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domingo, 16 de enero de 2022

16 de enero de 1972: Manolo Martínez y Jarocho de San Mateo

Manolo Martínez
La temporada 1971 – 72 de la Plaza México constó de 18 festejos, mismos que fueron organizados bajo la dirección de don Javier Garfias, en esos días encargado de la dirección de la tristemente célebre DEMSA. Fue un ciclo en el que comparecieron por los toreros de ultramar Paquirri, Curro Vázquez, José Luis Galloso, Palomo Linares y José Luis Parada y entre los nacionales, Alfredo Leal, Joselito Huerta – que reaparecía después del problema de salud que tuvo el año anterior –, Manolo Martínez, Curro Rivera, Eloy Cavazos, Jesús Solórzano, Jaime Rangel y Adrián Romero. Los hechos se irían alineando de manera tal, que el eje de la temporada sería precisamente el nombrado Manolo Martínez, que terminaría toreando 10 de esos festejos.

En el derecho de apartado de esa temporada se anunció la reaparición de Luis Miguel Dominguín, que volvería a la gran plaza después de que actuara en ella por última vez el el 11 de marzo de 1956, alternando con Calesero y Alfredo Leal, que confirmaba su alternativa sevillana. En ese festejo se lidiaron 3 toros de Jesús Cabrera y 3 de Rancho Seco y resultó muy accidentado por la escasa presencia y fuerza del ganado y por la negativa del Juez de Plaza a aceptar un toro de regalo del Poeta del Toreo, que se le encaró, lo increpó y se fue con una multa al canto. Al final de cuentas, como veremos, el hijo de Domingo González Mateos no volvería a torear en la México, anunciado se quedó.

Manolo Martínez

La sola mención de su nombre es abrir un espacio amplísimo para la discusión. Hay quienes admiran lo que realizó en los ruedos y también en igual o mayor número, quienes consideran que es el padre de todos los males que nuestra fiesta vive en estos tiempos que corren. Todo el mundo lleva la cuenta de los rabos que cortó en la México – 10 en total, uno simbólico y dos a toros de regalo – pero pocos reparan en que realizó diecisiete faenas en las que cortó dos orejas, y que, al menos en cinco de ellas – Halcón de Jesús Cabrera, Clavijero de Torrecilla, Oro Negro de Xajay y Siempre sí de Los Martínez – tuvo petición de rabo que no fue concedido. 

La quinta faena es la que me ocupa en este momento, la de Jarocho de San Mateo, a juicio de muchos entendidos, la mejor que realizó en su paso por el llamado Coso de Insurgentes. Así pues, al final de cuentas, el engrose de la historia del torero de Monterrey tiene aún aristas por examinar que van más allá de lo evidente. Y habrá que revisar también las faenas arruinadas por su proverbial mal manejo de la espada. Y es que no hay que olvidar, que, a esta fecha, es todavía el torero que más festejos ha toreado en la plaza de toros más grande del mundo.

La octava corrida de la temporada 1971 – 72

Expresaba líneas arriba que este ciclo sería el de la reaparición de Luis Miguel Dominguín en la Plaza México. Precisamente estaba destinado este festejo, el octavo, para ese hecho. Sin embargo, el 28 de noviembre, en Lima, se fracturó tres dedos de la mano derecha y en ese momento comenzó a suspender sus actuaciones subsecuentes cancelando las de las ferias de Quito, Bogotá y Mérida en Venezuela. Posteriormente, anunció a la prensa de su país que reaparecería ya en España hasta después de las ferias de Castellón y Valencia. (El Ruedo, 25 de enero de 1972).

En esas condiciones, el cartel de ese octavo festejo se conformó con toros de San Mateo para Manolo Espinosa Armillita, el nombrado Manolo Martínez y Sebastián Palomo Linares, siendo para el primer y tercer espada, su presentación en la temporada. El encierro de San Mateo fue disparejo y de poco volumen, apenas promedió 457 kilos según los cartelillos, pero las crónicas reflejan que los toros tenían cara de adultos y que las complicaciones que sacaron eran las que generalmente van asociadas con la edad.

Jarocho, quinto de la tarde

Manolo Martínez ya había dado una vuelta al ruedo tras despachar a Chaparrón, el primero de su lote y segundo de la tarde. Hoy ver a un torero dar una vuelta al ruedo sin un apéndice en la mano es algo casi inusitado, pero en aquellos tiempos de hace medio siglo, la afición todavía sabía premiar el quehacer de los toreros fuera de consideraciones triunfalistas.

Pero la tarde alcanzaría su punto más alto durante la lidia del quinto, Jarocho, un toro que no se distinguió precisamente por ser bravo, que correteó por todo el ruedo y que en cuanto encontró el refugio de la zona de tablas, allí se puso para que fueran a buscarlo. Y Manolo Martínez fue. Y lo encontró. Y le hizo la faena. Y, siendo, todavía, a estas fechas, el máximo común divisor en las opiniones acerca de las cosas de los toros en este país, puso de acuerdo a todos esa fecha. A los que estaban a su favor, a los que estaban en su contra y a los que no asumían abiertamente una posición.

Parte de la descripción que hizo don Manuel García Santos para su crónica publicada en El Sol de México al día siguiente de la corrida, dice:

Con “Jarocho” vendría el triunfo grande… Abandonó el torero su abulia. Se entregó al placer de torear, y realizó el milagro de convertir a un manso en toro de faena. Y vino la faena… Toda ella fue un dechado de valor, de afición, de dominio y de arte… En uno de los muletazos, “Jarocho” le tiró un gañafón capaz de amilanar al torero más valiente. Martínez no se desconfió. Continuó dibujando los muletazos ante una plaza absorta y la plaza lo ovacionaba… ya el toro iba por donde Martínez lo llevaba… Una estocada caída – causa de la no concesión del rabo –, y una agonía larga del toro dieron fin a la actuación de Martínez, que derrochó entrega, amor propio y arte. Cortó dos orejas y dio dos vueltas al ruedo…

Por su parte, Carlos León, en su tribuna del Novedades, desde la que cada domingo fustigaba, viniera al caso o no, al diestro regiomontano, dijo:

A este “Jarocho”, que ni para La Bamba servía, el reinero acabó por acorralarlo entre el farallón del burladero de matadores y el velamen de carabela colombina de su muleta. Y ya no hubo escapatoria posible… Puesto a elegir el toro entre estrellarse contra los tableros o aceptar tragarse tal cantidad de trapo, en su derrota optó por lo segundo, y reconoció – como no tengo empacho en reconocerlo yo – que la machacona tenacidad del reinero pudo más que la huidiza cobardía del toro… Y esa maestría y ese dominio, ese poderío de lidiador tienen más importancia que las chirimías y los teponaxtles del congestionado toreo “a la xochimilca” … Mató de magnífico estoconazo y le concedieron dos orejas, ganándose una bronca el juez que negó la concesión del rabo… Pero un par de vueltas al ruedo entre unánimes aclamaciones valen más que los apéndices que con tanta frecuencia se regalan…

El licenciado Antonio García Castillo, firmando como Jarameño, en Ovaciones a su vez, opinó:

La de ayer a “Jarocho” podemos bautizarla como “La Faena sin Rabo” … Sí, porque ha habido muchas, muchísimas faenas con orejas y rabo, pero nunca, que sepamos, se ha realizado una faena con la magnitud, la hondura, el torerismo y la calidad de la ejecutada por Manolo Martínez, la cual no se haya premiado con el rabo… Así pues, quien negó ese rabo, puede sentirse profundamente orgulloso de su taurinismo: ¡pasará a la historia por ello! …Y la adamantina luminosidad del natural, y el cabrilleo del derechazo, y la pincelada eufórica del martinete y la severidad solemne del de pecho… ¡Jugar con el toro! ¡Pero amigos, jugar con ese toro al que se ha dominado, con el que se ha hecho lo que se ha querido, porque se ha podido! … Una estocada entera, que tardó en hacer efecto, y la clarinada de entrega absoluta, total. El volcarse con todo entusiasmo ante el arte de excepción – sí de excepción – de Manolo Martínez… ¡Miento! … No fue total la entrega. Había un hombre impasible. Un hombre que presidía la corrida y que displicentemente fumaba un cigarrillo. ¡El hombre que ha permitido que bauticemos esta croniquilla de esta faena histórica como “La Faena sin Rabo”!

Y por supuesto, no puede faltar la visión de José Alameda acerca de este hecho, que en El Heraldo de México, expresó:

…Con mucho sentido, “Jarocho” adelantaba un paso, y sólo se arrancaba cuando creía segura la presa… Pero lo burló el torero una y otra vez… Y cuando se dio cuenta de que el encastado sanmateíno empezaba a destantearse, entonces dio un paso más… Enganchó al enemigo en la muleta y le corrió la mano en los derechazos, para rematar con el de pecho… Luego lo hizo con la izquierda. Y poco a poco, después de haberle cortado el traje a la medida, mientras el toro, áspero por su casta al principio, se iba sometiendo al imperio del torero… Al final, cerca de tablas (donde se refugió el bicho), ya no había dos poderes sino uno solo, el de Manolo, que se recreó al torear con verticalidad absoluta y a cada pase con más temple, mientras el grito de ¡torero! ¡torero! rebotaba por el graderío… Entró a matar por derecho y dejó la estocada. Se amorcilló el toro… Pero el torero y el público esperaron… y la plaza se puso blanca de pañuelos en demanda de los trofeos. Concedió la autoridad dos orejas. Surgió el clamor – ¡Rabo, rabo! –, cada vez más fuerte. Pero el juez no quiso oírlo…  Habrá que defender al pueblo de sus defensores…

Como se puede ver de las opiniones de los cronistas, hay una que destaca un aspecto de la faena de Manolo Martínez a Jarocho que parece explicar la no concesión del rabo al torero y es la de don Manuel García Santos, que expresa con claridad que la estocada fue caída. Las demás hablan de una estocada – unos dicen que fue entera y Carlos León lo llama magnífico estoconazo – aunque hoy a medio siglo de distancia, difícil será conocer el por qué.

Para concluir

El propio Manolo Martínez en alguna ocasión expresó que los apéndices no son más que retazos de toro. Resultados como el de esta tarde de Jarocho parecieran confirmar esa afirmación, porque al final del día, la concesión o no de éstos depende de la voluntad del que ocupa el palco de la autoridad o del ánimo celebrativo de la concurrencia, así pues, el número de apéndices concedidos no coincide precisamente con el valor de la obra del torero ante el toro.

