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domingo, 21 de agosto de 2011

En el centenario de Armillita, VIII

21 de agosto de 1935: Plaza de Vista Alegre, Bilbao. Armillita realiza una de sus más grandes obras en ruedos hispanos

Las Corridas Generales de 1935
(Colección del Club Cocherito de Bilbao)
Tuve la oportunidad de sentarme a la mesa del Maestro Armillita quizás un par de veces en mi vida. En ambas la charla obligada era acerca de la trayectoria en los ruedos del que, insisto, con escaso margen para la discusión, es el torero más grande que ha dado este país – cualquiera que sea el periodo de la historia que se examine – y uno de los más importantes que la Historia de la Fiesta haya reconocido. 

En ese par de ocasiones, en forma directa, escuché al Maestro Fermín hablar con la respetuosa emoción del que evita el elogio en boca propia, de dos tardes de una trayectoria prácticamente inmaculada. Una, la del 5 de junio de 1932 en la Plaza de la Carretera de Aragón, en Madrid, cuando alternando con Fortuna y Luis Fuentes Bejarano, se encontró con Centello de la Viuda de Aleas y la otra, la que será motivo de este espacio, en la que para lidiar toros de Juan Pedro Domecq y Núñez de Villavicencio – anunciados todavía como antes Veragua – alternaron Vicente Barrera, el propio Fermín y Domingo Ortega. Cuando lo hacía, el torero hablaba con cierta vehemencia de la tarde del toro ensabanado de Bilbao.

A la vuelta de los años resulta sorprendente que tardes más atractivas por el volumen de apéndices obtenidos, como las del 29 de julio de 1934 en Barcelona, en la que cortó todo lo que pudo apetecer según alguna crónica al toro Clavelito de Justo Puente – y en la que la mayoría de los diarios solamente documentan una pata – o la del 24 de septiembre de 1935, en la misma Monumental de Barcelona, en la que obtuvo otra pata de otro Clavelito, éste, de Atanasio Fernández, no ocuparan en la expresión del torero un lugar privilegiado, pese a que en alguna crónica relativa a la corrida de 1934, se dijera algo así como esto: la gente fue a la plaza a ver a Belmonte, y se encontró con Joselito…, en alusión a que en ese festejo el primer espada era nada menos que El Pasmo de Triana.

Armillita siempre fue poderoso con las banderillas
Esta cuarta corrida de la Semana Grande de 1935 representó, además del gran triunfo de Armillita, una especie de epifanía del primer Juan Pedro Domecq ganadero. De acuerdo con la historia oficial de la ganadería, a las vacas de Veragua se les agregaron en 1930, sementales del Conde de la Corte y participó en la selección de esos productos Ramón Mora Figueroa. Pues bien, seguramente en esa feria bilbaína, se lidiaban los primeros productos del cruce entre lo originario del Duque y la nueva sangre de Vistahermosa procedente del tronco Parladé TamarónConde de la Corte, mismo que daría un toro algo diferente a lo conocido hasta ese momento, pero también, bien distinto a lo que se lidia hoy con ese hierro, divisa y denominación (aún no se acuñaba el disparate ese del toro artista por uno de los descendientes del criador al que ahora me refiero).

A Armillita le correspondieron dos toros que han pasado por su nombre a la historia, Arrempuja y Mocito, segundo y quinto del festejo. La versión de Federico Morena, en El Heraldo de Madrid, en su edición de la noche misma del festejo sobre la faena realizada al segundo de la tarde:
Segundo. «Arrampuje». Negro, bragao y largo de cuerna. Armillita es aplaudido en unos lances a la verónica, que remata con media superior. El reserva sufre una caída al descubierto y el toro le tira un derrote tremendo y le arranca la manga, seguida de la casaquilla. El toro se lleva en un pitón del picador. Pasa el piquero a la enfermería, quejándose de dolores en la espalda. Armillita hace un quite precioso por chicuelinas, que le vale una ovación. El toro cumple en varas. Los otros matadores también se hacen aplaudir en quites. Cambiado el tercio coge los palos Fermín y cuartea un buen par. (Muchas palmas.) Otro superiorísimo. Las banderillas quedan tiesas en lo alto del morrillo. (Gran ovación.) Cierra el tercio con otro par enorme. Ahora la ovación es clamorosa. Armillita empieza la faena de muleta con un soberano pase ayudado por alto; echa la muleta a la izquierda y dibuja un magnífico natural, pero el bicho le pisa el trapo rojo y le desarma. Coge otra muleta y mete tres naturales formidables y liga el último con uno de pecho enormísimo. (Ovaciones clamorosas.) Continúa Fermín toreando en redondo de manera sorprendente, quietos los pies, erguida la figura y torerísimo. El público enloquece. Hay pases de todas las marcas y adornos de buena ley. Con el estoque ha estado superior. Un pinchazo magnífico y una estocada atacando muy bien. (Ovación clamorosa con petición casi general de oreja, que el presidente no concede.) El toro es aplaudido en el arrastre y se le da la vuelta al ruedo. Sigue la ovación al espada, que sale varias veces al tercio a saludar. Al salir el tercer toro continúa la ovación a Armillita, que sale de nuevo al tercio. El presidente escucha una bronca por no conceder la oreja.

La faena a Mocito, – Federico Morena, en El Heraldo de Madrid dice que se llamó Bonito – el quinto de la tarde, de pelo ensabanado, fue vista por Gregorio Corrochano del ABC de Madrid de la siguiente manera:
Salió el quinto. En el quinto toro, que era de una bravura más pastueña, más fácil por tanto, menos peligroso, hizo Armillita exactamente lo mismo, y acaso un poco mejorado. No. No me cansaré en detallarlo. Basta con releer. Toreó otra vez con la izquierda. Había banderilleado también, y en los pases con la derecha se separó del toro el grueso de un alamar. Hizo una cosa que a mí no me gusta, porque, o es nada, o es peligrosísimo. Pero hasta en esto se vio perfectamente su calidad de torero, que sabía lo que hacía y lo que iba a hacer el toro. Dio un molinete de rodillas, con las dos rodillas en tierra, y, sabiendo ya que, al terminar, el toro le podía dar un derrote al tiempo de levantarse, echó la muleta por alto, con lo que se quitó el derrote del toro. Son detalles de torero que no pierde la serenidad ni en lo que parecen locuras. Mató de una estocada. Le dieron las dos orejas, la de éste y la que se le debía. Tuvo Armillita el detalle de buen gusto de no dejar que le cortaran al toro la pata. Esta tarde Armillita ha triunfado plenamente en Bilbao.

En cuanto al encierro, recurro también a la versión de Gregorio Corrochano, que es quien hace un análisis más detallado del juego de la corrida:
Domecq ha mandado una gran corrida de toros. La casta de Veragua vuelve con Domecq, adonde estuvo, a la cabeza de la ganadería española. Por esta corrida se le ve buscar lo antiguo. Algunos toros eran por su lámina, de hace cincuenta años. Parecían sacados del conocido cuadro de la Muñoza, en el que un garrochista aparta unos toros. Por primera vez viene a Bilbao. ¡Para años hay toros de Domecq en Bilbao! Los toros segundo y quinto fueron extraoridinarios. Para el ganadero, aún mejor el segundo. Este toro tenía una casta como hace muchos años yo no recuerdo en toros de Veragua. Porque este toro sólo tuvo un momento de flaqueza, en el último puyazo. Pero empezó el toro a crecer, a ir a más, a sacar cada vez más casta, y, si no da con un torero como Armillita, no sé a dónde llega el toro. ¡Hay que seguir esta reata, D. Juan Pedro, que debe ser de lo mejor que hay en Jandilla! Además de esto, la presentación ha sido una preciosidad. ¡Qué lástima de toros! El mayoral de Domecq salió al ruedo a saludar y dio la vuelta con Armillita en el quinto toro.

Por su parte, Recorte, cronista de La Libertad de Madrid, expone en breves líneas el resultado final del festejo:
No quiero incurrir en el defecto de detallar lo que ha hecho Armillita esta tarde con dos buenos toros de Domecq, antes de Veragua. No es necesario cansarles a nuestros lectores ni gastar tinta y tiempo. Además, me sería difícil encontrar adjetivos, a pesar de la cantera que existe en nuestro idioma. Basta con lo dicho. Basta con decir que Armillita ha tenido una tarde perfecta, grandiosa, que todo le ha salido bien, que ha toreado de filigrana con las dos manos, que ha banderilleado y ha matado en este mismo tono y que todo se ha producido con toros de verdad y ante público tan severo como el de Bilbao…

La antigua Plaza de Vista Alegre en Bilbao
escenario de este relato
Después de leer los relatos de lo sucedido esa tarde, saber por qué el Maestro Fermín sentía tan grande satisfacción en recordar esa tarde del 21 de agosto de 1935 como una de las grandes suyas. Y es que esas crónicas de su actuación, firmadas por los periodistas de ese día, que con el paso del tiempo se tornaron en los grandes historiadores del Toreo, aclaran sin lugar a dudas, que en esa corrida  realizó una de las faenas que más hondamente calaron en la afición bilbaína – ante la que Armillita tenía gran predicamento – y por eso dejó una huella imborrable en la Historia de la Fiesta.

domingo, 17 de julio de 2011

En el centenario de Armillita VII

18 de julio de 1926: Fermín Espinosa se presenta como novillero en El Toreo de la Ciudad de México

Alegoría publicitaria de Armillita
relativa a su primera campaña novilleril
En una entrada anterior de esta serie de recuerdos, precisamente en la que dediqué al centenario del natalicio del Maestro, transcribía un breve recorte de unos apuntes autobiográficos que inició unos meses antes de su muerte y que alcanzan desde su nacimiento y hasta los días previos a su alternativa española recibida en la Plaza Monumental de Barcelona. En esas notas, Armillita deja bien clara su disposición para el toreo desde su más tierna infancia pues es a los tres años de edad que prácticamente gana sus primeros dineros del toro.

