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domingo, 8 de julio de 2012

Relecturas de verano III: Por qué Morante


Hace algunos años ya – que si los cuento resultarán muchos –, Salvador Pinoncelly (Torreón, 1932  Ciudad de México, 2007) quien fuera mi profesor de Teoría de la Arquitectura – en un paso poco feliz por esa Facultad – nos decía que el creador tiene muy escasas posibilidades de ser absolutamente original. Afirmaba que dentro del proceso creativo, todos obtenemos información de nuestro subconsciente de algo que hemos visto, oído o leído en alguna parte, en algún momento de nuestra vida, aunque no lo recordemos de inmediato. De allí concluía Pinoncelly, la absoluta originalidad, era casi imposible, aunque la nueva obra tenga el sello personal y la firma de su autor.

Recurro a ese recuerdo de una de mis etapas estudiantiles, porque tengo la impresión de que esa es la aproximación que generalmente hacemos los aficionados cuando un torero comienza a despertar interés. Primero, nos causa asombro, pero después, empiezan a salir de las profundidades de nuestro subconsciente recuerdos que llevan más o menos tiempo allí refugiados, que nos conducen a compararle con otros a los que hemos visto en las plazas, en el cine o en los vídeos, en las fotografías o aún en la literatura.

Allí reside a mi juicio el gran mérito de la aproximación que hace Paco Aguado a la vida, pero sobre todo, a la tauromaquia de Morante de la Puebla, cuando al analizarla desde su parentesco con las generadas en ambas márgenes del Guadalquivir y aún asumiendo la referida apreciación del pintor y arquitecto mexicano, tira de la memoria, pone sobre la mesa los nombres y los datos y expresa su juicio del por qué de cada una de esas apreciaciones. La originalidad en este caso, el de Paco, reside no solo en el hecho de establecer o de proponer esa especie de genealogía al hacer en el ruedo de Morante, sino de exponer los hechos que a su juicio la fundamentan.

Y es que, como podemos leer en la obra y pese a que a veces nuestros sentidos nos quieran guiar a encontrarle parangón, Morante no es un imitador de estilos ajenos, aunque busque en ellos la particularidad de su propia esencia. Y es así que a partir de escuchar, de leer y de ver imágenes fijas y en movimiento de los toreros sevillanos y trianeros que le precedieron en la historia encontrará las influencias que se reflejarán en la manera en la que se conduce ante los toros, pero siempre con un marcado acento personal que lo hace diferente y único. 

Paco Aguado, tras de su análisis, sitúa la tauromaquia de Morante de la Puebla en la cuerda de Chicuelo, pasando por Pepín Martín Vázquez y Manolo González, aunque recuperando esencias de toreros icónicos de la afición del lado del Arenal como El Pío, Antonio Gallardo, El Vito, Macandro o Rafaelito Chicuelo. Toreros todos ellos que sin ocupar un sitio de aquellos que son llamados figuras, si llevan entre ellos lo que Alameda llama el hilo del toreo de esa margen del Guadalquivir.

Los dos Morantes

Uno de los planteamientos que me resultaron más interesantes dentro de la lectura, es la manera en la que nos presenta la evolución de la figura de Morante de la Puebla y la manera en la que prácticamente, nos puede resultar en dos toreros distintos, dependiendo del momento de su evolución. Le cito:

Con el utrero y los primeros cuatreños, caminó por la senda marcada por los toreros sevillanos de la facilidad y la gracia natural. Pero a medida que avanzó su carrera y el toreó dejo de ser para él un sueño de adolescentes para convertirse en una lucha de hombres, con las exigencias que imponen el toro y las propias estructuras del negocio t,aurino, José Antonio Morante fue encauzando sus dotes por otras formas de expresión. Un renovado concepto que, sin dejar de ser coherente con el que tenía asumido desde niño, se debía antojar mejor lenguaje para transmitir el cúmulo de sentimientos que iba añadiéndole la vida, como persona y como artista. Para expresar en suma, un mensaje más profundo…

Creo necesario aclarar que el concepto que Paco Aguado considera novedoso ya sumado a la original tauromaquia de Morante de la Puebla, es la influencia que produce la manera de hacer el toreo que se genera al cruzar el Puente de Isabel II, en Triana.

A partir de allí, vendrá una extraordinaria presentación de la evolución del torero hasta su hacer actual, sin dejar de lado las vicisitudes personales que le han afectado en su paso por los ruedos, más no es mi cometido hacer una síntesis completa de la obra aquí, ni de justicia con el autor el no dejar nada para la lectura del libro, misma que no tengo empacho en recomendar.

En suma, Por qué Morante resulta ser una interesante manera de recoger el hilo del toreo desde el punto de vista de un torero en particular, con una extraordinaria prosa y un excelente manejo del lenguaje, un libro que insisto, a mi juicio merece ser leído y analizado, pues nos da medios para poder comprender la evolución de uno de los diestros más destacados de nuestros días y también, de la tauromaquia que se ha generado en una de las regiones más emblemáticas de lo que en algún tiempo fue llamado el planeta de los toros.

Referencia bibliográfica: Por qué Morante. – Paco Aguado, con prólogo de Agustín Díaz Yanes. – 1 Más Uno Editores, primera edición, Madrid, 2011, 193 páginas, con ilustraciones a color y en blanco y negro. – ISBN 978 – 84 – 938722 – 1 – 2. 

domingo, 18 de marzo de 2012

Relecturas de invierno (IV)


Alas de Mariposa

Portada de Alas de Mariposa
Hace alrededor de cinco años que tuve la fortuna de tener trato personal con un artista mexicano. Oskar Ruizesparza es su nombre y es un extraordinario fotógrafo que ha dedicado su vida a difundir con lo que observa detrás de la cámara y fija, ayer en la película emulsionada y hoy en bytes y mega bytes, la grandeza de este México suyo y nuestro. Una parte importante de esa sustancia de lo mexicano que es materia de su obra artística, es lo taurino y procura cada año, recopilar en un libro o dos, una selección de fotografías captadas en las plazas de toros que de una manera casi religiosa recorre, cámara en ristre, para escribir con imágenes y relatar con textos de amigos invitados – de allí mi inicial relación con él – el suceder de nuestra Fiesta.

El año de 2011 el libro de Oskar se tardó un poco en ver la luz y aparecer en los estantes. Y es que, al recibirlo de su parte por conducto de un amigo mutuo, me enteré de que el proyecto no se trataba tanto de recopilar lo visto y vivido por el fotógrafo al recorrer la legua, sino que dedicó su talento y sus energías a un proyecto de carácter didáctico en el que se alió con el matador de toros tapatío Miguel Ángel Martínez El Zapopan para recopilar en imágenes fijas, en vídeo y con una descripción en texto, setenta (70) suertes de capa, muchas de ellas creación de toreros mexicanos, para conocimiento, disfrute y aprendizaje de los aficionados y de aquellos que pretenden ser toreros.