Pero todo esto es, siguiendo a José Alameda, parte del seguro azar del toreo.

Aviso Parroquial: Agradezco a mi amigo Horacio Reiba Alcalino, el haberme puesto sobre la pista de este asunto. Y, por otra parte, siguiendo la costumbre del ya multicitado Fernández y López Valdemoro, brindo estas líneas al amigo Gastón Ramírez Cuevas con motivo de su cumpleaños. Supongo que en su día, disfrutó esta tarde de toros.

domingo, 2 de enero de 2022

1º de enero de 1962. El debut de Paco Camino en México (III/IV)

Paco Camino


Despejados los asuntos sindicales pendientes, tanto entre los matadores de toros como entre los picadores y banderilleros, la empresa de el Toreo de Cuatro Caminos anunció, casi a porta gayola el derecho de apartado de su temporada. Con ese anuncio, parecía que todo estaba ya encaminado para que el ciclo de corridas de toros de la capital mexicana se diera sin sobresaltos, pero, aunque no tuviera efectos más que en la opinión pública, algunos ánimos no estaban de acuerdo con el estado de las cosas.

El hecho de que el anuncio de la temporada de Cuatro Caminos dejó ver que gravitaría en torno a la figura de Paco Camino, que había toreado 68 corridas en la temporada europea recién terminada, quedando de tercero en el escalafón detrás de Curro Girón y Diego Puerta no le pareció adecuado a más de algún influyente opinador, como es el caso de don Alfonso de Icaza Ojo, quien en su columna semanal Nuestro Comentario, aparecida en El Redondel del 7 de enero de 1962, entre otras cosas, escribió:

Hace tiempo que tenemos la creencia de que, actualmente, son mejores los toreros mexicanos que los españoles.

Y no por el hecho de haber nacido aquí – que el sitio donde se ve la luz primera nada supone en el caso – sino por la distinta manera como se desarrolla la fiesta en uno y otro país.

En México, el toreo es cosa de hombres; en España, de niños.

Aquí, para ser figura del toreo, se requiere, además de poseer cualidades especiales, dominar la profesión, lo que no se consigue, salvo casos excepcionalísimos, sino después de muchos años de práctica.

Así vemos que nuestros ases, “Calesero”, Procuna, Capetillo, Silveti, Leal o Joselito Huerta, para no citar sino a unos cuantos, llevan años y años de lidiar toros, años que les han servido para acumular conocimientos al mismo tiempo que para afinar su arte.

En España, en cambio, se improvisan ídolos a cada momento.

Y tan pronto es “primerísima figura” un jovencito de diecinueve años, como Paco Camino, que uno de veintiuno, como Diego Puerta, u otro improvisado aún, el ya famoso “El Cordobés”, que antes de tomar la alternativa, y nos atrevemos a decir que, sin ser todavía un auténtico torero, tiene ya un capital de quién sabe cuántos millones de pesetas.

Las figuras del toreo no se improvisan.

Aún los diestros especialmente precoces, como Joselito, “Armillita” y Arruza, necesitaron “cuajarse” para ascender a la primera fila.

No se nace sabiendo, ni se puede ser maestro en tauromaquia de buenas a primeras.

El toreo es cosa de hombres, tal y como se entiende en México, y no de criaturas como actualmente se estila en España...

Es decir, a juicio de uno de los principales periodistas taurinos de la época, dos de los toreros que encabezaban el escalafón europeo eran nada menos que unos improvisados, más que nada por su juventud. Y sumaba a esa infame categoría a El Cordobés, pendiente de alternativa, pero que en unos meses más, vendría a poner de cabeza a todo el entramado de la fiesta. ¿Sería que Ojo no se percató del cambio que ya se estaba produciendo o fue simplemente el hecho de no haber visto a los toreros a los que se refería?

Por su parte, Carlos León, en su crónica de la corrida del 1º de enero de hace 60 años, también arremetió contra Paco Camino, pues en su relación epistolar dirigida a Miguel Alemán Velasco, a propósito de un libro conmemorativo de la línea aérea Aeroméxico, deja este párrafo:

El torero se justifica en el ruedo y no con declaraciones a la prensa o promesas frente a los micrófonos, que luego no se cumplen ante los toros. En aquel histórico 8 de agosto de 1908, cuando los hermanos Wright volaron por vez primera sobre suelo europeo – a 10 metros de altura y sólo durante minuto y medio – fueron asediados a preguntas por los periodistas. Venciendo un taciturno silencio, Wilburg Wright se concretó a decir: el loro es el pájaro que más habla y menos vuela…

Así estaba el patio hace seis décadas. No parecía poder darse gusto a nadie.

La corrida del primer día del año 62

Se anunció un encierro de Pastejé para Alfonso Ramírez Calesero, Antonio del Olivar y el debutante Paco Camino. Las cosas se empezaron a torcer desde el inicio, pues los toros de Pastejé nada más no caminaron y dos de ellos fueron devueltos a los corrales, siendo sustituidos por uno de Piedras Negras (2º) y otro de La Laguna (4º). Acerca del encierro, el citado Carlos León, en su tribuna del Novedades, escribió:

Incierta, áspera y huidiza salió la corrida que vino de las dehesas de Ixtlahuaca, seguramente por un error, pues iban con destino al rastro de Ferrería. A mí no me sorprendieron las malas condiciones de lidia del descompuesto ganado, pues desde que Pastejé dejó de ser en cierta ocasión una ganadería de caballeros, como Don Eduardo N. Iturbide y la familia Barroso, obviamente tenía que enviar bichos resabiosos, con malas ideas y peores intenciones. Por supuesto no me equivoqué, y el encierro de hoy fue algo desastroso. De todas maneras, se supone que hay un reglamento taurino y un juez que lo aplique, pero el que también se supone que funge como autoridad, siguió violándolo. Dos toros se fueron al corral, sin haber salido antes los picadores. Seguramente eran mansos los bureles, pero había que demostrarlo y darle seriedad a la plaza de El Toreo, que no porque esté enclavada en un pueblo debe seguir siendo un circo de pachanga. Como quiera que sea, después de haber padecido ese ganado correoso y espantadizo, los toreros confirmaron la frase que ya es de ritual en los mentideros: Pastejé, ni en bisté…

La actuación de Paco Camino

Para don Alfonso de Icaza, su valoración previa pareció haberse cumplido con la actuación del torero de Camas, pues su apreciación de esta tarde, es la siguiente:

La primera impresión que tenemos del niño – torero hispano es que es habilidoso y que está muy puesto con el toro… A su primer enemigo, que huía hasta de su sombra, se empeñó en sujetarlo, y lo sujetó, con aplauso del público, pero a su segundo, que era más toreable, en lugar de pasárselo, optó por dar vueltas a su alrededor, entre pitos de la gente, que no gusta de paseos, sino del buen toreo, definido de tiempo atrás en tres palabras, que parece no conocer Paquito: parar, templar y mandar…

Por su parte, Carlos León, en la misma coloratura, opinó:

Camino se quedó en vereda… Cierto es que la corrida no fue manejable, pero el de Sevilla exageró su prudencia, confirmando las reservas y vacilaciones que ya observaba el crítico de Madrid. En pocas, en rarísimas ocasiones se pasó a los bichos con el percal o con la sarga, más cuando lo hizo fue a una distancia tan prudencial que no conmovió ni a su mozo de estoques. En cambio, colocado a la defensiva mostró una evidente habilidad, lo mismo bregando con la capichuela que al manejar la pañosa. Siempre sobre piernas, sin fijeza en las azogadas zapatillas, encorvado y habilísimo para meterse a los costillares, parece mentira que con tales trucos haya logrado de pronto conmover al público, que le celebró lo que erróneamente tomaron por potencialidad de lidiador, cuando eso tiene otro nombre exacto y preciso: ratonerismo.

Mas, si con el tercero le festejaron su ratonera facilidad para huir de los pitones y refugiarse en los cuartos traseros, con el sexto le chillaron el truquito de jugar al tiovivo y zara-gatear lo más lejos posible de las astas. Como había brindado a César Balsa, tarde se le hacía al sevillano para irse de la plaza y seguir bailando en el Jacaranda. Pero, como es bastante malito con la espada, se le cansó el brazo pinchando hasta que optó por un ignominioso espadazo en el chaleco. Total: que, si Paco es Camino, Del Olivar es carretera. O tal vez, autopista de las que pueden llegar muy lejos…

Como se ve, simplemente, para los dos cronistas citados, Paco Camino no tuvo manera de llegar a un entendimiento con su hacer delante de los toros.

El resto del festejo

Calesero fue abroncado al final de sus actuaciones, pero firmó un gran ramillete de verónicas ante el cuarto de la tarde Perdigón y Antonio del Olivar le realizó una valiente y dramática faena al quinto, Barquillero, recibiendo como premio una oreja, que fue protestada por el espadazo defectuoso con el que despachó al toro, pero fue requerido para dar dos vueltas al ruedo con mucha fuerza.

Lo que venía por delante

Paco Camino regresaría a Cuatro Caminos el día 7 de enero de 1962 y en esa tarde tendría la ocasión de hacer su declaración de intenciones. Pero de eso trataré de ocuparme el próximo domingo, si así lo tienen ustedes a bien.

domingo, 19 de diciembre de 2021

19 de diciembre de 1971: Paquirri y Girasol de Jesús Cabrera

Paquirri, triunfante
Paquirri entró pronto en el ánimo de la afición de la Plaza México. Desde la tarde de su confirmación de alternativa se mostró como un torero que no rehuía la pelea y aún a resultas de terminar herido, se jugó la vida para salir con las dos orejas de Caporal, el segundo del lote de José Julián Llaguno que sorteó en las manos, asunto del que ya me he ocupado en esta ubicación. En la tarde de su reaparición, volvió a triunfar con otro Caporal, este ahora del ingeniero Mariano Ramírez, al que también le cortó las orejas, tarde de la que se habló ya aquí.

Eso aseguró que volvería para la siguiente temporada grande, ya no como novedad, sino como figura del toreo y así se le acarteló. Para la cuarta fecha del serial, se anunció un encierro de don Jesús Cabrera y para enfrentarlo, al nombrado Francisco Rivera Paquirri, Eloy Cavazos y Jesús Solórzano. No creo que sea necesario señalar que la Plaza México se llenó hasta el reloj, con la esperanza de los aficionados de ver una importante tarde de toros.

