domingo, 22 de marzo de 2015

21 de marzo de 1982: Mariano Ramos y Timbalero de Piedras Negras

Si algún día se hace algún recuento de las faenas más importantes que se han realizado en la historia de la Plaza México, sin duda alguna que entre las principales de éstas se contará la que el día de la primavera de 1982 realizó Mariano Ramos al toro Timbalero de Piedras Negras. No fue una faena que vaya a recordar por los momentos de sublimación artística que en ella se generaron, o por la cantidad de suertes que en la misma se realizaron, sino porque en su realización el torero dominó y después toreó al toro imponiéndose a las condiciones de éste.

El cartel de la octava corrida de la temporada 1982 de la Plaza México se formó con toros de Piedras Negras para Mariano Ramos, Christian Montcouquiol Nimeño II y Felipe González hijo, quien recibió la alternativa esa tarde, con la cesión del toro Tercia de Ases

El segundo toro de la tarde fue Timbalero. Daniel Medina de la Serna cuenta lo siguiente acerca del desarrollo de esa memorable tarde:
Mariano Ramos... se sacó la espina con creces cuando se enfrentó (8a) a “Timbalero” de Piedras Negras, al que le hizo la faena de la temporada, y aún de muchas temporadas; fue aquella una lidia (de lid, lucha, pelea) que nos tuvo al borde de los asientos y con el alma en los dientes, pues dicho astado era, más que bravo (en algún momento trató de saltar al callejón, un toro de mala leche que no permitía a su lidiador la menor vacilación; cualquier otro le hubiera largado tres trapazos y se lo hubiera quitado de enfrente a la mayor brevedad posible, pero el de La Viga, profesor numerario de geometría y trigonometría de la Universidad Taurómaca, se enfrentó bizarro al morito y le pudo. La narración que Alberto Bitar envió por teléfono a la redacción de “El Redondel” fue esta: 
“dos muy buenos doblones y una especie de trincherilla que gusta a la asamblea. Con la derecha y por abajo, a un animal de mucha fuerza y muy mal estilo, tres intentos de derechazos y un terrible estilo de Ramos. Procede como de él se espera, de un torero poderoso y le vemos tres formidables doblones, muy bien instrumentados, que le festejan todos, para que luego se diga hoy en día, que eso no se comprende. Se juega la vida, con la zurda y volvemos a ver al diestro poderoso que nos gustara en sus inicios... cuatro derechazos, que no hay tela para más, hacen vibrar a los tendidos... preciosos doblones rodilla en tierra y un abaniqueo de torero poderoso y el teléfono, jugándose la vida, ante un aullido en los tendidos. Casi todo el estoque, en sitio apenas desprendido, cayendo el toro a los pies de Ramos y pidiendo la gente una oreja que concede el juez. A fe nuestra que merecía las dos...”
Otra versión que nos recuerda esta gran faena es la de Guillermo Salas Alonso, que algo más de dos décadas después del suceso, lo recuerda de esta manera:
El artista de La Viga después de dos series de muletazos, al intentar torearle por abajo con la mano diestra, el astado piedrenegrino se le puso por delante. Segundos de incertidumbre, belleza, peligro y resplandor. Todavía no se explican ni aficionados, ni toreros, ni críticos, cómo pudo írsele de distancia, tras recorrer medio ruedo, sin hacerle daño... Todo mundo pensó lo inevitable: que lo “trincaría” y le lesionaría. No. A partir de ese momento el trasteo transcurrió en medio de una emoción que se marcaba con los aficionados al borde de sus asientos. Estremecidos. Oliendo la sangre y el peligro... Tras ello, el diestro se volvió el protagonista de esa escena; procedió dándole una tanda de poderosos doblones para después torearlo, sobre todo, con la mano izquierda, en el pase fundamental del toreo, o sea, el natural. Uno, otro. Y uno más, elaborándolos con ritmo y con cadencia. Siempre de menos a más. Los últimos pases de las dos series, con el toro entregado al mandato del poder humano, ya seguía el engaño dando la impresión de una docilidad que, indudablemente, no era un atributo marcado por el burel que crió Raúl González y González... Tanto fue el poder de Mariano Ramos, que concluyó la labor haciéndole a “Timbalero” el desplante del “teléfono”... Y el público en fervorosa comunión con el arte, el toro, el peligro y el torero... Habría más: la estocada que terminó con la vida del toro tlaxcalteca, mortal por necesidad, no hizo que el estado doblara, sino que cayó rodado como pelota, en fracasado intento de embestir a quien le está proporcionando la muerte. Morir queriendo coger a su matador. ¡Cuánta emoción! Una obra de torero para toreros. Pero... En la opinión del juez en turno, Pedro López Anaya, sólo fue merecedora de una oreja. Una placa recuerda aquella tarde...
En suma, una de las grandes obras cinceladas delante de un toro en la Plaza México. La pueden apreciar en el vídeo (pinchando aquí), comentada por el propio torero, veintitantos años después de haberla realizado, junto con el Licenciado Julio Téllez.

Edito: Después de que apareciera esta publicación, encontré la crónica aparecida el 22 de marzo de 1982 en el desaparecido diario capitalino Novedades, suscrita por el psiquiatra Enrique Guarner. De la misma, extraigo lo que sigue:
...Mariano ha dejado oscilar su cartel; sin embargo, esta temporada ha salido con cualquier encierro que le pongan y por ello merece nuestra admiración. La tarde de ayer Mariano Ramos volvió a ser el diestro que conocimos en sus inicios y logró imponerse a un pésimo astado de Piedras Negras, del que se llevó una justa oreja... El ganado. - La corrida en general dejó bastante que desear... En cuanto a trapío los dos primeros pasaban... Por ello solamente pudo lucir Mariano Ramos con el corrido en segundo lugar. No todos los toreros poseen la capacidad suficiente o el valor necesario para trastear esta clase de bichos... Mariano Ramos... buenas verónicas, pero donde el público le aplaude es en los lances a pies juntos, lo cual me parece decepcionante... En seguida el diestro de La Viga lleva al burel frente a Domingo López quien pica dos veces en lo alto. Los Kingston cubren banderillas haciéndolo adecuadamente Felipe, en tanto que Eduardo deja solo un palo... Ramos brinda a don Jesús Garduño, quien es Oficial Mayor del Departamento del Distrito. Comienza doblándose cerca de toriles y de pie instrumenta excelente pase cambiado. La primera serie de redondos se inicia bien, pero el toro lo busca en el cuarto y entonces Mariano pone rodilla en tierra y produce extraordinarios cambios al estilo de Vicente Pastor... El de La Viga toma la muleta con la izquierda y aguantando tarascadas pega algunos naturales mandones. Viene a continuación con cuatro pases en redondo con la derecha que son buenos en verdad. Claro que hay algún enmiende de repente, pero es que el burel no es de carril ni mucho menos. Termina Mariano Ramos su labor con muletazos de pitón a pitón y un desplante. Se tira a matar y cobra una buena estocada ligeramente delantera... Se pide la oreja que concede el ingeniero Pedro López Anaya, pero el público en forma absurda e intransigente pide otra. Mi opinión es que el Juez de Plaza estuvo en lo justo y que la faena valía ese apéndice. Aguardemos mayores hazañas para otorgar más trofeos. Lo que sí es criticable y debiera haberse multado, fue que el torero arrojara al suelo el premio, despreciando a las autoridades. Mariano a continuación dio dos merecidas vueltas al ruedo...
La apreciación de Guarner no coincide con las anteriores en cuanto a la premiación de la faena y nos deja más datos (la inmediatez respecto de los hechos le otorga ese valor añadido), acerca del desarrollo de la lidia. Creo que es un interesante complemento a lo expuesto originalmente en esta entrada.

Aclaración necesaria: Los resaltados en los textos transcritos son imputables exclusivamente a este amanuense, pues no obran así en sus respectivos originales.


domingo, 15 de marzo de 2015

Relecturas de invierno (IX)

Fifty Years of La Busca

Ya había presentado a Ustedes por aquí a los Bibliófilos Taurinos de los Estados Unidos (TBA por sus siglas en inglés) y tuve la ocasión de hacer notar que la afición a los toros los límites geográficos y lingüísticos que en un sano ejercicio lógico pudieran corresponder trasciende a quienes tenemos afición a esta fiesta.

Señalaba en alguna de esas colaboraciones que muchos angloparlantes se han visto atraídos por las corridas de toros después de leer a Hemingway o por haber asistido personalmente a algún festejo taurino. Para ellos resultaba un problema el mantener la recién adquirida afición a la tauromaquia ya que no resulta ser parte de la cultura en la que se encuentran inmersos. En 1964, un estadounidense, Bob Archibald, concibió una red de correo de las personas con un interés común por la literatura relacionada con las corridas de toros. 

Así nacieron los Taurine Bibliophiles of America (TBA), una agrupación que no mantiene reuniones ordinarias porque sus miembros están dispersos principalmente en todo el territorio de los Estados Unidos y en  otros países del mundo. TBA centra su actividad principalmente en los libros de tema taurino escritos en lengua inglesa. Varios de sus miembros poseen colecciones de libros reconocidas mundialmente. 