Las suertes se ejecutan por los matadores de toros de Guadalajara Miguel Ángel Martínez El Zapopan y Guillermo Martínez, tío y sobrino respectivamente y en las ciento cuarenta y cuatro (144) páginas que forman el libro, dividido en cuatro capítulos, encontraremos catorce (14) distintos lances de inicio o recibo; treinta y tres (33) suertes diferentes apropiadas para hacer quites; doce (12) remates y adornos remates y cuatro (4) suertes creadas por El Zapopan. Todas las demás, cuando procede, tienen indicación del torero que las creó. El escenario es el ruedo de la Plaza de Toros Centenario, de Tlaquepaque, Jalisco.

Alas de Mariposa viene acompañado de un DVD en el que se explica la ejecución – de salón – de cada una de esas ciento cuarenta y cuatro suertes capoteras, de manera tal, que quienes practican el toreo o aprenden a hacerlo, pueden entender con facilidad la manera de llevarlas a cabo, practicarlas y en un momento determinado, ejecutarlas delante de los toros.

Uno de los vídeos incluidos en Alas de Mariposa (Cortesía: altoromexico.com)

Oskar Ruizesparza es Director – Editor de la Revista México Mío, dedicada a diversos temas de la cultura nacional. En lo taurino, destacan dos monográficos dedicados a las dinastías Armillita (abril 1988) y Silveti (noviembre 1988). Ganador del Primer Lugar dentro de la Convención Internacional de la Sociedad Mexicana de Fotógrafos Profesionales A.C., categoría Maestros, los años 1983, 1984, 1985, 1986, 1987 y 1988. Ganador por cuatro ocasiones (tres consecutivas), del premio a la mejor fotografía dentro de la Convención Internacional de la Sociedad Mexicana de Fotógrafos Profesionales A.C. Autor entre otros de libros como Feria Aguascalientes 2005. Más que mil palabras; Feria Aguascalientes 2006. Pepe López, un sentimiento en el capote / Arturo Macías conquista La México (libro doble) y Los recortes de Oskar de la Feria Taurina de Aguascalientes 2007 entre otros.

Miguel Ángel Martínez El Zapopan nació en Zapopan, Jalisco, el 13 de enero de 1953, recibió la alternativa el 9 de enero de 1977 en la Plaza de Toros El Progreso de Guadalajara, siendo su padrino Joaquín Bernadó, llevando como testigo a Salvador Villalvazo. El toro de la ceremonia se llamó Caramelo y fue de la ganadería de Matancillas.

Guillermo Martínez nació en Guadalajara, Jalisco el 31 de mayo de 1982, recibió la alternativa el 17 de octubre de 2004, en la Plaza de Toros Nuevo Progreso de su ciudad natal. Su padrino fue Miguel Espinosa Armillita Chico y completó el cartel el rejoneador Pablo Hermoso de Mendoza. El toro que le fue cedido fue nombrado Seda Gris y provino de la ganadería de Fernando de la Mora.

El valor de la obra reside en un hecho que Oskar declaró a Juan Antonio de Labra con motivo de la presentación del libro en la Ciudad de México:

Es verdad que muchos de estos quites ya no se hacen, y otros ni los conocen los toreros; por eso consideramos que era de gran importancia mostrarlos gráficamente en este libro, donde se aprecia, a través de las fotos de secuencia, la forma en que se ejecutan acompañada de una breve explicación. En este sentido, la obra representa una aportación a la tauromaquia y creemos, sin vanidad, que debe ser una especia de libro de texto de las escuelas taurinas que, para bien de la Fiesta, tanto abundan en nuestros días…

Es decir, al final de cuentas, Alas de Mariposa se convierte en un testigo de una torería que en estos días casi es anecdótica, pues los lances, quites y demás suertes que se recopilan, ilustran y explican en el libro, son prácticamente parte del archivo muerto de esta fiesta.

Por eso es que, a mi juicio, este libro resulta de consulta y colección indispensable para aquél que se diga aficionado a los toros, porque por desgracia, llegará el día en el que estas suertes sólo podrá conocerlas en él. Y aunque no acostumbro hacer esto, ni es la misión de esta bitácora, pueden obtener información de cómo adquirirlo, en este sitio

lunes, 23 de enero de 2012

Relecturas de Invierno (III)


Recuerdos de un Torero. Andrés Luque Gago

Uno de los libros publicados el pasado 2011 que despertaron mi interés desde que se anunció su salida a la luz fue el que titulado Recuerdos de un Torero, trajera a la afición las remembranzas de uno de los más destacados toreros de plata de la segunda mitad del Siglo XX, don Andrés Luque Gago.

Más que una autobiografía, Recuerdos de un Torero resulta ser una recolección ordenada de una serie de recuerdos del paso por los ruedos de Andrés Luque Gago, quien en esa serie de apuntes, ordenados y pulidos por su hijo Andrés Luque Teruel, refleja la intensidad con la que puede vivir su paso por los ruedos aquél que tiene vocación por ser torero y que reconoce en el vestir el terno de seda y alamares una especial dignidad, la que de acuerdo con el ser y el parecer de cada quien, le otorgará su sitio dentro y fuera de los redondeles.

De su paso por el escalafón novilleril, Luque Gago recuerda lo siguiente:

…Tenía buenas formas, me faltaba ambición y, por eso, la principal cualidad para ser figura. En aquél momento, tampoco me acompañaba el físico, condición que, sin duda, y aunque entonces no lo supiese, determinaba la anterior carencia. Esa circunstancia limitaba y, en última instancia, impedía la mentalización necesaria para una lucha tan dura…

De allí su decisión de aceptar la invitación que le hiciera Curro Girón para ir con él como banderillero y a partir de ese momento, iniciar una andadura que duraría treinta años largos en el entorno de los principales toreros de su tiempo.

Ya como hombre de plata, Andrés Luque Gago presenta una serie de retratos de los diestros con los que formó cuadrilla. Luis Miguel Dominguín, Carlos Corbacho, José Julio, Manolo Vázquez, Miguelín, Pedrés, Antonio Bienvenida, Antoñete, Antonio Ordóñez, Francisco Ruiz Miguel, Paquirri, Manolo Arruza y Rafael de Paula. En algunos de esos retratos la técnica empleada es más impresionista que en otros, dependiendo del tiempo y la cercanía mantenidos con sus maestros, pero deja claro en todos los casos, el profundo respeto sentido por los jefes de cuadrilla a cuyas órdenes estuvo.