Lo anterior viene a cuento porque cuando se propaló que debutaría como novillero en El Toreo de la Condesa, habiendo toreado su última becerrada apenas el 21 de marzo de 1926, no faltaron en ese tiempo los oficiosos defensores del menor, que hasta cierto punto se escandalizaron porque un chico de apenas 15 años de edad se enfrentaría a novillos hechos y alternando en algunos casos con novilleros que le superaban en edad por bastantes años. Mariano Alberto Rodríguez, paisano del torero, compadre y biógrafo suyo, narra este episodio de su vida de la siguiente forma:

Hasta mediados de mayo de 1926 Fermín siguió toreando becerradas, novillitos de poca presencia y fuerza. La temporada de novilladas de aquél año en la plaza El Toreo fue organizada por el viejo taurino don José del Rivero en sociedad con don Romualdo Guzmán... La temporada chica se inició el 9 de mayo con poco lucimiento y se fue dando bandazos porque los noveles no daban una, la afición se retraía y había muy pobres entradas. Para el 30 de aquél mes la empresa recurrió a corridas mixtas, matadores de segunda y novilleros para seguir adelante... El 11 de julio se presentó José González, “Carnicerito”, el León de Tepatitlán. Torero tremendista, con poca idea de la lidia. Sus triunfos fueron siempre a base de redaños... En la revista taurina “Universal Taurino” del día 13 de junio apareció, junto con el anuncio de que “Armillita” debutaría como novillero el día 18, un artículo en el que se hacían consideraciones sobre el crimen que se cometía con Fermín, quien sólo contaba con 15 años de edad, y se enfrentaría a novillos cuajados y puntales. Conminaban a don Fermín y a las gentes que habían movido al niño a que esperaran un año más para que se diera aquél paso en su carrera… El domingo 18 de julio el cartel lo formaron Edmundo Maldonado “El Tato”, Julián Pastor y “Armillita” con novillos de San Mateo. El niño sabio de Saltillo, como un hiperbólico cronista bautizó a Fermín demostró desde el primer momento, con el novillo toro, puntal y con fuerza, que tenía recursos para lidiar y matar lo que le saliera desde los chiqueros… La peonería y sus compañeros en el cartel, gente mayor y de más experiencia estuvieron aquella tarde de su presentación listos para ayudar al crío cuando se enfrentó a su primer enemigo. Enseguida se dieron cuenta de que podía sin auxilio desenvolverse solo, que no necesitaba que lo cuidaran, que podía andar solo por el mundo. Dio la sensación de ser un diestro cuajado. Hizo dos trasteos muy lucidos y fue largamente ovacionado…

Como se puede ver, las dudas de quienes cuestionaban la capacidad torera del debutante se vieron superadas por lo sucedido en el ruedo. En los parámetros actuales, no se trató de una tarde triunfal, en la que se cortaran trofeos a carretadas, más se vio por la afición a un aspirante a torero con posibilidades serias de serlo y eso, desde mi óptica, la mayor parte de las veces, vale más que muchas orejas cortadas al socaire de la emoción de un momento o del ejercicio indebido de Jueces de Plaza o Presidentes manirrotos.

Rafael Solana, Verduguillo – en ese tiempo corresponsable de la publicación de El Universal Taurino y en cierta manera protector del joven prospecto – relata de la siguiente manera el suceso que hoy intento conmemorar:

En la quinta novillada, el tuxpeño “Pepete”, Carralafuente y “Carnicerito” lidiaron novillos de Malpaso, y en la sexta se presentó Fermín Espinosa “Armillita” con novillos de San Mateo, propiedad de los señores don Antonio y don Julián Llaguno. Fue el primer lleno de la temporada; los billetes de sol se agotaron desde el sábado, y en sombra el graderío se cubrió casi totalmente, pues apenas si quedaron unos pequeños claros en la parte superior del tendido. A nadie sorprendió el entradón: las reses de San Mateo arrastraban ya una enorme cantidad de público; la combinación de matadores no dejaba que desear. Acompañaron a “Armillita Chico”, Edmundo Maldonado “Tato” y Heriberto García; los tres espadas gozaban de gran cartel, y en esa época los tres por igual se disputaban con los mismos merecimientos el honor de ocupar el sitio que había dejado vacante Gaona dos años antes… De los tres, solamente llegó uno. “Armillita”; Heriberto no se quedó muy atrás pues años después ya era figura y actuaba en carteles de tronío. Una cornada al entrar a matar después de inolvidable faena, lo quitó de enmedio. Esto fue en la plaza de Madrid. En cuanto al “Tato”, se hundió sin que nadie sepa por qué… La actuación de Fermincito sorprendió a los aficionados y muy especialmente a los críticos; era el caso de una extraordinaria intuición taurina. “Sabe más de lo que le han enseñado”, dijo don Carlos Quirós “Monosabio”, mientras “Don Verdades” afirmaba en Excélsior: “Yo nunca he visto un torero que a esa edad haga lo que este niño hace”. Mi comentario inicial fue: “Este niño nació torero, lo mismo que Mozart nació músico”... Acababa Fermincito de cumplir los 16 años, pues nació en la ciudad de Saltillo el 3 de mayo de 1911. Su padre, el viejo Fermín, torero muy bueno y muy conocedor de la profesión, tenía centrada en el chico toda su esperanza...

Poco deja la versión de Verduguillo para el comentario. Lo escrito por él algunos años después contiene un sucinto pero completo resumen de lo que representaba en ese momento la llegada de Armillita a la fiesta y de lo que implicaba su proceder delante de los toros. Indudablemente que por su falta de profundidad, deja de lado el comentario del artículo proteccionista al que alude el autor citado antes y al que albergó el semanario que él co – dirigía.

El mismo Armillita escribió lo que su debut en el escalafón novilleril le representó. En las notas autobiográficas que entregó al nombrado Mariano Alberto Rodríguez, el Maestro refiere lo siguiente:

El 18 de julio de 1926 hice mi debut como novillero en la Plaza de El Toreo alternando con Edmundo Maldonado “El Tato” y Julián Pastor, con novillos de San Mateo. El salto del becerrote al novillo me impresionó, pero no me asusté. Seguí los mismos procedimientos que usaba con el becerrote. Sí noté que el novillo siendo de casta era más fácil torearlo bien. Les veía las puntas de los cuernos, sentía que eran mucho más fuertes, que podían dañarme, pero gracias a Dios casi nada pasó. Sobre todo mi primer novillo me parecía por lo menos ya un toro con 500 kilos. Tuve una buena tarde pero sin hacer nada sobresaliente pues solo di una vuelta al ruedo en mi primero. Con todo y esto yo seguía siendo un chiquillo pues no tuve amigos que me sonsacaran a divertirme por el camino que no conviene, sobre todo cuando uno quiere ser torero, al contrario, mis amistades seguían siendo chicos de mi edad y más chicos todavía, así que mi mayor diversión era jugar a las canicas, al balero y desde luego, los juegos al toro...

Como vemos, aún dedicándose profesionalmente al toreo, la infancia de Armillita no pareció verse afectada. Ya decía al principio que desde su primera infancia sus juegos eran taurinos y después de dar el paso a la novillería, él mismo deja claro que seguía frecuentando a jovencitos de su edad para procurarse las diversiones propias de ella.

Esa es la versión del propio interesado, que en la temporada de su presentación actuó en 9 de las 17 novilladas de las que se integró, ganó la Oreja de Plata que en la misma se disputó y que por esas cuestiones que no alcanzan a veces la comprensión de uno, en la votación popular para la designación del triunfador de la temporada, el que obtuvo la mayor cantidad de sufragios, fue Edmundo Maldonado Tato.

Esta es la manera en la que inició el camino de un torero que escribió en los ruedos algunas de las páginas más importantes de la Historia del Toreo.

domingo, 5 de junio de 2011

En el centenario de Armillita, VI

3 de junio de 1945: Armillita corta un rabo en su reaparición en Sevilla

Anuncio de la Corrida de la Prensa
de Sevilla de 1945 aparecido en el
diario ABC de Sevilla
Todas las referencias de la Historia parecen llevarnos a la conclusión de que en el año de 1936, Armillita sería el torero que más fechas sumaría en España. La misma Historia nos deja claro que dos acontecimientos, en apariencia desvinculados entre sí, acabarían por impedir en definitiva ese logro. El primero fue la Orden Ministerial publicada en la Gaceta de Madrid del 3 de mayo de ese año, mediante la cual se impusieron a los toreros extranjeros – sin distinguir nacionalidades, aclaro – una serie de condiciones difíciles de cumplir ya iniciada la temporada y suscrita por Enrique Ramos, en esos días Ministro del Trabajo, Sanidad y Previsión de la República Española y el segundo, el inicio de las hostilidades de la Guerra Civil, un par de meses después. Afirmo que la desvinculación de ambos hechos es aparente, porque el tufo político de la Orden Ministerial que menciono no se puede ocultar y creo que algo tiene que ver con los demás conflictos que desembocaron en la sangrienta confrontación armada, pero eso lo discutiré en otro espacio, probablemente aquí mismo.

El hecho es que debido a esa Orden Ministerial, Armillita y un importante número de toreros mexicanos que actuaban en España, sin distinción de categoría tuvieron que volver a México y durante el transcurso de la Guerra y un lustro después de ella, permanecieron alejados de los ruedos hispanos, porque si bien algunos diestros hacían campañas europeas en Portugal y en Francia, el arreglo con la torería española tardó unos años más en producirse y fue precisamente cuando para la campaña invernal 1944 – 45, don Antonio Algara contrató a los primeros diestros españoles que venían a México en preparación de la traída de Manolete para el siguiente invierno.

La vuelta del Maestro Fermín a las plazas españolas

En el ámbito de esa nueva apertura, es que Armillita vuelve a hacer una campaña española, pero ya en términos distintos a las que llevó a cabo entre los años de 1928 a 1936, pues fue a torear en plazas de primera, en un número reducido de festejos y percibiendo honorarios de acuerdo a su indudable categoría. Es así que el resultado final de esa temporada de 1945 se redujo solamente a 32 festejos, 28 en España y 4 en Lisboa. Dos de ellos tuvieron lugar en la Maestranza sevillana y el que me ocupa en este espacio, fue la Corrida de la Asociación de Prensa de Sevilla, misma que tuvo lugar el domingo 3 de junio de ese calendario.