TBA publica un boletín trimestral, La Busca, que contiene reseñas de libros, ensayos y artículos de opinión para compartir experiencias o discutir puntos de vista acerca de toros y toreros. De allí el título de la obra que en este día les presento. Es un libro que contiene una bien lograda antología de textos publicados en ese boletín, durante el último medio siglo. De su introducción traduzco y copio:
“Fifty Years of La Busca” es una colección de materiales obtenidos de 323 números de “La Busca” y “El Clarín de la Busca” publicados entre 1964 y 2014. Un conteo rápido nos indica que en esos cincuenta años, alrededor de 190 personas han contribuido con materiales a las dos publicaciones periódicas, como reseñas de libros y películas, artículos, poemas, fotografías y otras expresiones artísticas. Actualmente se prepara un índice de las publicaciones realizadas y tiene más de 2,000 entradas. Así que, “Fifty Years of La Busca” (un título elegido deliberadamente, mejor qué, por ejemplo, “Lo mejor de La Busca”) es necesariamente una selección. 
La naturaleza de la selección depende del propósito de la obra final. En este caso y previa consulta con la dirección, se realizó con la intención de recopilar material que tuviera interés que trascendiera al tiempo (tanto para su lectura, como para referencia), material que represente la aportación de TBA a la cultura taurina y que permita a este volumen ser un complemento adecuado al anterior “Bullfight Literature in English: An Annotated Bibliography” 
Los artículos incluidos en este volumen se agruparon por tema y como tales, contienen ensayos tópicos y reseñas de libros y películas. Como complemento de la “Bibliography” de TBA, la antología no contiene reseñas específicas de libros en idioma inglés... 
La obra está dividida en quince apartados, dedicados por su orden a la Historia de TBA; Aficionados, libros y vivencias; Autores taurinos y sus libros; Poesía; Música; Arte y fotografía; Cine; Toros, ensayos y revisiones; Historia del Toreo; El Toreo, ensayos y revisiones; Toreros, ensayos y revisiones; Literatura temprana; Documentos taurinos clásicos, traducción y discusión; Apéndices e Ilustraciones especiales de arte y fotografía.

Entre las colaboraciones que forman el volumen se encuentran las que suscriben Bob Archibald, Gil Arruda, Dick Frontain, Jeff Ramsey, Allen Josephs, Hugh Hosch, Arturo Díaz, Gerhard Korda, Jim Verner y last but not least, el editor de la obra, David Tuggle.

El paso por las páginas de Fifty Years no deja una sensación de estar delante de un texto exótico, independientemente de que la mayoría de las colaboraciones en él publicadas estén en una lengua que no es la nativa de la tauromaquia. Y es que, a pesar de la digamos, traducción de la fiesta al idioma inglés, los autores de cada una de ellas han sabido llevar no solo el significado de las palabras al nuevo lenguaje, sino todo el sentido necesario para que esa traducción no resulte ser más que un mero cambio de idioma, pero no un cambio de sentido a lo que se quiere y se debe expresar.

Quiero reconocer aquí la labor de David Tuggle, quien como editor responsable y en importante medida antólogo de la recopilación que hoy puedo comentarles, estructuró un trabajo que presenta con claridad y precisión lo que han sido estos primeros cincuenta años de La Busca: una verdadera contribución a la difusión de la vertiente cultural de la tauromaquia.

Referencia Bibliográfica: Fifty Years of La Busca. – H. D. Tuggle, Editor. – La Busca Vol. LI Nos. 323 – 324. – 1ª edición, E.U.A., 2014, 342 páginas, con ilustraciones en blanco y negro y color. – Introducción I – II. – 2 apéndices, 17 páginas. – Sin ISBN.

domingo, 1 de marzo de 2015

En el centenario de Silverio Pérez (III)

1º de marzo de 1953: Despedida de los ruedos de Silverio

Un mero hasta luego

Armillita desprendiéndole el añadido a Silverio Pérez
El 16 de marzo de 1947 se produjo un inesperado prolegómeno, cuando al final de la corrida en la que, alternando con Lorenzo Garza, diera cuenta de un encierro de Zotoluca, sin aviso previo, anunciara el Faraón de Texcoco que se iba de los ruedos. No medió explicación alguna, aunque más o menos un mes después, en el número 227 del semanario La Lidia de México, fechado el 11 de abril de ese año, apareció publicada una entrevista concedida a don Carlos Septién García El Tío Carlos, en la que acerca del hecho manifestó el torero lo que sigue:
Yo dije: ¿Para qué seguir si en ello se me va a acabar la vida? Porque esto del toreo es cosa muy dura, usted no se imagina, yo había pasado muchas preocupaciones desde que me anunciaron, no dormía, no estaba a gusto, no estaba tranquilo, ¿para qué seguir así?... Y aquí me tiene cumpliendo lo que dije, con los puercos y desentendiéndome de la aftosa que anda como a cien metros de la granja…
Los argumentos del torero no parecen tener la rotundidad para un adiós definitivo y la historia nos enseña que así fue. En poco más de nueve meses volvía a los ruedos, pues el 21 de diciembre de ese mismo año reaparecía en el recién inaugurado Toreo de Cuatro Caminos, alternando con Lorenzo Garza y el lusitano Diamantino Vizeu para dar cuenta de un encierro de Matancillas, festejo que pasó a la historia únicamente por el hecho de la reaparición de Silverio Pérez, quien todavía pasearía durante otro lustro la magia y la majestad de su toreo.

La despedida definitiva

El adiós de Silverio Pérez tendría lugar en la Plaza México el día 1º de marzo de 1953. Sería en la 18ª y última corrida de la temporada 1952 – 53 y se anunció un encierro tlaxcalteca de La Laguna para el Faraón, Antonio Velázquez y Jorge El Ranchero Aguilar. Al final de cuentas solamente se lidiaron cinco de los toros del encierro originalmente anunciado, porque uno de ellos fue rechazado en el reconocimiento y en quinto sitio se lidió uno de Torrecilla. El lleno estaba asegurado, pues Silverio Pérez era, es y será uno de los toreros más queridos y respetados por la afición mexicana. Sobre su actuación en esta tarde, en crónica de agencia, se escribió lo siguiente:
Con llenazo imponente, se celebró en la Plaza México la corrida de despedida de Silverio, que alternó con Antonio Velázquez y el “Ranchero” Aguilar, con ganado de La Laguna. Deslució la corrida por el intenso viento que estuvo soplando. Silverio en su primero no hizo nada de particular, matando de dos pinchazos y una estocada. Su segundo, fue poco propicio al lucimiento y Silverio nada logró, terminando tras breve faena de aliño con una buena estocada y varios intentos de descabello. En el tercero, el de Texcoco se enfrentó a un toro de Torrecilla que embistió muy bien, cuajando varias verónicas templadas a pies juntos que armaron alboroto, como los picadores le cargaron mucho la mano haciéndole caer por la arena, se provocó la bronca que aumentó cuando Silverio empezó a pasar de muleta, acallando “Las Golondrinas” el ensordecedor griterío. A los pocos minutos cayó otra vez el toro y aumentó la gresca, cayendo cojines al ruedo en medio de cuya lluvia acabó Silverio cuando los subalternos lograron hacer parar al toro. En vista de esos fracasos, Silverio aceptó regalar un toro para que su despedida no fuese tan gris y con éste se decidió a jugarse el pellejo. Dibujó verónicas rematando con una media y al quitar se apretó también con lances naturales. Con la muleta se creció, apuntando trincherazos de su factura, de la firma, derechazos enmedio de aplausos y después logró media estocada, acabando con descabello al primer intento. Se le concedió la oreja y entre el delirio, Armillita le cortó la coleta...
Como se puede extraer de la lectura, Silverio Pérez mató cuatro toros la tarde de su adiós. Cartonero y Bananero fueron los que le correspondieron en el sorteo. Luego, tuvo que pasaportar al quinto, porque Antonio Velázquez fue herido de gravedad en el vientre por el segundo de la tarde, así que enfrentó también a Texcocano de Torrecilla y al írsele torciendo la tarde, regaló para lidiar en séptimo sitio a Malagueño, de San Diego de los Padres, toro que fue a la postre, el último que mató vestido de luces en su carrera.

La reflexión del torero sobre esta última tarde, contada a José Pagés Rebollar y publicada en el libro Los Machos de los Toreros (1978), es la siguiente:
Del toro que más me acuerdo es de “Malagueño”, el que lidié la tarde de mi retirada el 1º de marzo de 1953 y si mal no recuerdo aquella fue una de las tardes más hermosas de mi vida porque pude sentir en carne propia el cariño de la afición y la belleza de la fiesta. “Malagueño” era un hermoso zaino de la ganadería de San Diego de los Padres y la oreja que le corté (por simpatía del público) figura entre mis trofeos más estimados. 
Aquello, compadre, jamás podrá repetirse, porque hace 25 años me retiré de los ruedos, aunque la Fiesta es mi vida y la llevo en la sangre… (Pág. 48)
El propio Pagés Rebollar recopila en su obra un anecdotario de Silverio Pérez y sobre esta misma tarde de su despedida, escribe lo siguiente:
En su corrida de despedida, Silverio no estaba quedando muy bien que digamos. Sus dos toros habían sido difíciles, la suerte no había estado de su parte y los nervios hacían crisis a esa hora tan emotiva e histórica. Allá en el tendido un hombre sufría no solo porque Silverio no se retiraba de los toros con el triunfo que merecía, sino porque sus amigos, sabiéndolo compadre del Faraón, se aprovechaban para molestarlo: 
- “¡Qué bueno que te vas, quijadas!” 
- “¡A ver si tienes más éxito vendiendo barbacoa!” 
Todo eso le decía los amigos de mi padre, más para molestarlo a él que a Silverio, quien fue, seguramente, el torero más querido de México. 
Mi padre ya no pudo soportar más. Llamó al doctor Gaona que era el empresario y andaba por el callejón para decirle: 
- “¡Oye Alfonso: échale a mi compadre otro toro, por mi cuenta!” 
- “Tu compadre te regala un toro” 
Y Silverio que parecía andar en una de esas tardes de mal fario le repuso: 
- “Bueno, mi compadre lo regala, pero: ¿quién lo va a torear?”…
Concluyo esta remembranza citando lo que don Manuel García Santos publicara en El Ruedo de México respecto de esta memorable tarde:
Y como vivió se fue. Con una pita enorme, ensordecedora, justificada, entreverada de insultos… Y con ovaciones de apoteosis, con alaridos de entusiasmo, con aclamaciones de cariño, y una orgía de flores, de bandadas de palomas, de cintas multicolores que se enredaban en los alamares de oro torero y lo hacían aparecer como lo que era. Como lo que había sido. Como un ídolo y un símbolo de la manera mexicana de sentir y de hacer…

domingo, 22 de febrero de 2015

En el centenario de Silverio Pérez (II)