Los toros de don Jesús Cabrera

En los prolegómenos de su prolija crónica, Carlos León, en su tribuna del extinto diario Novedades de la Ciudad de México, acerca de los toros lidiados, en epístola dirigida a don Ernesto Fernández Hurtado, director del Banco de México en esas calendas, escribió:

Pues también habló usted, estimado don Ernesto, de que en las arcas del banco a su cargo hay reservas crecientes. Ello, siendo tranquilizador, no colma las esperanzas de los aficionados, que no solamente queremos que las reservas crezcan – como creció el sustituto del quinto el domingo anterior – sino que también acaben de crecer los toros del lote que se lidia. Y eso que el jefe de espectáculos se apellida “Del Toro”. Que, si se llega a apellidar “Becerril”, estaríamos definitivamente perdidos.

No dudamos que los toros de don Jesús Cabrera tenían edad. Tantas veces habían venido a la México, para ser rechazados y regresar a sus potreros, que ya eran clientes habituales de los corrales y hasta la empresa les obsequiaba calendarios. Pero mire usted: nosotros, los que poco entendemos de asuntos financieros, hemos oído que la onza Troy equivale a 35 granos de oro. Y que un grano equivale a 53 miligramos. Por tanto, si la apariencia del toro como tal se logra a base de granearlo y si don Jesús Cabrera, como hombre rico y espléndido que es, ha de granear a sus reses con áureos granos, ahora nos explicamos por qué a cada uno de sus bureles lo hayan pesado en miligramos y no en kilogramos, como hacen otros ganaderos que no pueden permitirse tan dispendiosos hijos. Y de allí esos dijes que envió hoy. De oro macho, pero dijes…

Paquirri y Girasol

La médula de la tarde llegaría durante la lidia del cuarto toro del festejo, nombrado Girasol por su criador. Carlos León, en la ya mencionada crónica, entre otras cosas, escribió: 

Y el torero, el gran torero, brilló esplendoroso con “Girasol”, el cuarto del encierro. No voy a negar que era terciado. Pero más lo fue, hace muchos ayeres, aquel “Dentista” de San Mateo con el que Manuel Jiménez, el sevillano “Chicuelo”, cuajó aquel faenón inmortal que no se olvidará nunca. Porque cuando se hace el toreo tan estupendamente realizado, lo terciado de un toro no va a empequeñecer por contagio, la grandeza de lo bien logrado.

Ya con las banderillas – para que Mauro Liceaga se quede para siempre encerrado en un clóset y no vuelva ni a mencionar lo que es clavar los palos –, el de Barbate había puesto la plaza de cabeza dando una cátedra emotiva de lo que es la verdad en el segundo tercio. Y con el ambiente a su favor, con un público rendido y entregado ante tanta majeza, el de Cádiz brindó a los que le chillaban, para que de una vez enmudecieran. Y si volvieron a abrir la boca ya fue para gritarle: ¡Torero!

¡Y qué clase de torero! Un faenón con las más caras esencias de la escuela rondeña, citando de frente, templando de verdad y no arrastrando telones, con la elegancia de la verticalidad y sin retorcerse como charamusca, ejemplarizando lo que es el bien torear en medio de la locura colectiva de quienes ya habían olvidado, por adorar falsos ídolos, de lo que es un torero de los pies a la cabeza. Citando siempre en la suerte de recibir, el andaluz pinchó tres veces antes de consumar la estocada recibiendo. Y cortó una oreja y dio dos vueltas al ruedo y aún fue a saludar a los medios en una apoteosis de consagración, después de haber realizado – y lo afirmamos desde ahora – la que será, sin duda, la faena cumbre de la temporada...

En su propia crónica deja claro que Eloy Cavazos triunfó en toda la línea, pues le cortó las dos orejas al primero de su lote y el rabo a Ranchero, quinto del festejo, y que Jesús Solórzano se sacó la espina con un toro de regalo después de verse displicente con su lote ordinario.

La pertinencia de una mención

En el cuerpo de la descripción de la actuación de Paquirri ante Girasol, Carlos León afirma con contundencia: Ya con las banderillas – para que Mauro Liceaga se quede para siempre encerrado en un clóset y no vuelva ni a mencionar lo que es clavar los palos –, el de Barbate había puesto la plaza de cabeza… El contexto de esa afirmación resulta ser harto interesante. 

El domingo 28 de noviembre anterior, Paquirri había alternado con Mauro Liceaga y Manolo Martínez en la lidia de toros de José Julián Llaguno. Las crónicas de agencia que pude encontrar, reflejan lo siguiente acerca de un pasaje de esa corrida:

Mauro Liceaga fue ovacionado en verónicas. Banderilleó entre aplausos, destacando su primer par. El toro llegó con poca fuerza a la muleta y Liceaga hizo faena empeñosa. Pinchazo, estocada. Silencio… Al cuarto lo recibió con un cambio a porta gayola comprometido Invitó a banderillear al español Paquirri y tuvo un detalle censurable, pues cuando el toro iba arrancado para el diestro gaditano, Liceaga se movió cortándole el viaje en forma ventajista que puso en situación comprometida a su compañero. Liceaga banderilleó sin lucimiento. Faena valentona ante un toro de muy corta arrancaba al que se empeñó en citar a recibir, resultando enganchado e ingresando en la enfermería con cornada en el tercio superior del muslo derecho. Manolo Martínez terminó con el toro de una estocada… Cuando iba a dar la vuelta al ruedo (tras la lidia del 3º), Liceaga, en un detalle de poco compañerismo, salió andando hacia la puerta de toriles ante el asombro del diestro español, que se conformó con agradecer desde el tercio...

La presencia de Mauro Liceaga, un torero de dinastía, que no lograba levantar cabeza desde que recibió una grave cornada penetrante de vientre en Monterrey en 1964, llegó a esa corrida con una sola consigna, la de fastidiar al torero de Barbate. Así lo cuenta Guillermo H. Cantú en Manolo Martínez. Un demonio de pasión:

Manolo, el torso desnudo, descansando en la cama días antes de la corrida. Forma habitual de despachar y de dirigir a su “corte”, compuesta además de sus ayudantes formales por cinco o seis corifeos asiduos y uno que otro más fino, a los que interpela abruptamente:

- A ver, ¿cómo está esa onda? ¿Recuerdan lo que sabe hacer “Paquirri”?

- Sí matador, es muy buen banderillero – alguien le contesta. Se luce mucho, tiene facultades, es un as del segundo tercio.

- A ver, compadre – se dirige Manolo a su apoderado –, échate para acá a Maurito (Liceaga), que venga inmediatamente…

- Vas a torear la corrida del próximo domingo – le anuncia Manolo, en pleno ejercicio del mando de la fiesta – pero, Maurito – le advierte preciso – a clavar banderillas por derecho. Me picas al andaluz. Invítalo a banderillear contigo.

- Con mucho gusto, Manolo. Hay que ponerlo en orden, ¿verdad?

- De eso se trata – contesta el de la batuta.

El siguiente domingo en la Monumental Plaza México Mauro Liceaga es un portento. Le da todas las ventajas al toro, pone los palos de poder a poder, deja en todo lo alto los pares, yendo por derecho, impecable, insuperable. Esa es su misión. “Paquirri” se descontrola. El último par que intenta, a invitación de Mauro, lo clava dividido: un garapullo en el lomo del morlaco y otro en la arena. El dardo del amedrentamiento psicológico da en el corazón del torero, que entre otras cosas no puede usar las banderillas que acostumbraba llevar por su cuenta. Pero Francisco Rivera es un gran profesional avezado al combate y no es fácil bajarle su nivel. Hace una faena riñonuda y vibrante en su presentación y, creciéndose al reto, mata de una estocada recibiendo. Gran ovación, con el entusiasmo de la gente al máximo. El regiomontano ofrece a su vez una lección completa de arte y maestría y estoque en mano a la altura de los ojos mata recibiendo ¡a sus dos toros! Nunca más se volvería a saber en la México del aguerrido diestro ojiverde, hasta que un toro le cegó la vida en Pozo Blanco... (Págs. 187 – 188)

Como pueden apreciar, la versión sesgada y chauvinista de Cantú pretende presentar esa tarde como una de un gran triunfo de Mauro Liceaga y Manolo Martínez y la retirada de nuestros ruedos de Paquirri, cuando en realidad, Mauro se fue al hule con una cornada, pues mezcló su servilismo con pundonor y se llevó una cornada, en tanto que el de Monterrey, aunque cortó una protestada oreja, terminó su tarde con música… de viento, en medio de una gran bronca.

La realidad de los hechos es que Manolo Martínez no pudo nunca someter a Paquirri a sus designios o imponerse con amplitud a él dentro del ruedo. Desde la tarde del 9 de agosto de 1970, cuando se encontraron por primera vez en Barcelona, hasta la del 19 de abril de 1978 en Sevilla, cuando se vieron en un ruedo por última vez, el gaditano se le fue por delante en casi todas y cada una de las veinticinco tardes en las que alternaron. Y en este caso, Manolo Martínez tenía muy fresca la herida del 28 de febrero de ese 1971, cuando en El Progreso de Guadalajara, Francisco Rivera le cortó cuatro orejas y dos rabos a toros de San Mateo, en festejo que toreó mano a mano con el regiomontano, quien salió apenas con una oreja protestada en las manos.

Quizás por esas cuestiones nos quedamos sin ver con más frecuencia en México a Paquirri, un torero que, con sus particularidades, resulta ser uno de los principales que ha tenido España en la segunda mitad del siglo XX.

Aviso parroquial: Los resaltados en el texto de la crónica de agencia y en el texto de Guillermo H. Cantú, son imputables en exclusiva a este amanuense, pues no obran así en sus respectivos originales.

lunes, 13 de diciembre de 2021

La Feria Guadalupana de 1956 (II/II)

Rafael Rodríguez, 11 de diciembre de 1956
El Toreo de Cuatro Caminos, toro de Matancillas

Anunciada la feria, el viernes 7 de diciembre se abrieron las puertas del Toreo de Cuatro Caminos para dar inicio a ese inusitado serial de festejos consecutivos e ininterrumpidos en los que participaban las principales figuras del toreo de ambos lados del mar. Ante el tirón de taquilla que se anticipaba, el doctor Alfonso Gaona, inmerso en la temporada 1956 – 57 de la Plaza México, inaugurada apenas el domingo 3 anterior, anunció que pospondría la segunda corrida de su serial semanal para no entorpecer la buena obra que se realizaba en Cuatro Caminos, aunque la historia nos enseña que quizás esa posposición era ya un síntoma de una temporada que nació enferma, pues tras del 11º festejo del apartado, la misma terminó abruptamente y la gran plaza se cerró por la friolera de 473 días, asunto del que ya me he ocupado en este sitio en esta ubicación.