Por ejemplo, de Ordóñez en el ruedo, dice lo siguiente:

…Nosotros estábamos muy pendientes y cuando remataba, le quitábamos el toro rápido, de manera que evitábamos los tiempos muertos o las simples demoras… Con la mirada nos decía dónde debíamos colocarnos y dónde teníamos que situar al toro. Un simple gesto lo decía todo…

Y de su paso por la cuadrilla de Ruiz Miguel, recuerda esto:

…La diferencia de ganado era abismal. Luis Miguel, veterano y ya por encima de los condicionantes de la temporada, intervenía en corridas elegidas, con toros de ganaderías acreditadas y cómodos de juego y presentación; Ruiz Miguel, joven y capacitado, lo hacía ante todo tipo de toros y las ganaderías más duras incluidas las de Miura, Pablo Romero y todas las variantes de Santa Coloma y Atanasio…

También habla de la necesidad del torero de ir al campo, pues lo reconoce como el laboratorio de la técnica y así repasa primero su formación en los tentaderos de Juan Belmonte en Gómez Cardeña, Joaquín Buendía, los de las familias Galache y Cobaleda, los hermanos Cembrano, pero teniendo siempre como cuartel general de invierno la finca de los Rodríguez Pacheco en Ciudad Rodrigo, lugar en el que reconoce que adquirió el oficio para volverse torero de plata.

Luego, ya maduro y en el lugar de los principales dentro de los de su escalafón, persistiría en el paso por los tentaderos, recordando especialmente los compartidos con Luis Miguel Dominguín y Paquirri:

…Como sucedía con Luis Miguel Dominguín, pasábamos parte del invierno en el campo, en su finca de Cantora. En una ocasión, le compró ochenta vacas con más de diez años a Manuel Camacho, procedencia Núñez, que llevamos entre los dos y a pie de finca a finca, con la única ayuda del picador Antonio Torres. Pasábamos los días entrenando, jugando al fútbol y retentando ese ganado…

Por supuesto que guarda recuerdo y respeto también para sus compañeros Alfredo David – de quien reconoce su gran toreo de capa –, Michelín, El Boni, Julio Pérez Vito, Enrique Bernedo Bojilla y Luis González entre los que más nombra, aunque reconoce como sus espejos a Juan de la Palma, Chaves Flores y Tito de San Bernardo:

…Juan de la Palma, hermano y banderillero de Antonio Ordóñez… se convirtió en toda una referencia. Su dominio de los terrenos y la eficacia con la que desplazaba a los toros le daba un toque elegante sin acaparar ningún protagonismo. Lo veía y pensaba que algún día llegaría a tener esa soltura… Chaves Flores era un modelo para buenos aficionados… ofrecía garantías a toreros de corte muy distinto… Tito de San Bernardo, otro lidiador, capotero le decíamos entonces, con un conocimiento de los terrenos, dominio y temple fuera de lo común…

Andrés Luque Gago dejó la vida profesional como banderillero en abril de 1986 y como señala en el capítulo final del libro, sigue como aficionado disfrutando la fiesta a la que tanto dio y la que mucho también le ha dado. 

En lo personal, le recuerdo en su actuación los domingos 27 de enero y 3 de febrero de 1980, a las órdenes de Rafael de Paula en la Plaza México. Las circunstancias no fueron las propicias para el torero jerezano, pero Andrés Luque Gago pudo cautivarnos con su fino capote de brega, tanto así, que se le otorgó el Trofeo Domecq al mejor de su especialidad por esa temporada 1979 – 1980.

Como lo he afirmado en anteriores oportunidades, espero que con lo aquí presentado se despierte su interés por la lectura de este libro, que es de los que le mantienen a uno prendido a la tela hasta que concluye. Es por eso que no abuso ya en intentar describir la obra, o de citar más de su contenido, invitándoles mejor a que la obtengan y la lean en su integridad.

Recuerdos de un Torero
Andrés Luque Gago
La Isla de Siltolá
Colección Levante
Sevilla, 2011
ISBN 978 – 84 – 15039 – 41 – 9

domingo, 26 de septiembre de 2010

Relecturas de verano II: El aroma del toreo

El autor

El doctor Alfonso Pérez Romo que ha ejercido exitosamente la medicina, ha sido un destacado académico y en ese campo llegó a ocupar la Rectoría de la Universidad Autónoma de Aguascalientes, además de que en las diversas actividades profesionales, humanísticas y literarias que ha abordado en el decurso de su existencia, se ha destacado como una persona triunfadora y reconocida por la calidad y la mesura de sus juicios.

Alfonso Pérez Romo es también aficionado a la Fiesta de los Toros, por la que siente:

Una atracción irresistible; un aprecio del toreo que va mucho más allá de su abigarrado colorido, su pintoresquismo, su derroche de valentía y su efusión de sangre; un asombro siempre nuevo por esa hermosa y noble bestia que es el toro de lidia; y una admiración respetuosa por el torero, extraño personaje del arte hispánico que cumple su actuación dramática al filo de la muerte.
Es afición le llevó a constituirse como empresario de la Plaza de Toros Monumental Aguascalientes en la década de los 80, junto con Julio Díaz Torre y el matador en el retiro Eduardo Solórzano, dando un giro radical a la manera en la que se organizaba nuestra Feria de San Marcos y en la combinación de sus aficiones, fue quien animó al Poeta del Toreo, Alfonso Ramírez Calesero, para que reuniera las memorias que son la base del libro que hoy da pie para que yo meta los míos.

La obra en cuestión

Solo el que vive los hechos sabe lo que son. Eso es lo que nos demuestra la recopilación de memorias y vivencias de un torero que se fue por la puerta grande. Aquí nos encontramos con lo que pasa por la mente del que se viste de luces por última vez, con lo que recuerda y con lo que ve en lontananza.

Al fin y al cabo, la obra que hoy intento comentarles contiene la expresión del valor humano en lo taurino, el reconocimiento de que el torero no lo debe ser solo en el ruedo y delante del toro, sino que el torero es un hombre y como tal interactúa con la afición, con la comunidad en la que convive y con su círculo más cercano, con su familia. Los toreros son humanos, aunque para oficiar, se vistan de dioses.

