Manolete y Carlos Arruza (Cª 1946) |
La Feria de la Merced de 1945 constó de cuatro festejos. En todos ellos Manolete y Carlos Arruza, emparejados, eran el eje de las combinaciones. No creo que haya sido falta de imaginación de Pedro Balañá el anunciarlos juntos la totalidad de esa feria, sino que más bien se trataba de reiterar la primacía de una plaza que durante el siglo XX, fue la que más festejos ofreció en toda la geografía española y también, de ratificar la taurinidad de una ciudad – por más que una panda de obcecados hoy se desgañiten proclamando lo contrario – que en esos días tenía dos plazas de toros de primera categoría en plena operación.
Más la Merced del 45 no descansaba solamente en los nombres de Manuel Rodríguez y Carlos Arruza. También eran parte de su elenco Domingo Ortega, Jaime Marco El Choni, Agustín Parra Parrita y los caballeros Simao da Veiga y Álvaro Domecq. Eso sí, como era tradicional por esos tiempos en la ciudad condal, los festejos fueron de muchos toros, porque en el que menos se corrieron fueron siete y hubo un par en el que salieron al ruedo nueve, pero así eran Balañá y Barcelona, cuando había, había a manos llenas.
La cuarta corrida de esa tradicional fiesta se celebró el 26 de septiembre de 1945. Actuaron los rejoneadores Simao da Veiga y Álvaro Domecq y mano a mano Manolete y Carlos Arruza. Los toros fueron uno de Bernardino Jiménez y uno de Villamarta para rejones y seis de doña Carmen de Federico para los toreros de a pie. Da Veiga abrió plaza y Domecq actuó entre los toros tercero y cuarto de la llamada lidia ordinaria. Ambos caballistas fueron muy ovacionados.
Los males que hoy impiden el desarrollo de la Fiesta en Barcelona – y en Cataluña toda – no eran novedad por esos días. Deduzco esto de la crónica aparecida en el diario La Vanguardia de la capital catalana al día siguiente del festejo y firmada por Eduardo Palacio, en el fragmento que sigue:
La «afición» de Barcelona, una de las más antiguas de España, cosa que estoy pronto a demostrar con textos de la época romana, sufría un letargo del que ha ido despertando poco a poco a lo largo de seis años para encontrarse, a la sazón, convertida en el inapelable juez de la «fiesta». Y el artista que ella consagra, consagrada queda en todo el territorio nacional. Pues bien, como entiende, siempre entendió de toros…
El anuncio de la corrida |
Me da la impresión que de manera soterrada, se cuestionaba la existencia de una verdadera afición autóctona a los toros en Barcelona, atribuyendo su vigencia a quienes despectivamente se llama allí los charnegos.
Pero vamos al grano. Los toros de Carmen de Federico, dirían las crónicas de hoy, se dejaron hacer, aunque el recuento de su comportamiento en el primer tercio refleja que también tuvieron su dosis de bravura. El primero tomó tres varas; el segundo, dos; el tercero, dos muy fuertes de Parrita; el cuarto, también dos; el quinto, cuatro, una del reserva y tres de Barajas y el sexto, tres, señalándose que en la segunda, intervino en quites el sobresaliente Tarré. Diecisiete varas en total. El juicio del cronista acerca del encierro es así:
Los seis ejemplares que envió desde Sevilla la ilustre ganadera eran preciosos, finos, grandes, bravos, con poder, recogidos de cuerna, y ésta muy brillante; nobles, dóciles y alegres. Fueron una preciosidad. Varios de ellos aplaudiéronse en el arrastre, y uno, el lidiado en el penúltimo lugar, saludado al pisar la arena con una ovación unánimemente cerrada… las ovaciones que ayer se prodigaron a los colores negro y encarnado de la divisa propiedad de la aristocrática dama doña Carmen de Federico, constituyeron un legítimo galardón, no por merecido, menos de estimar, pera la renombrada vacada andaluza.
Manolete salió de la plaza con dos orejas en el esportón en lo que era su actuación número cincuenta y siete de la temporada. El 29 de junio anterior, en Alicante, había sufrido una fractura de clavícula que le tuvo parado dos meses, pues aunque reapareció el 6 de agosto en Vitoria, tuvo que parar de nuevo tras esa tarde y volver a la actividad hasta el 28 de agosto en Linares. Dice Francisco Narbona que perdió treinta y tres fechas. Si se suma a las 71 que sumó en plazas europeas ese calendario, seguramente hubiera rebasado el centenar ese año.
