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domingo, 1 de octubre de 2023

30 de septiembre de 1965: una espléndida tarde de Joselito Huerta en Madrid

En 1962, don Livinio Stuyck intenta dar un giro a la programación taurina de Las Ventas y crea un breve ciclo de final de temporada al que denomina Feria de Otoño, que en esa primera edición constó de tres corridas de toros. Al año siguiente el abono lo dividiría entre dos corridas y dos novilladas y ofrecería cinco festejos para el calendario de 1965. La idea del creador de la Feria de San Isidro no fue muy bien recibida por la crítica de la época. Dice Antonio Díaz – Cañabate:

¿Qué les ha pasado a las mujeres, que se han quedado en casa? ¡No les gustaba el cartel, no son partidarias de estas corridas otoñales, que con el absurdo nombre de Feria se ha empeñado en organizar la empresa contra el viento y la marea de los toreros, que no quieren ni venir a ella? ¿Para qué esta inoportuna Feria? ¿Para ganar unas pesetas? Pues sólo va a ganar la enemiga y la inquina de los sufridos abonados, a los que se obliga a sacar, a regañadientes, las localidades de cinco corridas sin el menor interés...

Por su parte, el controvertido Manuel Lozano Sevilla, opina al respecto:

Indudablemente esta feria de otoño está hecha un poco a contrapelo: los ases no han querido contratarse por lo avanzado de la época, lo que significa que los carteles carezcan de interés, o de garra, como ahora se dice, y el público se retrae. ¡Para que luego digan algunos «inocentes» que no es cierto que los toreros de postín se nieguen a torear en Madrid! Sí, si... Por eso en esta feria de otoño no figuran ni Antonio Ordóñez, ni «el Viti», ni «el Cordobés», ni los muy poquitos que les siguen en méritos…

Son dos puntos de vista que van en una misma dirección, en el sentido de que la Feria de Otoño parecía no tener razón de ser. El del cronista del ABC parte de la idea de que la empresa solamente busca un beneficio económico a partir de la venta del abono y el del que fuera taquígrafo personal del entonces Jefe del Estado, aparecida en el diario La Vanguardia de Barcelona, va por la idea de que los toreros de la parte alta del escalafón no gustan de comparecer en la Villa y Corte. Como sea, en esos días, esa feria no tenía un espacio propio y definido.

Vendría a ser hasta entrados los años ochenta, cuando Manolo Chopera entró a dirigir los destinos de Las Ventas, que la Feria de Otoño cobrara entidad e interés propios, convirtiéndose, como lo es hasta hoy, en uno de los verdaderos acontecimientos del cierre de la temporada taurina en España. 

La temporada 1965 de Joselito Huerta

Abrió su campaña europea en Sevilla, plaza en la que una década antes había recibido la alternativa. El 27 de abril tuvo una buena tarde ante un muy buen encierro de Celestino Cuadri, que saldó con una vuelta al ruedo tras una sentida petición de oreja. Después actuó en plazas como Valencia, Madrid, donde el 20 de mayo cortó una oreja a los toros de Baltasar Ibán que le tocaron en suerte; en Pamplona, en una tarde en la que su entonada actuación y la de José Fuentes, forzaron a Antonio Ordóñez a obsequiar el sobrero; Málaga y, San Sebastián entre las plazas más destacadas, sumando en total 25 actuaciones en ruedos europeos.

Quizás esta fue la temporada más redonda de las que realizó El León de Tetela por aquellas tierras, porque pudo dejar por sentada su madurez como torero y la realidad de su poderío ante los toros en una temporada en la que la atención de la afición y de los públicos estaba dirigida a otras cuestiones menos sustanciosas.

La corrida del 30 de septiembre de 1965

Era el festejo de apertura de la entonces vilipendiada Feria de Otoño. Se anunció un encierro de toros murubeños de don Félix Cameno García de la Higuera para Antonio Chenel Antoñete, Joselito Huerta y José Luis Barrero. Antoñete volvía por una tercera tarde en la temporada venteña después de que el 8 de agosto anterior, le cortara dos orejas a un toro de ese mismo hierro, en una corrida que teóricamente, era la última que torearía, porque después de ella, se pasaría a las filas de los de plata. Por su parte, el salmantino Barrero, que adquirió predicamento como novillero sin presentarse en Las Ventas, intentaba relanzarse en esta oportunidad.

Joselito Huerta enfrentó al segundo y al quinto del festejo y ante dos toros de condiciones que hoy calificaríamos de “complicadas”, solventó una actuación que fue más allá de la dignidad. Antonio Díaz – Cañabate, en su crónica para el ABC madrileño, destaca:

Joselito Huerta consiguió con la muleta hacer embestir al segundo, que era manso. Mansedumbre demostrada a las claras en el primer tercio. Le obligó, le embarcó con mando, que es lo que necesitaba el toro... El quinto llegó a la muleta tan quedado como el segundo... Huerta, a fuerza de porfiarle, obtuvo los pases, que fueron necesariamente cortos, porque el toro no acompañaba el viaje del torero. En un molinete, Huerta se cayó, y se alejó de la cara del toro rodando por la arena, rodamiento que gusta mucho a la gente, que le aplaudió con calor... Y en vista de eso dio la vuelta al ruedo...

