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domingo, 15 de agosto de 2021

15 de agosto de 1926: Se presenta la ganadería de Matancillas en El Toreo de la Condesa

La historia de La Punta y Matancillas es un poco el reflejo el de la vida de quienes fueron sus fundadores y por muchos años sus propietarios, don Francisco y don José C. Madrazo. La primera, el hierro titular de la casa, el que vino a pasar a la historia como uno de los fundacionales de la actual cabaña brava mexicana y el segundo, en un plano más recatado, como una derivación de gran categoría que vino a ser el que regó en muchas otras ganaderías nacionales la sangre de Parladé, porque es una verdad sabida, que los señores Madrazo nunca cedieron por ningún título, vacas con el hierro de La Punta con fines de reproducción.

Sin embargo, la finca de Matancillas, contigua a la de La Punta, sería el lugar en donde ésta última fraguaría su grandeza. Don Francisco Madrazo Solórzano, en su obra El Color de la Divisa, narra lo siguiente:

La historia de nuestra casa... principió en un tentadero realizado en la finca de Matancillas, en el potrero de las Cacalotas, en una plaza construida de piedra sobre unas viejas tapias de calicanto. 

Era el mes de noviembre de 1921, y se celebraba una tienta de las vacas primitivas. Mi padre invitó a su gran amigo, Juan Belmonte García – que por entonces hacía su segunda campaña en cosos mexicanos – a torear unas terneras.

El trianero permaneció durante toda la faena sentado en los tejadillos de la plaza. No bajó ni una sola vez a darle un capotazo a las vacas, que toreaban – como podían – amigos íntimos de la casa: Tono Algara, Luis Vidrio y Pepe Cobián, auxiliados por el matador hidrocálido Rodolfo Rodarte.

Al terminar el tentadero, durante la comida de cordero al pastor, servido a pleno campo, Juan le dijo a mi padre: “Mire Paco, si usted es ganadero sólo por divertirse, lo que tiene está bien. Pero si usted quiere ser de verdad un criador de toros bravos y competir con los de su país sin desdoro, mate todo lo que hoy tiene. Venga a España, que yo con mucho gusto sabré aconsejarle en lo que compre, para que, con eso, y al cabo de un largo tiempo, pueda usted enorgullecerse de La Punta. Yo conozco, y soy muy buen amigo de varios ganaderos de lo mejor, que estarán dispuestos a venderle una punta de vacas escogidas y toros padres seleccionados por tienta y reata, de lo más selecto de sus piaras. Piénselo bien, y cuando usted lo decida, avíseme. Estaré, como siempre, dispuesto a servirle lo mejor que me sea posible...

Y es que, en esos años, la actual finca de La Punta no existía, pues se empezó a construir hasta 1927 y entonces las pruebas del ganado de lidia, originario primero de San Nicolás Peralta con toros padres de Parladé y Saltillo y después, procedente de San Mateo, se hacían precisamente en Matancillas, en la plaza levantada allí a ese efecto. Pocos años después, Matancillas iniciaría su andadura con nombre propio por los ruedos de México.

La 14ª novillada de la temporada 1926

El día de la Asunción de 1926 se celebraría la 14ª novillada del ciclo correspondiente a ese calendario. Se anunció la presentación de la ganadería de Matancillas – como fracción de La Punta – con un encierro para Julián Rodarte, Edmundo Maldonado Tato y la revelación Fermín Espinosa Armillita Chico. La publicidad anunciadora del festejo en el semanario Toros y Deportes, señalaba que la sangre de la ganadería era cruza española de Parladé, cuestión que luego veremos, resulta algo inexacta.

Los toros de La Punta, después de la importación de la simiente parladeña, se distinguieron, la mayor parte de su tiempo, por ser negros. Esa uniformidad en su capa produjo en don Francisco Madrazo Solórzano, una cierta fascinación por los toros de pintas diversas – raras, les llama él – y en su ya citada obra, hace este apuntamiento:

En los viejos libros de la casa vienen las fichas de dos novillos jaboneros. “Garrapato”, Nº 44 y “Palomito”, Nº 49, ambos hijos del toro de Parladé, con vacas de San Nicolás Peralta. El primero de ellos, lidiado por Fermín Espinosa “Armillita”, – novillero – en El Toreo de la Condesa, el 15 de agosto de 1926; y el segundo, regalado por mi padre a su gran amigo y aficionado práctico, don Luis Vidrio… El lote primitivo se mandó matar íntegro, y no volvimos a tener “pintas raras” en La Punta...

Es decir, el encierro de la presentación de Matancillas en El Toreo no era de origen Parladé puro, don Paco menciona al novillo jabonero número 44 y más adelante veremos que Verduguillo hará referencia a otro colorado ojo de perdiz, también del lote de Armillita. Y tiene su lógica, apenas hacía poco más de un año que el ganado adquirido por medio de Juan Belmonte, de Campos Varela, había llegado a La Punta, por lo que era materialmente imposible que estuviera en posibilidad de lidiar, aunque fuera una novillada de ese origen en tan breve tiempo.

El triunfo de Armillita

Rafael Solana Verduguillo, tituló su crónica publicada en su tribuna del Toros y Deportes salido a los puestos el día 17 siguiente: Triunfó Fermín el Sabio. Lo grande ese día, lo realizó ante el segundo de la tarde, del que relata:

Voy a ocuparme en primer lugar de la labor de Espinosa, porque fue el amo de la situación esta tarde. En segundo lugar, apareció un becerrote crecidito, castaño, ojo de perdiz, y con dos buenos pitones… el coahuilense logró quedarse con el animalito, y soltó una, dos, tres, cuatro verónicas estupendas, conservando los pies quietos y juntos, mandando únicamente con los brazos y pasándose por la barriga hasta el último pelo de la cola. Nos pusimos de pie, y ovacionamos esos cuatro lances maravillosos; vinieron después dos verónicas más, solamente buenas, luego un farol regular, y un recorte ceñido y vistoso…

“Armillita” encontró a su primer enemigo barbeando las tablas y con pocas ganas de pelea. Buscó al de “Matancillas” en el terreno que éste eligió; allí le dio un muletazo por alto, dos ayudados por bajo, obligando y consintiendo mucho para que el morito no se marchara. Un ayudado por bajo más, y el de costado con la derecha, aprovechando el viaje. Esto causa alboroto en las galerías, y, naturalmente, la escena se repite; sólo que esta vez el toro se va con la música a otra parte. Ya lo esperábamos.

En la zona de toriles, se desarrolla ahora la escena. “Armillita” que conoce las querencias muy bien y por eso digo que sabe mucho de estas cosas, se mete en el terreno enemigo; ahí pesan los toros. Dos ayudados por bajo, y después un natural con la zurda, corriendo muy bien la mano, otro igual, pasándose los pitones horrorosamente cerca, y el tercero nos pone los pelos de punta porque vemos como el maestrito ha tirado del toro, y se lo ha pasado por delante con la velocidad de un galápago. Así.

El toro sigue peleando en su querencia, y el torero sigue metido en ese peligroso terreno, porque sabe que ahí es donde las dan y las toman. Otra serie de tres naturales, soberbios, torerísimos. La cuadratura se logra, Fermín entra derecho, y sepulta la mitad del estoque en el mismo hoyo de las agujas; segundos después, el toro cae sin puntilla.

La concurrencia se pone de pie y aclama al maestro; y aparecen los albos pañuelos pidiendo la oreja, que el regidor Rochín concede. Nueva ovación y petición de la otra oreja. Y otra ovación más, y ahora es el rabo lo que exige la afición para el torero triunfador. Dos vueltas al ruedo, salida a los medios. ¡El delirio! ¡Bravo “Armillita”!

El devenir de Matancillas

Los hermanos Madrazo comenzaron a lidiar los productos del ganado de origen Parladé que importaron a partir del año de 1927, cuando se obtiene el cartel para la ganadería de La Punta tras de lidiar una corrida completa en El Toreo de la Condesa, el 23 de enero, para Chicuelo, Emilio Méndez y Marcial Lalanda

Matancillas dejaría de ser fracción de La Punta en 1942. Tendría ya su propio hierro y divisa. Cuenta doña María Luisa Solórzano:

Los hermanos Madrazo escogieron la divisa color oro, gris y rojo, y el hierro es como una flor de lis con círculo. Cuando formaron la ganadería de Matancillas, en 1942, escogieron el mismo hierro, pero sin el círculo, y los colores verde y negro para la divisa…

Y así, Matancillas, ya con hierro y divisa propios, la ganadería predilecta de Conchita Cintrón – en 1939, mató con Jesús Solórzano y Alberto Balderas, la camada completa – presentó su primera corrida de toros en El Toreo de la Condesa el 10 de enero de 1943, para el nombrado Rey del Temple, Lorenzo Garza y Carlos Arruza.

Mucho se afirmó que en Matancillas se dejaban las vacas que no superaban los exigentes criterios de selección de don Francisco y don José C. Madrazo, pero que tampoco merecían ser desechadas. Yo agregaría que quizás también iban allí aquellas que, habiendo superado la prueba, no eran absolutamente negras, al igual que los machos que tentados con el caballo, superaban la prueba, pero no la de la negrura o que allí se ensayaban cruces entre familias antes de establecerlos en La Punta.

Nombres ilustres de toros de Matancillas son entre otros Cirilo, aquel toro con el que el Faraón Silverio dijera más de una vez, que hizo la mejor faena de su vida; Mañico, el novillo que fue cima y sima para Rafael Osorno; Tepiqueño, un novillo que encumbró a Finito en Guadalajara, o Solimán, otro novillo que nos mostró los espléndidos alcances de Jesús Solórzano aquí en Aguascalientes.

