillas vino un encierro desigual, tanto en presentación como en bravura. Los mejores para el torero fueron el sexto y el reserva que substituyó al tercero. Éste, que era el más grande y gordo de la desigual corrida, hubo de ser retirado, porque parecía reparado de la vista y, desde luego, era rematadamente manso. Aunque todos los novillos tuvieron temperamento, el encierro distó mucho de ser bueno, pues el temperamento, cuando los toros no sacan buen estilo, acentúa las dificultades.

José Alameda (Cª 1980)
Suerte de varas, toreo fundamental, estocada al volapié. De nuevo, el joven Alameda nos presenta el inmenso valor del toreo básico, elemental y su esencial valor ajeno a modas y al paso del tiempo.

Ricardo Balderas recibió la alternativa en Bayona, el 8 de septiembre de 1946, siendo su padrino Fermín Rivera y el testigo, Alfonso Ramírez Calesero. De Valdemaro Ávila, se afirma que la recibió en Lima, de manos de Domingo Ortega, aunque no se precisa la fecha. En lo que sí coinciden los tres alternantes de este festejo, es en que dedicaron una importante parte de sus vidas a presidir festejos taurinos. Pepe Luis Vázquez y Ricardo Balderas lo hicieron en la Plaza México y Valdemaro Ávila, en las plazas de toros San Marcos y Monumental de su Aguascalientes natal.

Con mi recuerdo para Rubén Negrete Perales, periodista, con quien tuve poco trato personal, pero en quién siempre percibí un animoso interés por tratar de conocer y de comprender esta Fiesta, en la que encontraba aparte del colorido y la emoción, un enorme fondo de tradiciones. ¡Descanse en paz!

domingo, 20 de mayo de 2012

En el Centenario de José Alameda (IV)

Alameda antes de Alameda (III) 

José Alameda (Cª 1970)
La novillada celebrada en El Toreo de la Condesa el domingo 2 de julio de 1944 reunió a un encierro de Zotoluca y a los novilleros Pepe Luis Vázquez, Gonzalo Castro Soldado II y Tacho Campos. La relación que hace del festejo José Alameda, en el número 85 del semanario La Lidia, del 7 de julio de ese mismo año, firmando aún como Carlos Fernández Valdemoro, se centra en el análisis de la posibilidad o imposibilidad y en la efectividad o inefectividad de la imitación del estilo de un torero por otro. 

Hace una inteligente defensa de la tauromaquia esgrimida por Tacho Campos en ese festejo, la que al final, resulta ser lo que conocemos como toreo puro y duro… el toreo de siempre, el que hoy se afirma que es una especie de alucinación de un grupo de inadaptados que pide entre otras cosas, que se cite con la pierna de salida adelante. Pero allí lo describe el Alameda joven, y de paso, aprovecha su tribuna para poner en su sitio a aquellos que hablan y escriben de oídas, sin entrar al análisis de la esencia de lo que hacen los que actúan en el ruedo. 