Silverio Pérez y Pescador de Piedras Negras

La 16ª corrida de la temporada 1941 – 42 se dio con un cartel formado con toros tlaxcaltecas de Piedras Negras y los diestros Pepe Ortiz, Fermín Espinosa Armillita y Silverio Pérez, en una combinación que realizada con imaginación, resultó atractiva para la afición y propició una gran entrada en el Toreo de la Condesa, en una tarde en la que el resultado final dejaría para la historia una gran faena de Silverio Pérez.

La narración que he escogido para recordar este fasto, es obra de don Carlos Septién García, que con el seudónimo de El Quinto, lo publicó en el semanario La Nación e independientemente de la excelente prosa que caracterizó siempre a su autor, tiene la facilidad – a muchos años de distancia – de transmitir las emociones del momento en el que fue escrita y de esa manera dar a conocer de una manera más o menos fiel la realidad de los hechos que describe.

Silverio torea por sustantivos

La parte conducente de la crónica de El Quinto, nos cuenta lo que sigue:
Fue en el fondo una ventaja el haber asistido a la corrida con mi amigo el gramático. Hasta ahora había pagado el afecto que me tiene, resistiendo sus disertaciones eruditas. Y temía concurrir a los toros con él por miedo de que me aguara la fiesta con alguna disquisición. 
De allí mi sobresalto cuando el domingo, al terminar las tempestuosas ovaciones a Silverio Pérez, dijo como hablando para sí mismo: 
- No cabe duda: Silverio torea por sustantivos. 
Y a renglón seguido se puso a aplacar mi extrañeza: 
- Sustantivo es lo que existe por sí, real e independientemente. En Gramática es la parte completa. Sirve para designar austera y precisamente aquello que se quiere nombrar. El sustantivo es completo y profundo, sobrio y expresivo. Las literaturas de las épocas de oro de los pueblos se nutren precisamente de sustantivos fuertes y macizos; el adjetivo se emplea en ellas con parsimonia y discreción. Y con tanta fuerza, que en ocasiones se encuentran adjetivos con verdadera substancia. 
- Recuerde usted a Bernal Díaz, para no citar sino un clásico nuestro. Recuerde aquel lenguaje a la vez austero y suave, simultáneamente serio y vivísimo. La frase en él es ceñida, suficiente en todo caso para describir con verdad y profundidad. Y si se quiere encontrar buena parte del secreto, lo hallará usted en el hecho de que es el sustantivo el que domina, campea y triunfa en la hidalga prosa de nuestro cronista. Es decir, el sustantivo da la médula, la espina dorsal del lenguaje. La adjetivación copiosa aparece en las épocas del barroquismo y la licencia. Y claro que también puede ser bello el sistema; pero es otra clase de belleza menos maciza, más deleznable. Yo prefiero la clásica hermosura, firme y serena. 
- Y por eso afirmo que Silverio Pérez ha toreado este tercer toro, precisamente por sustantivos. Y he seguido apasionadamente el proceso de esta faena perdurable. 
El lenguaje es para el escritor lo que el toro es para el torero: la materia rebelde que su genio y su técnica han de dominar para lograr la obra de arte. Con frases triviales o con palabritas melosas se pueden hacer versos bonitos, pero no bellos. En la misma forma en que con toros chiquitos se pueden lograr faenitas que pueden ser hasta hermosas, pero siempre miniaturas. La grandeza aparece —en el lenguaje— cuando el escritor se decide a sumergirse en las profundidades del idioma en búsqueda encendida de palabras y giros macizos y profundos. Y en los toros, la grandeza surge cuando el lidiador se enfrenta a un animal fuerte, grande y poderoso y lo domina con señorío, arte y superioridad. De allí que no considere un desacato el hablar de la muleta del escritor y de la pluma del torero. 
Lo que Silverio ha hecho es eso: escribir un trozo de prosa clásica. Ha dejado a un lado lo pequeño o lo artificial para buscar expresiones a lo siglo XVI: lo que significa que ha logrado naturalidad y hondura. 
Me he fijado detenidamente en “Pescador”, el piedrenegrino éste que ha merecido tal faena. Espantó a las infanterías con sus derrotes. En las banderillas se las vieron negras los peones en vista del extraordinario empuje del animal. Y es que no se les ocurría lo que después fue el secreto de Silverio. 
Pérez tomó la muleta, salió al tercio y citó de largo. “Pescador” se arrancó de largo sobre el trapo rojo. Y entonces Silverio realizó esa sencilla cosa que por no hacerse sino pocas veces ha originado tantos toros inéditos: aguantó la embestida. Y ni hubo derrote ni colada. “Pescador” pasó una y otra vez mientras el matador levantaba suave y sobriamente los brazos en tres pases por alto tan perfectos y bien cortados como un soneto. 
Después toreó con la derecha en redondo, dejándose llevar de la inspiración y manejando la muleta con lentitud y mando. Hasta que remató el bello párrafo con aquel pase de la firma categórico y preciso. Hubo en seguida lasernistas, más pases con la derecha por abajo, varios orteguistas de excepcional pureza y otro de la firma de tal calidad y majestad, que bien podía haberse puesto arriba de tal rúbrica: “Yo, el Rey”. 
Y fíjese usted en que Silverio, como tantos grandes escritores hace arte para sí mismo. ¿Recuerda usted que Bernal Díaz escribió su historia simplemente para él y sus hijos? Pues así lo hace este Pérez de Texcoco, como lo hace también Carlos Arruza. Torean para sí, para satisfacer su ansia de creación, para lograr plástica viva, personal y única. No hay en el toreo de Silverio afán de concesiones al público, ni preocupaciones de publicidad teatral. Por lo contrario, hay una tal sinceridad del hombre, una tal compenetración natural y profunda con su arte, que me figuro que así torearía también si estuviera él solo con el animal y sin un espectador en el tendido. 
Por eso hay grandeza de la mejor, en Silverio. Por eso también es un torero sustantivo, que no necesita publicidades, cojines, fanfarronerías o insultos. Porque vale por sí, real y verdaderamente. Porque en suma, es simplemente esa cosa sencilla y compleja, grande y humilde, alegre y trágica que se llama torero. Usted comprenderá totalmente si le digo que una cancioncilla de moda necesita del radio y del teatro, y de la tiple, para poder triunfar; y eso efímeramente. Pero nada de eso requiere el cantar del Mío Cid para valer eternamente…
También por sustantivos, pero extendiendo su disertación al gerundio, al participio, al artículo y al pronombre toreó Armillita esa tarde, según el decir del propio Carlos Septién, pero recitando con frialdad la lección, en tanto Pepe Ortiz lo hizo, según el gramático amigo del cronista, en un hermoso derroche de adjetivos.

domingo, 15 de febrero de 2015

15 de febrero de 1953: Luis Procuna y Polvorito de Zacatepec

Luis Procuna en la Plaza de Acho
Luis Procuna sin duda fue un torero marcado por los contrastes. En una andadura por los ruedos que se prolongó durante más de tres décadas, su juego de luces y sombras fue uno de los distintivos que siempre le acompañó. En la Plaza México tuvo tardes de triunfo, pero las dos más grandes, sin duda, sucedieron con veinte años de diferencia, la primera, a la que me refiero el día de hoy y la de su despedida de los ruedos, ocurrida el 10 de marzo de 1974, cuando en olor de esa atracción que sobre las grandes masas ejercen solamente los genios de acusada personalidad, dijo adiós a una profesión que le permitió conocer las grandes alturas, pero también las más profundas simas.

La tarde de Polvorito

Esta faena es quizás una de las más vistas en el cine dentro de la historia del toreo. Es la que da pábulo a la construcción de la historia de la película ¡Torero!, dirigida por Carlos Velo y producida por Manuel Barbachano Ponce, en la que, a partir de las meditaciones del torero antes de la corrida, se reconstruye su vida y se nos presenta la catarsis del fracaso, trocada en el gran triunfo.