La primera corrida

El resultado del primer festejo en el que alternaron Antonio Ordóñez, Joselito Huerta y José Ramón Tirado ante toros de La Punta no fue halagüeño, ni en los tendidos, ni en el ruedo. Escribe Don Dificultades para El Ruedo de Madrid:

A pesar de que dijeron que se habían agotado los boletos de las localidades generales y casi terminado las numeradas. no hubo sino media entrada. La reventa de boletos sufrió un descalabro, ya que los revendedores se quedaron con bloques enteros de billetes para la corrida...

Los toros de La Punta, de extraordinaria presentación, fueron bravos para los caballos, pero se apagaron en el tercio final y los toreros poco pudieron hacer delante de ellos.

La segunda tarde

El sábado 8 de diciembre estuvo marcado por un alto grado de sensibilidad, pues representó la reaparición de Fermín Rivera quien ante Antonio Borrero Chamaco, haría matador de toros a Fernando de los Reyes El Callao, quien, en la Plaza México, había toreado la friolera de 39 novilladas. Aquí se produjo uno de los primeros cambios en lo anunciado originalmente, porque tres de los toros de Jesús Cabrera no fueron aceptados por la autoridad y tuvieron que se reemplazados por otros tantos de San Mateo

De nuevo, José Jiménez Latapí reseña que la reventa sufrió un nuevo revés pues Contaron que se habían agotado los boletos. A pesar de ello hubo grandes claros en ambos tendidos… De este festejo también me he ocupado por estos pagos en esta ubicación.

El tercer día

Quizás se hizo vigente el refrán aquel de que la tercera es la vencida. Sin hacer menos la faena de Fernando de los Reyes de la víspera, sin premios por el defectuoso manejo del acero, en este 9 de diciembre la Feria Guadalupana alcanzó su clímax taurino y en ella Antonio Ordóñez realizó la que quizás sea la mejor faena que llevó a cabo en ruedos mexicanos. La hizo a Cascabel de San Mateo, en tarde que compartió terna con Litri y Joselito Huerta. Fue también la corrida del primer lleno. Cuenta Don Dificultades:

Cortó al bravísimo y harto difícil de templar «Cascabel», de San Mateo, las dos orejas y el rabo. Nosotros creímos, y así lo gritaba mucha gente, que le habían dado todo el toro, como se hacía en los primitivos tiempos de la Fiesta… No cabe mayor armonía, ni mejor ritmo, que es distinto a rima, que la lograda por Antonio Ordóñez, Arte puro y sobrio, toreo vertical y sereno, todo llevado a cabo en un palmo de terreno en un alarde de mando. Toreo puro: naturales, derechazos, de pecho. ayudados altos, tras haber cuajado una serie de verónicas que pusieron a la Plaza al rojo blanco de entusiasmo, y para rematar, la estocada, recibiendo, refrendada por un volapié.

El público de Méjico, que es artista por excelencia, se le entregó a Ordóñez y era de escucharse a toda la Plaza gritándole ¡torero!, y era de verse cómo más de treinta mil pañuelos se agitaban en demanda de los trofeos…

Por su parte, Carlos León, en su tribuna del extinto diario Novedades de la capital mexicana, escribió:

La epopeya de la época… con demasiada frecuencia y ligereza se habla de verónicas de antología o de faenas de lo mismo, hasta haber hecho de ese encomio una trillada frase de cajón. Pero cuando la antología es el tratado que reúne trozos selectos de lo clásico, sólo algo de un puro clasicismo como esa faena rondeña de Antonio Ordóñez puede pasar a la posteridad como una auténtica lección de preceptiva taurina para tantos aprendices de toreros… Afortunadamente, de vez en cuando surgen en la fiesta esas hazañas imperecederas, que son como una escoba que barre con tanta basura que invade los ruedos. Ante ese ejemplar de lo que es, ha sido y será la pureza, la única verdad limpia y clara de la lidia se establece, por ventura, la enorme diferencia que existe entre el bien hacer, el bien torear y todas esas imperfecciones que han desvirtuado pasajeramente el arte de la lidia…

La del día 10

Los toros de Rancho Seco salieron complicados y no dejaron espacio de maniobra a José Ramón Tirado, Chamaco y El Callao. Escribía Carlos León que lo único soportable de este festejo fue que solamente quedaban unas horas para volver a ver a Antonio Ordóñez.

La quinta de la feria, con aperitivo boxístico

Los toros anunciados eran de Matancillas y se enfrentarían a ellos Rafael Rodríguez, Litri y Antonio Ordóñez. Heriberto Lanfranchi consigna en su Historia que tres de los toros sacaron el hierro de La Punta y que la corrida tuvo una inmejorable presentación.

Antes de iniciar el festejo, celebrado a plaza llena, se produjo en los tendidos de la plaza un bochornoso incidente, pues Carlos Arruza, objeto de las invectivas y pullas del cáustico cronista Carlos León, fue a buscarlo a su localidad y lo agredió. En la edición del diario Novedades, en el que publicaba sus crónicas el periodista, apareció al día siguiente del festejo, la siguiente nota, que entre otras cosas decía:

Alevosa agresión de Arruza a nuestro cronista Carlos León. – Nuestro crítico taurino Carlos León fue objeto, ayer, antes de iniciarse la quinta corrida de la Feria Guadalupana, en la Plaza de El Toreo, de una alevosa agresión por parte del ex torero Carlos Arruza, quien de manera premeditada y ventajosa golpeó al periodista que estaba cumpliendo su misión profesional.

El agresor, por lo visto, siente deseos de verse de nuevo en letras de molde y en hechos sucedidos dentro de un coso taurino, en lugar de comprender, puesto que pasó algunos arios como actor y tuvo tiempo de ello, que no hay nada menos ajustado a lo recto, que emplear el pobre argumento de la fuerza…

La agresión de que ha sido víctima nuestro compañero Carlos León, cronista que no ha vivido ni vive del medio conforme gustaría a muchos, es más censurable, más digna de repulsa, por esa misma razón. La pluma de Carlos León, libre siempre, pues no se ha dejado mediatizar por “cañonazos” de calibre alguno, por ello mismo merece el mayor respeto…

En lo que interesa, Antonio Ordóñez volvió a mostrar su calidad y categoría y cortó una oreja a Canciller, sexto del festejo, actuación que para El Ruedo de Madrid, resumió de esta manera Don Dificultades:

La entrada fué casi un lleno… Antonio Ordóñez... En su segundo, que a todo el mundo le parecía complicado, el torero de Ronda lo miró fácil y le cuajó un faenón de los suyos, pleno de imperial elegancia, templando de maravilla y ligando. Todo ello en un palmo de terreno, en medio de los gritos jubilosos de los aficionados, y coronó aquello con una gran estocada. Cortó oreja, y nosotros salimos admirados de cómo cambió Ordóñez al público, que ya estaba hosco, y lo hizo entusiasmarse basta donde más. Antonio se cortó un dedo del pie derecho con el estoque y pasó a la enfermería…

El fin de fiesta, la Corrida Guadalupana

Para el día de la Virgen de Guadalupe se anunció originalmente a Litri, Antonio Ordóñez, Joselito Huerta, José Ramón Tirado, Chamaco y El Callao con los toros de Las Huertas, anunciados en la publicidad como de Luis Javier Barroso, ganadería casi debutante, pues apenas había lidiado su primera corrida el 10 de agosto anterior en Monterrey en un cartel formado por Alfonso Ramírez Calesero, Luis Procuna y Jesús Córdoba, quien les cortó cuatro orejas y un rabo.

Al final, Antonio Ordóñez no compareció a esta que sería su cuarta actuación del ciclo, a consecuencia de la herida que se produjo con el estoque en la víspera y le sustituyó Rafael Rodríguez, que salió como primer espada de la corrida, en la que se disputaba la Rosa Guadalupana. Los toros de Las Huertas fueron complicados y al final de cuentas, lo único brillante fue el prólogo del festejo, según Don Dificultades:

Un lleno total. Desfile de reinas en lujosos Cadillacs. Paseo de cuadrillas llevando a charros ricamente vestidos y a una charrita empuñando el estandarte guadalupano. Ambiente de día grande. Entusiasmo sin límites...

Los números de la feria

Con tres tardes estuvieron: Antonio Ordóñez quien en la tercera cortó el rabo a Cascabel de San Mateo y en la quinta, una oreja a Canciller de Matancillas; Joselito Huerta quien en la tercera se llevó la oreja de Llaverito de San Mateo; José Ramón Tirado; Antonio Borrero Chamaco, con una oreja en la segunda, la de Abejorro de San Mateo, Fernando de los Reyes El Callao, que sin orejas, hizo una gran faena a Gordito de Jesús Cabrera, el segundo de su lote la tarde de su alternativa y Miguel Báez Litri, que se llevó la oreja de Coplero de San Mateo en la memorable tercera tarde del ciclo. Con dos tardes fue Rafael Rodríguez y con una sola, Fermín Rivera que el día de su reaparición le cortó las dos orejas a Los 21 de Jesús Cabrera.

En el renglón ganadero La Punta y San Mateo lidiaron 9 toros cada una, Rancho Seco y Las Huertas 6 y Jesús Cabrera y Matancillas, 3 de cada ganadería. Aclaro que, en el caso de Matancillas, el único que señala que su encierro venía remendado con tres toros con el hierro de La Punta, es don Heriberto Lanfranchi.

La Rosa Guadalupana

Este trofeo estuvo en disputa en la corrida del 12 de diciembre. Las circunstancias en el ruedo impidieron que fuera adjudicado. En alguna forma, el Patronato pensó en concederlo al triunfador numérico del serial, que en el caso sería el rondeño Antonio Ordóñez, pero en el festejo en el cual se celebró el éxito de la feria, ocurrió el siguiente hecho que quien firmó como Pepe Luis, corresponsal de la agencia United Press, en nota aparecida en el diario El Siglo de Torreón el día 24 de diciembre de 1956, se narra así:

MAGNIFICENCIA. – La Comisión Organizadora de la llamada Feria obsequió con un banquete a ganaderos y toreros. En él ocurrió algo inesperado. Antonio Ordóñez pidió, en nombre de los toreros españoles la “Rosa de Oro”. ¿Para quién? Para un Maestro del Toreo que culminó su larga y gloriosa existencia en una magistral faena en las corridas guadalupanas. Para Fermín Rivera. A nadie se le había ocurrido idea tan sencilla y adecuada. Y en el momento final del banquete se entregó al Maestro de San Luis el trofeo más bello que puede obtener un torero mexicano. Realizó Antonio Ordóñez la más maravillosa faena, en la cual no solo puso la sublimidad del arte, sino algo más: el alma…

Así, quedó, creo, justamente adjudicado un trofeo que después cobraría carta de naturalidad en una corrida que sería fija en el calendario taurino mexicano.