Aquí la crónica en cuestión:  
Un torero: Tacho Campos
Este Tacho Campos, que el domingo pasado triunfó en “El Toreo”, es un lidiador corto, de esos que cuando pierden en extensión lo ganan en profundidad. A mí me satisfizo mucho su éxito, porque me parece un buen síntoma. Tantas veces hemos visto aplaudir y celebrar con entusiasmo el toreo mixtificado, que al ver emocionarse al público ante algo de indudable calidad, nos sentimos reconfortados. A algunos, a quienes dicen lo que oyen – y a quienes lo escriben, que es peor – les ha dado por afirmar que Tacho Campos imita a Garza. Para decir eso se necesita saber una palabra de la cuestión. Porque un torero puede imitar a otro en los andares, en las sonrisas, en los gestos y hasta en la preferencia por determinadas suertes. Inclusive, apurando mucho las cosas, en la manera de colocarse para ejecutarlas. Pero en la ejecución misma no es posible. Porque cuando el toro se arranca, se hace lo que se puede y basta. Y hay quienes no pueden. Entonces, de nada valen los propósitos deliberados y de muy poco lo aprendido en sesiones de entrenamiento. Cuando el toro se le viene a uno encima, es imposible encontrar componenda con un estilo deseado, ya sea positivo o imaginario. Entonces, le sale a uno el estilo propio, si lo tiene; y si no, la falta de estilo. Y quien piense otra cosa es que no ha toreado nunca.
Tacho Campos toreó el domingo, parando, templando y mandando. Y en eso coincidió con Garza, como Garza coincidió con Belmonte. Dicen que imita a Lorenzo. Pues si así es, ojalá vengan muchos a imitarle, en lugar de entregarse al toreo de chicuelinas, tijerillas, riverinas, orticinas, lasernistas, molinetes y demás manifestaciones patológicas del contorsionismo imperante.
Ojalá todos imiten a Garza toreando con sobriedad, con las plantas firmes sobre la arena y el cuerpo derecho, sin la joroba que se les antoja imprescindible a quienes para obligar al toro a que derrote bajo empiezan por agacharse ellos. Y, sobre todo, vengan muchos imitadores de Garza como Tacho Campos, capaces de ese prodigioso aguante. ¡Qué vengan muchos a imitarle y ya verán ustedes cuántos quedan! Los mismos que quedaron cuando se desencadenó la racha de imitadores de Belmonte: ni uno. No. Es muy fácil decir lo primero que se le viene a uno a la cabeza. Pero las cosas deben pensarse. Y hay que tener mucho cuidado de no perjudicar a un torero bueno con una apreciación ligera, cuando, en cambio, se conceden, marchamos entusiastas a la primera medianía a quien le pita la flauta por casualidad. Porque, en años anteriores, nos inventaron dos o tres fenómenos que ahora andan por ahí viviendo tristemente de las esperanzas engañosas que les hicieron concebir. Pero llega Tacho, que torea con un arte de los que nos se comunican, ni se reciben, porque esas cosas no se le hacen a un toro más que por inspiración propia, y resulta que ¡se parece a Garza! Señores míos: también “Gitanillo de Triana” se parecía a Belmonte. Lo que pasa es que no es lo mismo coincidir con Belmonte – como le pasaba a “Gitanillo” – que imitarle – como hacía Carpio –. Puestos a aceptar el parangón con Garza, yo me atrevo a decir que Tacho no es su Carpio, y que, en cambio, si repite lo hecho el domingo, podrá ser su “Gitanillo”. Una coincidencia al sentir el arte no es imitación, porque el sentimiento no se imita. Y Tacho, como Garza, como Belmonte, como cuantos han sabido del secreto del temple, torea con sentimiento.
Una falta tiene Tacho Campos: su poca fibra. No es un torero que pelea, que se crece ante la adversidad, ni que siente la noble apetencia de redondear un éxito. Y sería lástima que por eso no llegara tan alto como debe. Me hace abrigar esos temores, la frialdad con que Tacho Campos se desentendió de todo el sexto toro, limitándose a quitárselo de delante.
Sería lástima, porque torea con una pureza extraordinaria y con un sello propio que estriba en el fino acento que sabe dar a sus muletazos, un matiz que no han sorprendido quienes lo tachan de imitador de Garza, porque Lorenzo fue toda reciedumbre y en Tacho Campos priva la finura. Esa cualidad suya culminó en los tres medios pases que dio a favor del viaje del toro, en la última parte de su faena. Giró en ellos con gran suavidad y los ligó de modo que, más que tres lances, fueron uno solo. Yo me pregunto: ¿A quién imitó entonces? ¡Cómo no fuese a Tacho Campos!
Antes había muleteado muy bien, en derechazos que conmovieron hasta lo más hondo al público; en pases de costado ceñidísimos, al intentar uno de los cuales, fue cogido sin consecuencias, y en muletazos de pecho echando la pierna contraria adelante y sacando la muleta por la cola, en los que como no imitase a Belmonte, no acierto yo a penetrar a quien imitara.