Aproximadamente en 1958 los caminos de La Punta y Matancillas comenzaron a separarse. Esta última quedó en la titularidad exclusiva de don José C. Madrazo, quien la conservó hasta el año de 1967 y al salir de la familia de sus fundadores, varió su base genética. Sin embargo, durante noventa y cinco años ya, su nombre ha estado presente en las principales plazas y ferias de México y de la América taurina durante una buena parte de ese casi ya un siglo.

domingo, 25 de abril de 2021

Enriqueta Marcén. Sastra de toreros

Enriqueta Marcén
La primera vez que escuché nombrar a doña Enriqueta Marcén fue hace unos cincuenta años en casa del Volcán de Aguascalientes, Rafael Rodríguez, cuando contaba las vicisitudes pasadas para confirmar su alternativa en Madrid, fecha que no llevaba contratada inicialmente y que se le ofreció para sustituir a un herido Manolo dos Santos ese 16 de mayo de 1951. Refería que había encargado ropa de torear con la Maestra Marcén, pero estando programado el inicio de su campaña para unas semanas después, esa ropa no estaba lista. Esa cuestión dio paso a un gesto de amistad y solidaridad de Antonio Velázquez que, le cedió un vestido nuevo, blanco y oro, que fue con el que confirmó el torero de esta tierra.

No mucho tiempo después volví a escuchar su nombre en la casa de Armillita quien se enorgullecía de la colección de imágenes bordadas de Vírgenes de la Esperanza y Cristos del Gran Poder que guardaba en su casa de Chichimeco. La gran mayoría de ellas, decía con satisfacción el Maestro, habían sido elaboradas en casa de doña Enriqueta, de la que afirmó, fue la que lo vistió en toda su vida de torero.

Parafraseando – mal por supuesto – a Lorca, diré que esos recuerdos se me quedaron en alguna habitación oscura de la memoria y buscando otras cosas, me hallé con que este mes de abril, sin poder precisar la fecha, se cumplen 55 años del deceso de esta maravillosa artista de la aguja y el hilo, razón por la que hoy, antes de que se arranque esta hoja del calendario, la recuerdo y la presento, porque habrá muchos aficionados que no tengan noticia de quien ha sido esta mujer que vistió a los toreros.

Enriqueta Marcén

Madrileña por los cuatro costados. Nació en el año de 1859 y ya en 1866, con siete años de edad entró de aprendiza al taller del principal sastre de toreros de la capital española: José Uriarte. Hoy eso sería considerado explotación infantil, entonces era una manera de aprender tempranamente un oficio digno. Y vaya que Enriqueta Marcén lo aprendió, llegó a ser oficiala y llegó a ser la mejor.

En 1905 ya se había establecido por su cuenta. En entrevista otorgada a Julio Martorell, publicada en el número de El Ruedo aparecido el 28 de marzo de 1945, cuenta lo siguiente:

- ¿Desde cuándo es usted maestra de este taller?

- Pues ahora ha hecho cuarenta años. Yo me establecí aquí, en este mismo piso, del que no me iré por nada del mundo, en 1905. Antes había sido oficiala con el famoso Uriarte, que es, creo yo, el mejor sastre de toreros que ha habido.

- ¿Y recuerda a qué matador de toros le hizo usted su primer traje?

- Ya lo creo; a Antonio Montes. ¡Y que no estaba majo con él! También le hice muchos a mi marido…

Efectivamente, Enriqueta Marcén se casó con un torero, José Espinosa, que lo intentó como matador y que al final se decantó como hombre de plata. Toreó novilladas en Vista Alegre, pero el grueso de su carrera lo realizó a las órdenes de toreros como Corcito, Antonio Montes, Quinito o Antonio Segura Segurita. En 1911 viene a México y permanece ese año y hasta 1913 y aquí logra figurar en la cuadrilla de Juan Belmonte. Regresa a España en 1914, año en el que fallece. Cossío incluye a José Espinosa en su tratado enciclopédico, dedicándole exactamente 146 palabras, incluyendo el título de la entrada.

Durante su estancia en México, la Maestra Marcén pone su taller de sastrería y es donde se relaciona con la torería mexicana. En la entrevista antecitada, cuenta lo siguiente:

- Naturalmente, hombre. Pero, ¿usted no sabe que mi esposo era el banderillero Jaqueta, que en gloria esté? Con él fui a Méjico y estuve allí tres años. Hice trajes para todos los diestros mejicanos, entre ellos a Gaona, a Luis Freg, a Juan Silveti, a Rodarte y a Vicente Segura, que era un señorito millonario, como usted sabrá, seguramente. Esto fue, si no recuerdo mal, en los años 11, 12 y 13. Después nos vinimos a España y puede decirse que todos los toreros, lo mismo españoles que mejicanos, han desfilado por esta casa, donde tanto se les quiere, a pesar de lo que me hacen sufrir estos chicos…

En su paso por México cultivó una amistad profunda con los hermanos Freg. Tanta, que cuando Miguel fue casi degollado por el novillo Saltador de Contreras en la plaza vieja de Madrid el jueves 12 de julio de 1914, fue ella la que se encargó de sus funerales y mientras la Maestra vivió, nunca faltó un ramo de flores en su tumba del cementerio de la Almudena.

De vuelta en Madrid se instala en Ave María 42, en el Barrio de Lavapiés y allí ejerció doña Enriqueta su noble arte hasta el último día. Tiene el honor de que una pieza suya haya sido exhibida en el Museo Metropolitano de Nueva York. Así lo cuenta la Maestra:

Y ahora que hablamos de capotes, uno que le hice a Juan Silveti está expuesto en el Museo Metropolitano de Nueva York. Se trata de un capote hecho a capricho del diestro, en el que el motivo principal es una moneda azteca en oro, sobre un fondo verde, y todos los detalles que lleva a los lados son mejicanos. Silveti lo regaló o lo vendió al citado Museo Metropolitano de Nueva York, donde obtuvo un premio, y en el que sigue expuesto a la admiración de los visitantes...

El anecdotario de doña Enriqueta

La vida dentro de un taller de sastrería para toreros debe ser el germen de muchas y muy variadas historias. En otra entrevista, realizada esta ocasión por quien firmó como J.S. y publicada en El Ruedo del 22 de febrero de 1966, entre otras cosas, la Maestra cuenta:

¿Vestir? Yo he vestido a todos los grandes del toreo. Gaona, Joselito, Belmonte, Cagancho, Gitanillo... Y a Mazzantini... Y a Guerrita. Guerrita se colocó muchas veces el traje en el propio taller para ir desde aquí a la plaza... ¡Si yo les contara! ...

Quizás de allí viene la expresión de vestir de la aguja, de salir con la ropa de torear desde la propia sastrería, justo cuando se termina de elaborar.

Acerca de las costumbres y manera de vestir de los toreros, contó a Santiago Córdoba, en entrevista publicada en el mismo semanario El Ruedo del 27 de septiembre de 1956, lo siguiente:

- ¿Qué torero le encargó más trajes?

- Luis Freg.

- ¿Cuántos vestidos le encarga una figura para la temporada?

- Yo he llegado a hacer hasta doce.

- ¿A quién?

- A Rodolfo Gaona y Pepe Ortiz. Manolete, los Bienvenidas, Aparicio, Girón, Antoñete y otros muchos también han tenido siempre buen ropero…

La Medalla del Trabajo

Cuando la fiesta de los toros no era considerada políticamente incorrecta, las autoridades y el Estado se preocupaban por fomentarla y por reconocer a sus actores. Así, en el Boletín Oficial del Estado del 20 de enero de 1965, se publicó la orden de fecha 17 de julio de 1964, mediante la cual se concede a doña Enriqueta Marcén Vililla la Medalla del Trabajo en categoría de bronce. Dicha orden entre otras cosas expone:

Resultando que el excelentísimo señor Presidente de la Diputación Provincial de Madrid, así como otras autoridades, jerarquías y personalidades de relieve en la vida social han solicitado de este Ministerio la concesión de la citada recompensa a favor de la señora Marcén Vililla, en atención a la intensa labor desarrollada desde el año 1888, en la que viene dedicándose diariamente con gran celo y eficacia a las actividades de bordadora, habiendo creado con su esfuerzo y trabajo un taller especializado en la confección de trajes de torero, siendo un ejemplo de laboriosidad y dedicación absoluta a su oficio, en el que ha ejercido además una verdadera función de Maestra, enseñando a un gran número de Aprendizas y Oficiales...

Así, se reconocía en ese momento toda una vida dedicada a trabajar a favor de la fiesta de los toros y de los actores de la misma, aunque fuera casi al final de su carrera.

El ocaso de una artista

En la entrevista que firmó J.S. y a la que he aludido antes, las hijas de doña EnriquetaMaría Luisa, Araceli y Pilar, cuentan:

- ¿Cuándo dio su última puntada doña Enriqueta?

- Hasta hace muy poco ha estado en la brecha. Los años se lo prohibieron hace un par de meses...

Sonríe doña Enriqueta, la “maestrita”, como los toreros la llaman, y señala:

- Ellas lo hacen tan bien o mejor que yo.

- También son maestras…

En el número de El Ruedo de el 12 de abril de 1966 se daba cuenta del fallecimiento de doña Enriqueta. No se indica la fecha de su deceso, pero se hace en estos términos:

Ha muerto doña Enriqueta Marcén, La Maestra, por cuyo nombre era conocida en el amplio mundillo de los toros, Contaba noventa años de edad... Hace muy poco tiempo, en su última entrevista periodística que se le hiciera en vida, nos decía para los lectores de El Ruedo:

- Mi vida ha transcurrido puntada tras puntada. Sólo he hecho eso: bordar, bordar un día tras otro, sin pausa, con cariño grande. Yo pongo más atención y cuidado en el bordado que para los toreros realizo que en los trabajos propios, particulares. Y es que siento un gran cariño por los hombres que se juegan la vida frente a los toros, sean o no famosos. Para mí todos son iguales...

Se fue una grande. Una mujer que dejó escuela. Quedaron otros talleres y otros nombres, Ripollés, la Maestra Nati, Fermín, Manfredi… Pero siempre habrá un sitio especial para doña Enriqueta Marcén, la primera que fue llamada La Maestra.

domingo, 6 de diciembre de 2020

En el centenario de Carlos Arruza (XVI)

1º de diciembre de 1940: Carlos Arruza recibe la alternativa

La temporada 1939 – 1940 había terminado con los estamentos de la fiesta en México divididos. Fue la del Pacto de San Martín Texmelucan y se dio en dos partes. Eso motivó al General Maximino Ávila Camacho, titular de la mayoría accionaria de la sociedad propietaria de la plaza El Toreo a designar como nuevo gestor del coso a Anacarsis Carcho Peralta, quien a su vez nombró como Gerente al doctor Alfonso Gaona, cuya aptitud para la actividad se vio pronto, pues le fue posible conciliar los intereses encontrados de los dos bandos enfrentados por los hechos de Texmelucan y para demostrarlo, confeccionó para su primera tarde, la del 1º de diciembre de ese año, la alternativa de Carlos Arruza, otorgada por Armillita y con el testimonio del queretano Paco Gorráez, enfrentando la terna toros de Piedras Negras. El cartel tenía su simbolismo, pues combinaba elementos de los dos grupos en pugna apenas una temporada antes.