Su faena al segundo de su lote fue la cima de su actuación de esa tarde. Dice la crónica de Eduardo Palacio:
«MANOLETE». Este diestro, soberano en su arte, del que cada tarde exhibe una nueva y singular faceta, aprovechó la corrida, según mi leal saber y entender, para demostrar que así como no tiene rival con el capote y la muleta, tampoco lo encuentra manejando la espada. En su primero había escuchado la música a lo largo de su esplendente faena, concluida entre entusiásticas ovaciones. Pero lo grande, lo que para encontrarle igual es preciso acudir a la memoria, y recordar la forma en que «Fortuna» mató en Madrid, alternando con Belmonte el grande, un Albaserrada; o a «Varelito» a un Parladé, en la misma plaza; o a Martín Agüero, con un Esteban Hernández; o a Luis Freg, con un Urcola, la tarde en que resultó después gravísimamente herido; hay que recordar esas excepciones, repito, para ponderar la forma maravillosa en la que «arrancó» a herir, «llegó» y «salió» en su segundo, al consumar un volapié metiendo el estoque centímetro a centímetro por el propio hoyo de las agujas. Es decir, que el cordobés, que de novillero destacaba con el acero más que con nada, al encontrarse en la cima como capeador y muletero, tornó a reencontrar sus primitivas disposiciones. Antes había señalado un gran pinchazo. Se le otorgaron las orejas, y también escuchó la música. En el último quedó, asimismo, muy bien, pero... aquel volapié fue, sin disputa, una cosa grande.
La campaña de Carlos Arruza es un hito de la historia del toreo. Es la única ocasión en la que un torero mexicano ha rebasado el centenar de corridas toreadas en ruedos europeos y es una marca que, conforme van avanzando los tiempos, se vuelve cada día más inalcanzable. Resulta impresionante el ver cómo un torero que un par de años antes fue incluido en una corrida de la concordia en Madrid – 18 de julio de 1944 – por ser el que estaba a mano, toreando en Portugal para evitar el paro al que casi estaba sometido en México, en ese breve lapso de tiempo se encaramó, por mérito propio, a la cabeza del escalafón español y mundial, porque a esos festejos habría que sumar los toreados en cualquier otra parte del mundo.
Sobre la corrida número 101 de Carlos Arruza – en la que cortó seis orejas y un rabo –, el citado Eduardo Palacio escribió:
ARRUZA. El número que hacía su corrida de ayer era un capicúa: 101. Esas son las que lleva toreadas el mejicano esta temporada, a pesar de haber sufrido, a lo largo de ella, tres percances. No es mala cifra, ya que si no se tiene ningún contratiempo, sobrepasará el número de las que, en temporadas excepcionales, alcanzaron José y Belmonte. El mejicano se propuso, sin duda, en la fiesta a la que me refiero, solemnizar el haber rebasado el centenar de las que lleva toreadas, y ¡voto al chápiro!, que logró ampliamente su propósito. Porque lo hizo todo en los tres toros que le correspondieron, y lo hizo con inusitada brillantez. Toreando de capa, banderilleando sus tres enemigos, menos el último par en el bicho que cerró plaza, por haber recibido un palotazo en el brazo derecho, confió el menester a un peón; toreó de muleta exhibiendo la gama de su extenso, alegre y variado repertorio, y mató con la majeza que le es habitual. Su legión de partidarios no cabían en sí de gozo. Arruza escuchó la música en sus tres faenas, cortó todas las orejas de las reses e incluso también el rabo de la última – esto a exigencia fervorosa de la multitud –, y paseó el ruedo triunfalmente en los tres toros, no ahorrándosele ello ni en el que sirvió para concluir la gran corrida. Y como si quisiérase que el público admirase bien al diestro, se encendió la luz artificial cuando ya la última y brava res de doña Carmen de Federico, yacía sin vida a los pies del espada. ¡Bien solemnizó Arruza su corrida 101 de la temporada! Mientras tanto, el señor Balañá mordisqueaba un puro, pensando sin duda, en el negocio que sería otro mano a mano «Manolete» – Arruza. Porque lector, el atestón de la Monumental daba verdaderamente miedo.
Así que ya lo vemos, el cuarto lleno de no hay localidades en cuatro días seguidos de toros. De esa manera eran las cosas de los toros en Barcelona cuando existía la voluntad de ofrecerlos y la idea de que eran parte de una identidad nacional. Es por eso que hoy recuerdo esta Feria y este suceso puntual de ella, que nos deja muy en claro que lo que hoy sucede no es más que el capricho de unos cuantos.
La Merced de 1945 |
Nota marginal. En La Vanguardia del día del festejo que da motivo a esta entrada, aparece una nota de la agencia EFE, en la que se da cuenta del fallecimiento en Nueva York, en la víspera, de Encarnación López La Argentinita. No voy a citar el contenido de la nota en sí, pero no quiero dejar de poner aquí una nota de la redacción que se escribió a continuación:
N. de la R. – Con el fallecimiento de Encarnación López pierde el arte de la danza española una de las más destacadas figuras de todos los tiempos. La gracia el ritmo y la expresión prestaban a las interpretaciones de «La Argentinita» un sabor y un carácter pocas veces igualados… El arte de «La Argentinita» era algo realmente excepcional, y por ello la genial bailarina triunfó plena y rotundamente no sólo en España, sino también en el mundo entero. París, Londres y otras grandes capitales de Europa y América rindieron a Encarnación López los más encendidos homenajes de admiración… Aunque alejada hacía bastante tiempo de los escenarios barceloneses, aquí no se había olvidado a «La Argentinita»… Barcelona la aclamó repetidas veces, y ha recibido con sincero y hondo dolor la noticia de la muerte de la sin par artista.
Creo que esas afirmaciones, junto con los resultados de la Feria Taurina que es objeto del comentario principal, dejan bien clara la hispanidad y la taurinidad de Barcelona y de Cataluña entera.