Le dieron la oreja. Muy merecida. Yo me temo que no vaya a cortar muchas, porque no me parece valiente, Pero la que corte, la merecerá; porque tiene un arte puro. Y sólo quienes lo poseen cuentan en el corazón de los que aman la fiesta no como un ejercicio burocrático, sino como un sacrificio lleno de hondas emociones.
Pepe Luis Vázquez, sin mantenerse a la altura que en tardes anteriores, pues le tocó el peor lote, tuvo, no obstante, una lucida actuación y confirmó que es un torero muy enterado, muy hecho, que tiene recursos para superar las dificultades que presentan los toros. Y los que tuvo que lidiar el domingo las presentaban.
El primero se quedaba en el centro de la suerte por el lado izquierdo, y Pepe Luis lo muleteó cerca de tablas, recogiéndolo por bajo, para llevárselo después a los medios. Allí le sacó muletazos por alto y derechazos que entusiasmaron. Había sembrado y recogió. Es decir, había metido al toro en el engaño durante la primera parte de la faena y por eso pudo lucirse en la última. Con el cuarto no pudo hacer más que desesperarse, porque el novillo no tenía fuerza alguna y se caía en cuanto Pepe Luis trataba de pasárselo por delante.
A los dos los mató muy bien, porque además de valor tiene facilidad y buen estilo con la espada. El público, que le ha celebrado tanto con su toreo, parece no haber parado mientes en sus condiciones de estoqueador, que, a mi juicio, son las más relevantes que posee. Los buenos estoqueadores son ahora tan escasos, que bien merece la pena animar a quien, como Pepe Luis, se da tan buena maña en ese trance supremo de la lidia.
Pepe Luis fue justamente ovacionado después de matar a sus dos novillos, lo mismo que en varios magníficos pares de banderillas y en un quite por gaoneras, y, frente a enemigos poco cómodos, supo mantener en alto su ya envidiable cartel.
“El Soldado II” comenzó medianamente y acabó bien. A su primero le dudó al torearlo y lo mató de media contraria. Pero, en cambio, en el quinto de la tarde hizo cosas de mucho sabor. Porque Gonzalo Castro es un torero raro, que junto a la huida sin consideración, pone el muletazo cumplido y hondo, el adorno gallardo y feliz.
A ese quinto novillo le hizo un trasteo desligado, pero lleno de momentos interesantes. Le dio varios pases por alto, de costado y de pecho, con una pureza de línea, con una quietud y una fuerza expresiva poco comunes. La faena culminó cuando, tras de pasarse la muleta de una mano a la otra, en limpio giro ante la cara del toro, enlazó el adorno con un largo muletazo de pecho, dado con la mano zurda. Hizo después otro limpio cambio y sumó a él dos molinetes seguidos, en los que desplegó vistosamente la muleta para que girase en torno a su cintura. Estas cosas gustan mucho al público y cuando de una contraria, tiró Gonzalo al de Zotoluca, escuchó una ovación cerrada, dio la vuelta al ruedo y salió a los medios a saludar.
Necesita Gonzalo Castro una cura de confianza, es decir, necesita que lo cuiden, para que recobre la fe en él mismo, que perdió en el grave percance sufrido el año anterior. Porque en cuanto a estilo, el que apunta es muy digno de tenerse en cuenta.
A uno de los toros de Zotoluca – el tercero – se le dio la vuelta al ruedo, aunque fue un toro que hizo una lidia rara, pues comenzó achuchando por el pitón derecho y acabó haciéndolo por el izquierdo. Había peleado muy bien con los caballos, como pelearon los que tuvieron fuerzas para ello, porque, en cuanto a presentación, el encierro fue desigual, ya que hubo toros de muy buen trapío y otros flacos y sin energías.
El público aplaudió con justificado entusiasmo al gran peón Manuel Gómez Blanco “Yucateco”, quien se lució con el capote y con las banderillas. En cambio, pretendió chillarle a Juan Aguirre “Conejo Chico”, cuando picaba al toro tercero en todo lo alto. Menos mal que vino la sana reacción y acabó en ovación lo que había comenzado en rechifla inoportuna. Digo que menos mal, porque si se continúa protestando a los buenos picadores, terminará por desaparecer la suerte de varas, sin la cual las corridas de toros no son posibles, aunque no se les haya ocurrido pensarlo a los partidarios del toreo de “vueltecitas”. También agarró los altos en una ocasión, con su gran estilo de varilarguero, Guadalupe Rodríguez “El Güero Guadalupe”, cuyo éxito sería más frecuente si su voluntad estuviera a la altura de su arte.