Molinete de Armillita
por Carlos Ruano Llopis
Refiere Filiberto Mira en su libro Medio Siglo de Toreo en La Maestranza, 1939 – 1989, que originalmente se había pensado en Silverio Pérez para formar parte del cartel, dado que El Faraón nunca había actuado en esa plaza, pero al final, la dirección de la Asociación de Prensa consiguió que fuese Armillita el que integrara el cartel de ese tradicional festejo junto con Domingo Ortega y Pepe Luis Vázquez, para enfrentar un encierro de Manuel González Martín – de origen Juan Contreras y hoy correspondiente a la ganadería de Baltasar Ibán –, una vacada que en esas fechas se encontraba en sus horas bajas.

Como dato curioso, Fermín Espinosa había tenido solo 4 actuaciones anteriores en Sevilla. Se había presentado en la Maestranza el 27 de abril de 1930, alternando con Marcial Lalanda y Mariano Rodríguez Exquisito en la lidia de toros de Villamarta; volvió en 1932 y en 1933 actuó 2 veces, cortando una oreja el 20 de abril. Así que en alguna manera, en el decir de José Carlos Arévalo, era un torero visto y no visto…, pero también, quedaba en cierto modo patente aquello que se imputa a la afición hispalense, en el sentido de que los toreros que no son de por esos rumbos, tardan en calar en su ánimo.

La Corrida de la Prensa de 1945

La crónica del festejo, suscrita por Antonio Olmedo DelgadoDon Fabricio en la edición sevillana del diario ABC del martes 5 de junio de 1945, titulada Decíamos ayer…, en clara alusión a la expresión que se atribuye a Fray Luis de León al momento de retomar su cátedra en Salamanca después de dos años de injusta prisión y por ende de separación de ella, en lo medular dice:
¡Con qué gusto ha vuelto a torear Armillita en la Real Maestranza de Sevilla! Había el domingo en la famosa plaza fiesta de campanillas. Armillita era el primer espada de una terna de maestros, que la Asociación de Prensa había elegido para su tradicional y renombrada corrida y en tal oportunidad la preeminente figura mejicana volvía a pisar el ruedo sevillano al cabo de poco más de una década. 
La emoción del artista, ganada por el ambiente, que otro tiempo auspiciara sus claros triunfos, era ostensible en la franca sonrisa que irradiaba la cara de Fermín al hacer el paseo las cuadrillas. Armillita, sin duda, sentía cercano el halago de las palmas logradas en pretéritas tardes triunfales: se le había pasado el tiempo. Y no a renovar añejas proezas, sino a continuarlas salió a la plaza Fermín. Abrió éste su capote ante el primer toro para dibujar unos lances majestuosos a la verónica, que arrancaron el olé unánime; terció en quites con idéntica perfección y las palmas restallaron como el trueno. Aquello era sencillamente que Armillita reanudaba sus enseñanzas en la famosa cátedra del Baratillo, y así, al comienzo de la interesante lección de tauromaquia con que había de regalar el gusto de la afición docta e iniciar en los secretos del arte a los aprendices de aficionado, pudiera haber repetido la famosa frase: «Decíamos ayer... ». 
La lección fue completa, sin tacha alguna. Banderilleó Armillita a sus dos toros con facilidad y limpieza, llegándoles alegremente para lograr la más ajustada reunión; brilló con el capote en lances y quites de ley, más con la muleta logró dos faenas magníficas, la primera brindada al público e iniciada con un perfecto pase de pecho y otro natural por alto, continuada con cuatro naturales soberbios de puro estilo. Esto es, dando la pierna y cargando la suerte como ésta quiere cuando se ejecuta a la verdad. No importó que el toro se aplomara para que Armillita desgranase toda la gama de su extenso repertorio, en el que ni siquiera está excluido el novísimo molinete de rodillas. Vistosísimos adornos pusieron fin a la faena, por sí sola merecedora de la oreja, que no fue concedida, aunque el público la instara insistentemente. Señaló bien Armillita y secundó con media lagartijera. ¿Por qué, pues, el rigor presidencial? Huelga decir que Armillita fue objeto de todos los homenajes. 
En su segundo, un toro manso y gazapón, cuya muerte brindara a Juan Belmonte, Armillita cuajó otra faena por bajo, de muletero grande, la que culminó en derroche de arte y gallardía al torear en redondo, pisando el espada un terreno en la que la jurisdicción del toro quedaba anulada. Después de señalar dos veces, Armillita fulminó a la res de una estocada hasta la bola. Las orejas y el rabo del manso lucieron en las manos del triunfador al dar la vuelta al ruedo y salir al tercio a saludar. Hoy como ayer…
Lo que no cuenta la crónica en torno al suceso

Filiberto Mira tendría cerca de 18 años cuando los hechos ocurrieron y casi once de vivir en Sevilla y asistió al acontecimiento, aunque en sus obras cita también las versiones de dos aficionados, Manuel Baena y Rafael Ríos Mozo. En el libro arriba mencionado afirma que el brindis de Armillita a Juan Belmonte fue de la siguiente guisa:
Con el recuerdo a Gallito, tengo el honor de brindarle esta faena en Sevilla, con el deseo de que sea digna del torero al que se la dedico. Va por Usted, Maestro…
De la versión de Manuel Baena, el mismo Filiberto Mira invoca directamente la siguiente afirmación:
Al terminar esta corrida me comentó Manuel Baena, aficionado ultragallista: Niño, con lo que le has visto hoy a Armillita, ya tienes idea de lo que fue José el Gallo. Sólo José podrá igualar lo que esta tarde le ha hecho Armillita al cuarto toro. Y fíjate bien, que te digo igualar, porque superar lo de Armillita es un imposible en el toreo…
Años después, Fermín Espinosa le referiría al propio don Filiberto el siguiente suceso, ocurrido en los días posteriores a la corrida:
…fui yo con mi esposa después a dar un paseo en coche con caballos por Sevilla y los hombres se descubrían al verme pasar. Después hicimos parada en el Parque de María Luisa, para tomar un refresco en el Bar Bilindo. Al verme descender los que estaban allí se pusieron de pie y me dieron una gran ovación. Ese ha sido uno de los más grandes momentos de mi vida de torero. Una cosa como esa, sólo es posible en Sevilla…
Para terminar

Armillita, triunfador
Tras de este, su gran triunfo en Sevilla, Armillita volvería a La Maestranza al año siguiente y actuaría tres veces en su albero. El día de la Asunción – de la Virgen de Los Reyes, dicen allá – dictaría su postrera lección magistral en el Baratillo – también en Corrida de la Prensa –, pero eso quizás sea objeto de otro espacio, aquí mismo.

martes, 3 de mayo de 2011

En el centenario de Armillita, V

3 de mayo de 1911: Nace en Saltillo, Coahuila, Fermín Espinosa Saucedo, Armillita

Hoy se cumple el centenario del natalicio de quien con poco margen de discusión puede ser considerado el más grande torero que ha dado México. Vino al mundo en la casa número 10 de las calles de Guerrero, en el barrio entonces llamado del Águila de Oro, en la capital del Estado de Coahuila, siendo el octavo hijo del matrimonio formado por don Fermín Espinosa Orozco, natural de Guadalupe, Zacatecas, banderillero de toros y zapatero y doña María Saucedo Flores, originaria de Saltillo, Coahuila.

En algún otro apartado de esta serie de remembranzas, apunté que el Maestro Armillita, en los meses anteriores a su deceso, comenzó a escribir sus memorias, mismas que comienzan a partir del momento de su llegada a este mundo y que alcanzan a cubrir los días previos a su alternativa española en Barcelona, el día 3 de abril de 1928, con su llegada a Madrid y su instalación en la capital española. Esos apuntes biográficos, de puño y letra del torero, fueron entregados por su familia a don Mariano Alberto Rodríguez, quien los publicó en su libro Armillita, El Maestro y de los cuales, extraigo lo siguiente, que cubre desde el natalicio del diestro, hasta su primer contacto con el mundo de los toros:

Nací el 3 de Mayo de 1911, en el barrio de Arteaga, en la ciudad de Saltillo, Coahuila. Mis padres fueron Fermín Espinosa Orozco y María Saucedo Flores. Por lo que cantaban mis padres fui un niño sano y mi principal alimento fueron los frijoles que me gustaban con locura ya que a todas horas los comía antes que cualquier otro alimento. Mis primeras andanzas en esta vida desde que yo tengo uso de razón recuerdo una vez que el e hato mi hermano que trabajaba en el ferrocarril le entregó su sueldo en puras monedas de veinte centavos a mi madre y en un descuido que ella tuvo le cogí una moneda y yo sintiéndome ya muy hombre fue a una tienda compre cigarros y refrescos, convidé a un amigo y en el corral de mi casa sobre unas piedras que hacían la vez de un mostrador de cantina nos pasamos toda la tarde tomando los refrescos como si fueran tequila y nuestros cigarrillos, pero no terminamos nuestra parranda porque mi madre nos descubrió y desde luego vinieron los manazas en la parte trasera de mi cuerpecillo pues en ese entonces tendría yo 3 años. Con el Chato me encariñé en mi niñez mucho pues él me atendía en todo y me consentía en mis caprichos y a todos lados me llevaba. 

Una vez que en un descuido al atravesar una calle me atropelló una carretela ligera, me paso por una pierna, afortunadamente no hubo fractura. Otra vez jugando con un amiguito en el corral de su casa al entrar corriendo a la cocina me tropecé con la señora madre de mi amigo la cual llevaba un cazo con dulce hirviendo del que se le cayó gran parte con tan mala suerte que me cayó en el brazo o sea la muñeca de la mano derecha, y fue tal la quemada que me dio el dulce que a la fecha tengo una gran cicatriz todo al rededor de la muñeca. 