La reflexión de Arruza sobre el momento de la alternativa

Carlos Arruza contó a Barnaby Conrad, en su libro autobiográfico My Life as a Matador lo que pensó cuando le fue ofrecida la alternativa después de terminada la temporada de novilladas de 1940, misma en la que, junto con Andrés Blando, se alzó como triunfador y conforme a la costumbre de la época, ganador del derecho a ser doctorado en la temporada de corridas siguiente:

Durante casi siete años soñé con la alternativa, después de haber pasado con un largo aprendizaje como novillero para ganar el derecho de usar el título de “Matador de Toros” e ingresar al grupo de aquellos más o menos cuarenta toreros del mundo que toreaban en las principales plazas del mundo con los mejores toros. Pero por alguna razón había sido desdeñado por las empresas durante los dos años anteriores y de repente recibí una llamada del doctor Gaona, el nuevo empresario de la plaza de la Ciudad de México, preguntando si estaría dispuesto a recibir la alternativa la semana siguiente. Enmudecí…

La oferta del doctor Gaona era, como indiqué antes, lidiar una corrida de Piedras Negras y ser apadrinado por Fermín Espinosa Armillita y con el testimonio de Paco Gorráez. Cuenta Arruza a Conrad que tanto él, como su entonces apoderado Benjamín Villanueva aceptaron de buen grado la oferta y se pusieron a prepararse para la gran ocasión.

El día de la alternativa de Arruza

En México, el 1º de diciembre de cada seis años es la fecha en la que se hace el cambio del Presidente de la República. Muchas actividades se suspenden y en la Ciudad de México, hasta hace no muchos años, era realmente un día de fiesta, con cierre de calles, desviación de tráfico y problemas para lo que hoy se llama movilidad de las personas. Arruza así contó a Alberto A. Bitar los problemas que tuvo para llegar a la plaza ese día:

Carlos, para calmar los nervios de recibirse como matador de toros, se fue a Cuernavaca en compañía de su hermano Manolo, los cuales no lo abandonaron durante toda la semana, así que el domingo, se levantó con el alba y a las 9 de la mañana salieron rumbo a la capital, pero sucedió que en esa misma fecha tomaba la alternativa como Presidente de la República el general Manuel Ávila Camacho y todos los accesos a la capital estaban cerrados y si los dejaron pasar fue gracias a súplicas, ruegos y un titipuchal de explicaciones, que si no…

Sus sentimientos ya en la plaza, se los contó así a Barnaby Conrad:

El gran Paco Gorráez, quien atestiguaría la ceremonia, llegó a la plaza y después Armillita y todo parecía increíble. Ya estaba totalmente nervioso. ¿Qué era yo, el hermano pequeño de Manolo Ruiz Camino al lado de esos inmortales de los ruedos? Debería estar al lado de mi madre atendiendo en su negocio. Cuando sonó el clarín pensé: “Dios mío, no estoy listo para esto, dame un año más… Pero me dije, ¿tanto luchar para llegar hasta aquí y lo vas a tirar por un ataque de nervios?

La alternativa

El primer toro de la corrida se llamó Oncito, número once, Arruza lo describe como negro, largo y bien armado. El propio torero describe su actuación ante el toro de la siguiente manera:

…Al inicio de la lidia, estuve afectado por el nerviosismo de la ocasión y no pude ponerme quieto. Ya en quites pude obtener algunos aplausos y decidí no poner banderillas. Vino la ceremonia, el momento solemne en el cual Armillita vino hacia mí y me entregó la muleta y la espada. Ya estaba tranquilo y dispuesto a hacer una gran faena con la muleta.

Armillita me dijo: “Buena suerte muchacho. Ya eres matador de toros, con el talento que tienes, el cielo es tu límite”. Después me hizo una advertencia que me puso los pies en el suelo. Volteó a ver al toro que estaba al otro lado del ruedo y me dijo: “Ten cuidado con el pitón derecho, puede causarte muchos problemas…

Esas últimas palabras, dichas con honestidad y con la finalidad de evitarme un percance, fueron para mí como un balde de agua fría. Viniendo del Maestro de Maestros hacia el neófito que ni siquiera se había percatado de ello, me descompuso totalmente. Así que, en lugar de salir alegremente a jugarme la vida, salí a defenderme del toro, de ese pitón derecho que Armillita me advirtió que era peligroso. Y en los hechos resultó que el Maestro tenía razón. Y a la hora de matar, ese pitón derecho se hundió en mi cuerpo, pensaría yo, casi a propósito, para no dejar como un mentiroso a Armillita… Así arruinó ese toro la tarde de mi alternativa…

La cornada de Oncito fue el bautizo de sangre de Carlos Arruza, pues salvo un puntazo sufrido en Lisboa y algunas volteretas sin consecuencias graves, nunca había sido cornado por un toro. Sin embargo, así herido, dio la vuelta al ruedo tras su labor recogiendo grandes ovaciones.

La reaparición

Volvería a El Toreo el domingo 5 de enero de 1941, a la corrida extraordinaria en Homenaje y Beneficio de los deudos de Alberto Balderas, en la que se lidiaron seis toros de La Laguna y uno de San Diego de los Padres para rejones y que lidiaron Fermín Espinosa Armillita, Jesús Solórzano, José González Carnicerito, Silverio Pérez, Carlos Arruza y Andrés Blando a pie, y a caballo, Conchita Cintrón. Esa tarde Armillita cortó el rabo a Ceniciento de La Laguna.

Tras de ese festejo benéfico, el doctor Gaona no volvió a poner a Arruza en esa temporada y tampoco le consideró en el inicio de la siguiente, pero no faltaba mucho tiempo para que el torero se convirtiera en un ingrediente indispensable e indiscutible en la confección de las temporadas de toros en ambos lados del Atlántico. 

Sin embargo, ese domingo de hace 80 años, era apenas el primer paso de una carrera histórica.

domingo, 29 de marzo de 2020

En el centenario de Carlos Arruza (IV)

1º de abril de 1951. Carlos Arruza torea tres corridas en un día

Que un torero logre torear tres corridas en un día es un hito importante. Aparte del azar que conlleva el mantener la integridad corporal para completar los compromisos pactados, se debe sumar la dificultad de trasladarse de un sitio a otro y todo lo que implica lo que hoy se llama la logística que conlleva la organización de los festejos.

La Historia del Toreo registra como el primer caso de esta naturaleza, quizás, el que llevó a cabo Guerrita el 19 de mayo de 1895. Ese día comenzó su periplo a las 7 de la mañana en la Isla de San Fernando, para lidiar 6 toros de la Marquesa Viuda del Saltillo mano a mano con Pepete. La segunda corrida se verificó a las 11:30 horas del día, en Jerez de la Frontera, alternando con el valenciano Fabrilo, en la lidia de 6 toros de José Ma. de la Cámara y terminó a las 17:30 horas en Sevilla, donde su alternante fue Antonio Fuentes, y los toros fueron de Joaquín Murube.

A propósito de la última corrida, Carlos Valverde Castilla, en la revista Arte Fotográfico, relata lo siguiente:
No es de extrañar que el Guerra realizara por entonces una hazaña que ni tenía precedente ni ha vuelto a repetirse: torear tres corridas mano a mano el mismo día y en distintos puntos. Por la mañana, en San Fernando; a mediodía, en Jerez, y por la tarde, en Sevilla. Era el 19 de mayo de 1895. (...). Para su hazaña contó, naturalmente, con un tren especial y con tres cuadrillas distintas; los compañeros fueron también distintos. Sólo él fue el mismo, y ni siquiera se cambió de “vestío”. Por cierto, que cuando asomó al portón de cuadrillas de la Maestranza, levantado desde el amanecer, con dos corridas despachadas y tras varias horas de tren, le preguntó Antonio Fuentes,  que  compartía el cartel:
— Rafael,  ¿vendrá  osté  cansao?
— Cansaíllo vengo...
—Pues hoy, que le  cojo cansando,  le voy a dar p’al pelo.
Saltó Guerrita:
— ¡Hoy me vas a...!
Y como si empezara entonces, banderilleó a sus tres toros y los mató superiormente.
Guerrita mató ese día nueve toros y realizó sus traslados en un tren especial destinado al efecto.

La réplica de Arruza

Carlos Arruza y Manolo Dos Santos, ambos apoderados por don Andrés Gago, anunciaron que intentarían replicar la hazaña de Guerrita a poco de cumplirse 56 años de la hazaña de éste último. Para el efecto manifestaron que las corridas se realizarían en las ciudades de Morelia, México y Acapulco y que en los tres carteles actuarían mano a mano y que en principio cada uno de ellos mataría nueve toros en la jornada.

Conforme fueron avanzando las fechas, se anunció que la corrida de Morelia sería matinal, a las once de la mañana, lidiándose toros de la ganadería debutante de El Olivar, sangre pura de Zacatepec; que la de la Plaza México se daría a las cuatro de la tarde y los toros serían de la ganadería de Armillita Hermanos, también debutante y la de Acapulco a las nueve y media de la noche, con toros de Zacatepec.

En Morelia

La corrida en Morelia tuvo el siguiente desarrollo, según el corresponsal de La Lidia de México:
Con toros de Zacatepec se verificó el primer mano a mano del día, de los diestros Carlos Arruza y Manolo dos Santos. La entrada no fue la que se esperaba. El primer toro, muy bravo, se rompió una pata quedando inutilizado para la lidia. Los demás, cumplieron en términos generales.
Arruza fue de menos a más. Con su primero cumplió, con su segundo estuvo bien y con su tercero, extraordinario, toreándolo maravillosamente en los tres tercios. Al matar de certera estocada se le dieron las dos orejas y el rabo y dio vueltas al ruedo entre ovaciones y música.
Manolo dos Santos instrumentó naturales muy templados a su primero, lo pasaportó de una honda y se ganó una oreja, en su segundo se limitó a cumplir, pues no se acomodó con el estilo del cornúpeta. Con el que cerró plaza estuvo muy artista, habiendo petición de oreja. La autoridad no le entregó el galardón porque pinchó.
Al final Carlos Arruza salvó in – extremis el festejo, que, quizás por la hora en la que se celebró, no tuvo la entrada esperada.