Tacho Campos (Foto cortesía
Burladerodos)
Tacho Campos se presentó en Las Ventas en Madrid el 26 de junio de 1945, alternando con Machaquito, Manolo Navarro y Manuel Jiménez Chicuelín en la lidia de novillos de Claudio Moura. Recibió la alternativa en Aguascalientes, en la Plaza de Toros San Marcos el 17 de abril de 1949, de manos de Andrés Blando y llevando como testigo al nombrado Chicuelín, con toros de Hermanos Ramírez.

Renunciaría a esa alternativa, pues el 10 de diciembre de 1950 volvió a actuar como novillero en la Plaza México. Falleció el 10 de julio de 2008 en la Ciudad de México.

Gonzalo Castro Soldado II, hermano de Luis no llegó a recibir la alternativa.

domingo, 25 de marzo de 2012

En el Centenario de José Alameda (III)

Alameda antes de Alameda (II)

José Alameda (1947)
En el número 84 de La Lidia, aparecido el viernes 30 de junio de 1944, José Alameda, firmando todavía como Carlos Fernández Valdemoro, relató para los aficionados lectores de esa publicación, lo sucedido en la tercera novillada de esa temporada menor – la penúltima de la historia del coso – celebrada en El Toreo de la Condesa, en la que para lidiar novillos de la ganadería debutante de Santo Domingo, propiedad en ese entonces de don Manuel Labastida y Peña, alternaron Paco Rodríguez, Gabriel Soto y nuestro Pepe Luis Vázquez, que repetía tras de su triunfo el domingo anterior

Escojo esta crónica, dado que uno de sus personajes, el matador de toros Pepe Luis Vázquez (mexicano), cumplió 92 años el pasado lunes 19, día de San José. A Pepe Luis Vázquez le recuerdo como un puro ejecutante de la suerte de recibir y un torero de un gran pundonor. En una segunda etapa de su vida taurina, se dedicó a presidir los festejos celebrados en la Plaza México, lugar en el que, fue el primer torero en recibir la alternativa, el año de 1947.

En cuanto a la crónica de Alameda, podemos ver que es extensa, que mezcla la prosa con el verso y que en el engarce de los conceptos, sin perder la compostura, deja perfectamente claro lo que le gustó y lo que no en el festejo que está narrando. Espero que la encuentren de interés.

Cogida de Paco Rodríguez y triunfo de Pepe Luis Vázquez 

“Una nota de clarín
desgarrada
penetrante,
rompe el aire con vibrante
puñalada” 

Y, al toque ritual, comienza la fiesta. En los tendidos, se aprieta la multitud compacta, que se ha incorporado de nuevo a su espectáculo preferido, tras de los dos primeros festejos, que fueron como los lances de tanteo antes de meterse en faena. 

Por la arena avanza el escuadrón taurino, el único capaz de marchar a la guerra y a la muerte con ropaje de seda. Van a torear Pepe Luis Vázquez, cuyo primer naipe, lanzado sobre el tapete ocho días antes, fue un triunfo; Gabriel Soto, que llega de la plaza chica de “La Morena” impulsado por el éxito; y con ellos, y a la cabeza, Paco Rodríguez, como capitán de la lidia. 


Paco Rodríguez parece haber traído consigo al sol, que por primera vez preside la fiesta, como si quisiera señalar con su presencia el verdadero comienzo de la temporada. También traía la sangre torera dispuesta a derramarse y a dejar cumplido el verso:

“Oro, seda, sangre y sol” 

Han llegado los lidiadores bajo el palco de la autoridad. Y se inclinan reverentes. “Ave César, morituri te salutam”. 

Y, puesto que ya está el cuadro completo, puede comenzar el sacrificio. 

Ronco toque de timbal,
salta el toro a la arena.
Bufa, ruge… Roto cruje
un capote de percal”

Es el capote del primer espada, que ha quedado prendido en las astas del novillo con que hace su presentación en “El Toreo” la ganadería de Santo Domingo, que viene precedida de prestigio por su casta y a la que se le atribuye un abolengo miureño. 

Pronto el capote desprendido volvió a las manos toreras, que tiraron del toro para pasárselo, confiadas, de derecha a izquierda y, hábiles, de izquierda a derecha. Paco Rodríguez había comprendido que el primer toro del señor Labastida amenazaba con su pitón derecho y que había que recurrir al toreo zurdo. 