Epílogo

Mi amigo Horacio Reiba refiere que a posteriori hubo rebumbio por las cuestiones dinerarias de la feria. Que las cuentas nada más no le cuadraron a Tono Algara. Pero también se demostró la viabilidad de este tipo de ferias y así en Cuatro Caminos se volvió a programar una en noviembre y diciembre de 1964, de 8 corridas con El Cordobés y Paco Camino como ejes del serial; en 1967, dos de ellas, una en julio de 4 festejos, con Manuel Capetillo, Finito y Manolo Martínez en el centro de ella disputándose el Azteca de Oro y otra en noviembre y diciembre, también de 4 corridas, con Capetillo, Joselito Huerta y Manolo Martínez como atractivos principales y la de 1968, de 9 corridas, de las que nada más se dieron 8 – se canceló la del 12 de diciembre por lesión de Manolo Martínez en Quito –, encabezadas por Diego Puerta, Manolo Martínez, Eloy Cavazos, Curro Rivera y Palomo Linares y también con un Azteca de Oro en disputa. La última corrida de esta feria, el 29 de diciembre, sería la del cierre del Toreo de Cuatro Caminos para la fiesta de los toros hasta el 15 de octubre de 1994.

Al final, sería en el año de 1971, en Aguascalientes, donde el concepto de feria que se presentó en México en diciembre de 1956, terminara por cobrar carta de naturalidad y pregunto: ¿en detrimento de las plazas de temporada?

domingo, 10 de enero de 2021

El Premio Nobel del Toreo

10 de enero de 1954. Calesero realiza la mejor tarde de su carrera en la Plaza México

El Premio Nobel se instauró a finales del siglo XIX para galardonar e incentivar las investigaciones y avances en la ciencia. También se incluyó una vertiente artística en el mismo al establecerse uno para la literatura, entendiéndose que todos esos avances y obras literarias tendrían que haber aportado algo a la humanidad. 

Es curioso que esos premios se concentren en disciplinas científicas y solamente uno de los seis que se entregan – en 1968 se creó uno para las ciencias económicas – se destine a las artes, siendo quizás que, en la evolución de la humanidad, las artes expresan mejor el ser y el sentir de lo que somos y se alejan de las implicaciones políticas que la mayoría de los que se otorgan tienen.

No voy a defender el otorgamiento de un Premio Nobel para el toreo. Entiendo y acepto que su propuesta fue un ditirambo de Carlos León, cronista en su día del diario Novedades de la Ciudad de México, pero ese aparente desatino ilustra la necesidad de que quienes otorgan ese tipo de galardones volteen sus ojos a la fiesta, y se enteren de que allí hay una manifestación artística que merece ser valorada y por qué no, recompensada.

La enorme hazaña de Calesero

Alfonso Ramírez Alonso, natural de la Triana de Aguascalientes, era uno de los toreros que hicieron la transición de El Toreo de la Condesa a la Plaza México, pues recibió en el antiguo coso la alternativa el 24 de diciembre de 1939. Era conocido por su extraordinaria clase y por su creatividad con el capote, pero en las plazas de la capital no había redondeado una tarde. Podría afirmarse, sin afán peyorativo, que apuntaba, pero no disparaba, aunque en plazas como Guadalajara o Aguascalientes tuviera tardes redondas que le mantuvieran en el ánimo de la afición e hicieran que se le esperara una temporada y la otra también.

Ese domingo 10 de enero de 1954 le correspondieron dos toros de Jesús Cabrera que por su orden de salida se llamaron Campanillero y Jerezano y con ellos Calesero se encontró con su toreo y se encontró con la afición de la capital mexicana. Solamente les cortó una oreja por un mal manejo de la espada, pero lo que les hizo con la capa, las banderillas y la muleta sigue allí y si algún día se hiciera un recuento de las grandes faenas hechas en el ruedo de la Plaza México, al menos una de ellas sería tomada para esa relación.

Decía al principio que Carlos León, del extinto diario Novedades, propuso un Premio Nobel del Toreo. Pues para recibirlo designó a Calesero precisamente en esta tarde. Lo hizo en sus Cartas Boca Arriba, dirigida en esta ocasión a don Rodolfo Gaona, y entre otras cosas, le refiere lo siguiente:

El Calesero saturó de arte a la Plaza México; cortó una oreja, pero merecía el Premio Nobel de la torería

…Maestro, es necesario que usted vea torear a Alfonso Ramírez, ese extraordinario artista, que al fin, ha redondeado en la capital, una actuación inolvidable…

… ¡Qué alegría siente el aficionado cuando triunfan los auténticos artistas del toreo! Estoy seguro de que usted, si hubiera contemplado lo que en los tres tercios de la lidia realizó el diestro hidrocálido, habría sentido una gran emoción estética y, muy en lo íntimo, la satisfacción de ver el resurgir a quien es capaz de seguir su escuela y continuar el dogma artístico que usted dejó como ejemplo de lo que debe ser el arte del toreo…

A partir de los lances sedeños con que saludó a ‘Campanillero’, lances de una suavidad y de un temple exquisitos, empezamos a saborear el resurgimiento de este gran torero que sublimó en esta fecha memorable la limpia ejecución de las suertes. Ese quite con dos faroles invertidos, una chicuelina y el clásico remate de la larga cordobesa, llenaron la plaza de sabor a torero. Y por ahí siguió, alegre y variado, finísimo en todo instante, como en la gallardía con que citó para un par al quiebro, marcando la salida y saliendo deliberadamente en falso, para inmediatamente volver a citar y dejar al cuarteo un par perfecto que aún ligó con un rítmico galleo…

…Y hoy, ¡con qué alborozo me he unido al clamor popular, celebrando el renacimiento de un auténtico torero!…

Pues así ha ocurrido maestro, en esta inolvidable tarde. Cuando salió ‘Jerezano’, el quinto del encierro, todavía Alfonso Ramírez iba a superarse. La suavidad de aquellos lances a pies juntos y la lentitud que puso en las chicuelinas para rematarlas con un recorte teniendo ambas rodillas en la arena, volvieron a poner de relieve que nos hallábamos ante un artista de los que se ven pocas veces. Descubierto y en los medios, Alfonso tuvo que agradecer la ovacionaza que premiaba su excelsitud con el capote.

Clavó un solo par, al cuarteo, y no es exagerar si decimos que usted mismo lo hubiera rubricado como propio, por la majestad y la exposición con que el hidrocálido cuadró en la cara y alzó los brazos. Luego brindó al doctor Gaona; al empresario que tendrá que poner al Calesero todos los domingos de lo que resta de la temporada. Y salió de hinojos, para iniciar su trasteo con tres muletazos dramáticos. Pero en seguida, ya de pie, volvió a bordar el toreo. Sobre todo, allí quedaron dos series de naturales que nadie – así: ¡nadie! – ha trazado con más naturalidad y mayor lentitud desde los buenos tiempos de Lorenzo Garza en 1935.

Sin suerte con la espada, se le fueron las orejas de ‘Jerezano’. Pero otra vez ha dado dos vueltas al ruedo y ha saludado desde los medios, en una apoteosis inacabable.

…Y luego ha salido en hombros, consagrándose de la noche a la mañana como el artista de más clase de cuantos hoy por hoy visten el traje de torero...

Si solamente tuviéramos a la vista esta crónica, pudiéramos pensar que Carlos León vio algo parecido a un espejismo. Pero afortunadamente el maestro Julio Téllez, en la obra que el Gobierno de Aguascalientes dedicó al Poeta del Toreo, cita otra crónica, aparecida ésta en el diario El Universal, sin firma, en la que se manifiesta entre otras cuestiones esto:

Alfonso Ramírez lo hizo todo, y todo con una inspiración y una belleza insuperables; cortó una oreja y fue paseado en hombros por las calles de la capital.

Alfonso Ramírez, Poeta del Toreo; porque eso ere tú Alfonso – nada más, en toda su sencilla inmensidad – ¡El Poeta del Toreo!

Teníamos empañada la visión de las cosas, como la tenemos siempre, porque las miramos con tristes ojos de adulto, que presumen de ya saber, de ya conocerlo todo. Y lo que pasa es que hemos olvidado al niño que en nosotros quedó atrás, y que fue asomándose al mundo con ojos nuevos, sorprendidos, jubilosos de cada encuentro y de cada hallazgo.

Hemos olvidado, olvidamos casi siempre al poeta que quedó atrás, allá en la infancia lejana. Porque dicen – y tú debes saberlo bien Calesero – que ser poeta es volver a ser niño. Que es crear, volver a crear en nosotros aquella mirada de sorpresas y de júbilo fresco ante el mundo, ante todas las cosas: el sol y las aves, la rosa y el agua.

Las vemos todos los días, y porque creemos presuntuosamente conocerlas, se nos quedan sólo en la mirada, y no nos penetran hasta la raíz del alma, ahí donde se halla el verdadero conocimiento, la comprensión auténtica, emocionada e íntima. Ahí donde sabe llegar el poeta, para comprender, para sentir la música oculta y ofrecérnoslas luego, y hacernos el regalo de su propia emoción, de su comprensión, de su inspiración, en suma.

Ahí donde llegaste tú ayer, Calesero poeta.

¿A que seguir? ¡Todo el toreo, de rodillas y de pie, por verónicas y chicuelinas, en las largas cordobesas y en las vitaminas, en los derechazos y en los naturales, en los remates y en los desplantes, nos los diste como poeta: como cosas nuevas, frescas, estrenadas ahí mismo, descubiertas en ese momento, desconocidas -o mejor, reconocidas en su perfil primero, en su sabor inicial, ¡en su autenticidad más honda…!

Así pues, podemos advertir que esa tarde del 10 de enero de 1954, Calesero conmovió las estructuras del toreo hasta sus cimientos. 

Cuenta don Julio Téllez, testigo también de esa tarde:

¿Por qué esa gran emoción? ¿Por qué esa locura colectiva? Todo era como un gran juego de niños; remataba de rodillas, y la gente se paraba gritando. Pegaba una seria de naturales y la gente de pie enloquecida se miraba entre sí diciendo: “Esto no puede ser”. Y la locura final, con aquella cadenciosa larga cordobesa. ¿Cuántos años hace que no ven algo parecido?, nos preguntaban los compañeros de tendido.