Recurro en primer término a la versión del periodista mexicano Javier Santos Llorente, un periodista que no lo es de toros y que en la proximidad del cincuentenario de la Plaza México, se propuso presentar un retrato de quien era el único sobreviviente – en ese momento – de los tres espadas del cartel inaugural del gran coso. El libro se titula Procuna. Retrato surrealista de un torero y allí se cuenta este episodio de la vida del Berrendito de San Juan de la siguiente forma:
Aquella tarde del 15 de febrero de 1953 destacó como nunca la personalidad desigual y desconcertante de Luis Procuna. Atravesaba por una etapa de depresión que había hecho bajar demasiado sus bonos taurinos. Estaba fuera de control nervioso y se encontraba en esa situación en que la mente no se centra, no responde, sino que conduce a actos involuntarios… En el cartel figuraban Carlos Arruza y Manolo Dos Santos, quienes ya venían toreando en pareja con bastante éxito. Procuna iba de relleno y ni así querían dejarlo torear al lado de aquellas figuras, pero Arruza lo impuso… Aparte de otras preocupaciones, Procuna tenía la de querer manifestar su agradecimiento a Arruza, quien era un gran torero, gran compañero y un gran señor, pues habiendo notado la perturbación de Luis se convirtió prácticamente en su subalterno para ayudarle a que su toro doblara, así, en la plaza, públicamente, Procuna se lo agradeció… Pero las cosas no quedaron en eso; empeoraron. Procuna estaba en plan de desastre. Con sus dos toros había estado fatal. Quién sabe qué se había apoderado de él, pero el caso era que se mostraba aterrorizado, presa de pánico, y huía del toro como de un fantasma demoníaco para ir a echarse de cabeza al callejón. Esto sucedió tres o cuatro veces por lo que el público se encrespó primero, luego se enfureció, y empezaron los insultos desde los tendidos. Bronca completa, hasta el reloj… Un griterío, una escandalera en grande que amainó cuando por el sonido de la plaza se escuchó: “Atención respetable público, en vista de su conducta, la autoridad ha impuesto una multa de cien pesos al diestro Luis Procuna”. Regocijo por parte de la gente y vivas al juez Lázaro Martínez porque la había vengado… La corrida estaba terminada, pero no… aún no. De pronto apareció Procuna plantado frente al palco de la autoridad solicitando permiso para regalar un toro. No podía hacer otra cosa que jugársela… La tarde había sido terrible, mortal para él; no enmendar representaba la ruina como torero. Ángel su hermano, que actuaba como su apoderado, le había autorizado el toro de regalo. El juez multador se levantó el sombrero y concedió el permiso… Mucha gente empezaba a abandonar los tendidos y desfilaba hacia los túneles de salida, pero volvía los ojos hacia el ruedo y vio con escepticismo que Procuna iba a regalar un toro. ¿Para qué?, se preguntaban. Casi todos los espectadores estaban levantados de sus asientos cuando se abrió la puerta de toriles y salió en estampida un toro, ¡pero un toro!, bufando y embistiendo con tal bravura que hundía los cuartos traseros en la arena arremetiendo contra el burladero como si quisiera levantar la plaza… El recibimiento que hizo Procuna a aquella fiera con el capote fue una llamarada que encendió la tarde que empezaba a extinguirse. Y retumbó el primer ¡olé!, profundo, estentóreo. A partir de ahí ya no dejó de torear en plan de genio. El público se había vuelto a sentar para ver aquél capote brillando con las chicuelinas y las gaoneras, y el tercio de banderillas que realizaba con vistoso estilo y alegría. ¡El toro era todo suyo!... Y después, el último tercio, con la plaza hirviendo. Procuna tuvo una idea que desbordó la grandiosidad del momento. Tomó los trastos y muy majo, encastado, montera en mano, se plantó respetuoso ante el placo de la autoridad y brindó la muerte de “Polvorito” a don Lázaro Martínez, con lo que lo hizo pasar a la historia como el único juez que ha recibido el brindis de un torero en la Plaza México… Luego empezó la faena. No es posible volver a narrar algo que tenía a todos al borde de la locura, con el frenesí sacudiendo la plaza hasta sus cimientos. Procuna se embriagaba del placer de torear, por alto, por abajo, en todas formas, como él quería, y emborrachaba a la gente con aquél derroche de inspiración, valor y arte. Toro y torero eran la fusión perfecta que hay en la fiesta brava… Envuelto en el triunfo y por el coro electrizante de la México… ¡TORERO!... ¡TORERO!, con el ruedo alfombrado con prendas y sombreros, se perfilo para matar, se tiró y hundió el estoque en todo lo alto para hacer caer a “Polvorito” con una sola estocada… Siendo un pésimo matador, eso fue como un milagro venido de lo alto. Las orejas, el rabo y locura en los tendidos. Todo lo sucedido en el redondel, desde los clavados al callejón, la multa, el brindis, todo se había conjuntado para que se realizara aquella maravillosa tarde… Inenarrable lo que luego sucedió. La gente, enardecida, sacó a hombros a Procuna y lo llevó triunfalmente por toda la avenida de los Insurgentes hasta el centro de la ciudad de México, y a las nueve de la noche aún lo paseaban en hombros por la avenida Juárez. El público que se disponía a entrar a esa hora al cine “Regis” lo vio… En solo una tarde se había mostrado tal cual es el sol y la sombra de la personalidad de Procuna, quien no sólo era el torero desigual sino un hombre desigual. Su humildad a veces y su arrogancia otras, sobre todo cuando estaba en el ruedo posesionado de su ego taurino, lo presentaban como un personaje de película que se materializó en el proyecto cinematográfico que concibió el productor Manuel Barbachano Ponce tan pronto como presenció la faene de “Polvorito”…
En la emoción de su relato, Santos Llorente omite señalar que Procuna pinchó al menos un par de ocasiones a Polvorito antes de dejar la estocada definitiva y que la gente, poseída por la emoción, se tiró al ruedo para cargar a hombros al torero antes de que el toro doblara, sin importarle su integridad física. Pero esas son minucias, quizás datos para la estadística o para la mera anécdota, pues la esencia del momento vivido está, creo, debidamente capturado por lo que nos cuenta en su obra.

Encontré una croniquilla de agencia de la época. En esos días era mera información y no se tenía quizás la dimensión de la trascendencia que tendría al paso de los años. La suscribe Tomás Avendaño, corresponsal de la Associated Press y dice lo que sigue:
Muy buena resultó la corrida de hoy en la Plaza México, en la cual alternaron los diestros mexicanos Carlos Arruza y Luis Procuna y el portugués Manolo dos Santos, pues los tres triunfaron, cada cual en un toro… El mayor triunfo correspondió a Procuna, quien tras de una labor deslucida en sus dos toros ordinarios, regaló otro a petición del público, porque el segundo de los suyos dobló sin que pudiera hacerle faena, y en el obsequio realizó estupenda faena, variadísima, brillante, con arte magnífico, que le valió estruendosas aclamaciones; ligó pases altos, estatuarios, naturales, de pecho, manoletinas, afarolados y muchos más, con gran sello original; a pesar de que estuvo desacertado con el estoque, cuando al fin logró tras dos pinchazos, cuajar buena estocada, el entusiasmo del público fue indescriptible y le concedió las dos orejas y el rabo y lo sacó en hombros...
Publicidad estadounidense a la película
¡Torero!
Esta crónica suaviza definitivamente el fracaso de Procuna ante los dos toros del lote que sacó en el sorteo, omite el hecho de que fue sancionado económicamente por el Juez de Plaza y señala con claridad que antes de la estocada definitiva, pinchó al menos dos veces – hay quien afirma que los pinchazos fueron tres – a Polvorito y aún así le cortó el rabo.

En cuanto al resto del resultado del festejo, Carlos Arruza cortó una oreja a Temblador de Pastejé, sustituto del cuarto, devuelto por inválido y Manolo Dos Santos se llevó las dos orejas de Lusitano del encierro titular de Zacatepec.

La película ¡Torero!

Decía al principio que la faena de Polvorito dio espacio para la elaboración de la película ¡Torero!, la misma está disponible en línea, con una muy aceptable calidad de imagen, misma que pueden ver en ESTA UBICACIÓN. Los últimos 16 o 17 minutos son el sumario del festejo que recuerdo en esta fecha.

Nota necesaria: Los resaltados en los textos de Javier Santos Llorente y de Tomás Avendaño son obra imputable exclusivamente a este amanuense, pues no obran así en los respectivos originales.

domingo, 8 de febrero de 2015

Relecturas de invierno (VIII)

Tierra Brava. Allende Aguascalientes

Aunque la fiesta hoy en día tiende a ser concebida por muchos como un mero festín de trogloditas, la realidad es que se traduce en un ejercicio de conservación. La fiesta de los toros, en efecto, ha sido un medio que a través de la historia ha permitido conservar tradiciones, rituales y muy importantemente, el entorno natural en el cual vivimos.

Es en esa última vertiente en donde la crianza del toro de lidia cobra especial importancia. El toro de lidia es una especie animal única – el único gran logro de la zootecnia hispana, afirma Sanz Egaña –, que de no ser por la fiesta, se hubiera extinguido hace siglos. El hábitat en el que el eje de la tauromaquia es criado se mantiene en un estado de protección absoluta, porque el toro debe llegar a la plaza en un perfecto estado de naturaleza.

La fiesta y el toro pues, no son precisamente ese bárbaro festín que intereses oscuros y difíciles de confesar intentan mostrar a las mayorías. La fiesta y el toro, además de la profunda raigambre que tienen en nuestros pueblos, hacen un gran servicio a favor de la preservación de nuestra cultura, de nuestras tradiciones y de nuestro entorno natural. Sólo por eso, la fiesta merece ser preservada y dada a conocer a las nuevas generaciones como un medio de transmisión de las tradiciones más preciadas de nuestros pueblos, por todas las vías posibles.