Quieto, erguido, comenzó la faena. El toro pasaba bajo el engaño, que se movía con rítmica precisión. Y el gentío acompañaba el ir y venir de la fiera y la serena gracia del burlador con gritos jubilosos, cumpliendo así su ministerio de coro de la tragedia. Hasta que Paco Rodríguez se pasa la muleta a la mano torera. Cita desde muy cerca y consuma el más bello de los lances. 

“…en los tres tiempos
del pase natural tendiendo el brazo
guarnecido de oro
la clásica elegancia
con serenidad ejerce y arrogancia” 

Mas el empuje del toro mengua. Y, a partir del segundo natural, se queda en el centro de la suerte. Paco Rodríguez lo invita reiteradamente a pasar. Pero el astado solo atiende la invitación a medias. Entonces, el acero brilla un momento desnudo en el aire y luego se clava tendido en la obscuridad del toro. 

Ha terminado el primer acto. 


Al comenzar el acto cuarto, la tragedia se consumó. Paco Rodríguez había recibido al toro con lances a la verónica, todos ceñidos y garbosos, impecable uno de ellos. Era la plaza un clamor cuando Paco, tras de la primera vara, se echó el capote a la espalda y comenzó el juego ceñido y peligroso de la gaonera. Tan cerca estaba, que al iniciar el cuarto lance, no tuvo el toro más que alargar el cuello u prendió al torero, tirándolo a la arena mal herido.

“La inesperada acometida ha hecho
de elegante paso
un revuelo confuso…” 

Cuando ese revuelo cesa, Paco Rodríguez está ya en la enfermería y frente al toro se encuentra Gabriel Soto. Se revuelve el astado, se defiende. Y Soto, a la defensiva también, hace una faena breve con la muleta y laboriosa con el acero. Hasta que el toro se rinde y hay en la plaza un suspiro de alivio. 

Gabriel Soto había comenzado su actuación haciendo en el primero de la tarde un quite por faroles de rodillas, que deslumbró al gentío. Repitió la suerte, al torear de salida al quinto. Y demostró que tiene una propensión cardinal al toreo de rodillas, cuando inició la faena de muleta al segundo con cuatro pases también de hinojos. Los momentos citados fueron los más emotivos de su actuación. Los más lucidos los logró también en la faena a ese segundo toro, que tenía pocas energías pero mucha nobleza, Solo le dio pases excelentes, por alto, de trinchera, de molinete, afarolados. Un trasteo decididamente barroco, que gustó mucho al público. Le puso remate con dos pinchazos sin soltar y media contraria, todos “a toro parado”. Y mientras el concurso le ovacionaba, dio la vuelta al ruedo. 

El quinto toro, duro, encastado, que pegaba fuerte y con la cara arriba, cogió a Soto en el primer pase, lanzándole contra las tablas con la taleguilla destrozada. Para poder continuar la lidia tuvo el diestro que cubrirse con el blanco pantalón de un monosabio. Pero el toro, que parecía mover sus cuernos con intención más irónica que trágica, se lo arrancó en un derrote de cómicas consecuencias. Y tuvo que recurrir el torero a otro pantalón. Puso de su parte cuanto pudo para que el toro no se lo arrebatase también y logró salir airoso del empeño, aunque a costa de algún esfuerzo a la hora de matar. 

A Pepe Luis Vázquez le tocaron en suerte dos toros dóciles. Ya he señalado que otro – el segundo – también lo fue. Y agregaré que, salvo el primero, todos pelearon bravamente con los caballos, confirmando la fama de bien encastada con que llegó al ruedo principal la ganadería de Santo Domingo. 

Al tercer novillo, un negro lombardo, que sustituía a otro de sus hermanos retirados por rotura de una pata, le dio Pepe Luis dos excelentes verónicas, tras de las cuales fue cogido sin consecuencias. Clavóle tres pares al cuarteo, dos muy buenos y uno desigual y le hizo una magnífica faena de muleta. La inició con pases por alto, de entre los cuales descollaron dos de pecho magníficos, en los que hizo describir al toro largo viaje, llevándolo perfectamente toreado. De pase a pase, iba el torero ganando terreno, de modo que al terminar la serie estaba en los medios, muestra bien clara de que era dueño de la situación. Pasóse después al toro en derechazos muy ceñidos y surgió, cálida, la ovación. 