Mis aficiones taurinas empezaron yo creo que cuando todavía no tenia uso de razón pues me cuentan mi padre y mis hermanos que una vez de tantas veces que me llevaron a los toros a una corrida que por cierto toreaba mi padre de banderillero, saltó un toro al tendido. Este es el único detalle que vagamente recuerdo, y que se armo un lío tremendo en el tendido, al grado que tuvieron que matar a tiros al toro allí mismo, y para esto mi padre estaba prendido de la cola pues vestido de torero subió al tendido a tratar de coger al toro corno fuera para evitar desgracias entre el público. Una vez terminado todo este lío y ya todo en calma mi hermano el chato se volvía loco buscándome pues me dejo solo y con el lio y contusiones que hubo en esos momentos no supo de mi para donde gane yo. Al mucho rato y después de terminada la corrida me encontró en un balcón de la plaza que daba a la calle. Como digo de esto creo no tenia uso de razón pues casi no lo recuerdo. Dicen que yo de niño ya toreaba muy bien, me gustaba torear en la calle a las puertas de mi casa, y una vez estando yo echando mis capotazos vi llegar un coche de caballos que paro frente a la casa. Bajaron de él mi padre y un charro muy bien ajuareado, y una señora. Me llamaron pero me asustó ver ese hombrote tan raramente vestido que salí corriendo para la casa y fui a parar hasta bajo de una cama, de donde no salí hasta como a las dos horas que me sacaron a jalones pues después de comer y estar un rato con mi familia se acordaron de mi y antes de marcharme este señor quiso que me llevaran con él. Una vez que lo lograron me acaricio dándome palmaditas en la cabeza y en la cara y de su bolsa saco una moneda de oro de $20.00 pesos y me la regalo. Yo me sentí feliz pues a esa edad, 3 años, en esos tiempos piara mi era algo único. Ese detalle del charro tan llamativamente vestido nunca lo olvidaré. Ese charro era el que fuera famoso matador de toros Juan Silveti. 

Al poco tiempo sin saber yo los motivos tuvimos que trasladarnos a San Luis Potosí, seguramente porque mi padre buscaba nuevos horizontes para sacar avante a la familia que era muy numerosa y en Saltillo había pocos toros y con el trabajo de zapatería que él ejercía en la misma casa, (remiendos y composturas) no era seguramente suficiente para poder vivir y mantenernos a todos pues mis hermanos mayores todavía no sabían ganar dinero para aportarlo para ayuda de los gastos de la casa. De este traslado solo recuerdo que pase mucho frío en la estación de Saltillo durante la espera del tren que nos tenía que llevar a San Luis. 

De los primeros años que pasamos en San Luis mi primer recuerdo, por cierto desagradable, fue cuando me llevaron a la escuela. Yo no quería ir y cuando llegamos al colegio mi madre tuvo que meterme a rastras y llorando como un desesperado. Esto sucedió cuando yo tenía entre seis y siete años. Curse normalmente los dos primeros años y al tercero me reprobaron, menos mal que al empezar nuevamente a repetir el 
3º 
nos tuvimos que venir a México, confieso que no me gusto estudiar. Fui muy flojo en mis calificaciones, siempre fueron lo más bajo posible, y siempre que podía me iba de pinta, pero mis pintas por lo regular eran muy buenas. Por no saber a dónde irme pasaba todo el tiempo recorriendo todas las iglesias que me encontraba y que conocía en San Luis, hasta que una vez por no calcular la hora llegue antes de tiempo a la casa y por no saber en ese momento mentir me receto mi madre una buena tunda. Desde esa vez no volví a faltar al colegio, Escuela Modelo, pero de nada sirvió, no aprendí nada más que a leer y casi nada en cuestión de números. Mientras tanto, en esos siete años que pase en San Luis, mis aficiones al toro recuerdo yo que las tenia adentro pues todos los días, a media calle, organizábamos nuestras corridas de toros. Unos de mis amigos decían que eran Gaona, otros Belmonte, o Mejías, pero a mí nadie me quitaba de que yo era Juan Silveti y es que era mi ídolo y además no olvidaba el detalle que había tenido conmigo. Los domingos formábamos una cuadrilla más en serio; o sea los que estábamos mejor con el toro (un muchacho con unos cuernos), nos íbamos a una corraleta que estaba acondicionada de tal forma que parecía plaza, teníamos público y todo, y ante ellos procurábamos hacer con el aparato grandes faenas, y lo que yo sí recuerdo es que Juan Silveti nunca se dejaba ganar la pelea de “Gaona” y “Belmonte”. ¡Menuda tercia alternábamos en esa corraleta de San Luis!...”

Partida de bautizo de Armillita
Con esta breve remembranza, recuerdo hoy el centenario de la llegada a este mundo de uno de los más grandes toreros que ha conocido este inmortal arte y cabeza de una importante dinastía de toreros, don Fermín Espinosa Saucedo, Armillita.

domingo, 3 de abril de 2011

En el centenario de Armillita IV

3 de abril de 1949: El Maestro de Maestros se despide de los ruedos en la Plaza México, matando él solo seis toros de La Punta


Ya al final de la temporada 1947 – 48 Armillita había comentado en entrevista a El Tío Carlos, que la siguiente campaña sería la última suya en los ruedos. La fecha que eligió para ello fue el domingo 3 de abril de 1949, un mes antes de cumplir 38 años de edad, pero llevando ya a cuestas un cuarto de siglo en los ruedos. Para demostrar que se iba en plenitud, Fermín Espinosa Saucedo escogió una bien hecha corrida de La Punta – puro Parladé, vía Campos Varela y Gamero Cívico – y la despacharía él solo.

La relación del festejo que he escogido es la del propio Carlos Septién García, El Tío Carlos, la que apareció en el diario El Universal, de la Ciudad de México, del lunes 4 de abril de ese 1949, misma que transcribo en su integridad:

El maestro Fermín Espinosa dio ayer su última cátedra despidiéndose del toreo en tarde que será inolvidable
Encerrado con seis toros de La Punta que resultaron bravos, “Armillita” cortó cuatro orejas en la corrida de su despedida como matador de toros. Un adiós lleno de profundas emociones para los toreros y para el público: el padre de Fermín hizo el simbólico corte de coleta a su hijo, el más grande lidiador de la historia taurina. El sitio de Fermín queda vacio.

De la más clara estirpe torera proviene este Fermín Espinosa que ayer se nos ha ido del ruedo. Haría falta, para describir en toda su fuerza la limpieza y el valer de su progenie, usar ese lenguaje bíblico en cuya severa concisión va palpitando el poder de la sangre y el espíritu y bajo cuya sencillez de nombres propios corre el profundo caudal de las generaciones escogidas.

Y decir así, sin adjetivos inútiles, sin epítetos que son incapaces de contener la grandeza del mensaje trasmitido y de sus portadores.

“Costillares” engendró a “Lagartijo”; “Lagartijo” engendró al “Guerra”, el “Guerra” engendró a “Bombita”; “Bombita” engendró a Joselito... Y al final de la generación, como un fruto completo de las mejores savias taurómacas que en el mundo han florecido, Fermín Espinosa “Armillita”, brote el más sazonado de la más ilustre genealogía de lidiadores que en el mundo ha habido.

Al final, sí. Porque Fermín Espinosa deja un sitio “sin sucesión” inmediata. Un sitio que tal vez no se llene jamás, sino con el recuerdo del propio torero que lo ha ocupado durante veinticinco años triunfales...

Es la suya la escuela de la tradición. La escuela de la realidad que es el toro y de la ciencia y de la ley elaborada en siglos de experiencia, de esfuerzo, de observación de sangre y de muerte. Es la escuela que salió de las heridas de un “Frascuelo”, de las suavidades de un Rafael Molina, de la seguridad de un Rafael Guerra y de la encastada bizarría de un Ricardo Torres o de un José Gómez. Es la escuela de la exactitud, de la normalidad, del equilibrio; la única escuela que ha podido permitir a los hombres que bajan a los ruedos, hacer del arte de torear una profesión en la cual se pueda pasar una vida de un cuarto de siglo sonriendo siempre ante la amenaza y en la que se puede hacer del riesgo un elemento de juego y un constante estímulo de supervivencia. Es, en fin, la escuela que ha hecho de la muerte fuente de vida y faena de inmortalidad.

Y de esa escuela, el último mensajero ha sido Fermín Espinosa. El último por muchos años. Y ello es así, porque “Armillita” probó su innata ciencia con el agua fuerte del toro de cinco años y con la casta del burel español entero y cabal como el de aquellas corridas bilbaínas ante cuyo sentido y cuya catadura Fermín gustaba de mostrar el oro puro de su verdad taurina. Allí, frente a la realidad de los pitones bastos y de la malicia añeja del animal viejo, “Armillita” maduró la riqueza de su capote único y la sapiencia de su pequeña muleta magistral; allí, en la inminencia de las arrancadas de original fiereza fue donde compuso la desparpajada alegría de sus banderillas y donde probó la certeza acerada de su estoque infalible. Allí siempre; no frente a la carretilla de un estudio ni frente al dócil muchachuelo que humilla a compás la embestida en las escaletas amistosas. No: frente a la realidad del toro que hiere y que mata. Del toro que sabe y quiere luchar y que sale al ruedo para pelear su vida a cambio de otra.

No creo que “Armillita” haya soñado nunca con el toro ideal para la faena de fantasía. Él no necesitó nunca soñar faenas. Él, simplemente, hizo faenas. De allí que su toreo fuese siempre toral, íntegro, uno. Nunca fue esbozo ni apunte: siempre, en cambió, obra completa, cíclica, cumplida en todas las dimensiones de la tauromaquia. Sin balbuceos, sin claroscuros, sin carencias de desarrollo, el arte de Fermín Espinosa fue en toda ocasión tan pleno, tan cabal, tan completo, como lo es un rayo de sol en cuya verdad y en cuya luz no influyen los objetos sobre los cuales ha de recaer porque su fuerza y su claridad están en su propia esencia.

Luz de sol, verdad y plenitud de mediodía. Tal fue el singular toreo de “Armillita” que no tuvo aurora ni ocaso porque nació, vivió y se ocultó siempre en cenit.

Si “Manolete” fue el Estilo y Arruza fue el Poder, “Armillita” ha sido la Sabiduría. No es esto nuevo, desde luego; pero también es cierto que no se ha valorizado en su significado total esta sustancial calidad de “Armillita”.