César Coll Carabias toma con esta obra, parte de esa responsabilidad de hacer trascender a la fiesta dando a conocer a quienes dedican vida y afanes a la crianza de su protagonista central. Definitivamente, una manera eficaz de transmitir lo que la fiesta es en realidad – que va más allá del producto terminado que es la corrida de toros – es mostrar a propios y extraños las interioridades del quehacer de todos los que participan en ella.

El toro es el eje de la fiesta. Decía Eduardo Solórzano: El toro es primero, el torero es después, aunque lo bajen de una estrella vestido de seda y oro, y sin embargo en la realidad, la crianza del toro de lidia resulta ser una de las actividades menos reconocidas o laureadas en el tránsito de la historia del toreo, olvidando de alguna manera, que sin toro, no hay fiesta posible. De aquí la trascendencia de lo que con esta obra nos propone César Coll. Recorrer el campo bravo de Aguascalientes y su llamada zona de influencia para confirmar el hecho de que la tauromaquia es una de las herencias culturales más preciadas que tenemos, tanto, que la tierra de la gente buena sirve de hogar a quienes por distintas razones tienen sus hatos en territorios que por razones políticas, pertenecen a demarcaciones distintas.

Aunque uno de los primeros festejos taurinos en Aguascalientes está documentado en el siglo XVIII, es en el siglo XVII cuando el toro de lidia llega a nuestras tierras de manera incidental. Se afirma – sin que tenga yo medio demostrativo de ello – que los jesuitas fundadores de la Hacienda de Cieneguilla fueron los primeros en traer ganado bravo para usarlo a modo de centinelas en los linderos más alejados de su propiedad. Esa práctica se extendería en otras fincas, no sólo de esta región, sino de todo México y en un ejercicio de ganadería extensiva, las haciendas tenían piaras de ganado que guardaba cierta aptitud para la lidia. Creo que ese es el caso de la Hacienda de Pabellón en Aguascalientes y la de La Luz en el municipio de Huanusco, en Zacatecas.

Esos ganados tenían determinadas características fenotípicas que los distinguían de los dedicados a la crianza ordinaria para abasto o para leche y así eran fácilmente identificables en el campo y determinables en su función. Esto lo deduzco de un aserto que hace don Paco Madrazo en su libro El Color de la Divisa, cuando refiere que en su casa, la Hacienda de La Punta, antes de dedicarse a la crianza del toro de lidia, se mantenía una piara de reses de pelo colorado hornero, de los que a veces le pedían a su padre para las plazas de toros del rumbo.

Afirma Jesús Gómez Serrano – en Haciendas y Ranchos de Aguascalientes – que es en el último tercio del siglo XIX cuando en la misma Hacienda de Cieneguilla, se inicia la crianza ya organizada del toro de lidia en Aguascalientes por don José María Dosamantes, ganados que después serían trasladados a la Hacienda de San Miguel de Venadero y que conforme a lo que anuncia el cartel de la inauguración de la Plaza de Toros San Marcos (1896), eran de cruza española.

Lo anterior nos deja ver que los criadores de toros de lidia tienden a serlo por generaciones. Veremos en esta obra que en varios casos hay familias que se han dedicado de antiguo a proporcionar a la fiesta su razón de ser. Pero también, cuando por alguna razón esas familias se apartan de la actividad o se extinguen, otros aficionados han tomado el testigo y continúan con esta labor de conservación. A veces también algunos dejan la crianza del toro por diferentes motivos y al paso de algún tiempo “reinciden” aquí mismo o en lugar diferente. La ganadería de lidia sin duda, ejerce alguna especie de hechizo sobre quien se dedica o ha dedicado a ella.

El campo de Aguascalientes y su región aledaña es agreste. No tiene a su favor grandes corrientes de agua, embalses o zonas densamente arboladas. Creo que eso hace más meritoria la labor de quienes dedican vida y afanes a criar al toro de lidia, porque al estar este ganado en un estado muy próximo al de naturaleza, está sujeto en una inmensa medida a los efectos de los elementos y el suplementar los efectos de éstos, diría el pensador y educador hidrocálido, don Aquiles Elorduy, resulta ser una verdadera tarea de romanos.

Por eso es que conocer lo que con esos “mimbres” han realizado las familias Madrazo, Dosamantes, Ibarra, Rangel, Castorena, Muñoz, Cortina o quienes les han seguido en el tiempo entre los que han hecho de la preservación del toro de lidia la razón de su existencia, resulta ser de un gran valor histórico en varias vertientes y hace que el libro de César Coll que estamos a punto de leer adquiera un especial interés, no solo para el aficionado a las cuestiones taurinas, sino también para el interesado en aquellas relacionadas con la evolución del agro en la región, o las que tienen que ver con la economía en ella.

El itinerario histórico de la crianza del toro de lidia en la región que circunda a Aguascalientes tiene una profunda riqueza, construida a partir del trabajo de varias generaciones de hombres y mujeres que en busca de conservar un espacio en el campo de México y una especie que genera a uno de los animales más hermosos sobre la faz de la tierra, dedicaron vidas, haciendas y afanes. Criar toros de lidia va más allá de ser una mera actividad económica; criar toros de lidia representa – o debe representar – la continuación de una de las tradiciones más veneradas de los pueblos hispanos, que, aunque cuestionada por algunos en estos tiempos que corren, no deja de tener hondas raíces y de ser consustancial a nuestra manera de ser.  

Veo pues, en este magnífico recorrido de César Coll Carabias, no solamente un inventario de lo que actualmente contamos y de lo que hemos perdido en materia de ganado de lidia en esta región, sino que observo también el recordatorio de un principio que, por fundamental, nunca debe ser soslayado: sin toro, no hay fiesta posible.

Nota Bibliográfica: Tierra Brava. Allende Aguascalientes. – César L. Coll Carabias. Óskar Ruizesparza (fotogtrafía). – Editorial Méxicomio, Guadalajara, México, 1ª edición, 2014, 170 Págs. (Con ilustraciones en color y blanco y negro). ISBN 970 – 624 – 231 – 7.

domingo, 1 de febrero de 2015

1º de febrero de 1925: Chicuelo y Lapicero de San Mateo en El Toreo

Chicuelo a hombros febrero 1 de 1925
(Foto: El Universal Taurino)
Uno de los axiomas del toreo moderno es que el toreo ligado se presentó en sociedad el 3 de julio de 1914, cuando Gallito lidió en solitario siete toros de los sucesores de don Vicente Martínez en la plaza de Madrid. No me corresponde entrar aquí a la discusión del toro determinante o el toro determinado que planteara en su día José Alameda para intentar explicar la aparición de esa manera de torear.

Es el mismo Alameda quien afirma que la evolución del toreo ligado alcanza su culmen el 24 de mayo de 1928, cuando Manuel Jiménez Chicuelo se encuentra en la misma plaza de Madrid, con el toro Corchaíto de Graciliano Pérez Tabernero. Una faena que, dice don José, se convertiría en el modelo a seguir a partir de esa fecha y cuya trascendencia fue vista por escritores como Federico M. Alcázar y Manuel Soto Lluch, pero negada prima facie por otros como Gregorio Corrochano.

Es el mismo Alameda el que advierte que antes, en México, el mismo Chicuelo había realizado el toreo como con Corchaíto a dos toros de don Antonio Llaguno. Fue el 1º de febrero de 1925 al toro Lapicero y el 25 de octubre de ese mismo año a Dentista. Solamente quedaba pendiente la aportación de Armillita, materializada el 5 de junio de 1932, en Madrid con el toro Centello de Aleas, consistente en echar la muleta adelante, citar allí al toro y traerlo así toreado – tirando de él – para terminar el giro copernicano que supuso la aparición en los ruedos de Gallito y Belmonte.

Así pues, este día se cumplen noventa años de la triunfal actuación de Chicuelo ante Lapicero de San Mateo, recuerdo esa importante hazaña.