Salimos de la plaza exhaustos, felices, por primera vez vi a mi padre con una alegría que no le conocía, y a boca de jarro le pregunté: ¿El Calesero es el mejor torero del mundo? ¡Hoy lo fue!, y cada vez que toreé en esta forma, lo será, me contestó…

Creo que está claro por qué Carlos León propuso un Premio Nobel para el toreo y a Alfonso Ramírez Calesero para recibirlo.

El predicamento inicial de la corrida

Inicialmente, el interés del festejo se depositó en la reaparición de Fermín Espinosa Armillita, que volvía a la gran plaza después de haber toreado allí su despedida el 3 de abril de 1949. El Maestro había iniciado lo que resultaría ser una breve campaña de retorno el 20 de diciembre anterior en Aguascalientes alternando con el propio Calesero y Antoñete.

Esa temporada del regreso de Armillita constaría de quince festejos y concluiría el 5 de septiembre en Nogales. Dos de esas corridas se verificaron en el extranjero, una en Bogotá y otra en Arles.

El tercer espada del cartel fue Jesús Córdoba, quien fue herido por Gordito, el primero de su lote durante la faena de muleta y pasó inédito esa tarde. Fue la tercera de una racha de cuatro cornadas consecutivas que el llamado Joven Maestro sufrió en la Plaza México.

Para terminar

Dijo don Francisco Madrazo Solórzano acerca del propio torero: Cuando los artistas se enfadan y les sale un toro a su modo, cuidado con ellos, porque no perdonan… 

Probablemente Calesero sorteó el mejor lote esa tarde, pero indudablemente que no se trata únicamente de llevarse los mejores toros, sino de saber que hacer ante ellos. Y Calesero lo hizo, por eso hoy, sesenta y siete años después, se le sigue recordando, entre otras cosas, por esa señalada tarde. 

domingo, 29 de noviembre de 2020

Hoy hace medio siglo: La confirmación de Paquirri en la Plaza México

Confirmación de Paquirri en México
Cortesía: altoromexico.com

El contexto de esa temporada

La temporada 1970 – 71 en la Plaza México fue organizada ya por el ganadero Javier Garfias, pues desde agosto del año del Mundial de Futbol el cubano Ángel Vázquez había dejado de estar a la cabeza de los asuntos de DEMSA, la arrendataria y organizadora de los eventos taurinos en el coso más grande del mundo. 

Daniel Medina de la Serna cuenta que ese ciclo se celebró con una escasez de ganado en el campo bravo mexicano, pues a partir de que la Unión de Criadores de Toros de Lidia en España restringió la exportación de sus toros a Sudamérica, ese mercado quedó abierto a los ganaderos mexicanos, quienes atraídos por los dólares en juego, lo aprovecharon en detrimento del mercado nacional y aún ante esos hechos, la empresa de la Plaza México, no tomó las previsiones debidas y eso se notó en el ciclo.

Las ganaderías mexicanas que enviaron toros a las ferias de Caracas, Maracaibo y Valencia en Venezuela, Quito en Ecuador y Cali en Colombia fueron Javier Garfias, Reyes Huerta, Zotoluca, Santacilia, La Laguna, Mimiahuápam, Santa Martha, El Rocío, Santín, Peñuelas, Campo Alegre, San Diego de los Padres y José Julián Llaguno. Incluso, en el semanario El Ruedo de Madrid del 10 de noviembre de 1970, se relata que se tentó uno de los toros de Garfias en la plaza Nuevo Circo de Caracas para semental por Antonio Ordóñez, Dámaso González y el portugués José Falcón para la ganadería que Manuel Martínez Chopera y Sebastián González tenían en el Estado de Aragua con vacas de Santa Coloma.

Entonces, las ganaderías que enviaron sus toros a las 15 corridas de las que constó el ciclo fueron las siguientes: José Julián Llaguno (3 corridas); Tequisquiapan; Zacatepec; Javier Garfias (4 toros); Santacilia; Soltepec; Mariano Ramírez; Jesús Cabrera (5 toros); Manuel de Haro; Cerro Viejo; Gustavo Álvarez; Mimiahuápam; La Punta y toros sueltos, Pastejé, uno de regalo en la tercera; Valparaíso, el primero de la tarde que completó la corrida de Garfias y José Julián Llaguno otro que cerró esa misma tarde; Rancho Seco, uno que completó la corrida de Jesús Cabrera, más otro de Tequisquiapan de regalo; uno de Atenco de regalo en la de Gustavo Álvarez; y otro de éste último hierro para rejones, que al decir del mismo Medina de la Serna, resultaba ser el último toro de esa legendaria ganadería lidiado en la Plaza México hasta el año de 1996, cuando menos.

El elenco de toreros se conformó por los diestros mexicanos Pepe Luis Vázquez; Alfredo Leal; Joselito Huerta; Humberto Moro, que toreó su despedida de los ruedos; Raúl García; Raúl Contreras Finito; Manolo Martínez; Alfonso Ramírez Calesero Chico, que actuó por última vez en la México; Eloy Cavazos; Curro RiveraManolo Espinosa Armillita; Antonio Lomelín; Leonardo Manzano y Ricardo Castro. Confirmaron su alternativa Mario Sevilla; Raúl Ponce de León; Arturo Ruiz Loredo; Adrián Romero; Ernesto Sanromán El Queretano, quien nunca volvió a torear en la México y Miguel Villanueva. También se presentó una tarde el Centauro Potosino Gastón Santos.

Por los extranjeros actuaron Joaquín Bernadó, Santiago Martín El Viti y César Girón, en lo que resultó ser su última presentación en el ruedo de Insurgentes y confirmaron sus alternativas Francisco Rivera Paquirri, Dámaso González y el portugués José Falcón. Se quedaron anunciados José Luis Parada, quien fue herido en Acapulco una semana antes de su anunciada confirmación y por ello la pospuso para la temporada siguiente y Jesús Solórzano, que, propuesto originalmente para actuar con Paquirri en la corrida del 10 de enero del 71, no fue aceptado por este último, pues de ser así, el gaditano tendría que ir de primer espada y su contrato requería que alguien fuera por delante de él, así que Chucho fue sustituido por Manolo Espinosa Armillita.

La tarde de la confirmación de Paquirri

En ese estado de cosas se anunció la inauguración de la temporada para el domingo 29 de noviembre de 1970, con toros de José Julián Llaguno para Raúl Contreras Finito, Manolo Martínez y el gaditano Francisco Rivera Paquirri quien confirmaría su alternativa. El cartel era redondo, con dos de las figuras emergentes de México y uno de los toreros jóvenes de España que venía precedido de interesantes referencias y que post facto, sería uno al que la afición mexicana hubiera querido ver más.

La relación de los hechos de esa tarde que encontré es del puntilloso Carlos León, quien en su tribuna del desaparecido diario capitalino Novedades, titulada Cartas Boca Arriba, dirigida en esta oportunidad al gastroenterólogo José María de la Vega, encargado de la salud en esos días, del Presidente de la República, a partir de una entrevista televisiva realizada a éste último, próximo a entregar el poder, en la que comenta su gusto por la paella valenciana, construye una crónica de las suyas:

PAQUIRRI ARMÓ EL GRAN TACO: DOS OREJAS Y VUELTAS. Manolo llevó el telón del Arbeu para muletear, “Finito” ante bureles sin sal…

Francisco Rivera, con la mesa puesta

Usted, como refinado gastrónomo y excelente taurino, bien sabe que la sal es importantísima. Como afirmación contundente yo diría que, sin tener salero, no se puede ser cocinero ni torero. Pero en Andalucía la Baja y sobre todo cerca de las marismas, lo saleroso, lo resalao, rezuma por los poros de las personas. Y los diestros que nacen en la provincia de Cádiz, parece que bordan sus ternos con las brillantes escamas de las merluzas.

Para nuestro personal paladar, a ratos notamos en “Paquirri” cierta frialdad. Pero también el gazpacho cortijero o el aliño gitano se sirven bien fríos, como aquellos que nos hacía en casa de “Cagancho” Gabriela Ortega, descendiente de la Alboronía de los moros andaluces – y no por ello son menos agradables, pues no siempre está la sartén para frituras. Aun así el andaluz gazpacho frío lleva sal y pimienta, dos condimentos indispensables para que los guisos – y los toreros – tengan sabor.

Mas ya ve usted, doctor: aunque aquí suele decirse que no se puede sopear con la gorda ni hacer taco con tostada, vaya taco el que armó “Paquirri” en esta tarde de su presentación, a pesar de la escasa colaboración del ganado de Don José Julián Llaguno. Hasta la saciedad se ha repetido la trillada frase de que para que haya guisado de liebre, lo primero que se necesita es la liebre. Nada más falso, pues no hubo tales liebres, y sin embargo, Francisco el de Cádiz se despachó con la cuchara grande.

Pues allí tiene usted a “Caporal”, que desde que sale se emplaza y se resiste a ir a los capotes. Al fin el gaditano lo embarca en el suyo y le hace tragar varias verónicas excelentes. El bicho huye y muestra su mansedumbre en su querencia a barbear y saltar las tablas. Cuando el debutante se empeña en banderillear a ese poste, probón y sin codicia, confirmamos que no se puede soplar y comer pinole, pues “Paquirri” ha pasado fatigas sin cuento para lograr la mas o menos arrancada de un toro convertido en estatua de plomo. No obstante, ambientado de inmediato al quehacer mexicano, el pundonoroso andaluz se hace al dicho xochimilca de que “no hay que ser como los frijoles, que al primer hervor se arrugan”. Sin tener un toro “a modo”, ha cuajado, bordado, una faena cumbre, predominantemente izquierdista, que de inmediato le gana el favor popular. Ahora bien, del mismo modo que una paella queda incompleta si no se le acompaña con manzanilla sanluqueña o un vino seco de Utiel o de Requena, también un trasteo queda inconcluso si le falta el remate de la estocada. Claro que no es lo mismo saborear un “chato” que pasar por el trago amargo de la suerte suprema. Pero allí es donde se demuestra si un torero puede, merece llamarse matador de toros. Después del faenón, el espadazo caído le hizo perder los apéndices. Pero hubo dos vueltas a la redonda en franca apoteosis.