En la Plaza México

La corrida llamémosle estelar de la terna, fue accidentada casi desde abrirse la puerta de cuadrillas. Paquiro, redactor de la crónica aparecida en el ejemplar de La Lidia de México aparecido el 6 de abril de 1951, relata lo siguiente:
…no vaya a creerse que la totalidad de la afición aspiraba a que sobre el ruedo no se viese nada que valiera la pena; no, particularmente un grupo escondido en los tendidos de sol se preocupó por hacer fracasar a los diestros alternantes, y los gritos y denuestos que emanaron de tales tipejos cumplieron con su cometido pues crearon una “psicosis” entre las mayorías y consiguieron que los alternantes, a ratos, desesperaran… No puede pasarse por alto la actuación de la porra de marras. Indudablemente que esos criminales con toda anticipación percibieron un sueldo por sus gritos, y al exclamarlos en la plaza, a la hora de la corrida, no hicieron sino cumplir con una obligación contraída con anterioridad. Quiere decir que hubo premeditación… Esta es la verdad: se pagó por ir a pitar, salieran las cosas bien o mal. Y mucho hicieron los diestros con que no estallara la bronca premeditada…
Sugiere el cronista de La Lidia de México que hubo la decisión de reventar el acontecimiento. Por su parte Carlos León, cronista del desaparecido diario Novedades, con su estilo mordaz, refiere lo siguiente:
Por otra parte, despacharse tres encierros en el curso de un día, le daba a la profesión taurina un sentido de oficio desempeñado a destajo, en vez de ser una actividad artística, cuyo único móvil debe ser el sentimiento y cuya única fuerza motriz ha de ser la inspiración. Lo de ayer, en cambio, no parecía ser movido por lo imprevisto. En todo se adivinaba el cálculo, la precisión de un horario sabiamente concebido de antemano, pues la exactitud de los aviones tenía tanta importancia para el desarrollo de la gira, donde aquella tribu de lidiadores y testigos trashumantes parecían ser una de esas excursiones de “todo pagado” de la Wagon Lits Cook, donde el viajero debe supeditarse al plan trazado, sin dejársele nada para su propia iniciativa. Y así salió la cosa: con prisas, con desgano, frente a un lote nada fácil de la ganadería de Chichimeco…
Ve el puntilloso y atildado don Carlos en la efeméride, mucha planeación y poca entrega, pero apunta una cuestión que es de capital importancia, el juego de los toros. Y dice de la corrida:
Un encierro duro, sin duda, pero con el cual se evidencia que hasta los mandones de la fiesta necesitan del toro de carretilla para realizar los trasteos memorables, aunque esto sea decepcionante reconocerlo… Tampoco como ganadero triunfaría “Armillita”, pero de todas maneras la tarde fue suya, pues los broncos pupilos pudieron más que los encargados de pasaportarlos. Y tal vez se acordaría de las veces en que él, lidiador todopoderoso, cuajó trasteos memorables a bueyes de carreta…
Por su parte Paquiro, en La Lidia de México afirmaría:
La ganadería Armilla Hermanos – ya queda dicho – debutó con un encierro encastado, con mucho poder, bravura y fuerza. Espectaculares para los montados y difíciles para los de a pie. Todos los toros tuvieron hermosa lámina – ¡seis cromos! – y fueron cómodos de defensas. La escrupulosidad de los ganaderos estaba demostrada… Ahora que nadie, ni los criadores, podía prever que los morlacos iban a resultar de “prueba”, ¡Pruebas para toreros buenos...!
En fin, que una corrida de lidia difícil, se uniría a la animadversión del público en la plaza.

En Acapulco

De nuevo recurro al corresponsal de La Lidia de México, quien manifestó lo siguiente:
A las nueve y cuarto de la noche se inició ayer el tercer mano a mano que sostuvieron los colosos Arruza y dos Santos. Se lidiaron toros del Olivar, en total ocho, cuatro para cada matador, que dieron un juego incierto.
Arruza se limitó a cumplir con el primero, el tercero y el quinto. Pero con el séptimo se soltó el pelo veroniqueándolo muy bien y ejecutándole una gran faena de muleta. Se le ovacionaron sus derechazos, naturales, lasernistas, arrucinas y demás desplantes de dominio. Metió el estoque hasta la empuñadura y se le entregaron las dos orejas y el rabo de su astado rival.
Manolo dos Santos empezó a tambor batiente desorejando a su primero, al que toreó de muleta con una claridad exquisita. Sus naturales ahí quedaron. Mató pronto y cortó una oreja. Al cuarto lo lidió con voluntad, pero con el sexto volvió a surgir la calidad del lusitano y los pases naturales enloquecieron al público. Cobra buena estocada y cortó otra oreja. Y al octavo le hubiese cortado el apéndice auricular si es que no hubiera pinchado. Volvió a torear estupendamente.
Y así fue como estos dos diestros superaron lo hecho por el legendario Rafael Guerra. ¡Cada uno lidió y pasaportó a diez toros en un solo día…! Para la historia.
Así culminaron su hazaña Carlos Arruza y Manolo Dos Santos. Con los toros regalados en Acapulco, terminaron mataron diez toros cada uno esa fecha. El encierro anunciado para Morelia terminó lidiándose en Acapulco y el de Zacatepec se lidió en Morelia. Sus desplazamientos los hicieron por vía aérea y no tengo constancia de que hayan usado el mismo vestido en los tres festejos, pero seguramente cambiaron de ropa de torear en cada uno.

En números, Carlos Arruza cerró la jornada con cuatro orejas y dos rabos y Manolo Dos Santos con tres orejas.

Un dato curioso es que el programa oficial de la Plaza México señalaba que el acontecimiento conmemoraba los 25 años de la hazaña de Guerrita… Seguramente al publicista del doctor Gaona le fallaron las cuentas.

A posteriori

Después de esas tres corridas, en México se verificaron algunos otros acontecimientos de esa especie, entre los que se recuerdan estos:

De matadores de toros: 1º de enero de 1972: Francisco Rivera Paquirri toreó 3 corridas de toros en Querétaro, Guadalajara y San Luis Potosí; 2 de octubre de 1977: Eloy Cavazos toreó 4 corridas de toros en San Luis de la Paz, Dolores Hidalgo, San Miguel de Allende y Celaya; 21 de abril de 1984: Miguel Espinosa Armillita toreó 3 corridas de toros en San Juan del Río, San Luis Potosí y Zacatecas.

De novilleros: 31 de octubre de 1965: Efrén Adame, Antonio Canales y Felipe Zambrano (Rej.) torearon 3 novilladas en Nuevo Laredo, Reynosa y Saltillo; 21 de julio de 1974: Curro Plaza toreó 3 novilladas en Jesús María, Silao y León; 11 de diciembre de 1982: Valente Arellano toreó 3 novilladas en Apan, Pachuca y Tulpetlac; 20 de noviembre de 1997: Julián López El Juli toreó 3 novilladas en Toluca, Texcoco y Cuautla.

Queriendo concluir

Esta es algo de la historia de una fecha que por sí sola pasa a la Historia del Toreo. Como vemos, su resultado artístico no es uno de esos que llamen mucho la atención, pero el mero hecho de lograr torear tres corridas de toros en un día en plazas que en su momento eran todas de primera categoría, tiene un mérito que no admite discusión.

domingo, 15 de diciembre de 2019

Armillita y Nacarillo de Piedras Negras

Fermín Espinosa Armillita
La temporada 1946 – 47 en la Plaza México iba a ser la última en algún tiempo que vería el concurso de diestros hispanos y por razones de sobra conocidas, la final en la que actuaría Manolete en la capital mexicana. La tarde que me ocupa en este momento era la sexta que cumplía en el gran coso y le quedaban ya nada más en su historia las del 12 y 19 de enero de 1947 y la del 2 de febrero de ese mismo año, completando así las nueve tardes que en las que en su historia llenó ese escenario.

Ya estaba en vigencia el decreto que, publicado en el Diario Oficial de la Federación del jueves 18 de abril de ese 1946, limitaba por decisión del Presidente Manuel Ávila Camacho, la celebración de festejos taurinos en la Ciudad de México a dos por semana, por, dice la disposición: ...la frecuencia con que se han venido celebrando corridas de toros ha causado perjuicio en la economía de numerosas familias... debe considerarse cualquier contingencia futura, procurando moderación en los gastos, tanto colectivos como en los individuales... procurando que no se agrave la situación actual con gastos excesivos...

Así pues, apenas el miércoles anterior se había celebrado una corrida en la que alternaron el mismo Manolete, Lorenzo Garza y Leopoldo Ramos Ahijado del Matadero, quienes enfrentaron una corrida de Pastejé. Una corrida que pasó a la historia por las faenas de Garza a Amapolo y Buen Mozo y la de Manolete a Manzanito y el gran juego que dieron los toros de don Eduardo N. Iturbide.

La tarde del 15 de diciembre

Para el domingo siguiente se anunció un encierro de Piedras Negras, para Fermín Espinosa Armillita, Manolete y Alfonso Ramírez Calesero. El encierro de Tlaxcala sería el único de ese hierro que el Monstruo lidiaría entre los 38 festejos en los que actuó entre nosotros y al decir de las crónicas que tuve a la vista, esos toros lo trajeron aperreado, tanto, que el primero de su lote Tilichis, le echó mano y se pensó que había sufrido un serio percance, pero no pasó del susto. Las mismas crónicas resaltan el contraste de su actuar este día con el del anterior miércoles.

Calesero lució en sus toros con el capote y en los quites en los que tuvo oportunidad de intervenir, pero no tuvo mayor trascendencia el conjunto de su labor esa tarde.

Armillita y Nacarillo

La cima de la tarde se produjo en el cuarto toro de la tarde. Nombrado Nacarillo por su criador, desde la salida se mostró como un toro propio para la tauromaquia que siempre desplegó Fermín Espinosa. Contaba don Arturo Muñoz La Chicha, quien esa tarde salió en la cuadrilla de Calesero, que al iniciar Armillita la faena con la diestra, desde los tendidos la concurrencia le pedía que toreara como Manolete. Seguía contando don Arturo que en un momento determinado el Maestro se echó la muleta a la zurda y acabó con el cuadro.

