domingo, 2 de noviembre de 2014

2 de noviembre de 1929: Esteban García es mortalmente herido en Morelia

Esteban García
El tradicional festejo taurino del Día de los Fieles Difuntos para el año de 1929 en la capital michoacana se presentó con una novillada en la que actuarían dos de los triunfadores de la temporada de novilladas en El Toreo en la capital mexicana, Esteban García y David Liceaga. El encierro seleccionado para la ocasión sería de la ganadería de Queréndaro.

En su camino de la capital de la República hacia Morelia, David Liceaga y las cuadrillas que habrían de auxiliar a los diestros actuantes sufrieron un accidente carretero, lo que les impediría estar a tiempo para actuar en el festejo, por lo que se presentó la disyuntiva a la empresa organizadora de suspender la novillada o de celebrarla únicamente con la actuación de Esteban García. Enterado el diestro de Tacuba de la situación, aceptó lidiar el encierro completo él solo y solamente con el auxilio del banderillero retirado Antonio Conde, quien era su mentor y le auxiliaba en los despachos. Dada la edad de Conde, para aliviar en algo la situación, de cualquier forma se improvisó una cuadrilla con aficionados prácticos morelianos.

Esteban García despachó con presteza a los dos primeros novillos de la noche, aunque las relaciones de los hechos sucedidos reflejan que Antonio Conde tuvo que abandonar sus labores en el ruedo a causa de una hemorragia causada por la tuberculosis que padecía y los auxiliadores que quedaron eran meros aficionados con más buenas intenciones que habilidades. 

El tercero, al que la historia reconoce con el nombre de Aleve, prendió a Esteban García casi al abrirse de capa. Le infirió una cornada penetrante de vientre que de inmediato hizo temer por su vida. La primera información que los medios especializados dieron a conocer se publicó en el semanario El Taurino el día 4 de noviembre de 1929 y es de la siguiente guisa:
Grave cogida de Esteban García en Morelia. Morelia, noviembre 2.  Esta tarde se encerró Esteban García con cuatro animales de Querétaro que resultaron bravos. Esteban toreó con lucimiento a sus dos primeros enemigos a los que mató brevemente y se apretó con el tercer bicho, que le echó mano, infiriéndole una cornada en el vientre. El pitón penetró a la cavidad abdominal y rompió el peritoneo. El estado del diestro es muy grave. El Corresponsal.
La primera atención brindada al diestro fue en las dependencias de la plaza. Muchas versiones hablan de la atención en un cuartucho desaseado y maloliente y de la falta de presencia de un adecuado servicio médico. La realidad es que la enfermería era, como hoy, una enfermería preparada para percances menores. Nunca se esperó, ni se preparó una catástrofe de estas dimensiones. Enrique Arzamendi escribió en El Taurino, del 11 de noviembre de 1929 lo siguiente:
¡Ha muerto un torero! La noticia nos sorprendió grandemente. ¿Cómo es posible que Esteban con ese dominio, con ese conocimiento, con esa vista, fuera preso de un pitón asesino que le deshizo el vientre y le perforó el peritoneo y el epiplón? Al principio dudamos. Pero después, no tuvimos más remedio que rendirnos ante la verdad... Y salió el tercer toro, otro buey ilidiable, otro buey propio para tirar de una carreta y no para enfrentarse con un torero de la talla del desaparecido. Vino allí la tragedia: un capotazo, un derrote seco y el pitón penetra el vientre y destroza, implacable y cruel, los intestinos y las principales vísceras… Después la mesa de operaciones en enfermería de pueblo, enfermería, como en todas las que existen en esos poblados, desprovista de material necesario para el caso. Los doctores luchan denodadamente por salvar la vida. Buscan otro local más apropiado para curar y trasladan a Esteban al Hospital, ahí nuevamente se entabla la lucha entre la ciencia y la “pálida” que, sonriente, extiende sus huesosos brazos para llevarse, para siempre, a un muchacho lleno de vida, con esperanzas risueñas para el porvenir...
La explicación de Arzamendi deja claro que a Esteban García se le dio la atención médica que había a la mano. A ese respecto, en la oración fúnebre pronunciada por el doctor Francisco Ortega, en ese entonces Presidente del Montepío de Toreros de México, se expresó lo siguiente:
...Aleve astado de Queréndaro ha tronchado esta existencia de hombre artista, y nosotros debemos ver tan triste suceso como una de las dolorosas fatalidades de la imperfecta organización nuestra, y aprovecharlo cual una lección en el mejoramiento de nuestra clase; lloramos ahora las débiles atenciones que le fueron prodigadas inmediatamente después del accidente, lamentamos no menos la imprevisión de un traslado inadecuado al grave estado en que se encontraba el lesionado, y por último sentimos nuestras almas hondamente desgarradas al ver el terrible y lamentable desenlace ocurrido a un compañero que merecía vivir y triunfar, porque seguramente así hubiera sido, si contando con los valiosísimos elementos de la ciencia Médico – Quirúrgica de la que desgraciadamente muy pocos toreros se preocupan actualmente en México en su ejercicio profesional, se hubiera luchado activamente para debilitar la infección y acabar con ella salvando como era de esperarse, la vida insustituible de Esteban García...
Petición de minuto de silencio para Esteban García
El Toreo, 10 de noviembre de 1929
Creo que hoy en día, cuando ocurre una tragedia de igual o similar magnitud, los reproches mantienen la misma sintonía, aunque la ciencia médica y la forma de manejar las heridas por asta de toro hayan evolucionado grandemente.

