El cierre de la temporada 1962 – 63 estaba próximo a llegar y también, a la vista de los resultados, la signatura de las más grandes realizaciones del llamado Niño Sabio de Camas en la capital mexicana. Apenas el 23 de enero anterior, todavía en la Plaza México, había realizado una gran faena al toro Novato, del ingeniero Mariano Ramírez, un toro de regalo que salvó del naufragio a una tarde que no pudieron a sacar a buen puerto ni Alfredo Leal, ni Juan Silveti, ni tampoco el prodigio andaluz.
Al final de esa tarde, se atribuye nada menos que a don Rodolfo Gaona haber afirmado: Toreros más técnicos podrá haberlos... También podrá haberlos más valientes... Pero como ha toreado ese chiquillo con la muleta en la izquierda es imposible torear mejor... La afirmación podría considerarse temeraria de no provenir de quien la hizo, pero una vez que se hizo pública – apareció en el número de El Ruedo de Madrid fechado el 7 de febrero de 1963 – dejó el listón muy alto para Paco Camino y para cualquiera que quisiera mejorar las cosas delante de los toros aquí en México.
La Oreja de Oro 62 – 63
Para la corrida de la Oreja de Oro se anunció un encierro de Coaxamalucan que sería lidiado por Manuel Capetillo, Juan Silveti, Joselito Huerta, Joaquín Bernadó, Paco Camino y Santiago Martín El Viti. Como se ve, fue un festejo de triunfadores que se disputarían el galardón que señalaría al triunfador de la temporada y no como en la actualidad, que se ha convertido en una mera corrida de oportunidad.
El encierro enviado por don Felipe González sacó una variedad de complicaciones. Acerca de los toros escribió para El Redondel, Alfonso de Icaza hijo:
…se lidiaron seis mansos de Coaxamalucan, relativamente bien presentados, pero que no permitieron a los toreros mostrar sus facultades. De los seis no salió uno, y en cambio, sí tuvieron distintos defectos que provocaron, además del aburrimiento general, que el público se encrespara, al grado de mostrarse injusto aún con los que habían sacado algún provecho de sus adversarios…
Manuel Capetillo estuvo empeñoso y lucido con el que abrió plaza – hasta banderillas puso – y pudo salir al tercio a agradecer una ovación, agregando Icaza que bien pudo dar la vuelta al ruedo, pero no estuvo por la labor. Juan Silveti también agradeció una ovación al terminar su labor, aunque con menos fuerza que su antecesor. Joselito Huerta y El Viti fueron pitados, más que por su labor, por sus fallos con la espada y Joaquín Bernadó dio una vuelta al ruedo entre protestas.
El trofeo fue declarado desierto. Sobre este particular, Alfonso de Icaza hijo hace la siguiente reflexión:
Si hubiera habido justicia, la oreja de oro se la deberían haber disputado Capetillo y Bernadó, que fueron, de los seis espadas, los únicos que supieron sacar partido de los mansos coaxamaluqueños, pero como el primero cuenta con una legión de enemigos envidiosos, y el segundo no es ídolo, agregado a la furia imperante contra el ganadero, determinaron que el público declarara desierto el trofeo en disputa…
Paco Camino y Catrín
En la misma crónica de El Redondel, Icaza hijo habla de que la corrida tuvo dos partes bien definidas, la de la Oreja de Oro y la de dos toros de regalo que ofrecieron Paco Camino y Juan Silveti. Al final de los hechos, fue el que ofreció Camino, el que cambió el rumbo de la noche y el que dejó un recuerdo para la historia.