¿Cuándo se debe ir un torero? Decía un contemporáneo de Calesero, también su compañero de muchas batallas, que buena parte de la grandeza de don Rodolfo Gaona residía en que se fue de los ruedos cuando aun le podía a los toros. Seguramente y de lo revelado por Alfonso, el de Triana, ese tema es uno de los principales en esos momentos en los cuales los toreros hablan entre ellos de las cosas de su ministerio y es también quizá por ello, que El Calesa dio la vuelta a la página de su historia vestido de luces cuando lo hizo y como lo hizo, es decir, demostrando que el adiós se debía a una decisión personal y no a aquello que decía Guerrita, a que lo echaban. El contemporáneo al que me refiero es don Arturo Muñoz Nájera La Chicha, inolvidable torero de plata y personaje de la torería de Aguascalientes.

Otras revelaciones interesantes se contienen en la obra del doctor Alfonso Pérez Romo. Por ejemplo, nos cuenta el destino final de aquel toro de Vicente MartínezTerciopelo se llamó – que en la década de los treinta importara don Miguel Dosamantes Rul para Peñuelas, ejemplar único que en la historia de la ganadería brava mexicana es ya mítico.

Hombre de a caballo; significado tentador, Alfonso Ramírez Alonso hizo, ya hace casi medio siglo un análisis, que por lo que hoy vemos, resultó premonitorio. Lo hace cuando habla del toro de esos días, de su comparación con el que lidiaba en las plazas cuando inició su camino por los ruedos y de lo que veía para el futuro. En 1966 escribió:

En México, por el exceso de celo por conservar un tipo de toro y una sola línea genética, la casta se ha ido perdiendo y creo que esta experiencia ya se agotó. Nos guste o no, ha llegado el momento de refrescar, porque cuando la sosería se repite constantemente, la gente acaba por aburrirse y deja de ir a las plazas...

Y sigue diciendo:

...otra cosa que yo veo es que en mis tiempos de matador en activo, todos éramos diferentes; pienso en Armillita, “El Soldado”, Antonio Bienvenida, Garza, Silverio, Solórzano, Arruza, Manolete, Pepe Luis, Procuna, yo mismo. Todos inconfundiblemente personales y distintos. Y lo más importante: cada uno de nosotros hacíamos nuestro toreo totalmente diferente y original; ninguno llevábamos una faena hecha de antemano o estereotipada y el público que nos iba a ver siempre estaba a la expectativa de la sorpresa, de la espontaneidad, del momento inspirado…

Y lapidariamente concluye:

...la gente ya no va a los toros con la esperanza de ver el milagro de lo inesperado, sino a resignarse a ver la repetición interminable de lo mismo, así sea de buena calidad. ¡Como el arte y la artesanía otra vez!
Es a partir de esas reflexiones que Calesero penetra en los terrenos de la creatividad, del sello, de lo que lleva el titulo de la obra que pretendemos comentar, del aroma del torero y del aroma del toreo, aroma que dijera Arthur Miller, no se puede ver, pero se puede percibir y se puede recordar.

También nos habla de aquello que decía Lorca, había que buscar en las últimas habitaciones de la sangre, el duende, que brota cuando menos se espera y que no es de producción en serie; las condiciones deben estar dadas para que el torero se transfigure y en un momento y lugar determinado haga a los toros cosas que no son humanamente imaginables y aunque a Jesús Eduardo Martín Jáuregui no le parezca, he de afirmar como Pepe Alameda, esta es otra evidencia del seguro azar que representa el toreo.

La personalidad del hombre determina por anticipado la medida de su posible fortuna, expresó alguna vez Arthur Schopenhauer y por su parte, Óscar Wilde pareció agregar; cualquiera puede hacer historia, pero solo un gran hombre puede escribirla.

En El aroma del toreo estamos delante de una fracción de esa historia, bien delimitada en su esfera temporal; pero también, bien relacionada con sus antecedentes próximos y remotos.

Estamos delante de lo que considero es el legado de un torero a la afición y muy principalmente a sus pares. Vemos en sus pensamientos un examen preciso de su pasado y del presente que vivía cuando lo hizo y muy especialmente, del futuro que veía venir, y que hoy es para nosotros el presente.

Estamos delante de una breve parte de las memorias de un hombre que siendo padre y abuelo de toreros nunca dejo de tener presentes a su esposa, que a su vez, hija y hermana de ganaderos, conoce la fiesta desde sus entrañas y sabe que ese ver cara a cara a la muerte los días de corrida o de tentadero puede lastimar o fortalecer la armonía familiar, dependiendo de la manera de aproximarse a ella. En este caso, el lazo de unión entre Calesero, su esposa doña Alicia y sus hijos y nietos, después del amor, sin duda ha sido el vivir con autenticidad su taurinidad.

Esta es mi apreciación acerca de este interesante testimonio de vida y aprovecho el viaje para invitarles a leerlo, disfrutarlo y encontrar una a una, las múltiples aristas que representa la vida de un hombre dedicada por entero a la fiesta de los toros, siguiendo la máxima taurina:
Para el logro del triunfo siempre ha sido indispensable pasar por la senda del sacrificio.

domingo, 19 de septiembre de 2010

Relecturas de verano I: Don Puyazo

Era un hombre que aprendía de la materia que escribía, de toros, pero que no necesitaba de ningún maestro para escribir: La pluma era lo suyo.

Rafael Ortega Domínguez
Matador de Toros

El primer encuentro

Hace casi diez años llegó a mis manos un ejemplar de la obra de mi amigo y colega, natural de Cádiz, la llamada tacita de plata que remata el Rincón del Sur, Francisco Javier Orgambides Gómez. El libro se titula Don Puyazo y tiene como finalidad el recordar o como fue en mi caso, el dar a conocer la persona y la obra de don Antonio Rosales Gómez, quien bajo el seudónimo que intitula la obra, a través de la radio y de los medios escritos, dejó para la posteridad su visión de la historia taurina de su tiempo.

Comencé la lectura y me fue imposible suspenderla, pues la obra invita a que uno la lea de corrido, de portada a portada, de un tirón, pues muchos de los conceptos de Don Puyazo siguen vigentes hoy en día y sus reflexiones, valen todavía para muchas cosas que suceden hic et nunc en el que Díaz Cañabate llamara el planeta de los toros.
La radio

En 1895 Marconi descubre el hecho de que se pueden transmitir mensajes telegráficos sin necesidad de hilos que los conduzcan. De aquí, a la transmisión de la voz humana por ese mismo medio, solamente había un pequeño paso. Puede decirse que la radio había nacido y ella sería el vehículo a través del cual, se llevaría a muchas gentes alrededor del mundo, información y esparcimiento.