Pero antes de la faena había otros intríngulis que desahogar. Don Luis de la Torre El – Hombre – Que – No – Cree – En – Nada, armillista de pro, encuentra algún sentido doble al brindis que de Nacarillo hizo Armillita a don Eduardo N. Iturbide y lo detalla así en la reflexión que hace en el número de La Lidia de México publicado el 27 de diciembre de 1946:
Sin intención premeditada, seguramente, el brindis fue dedicado a don Eduardo Iturbide, quien acababa de mandar a nuestro coso máximo una bravísima corrida, factor importantísimo en el triunfo alcanzado por dos colosos de la mano izquierda, pero tal parece que la proeza dedicada a tan escrupuloso ganadero vino a decirle: “Mire, don Eduardo, toros como los de usted son envidiados para la realización de estas hazañas, pero existe un torero que si bien los quisiera para sus triunfos, no le son indispensables, también de los mansos sabe sacar partido insospechado, y aquí estoy yo para probarlo ante miles de espectadores en cuyas retinas quedará grabada de manera imperecedera…”
Ya respecto de la faena, escribió en su día, en las páginas de El Universal del día siguiente del festejo, don Carlos Septién García El Tío Carlos, lo que sigue:
Estamos ante la faena perfecta. 
Y no nos atrevemos a tocarla. Sería un desacato rozar siquiera el contorno venerable de sus mármoles. Sería una mancha el querer reducir a yerta medida la armonía de su arquitectura serena y triunfal. Y sería un atentado el querer desmontar el ensamble prodigioso de sus partes para someterlas a un estudio prosaico y vulgar… 
Y mirémosla en toda la fuerza de su genuino valer. Veámosla hecha de los más puros y firmes elementos que la tauromaquia ha creado en siglos de lucha, de dolor y de triunfo con los toros bravos; admirémosla como expresión sólida, cabal, perfecta, de la más rancia y limpia doctrina torera: esa que formaran y probaran en mil tardes de sol y de hachazos los Paquiros y los Guerras; esa que sellaran con su sangre los Tatos y los Esparteros; esa que mantuvo en lucha de decenios a los Frascuelos y los Lagartijos. Esa que – en fin – hace hoy Fermín Espinosa, como entonces de aquellos definidores de la tauromaquia, el torero en que se depositan la mayor ciencia y la más ilustre escuela. 
Y gustémosla también en su profunda y exquisita suavidad. Saboreémosla en esa delicadeza, en ese tacto, en esa gentileza con que arropó al endeble torillo de Piedras Negras que – nacido para seis naturales y una estocada –, tomó dócilmente, transformado como una obra de cera calentada a fuego, el milagro eslabonado de esos veintiún naturales inmortales. Gocemos de ese temple cuidadoso y magistral, exigente y esmerado, con que el torero fue educando al toro, mostrándole el camino del pase natural, enseñándolo a embestir y a tomar con afán encendido la roja muleta, a repetir sobre ella el empuje, a graduar su marcha y su arrojo… 
¡Torero, Torero, Torero!... 
Torero, sí. Torero inmortal este Fermín de Saltillo con el que México se incrusta triunfalmente en la historia del toreo universal…
El Tío Carlos hace un análisis en el que, deja claro que el torero se impuso a lo que él consideró que eran unas malas condiciones del toro y como se expone en las relaciones taurinas de hogaño se inventó una faena donde no la había.

Por su parte, Carlos León, en el Novedades, también del 16 de diciembre de 1946, todavía no dado a las estridencias que le dieron fama, en lo medular, razona así:
…Citando desde lejos, con la muleta pendiente de la zurda, el maestro provocó la embestida para el primer natural. Arrancó la res sobre el trapo y Fermín dejó que los pitones se estrellaran contra ella, para ahí prender las astas y conducirlas atadas a su franela en una tanda prodigiosa de naturales, sin permitir que el toro, ya domesticado por el poderío de Fermín, se huyera de la muleta. 
Y la misma milagrosa escena se repitió varias veces. El torero se recreaba en la ejecución del muletazo más bello de la lidia, toreando cada vez más lento, más auténtico. La arena se convirtió en bazar de toda clase de prendas de vestir, mientras de arriba bajaba un torrente de aplausos, formando una de las ovaciones más merecidas que se hayan dado en la plaza de la Ciudad de los Deportes. Después de aquella inacabable teoría de naturales, salpicados aquí y allá por la pinturería del afarolado o el derechazo de respiro, Fermín logró una estocada desprendida, que bastó para que “Nacarillo” rodara a los pies del extraordinario lidiador. 
Veintisiete naturales en varias series habían compuesto la parte básica e inolvidable de la maravillosa faena. Y para ellos fueron la oreja y el rabo, tres vueltas al ruedo, salida a los medios y la admiración incondicional para este legítimo “Monstruo” nuestro, que cada vez que se lo propone viene a borrar fábulas y leyendas cordobesas…
Una tercera apreciación, algo más lejana en el tiempo es la de El – Hombre – Que – No – Cree – En – Nada, aparecida en el ejemplar de La Lidia de México ya mencionado y que es del siguiente tenor:
...Grandes faenas se recuerdan realizadas por el torero de Saltillo, suficientes para criarle el título de “maestro de maestros”. De entre todas ellas, podemos destacar algunas cuyo asiento estuvo en plazas españolas, y para nosotros son inolvidables la de “Tapabocas” de Coquilla, “Hurón” de Pérez Tabernero, “Pichirrichi” de Coaxamalucan, “Chocolate” de Torrecillas, “Clarinero” de Pastejé, “Pituso” de La Punta y otros más que harían interminable la lista, pero para todas ellas contó con el elemento toro, de más o menos bravura, poderío y buenas cualidades, no así en el caso presente en que solo la ciencia, el poder y la maestría lograron hacer de “Nacarillo” de Piedras Negras, corrido en cuarto lugar, la memorable tarde del 15 de diciembre de 1946, en la monumental plaza “México”, un toro para escribir con él la página más saliente, no del historial de un torero, sino de toda una historia taurina. ¿A qué decir más? Muy cerca de cincuenta mil espectadores fueron testigos presenciales del maravilloso hecho, y puede asegurarse que no habrá uno capaz de desmentir la maravilla de tan milagrosa hazaña... 
Decir veintisiete naturales a un toro bravo, es muy sencillo, se dice muy pronto, más tiene sus bemoles. Sacar de un manso semejante proeza, parece impracticable. Pues sin embargo, ha habido un “Armillita”, que haciendo alarde de la más amplia sabiduría, ha realizado el milagro empleando procedimientos considerados como de ínfima especulación, creyéndose que el cite desde lejos no admite ajustamiento. ¡Qué disparate! Así es precisamente como se expone de verdad puesto que el toro empuja fuerte y llega a la reunión precisa para que el lidiador le marque la salida con el simple movimiento de la muñeca, salvando el derrote en el momento de mayor peligro. Pero si esto no bastara, vimos al coloso de Saltillo citar en varias formas ahora muy estimadas, no con el afán de imitación, sino con el propósito de demostrar su capacidad dentro de todos los estilos. Y hay algo más: el citar de largo demostró a los más ciegos suponer para hacer embestir, a esa distancia, a un toro soso y aplomado en demasía, con la magia de su saber, haciéndolo todo, sacando bravura de donde no la había...
Aquí se abre el espacio para una discusión numérica y por ende, bizantina. Carlos León y don Luis de la Torre cifran el número de naturales de Armillita a Nacarillo en veintisiete. Carlos Septién habla solamente de veintiuno. Don Arturo Muñoz, que afirmaba haber visto más cerca que ninguno de esos escribidores la faena – y decía verdad, pues ocupaba su puesto en el callejón con la cuadrilla de Calesero – siempre sostuvo que eran también veintiuno.

Al final de cuentas la cantidad no importa. Lo que ha trascendido es la calidad de esos naturales y el hecho de que se le ligaron a un toro que en principio no parecía apto para ello.

Cierro esto con una reflexión que hace un cronista anónimo en el diario El Siglo de Torreón el 16 de diciembre de 1946, donde establece, creo, la justa medida de lo que hoy intento recordar:
Maravilloso tiene que ser un torero como ‘Armillita’ al borde de la despedida, con el nombre hecho y hondo surco en la historia de la fiesta brava; todavía pelea y se la juega para dar una exhibición de poderío y arte... México hablará muchos años de esa faena izquierdista de ‘Armillita’, porque fue una faena de escándalo...
Y efectivamente, a más de siete décadas de distancia, seguimos hablando de Armillita y Nacarillo

Edito (16/XII/2019): El amigo Octavio Lara Chávez me hace llegar la versión de don Alfonso de Icaza Ojo, aparecida en el semanario El Redondel del día de la corrida. Ojo transmitía por teléfono a su redacción, toro a toro su crónica, para que el periódico estuviera listo al final de la corrida. De allí que tuviera algunos dislates como en el caso que nos ocupa, se tuviera como nombre del toro el de Mascarillo. La relación de mérito es esta:
Cuarto toro. - "Mascarillo", cárdeno también, pequeñito, pero bien armado. 
Armillita lancea sin estrecharse, ante la indiferencia completa del concurso. 
Una buena vara de Carmona y paren ustedes de contar, ni el otro piquero hizo cosa de provecho, ni los matadores trataron siquiera, de sacarnos del terrible aburrimiento que nos invade. 
El bichejo, después de la última vara doble, quedó hecho una piltrafa. 
Zenaido Espinosa clava un par en la arena. 
Fermín Espinosa brinda a don Eduardo Iturbide, que es ovacionado, y dase a muletear a "Mascarillo", mucho mejor de lo que éste merecía. La faena va en crescendo poco a poco, y Fermín Espinosa agigantándose hasta tocar las nubes. 
¡Qué manera de torear, señores! 
Con la derecha corre la mano primorosamente y aguanta con auténtica hombría, con la izquierda... ¡Dos docenas de pases naturales! 
¡Y qué pases! Ni Armillita, ni nadie, había toreado así a un toro que no podía preverse que pudiese torearse así. 
¡Como que Armillita lo hizo! 
Estamos viendo la mejor faena de la temporada. Vuando el maestro de Saltillo, ahora sí maestro, torero grande, atiza una estocada casi entera, algo desprendida, cuarenta mil pañuelos piden para el maestro de maestros, la oreja, el rabo, el toro entero. 
Se conceden los máximos galardones y Armillita da incontables vueltas al ruedo, devolviendo sombreros y prendas de vestir. 
Insistimos lo que Armillita hizo hoy no lo había hecho antes ni él ni nadie. ¡Torerazo!...
Aviso parroquial: Los resaltados en los textos transcritos son imputables exclusivamente a este amanuense, pues no obran así en sus respectivos originales.