La primera versión en el tiempo es la que Rafael Solana Verduguillo publicó en el semanario El Universal Taurino al día siguiente del festejo y en lo que importa, dice:
En la mano zurda lleva Chicuelo la muleta. Provoca el espada desde buen terreno, la fiera se arranca, y se produce el primer pase natural, estupendo. Y sigue otro, colosalísimo, sin enmendarse, y otro más, y así hasta cinco, girando el toro en derredor del espada, sin despegar el hocico de la mágica franela. Y luego el forzado de pecho, como remata a esta primera parte de la clásica faena… ¿Para qué decir que toda la concurrencia está de pie y aclamando hasta el delirio al matador?... Chicuelo deja que el toro se reponga, y vuelve luego a la carga, e instrumenta tres naturales más y otro de pecho, tranquilo, seriecito, torero. Y así sigue trasteando con la zurda exclusivamente, con la que torean los maestros. Otros tres naturales y otro de pecho. Imponente está el chiquillo… Ahora el sevillano va a torear con la derecha: pasamos de clasicismo a la pinturería. El pase inicial de esta tercera parte del trasteo es un “afarolado”; Manolo se ha pasado la muleta por la cabeza, recordándonos a Gallito; y luego, un ayudado por alto, con los pies clavados en la arena, estatuario. Y uno de pecho y el de la firma, perfectamente rematado… Estamos todos locos. Ya el público no sabe si aplaudir, gritar o qué. Manolo se dispone a poner término a la escena, pero el concurso no le deja. ¡Sigue toreando, por tu madre!, gritan todos. Y el sevillano nos da gusto y vuelve a recrearse empleando ahora los ayudados por bajo, pasándose todo el toro por delante. ¡Cuatro faenas en una!... Ha sido tan largo el muleteo, que el toro ha acabado echando la jeta por el suelo. Manolo se tira la escopeta a la cara, pero el “Lapicero”, humillado, no le deja entrar a herir. Al fin, Manolo se decide a ir por las famosas uvas, estando el toro desigualado y humillado y deja media estocada tendenciosa, descabellando después. ¡Ha sido la mejor faena de la temporada!... Estalla la ovación clamorosa. Aplaudimos al mismo tiempo al artista grandioso y al bravo animal, y mientras Chicuelo da por un lado la vuelta al ruedo, por el otro pasean las mulillas al cadáver del bravísimo “Lapicero” en medio de la ovación que tributamos al ganadero don Antonio Llaguno a quien el público llama insistentemente, sin lograr hacerlo salir… Gran número de pañuelos blancos ondean en las alturas en demanda de la oreja; pero don Isaac Pérez no concede el galardón, quizás por lo defectuoso de la estocada. ¿Pero señor, no ha visto usted en qué forma ha tenido que entrar a matar el sevillano? ¿No vio usted que el toro no se dejaba meter mano, y que si Chicuelo se hubiera propuesto MATAR BIEN, se habría alargado el asunto? Vaya, hombre…
Me llama la atención el hecho de que el torero haya dado la vuelta al ruedo al tiempo en que arrastraban al toro y que no haya esperado a que el arrastre terminara para salir después a agradecer la ovación. Después, me impresiona la entereza de don Antonio Llaguno, que pese a la insistente petición de la concurrencia, se negó a salir a agradecer la ovación que se le tributaba.

Una segunda versión es la de Benjamín Vargas Sánchez Juan Gallardo, corresponsal del semanario madrileño The Times que apareció el 8 de marzo de 1925. De ella, extraigo lo que sigue:
¡Hay que decirlo! Sí, señores; para mí, para mi gusto, para mi criterio, bueno o malo, como se quiera, la faena más grande de la temporada, la más clásica, la más bella, la mejor, ha sido la que anteayer realizó el prodigioso torero sevillano con su primer toro. ¡Eso es canela!... «Lapicero» se llamaba el toro de Chicuelo. Un buen toro; un enemigo a la medida del torero: bravo, con poder en las patas y manejable. ¡Y qué cosas hizo el chaval con este «Lapicero»! Antes que reseñar tan gran faena hay que descubrirse. ¡Abajo los sombreros!... Se inició el chiquillo con cinco estupendos pases naturales. Cinco modelos de izquierdismo clásico; cinco naturales con más naturalidad en la ejecución que quien los inventó. Y con más quietud que si torease de salón. Qué admirable manera de templar, de despedir y recoger, girando sobre los talones y ligando uno tras otro. ¡Modelo regio para un cuadro! Y luego, como si aún no le pareciese suficiente aquella formidable ovación, a ligar dos naturales con otros tantos de pecho. Pero no muletazos secos, no; nada de eso; lances llenos de bríos, de valor, de entusiasmo, de arte, de sabiduría, sacándose al toro de la mismísima faja y barriendo los lomos en los de pecho. Y luego, para variar, un «afarolado», varios de la firma, algunos ayudados y otras mil precocidades definitivas. ¡Qué faenaza! ¡Qué engarce de maravillas!... Años hace que no vemos algo igual. Yo ignoro si Lagartijo e! Grande, Guerrita o Montes y Curro Cúchares harían algo más de lo que yo he visto ayer a Chicuelo con su primer toro; pero aunque lo hubiesen hecho, nunca lo podría creer… ¿Una faena con más conciencia, con más seguridad, con más ante? ¡Imposible! ¡Imposible! ¡Si parecía que el chiquillo toreaba y ejecutaba como si estuviese tocado por la gracia divina!... Y el final también digno. Arrancó a matar con seguridad, con decisión. Y surgió la estocada: hasta la bola y en lo alto. Luego un descabello certerísimo y... ¡el delirio!... No recordamos cuántas vueltas dio triunfalmente a la pista. Ni mucho menos cuántas dianas se tocaron en Su honor. Pero aquello fue apoteósico. Ya la multitud, ebria de arte y de emociones, pidió la oreja para el señor Manuel Jiménez. Pero el regidor – testarudo o villamelón – no accedió. Eso no importa; el público la pidió, y eso equivale a su otorgamiento. Son los públicos quienes dan esos galardones. ¿Entendido?... También «Lapicero» fue despedido con honores cuando las mulillas lo llevaron al destazadero. Y también para don Antonio Llaguno hubo gritos de entusiasmo… Todo muy bien, todo muy justo…
Lapicero de San Mateo
(Foto: The Times)
Ambas versiones coinciden en lo esencial, pero difieren en la manera en la que Chicuelo puso fin a los días de Lapicero, pues mientras Verduguillo dice que lo mató de una estocada defectuosa seguida de descabello, Juan Gallardo habla de una estocada en lo alto, también seguida de descabello. Me llama también la atención el hecho de que el cronista mexicano se refiera al hecho de ligar los naturales usando la frase tópica de girar sobre los talones, y es que entonces, el concepto de ligazón no se entendía a cabalidad. El que no se haya concedido el apéndice pedido – al parecer de manera unánime – a Chicuelo, me hace pensar que la primera versión invocada es más certera.

El festejo era el beneficio de Chicuelo y actuaba mano a mano con Rodolfo Gaona, quien fue herido por el primero de la tarde Vive Lejos, por lo que el torero de La Alameda se quedó prácticamente con toda la corrida. El parte facultativo de la herida del Petronio fue el siguiente:
Los médicos que suscriben certifican que al finalizar la lidia del primer toro ingresó a esta enfermería el diestro Rodolfo Gaona, presentando las lesiones siguientes: Herida por cuerno de toro, ovalar, de diez centímetros de extensión en la cara externa del muslo izquierdo, tercio superior, con despegamiento de piel y tejido celular. Esta lesión le impide continuar la lidia. México, febrero 1º de 1925. Doctores José Rojo de la Vega y Luis Desentís.
Rodolfo Gaona reaparecería el siguiente domingo en la propia plaza de El Toreo.

Aclaración: Los resaltados en las relaciones de Verduguillo y Juan Gallardo son obra exclusiva de este amanuense, pues no obran así en sus respectivos originales.

domingo, 18 de enero de 2015

18 de enero de 1959: Calesero y Yuca de Tequisquiapan, en El Progreso de Guadalajara

El anuncio de la corrida
Hace ya algunos años la plaza de Guadalajara era una plaza de temporada. Eran los días en los que don Ignacio García Aceves ofrecía a la afición tapatía ciclos bien definidos de corridas de toros y de novilladas – de éstas, muchas – para intentar satisfacer a una buena afición que colmaba los tendidos del hoy desaparecido coso del Hospicio. La corrida a la que me refiero este día, tenía un aliciente adicional. Se otorgaba en ella la alternativa a un torero de la tierra, a Paco Huerta, después de que realizara una interesante campaña novilleril y le apadrinaría un diestro que era de los consentidos de la afición de la Perla de Occidente, mi paisano Alfonso Ramírez, Calesero, fungiendo como testigo un torero también de fino trazo como lo era Antonio del Olivar.

El encierro a lidiarse vendría de una ganadería que iba al alza y que en El Progreso tenía un inmejorable cartel. Los toros de Tequisquiapan, criados en esos días por don Fernando de la Mora Madaleno ya habían escrito en esa ciudad historias relevantes y la intención de anunciarlos en esta oportunidad era que permitieran a los alternantes en esta tarde que continuaran con esa cadena de éxitos.

La crónica del festejo que aparece en el diario El Informador del día siguiente de la corrida, sin firma, guarda una estructura que a mi juicio debe tener toda relación de esa naturaleza, pues comienza por hacer un balance general de festejo, para pasar a analizar el comportamiento del ganado lidiado en la tarde y después entra a detallar lo que los toreros hicieron con ellos. De ella, extraigo lo que sigue.

El festejo en lo general
La mejor corrida de toros que hemos presenciado en la remozada plaza de El Progreso fue, sin lugar a dudas, la efectuada ayer, en la que el diestro tapatío, Paco Huerta recibió la alternativa de matador de toros, sirviendo como padrino Alfonso Ramírez "El Calesero", y como testigo Antonio del Olivar… La primera mitad del festejo resultó tan extraordinaria, que en el toro del doctorado cortó oreja el nuevo matador, en el segundo "El Calesero" cortó oreja y rabo, y en el tercero, Del Olivar se llevó otra oreja. En la otra mitad solo destacó la buena voluntad y el valor de los diestros alternantes…
Los toros

De la corrida de Tequisquiapan, se expresa lo siguiente, aunque se omite hacer referencia a la presencia y al trapío de los toros lidiados:
…para que el lector pueda catalogar la actuación de cada uno de los alternantes, principiaremos por mencionar las características de los toros de Tequisquiapan que se lidiaron en esta ocasión. El corrido en primer lugar fue bravo y de buen estilo, el segundo resultó de bravura extraordinaria y mereció, junto con su ganadero, una vuelta al ruedo; el tercero mansurroneó, y tuvo una lidia incierta, llegando al último tercio en condiciones nada propicias para el lucimiento, y los lidiados en cuarto, quinto y sexto lugar tuvieron más o menos las mismas características del tercero…
Una verónica de Calesero
(Apunte de Juan Medina El Artista en El Informador 19/01/59)
Como se lee de lo transcrito, don Fernando de la Mora Madaleno dio la vuelta al ruedo tras la lidia del segundo de la tarde, en compañía de Calesero.