Nada de atole con el dedo

Aunque “Paquirri” ya tenía al público en la bolsa, no fue de los que dicen: ese arroz ya se coció, sino que vamos a cocer el otro. Como usted sabe, el principal secreto de una buena paella es hacerla a fuego de leña. Sin leña, no sabe lo mismo. Por ello, si el toro no trae bastante leña en la cabeza, la faena nos sabe diferente, como dulzona, cual si fueran inocentes alfajores de las Comendadoras de Santiago o candorosas y monjiles yemas de San Leandro. Y el sexto sí era un toro bien dotado de defensas, con cara seria, con cuajo. Por eso, todo lo que le hizo Francisco Rivera fue meritorio. Lucido con el capote, espectacular con las banderillas y superior en la faena que ha brindado a Joaquín Rodríguez Ortega. Faena torerísima, desde lo fundamental hasta lo pinturero. Y ahora sí media estocada fulminante, por lo cual le conceden un par de orejas, mientras tratan de sacarlo a hombros; pero lesionado en una pantorrilla, ha de pasar a la enfermería. Pero allí quedó su garbosa estampa de lidiador, más que de torero, capaz de dominar todos los tercios…

Parte médico de Paquirri

Herida por asta de toro en el tercio medio de la pierna derecha, de seis centímetros de extensión por cuatro de profundidad. Interesa piel, tejido celular subcutáneo y músculos de la región. Intervinieron los doctores Xavier Campos Licastro y Tirso Cascajares. El diestro fue operado con anestesia general en la enfermería de la plaza y se le trasladó a la Central Quirúrgica, donde quedó internado. 

Paquirri reaparecería el 10 de enero siguiente en la Plaza México con un gran triunfo ante el toro Caporal de Mariano Ramírez con el que ejecutó impecablemente la suerte de matar recibiendo y el 17 de febrero de 1971, cortaría otra oreja a Guadalupano de Cerro Viejo. Pero su gran tarde en esa plaza, quizás la mejor en nuestros ruedos, tendría lugar la siguiente temporada, el 19 de diciembre de 1971 ante el toro Girasol de Jesús Cabrera, de la que habrá tiempo para ocuparnos de ella.

Retales de la prensa de la época

En el semanario El Ruedo de Madrid del 6 de octubre de 1970, se anunciaba que la corrida de Mimiahuápam que se envió para lidiarse en el San Isidro de ese año y que al final no se envió a Madrid, sería lidiada en Sevilla el 12 de octubre en la conmemoración del tricentenario de la Real Maestranza de Caballería de Sevilla y que el torero mexicano que iría en el cartel sería Jorge Blando.

domingo, 29 de marzo de 2020

En el centenario de Carlos Arruza (IV)

1º de abril de 1951. Carlos Arruza torea tres corridas en un día

Que un torero logre torear tres corridas en un día es un hito importante. Aparte del azar que conlleva el mantener la integridad corporal para completar los compromisos pactados, se debe sumar la dificultad de trasladarse de un sitio a otro y todo lo que implica lo que hoy se llama la logística que conlleva la organización de los festejos.

La Historia del Toreo registra como el primer caso de esta naturaleza, quizás, el que llevó a cabo Guerrita el 19 de mayo de 1895. Ese día comenzó su periplo a las 7 de la mañana en la Isla de San Fernando, para lidiar 6 toros de la Marquesa Viuda del Saltillo mano a mano con Pepete. La segunda corrida se verificó a las 11:30 horas del día, en Jerez de la Frontera, alternando con el valenciano Fabrilo, en la lidia de 6 toros de José Ma. de la Cámara y terminó a las 17:30 horas en Sevilla, donde su alternante fue Antonio Fuentes, y los toros fueron de Joaquín Murube.

A propósito de la última corrida, Carlos Valverde Castilla, en la revista Arte Fotográfico, relata lo siguiente:
No es de extrañar que el Guerra realizara por entonces una hazaña que ni tenía precedente ni ha vuelto a repetirse: torear tres corridas mano a mano el mismo día y en distintos puntos. Por la mañana, en San Fernando; a mediodía, en Jerez, y por la tarde, en Sevilla. Era el 19 de mayo de 1895. (...). Para su hazaña contó, naturalmente, con un tren especial y con tres cuadrillas distintas; los compañeros fueron también distintos. Sólo él fue el mismo, y ni siquiera se cambió de “vestío”. Por cierto, que cuando asomó al portón de cuadrillas de la Maestranza, levantado desde el amanecer, con dos corridas despachadas y tras varias horas de tren, le preguntó Antonio Fuentes,  que  compartía el cartel:
— Rafael,  ¿vendrá  osté  cansao?
— Cansaíllo vengo...
—Pues hoy, que le  cojo cansando,  le voy a dar p’al pelo.
Saltó Guerrita:
— ¡Hoy me vas a...!
Y como si empezara entonces, banderilleó a sus tres toros y los mató superiormente.
Guerrita mató ese día nueve toros y realizó sus traslados en un tren especial destinado al efecto.

La réplica de Arruza

Carlos Arruza y Manolo Dos Santos, ambos apoderados por don Andrés Gago, anunciaron que intentarían replicar la hazaña de Guerrita a poco de cumplirse 56 años de la hazaña de éste último. Para el efecto manifestaron que las corridas se realizarían en las ciudades de Morelia, México y Acapulco y que en los tres carteles actuarían mano a mano y que en principio cada uno de ellos mataría nueve toros en la jornada.

Conforme fueron avanzando las fechas, se anunció que la corrida de Morelia sería matinal, a las once de la mañana, lidiándose toros de la ganadería debutante de El Olivar, sangre pura de Zacatepec; que la de la Plaza México se daría a las cuatro de la tarde y los toros serían de la ganadería de Armillita Hermanos, también debutante y la de Acapulco a las nueve y media de la noche, con toros de Zacatepec.

En Morelia

La corrida en Morelia tuvo el siguiente desarrollo, según el corresponsal de La Lidia de México:
Con toros de Zacatepec se verificó el primer mano a mano del día, de los diestros Carlos Arruza y Manolo dos Santos. La entrada no fue la que se esperaba. El primer toro, muy bravo, se rompió una pata quedando inutilizado para la lidia. Los demás, cumplieron en términos generales.
Arruza fue de menos a más. Con su primero cumplió, con su segundo estuvo bien y con su tercero, extraordinario, toreándolo maravillosamente en los tres tercios. Al matar de certera estocada se le dieron las dos orejas y el rabo y dio vueltas al ruedo entre ovaciones y música.
Manolo dos Santos instrumentó naturales muy templados a su primero, lo pasaportó de una honda y se ganó una oreja, en su segundo se limitó a cumplir, pues no se acomodó con el estilo del cornúpeta. Con el que cerró plaza estuvo muy artista, habiendo petición de oreja. La autoridad no le entregó el galardón porque pinchó.
Al final Carlos Arruza salvó in – extremis el festejo, que, quizás por la hora en la que se celebró, no tuvo la entrada esperada.

En la Plaza México

La corrida llamémosle estelar de la terna, fue accidentada casi desde abrirse la puerta de cuadrillas. Paquiro, redactor de la crónica aparecida en el ejemplar de La Lidia de México aparecido el 6 de abril de 1951, relata lo siguiente:
…no vaya a creerse que la totalidad de la afición aspiraba a que sobre el ruedo no se viese nada que valiera la pena; no, particularmente un grupo escondido en los tendidos de sol se preocupó por hacer fracasar a los diestros alternantes, y los gritos y denuestos que emanaron de tales tipejos cumplieron con su cometido pues crearon una “psicosis” entre las mayorías y consiguieron que los alternantes, a ratos, desesperaran… No puede pasarse por alto la actuación de la porra de marras. Indudablemente que esos criminales con toda anticipación percibieron un sueldo por sus gritos, y al exclamarlos en la plaza, a la hora de la corrida, no hicieron sino cumplir con una obligación contraída con anterioridad. Quiere decir que hubo premeditación… Esta es la verdad: se pagó por ir a pitar, salieran las cosas bien o mal. Y mucho hicieron los diestros con que no estallara la bronca premeditada…
Sugiere el cronista de La Lidia de México que hubo la decisión de reventar el acontecimiento. Por su parte Carlos León, cronista del desaparecido diario Novedades, con su estilo mordaz, refiere lo siguiente:
Por otra parte, despacharse tres encierros en el curso de un día, le daba a la profesión taurina un sentido de oficio desempeñado a destajo, en vez de ser una actividad artística, cuyo único móvil debe ser el sentimiento y cuya única fuerza motriz ha de ser la inspiración. Lo de ayer, en cambio, no parecía ser movido por lo imprevisto. En todo se adivinaba el cálculo, la precisión de un horario sabiamente concebido de antemano, pues la exactitud de los aviones tenía tanta importancia para el desarrollo de la gira, donde aquella tribu de lidiadores y testigos trashumantes parecían ser una de esas excursiones de “todo pagado” de la Wagon Lits Cook, donde el viajero debe supeditarse al plan trazado, sin dejársele nada para su propia iniciativa. Y así salió la cosa: con prisas, con desgano, frente a un lote nada fácil de la ganadería de Chichimeco…
Ve el puntilloso y atildado don Carlos en la efeméride, mucha planeación y poca entrega, pero apunta una cuestión que es de capital importancia, el juego de los toros. Y dice de la corrida:
Un encierro duro, sin duda, pero con el cual se evidencia que hasta los mandones de la fiesta necesitan del toro de carretilla para realizar los trasteos memorables, aunque esto sea decepcionante reconocerlo… Tampoco como ganadero triunfaría “Armillita”, pero de todas maneras la tarde fue suya, pues los broncos pupilos pudieron más que los encargados de pasaportarlos. Y tal vez se acordaría de las veces en que él, lidiador todopoderoso, cuajó trasteos memorables a bueyes de carreta…
Por su parte Paquiro, en La Lidia de México afirmaría:
La ganadería Armilla Hermanos – ya queda dicho – debutó con un encierro encastado, con mucho poder, bravura y fuerza. Espectaculares para los montados y difíciles para los de a pie. Todos los toros tuvieron hermosa lámina – ¡seis cromos! – y fueron cómodos de defensas. La escrupulosidad de los ganaderos estaba demostrada… Ahora que nadie, ni los criadores, podía prever que los morlacos iban a resultar de “prueba”, ¡Pruebas para toreros buenos...!
En fin, que una corrida de lidia difícil, se uniría a la animadversión del público en la plaza.