Sabiduría es dominio total de la verdad. Y esto, en toros, se llama Fermín Espinosa. Y es preciso decir, para orgullo legítimo de la tauromaquia mexicana, que nunca ha habido en la historia del toreo así, un lidiador de tan completa sabiduría como nuestro “Armillita”. Porque es cierto que Rafael Guerra vivió un cuarto de siglo entre los toros y que Joselito fue el sinónimo del poderío. Pero ni el “Guerra” ni José tuvieron la extensión inmensurable de Fermín que paseó triunfalmente su dominio por todos los tercios de la lidia, por todas las suertes conocidas y por todas las que el arte fue agregando a la tauromaquia a lo largo de los últimos años y, además, ni el “Guerra” ni José se enfrentaran "a todos los toros del mundo" tal y como lo hizo este “Armillita” que llevó su sapiencia por todos los países en los cuales hay un ruedo y un público taurino.

Sabiduría en su capote, capaz de trazar cualquier lance, desde la linajuda serpentina de una larga cordobesa hasta la moderna plasticidad de una chicuelina, pasando por la riqueza bulliciosa de los galleos, como el que hoy resucitó en uno de los quites, por la estoica elegancia de las gaoneras o por el júbilo travieso de sus propias “saltilleras”, tan acompasadas y medidas como las que hoy cuajó. Sabiduría en el segundo tercio, donde su absoluto señorío de amo de las banderillas se impuso siempre, lo mismo en los fáciles que en las precisiones del quiebro o que en las gallardías de todos los adornos imaginables y que tuvo instantes de inigualable grandeza en aquellos pares memorables de poder a poder, con que el pasmo de Saltillo solía llevar el tercio a exaltaciones que sólo con Rodolfo Gaona había llegado a alcanzar.

Y sabiduría, finalmente, con la muleta y con el estoque. En aquélla, haciendo de la breve extensión de su engaño, ya el dúctil instrumento de un poderío implacable o ya – lo que es más grande aún – convirtiéndolo en roja pluma con la que fueron escritas muchas de las más grandes páginas del toreo universal. Cincel de marmóreos clasicismos cuando su amo descubría en el toro materia de Fermín fue, cuando el toro no podía ser cimiento de obra clásica, látigo para castigar mansedumbres, garra para domar fierezas, abanico para alegrar soserías y siempre – siempre – instrumento de mando tras el cual la segura tranquilidad del hombre hacía caer a sus plantas cualquiera acechanza y con el cual la ciencia de su dueño desbarataba fácilmente las oscuridades de cualquier problema.

Y sabiduría en la mano que guiaba su acero por entre los pitones para dejar caer sobre los morrillos y relámpago del cielo. Seis estocadas y cuatro pinchazos le bastaron esta tarde para hacer que seis toros de La Punta, se desplomaran a sus pies como heridos de rayo en tempestad. Y nunca necesitó más. Él era matador de toros y sabía cómo cumplir su básica misión de estoqueador. Tal vez haya en esto un error; pero Fermín Espinosa nunca vio volver un toro suyo al corral. Y si lo hubo, habría que buscar las circunstancias que se hubiesen conjurado para ello.

Porque lo cierto es que Fermín Espinosa se retira de los ruedos sin que haya topado nunca en su vida entera con el toro que pudiese sobre él.

Y por eso Fermín no deja – para desgracia de la tauromaquia – una sucesión inmediata. Porque aparte su intuición asombrosa que no puede trasmitirse, Fermín se hizo con toros. Y para dejar en alguien más los secretos, y las normas de su ilustre escuela, Fermín hubiese necesitado dar su cátedra con animales como los que a él le sirvieron de inconmovible pedestal. Y es caso seguro que frente a toros así “Armillita” no habría encontrado ni alternante ni discípulo. Su cátedra habría sido un soliloquio...

Y digo que para desgracia de la tauromaquia, porque sin esa formación fundamental – escolástica taurina – que Fermín ha profesado y vivido como nadie, es muy difícil que pueda levantarse nada genuino ni duradero. Un torero de sólidos principios tauromáquicos puede enfrentarse a cualquier situación y asimilar con provecho y éxito cualquier variante o creación posteriores. Un torero sin doctrina básica es como un hombre sin formación suficiente; las circunstancias lo pueden vencer fácilmente y la improvisación – casi siempre defectuosa – es su única defensa. Las creaciones posteriores no sólo no fortalecen su personalidad, sino que la deforman y la desdibujan.

Los principios dan una aptitud de asimilación que redondea en unidad el meollo artístico del toreo. Gaona, por maduro y por bien preparado, pudo resistir la revolución belmontista y jerarquizar los nuevos hallazgos del toreo para riqueza de su propia personalidad. “Armillita”, con la soberana capacidad de su intuición y de su escuela, pudo tomar de cada una de las épocas artísticas que le tocó vivir, lo mejor de las esencias y, al encarnar las nuevas creaciones y las modalidades de la evolución taurina, fue un torero de arte tan permanente como el de su ascendencia lidiadora y tan al día como el más reciente de los toreros nuevos. Y esta aptitud y esta potencia que tantas veces le fueron criticadas son, en realidad, la mejor prueba de su grandeza.

De modo que con Fermín se va no sólo su propio valer, sino también la última unidad que restaba de los mejores hallazgos que el arte de torear había logrado en un cuarto de siglo.
Y esto conduce de la mano a desentrañar el sentido de la postrera cátedra de Fermín Espinosa. Esa que dictó ayer en la Plaza México a lo largo de su corrida final.

Lo que ayer demostró Fermín es algo de positiva trascendencia para el desarrollo posterior de la tauromaquia. He aquí los dos puntos de su lección:

1. – Entre el toreo tradicional y el toreo moderno no hay oposición alguna. Hay, por el contrario, una evolución armoniosa en la cual lo moderno significa un perfeccionamiento de lo tradicional.

2. – Para hacer el buen toreo moderno es indispensable una formación sólida dentro de los principios de la lidia tradicional.

En otras palabras: al toro que embiste de largo, de largo hay que torearlo con la perfección linajuda de los tres tiempos de las suertes, con el aguante y el mando de los viejos maestros tal y como lo hizo Fermín en la gran faena del quinto toro, modelo de lo que puede una muleta escolástica frente al toro que se viene de lejos y aun contra el viento que descubre al torero. Y al toro que acaba aplomado, al animal que termina defendiéndose en el tercio, o en las tablas con su media arrancada, se le puede y se le debe pasar, mediante el procedimiento de llegar le cerca y de cortar un tanto la longitud del muletazo original. Así lo hizo ayer Fermín en sus dos primeros toros y también en el cuarto, cuando las reses se quedaron al final de la lidia y cuando buscaron el abrigo de tablas para su defensa.
De modo que en una sola tarde – y precisamente en su tarde final – Fermín Espinosa “Armillita” mostró la clara unidad de evolución que hay entre su escuela y la moderna y la validez de los principios de aquélla junto con la verdad de lo actual. Pasarse a todos los toros en largo y en corto, según sus condiciones, es una legítima ambición que Fermín Espinosa selló ayer con su aprobación doctrinal y con la práctica realización del gran ideal taurino.

Y fue así, en la unidad de su personalidad superior, el “Guerra”, Belmonte y Rafael Rodríguez en una sola tarde que fue la de su despedida.

¡Gracias, Fermín por tu postrera lección!

Ésta de “Armillita” ha sido una de las más emotivas despedidas de torero alguno. El público voleó su cariño por el torero que ha sido sillar de la fiesta en 25 años y que ha dado a México prestigio y gloria en los ruedos del mundo. Pero también, voleó su admiración hacia el torero en plenitud, hacia la realidad desbordante de una potencia taurina capaz de lidiar seis toros en una lidia completa y capaz de conservar su señorío y su integridad aun en medio de los vaivenes de la emoción que sacudía a espectadores y a los toreros que eran, además, sus hermanos.

La mejor estampa de gloria armillista será, para quienes la observaron, aquel momento en el cual Juan y Zenaido Espinosa, víctimas del sentimiento, estuvieron a punto de ser víctimas del toro. Entre ellos Fermín – especie de José taurino – se irguió en el tercio para quedarse con el toro y levantando en alto la mano diestra impuso con gesto sereno el orden en el ruedo. Un instante después, el toro que había lanzado a sus hermanos por el callejón y los burladeros, se volvía dócil faldero entre los pliegues imperiosos del capote de “Armillita”.

Así, mandando hasta el último momento en el toro y en la arena y en las cuadrillas, fue como Fermín Espinosa salió para siempre de una plaza de toros...

A modo de envío:

Contigo, Fermín Espinosa, se ha ido la Sabiduría. Contigo termina por ahora la ilustre dinastía de los más grandes lidiadores. Quisiéramos creer que tu lugar habrá de encontrar sucesores dignos de ti. Pero tú te has llevado tu intuición milagrosa, tu sapiencia total. Y los tiempos se han llevado al toro con que tú te formaste...

Tu sitio queda vacío y sólo tu recuerdo podrá llenarlo. Tu obra queda allí, en la mejor hazaña del toreo universal. Y tú pasas a la gloria permanente de la tauromaquia con un solo título, el más difícil de llevar, el más difícil de cumplir en toda su esencia y en todo su significado de valor, de saber, de gallardía y de caballerosidad.
¡Torero!

Para la estadística

Armillita brinda a su padre y a sus hermanos, el sexto
de la corrida de su despedida
Como picadores en su cuadrilla llevó al Güero Guadalupe Rodríguez, a Gonzalo González, a Juan Aguirre Conejo Chico, a Nacho Carmona, a Jorge Contreras Zacatecas II, a Antonio Silis Cerrajero y a Francisco Ramírez El Corto.

Los banderilleros fueron sus hermanos Juan y Zenaido, Pascual Navarro Pascualet, Vicente Cárdenas Maera, Román El Chato Guzmán, Rafael Osorno, Juan Ruiz, Liborio Ruiz y José Ramírez Gaonita. De ellos, toda la brega de los 6 toros la llevaron Juan, Zenaido y Pascualet y solamente Maera puso el tercer par del sexto toro, pues Fermín pareó a todos los demás.