El gran triunfo de Calesero

Como lo señala el título de esta entrada, Calesero tuvo este día una de las grandes tardes de su vida. El segundo toro de la tarde – primero de su lote – fue nombrado Yuca y según la narración del anónimo cronista de El Informador, fue un toro de vuelta al ruedo. El trianero no lo dejó ir, lo aprovechó totalmente y escribió una de las grandes páginas de su historia en los ruedos, según podemos leer:
Toreó para él y de paso lo hizo para los aficionados. Se inspiró con la bravura de su adversario y, engolosinado, ejecutó una de las mejores faenas de su vida y la más extraordinaria que ha desarrollado en esta ciudad. Inició su obra en el segundo de la tarde, al que le pegó media docena de lances a la verónica, que fueron un portento de bien torear y después que remató con torerísima media de rodillas, la música tocó en su honor y los aficionados lo aplaudieron en forma tal que lo obligaron a dar la vuelta al anillo, devolviendo prendas de vestir. Con la plaza convertida en un manicomio, ya que después de un pinturero quite, clavó superior par de banderillas al quiebro, inició su colosal faena con un muletazo cambiado, para luego engarzar formidables derechazos, extraordinarios naturales, que siempre remató con el forzado de pecho en forma impecable y entre ovaciones de la multitud, siguió ejecutando toda clase de suertes del toreo, en las que no solo se vio la elegancia y personalidad del artista, sino también el valor, la seguridad y el dominio del maestro, del que ha llegado a la cúspide de su profesión y que sabe darle a cada uno de sus rivales la lidia requerida, de acuerdo con sus condiciones… Y como mató entrando como mandan los cánones, y después de un descabello, huelga decir que los aficionados blanquearon la plaza con sus pañuelos pidiendo los máximos honores para “El Calesero” y como la autoridad no tuvo inconveniente en conceder, el triunfador dio dos vueltas al ruedo luciendo la oreja y el rabo de su enemigo, acompañándolo en su segundo recorrido el ganadero de Tequisquiapan...
Antonio del Olivar

El torero nacido en la Mérida mexicana, pero afincado desde muy joven en Celaya, exhibió una arista distinta a la que tenía acostumbrada a la afición y públicos. No fue el torero de trazo fino y maneras clásicas esa tarde, sino que contra cualquier idea preconcebida, el triunfo lo obtuvo a partir de una exhibición de valor y de jugarse la vida ante un manso. Así se vio su actuación:
Tuvo muy poca suerte en el sorteo, ya que ninguno de sus adversarios se prestó para el lucimiento, pero este joven torero, no conforme con su suerte, se puso más bravo que sus toros y, cuando éstos no quisieron embestirle, él les embistió a ellos, logrando en tales condiciones su más meritorio triunfo en esta ciudad, pues si cuando el torero alcanza el éxito con un toro bravo es digno de aplauso, cuando logra triunfar con un manso, es superior el mérito… Y precisamente el éxito de Antonio en esta ocasión fue mayor, ya que le tumbó la oreja a un manso, al que a fuerza de consentir y aguantar, y meterle la franela en el hocico, lo hizo que arrancara en varias ocasiones para endilgarle superiores muletazos, en los que corrió la mano con valor y clasicismo. Hubo naturales y derechazos de muy buena factura, pero más que nada hubo una gran voluntad por parte del torero para jugarse la cornada, y como mató de certera media estocada, los aficionados pidieron y la autoridad concedió justificadamente la oreja...
El toricantano

Paco Huerta había hecho una interesante campaña novilleril que le había llevado a presentarse en la Plaza México el 7 de septiembre del año anterior, alternando con Emilio Rodríguez y Mario Ortega en la lidia de novillos de Cerralvo. Don Ignacio García Aceves le consideró preparado para la alternativa y le programó en este cartel con dos toreros artistas. El toro de la ceremonia – primero de la tarde – se llamó Hormigón y le cortó una oreja. Su actuar ante él fue el siguiente:
Quien desde esta fecha ha quedado convertido en matador de toros, tuvo una brillante alternativa, ya que logró cortarle la oreja al toro de su doctorado… Al primero no le hizo gran cosa con el percal, seguramente porque todavía estaba en plan de novillero, pero en cuanto “El Calesero” le cedió los trastos de matador, después de la ceremonia correspondiente, el tapatío se portó como todo un matador de categoría... Sus primeros muletazos fueron tres ayudados por alto, pegado al estribo, en los que templó y mandó con seguridad y dominio, para luego seguir con una serie de naturales en los que derrochó valor y puso a los aficionados de pie para festejarlo. Siguió con varios derechazos, que prendieron más el entusiasmo entre sus paisanos, ya que en cada uno de ellos se quedó más quieto que un poste, y después de nueva serie de naturales, de pecho, ayudados por alto y derechazos, ejecutó temerario molinete que mucho le ovacionaron, para tirarse a matar y lograrlo en el segundo viaje… Los aplausos arreciaron, los pañuelos salieron a relucir, la charanga tocó en honor del nuevo matador de toros y la autoridad concedió la oreja, con la que el diestro recorrió el anillo en señal de triunfo, devolviendo prendas de vestir...
Para terminar, dos opiniones más

Respecto de la actuación de Calesero esta tarde, dijo don Ignacio García Aceves: Si Calesero saliera así todas las tardes, sería el dueño del Banco de México.

Y por su parte, el ganadero Francisco Madrazo Solórzano remató: Cuando los artistas se enfadan y les sale un toro a su modo, cuidado con ellos, porque no perdonan…   

domingo, 11 de enero de 2015

En el Centenario de Silverio Pérez (I)

Silverio Pérez y Cirilo de Matancillas

Silverio Pérez
Aclaraciones importantes

El día 20 de junio de este año se cumplen cien años del nacimiento de Silverio Pérez, El Faraón de Texcoco o El Compadre - el más amado de todos los mexicanos - y que por su propio derecho tiene un sitio propio e importante en la Historia Universal del Toreo.

A partir de este día y cuando menos una vez al mes, procuraré ocuparme de alguno de los hechos notables de su paso por los ruedos del mundo. Espero que los encuentren de interés y que sirvan para dejar claro que aunqeu hay un océano entre América y Europa, la Fiesta es una y así debe seguir siendo.

Aparte. El texto que viene a continuación, ya lo había publicado en otro sitio de esta misma Aldea, pero por lo cercano de la fecha de la efeméride, así como por el valor mismo del hecho que relata, considero que vale la pena traerlo de nuevo al punto de la discusión. Ojalá consideren Ustedes lo mismo.

9 de enero de 1944: Silverio y Cirilo

Cuando a un torero se le pregunta acerca de la que haya sido su mejor o su más grande faena, su opinión coincidirá en la mayoría de los casos con la de gran parte de la afición y de la prensa, pues seguramente será una de esas obras calificadas de imperecederas en las que el diestro salió de la plaza con todos los trofeos posibles en la mano y en olor de multitud.

Rarísimos son los casos en los que un torero señale como una de sus grandes obras una que haya pasado desapercibida para la historia. Ese es el caso que les presento hoy, sucedido hace 67 años en el viejo Toreo de la Condesa, cuando Silverio Pérez se encontró con el toro Cirilo de Matancillas y según su decir, realizó lo que para él, fue una de las faenas que más le gustó, dejando al margen a las realizadas a toros como Pizpireto, Guitarrista, Cocotero, Cantaclaro, Guitarrista, Peluquero, Caraba o Barba Azul – todos parte de su historia y su leyenda – y que sin embargo, reconocemos a fuerza de que, ha sido el propio Faraón de Texcoco quien nos la recordó cada vez que tuvo la oportunidad, pues la memoria de la historia no la coleccionó entre las que a su juicio, tuvieron ese dejo de grandeza.

El parecer de Silverio sobre su faena a Cirilo

Decía antes que es el propio torero, en múltiples entrevistas, quien se encargó de dejarnos claro cuál era a su juicio, si no su mejor faena, sí una de las mejores. Recurro, por su inmediatez a la que le realizara don Carlos Septién García, El Tío Carlos, en el año de 1947, primero publicada en el diario El Universal de la Ciudad de México y después reproducida en el número 227, correspondiente al 11 de abril de 1947 del semanario La Lidia de México. En la parte relativa, dice lo siguiente:
...hablando de faenas, le diré que la que me dio el sitio de torero, fue la de Pizpireto de La Punta, un toro grande y fuerte al que toree muy a gusto... Tanguito es el toro más difícil que he toreado... Porque aquél toro era excesivamente suave... Tenía que torearlo centímetro a centímetro, con una suavidad absoluta, porque si modificaba tanto así la velocidad de la muleta, el toro me derrotaba como pasó en los primeros muletazos. Recuerde usted que ni Fermín, ni Velázquez pudieron hacerle quites. Fue por eso...