La Fiesta de Toros no podía permanecer ajena a la revolución que para la comunicación representó la radiodifusión y así, la producción de programas con temática taurina cobra muy pronto un importante sitio dentro de las llamadas cartas de tiempo de las emisoras, primero en España y después en los demás países en los que tenemos el privilegio de disfrutar de la Fiesta de Toros, pues sus temas siempre atraen la atención de quienes nos consideramos aficionados a ella.

Don Puyazo vivió la historia de la radio gaditana casi desde sus inicios, pues nos relata Francisco Javier que ya en 1930 participa en el Noticiero Gaditano de su tierra y combina las actividades frente al micrófono con las de escribir para la prensa diaria. Es a partir de 1942 que inicia su andadura como cronista taurino, misma que reunirá en una serie de muy bien logrados Cuadernos Taurinos, mismos que cincuenta y dos años después, representaron – si mis cuentas no fallan –, dos mil setecientos cuatro volúmenes en los que se compila la historia taurina de ese tiempo y el pensamiento de su autor acerca de ella, que curiosamente, cubre la mayor parte de la segunda mitad del pasado siglo, lapso de tiempo en el que su autor los hizo públicos y con ellos, creó opinión.

Don Puyazo

Antonio Rosales Gómez nació en Cádiz en 1909. Como ya lo he mencionado, a partir de 1930 se dedica a los menesteres de informar a través de la radio y de la prensa escrita y es en 1942 cuando logra la feliz combinación del trabajo con la afición, iniciando cada martes, la emisión de sus Cuadernos Taurinos, en los que recoge y analiza la historia taurina de su tiempo.

Quizás lo más importante de esa visión de la historia, que durante ese medio siglo presentó don Antonio, montado sobre los lomos del mítico Veneno y con la vara en ristre, fue el sentido regional que dio al análisis que de la misma hizo, reflejando lo que la información que era objeto de sus opiniones podía representar para el entorno taurino de Cádiz principalmente. Los aficionados a los toros estamos acostumbrados, sobre todo hoy en día, a conocer versiones más cosmopolitas de las noticias, mismas que son difundidas en cuanto representan un interés para quienes las reciben. Las noticias locales o regionales, poca difusión tienen, porque supuestamente a pocos interesan. Así, las noticias taurinas viajaban por las ondas o por los teletipos y llegaban desnudas, con la finalidad de que cada uno de los que las recibían, sacara sus propias conclusiones, las que seguramente variarían, de acuerdo con el lugar en el que fueran analizadas.

La lectura de Don Puyazo nos revela dos grandes pasiones: La que seguramente tuvo el personaje de la obra por la Fiesta de los Toros y la que sin duda también tuvo por que en Cádiz se conservara y se desarrollara ésta. Estos aspectos se advierten con claridad meridiana al ir avanzando la lectura, sobre todo, en la transcripción del Cuaderno número 773 – que abre la obra – y con el dedicado a la Plaza de Toros gaditana, que sucumbió a la picota en el año de 1976, debido a la incuria de que fue objeto. Cádiz se quedó sin plaza, pero cada martes, don Antonio seguiría analizando la información taurina y señalando la influencia que seguramente tendría en el Rincón del Sur.

Otro aspecto interesante de su labor, debidamente reseñada por Francisco Javier, fue la de llevar a los medios el recuerdo o la información de aquellos que en su día fueron toreros de medio sol, a través de su Galería de Toreros Olvidados, en la que aquellos a los que la cortedad de sus hazañas, poco espacio les conseguían en los medios. Es este un aspecto justiciero de su obra periodística, pues a todos, los de arriba y los de abajo, les procuraba su lugar, uno que muchas veces, en la vorágine de los acontecimientos, no es debidamente reconocido por aquellos que tienen confiada la tarea de dar cuenta de lo que en el planeta de los toros sucede.

Los géneros

La obra de Francisco Javier nos revela a un Don Puyazo poseedor de una extensa cultura, pues no solamente se limitaba a opinar sobre la información que difundía a manera de editorial o de ensayo, sino que hacía de la variedad literaria uno de los secretos de su éxito y así, vemos que lo mismo preparaba una farsa o un sainete para criticar tal o cual situación o preparaba verdaderos recitales radiofónicos de poesía taurina, de la cual, no me resisto a transcribir lo siguiente, de su Oda a Juan Belmonte:

En la taza de la plaza
Se vierte de sol el oro;
Al caer, cobre el icono del toro
De un hachazo de charol
Temblando en cada cairel
Queda una gota de sol.
Con dinámica bravía
De una vieja estampa ibera
Belmonte, junto a la fiera
Traza geometría torera

O sus Juzgados de Ultima Instancia Taurina, en los que sometía a imaginario juicio a quienes por su actitud irreverente hacia las cosas de la fiesta, mismo en el que se ventilaban con imparcialidad – tan ausente de la justicia de los hombres –, los aspectos positivos y negativos del personaje que por esa emisión, ocupaba el banquillo de los acusados.

En fin, que mucho más se puede comentar de la obra de Don Puyazo, porque durante mas o menos medio siglo, presentó y analizó la información taurina del tiempo que iba viviendo y actualizó también la de tiempos pretéritos, en un afán de formar aficionados a los toros con una verdadera Cultura Taurina.

El resultado de la obra

Francisco Javier Orgambides Gómez ha logrado en un breve número de páginas, el que quienes no somos de Cádiz, conozcamos la personalidad y lo más significativo de la obra de Don Puyazo, subsanando en alguna forma la omisión que señala el torero gaditano José Luis Galloso, al referirse a lo escaso de los reconocimientos hechos a la obra de don Antonio, que al contrario de muchos que ejercen esa azarosa profesión, obtuvo el reconocimiento de sus conciudadanos y de sus escuchas y lectores, lo que demuestran el Hostal, la marca de vino fino y los dos pasodobles que ostentan el nombre de su personaje radial Don Puyazo.

Curro, considero que la faena ha sido justa, aunque como todas aquellas que perduran en nuestra memoria, nos queda el deseo de haber visto más. No obstante, estoy seguro que como en mi caso, el pañuelo de todos tus lectores saldrá a sus balcones en cuanto culmine la lectura de tu bien preparado libro.