Los toros de La Punta fueron por su orden, Cosquilloso, Corralero, Rosalejo, Catarino, Salmantino y el que cerró esta página de la historia de Armillita se llamó Urraco, número 30 y pesó 428 kilos.

Los sobresalientes fueron el matador de toros Andrés Blando y los entonces novilleros Héctor Saucedo y Ángel Isunza y ellos sí, solamente hicieron el paseo.

Creo que por el fasto que se recuerda, podrán disculpar la inusitada extensión de esta entrada.

domingo, 20 de marzo de 2011

En el centenario de Armillita III

25 de marzo de 1928: Armillita recibe su alternativa española en Barcelona

Juan Armillita cede los trastos a
su hermano Fermín (25/03/1928)
Antonio Posada había hecho matador de toros a Fermín Espinosa Saucedo en El Toreo de la Condesa el 23 de octubre de 1927, llevando como testigo al Orfebre Pepe Ortiz. El trianero le cedió al toro Maromero de San Diego de los Padres y el nuevo matador de toros cerraría el festejo triunfando al cortarle el rabo a Coludo, toro que brindó a Rodolfo Gaona. Armillita Chico tenía 16 años, 5 meses y 20 días de edad.

Tras de concluir la temporada mexicana, viaja a España con su hermano Juan, a la sazón matador de toros desde 4 años antes, con la finalidad de hacer campaña allá y es así que su apoderado, Victoriano Argomaníz le pacta la necesaria alternativa válida en ruedos hispanos para una plaza en la que siempre gozaría el torero de la mayor consideración, la de Barcelona. El motivo de tener que tomar una nueva alternativa, más que confirmar la ya obtenida, lo explica así don Luis Ruiz Quiroz:



Antes, las alternativas no españolas no tenían validez en España y los matadores de toros extranjeros tenían que tomar la alternativa en su primera actuación en cualquier plaza de la península... En el primer convenio taurino entre mexicanos y españoles de julio de 1944 se pactó que quedaba reconocida la antigüedad de las alternativas tomadas en la plaza “El Toreo” de la ciudad de México a partir del 18 de julio de 1936... En febrero de 1951 se firmó el segundo convenio entre toreros mexicanos y españoles y la cláusula 3 dice lo siguiente: “Las clasificaciones hechas en México y España de los matadores de toros se respetarán mutuamente por las Asociaciones de Toreros de ambos países”... A partir de entonces las autoridades taurinas españolas han reconocido validez a todas las alternativas mexicanas...

Armillita escribió poco antes de su muerte un esbozo de memorias, las que concluyen prácticamente en la víspera de esta alternativa y sobre este particular cuenta lo que sigue:

El 13 de marzo de 1928 llegamos a Madrid… lo primero que hicimos fue ir al sastre de toreros, un tal “Rubio de las Monteras”, para que me probara el traje de torear que tenía yo que vestir el día de mi alternativa en Barcelona. Era precioso, azul plumbago y oro. Allí mismo me ajuaree (avié) de capotes, muletas, zapatillas, medias, todo nuevecito, también montera que no podía faltar desde luego. Para las camisas estuvimos en la Casa Quiroz… No se preocuparon de llevarme a una tienta ni nada parecido, para que antes de debutar me diera cuenta más o menos como era el ganado español, Solo me tocó ver una corrida de Beneficencia a los pocos días de llegar. Torearon Marcial Lalanda, Villalta, Fuentes Bejarano y Niño de la Palma. No se me olvida un toro colorado que toreó Villalta, como se arrimó y cómo lo mató, ¡qué bárbaro! Asustado estaba yo nada más de pensar que tenía que vérmelas yo con esos toros y aquellos toreros de España…

Allí concluyen los apuntes del Maestro, que apenas doce días después de bajar del barco, estaría recibiendo de nueva cuenta, la dignidad de matador de toros en la Plaza Monumental de Barcelona.

Inserción en el número 87 del semanario barcelonés La Fiesta
Brava
, relatando la alternativa de Armillita

El cartel del domingo 25 de marzo de 1928 se integró con toros salmantinos de Antonio Pérez de San Fernando, para Juan Espinosa Armillita, el valenciano Vicente Barrera y Fermín Espinosa Armillita Chico que recibiría la alternativa, insisto, por segunda ocasión, dado que por una cuestión que califico de meramente administrativa, la recibida en El Toreo el mes de octubre anterior, no era reconocida por válida.

¿Qué ocurrió en el festejo? He encontrado dos versiones de lo ocurrido en la plaza barcelonesa. La primera, con la ventaja de la inmediatez, apareció en el número 86 del semanario La Fiesta Brava de Barcelona, publicado el 30 de marzo de 1928, y la relación que hace el cronista Civil, es en lo medular la siguiente:

Armillita Chico, el chaval que en diciembre cumplió 16 años, el mejicano que allá en su tierra armó una revolución y en el que tantas esperanzas tiene la afición Azteca, ha tomado la alternativa en Barcelona. Veamos su primera actuación ante el público hispano… Ni elegido, pudo soñarse en un toro tan pastueño, para su alternativa; llamábase el bicho Bailador y a fe que nada tenía de aficiones terpsicorescas, suave, tranquilo y nobilísimo tomó la punta del capote de Magritas, quien se lo presentó al neófito, instrumentando Fermín unas preciosas verónicas que fueron oleadas, hizo asimismo un precioso quite que fue ovacionado, puso un par de banderillas con valentía y buen estilo y previa la ceremonia emocionante de entrega de trastos por su hermano, el tradicional abrazo y un beso fraternal, brindó a la presidencia y se enfrentó con su enemigo… Dio cuatro pases tranquilos, dominador, valiente y al iniciar otro cae en la cara perdiendo los trastos, al quite Barrera y Armillita, aunque en honor a la verdad la muleta caída y movida por el viento hizo el verdadero quite, levantóse encorajinado el muchacho y siguió muleteando muy valiente y artista, entrando guapamente a volapié pinchando en hueso, luego una estocada alta, pero, con algo de tendencias que hizo rodar al toro; ovación grande muy merecida, y vuelta al ruedo… El último de la tarde, fue ya de la otra mitad, por lo que, por más que quiso Armillita chico lucirse, no logró su objeto gracias a la sosería del toro y al fuerte vendaval, que se había desencadenado; no obstante estuvo valiente y sumamente voluntarioso, tanto con la muleta como con el capote. Bien colocado en el ruedo y muy oportuno en los quites, uno de los que hizo faroleando entre aplausos unánimes de la concurrencia. En conjunto una muy buena actuación del mejicano petit, quien queda ya catalogado entre los Ases de la torería...

La segunda versión es la que aparece en el número 351 de la revista valenciana La Reclam Taurina, de Manuel Soto y Lluch, del 31 de marzo del mismo año, donde aparece una crónica firmada por Pascual Cardona, en la que se señala lo siguiente:

No podrá quejarse Fermín de lo que le deparó la suerte para su debut en España: un toro bonito, alto de agujas, alto, gacho y apretado de defensas, y sobre todo (ahí está la madre del cordero), noble y bravo. Afectado el imberbe muchacho por el debut, lo toreó valiente de capa, ciñéndose en algunos lances y no mandando lo suficiente, por lo que el noble animal le comía terreno. Lanceó, al quitar, más a nuestro gusto. Cogió palos y clavó al cuarteo un par caidillo y desigual, sin grandes primores de ejecución. Después del ceremonial de entrega de trastos, abrazos, besos, etc., etc., se encaró el chiquillo con el de Pérez, que estaba ideal. Le hizo una faena con ambas manos, variada y valiente, pero efecto de codillear un tanto, le achuchó varias veces el noble animal. Una de ellas cayó ante la cara del bruto, metiendo oportunamente el capote Barrera. Decidido, pinchó hondo la primera vez, recetando luego una estocada traserilla, algo tendenciosa, que fue suficiente. Muchas palmas. El toro se llamaba “Bailador” y tenía pelaje negro. Datos para la historia… Más terciado y sin estilo su segundo, no le permitió lucirse con la capichuela, y anotamos en su haber solo la voluntad. El viento molestaba de lo lindo. Le muleteó reposado y doblándole bien. Un metisaca, dos pinchazos y una buena estocada. Acertó a descabellar al tercer golpe. Fue despedido con palmas de simpatía. El muchacho tiene figura y detalles de buen torero. Creemos que cuando lleve toreadas varias corridas y se dé cuenta del nervio que tiene el toro español, muy distinto al de su tierra, le lucirá más su trabajo. Hoy por hoy, con lo hecho con el lote que le deparó la suerte el día de su debut, creemos a ojos ciegos que los mexicanos han exagerado unas miajas. El 22 del próximo mes volverá a torear en esta. Dejamos para entonces nuestra opinión definitiva...

Como se observa, esta crónica de Pascual Cardona se expresa con más reservas y con menos voluntad hacia el toricantano, aunque sin dejar de reconocer que el clima afectó su actuación y que tiene lo que hoy dirían las crónicas buenas maneras, por ello, se reserva un prudente beneficio de la duda hasta su próxima actuación, misma que, precisamente por los elementos, se suspendió hasta mejor oportunidad.

La realidad es que a partir de la cesión que Juan Espinosa hizo a su hermano Fermín del toro Bailador de don Antonio Pérez de San Fernando ese día, se inició una carrera que le llevó a ser uno de los más importantes toreros de la historia.

En ese momento Armillita Chico aún no cumplía los 17 años de edad y esta alternativa prácticamente marcó el inicio de una carrera en la que, como dijera Leonardo Páez:

…Fermín Espinosa Saucedo supo equilibrar, a su aire, la miseria de ser hombre con el prodigio de ser hombre, y provocar en quienes los aclamaron y en quienes, los seguimos admirando, un orgullo profundo como aficionados pensantes a la misma Fiesta que ellos tanto amaron y a la que tanta grandeza dieron…

Hoy, aunque con unos días de adelanto, debido a que en estas fechas se acumulan varios acontecimientos importantes, recuerdo este hecho histórico en su biografía, en el año del centenario de su natalicio.

domingo, 20 de febrero de 2011

En el centenario de Armillita, II

20 de febrero de 1944, Fermín Espinosa corta el rabo a Paracaidista de La Laguna, tras de matar 6 de San Mateo en solitario y ejecuta en El Toreo por primera vez el quite de La Saltillera.