...Pero la que yo prefiero fue una faena a la que el público no le dio la importancia que a esas. Fue la que hice con el toro Cirilo de Matancillas la tarde del 9 de enero de 1944, toreando con Armillita y Chucho Solórzano... Fue la temporada de la cornada – agregó con cierto dejo –... Cirilo – prosigue – era un toro codicioso y bravo al que había que poderle. Lo toree con mucha limpieza, con mucho desahogo, haciendo cada muletazo a todo mi sabor. Sentí mucho el toreo en esa faena... Me gustó mucho – agrega con una sinceridad espléndida –...
El derechazo silveriano
La entrevista del Tío Carlos es a propósito de una despedida que anunció Silverio en la Plaza México al final de la corrida del 16 de marzo de 1947, en la que para lidiar toros de Zotoluca, actuó mano a mano con Lorenzo Garza. Es una pieza periodística de un gran valor, pues hace un repaso por la vida torera del Tormento de las Mujeres, desde el momento en que decide adoptar la profesión de torero y hasta el día en que sin anunciarlo previamente, pretendió dejar para siempre su actividad en los ruedos vestido de luces.

Esa despedida no sería definitiva, pues reaparecería el 21 de diciembre de ese mismo año en El Toreo de Cuatro Caminos, alternando con el mismo Lorenzo Garza y el portugués Diamantino Vizeu, para lidiar toros de Matancillas y el 8 de febrero de 1948 haría lo propio en la Plaza México, alternando con Carlos Arruza y Alejandro Montani, dando cuenta de un encierro de Pastejé. El adiós definitivo quedaría para el 1º de marzo de 1953.

Los recuentos en la prensa de la época

De los documentos que he podido localizar, he encontrado tres relatos de lo ocurrido esa tarde. El primero de ellos, en orden de inmediatez, es el aparecido el día 10 de enero de 1944 – día siguiente de la corrida – en el diario El Informador de la ciudad de Guadalajara, que sobre el particular dice lo siguiente:
Los toros de La Punta no permitieron lucimiento. En la corrida efectuada ayer en El Toreo, en que alternaron Fermín Espinosa "Armillita", Chucho Solórzano y Silverio Pérez. (Por hilo directo) México, D.F. – Enero 9. – La Plaza de El Toreo registró un lleno imponente. Los bichos de La Punta, ahora de Matancillas fueron de mala estampa, sosos, cumplieron con los de a caballo, pero ninguno fue lucido. Durante el paseo hubo palmas para los matadores... En el tercero Silverio no puede hacer nada en el primer tercio. Con la muleta logra una faena Silverista, con los pies abiertos mandando tranquilo con su peculiar estilo. Ovaciones. Sus derechazos se repiten. El terno está mojado con la sangre del bicho. Toda la plaza se encuentra entusiasmada. Nuevos pases asombrosos, entre ellos el trincherazo de Ortega. Hay gritos de entusiasmo. Logra un pinchazo hondo, otro sin soltar de metisaca. Por eso Silverio perdió la oreja que tenía bien ganada, pero da dos vueltas al ruedo... La corrida en general fue aburrida.
Aquí haré una reflexión sobre la última expresión que contiene la crónica del corresponsal de la agencia que transmitía las noticias al diario tapatío con relación al resto de la crónica. Señala que la corrida fue aburrida. Yo más bien creo que la expresión final fue de desencanto. La propia narración del cronista no transmite un festejo aburrido, sino uno que tuvo un gran momento no culminado y en todo caso, la sensación que a eso sigue es el desencanto, no el aburrimiento.

Le sigue en el tiempo el comentario de don Luis de la Torre, El – Hombre – Que – No – Cree – En – Nada, publicado en el número 61 del semanario capitalino La Lidia de México, correspondiente al 21 de enero de 1944, mismo que sobre el particular relata:
…UNA DE CAL POR OTRA DE ARENA. – Silverio Pérez, que con la capichuela se limitara a largar toda la tarde, sin asomo de acierto en momento alguno, se AGIGANTÓ en la faena de muleta en su primer enemigo. Doblándose con él en los primeros muletazos, instrumentados con ese sabor especialísimo que les imprime el texcocano, prosiguió toreándolo ya por alto, ya por bajo, pero en todo momento con el aguante y ligazón tan peculiares en este torero EXCEPCIONAL, aunque exclusivamente derechista. ¡Portentosa fue la faena de Silverio!, como enorme fue la ovación que se le premió, habiendo perdido el corte de la oreja y aún el rabo por la fea manera de estoquear. Tres veces entró a herir en forma que en nada correspondió a su fenomenal trasteo, dando fin al cornúpeta de horrendo chalecazo. ¡Qué desilusión! No alcanzo a comprender cómo un torero poseedor de semejante arrojo al torear, sobre todo con la franela, no quiera exponer lo más mínimo al estoquear. Esto no puede ser por cobardía; pero es el caso que con ello resta mucho mérito a lo que pudiera ser más grandioso, pese a quienes se empeñan a todo trance en pretender quitar el mérito inigualable a lo que fue SUERTE SUPREMA por la belleza y valor que requiere.

El sexto toro de los corridos, enmorrillado y de hermosa lámina, fue merecedor de trasteo semejante al practicado por su matador con el que ocupó el tercer lugar. Pero aquí la decoración cambió por completo, al grado que en parte nos hizo olvidar, aunque fuera momentáneamente, por la impresión final recibida, lo asombroso del toreo netamente silverista con que nos obsequiara “el compadre” mientras duró el postrer tercio en la lidia de “Cirilo” de Matancillas.

A pesar de los soberbios detalles admirados durante la sexta corrida de la temporada, el resultado general no satisfizo a la copiosa concurrencia que abarrotó las graderías de la plaza desde temprana hora.
Don Luis de la Torre captura, a mi juicio, de mejor manera, ese sentimiento que califico como desencanto que provocó el resultado final del festejo, sobre todo, cuando por el mal manejo de los aceros, no pudo homenajear debidamente a Silverio Pérez, tras de su gran obra con Cirilo. Incluso, publica el nombre del toro, lo que me sugiere el gran impacto que la faena tuvo en el escritor y al igual que la crónica aparecida en El Informador, considero que capta y transmite la grandeza de la obra y el impacto que tuvo entre los que la presenciaron.

La relación final que les presento es la que hace El Tío Carlos en la entrevista que cito antes. Tras de dejarnos conocer el punto de vista del torero, el periodista expresa lo siguiente:
…Y junto con él hemos recordado la faena de Cirilo de la que este cronista dijo entonces, que era una de las más toreras de Silverio.

Aquello comenzó en las tablas con tres doblones suaves y un pase de pecho. Siguió una serie doble en la que combinó el pase alto y el de pecho ciñéndose cada vez más. Luego vinieron cuatro derechazos a pies juntos ciñéndose, muy limpios, muy bien ejecutados. Y más afuera lo grande, tres pases con la derecha, abierto el compás, ligando asombrosamente y un orteguista perfecto. Cerró el trasteo con tres pases lasernistas tomando al toro un poco sesgado y recibiendo el derrote a la espalda y con un pase de la firma texcocana.

Y de este toro no cortó Silverio la oreja porque el estoque le arrebató lo premios. Pero la ovación fue grande.

He aquí cual es la faena predilecta de Silverio Pérez...
Quizás porque el análisis lo hizo el propio torero, don Carlos Septién se limita a reproducir el contenido de la faena, pero no deja de señalar que a su juicio, era una de las más toreras del Faraón de Texcoco.

El por qué del desencanto

Silverio Pérez
Aquí, de manera consciente, me meto en un berenjenal y voy a teorizar el por qué la faena de Cirilo se quedó solamente en la memoria y el gusto de Silverio y en la noche de la historia.

La temporada 43 – 44 iba en ascenso y la afición estaba engolosinada con los triunfos que se iban sucediendo, Gregorio García había arrancado una oreja a Vigilante de Santín en la inauguración, que fue la tarde de su alternativa; en la cuarta corrida, El Soldado había cortado el rabo de Rayito de San Mateo y apenas el domingo anterior, el propio Silverio había firmado la obra de Azulito de Torrecilla cortándole las orejas y David Liceaga la de Afinador, llevándose el rabo, lo que incubó una gran expectación en el redondo cartel del 9 de enero, sexto de la temporada.

Cuando ese imponderable – el fallo a espadas – no permitió decorar con apéndices la gran obra, facilitó su caída en cierto olvido para la memoria colectiva y por eso 61 años después, el propio Silverio Pérez le decía al periodista José Mata:
…hubo un toro que incluso ningún apéndice le corté y se llamó Cirilo, un toro de la ganadería de Matancillas. Fue una de las faenas que más me ha gustado, que no me dio miedo, tenía el toro una embestida armoniosa, que no daba la impresión de peligro. Anduve muy a gusto, sin embargo, el público no le dio la importancia que en mi interior como torero se la di, y bueno no trascendió como yo esperaba…
No obstante, los documentos que perpetuaron en su día el hecho, nos dejan ver su grandeza y nos confirman que la apreciación del torero no está exenta de razón, tanto en la magnitud de la faena, como en la escasa trascendencia que en su momento tuvo. Quizás por eso fue que poco más que un mes después, el 13 de febrero de ese mismo 1944, Silverio Pérez se pegó el arrimón que le causó lo que fue la cornada más grave de su carrera, la del toro  Zapatero de La Punta. Pero de eso quizás me ocuparé en otro momento, aquí mismo.

Aldeanos