Reconocimientos

No puedo terminar este intento de reseña, sin expresar a la Diputación Provincial y a la Asociación de la Prensa de Cádiz, mi reconocimiento y gratitud por el esfuerzo realizado y el interés mostrado por dar a conocer la obra de uno de los más preclaros periodistas taurinos de esa Provincia, emblemática del llamado Rincón del Sur. Considero que ese interés se ve satisfecho con creces y en mi caso particular, considero que debiera considerarse la publicación completa de los archivos de Don Puyazo, pues contienen mucha información que hoy resulta invaluable para los aficionados a los toros, que aunque reflejan la visión de lo que parece un tiempo ido, presentarán en el fondo la esencia de una fiesta que requiere, con mucho, que se muestre lo que debe ser en realidad, en estos tiempos revueltos, en los que tan vilipendiada es.

domingo, 14 de febrero de 2010

Relecturas de invierno II: Cornadas al viento

En Cornadas al viento nos vamos a encontrar con una parte sustancial de la historia de la ganadería de La Punta. Pero no anticipemos vísperas. No es esa historia manida que nos habla de los toros y las vacas que El Pasmo de Triana le consiguió a don Francisco y a don José C. Madrazo y García Granados en las ganaderías españolas de Campos Varela y Gamero Cívico y que según su propia confesión, en tanto las embarcaba a tierras mexicanas, el cuidado de esos ganados le fascinó tanto, que acabó por hacerse ganadero él mismo.

La historia que recogió mi amiga Carmelita Madrazo (Aguascalientes 1940 – Guadalajara 2007), es la narración de su madre, doña María Luisa Solórzano Dávalos, esposa del ganadero don Francisco Madrazo y hermana de los toreros Jesús y Eduardo Solórzano, es la que se cuenta en el libro y es más bien la relación de los hechos que son concomitantes a la crianza de los toros y a la forma de vivir la vida en una ganadería mexicana de toros de lidia.

La narración de Cornadas al viento transcurre entre 1932 y 1959 y recoge una buena cantidad de las incidencias del diario vivir en una unidad de producción agropecuaria en la que, si bien la parte pública de su ser era la crianza de toros de lidia, su viabilidad económica se sustentaba en otro tipo de actividades como la crianza de ganado lanar y la siembra de distintos granos, porque a diferencia de otros lugares, en un clima semidesértico como el de la zona en la que La Punta se ubica, requiere diversificar las actividades para hacer viable las explotaciones.

Las vivencias contadas por doña María Luisa Solórzano a su hija y recogidas en  el libro, cubren las relaciones interpersonales y familiares de los ganaderos de La Punta con los habitantes de la Hacienda y contiene una interesante descripción de cómo era la vida en Aguascalientes y su región circundante en una época en la que a diferencia de la actual, toda la actividad económica descansaba en los talleres de los Ferrocarriles Nacionales (hoy extintos) y en la agricultura.

También presenta la visión desde dentro del hogar de la asimilación del éxito. Sobre todo cuando en ese tiempo se tuvo la única ganadería que lidiaba en su totalidad ganado de sangre española pura, mismo que era reclamado por los principales toreros y empresas de ese tiempo y que al paso de los años, sería considerada con una de las casas fundacionales de la ganadería de lidia en México.

Es este uno de los pocos libros, si no es que el único, en el que abandonándose algún criterio de corrección política, se aborda el tema de la influencia de la Reforma Agraria en la crianza del toro de lidia en México y en muchos otros textos se omite simplemente el asunto, ella toma el toro por los cuernos y relata el daño que desde su punto de vista, cree que hizo a La Punta y a la ganadería mexicana en general, dejando un principio de análisis que está aún por hacerse a profundidad y que puede arrojar interesantes respuestas a interrogantes que se plantean desde hace décadas.

Los toreros que pasaron por la casa de La Punta, los visitantes ordinarios, las fiestas, como se vivía la Semana Santa, quienes eran los dueños de las fincas vecinas y a que tipo de labores se dedicaban, recordando siempre que fueron parte del Mayorazgo Rincón Gallardo, que tuvo su sede en la Hacienda de Ciénega de Mata, ubicada a corta distancia de allí.

En el epílogo de la obra doña María Luisa Solórzano Dávalos refiere lo siguiente:

…Paco falleció a la edad de 73 años. Había nacido el 11 de septiembre de 1886, y a las pocas horas del dia 12, cuatro años después, nacía su hermano Pepe. El sepelio de Paco fue el 11 de febrero de 1960, y al comenzar el día 12, nueve años después, moría Pepe.

Mis 30 años de vivir a su lado y en La Punta, van unidos y arrullados con el bramar de los toros, el relincho del caballo, el balar de los borregos y sobre todo, con las lágrimas de mis recuerdos.

Siendo ya viuda, fuimos invitadas a un día de campo en La Punta, las madres Teresianas Petra Ayerra y Aurelia de Moratín, dos españolas simpáticas y sumamente inteligentes que gustaban de los toros. Había tienta, y ellas felices con el terceto de guapos que eran mi sobrino Chucho, Currito Rivera y Paquirri. En esa ocasión yo fui como invitada a la que había sido mi casa.

Estando en la placita de toros, mi hija comentó:

Al estar en la placita de toros, vi los hermosos árboles que daban una sombra refrescante y acogedora. Sus enormes ramas cubrían el callejón y un tercio del redondel.

Ahora también dan sombra esos mismos árboles, pero la sombra que antes se veía esplendorosa, ahora se ve sombría. Antes, en La Punta había señorío. Ahora solo hay soledad.

La historia concluye allí y es una de esas que merecen ser leídas y contadas. Hoy La Punta pertenece a otras personas y las historias que allí se formaron siguen siendo parte de la memoria colectiva. Aquellos toros punteños serán siempre el paradigma del toro bravo y bien presentado, en suma el toro adulto, no adulterado.

Cornadas al viento
C. Madrazo
Editorial Emprendedores Universitarios – Secretaría de Cultura
Gobierno del Estado de Jalisco
Guadalajara, 2005
ISBN 970 – 624 – 405 – 0

domingo, 24 de enero de 2010

Relecturas de invierno I: Sangre de Llaguno

Escribía un ilustre iusromanista, nacido en los Países Bajos, pero mexicano hasta la médula, Guillermo F. Margadant, que la historia no es una serie de vistas fijas, sino que es como una película en la que hay varias tramas paralelas que transcurren al mismo tiempo, pero en lugares diferentes y que al final inciden en el desenlace. En Sangre de Llaguno, así nos presenta Luis Niño de Rivera las de la ganadería de San Mateo y de la Familia Llaguno, enlazando la historia patria con la universal y con la del toreo y en ese enlace, algunos pasajes influyen directamente sobre la trama y otros tendrán utilidad solamente para ubicar en tiempo y espacio eventos trascendentes en el devenir ganadero de Llaguno – San Mateo, lo que no deja in abstracto la presentación que de ellas se nos hace en la obra.