domingo, 26 de abril de 2015

En el centenario de Silverio Pérez (IV)

25 de abril de 1944: Reaparece Silverio en Aguascalientes tras la cornada de Zapatero de La Punta

El 13 de febrero de 1944 Silverio Pérez recibió en El Toreo de la Condesa la que quizás fue la cornada más grave de toda su trayectoria en los ruedos. Se la infirió el toro Zapatero de La Punta, en un festejo en el que alternaba con Luis Castro El Soldado y Carlos Arruza. El parte facultativo rendido por los médicos Javier Ibarra y José Rojo de la Vega fue en el siguiente sentido:
Herida por asta de toro en la región inguino frontal derecha, con exteriorización de testículo, presentando tres trayectorias: Una hacia arriba que llega hasta la fosa iliaca externa interesando la piel, tejido celular subcutáneo, aponeurosis, desgarrando los músculos y el tejido celular subperitoneal. La segunda hacia afuera, que llega a la cara externa del muslo y la tercera, que llega al tercio medio del muslo interesando tejido celular subcutáneo y aponeurosis y fibras musculares con 22 cts. de extensión. De no presentarse complicaciones, tardará en sanar 45 días.
La reaparición del Faraón se preparó para el día de San Marcos de ese 1944. Sería actuando en el coso de nuestra calle de la Democracia, alternando mano a mano con Armillita, en la lidia de seis toros de Torrecilla. La crónica de don Jesús Gómez Medina, en esos días corresponsal del semanario La Lidia de México, relata lo siguiente acerca de ese festejo, crónica que transcribo en su integridad por el valor histórico que representa:
Armillita orejeado en la Feria de San Marcos 
Aguascalientes, 25 de abril. – La lidia completa del estupendo ejemplar de Torrecilla, salido en quinto lugar durante la tradicional corrida de hoy, hecho por el maestro “Armillita”, constituyó la nota más brillante de la Feria de San Marcos. Por su parte, el “Faraón de Texcoco”, Silverio Pérez, ligó al cuarto toro una serie de muletazos como los que le han valido llamarse el torero del drama y de la emoción por excelencia. 
La entrada superó a la del día 23, siendo la primera ovación para el “Meco” Juan Silveti, que con su mechón y su puro llegó al tendido de sol a sentarse entre los “cuates”. 
Los toros de don Julián Llaguno, propietario de la afamada ganadería de Torrecilla, formaron un encierro desigual en su tamaño y en sus condiciones para la lidia. El primero y el sexto fueron muy chicos y débiles de los remos. Por lo contrario, el tercero, el cuarto y el quinto lucieron magnífica estampa, especialmente el cuarto, un cárdeno precioso. En cuanto a bravura, los mejores fueron el mismo cuarto toro, y el magnífico burel, dechado de nobleza y alegría, con el que triunfó “Armillita”.  
Éste, en su primero, tiró únicamente a abreviar, en vista de la pequeñez de su enemigo. El segundo toro nos dio oportunidad de ovacionar un quitazo por ceñidísimas chicuelinas, realizado por Silverio. Después, el toro vino a menos y no hubo la faena que esperábamos. 
El tercero era un bicho con fuerza, que peleó duramente con los caballos y sabía usar de los pitones. “Armillita” lo dominó prono y bien, pero sin mayor relieve. Y fue Silverio el primero en conmover a la multitud cuando muleta en mano llegó al cárdeno que ocupó el cuarto lugar para hacerse de él con esos doblones a los que imprime un sello y un sabor tan especiales, y después estirarse en una serie de formidables derechazos, brutalmente ceñidos y maravillosos de temple y de mando. Se adornó con trincherazos y pase lasernistas; y de nuevo puso el entusiasmo al rojo vivo con otros derechazos de los suyos, de los cuales hubo uno sencillamente increíble por su ajuste. Entre ovaciones y dianas entró a herir, pinchando antes de conseguir una honda que hizo doblar; pero el puntillero levantó al bicho y obligó al texcocano a intentar el descabello repetidas veces, enfriando con esto el alboroto provocado por la faena. Y todo quedó en la vuelta al ruedo y salida a los medios. Decididamente, el “Faraón” vuelve a la lid sin dolerse a la cornada, tan valiente y tan artista como antes del percance con “Zapatero”. 
El salido en lugar de honor, hizo bueno el famoso axioma taurino, pues resultó de una bravura y nobleza estupendas. Casi sin que lo corrieran, Fermín se le enfrentó para dar dos magníficas verónicas a pies juntos; y después, cargando la suerte, toda una serie de lances al natural, haciendo gala de mando, de arte y de valor. Cuando remató con la media, la plaza entera, puesta de pie, lo aclamaba con entusiasmo.  
Y en los quites, de nuevo se ganó las ovaciones delirantes, que no habían de cesar durante toda la lidia de estupendo burel de Torrecilla, al hacer primeramente el lance su invención que le resultó lucidísimo, y después las orticinas. Él mismo se encargó de cubrir el segundo tercio con gran brillantez, siendo mejores el segundo par, por lo que expuso y el tercero en el que desde el estribo, se fue por las afueras para sesgar magníficamente, dejando el morrillo del bicho perfectamente adornado con los seis palos en todo lo alto. Después de brindar al todo el público, inició su faena con suaves doblones para sujetar; y luego a vaciar sobre el coso el repertorio de las grandes ocasiones, aprovechando la nobleza de su adversario. Punto culminante de su trasteo fue la serie de pases naturales rematados con el de pecho, en los que, sin cambiar de sitio, hizo girar a su alrededor al de Torrecilla en un círculo perfecto, mientras vino toda la gama del toreo de adorno: lasernistas, molinetes de pie y de rodillas, cambios de mano, etc., entre ovaciones y dianas incesantes, y cuando el toro dobló a efectos de una estocada hasta el puño, en la que Fermín hizo el viaje muy por derecho, la plaza entera concedió al triunfador la oreja y el rabo de su enemigo, al que se paseó en torno a la barrera como premio a su bravura y nobleza, en tanto que “Armillita” recibía el homenaje del público en una ovación que parecía interminable. 
En el sexto, otro de los chicos, Silverio trató solo de acabar cuanto antes. 
Bregando se distinguieron Juan y Zenaido, así como el “Güero” Guadalupe, “Limberg” y el viejo “Berrinches”.
Así es como el Monarca del Trincherazo retomó su carrera en los ruedos, para continuar construyendo su historia y su leyenda en ellos.

Los resaltados de la crónica transcrita son imputables exclusivamente a este amanuense, pues no obran así en su respectivo original.

domingo, 1 de marzo de 2015

En el centenario de Silverio Pérez (III)

1º de marzo de 1953: Despedida de los ruedos de Silverio

Un mero hasta luego

Armillita desprendiéndole el añadido a Silverio Pérez
El 16 de marzo de 1947 se produjo un inesperado prolegómeno, cuando al final de la corrida en la que, alternando con Lorenzo Garza, diera cuenta de un encierro de Zotoluca, sin aviso previo, anunciara el Faraón de Texcoco que se iba de los ruedos. No medió explicación alguna, aunque más o menos un mes después, en el número 227 del semanario La Lidia de México, fechado el 11 de abril de ese año, apareció publicada una entrevista concedida a don Carlos Septién García El Tío Carlos, en la que acerca del hecho manifestó el torero lo que sigue:
Yo dije: ¿Para qué seguir si en ello se me va a acabar la vida? Porque esto del toreo es cosa muy dura, usted no se imagina, yo había pasado muchas preocupaciones desde que me anunciaron, no dormía, no estaba a gusto, no estaba tranquilo, ¿para qué seguir así?... Y aquí me tiene cumpliendo lo que dije, con los puercos y desentendiéndome de la aftosa que anda como a cien metros de la granja…
Los argumentos del torero no parecen tener la rotundidad para un adiós definitivo y la historia nos enseña que así fue. En poco más de nueve meses volvía a los ruedos, pues el 21 de diciembre de ese mismo año reaparecía en el recién inaugurado Toreo de Cuatro Caminos, alternando con Lorenzo Garza y el lusitano Diamantino Vizeu para dar cuenta de un encierro de Matancillas, festejo que pasó a la historia únicamente por el hecho de la reaparición de Silverio Pérez, quien todavía pasearía durante otro lustro la magia y la majestad de su toreo.