En Acapulco

De nuevo recurro al corresponsal de La Lidia de México, quien manifestó lo siguiente:
A las nueve y cuarto de la noche se inició ayer el tercer mano a mano que sostuvieron los colosos Arruza y dos Santos. Se lidiaron toros del Olivar, en total ocho, cuatro para cada matador, que dieron un juego incierto.
Arruza se limitó a cumplir con el primero, el tercero y el quinto. Pero con el séptimo se soltó el pelo veroniqueándolo muy bien y ejecutándole una gran faena de muleta. Se le ovacionaron sus derechazos, naturales, lasernistas, arrucinas y demás desplantes de dominio. Metió el estoque hasta la empuñadura y se le entregaron las dos orejas y el rabo de su astado rival.
Manolo dos Santos empezó a tambor batiente desorejando a su primero, al que toreó de muleta con una claridad exquisita. Sus naturales ahí quedaron. Mató pronto y cortó una oreja. Al cuarto lo lidió con voluntad, pero con el sexto volvió a surgir la calidad del lusitano y los pases naturales enloquecieron al público. Cobra buena estocada y cortó otra oreja. Y al octavo le hubiese cortado el apéndice auricular si es que no hubiera pinchado. Volvió a torear estupendamente.
Y así fue como estos dos diestros superaron lo hecho por el legendario Rafael Guerra. ¡Cada uno lidió y pasaportó a diez toros en un solo día…! Para la historia.
Así culminaron su hazaña Carlos Arruza y Manolo Dos Santos. Con los toros regalados en Acapulco, terminaron mataron diez toros cada uno esa fecha. El encierro anunciado para Morelia terminó lidiándose en Acapulco y el de Zacatepec se lidió en Morelia. Sus desplazamientos los hicieron por vía aérea y no tengo constancia de que hayan usado el mismo vestido en los tres festejos, pero seguramente cambiaron de ropa de torear en cada uno.

En números, Carlos Arruza cerró la jornada con cuatro orejas y dos rabos y Manolo Dos Santos con tres orejas.

Un dato curioso es que el programa oficial de la Plaza México señalaba que el acontecimiento conmemoraba los 25 años de la hazaña de Guerrita… Seguramente al publicista del doctor Gaona le fallaron las cuentas.

A posteriori

Después de esas tres corridas, en México se verificaron algunos otros acontecimientos de esa especie, entre los que se recuerdan estos:

De matadores de toros: 1º de enero de 1972: Francisco Rivera Paquirri toreó 3 corridas de toros en Querétaro, Guadalajara y San Luis Potosí; 2 de octubre de 1977: Eloy Cavazos toreó 4 corridas de toros en San Luis de la Paz, Dolores Hidalgo, San Miguel de Allende y Celaya; 21 de abril de 1984: Miguel Espinosa Armillita toreó 3 corridas de toros en San Juan del Río, San Luis Potosí y Zacatecas.

De novilleros: 31 de octubre de 1965: Efrén Adame, Antonio Canales y Felipe Zambrano (Rej.) torearon 3 novilladas en Nuevo Laredo, Reynosa y Saltillo; 21 de julio de 1974: Curro Plaza toreó 3 novilladas en Jesús María, Silao y León; 11 de diciembre de 1982: Valente Arellano toreó 3 novilladas en Apan, Pachuca y Tulpetlac; 20 de noviembre de 1997: Julián López El Juli toreó 3 novilladas en Toluca, Texcoco y Cuautla.

Queriendo concluir

Esta es algo de la historia de una fecha que por sí sola pasa a la Historia del Toreo. Como vemos, su resultado artístico no es uno de esos que llamen mucho la atención, pero el mero hecho de lograr torear tres corridas de toros en un día en plazas que en su momento eran todas de primera categoría, tiene un mérito que no admite discusión.

domingo, 12 de enero de 2020

10 de enero de 1971: Paquirri y Caporal de Mariano Ramírez

Francisco Rivera Paquirri
Imagen: cortesía ABC
Paquirri había confirmado su alternativa en la Plaza México el 29 de noviembre del año anterior con el toro Caporal de José Julián Llaguno, siendo apadrinado por Raúl Contreras Finito y llevando como testigo a Manolo Martínez. Por fallos con la espada, dio tres vueltas al ruedo en el toro de la confirmación que brindó a Cagancho y el sexto, Alfarero, segundo de su lote le hirió de consideración.

La temporada 1970 – 71 trajo de España a toreros como El Viti, Curro Vázquez, Joaquín Bernadó, Miguel Mateo Miguelín, Paco Pallarés y constituyó para Luis Miguel Dominguín la última vez que vendría a torear a México, si bien no en la capital de la República, si se presentó en las plazas de Monterrey y Guadalajara, impidiéndole actuar en la Plaza México, una fractura de escafoides sufrida en una incursión en plazas sudamericanas durante ese periplo.

La reaparición de Paquirri en la plaza más grande del mundo se anunció para el 10 de enero de 1971. El cartel se confeccionó con Manolo Espinosa Armillita como cabeza de cartel y Curro Rivera con toros del ingeniero Mariano Ramírez para ese festejo. La reaparición del torero de Zahara de los Atúnes era esperada por la afición de la capital mexicana después de la destacada actuación que tuvo en su presentación.

La tarde fue lluviosa, lo que afectó la actuación de los diestros en lo general. No obstante, Curro Rivera se sobrepuso a las condiciones adversas y cortó a Cielito Lindo, tercero de la tarde, una oreja, pese a haberlo pinchado en el primer intento. 

Pero el triunfador de la tarde fue Paquirri, con el quinto del festejo, Caporal – curiosamente llamado igual que el toro de su confirmación – al que cortó las dos orejas. La crónica epistolar de Carlos León, dirigida al señor Miguel Blázquez y publicada en el desaparecido diario capitalino Novedades, en su parte medular y de manera algo prolija, dice lo que sigue:
En esta tarde, cuando estábamos calados hasta los huesos, cuando la lluvia había encogido a los dóciles toros del ingeniero Mariano Ramírez, pues todavía no se descubre la manera de sanforizarlos, el retumbar del cielo ponía un clima tormentoso, presagio de que allí iba a ocurrir algo que convirtiera los tendidos en cumbres borrascosas. Y así fue en esa estocada de “Paquirri” al quinto toro, en ese rayo que fulminó a “Caporal” en la más limpia y clásica suerte de matar recibiendo. 
Porque hoy, como caso singular, había en el cartel de toreros, de igual nombre, dos homónimos llamados Francisco Rivera. Uno es “Paquirri” y otro es “Curro”. Aquél es de Cádiz... y todo lo de Cádiz tiene solera. En torno a la Tacita de Plata se han multiplicado tanto los buenos toreros como los excelentes cantaores de flamenco. Y “Paquirri”, toreando, apunta como grande. 
¿Ha oído hablar de Juanito Mojama? Jerezano que apuntaba como pocos los tanguillos gaditanos. Y “Julepe”, del Puerto de Santa María, famosísimo solearero. Y la divina Rocío Juradom gaditana de Chipiona, que se arranca por fandanguillos de Huelva y se acaba el mundo. ¿Y el “Loco” Mateo, que lloraba ejecutando polos gitanos? ¿Y el “Loli”, que resucitó las seguiriyas de Paco de la Luz? Era jerezano, sobrino de la “Lobata” y creó un estilo de malagueñas caracterizadas por su lentitud - que también es lo bueno en el toreo -, al grado de que en Jerez de la Frontera corre un dicho popular, en tascas y bodegas: “Anda hijo, que eres más lento que las malagueñas de Loli”. 
Todo eso lo venimos evocando, bajo la tormenta marinera que cayó sobre la México y mientras nos sacábamos percebes y langostinos de los bolsillos. Si le digo a usted que en la cartera traía billetes de cien pesos y se encogieron tanto que se me volvieron de a cinco... 
Bueno, pues “Paquirri” ha estado toda la tarde en torero. Con gracia, con prestancia, con solera, apuntando el toreo como se apunta el cante. ¿Sabe usted que Manolo Caracol es hijo de Manuel Ortega? ¡De Cádiz, claro! Pues Manuel Ortega, que cantaba como nadie por soleares, fue el mozo de espadas de “Gallito”, hasta que por vez última le entregó los avíos en la trágica tarde de Talavera. ¿Y dónde me deja usted a Paco Botas, que aquí vino sirviendo los estoques a “Cagancho”, cuando por vez primera vino el gitano, y que cantaba el mirabrás y la caña como sólo se han cantado en Cantillana? ¡Nada! El cante jondo y los andaluces son una misma cosa. 
Aún parece que estoy escuchando a Pastora Pavón, que pasó a la historia como “La Niña de los Peines”, por aquél tango al que debió su sobrenombre y que ahora viene muy bien al pelo: 
Péinate tú con mis peines
que mis peines son de azúcar;
quien con mis peines se peina
hasta los dedos se chupa 
¡Imagínese usted! ¡Peines de azúcar! Si ahora se usaran aquí, hasta Carlos Trouyet iba a andar más despeinado que “El Cordobés”. 
Y usted perdone toda esa euforia, pero es que en esta tarde, a más de haber toreado bien a la verónica, a más de haber lucido con las banderillas, “Paquirri” ha resucitado la suerte de recibir, consumándola a la perfección. Le han dado dos orejas, que suenan a poco para la magnitud de la hazaña. Dos orejas, en cualquier tarde de suerte, las corta cualquiera. Pero lo que no cualquier consigue, es esa estampa de sabor añejo que allí quedó para ver quién es el guapo que la supera...
Prolijo y divagante el texto de Carlos León, pero refleja, creo, el impacto que causó, dentro del diluvio, la actuación de Paquirri, una actuación triunfal que le metió de lleno dentro del ánimo de la afición de la capital mexicana.

Paquirri actuaría entre 1970 y 1971 la cantidad de 18 tardes en México. 6 en la Plaza México, 3 en San Luis Potosí, 2 en Guadalajara, y una en las plazas de Acapulco, Morelia, Orizaba, Irapuato, Torreón, Querétaro y Mérida. La faena más grande que realizó sería quizás la que hizo al toro Girasol de Jesús Cabrera en la Plaza México el 19 de diciembre de 1971, al que a pesar de pinchar tres veces en la suerte de recibir, le cortó una oreja y quizás la tarde más redonda que tuvo fue la del domingo 30 de abril de 1971 en Guadalajara, cuando cortó cuatro orejas y dos rabos a toros de San Mateo, actuando mano a mano con Manolo Martínez.

Paquirri volvería a México hasta la temporada invernal 1974 – 75, torearía seis corridas, pero no pisaría ya la Plaza México. En estas líneas recuerdo una de sus grandes tardes allí.

Aviso parroquial: Los resaltados en el extracto de la crónica de Carlos León son imputables exclusivamente a este amanuense, pues no aparecen así en su versión original.

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