La última parte de la faena fue por la cara y cuando cuadró el novillo, entró Pepe Luis muy derecho a matar, pero se le fue la mano y la espada cayó baja. Sin embargo, en premio a las calidades de su faena, fue obligado a dar la vuelta al ruedo. 

En el quinto, invitado por Gabriel Soto para que simulara un quite, dio dos verónicas que fueron lo mejor, lo más serio que se hizo con el capote en toda la tarde. 

También los lances con que recibió al sexto fueron de buena calidad. No así los que ejecutó en los quites. Pero con las banderillas volvió a entusiasmar. Cita al toro desde cerca de tablas y cuando el toro se arranca, compite con él en el viaje, saliéndose hacia las afueras, “de poder a poder”. Y, así,  

“…en un viaje especial de esbeltez y osadía,
– los brazos alzando – 
y, allá por encima
de las astas, que buscan el pecho,
las dos banderillas
milagrosamente clavando… se esquiva
Ágil, solo, alegre,
¡sin perder la línea!

Hay dos pares más, uno muy bueno por el lado izquierdo, para que se vea que no es banderillero a medias, y otro desigual. 

Y, en cuanto suenan los clarines para el cambio de tercio, toma Pepe Luis la muleta, echa las dos rodillas a la arena y se va acercando a su enemigo, poco a poco, con decisión firme. Súbitamente sale del tendido un grito unánime de júbilo, el “olé” tradicional de los grandes momentos: 

“De un lado, por debajo
del rojo trapo que en su furia engríe,
el toro muge alzando
remolinos de arena…”

Del otro lado, Pepe Luis Vázquez continúa de hinojos, en espera de la nueva acometida, que esquiva con la misma serenidad que otra más que viene a continuación. Han sido tres pases de rodillas, Pero no tres pases de los que se da el toro solo, viajando inocente bajo el engaño, sin tres pases dados por el torero, con temple, con mando y con una gran emoción. Después, impulsado por el entusiasmo del público y por el entusiasmo propio, torea de pie, con la derecha y con la izquierda, muy cerca, muy valiente, muy seguro de sí mismo. Y cuando mata de una corta tendida, se va en hombros de la multitud, llevándose otra oreja y otro triunfo. 

“El gran suspiro que es la tarde crece
como de un pecho inmenso
Palidece el sol.
y terminada la fiesta de oro
a la mirada que solo un eco
de amarillo seco
y sangre cuajada”
Dramatis personae

La ganadería de Santo Domingo fue fundada en San Luis Potosí por don Manuel Labastida y Peña en 1926, con los restos de lo que la Revolución dejó en su casa y en la ganadería de Espíritu Santo, que tuvo un semental de Miura llamado Chicorro, berrendo en colorado. Posteriormente añade ganados de Cruces, empadrados con un toro de Otaolaurruchi y después agrega sementales de San Mateo en los años 1928, 1930, 1932, 1934 y 1943, así como uno de Carlos Cuevas en 1942.

Paco Rodríguez fue investido matador de toros por Lorenzo Garza, en presencia del lusitano Diamantino Vizeu, el 18 de enero de 1948 en El Toreo de Cuatro Caminos. El toro de la alternativa se llamó Sevillano y procedió de Pastejé, como todos los lidiados esa tarde.

Gabriel Soto recibió la alternativa el 8 de diciembre de 1954 en Tenancingo, Hidalgo. Su padrino fue Guillermo Carvajal y los toros de Tequisquiapan en un festejo mano a mano. Su hijo Gabriel Soto El Momo, también es matador de toros. 

Pepe Luis Vázquez (José F. Vargas Castillo), como decía arriba, fue el primer torero en recibir la alternativa en la Plaza México. Le apadrinó Manuel Gutiérrez Espartero y atestiguó la ceremonia Ricardo Balderas. Los toros fueron de la ganadería de Lorenzo Garza y el de la ceremonia fue nombrado Piel Roja. Su hijo Pepe Luis Vázquez, es matador de toros.

Espero que hayan disfrutado esta que a mi parecer, es una extraordinaria pieza.


Aldeanos