La despedida definitiva

El adiós de Silverio Pérez tendría lugar en la Plaza México el día 1º de marzo de 1953. Sería en la 18ª y última corrida de la temporada 1952 – 53 y se anunció un encierro tlaxcalteca de La Laguna para el Faraón, Antonio Velázquez y Jorge El Ranchero Aguilar. Al final de cuentas solamente se lidiaron cinco de los toros del encierro originalmente anunciado, porque uno de ellos fue rechazado en el reconocimiento y en quinto sitio se lidió uno de Torrecilla. El lleno estaba asegurado, pues Silverio Pérez era, es y será uno de los toreros más queridos y respetados por la afición mexicana. Sobre su actuación en esta tarde, en crónica de agencia, se escribió lo siguiente:
Con llenazo imponente, se celebró en la Plaza México la corrida de despedida de Silverio, que alternó con Antonio Velázquez y el “Ranchero” Aguilar, con ganado de La Laguna. Deslució la corrida por el intenso viento que estuvo soplando. Silverio en su primero no hizo nada de particular, matando de dos pinchazos y una estocada. Su segundo, fue poco propicio al lucimiento y Silverio nada logró, terminando tras breve faena de aliño con una buena estocada y varios intentos de descabello. En el tercero, el de Texcoco se enfrentó a un toro de Torrecilla que embistió muy bien, cuajando varias verónicas templadas a pies juntos que armaron alboroto, como los picadores le cargaron mucho la mano haciéndole caer por la arena, se provocó la bronca que aumentó cuando Silverio empezó a pasar de muleta, acallando “Las Golondrinas” el ensordecedor griterío. A los pocos minutos cayó otra vez el toro y aumentó la gresca, cayendo cojines al ruedo en medio de cuya lluvia acabó Silverio cuando los subalternos lograron hacer parar al toro. En vista de esos fracasos, Silverio aceptó regalar un toro para que su despedida no fuese tan gris y con éste se decidió a jugarse el pellejo. Dibujó verónicas rematando con una media y al quitar se apretó también con lances naturales. Con la muleta se creció, apuntando trincherazos de su factura, de la firma, derechazos enmedio de aplausos y después logró media estocada, acabando con descabello al primer intento. Se le concedió la oreja y entre el delirio, Armillita le cortó la coleta...
Como se puede extraer de la lectura, Silverio Pérez mató cuatro toros la tarde de su adiós. Cartonero y Bananero fueron los que le correspondieron en el sorteo. Luego, tuvo que pasaportar al quinto, porque Antonio Velázquez fue herido de gravedad en el vientre por el segundo de la tarde, así que enfrentó también a Texcocano de Torrecilla y al írsele torciendo la tarde, regaló para lidiar en séptimo sitio a Malagueño, de San Diego de los Padres, toro que fue a la postre, el último que mató vestido de luces en su carrera.

La reflexión del torero sobre esta última tarde, contada a José Pagés Rebollar y publicada en el libro Los Machos de los Toreros (1978), es la siguiente:
Del toro que más me acuerdo es de “Malagueño”, el que lidié la tarde de mi retirada el 1º de marzo de 1953 y si mal no recuerdo aquella fue una de las tardes más hermosas de mi vida porque pude sentir en carne propia el cariño de la afición y la belleza de la fiesta. “Malagueño” era un hermoso zaino de la ganadería de San Diego de los Padres y la oreja que le corté (por simpatía del público) figura entre mis trofeos más estimados. 
Aquello, compadre, jamás podrá repetirse, porque hace 25 años me retiré de los ruedos, aunque la Fiesta es mi vida y la llevo en la sangre… (Pág. 48)
El propio Pagés Rebollar recopila en su obra un anecdotario de Silverio Pérez y sobre esta misma tarde de su despedida, escribe lo siguiente:
En su corrida de despedida, Silverio no estaba quedando muy bien que digamos. Sus dos toros habían sido difíciles, la suerte no había estado de su parte y los nervios hacían crisis a esa hora tan emotiva e histórica. Allá en el tendido un hombre sufría no solo porque Silverio no se retiraba de los toros con el triunfo que merecía, sino porque sus amigos, sabiéndolo compadre del Faraón, se aprovechaban para molestarlo: 
- “¡Qué bueno que te vas, quijadas!” 
- “¡A ver si tienes más éxito vendiendo barbacoa!” 
Todo eso le decía los amigos de mi padre, más para molestarlo a él que a Silverio, quien fue, seguramente, el torero más querido de México. 
Mi padre ya no pudo soportar más. Llamó al doctor Gaona que era el empresario y andaba por el callejón para decirle: 
- “¡Oye Alfonso: échale a mi compadre otro toro, por mi cuenta!” 
- “Tu compadre te regala un toro” 
Y Silverio que parecía andar en una de esas tardes de mal fario le repuso: 
- “Bueno, mi compadre lo regala, pero: ¿quién lo va a torear?”…
Concluyo esta remembranza citando lo que don Manuel García Santos publicara en El Ruedo de México respecto de esta memorable tarde:
Y como vivió se fue. Con una pita enorme, ensordecedora, justificada, entreverada de insultos… Y con ovaciones de apoteosis, con alaridos de entusiasmo, con aclamaciones de cariño, y una orgía de flores, de bandadas de palomas, de cintas multicolores que se enredaban en los alamares de oro torero y lo hacían aparecer como lo que era. Como lo que había sido. Como un ídolo y un símbolo de la manera mexicana de sentir y de hacer…

domingo, 22 de febrero de 2015

En el centenario de Silverio Pérez (II)

Silverio Pérez y Pescador de Piedras Negras

La 16ª corrida de la temporada 1941 – 42 se dio con un cartel formado con toros tlaxcaltecas de Piedras Negras y los diestros Pepe Ortiz, Fermín Espinosa Armillita y Silverio Pérez, en una combinación que realizada con imaginación, resultó atractiva para la afición y propició una gran entrada en el Toreo de la Condesa, en una tarde en la que el resultado final dejaría para la historia una gran faena de Silverio Pérez.

La narración que he escogido para recordar este fasto, es obra de don Carlos Septién García, que con el seudónimo de El Quinto, lo publicó en el semanario La Nación e independientemente de la excelente prosa que caracterizó siempre a su autor, tiene la facilidad – a muchos años de distancia – de transmitir las emociones del momento en el que fue escrita y de esa manera dar a conocer de una manera más o menos fiel la realidad de los hechos que describe.

Silverio torea por sustantivos

La parte conducente de la crónica de El Quinto, nos cuenta lo que sigue:
Fue en el fondo una ventaja el haber asistido a la corrida con mi amigo el gramático. Hasta ahora había pagado el afecto que me tiene, resistiendo sus disertaciones eruditas. Y temía concurrir a los toros con él por miedo de que me aguara la fiesta con alguna disquisición. 
De allí mi sobresalto cuando el domingo, al terminar las tempestuosas ovaciones a Silverio Pérez, dijo como hablando para sí mismo: 
- No cabe duda: Silverio torea por sustantivos. 
Y a renglón seguido se puso a aplacar mi extrañeza: 
- Sustantivo es lo que existe por sí, real e independientemente. En Gramática es la parte completa. Sirve para designar austera y precisamente aquello que se quiere nombrar. El sustantivo es completo y profundo, sobrio y expresivo. Las literaturas de las épocas de oro de los pueblos se nutren precisamente de sustantivos fuertes y macizos; el adjetivo se emplea en ellas con parsimonia y discreción. Y con tanta fuerza, que en ocasiones se encuentran adjetivos con verdadera substancia. 
- Recuerde usted a Bernal Díaz, para no citar sino un clásico nuestro. Recuerde aquel lenguaje a la vez austero y suave, simultáneamente serio y vivísimo. La frase en él es ceñida, suficiente en todo caso para describir con verdad y profundidad. Y si se quiere encontrar buena parte del secreto, lo hallará usted en el hecho de que es el sustantivo el que domina, campea y triunfa en la hidalga prosa de nuestro cronista. Es decir, el sustantivo da la médula, la espina dorsal del lenguaje. La adjetivación copiosa aparece en las épocas del barroquismo y la licencia. Y claro que también puede ser bello el sistema; pero es otra clase de belleza menos maciza, más deleznable. Yo prefiero la clásica hermosura, firme y serena. 
- Y por eso afirmo que Silverio Pérez ha toreado este tercer toro, precisamente por sustantivos. Y he seguido apasionadamente el proceso de esta faena perdurable. 
El lenguaje es para el escritor lo que el toro es para el torero: la materia rebelde que su genio y su técnica han de dominar para lograr la obra de arte. Con frases triviales o con palabritas melosas se pueden hacer versos bonitos, pero no bellos. En la misma forma en que con toros chiquitos se pueden lograr faenitas que pueden ser hasta hermosas, pero siempre miniaturas. La grandeza aparece —en el lenguaje— cuando el escritor se decide a sumergirse en las profundidades del idioma en búsqueda encendida de palabras y giros macizos y profundos. Y en los toros, la grandeza surge cuando el lidiador se enfrenta a un animal fuerte, grande y poderoso y lo domina con señorío, arte y superioridad. De allí que no considere un desacato el hablar de la muleta del escritor y de la pluma del torero. 
Lo que Silverio ha hecho es eso: escribir un trozo de prosa clásica. Ha dejado a un lado lo pequeño o lo artificial para buscar expresiones a lo siglo XVI: lo que significa que ha logrado naturalidad y hondura. 
Me he fijado detenidamente en “Pescador”, el piedrenegrino éste que ha merecido tal faena. Espantó a las infanterías con sus derrotes. En las banderillas se las vieron negras los peones en vista del extraordinario empuje del animal. Y es que no se les ocurría lo que después fue el secreto de Silverio. 
Pérez tomó la muleta, salió al tercio y citó de largo. “Pescador” se arrancó de largo sobre el trapo rojo. Y entonces Silverio realizó esa sencilla cosa que por no hacerse sino pocas veces ha originado tantos toros inéditos: aguantó la embestida. Y ni hubo derrote ni colada. “Pescador” pasó una y otra vez mientras el matador levantaba suave y sobriamente los brazos en tres pases por alto tan perfectos y bien cortados como un soneto. 
Después toreó con la derecha en redondo, dejándose llevar de la inspiración y manejando la muleta con lentitud y mando. Hasta que remató el bello párrafo con aquel pase de la firma categórico y preciso. Hubo en seguida lasernistas, más pases con la derecha por abajo, varios orteguistas de excepcional pureza y otro de la firma de tal calidad y majestad, que bien podía haberse puesto arriba de tal rúbrica: “Yo, el Rey”. 
Y fíjese usted en que Silverio, como tantos grandes escritores hace arte para sí mismo. ¿Recuerda usted que Bernal Díaz escribió su historia simplemente para él y sus hijos? Pues así lo hace este Pérez de Texcoco, como lo hace también Carlos Arruza. Torean para sí, para satisfacer su ansia de creación, para lograr plástica viva, personal y única. No hay en el toreo de Silverio afán de concesiones al público, ni preocupaciones de publicidad teatral. Por lo contrario, hay una tal sinceridad del hombre, una tal compenetración natural y profunda con su arte, que me figuro que así torearía también si estuviera él solo con el animal y sin un espectador en el tendido. 
Por eso hay grandeza de la mejor, en Silverio. Por eso también es un torero sustantivo, que no necesita publicidades, cojines, fanfarronerías o insultos. Porque vale por sí, real y verdaderamente. Porque en suma, es simplemente esa cosa sencilla y compleja, grande y humilde, alegre y trágica que se llama torero. Usted comprenderá totalmente si le digo que una cancioncilla de moda necesita del radio y del teatro, y de la tiple, para poder triunfar; y eso efímeramente. Pero nada de eso requiere el cantar del Mío Cid para valer eternamente…
También por sustantivos, pero extendiendo su disertación al gerundio, al participio, al artículo y al pronombre toreó Armillita esa tarde, según el decir del propio Carlos Septién, pero recitando con frialdad la lección, en tanto Pepe Ortiz lo hizo, según el gramático amigo del cronista, en un hermoso derroche de adjetivos.

domingo, 1 de febrero de 2015

1º de febrero de 1925: Chicuelo y Lapicero de San Mateo en El Toreo

Chicuelo a hombros febrero 1 de 1925
(Foto: El Universal Taurino)
Uno de los axiomas del toreo moderno es que el toreo ligado se presentó en sociedad el 3 de julio de 1914, cuando Gallito lidió en solitario siete toros de los sucesores de don Vicente Martínez en la plaza de Madrid. No me corresponde entrar aquí a la discusión del toro determinante o el toro determinado que planteara en su día José Alameda para intentar explicar la aparición de esa manera de torear.