Me parece importante la presentación de la genealogía de los Marqueses del Saltillo, de quienes se habla en el ambiente taurino mexicano como una serie de personajes míticos, de los que la mayoría de los que los mencionan, ni siquiera saben ya no sus nombres, sino siquiera sus apellidos, precisando con puntual atención los pasos de una generación a otra, bien verificada en los archivos parroquiales de Sevilla. Lo único que le faltó a Luis, a mi juicio, fue el abundar, ya entrado en el tema, en la salida de la ganadería de la familia Rueda – Quintanilla – Osborne Böhl de Faber, para pasar a manos de las familias Moreno Ardanuy – Moreno de la Cova – Moreno de Silva, que es la que en la actualidad mantiene lo que de ella permanece en tierras hispanas.

A partir de analizar los libros de la ganadería, entre 1908 y 1953, Luis Niño de Rivera logra presentar algo así como el genoma en macro del toro de lidia mexicano, pues desentraña las principales líneas o familias surgidas de las 16 vacas y dos toros traídos por los hermanos Antonio y Julián Llaguno, de una manera bastante esclarecedora, dejando patente la gran obra ganadera realizada por el genio que fue el primero de los nombrados.

Ya en análisis de los aspectos propiamente familiares, Niño de Rivera nos deja ver que la transición del ganadero Antonio Llaguno González al ganadero José Antonio Llaguno García realmente nunca se produjo. El hijo lo acompañó en su andadura, pero el viejo aparentemente no se preocupó por enseñarlo; así como él entendió los vericuetos de la genética de una manera intuitiva, creyó que su hijo, sangre de su sangre, saldría como muchos de sus toros Superior Superiorísimo en ese aspecto y aprendería – o intuiría – de la misma manera en la que él lo hizo, pero no fue así, por eso la trayectoria de José Antonio Llaguno García como ganadero fue más breve y menos regular, diferente que las de sus primos hermanos, los Llaguno Ibargüengoitia, que abrevaron todo el conocimiento que Don Julián se preocupó por transmitirles.

En cuanto a la presentación material del libro, me parece que es de formato feo – a imagen y semejanza del pocket book americano – y creo que la calidad de la obra merecía uno mejor, con mayor cantidad de ilustraciones, aunque la justificación de los editores reside en el hecho de que al presentarlo así, se consigue una mayor penetración de la obra. Veo que también tiene algunos gazapos ortográficos, pero estos seguramente no son culpa del autor. Aparte, considero que faltaron un índice onomástico y árboles gráficos de la progenie de las vacas españolas, que harían más explícito el trabajo.

Concluyo citando a Don Paco Madrazo, ganadero también de prosapia, quien en su libro, El Color de la Divisa, publicara en 1985 en una carta abierta dirigida a José Antonio Llaguno García estos sentidos razonamientos:

…Hoy la mayor parte de los ganaderos mexicanos se enorgullecen de tener en sus piaras reses procedentes de Saltillo – ellos así lo dicen – y qué lástima me da el que hayan olvidado, a veces, que las vacas y toros que les han dado prestigio a través de los años son de San Mateo…

Yo creo que ellos deben reconocer la gran afición de tu padre y de tu tío para hacer, con muchos sacrificios, una ganadería de bandera, y que ya dejen de decir que tienen sangre de Saltillo, cuando lo que tienen, es sangre de San Mateo…

¿Por qué no les gritas que tu padre, y vamos tomando como fecha la venida de las vacas españolas – 1908 – hasta el 15 de enero de 1953 en que murió, estuvo al frente de una extraordinaria ganadería hecha a base de esfuerzos, de malos ratos y de romperse día a día con la vida del campo y de los toros, para qué hoy tanto ignorante diga y anuncie que tiene sangre de Saltillo?

Ya no somos ganaderos de bravo, ni lo seremos jamás. Nuestra vida entre los toros será hoy dispersa, vaga y al poco tiempo, olvidada…


José Antonio Llaguno García nunca escribió el libro que le pedía su amigo – y compañero de infortunio – Paco Madrazo, pero en el que pone a la consideración de todos nosotros, Luis Niño de Rivera reivindica en buena medida ese justo reclamo de alguien que sí entendió la realidad de la existencia de la Sangre de Llaguno, un libro que vale la pena leer y releer.

Sangre de Llaguno
Luis Niño de Rivera
Editorial Punto de Lectura - UNAM
1ª edición, México, 2004
ISBN: 9707310588



viernes, 1 de mayo de 2009

Un buen amigo y un buen libro…


Ayer por la mañana recibí una llamada telefónica del buen amigo don Gustavo de Alba, que me notificaba que en una librería del centro de Aguascalientes estaba en oferta un libro sobre la obra del pintor valenciano Roberto Domingo.

Ante el encierro casi forzado al que nos vemos compelidos por estos días, hay que encontrar algo que hacer y en estos casos, la lectura es un buen paliativo para evitar los efectos nocivos de la falta de actividad.

Quizás a muchos no les represente novedad, pero la obra en cuestión se titula Roberto Domingo. Arte y Trapío y es de la autoría de María Dolores Agustí Guerrero, madrileña de origen valenciano, quien de acuerdo con la solapa del libro, cuenta con carnet de Investigadora del Ministerio de Cultura Español y es además filósofa, gemóloga y perito judicial en materia de Bellas Artes.

El prólogo de Ángel Luis Bienvenida nos refiere una visita que en el otoño de 1944 realizaron él y el Papa Negro al estudio del artista, para pedirle que le pintara un óleo en el que aparecieran sus hijos Pepe, Antonio y el propio Ángel Luis jugando con banderillas en la Real Maestranza de Sevilla. El objeto del cuadro era corresponder a Antonio un brindis hecho a Ángel Luis en una corrida que habían toreado juntos ese año.

El lienzo que llevaba don Manuel Mejías era descomunal y eso disgustó a Roberto Domingo, que pidió uno más pequeño. Refiere el torero que se fueron a Sevilla y a la semana siguiente volvieron al estudio del pintor con dos sacos de albero, los que esparció en el piso de madera del lugar diciendo: ¡Aquí lo tiene para que lo pueda hacer más exactamente!.

Al año siguiente el cuadro estaba listo, Antonio, de grana y oro, iba en la cara del toro; Pepe de azul y oro estaba en un segundo plano y Ángel Luis, de verde y oro quedó al fondo. Antonio no aceptó el cuadro, argumentando que tenía muchos de don Roberto, por ello, Ángel Luis remata su prólogo agradeciéndose la oportunidad de poder admirar todos los días por haberlo conservado, tan grande obra, de tan grande y olvidado pintor taurino.

El libro contiene una prolija biografía de quién, de acuerdo con la declaración de intenciones de su autora, refleja luminosa y sincera, la vida misma con todo su aroma y todo su dramatismo, reconociendo que en alguna medida su trabajo no hubiera sido posible sin una obra de 1957, publicada por Valeriano Salas y escrita por J. Peñasco.