La 12ª corrida de la temporada 1943 – 44 en El Toreo de la Condesa estaba pensada originalmente en un mano a mano entre el Maestro de Saltillo y Silverio Pérez para dar cuenta del encierro de don Antonio Llaguno. Desde esta perspectiva o desde la que finalmente se dio, despertó de inmediato un interés malsano en la afición, dado que la malquerencia entre el ganadero de Zacatecas y los dos toreros que formarían el cartel era de sobra conocida. Al final de cuentas, una semana antes el certero pitón de Zapatero de La Punta se atravesó en el camino del Faraón de Texcoco y la fecha se cerró para la actuación exclusiva de Fermín.

Don Antonio Llaguno tenía una especial antipatía hacia Armillita y todo lo que representaba. La negociación de la empresa de El Toreo con el ganadero culminó en la aceptación de este para que Fermín matara su corrida, lo que Luis Niño de Rivera, en su obra Sangre de Llaguno, explica de la siguiente manera:


…El ganadero estaba convencido de la enemistad del torero hacia su persona, misma que canalizaba a través de la lidia que daba a los toros de San Mateo. Reconocía en Fermín una enorme capacidad como torero, que servía de fundamento para creer que con tanto talento, la única explicación era que no quería darle a sus toros la lidia adecuada para hacerlos lucir. A Llaguno únicamente le cabía en la cabeza que “Armilla” tuviera propósitos ulteriores con los toros de San Mateo, y por consiguiente con él, al torearlos a contra estilo, doblándose con ellos, cuando lo que requerían era darles recorrido para que fueran a más...

…La culminación de esta confrontación se dio la tarde del 20 de febrero de 1944, cuando ambos accedieron a una encerrona del diestro coahuilense con seis bureles del zacatecano. Un verdadero duelo de titanes que no estaba planeado como tal originalmente. El programa inicial incluía al “Faraón de Texcoco”, en lo que sería también un cartel controvertido, en mano a mano entre Fermín y Silverio, con toros de San Mateo, pero el destino puso las cosas de tal manera que había que tomar decisiones de gran altura, si querían comportarse como grandes del toreo...
Los toros escogidos por el ganadero de San Mateo para la ocasión fueron cinco de encaste Llaguno (producto del cruce de ganados nacionales con lo importado de Saltillo) y uno de origen Saltillo puro, de los cuales cuatro tenían 6 años de edad y dos eran cinqueños. Por su orden salieron al ruedo: 1º Lucerito, número 32 con nota de tienta regular, nacido en 1939; 2º Tinajero, número 32, con nota de tienta bueno, nacido en 1938; 3º Vencedor, número 37, con nota de tienta regular, nacido en 1938. Este era Saltillo puro y en la plaza fue anunciado como Jerezano; 4º Barretero, número 82, con nota de tienta bueno, nacido en 1938; 5º Desertor, número 17, no se proporciona nota de tienta, nacido en 1938 y 6º Peregrino, número 50, con nota de tienta regular, nacido en 1939.

Si se observa, la corrida, en el papel, tenía mucho que toreársele. Era muy diferente a los toritos de plomoAlfonso de Icaza dixit – que el mismo don Antonio le enviaba a Lorenzo Garza – en esa temporada en el retiro – o a El Soldado, por lo que Fermín El Sabio tenía la certeza de que para triunfar esa tarde no solamente tenía que poderle al envío del señor de San Mateo, sino que tendría además que obtener un triunfo rotundo. En esas condiciones, pidió a su amigo Romárico González, ganadero de La Laguna, un toro para regalar si las condiciones se daban. El propio Luis Niño de Rivera lo narra así:

…Armillita sabía de la capacidad de Llaguno para escoger un encierro que le fuera particularmente molesto y difícil. Por su parte, don Antonio entendía con toda claridad que el torero iría bien pertrechado con un “séptimo cajón”. El encierro no podría ser simplemente malo, puesto que se jugaba el prestigio de San Mateo y la posición de su propietario. Por su parte, el maestro tenía que buscar el triunfo a como diera lugar, para demostrar su superioridad sobre los astados del zacatecano...
Al final del festejo, Armillita le había cortado la oreja al primero, Lucerito, la que le tuvo que ser traída del desolladero y dio una aclamada vuelta al ruedo tras de la lidia del cuarto, Barretero, por no haber culminado con la espada lo que varias de las crónicas consideraron que fue la faena de la tarde. Allí se abrió la ventana para el obsequio de Paracaidista – brindado a Mario Moreno Cantinflas – que le permitió al Maestro la realización de una gran faena y el corte de la oreja y el rabo y la salida en hombros de la plaza.

Críticas posteriores a la actuación de Fermín Espinosa se decantaron por intentar minimizar su triunfo ante Paracaidista, señalando la diferencia notoria de trapío que guardaba con los toros de San Mateo que compusieron el encierro titular de la corrida del 20 de febrero. Uno de los que con más insistencia puntualizaron ese hecho, fue Roque Armando Sosa Ferreyro Don Tancredo, en La Lidia de México, que desde su crónica del festejo refería el triunfo del Maestro ante un utrero.

Don Luis de la Torre, El – Hombre – Que – No – Cree – En – Nada, en refutación a Don Tancredo, expresó lo siguiente:

...nos hemos mostrado extrañados de que el señor ganadero de San Mateo en esta ocasión haya enviado a la arena de “El Toreo” una corrida con toda la barba... Si hablamos de dedicatoria especial por parte del señor Llaguno, téngase en cuenta que lo hemos hecho no por tratarse de “Armillita” y de Silverio, para quienes estuvo destinado el encierro, sino porque de de la ganadería de San Mateo es de donde salen la mayor cantidad de toros con bravura tendiente a la docilidad y en edad cercana a la juventud, con los cuales puede hacerse alarde de preciosismo y pinturería, y siempre han sido puestos sus pupilos en manos de determinados lidiadores para quienes nunca hubo vetos ni prohibiciones. Esta es la verdad escueta, no “nuestra verdad”, pues en ella solamente está comprendida nuestra manera de pensar, y en la primera se halla también el convencimiento de toda la afición... Que hábilmente “Armillita” haya obsequiado un toro de distinta ganadería y en condiciones diversas de edad, peso y estilo, en relación con los primeramente lidiados, para con él hacer patente la diferencia de lo que encierra el lidiar un TORO y un utrero, también es una verdad unánimemente aceptada; pero ello, a mi humilde entender, carece de relación directa con la hazaña momentos antes realizada. Se trató de un obsequio y en él concurrieron las características que quedan mencionadas, y no vamos a querer que Fermín haya contado de antemano con tropezar con un toro que de manera definitiva redondeara su triunfo. Pudo haberse equivocado y entonces, quizá, pudiera él mismo haber hecho disminuir el valer de su actuación, quedando, entonces sí, en un posible ridículo...
No puedo coincidir en que porque se tratara de un regalo, se justificara la alegada falta de presencia del toro de La Laguna, aunque ninguna de las relaciones del festejo – las favorables y las que no lo son – refieren que Paracaidista haya sido protestado, lo que me sugiere que en todo caso desentonó entre los toros de 5 y 6 años por ser quizás cuatreño; pero también me queda claro que el encierro de San Mateo sí iba con dedicatoria y que al final de cuentas, Armillita resolvió con eficacia la papeleta que le planteó don Antonio Llaguno con los toros que le preparó para la ocasión. En esa tesitura, el Maestro obtuvo el triunfo que la afición esperaba y mantuvo su categoría con el toro de Romárico González que previsoramente estaba dispuesto como sobrero.



El apunte de Antonio Ximénez en el que se describe
el nuevo quite de Armillita llamado después saltillera


Para concluir y sobre la nueva suerte que presentó a la afición, el pintor Antonio Ximénez, que elaboraba apuntes para La Lidia de México, la describe brevemente como una gaonera renovada, en tanto que Alberto Lázaro, en su columna semanal Cargando la Suerte en la misma publicación, dice lo siguiente:

…El 20 de febrero de 1944 – fecha que figurará con letras de oro en los anales de la tauromaquia – creó Fermín Espinosa un lance nuevo… Quién afirmó que Fermín había practicado la “tapatía”, quién aseguró que era la “fregolina” y quién, por fin, dijo que era la “caleserina”… Está inspirada en la “gaonera” y en el pase alto ligado a la manera de Victoriano de La Serna… El torero se echa la capa atrás, como para torear por “gaoneras”. Inicia la suerte exactamente como si fuera a dar una “gaonera”, pero en lugar de rematarla llevando el brazo a la altura natural, el torero lo levanta como para dar un pase alto… Es, pues, la suerte creada por Armillita, mezcla de “gaonera” y de pase alto. En su ligazón cobra gran semejanza con los pases lasernistas que se dan con la muleta… Este lance puede ligarse también por el lado izquierdo en la misma forma en que se hace hoy por el lado derecho… Y como la creación es obra de Armillita, por más que haya quienes, como siempre, le discutan el mérito, debemos llamarla en justicia “armillina”…
La historia nos demuestra que el nombre que le quedó al lance, sería el de saltillera, no en recuerdo al nombre taurino de su creador, sino al del lugar del nacimiento de Armillita, Saltillo, Coahuila.

Así es como se escribió otra de las páginas de gloria de la historia en los ruedos de Fermín Espinosa, Armillita.

N.B. El subrayado en la transcripción de la obra de Niño de Rivera es obra de este amanuense.

domingo, 30 de enero de 2011

En el centenario de Armillita I

30 de enero de 1946: Armillita, Manolete y Silverio lidian en El Toreo, el último encierro español que se ha corrido en la capital mexicana

Necesaria aclaración

El día 3 de mayo de este año se cumple el primer centenario del natalicio de don Fermín Espinosa Saucedo Armillita, quien resulta ser, a la luz de los hechos, una de las más altas cumbres de la Historia Universal del Toreo. A partir de este día y cuando menos una vez al mes, procuraré ocuparme de alguno de los hechos notables de su paso por los ruedos del mundo, distintos a los que ya he dejado constancia en las virtuales páginas de esta bitácora. Espero que los encuentren de interés y que sirvan para dejar claro que independientemente de que haya un océano entre América y Europa, la Fiesta es una y así debe seguir siendo.