Es el mismo Alameda quien afirma que la evolución del toreo ligado alcanza su culmen el 24 de mayo de 1928, cuando Manuel Jiménez Chicuelo se encuentra en la misma plaza de Madrid, con el toro Corchaíto de Graciliano Pérez Tabernero. Una faena que, dice don José, se convertiría en el modelo a seguir a partir de esa fecha y cuya trascendencia fue vista por escritores como Federico M. Alcázar y Manuel Soto Lluch, pero negada prima facie por otros como Gregorio Corrochano.

Es el mismo Alameda el que advierte que antes, en México, el mismo Chicuelo había realizado el toreo como con Corchaíto a dos toros de don Antonio Llaguno. Fue el 1º de febrero de 1925 al toro Lapicero y el 25 de octubre de ese mismo año a Dentista. Solamente quedaba pendiente la aportación de Armillita, materializada el 5 de junio de 1932, en Madrid con el toro Centello de Aleas, consistente en echar la muleta adelante, citar allí al toro y traerlo así toreado – tirando de él – para terminar el giro copernicano que supuso la aparición en los ruedos de Gallito y Belmonte.

Así pues, este día se cumplen noventa años de la triunfal actuación de Chicuelo ante Lapicero de San Mateo, recuerdo esa importante hazaña.

La primera versión en el tiempo es la que Rafael Solana Verduguillo publicó en el semanario El Universal Taurino al día siguiente del festejo y en lo que importa, dice:
En la mano zurda lleva Chicuelo la muleta. Provoca el espada desde buen terreno, la fiera se arranca, y se produce el primer pase natural, estupendo. Y sigue otro, colosalísimo, sin enmendarse, y otro más, y así hasta cinco, girando el toro en derredor del espada, sin despegar el hocico de la mágica franela. Y luego el forzado de pecho, como remata a esta primera parte de la clásica faena… ¿Para qué decir que toda la concurrencia está de pie y aclamando hasta el delirio al matador?... Chicuelo deja que el toro se reponga, y vuelve luego a la carga, e instrumenta tres naturales más y otro de pecho, tranquilo, seriecito, torero. Y así sigue trasteando con la zurda exclusivamente, con la que torean los maestros. Otros tres naturales y otro de pecho. Imponente está el chiquillo… Ahora el sevillano va a torear con la derecha: pasamos de clasicismo a la pinturería. El pase inicial de esta tercera parte del trasteo es un “afarolado”; Manolo se ha pasado la muleta por la cabeza, recordándonos a Gallito; y luego, un ayudado por alto, con los pies clavados en la arena, estatuario. Y uno de pecho y el de la firma, perfectamente rematado… Estamos todos locos. Ya el público no sabe si aplaudir, gritar o qué. Manolo se dispone a poner término a la escena, pero el concurso no le deja. ¡Sigue toreando, por tu madre!, gritan todos. Y el sevillano nos da gusto y vuelve a recrearse empleando ahora los ayudados por bajo, pasándose todo el toro por delante. ¡Cuatro faenas en una!... Ha sido tan largo el muleteo, que el toro ha acabado echando la jeta por el suelo. Manolo se tira la escopeta a la cara, pero el “Lapicero”, humillado, no le deja entrar a herir. Al fin, Manolo se decide a ir por las famosas uvas, estando el toro desigualado y humillado y deja media estocada tendenciosa, descabellando después. ¡Ha sido la mejor faena de la temporada!... Estalla la ovación clamorosa. Aplaudimos al mismo tiempo al artista grandioso y al bravo animal, y mientras Chicuelo da por un lado la vuelta al ruedo, por el otro pasean las mulillas al cadáver del bravísimo “Lapicero” en medio de la ovación que tributamos al ganadero don Antonio Llaguno a quien el público llama insistentemente, sin lograr hacerlo salir… Gran número de pañuelos blancos ondean en las alturas en demanda de la oreja; pero don Isaac Pérez no concede el galardón, quizás por lo defectuoso de la estocada. ¿Pero señor, no ha visto usted en qué forma ha tenido que entrar a matar el sevillano? ¿No vio usted que el toro no se dejaba meter mano, y que si Chicuelo se hubiera propuesto MATAR BIEN, se habría alargado el asunto? Vaya, hombre…
Me llama la atención el hecho de que el torero haya dado la vuelta al ruedo al tiempo en que arrastraban al toro y que no haya esperado a que el arrastre terminara para salir después a agradecer la ovación. Después, me impresiona la entereza de don Antonio Llaguno, que pese a la insistente petición de la concurrencia, se negó a salir a agradecer la ovación que se le tributaba.

Una segunda versión es la de Benjamín Vargas Sánchez Juan Gallardo, corresponsal del semanario madrileño The Times que apareció el 8 de marzo de 1925. De ella, extraigo lo que sigue:
¡Hay que decirlo! Sí, señores; para mí, para mi gusto, para mi criterio, bueno o malo, como se quiera, la faena más grande de la temporada, la más clásica, la más bella, la mejor, ha sido la que anteayer realizó el prodigioso torero sevillano con su primer toro. ¡Eso es canela!... «Lapicero» se llamaba el toro de Chicuelo. Un buen toro; un enemigo a la medida del torero: bravo, con poder en las patas y manejable. ¡Y qué cosas hizo el chaval con este «Lapicero»! Antes que reseñar tan gran faena hay que descubrirse. ¡Abajo los sombreros!... Se inició el chiquillo con cinco estupendos pases naturales. Cinco modelos de izquierdismo clásico; cinco naturales con más naturalidad en la ejecución que quien los inventó. Y con más quietud que si torease de salón. Qué admirable manera de templar, de despedir y recoger, girando sobre los talones y ligando uno tras otro. ¡Modelo regio para un cuadro! Y luego, como si aún no le pareciese suficiente aquella formidable ovación, a ligar dos naturales con otros tantos de pecho. Pero no muletazos secos, no; nada de eso; lances llenos de bríos, de valor, de entusiasmo, de arte, de sabiduría, sacándose al toro de la mismísima faja y barriendo los lomos en los de pecho. Y luego, para variar, un «afarolado», varios de la firma, algunos ayudados y otras mil precocidades definitivas. ¡Qué faenaza! ¡Qué engarce de maravillas!... Años hace que no vemos algo igual. Yo ignoro si Lagartijo e! Grande, Guerrita o Montes y Curro Cúchares harían algo más de lo que yo he visto ayer a Chicuelo con su primer toro; pero aunque lo hubiesen hecho, nunca lo podría creer… ¿Una faena con más conciencia, con más seguridad, con más ante? ¡Imposible! ¡Imposible! ¡Si parecía que el chiquillo toreaba y ejecutaba como si estuviese tocado por la gracia divina!... Y el final también digno. Arrancó a matar con seguridad, con decisión. Y surgió la estocada: hasta la bola y en lo alto. Luego un descabello certerísimo y... ¡el delirio!... No recordamos cuántas vueltas dio triunfalmente a la pista. Ni mucho menos cuántas dianas se tocaron en Su honor. Pero aquello fue apoteósico. Ya la multitud, ebria de arte y de emociones, pidió la oreja para el señor Manuel Jiménez. Pero el regidor – testarudo o villamelón – no accedió. Eso no importa; el público la pidió, y eso equivale a su otorgamiento. Son los públicos quienes dan esos galardones. ¿Entendido?... También «Lapicero» fue despedido con honores cuando las mulillas lo llevaron al destazadero. Y también para don Antonio Llaguno hubo gritos de entusiasmo… Todo muy bien, todo muy justo…
Lapicero de San Mateo
(Foto: The Times)
Ambas versiones coinciden en lo esencial, pero difieren en la manera en la que Chicuelo puso fin a los días de Lapicero, pues mientras Verduguillo dice que lo mató de una estocada defectuosa seguida de descabello, Juan Gallardo habla de una estocada en lo alto, también seguida de descabello. Me llama también la atención el hecho de que el cronista mexicano se refiera al hecho de ligar los naturales usando la frase tópica de girar sobre los talones, y es que entonces, el concepto de ligazón no se entendía a cabalidad. El que no se haya concedido el apéndice pedido – al parecer de manera unánime – a Chicuelo, me hace pensar que la primera versión invocada es más certera.

El festejo era el beneficio de Chicuelo y actuaba mano a mano con Rodolfo Gaona, quien fue herido por el primero de la tarde Vive Lejos, por lo que el torero de La Alameda se quedó prácticamente con toda la corrida. El parte facultativo de la herida del Petronio fue el siguiente:
Los médicos que suscriben certifican que al finalizar la lidia del primer toro ingresó a esta enfermería el diestro Rodolfo Gaona, presentando las lesiones siguientes: Herida por cuerno de toro, ovalar, de diez centímetros de extensión en la cara externa del muslo izquierdo, tercio superior, con despegamiento de piel y tejido celular. Esta lesión le impide continuar la lidia. México, febrero 1º de 1925. Doctores José Rojo de la Vega y Luis Desentís.
Rodolfo Gaona reaparecería el siguiente domingo en la propia plaza de El Toreo.

Aclaración: Los resaltados en las relaciones de Verduguillo y Juan Gallardo son obra exclusiva de este amanuense, pues no obran así en sus respectivos originales.

Aldeanos