La sorpresa que causó la grave cornada a Esteban García era fundada. Desde su presentación en El Toreo en el año de 1926, se reveló como un torero largo, poderoso, dominador, de los que entienden a todos los toros y que encuentran la lidia que requiere cada uno de ellos. Era un torero del que no se podía suponer que moriría a causa de una cornada. Escribía Enrique Arzamendi:
Esteban García no era uno de tantos que hoy dan una tarde regular y mañana una pésima. Era un lidiador largo, entendido, que, como ya lo han dicho plumas más autorizadas y competentes que la mía, triunfó en la última temporada de novilladas. Después de aquellos triunfos, innegables en nuestro coso máximo, continuó cosechando laureles por los Estados donde dejó un cartel grande e imborrable...
Y remataba El – Hombre – Que – No – Cree – En – Nada:
Esteban García fue siempre un enamorado de su arte, un joven cuyo único anhelo consistió en encontrar un toro para poder torearlo... Y fue esto sin duda la causa de su muerte, porque lo hecho la noche del 2 de noviembre de 1929, en la plaza de Morelia, nadie es capaz de hacerlo; indudablemente fue una temeridad, pero esa temeridad, ese arrojo indecible, fue obra del amor a su profesión, fue obra del valor a toda prueba y del respeto que supo guardar siempre a los públicos, a quienes jamás quiso defraudar...
El único enemigo de Esteban García fue él mismo. Decía hace unas líneas que debutó en El Toreo en 1926 y seguía en el escalafón de novilleros en 1929. Fernando Vinyes escribía que lo que le pesó fue ser de la misma cuerda que Armillita, que encabezó su quinta novilleril y eso le desplazó para otras promociones, siendo la de 1929 en la que encontró a su epígono, Carmelo Pérez, quien terminaría igualmente por los senderos de la fatalidad. Escribió Don Zeta en El Taurino del 11 de noviembre de 1929:
Así como en otros órdenes de la vida hay alegrías para unos y sinsabores para otros, Esteban debió haber sufrido muchos de los últimos, pues sabiendo que sus compañeros toreaban en México continuamente, había sido él postergado por la más grande de las injusticias; y mientras que uno y otro de los de su época se hacían matadores de toros (“Armillita”, “El Tato”, Heriberto, Gorráez) él, con tantos o mayores méritos que ellos, roía el hueso de la desilusión rodando de pueblo en pueblo... en 1926 toreó en México dos corridas y una en 1927, el año de 1928 no le vimos para nada... No fue sino hasta este año de 1929 en que los empresarios se acordaron de él, y ya vimos con qué resultados...”
Esteban García falleció en Morelia el 6 de noviembre de 1929, cuatro días después de la cornada recibida en el festejo del Día de los Fieles Difuntos.

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