La obra contiene, como dice su contraportada, extensa documentación gráfica, cerca de ochocientas fotografías y documentos que dan una idea completa de tan insigne pintor, devolviéndole la actualidad y el lugar preeminente que le corresponde en el mundo del arte, con especial referencia a su genial interpretación de la fiesta taurina.

Pero lo que más me llamó la atención, es este pequeño epílogo, que tiene mucho de verdad y que creo que explica, en unas cuantas palabras, el verdadero sentido de la obra:

He aquí una modesta aproximación a la vida y obra del insigne pintor Roberto Domingo. Sirva como llamada de atención sobre su injusto olvido y llegue algún momento, que deseamos esté próximo, a ocupar el lugar destacado que por derecho le corresponde en la historia de la pintura contemporánea.

Ya les contaré el resultado de la lectura completa.

Referencia bibliográfica: Agustí Guerrero, María Dolores. – Roberto Domingo. Arte y Trapío. – Editorial Limusa S.A. de C.V. – Grupo Noriega Editores, 1ª edición, México, 1998. La edición española es de Agualarga Editores S.L.

domingo, 1 de febrero de 2009

El Tío Carlos


Un buen amigo me ha hecho llegar una obra titulada Crónicas Taurinas (Colección Autores de Querétaro, número 20, selección de Carlos Jiménez Esquivel, Gobierno del Estado de Querétaro, 1991), una recopilación de crónicas escritas por el abogado, político y periodista queretano, don Carlos Septién García (1915 – 1953), mayoritariamente conocido por su alias periodístico que titula este post, pero que también firmó en lo taurino como Don Pedro y El Quinto.

El Tío Carlos cubre con su narrativa de los acontecimientos taurinos una etapa que resulta importante para la comprensión del devenir actual de la Fiesta en México, pues entre 1941 y el año de su defunción, tuvo la ocasión de presentar a la afición mexicana una visión más o menos ecuánime – su preferencia por Silverio y por Arruza trascienden a su obra – y absolutamente desinteresada de lo que sucedía en las plazas de toros de la Ciudad de México, las principales de esta República.

En sus propias palabras:

…la valorización simplemente técnica de las corridas – tan útil y necesaria a la pureza de la tauromaquia – no podía constituir por sí misma el atractivo principal de una reseña para esas grandes multitudes que llenan las plazas con más sed de emoción plástica o dramática que de perfección de procedimientos… el olvido de la pureza técnica podía desviar al toreo por las sendas del barroquismo sin sustancia, del esteticismo decadente o del drama sin dignidad… consideró por todo eso que si alguna misión habría de cumplir como cronista de toros ella sería la de servir el inagotable buen gusto del público mexicano ayudando tanto a definir los valores estéticos que cada torero representa, como a darles una jerarquía justa y fundada…


Esta cita la hago del prólogo que hace al primer libro que sobre el tema publicó, titulado Crónicas de Toros, que vio una primera edición en 1948 y una segunda 30 años después, en la que recopila en una primera sección las crónicas que escribió bajo el seudónimo de El Quinto en el semanario La Nación, del cual fue fundador y en la otra, las que como El Tío Carlos alumbró en el diario El Universal de la Ciudad de México, dándose el caso, de que de algunos festejos, seleccionó las dos para integrar la publicación.

La mayoría de los historiadores de la prensa taurina en México le ubican como cronista solamente entre 1941 y 1948, pero la obra que motiva este comentario nos deja en claro que siguió adelante prácticamente hasta su muerte, cubriendo entonces la cúspide de la Edad de Oro del toreo en México y su transición hacia la Edad de Plata, dejándonos en sus crónicas una imagen escrita con la pluma sobre el papel, que nos permite conocer con bastante fidelidad lo que representó en su momento cada uno de los ganaderos y diestros a los que se refiere en sus relaciones.

Horacio Reiba Alcalino, evocando a Ryszard Kapucinski comenta que varias de las virtudes del periodismo taurino se han perdido hoy en día y hace especial énfasis en dos: la cultura general del escribidor y la falta de estilo personal, lo que no permite ni identificar, ni disfrutar el contenido del relato de los sucesos acaecidos en los festejos, pues o como decía El Tío Carlos, se cae en una sesuda descripción técnica que tiene como característica principal su ininteligibilidad o en una serie de barroquismos hueros que dicen menos que nada. Por eso, considera el cronista de la Puebla mexicana, Carlos Septién García pertenece a una aristocracia que está prácticamente extinta.


Los textos contenidos en Crónicas Taurinas hacen una transición casi silenciosa del primer libro de Septién. Si bien se repiten algunos textos que son obligados, como aquél de El Castaño Expiatorio, los relativos a la muerte de Manolete y el entierro de Joselillo, extraídos de lo que el autor titulara como el Martirologio de 1947, el relativo a la tarde de Garza con Amapolo y El Monstruo con Murciano o el de la faena de Armillita a Nacarillo de Piedras Negras, el resto constituyen un interesante panóptico del desarrollo de la Fiesta mexicana en el lapso de tiempo que cubre su actividad como cronista, en el que podemos ver la consolidación de toreros como Rafael Rodríguez El Volcán de Aguascalientes, Manuel Capetillo y Jesús Córdoba, o conocer, prácticamente de primera mano, el transcurso del hacer de Manolo González, José María Martorell o Julio Aparicio en la cumbre de sus carreras por los ruedos de México.

Concluyo con otra reflexión de Carlos Septién García, que a mi juicio resulta enriquecedora:

…los toros son más que una simple “fiesta” sujeta a tales o cuales costumbres… tenemos en ella una de las mejores expresiones populares del genio de nuestra raza y de muchos de sus más nobles impulsos. Gracia, valor, autenticidad, liturgia, capacidad de hazaña, sentido del sacrificio, religiosidad, belleza, generosidad, entrega… Todo esto y más forma la sustancia humana de las corridas de toros, caudal de temperamento, de tradición y de anhelos que fluye en los toros con poderío y libertad incomparables… Es la misma sustancia de que está hecha la Patria; la misma de que están amasadas las grandes creaciones de nuestra estirpe en cualquier otro campo del espíritu. Resulta entonces no sólo legítimo sino aun en cierta forma debido el dar a los toros el rango de magnífica creación popular de nuestra cultura…


En suma, estamos ante una obra que aparte de servir de referencia, nos lleva por los caminos de un conocimiento culto de lo que fue en su día, la Fiesta de los Toros en México.

Aldeanos