Narra Icaza hijo:
Paquito Camino se subió hasta los cuernos de la luna. Con la capichuela se hizo aplaudir con lances al natural y con chicuelinas, muy pintureras, aunque un tanto rápidas. Con la muleta, en cambio, nos deleitó con una faena inolvidable, en la que tan pronto toreaba con primor con la derecha, como nos regalaba con tandas de naturales en las que templaba maravillosamente, corría la mano desde aquí hasta allá, y engranaba a la perfección un muletazo con otro. Fue una faena de época, a la que sólo le encontramos un pero; sus continuos intermedios. Si en vez de ligar tandas de cuatro o cinco pases, hubieran sido de diez o doce, habría quedado como modelo para el futuro. De todas maneras, Camino confirmó ser una primerísima figura del torero. No tuvo suerte al matar, ya que necesitó de dos pinchazos antes de meter el estoque, por lo que el juez de plaza no le concedió más que una oreja, que el gran torero de Camas tiró en forma despectiva. Hubo, eso sí, cuatro, cinco o seis vueltas al ruedo, en medio de un triunfo apoteósico…
En el mismo número de El Redondel, del 31 de enero de 1963, Paco Hidalgo, colaborador del semanario, hace las siguientes reflexiones acerca de la actuación de Paco Camino esa noche de miércoles en el Toreo de Cuatro Caminos:
Recordando la ya varias veces reproducida frase del Califa Gaona, cuando lo vio torear, que dijo: “No se puede torear mejor”, voy a permitirme aclararle: sí pudo torear mejor Camino y esto lo hizo en la ya citada noche, que quedó inmortalizada, en la historia del toreo, junto con ese bravo “Catrín” de Pastejé… Salió “Catrín” haciendo cosas raras, suelto, abanto, echando las manos por delante a la hora de embestir, tal parecía que no valía un real, pero este torero, que por algo le llaman el “Niño Sabio”, se dio cuenta que el bovino traía una noble embestida que había que hacerla lucir… El toro “se comía” la muleta de bravo. Ni una sola vez dudó el toro, ni una sola vez hubo que porfiarle, ni andarle alrededor, Cuando se arrancaba, se arrancaba fuerte, franco, pero fuerte; estaba peligroso de bravo, sólo que Paco está peligroso de torero, ¡y qué torero, TORERAZO! Su faena fue de esas que dejan una honda huella en la mente, que se deleita uno recordándolas y que todavía se valorizan más a la distancia… Como los grandes trasteos fue de menos a más. Sabiendo que tenía el toro un lado izquierdo de maravilla, después de poner a los tendidos al rojo vivo de entusiasmo toreando con la derecha, vino lo insuperable, lo excelsos, con la mano de los toreros: naturales de ensueño. ¡Qué tersura en la muleta! ¡Qué limpieza en su ejecución! ¡Qué manera tan perfecta de medir la embestida, la distancia, llevarlo embebido en los vuelos y al final, dar ese muñecazo suave con que manda lejos y la muleta se extiende como un abanico y todo eso impregnado de una clase, de un sabor, que pocas veces se ve! … Cómo sería de grandiosa la faena, que el público, que ensordecía el ambiente con sus gritos de ¡TORERO, TORERO!, no reparó en los dos pinchazos entrando con fe que precedieron al estoconazo, y pidió los máximos galardones, y como únicamente hubo una oreja, lo desagravió, haciéndole dar SEIS vueltas al ruedo…
Por su parte, quien firmó como Juan de Dios, en el número de El Ruedo salido el 4 de abril de 1963, cuenta lo siguiente:
Alguien me insinuaba en voz baja – creo que era Enrique Vera – el título de la crónica de la corrida de la Oreja de Oro: «¡Olé por todo!» … El novillero Juan Anguiano me confiaba: «Yo jamás he visto torear así». El matador mejicano y secretario de la Unión de Matadores, Andrés Blando, se encontraba entusiasmado y hacía gestos de que lo que había sucedido en la arena era algo de locura… También Anselmo Liceaga se maravillaba de lo que había hecho el maestro de maestros, el «Coloso de Camas», el gran torero que es Paco Camino… Los tendidos eran un volcán de júbilo. Los espectadores se encontraban atónitos y habían enronquecido vitoreando una y otra vez, acompasando cada pase de Paco con e l ¡olé! clásico, rematado por el coro emocionante de estas latitudes «¡Torero, torero, torero!», que se prodiga cuando alguien concierta todos los matices del arte del toreo… El clamor no cesaba. Se lloraba. Se saltaba de entusiasmo en los grádenos. El público, en pie, hacía objeto de un homenaje sin precedentes al sevillano, que consumaba una de las gestas más brillantes que se puedan escribir sobre el ruedo… Decía Rodolfo Gaona, a raíz del triunfo de Paco con «Novato», que cuando se torea como en aquella ocasión todos los toros parecen buenos. De acuerdo. Pero esta vez el toro salió con muy mal estilo. Y Camino fue centrando en su capote al pupilo de Vargas, hasta que se declaró dueño y señor del ruedo con gracia, esencia y arte andaluces… Después, ¡olé por todo! Porque todo fue completo y perfecto. Desde su concepción hasta su remate. Las verónicas, las chicuelinas, los pases con la derecha, los naturales de tres tiempos, ejecutados en seis fases, como para levantarles un monumento, los pases de pecho... ¡Olé por todo! ¡Olé por esa maravilla torera! …
Aún le restaba, esa noche de miércoles, una actuación a Paco Camino en el Toreo de Cuatro Caminos, la del domingo 31, ante los seis berrendos aparejados de Santo Domingo. Esa es otra historia y sin duda, la más grande tarde que tuvo en la capital de México, hecho del que también están por cumplirse sesenta años.
Paco Camino escribiría nuevas historias triunfales en México, pero ya no en la capital. Lo haría principalmente en Querétaro y alternando con los toreros mexicanos de la generación que siguió a aquellos que lo recibieron en sus primeras visitas a nuestro país. Ya habrá tiempo de recordar esas otras grandes tardes.