La temporada 45 – 46 en El Toreo

A la reparación de la ruptura de las relaciones taurinas entre España y México, producida en 1936 y la forma en la que se gestó la temporada en la que se dio la corrida que aquí me ocupa, dediqué otro espacio de esta misma Aldea y a él les reenvío. También escribí ya a propósito del impedimento oficial al ingreso de ganado español a nuestro territorio, a causa de una epizootia de fiebre aftosa, así que para aligerar, les pido también, si es el caso, dirijan sus pasos al espacio relativo.

Solamente añadiré que esa temporada 45 - 46 encontraba en puerta, aparte del serial de El Toreo, la inauguración de una nueva plaza de toros en la capital mexicana. La ya bautizada como Plaza de Toros México, con capacidad inicial de 50,000 espectadores – después reducida en un 10% por disposición gubernativa –, manejada por una empresa distinta a la de La Condesa y con la que se iniciaría una competencia en materia de asuntos taurinos en la Ciudad de México, con el Monstruo de Córdoba como eje de ella, tanto así, que el día 22 de abril de 1946, se publicó en el Diario Oficial de la Federación un decreto del Jefe del Departamento del Distrito Federal, Javier Rojo Gómez, limitando la celebración de festejos taurinos a 2 por semana, pues se aducía entre otras cosas, que con más, se afectaba seriamente la actividad productiva y la economía de las familias.

En ese entorno se anuncia en El Toreo un festejo con un cartel encabezado por Armillita, Manolete y Silverio Pérez, para enfrentar un encierro español de origen Murube. Aludo a su origen, dado que en las distintas informaciones que he podido recabar, me encuentro con autores como Guillermo Ernesto Padilla, que aseguran que la corrida era de doña Carmen de Federico, en tanto que Filiberto Mira y Francisco Narbona señalan que los toros fueron de don Luis Vallejo Alba y  por su parte El Tío Carlos simplemente dice que fueron de Murube. Cualquiera que sea el caso, lo único seguro es el origen de los toros, puesto que la familia Urquijo de Federico compró a la familia Murube la ganadería que formaron a partir de ganados de Vistahermosa, vía Arias de Saavedra y en su caso, don Luis Vallejo Alba o compró a doña Carmen de Federico el pie de simiente para formar la suya o como afirma el veterinario Juan José Zaldívar, adquirió directamente de Tomás Murube una fracción de la ganadería de su familia.

Un festejo accidentado

La corrida estuvo envuelta en varios accidentes previos. La presencia de Manolete en las plazas mexicanas representó un revulsivo para las cosas de los toros de este lado del mar. Las entradas para ir a verle se cotizaban a altos precios y las instalaciones para ir a adquirirlas resultaban insuficientes. Me encuentro en el diario El Informador de Guadalajara, la víspera de la corrida, con la siguiente información:

Multa por falta de taquillas. – México D.F., enero 28. – Mil pesos de multa fueron impuestos a la empresa de “El Toreo” por no haber colocado las taquillas que dispuso el Gobierno del Distrito Federal en los terrenos de la plaza, para facilitar la venta de los boletos. Cada semana que pase sin cumplirse, aumentará la multa.

El equivalente en dólares de esa época eran 125 aproximadamente. Y es que las colas que se formaban alrededor del coso hacían imposible la adquisición de las ansiadas localidades. Pero no solo se tomaban medidas gubernativas, el asunto tomó también tintes políticos. Un senador, Vidal Díaz Muñoz, arremetió en contra de las empresas, tanto de El Toreo como de la Plaza México en los siguientes términos:


Continúa la reventa en la Capital. Todas las medidas que se han adoptado, parece que resultan inútiles. – México D.F., enero 29. – El señor senador Vidal Díaz Muñoz, expresó que no se había acabado con la reventa de boletos para los toros, por más medidas que se habían adoptado. Que es vergonzoso que antes de expenderse los boletos en las taquillas oficialmente, la víspera o el mismo día de la corrida, desde varios días anteriores se ven a los revendedores con blocks de boletos en los cafés, peluquerías, clubs y demás sitios de reunión, a donde se trasladó la perseguida reventa de las calles. El senador Díaz Muñoz hace responsable de esta reventa al gerente de El Toreo, Antonio Algara, de quien dijo que era un personajillo que al parecer goza de grandes favores oficiales. También dijo el mismo senador que los precios en la nueva plaza México eran excesivos, lo que demuestra que su dueño, el licenciado Neguib Simón va igualmente por el camino de la especulación y la explotación.
Ese era el ambiente en el que se iba a desarrollar la corrida a la que me referiré enseguida.

Armillita sin los toros de Murube

Al final de cuentas Fermín El Sabio no lidió ninguno de los toros españoles que le hubieran correspondido, sino dos de Zacatepec, de la misma procedencia, pero de origen nacional. En el sorteo se desechó uno de los de Urquijo o Vallejo – según la versión que se acepte – por chico y el cuarto de la tarde fue devuelto por manso, así que acabó enfrentando dos pupilos criados en Tlaxcala por don Daniel Muñoz, quien después de haber intentado fusionar los ganados familiares de origen Piedras Negras con simiente zacatecana de San Mateo que le facilitara su amigo don Antonio Llaguno, se decantó por lo saavedreño, vía Murube, siendo una de las contadas ganaderías mexicanas que se mantuvieron fieles a esa línea de sangre.

¿Cómo fue la actuación de Armillita en esta señalada tarde? Voy a recurrir a la relación de don Carlos Septién García El Tío Carlos, que en el diario El Universal publicó la crónica de la corrida bajo el título Manuel Rodríguez Manolete o la pureza del arte y que de la actuación del Maestro Armillit, destaca lo siguiente:

FERMÍN: El de Saltillo – vestido de paja y oro, como trigo maduro – salió por la victoria. Pase a pase, lance a lance, fue elaborando un triunfo sólido, consciente, sereno; dijérase que Fermín estaba cuidando su tarde con el mismo esmero cariñoso con que se cuida un toro suave y dócil. Fermín quería cortarle las orejas a la tarde... Era ese Fermín distinto que hemos visto desde que llegara “Manolete”: el Fermín que despojado de su profesoral indiferencia ante los retozos más o menos brillantes de sus discípulos, ha encontrado en la solemne presencia del cordobés un estímulo digno para hacer esplender toda la vasta dimensión de su ciencia... Así, el toreo de Armillita ha dejado de ser el monólogo entristecido o la algarabía sofística que solía ser antes, cuando no había quien lo entendiera o cuando, aburrido, apelaba al engaño para recibir algún calor de palmas. Hoy es un diálogo levantado, profundo: diálogo que, en mutua fecundación, se ha entablado entre la plenitud de Fermín y la liturgia de Manuel Rodríguez. Diálogo cuyas frases de clásica prosa imperial están siendo nuestro regalo y nuestro afán... “Número 28”, de Murube, fue el cuarto. Negro, apretado de encornaduras y bizco, astillado del derecho. Chico también, como todos los de esta tarde. Salió trotón; luego se puso abanto; después se dio a revolver al revés. Por fin, se mantuvo con la cabezota alta... En un derroche de maestría, Fermín lo recogió, lo hizo humillar y luego se lo pasó en varios lances seguidos. Lo que se llama corregir los defectos y luego torear con lucimiento... Vinieron las varas y el toro salió suelto... Luego, el toro hizo asco y por evidente mansedumbre, fue devuelto... En sustitución apareció un toro de Zacatepec, negro bragado, chico y sacudido... Tres varas y el toro salió suelto... Como preludio, un pase de costado; un pase alto y un natural y otro pase por abajo... Luego se lo llevó a los medios. Y allí trazó cinco pases naturales, dos de ellos muy buenos, los otros con ligero enmiendo... Un pase alto; otro de pecho, y de nuevo por abajo. El animal huía por momentos. Además, había necesidad de acosarlo para que embistiera. Fermín lo probó así, cuando en un descanso le metió la muleta hasta los propios hocicos y se la agitó varias veces. Como si se lo hiciera al “Caballito”... A fuerza de aguante, Fermín logró tres derechazos muy ceñidos, toreando con el brazo, y un derechazo con remate alto en el que sintió el calor del toro, y en el que aguantó un gañafón... Se marchó el toro a su querencia de toriles. Y allí lo siguió toreando por alto y por abajo. Luego, con pases de tirón, lo sacó de la querencia para volverlo a citar al pase natural; sólo que el toro rehusó la pelea y, huyendo, volvió a las tablas... Allá fue entonces Fermín. Se dobló con él varias veces. Lo volvió a sacar, y el toro se volvió a marchar. Una lucha con el bueyote... Al fin, en la propia querencia de tablas, Fermín toreó en cuatro derechazos magníficos. Al final de ellos pescó por el rabo al manso para hacerlo regresar. Lo dobló varias ocasiones más para igualarlo, y entrando con habilidad, dejó una estocada caída que hizo doblar. Se levantó el toro y al fin cayó definitivamente... La mayoría pidió la oreja. La minoría la rechazó. Fermín, entonces, al igual que Manolete en el toro anterior, hizo un signo diciendo que para él estaba bien ganada. Y se la guardó tranquilamente en la bolsa de la chaquetilla... Y les peló los dientes a los que le chillaban… Vueltas al ruedo, salida a los medios, música maestro... Fermín había cuidado su triunfo con cariño”.

Manolete cortó un rabo esa tarde y Silverio Pérez estuvo discreto. De allí el título de la crónica de El Tío Carlos. No obstante, la actuación de Fermín Espinosa, según se retiene de la relación transcrita, deja en claro que todos los toros tienen faena posible – sobre todo cuando se tiene que defender el sitio que de figura se tiene – nada más es cuestión de sabérselas hacer y de encontrar el terreno en que la misma sea posible, lo que para Armillita era el eje de su tauromaquia, escribiendo con ello una de las páginas importantes de su historia.


Espero que disfruten esto, como yo lo he hecho al prepararlo.

Aldeanos