Por su parte, el ya invocado Manuel Lozano Sevilla, en lo que publicó en La Vanguardia de Barcelona, reflexionó:

También ha estado lucido toda la tarde el mejicano Joselito Huerta. Para mi gusto el mejor torero que actualmente existe en su país. Toreó artísticamente con el capote; hizo un soberbio quite por gaoneras en el primero de la tarde, ovacionado fuertemente, y sus faenas fueron toreras, con pases de muy buen son, llevando toreadísimos a sus enemigos. Y el público lo agradeció ovacionándole, porque todo lo que se realiza con verdaderos toros tiene mucha más importancia que lo que se hace con becerros. Mató con decisión, señalando dos inedias estocadas en la yema, la segunda precedida de un pinchazo en buen sitio, y el torero dio la vuelta al ruedo al finalizar su labor en ambos toros, con petición de oreja...

Y en la Hoja del Lunes aparecida el 4 de octubre siguiente, con el resumen general de la feria, Isidro Amorós Don Justo, se refiere a su actuación de la siguiente manera:

Huerta estuvo tesonero, peleón. Al primero, un manso que huía hasta de su sombra, le sacó muletazos sueltos. No hubo conjunción; sí estimable pundonor. Como en el quinto, un carifosco grande, de mucho respeto, al que castigaron de forma demoledora en cuatro varas. Traserísimas; tan cruentas como perjudiciales. Valiente el mejicano, promovió el entusiasmo al estimarse su entrega. Lástima que abuse del toreo horizontal. Media espada en cada toro; la primera, en su sitio, pero saliendo perseguido y desarmado al ejecutar la suerte, y la segunda, alargando el brazo, luego de haber pinchado en hueso. Así finiquitó el azteca a sus enemigos…

Aunque hay inconsistencia en el recuento del reconocimiento popular a la actuación de Joselito Huerta, el recuento anual que hace el semanario madrileño El Ruedo, consigna justamente lo que describe Lozano Sevilla, vuelta al ruedo en el primero de su lote y otra vuelta al ruedo tras petición en el quinto de la tarde.

La tarde de Antoñete

No puedo soslayar que el triunfador del festejo fue Antoñete, quien, como decía líneas arriba, el 8 de agosto anterior, había salido a torear a Las Ventas, con la finalidad de arramblar unas pesetas para comprarse unos vestidos de plata, porque estaba decidido a pasarse a las filas de los banderilleros. Ese domingo, tarde de la confirmación de Pepe Osuna, le cortó las dos orejas al segundo toro de su lote de don Félix Cameno y afortunadamente para él y para la fiesta, tuvo ocasión de replantearse su carrera.

En esta tarde otoñal, se encontró a Mancheguito, el único toro del que las crónicas consignan nombre, al que le cortó una oreja. Un toro del que apuró la última gota de su casta y en el que todos los alternantes, en el tercio de quites, pudieron catar su bravura. Escribe Don Justo:

…Toro, como también es frecuente oír, bueno para el torero. ¡Tan bueno! Hasta hubo un buen tercio de quites. Antoñete por verónicas, puso en marcha la sonería del toreo bueno. Joselito Huerta, finísimo, cambiándose el capote por la espalda. Barrero, por chicuelinas, muy quieto. ¡Si sería bueno “Mancheguito”! ¡Si tendría “son”! Siguió con “son” en el último tercio, y Antoñete comenzó la faena con tres muletazos por alto, echando la pierna para adelante, de mucho empaque; perfecto el engarce con el de pecho… Ahí radicó el mérito del torero, que desde ese momento se puso por encima del toro. Gran mérito el de coger el temple e imponer su mando para que los pases bien iniciados no se frustraran, para hacerlos más largos. Mejores, por la izquierda. Naturales de verdad, cargando la suerte, sin apoyos antinaturales del estoque y retorcimientos. ¡Qué bien! Como al entrar a matar, con estilo de estoqueador...

De lo que he podido leer, esa tarde resultó ser algo así como el ensayo general de la faena del ensabanado de Osborne, que tendría lugar en mayo del año siguiente. Pero esa historia y otras, algún día trataré de contarlas por aquí.

El valor de estos acontecimientos

1965 fue el año de las 111 corridas de El Cordobés, afición y públicos estaban más pendientes de enterarse si El Mechudo se atrevería a romper la marca que Juan Belmonte dejó sentada desde 1919 que del toreo puro y duro que se verificaba en los redondeles. Y así, el 3 de octubre de 1965, en jornada doble, a mañana y tarde, Manuel Benítez sumó los dos festejos que le sirvieron para dejar como un mero antecedente lo que el Pasmo de Triana consiguió en la era de los trenes de vapor. Lo hizo por la mañana en Segovia y por la tarde en Toledo, a plaza llena en ambos sitios, no obstante las quejas de la afición lugareña que se lamentaba de los incrementos superiores al diez por ciento en los precios ordinarios de las entradas, por entrar a esos festejos.

También fue el año en el que, los toreros se perdieron el respeto en el ruedo y en Aranjuez, el 1º de mayo, El Cordobés y Paco Camino se liaron a bofetadas por un quite realizado a destiempo. En esa tarde, tratando de meter paz, el toricantano Vicente Punzón, le brindó el sexto a ambos contendientes. Todo el mundo se acuerda del rifirrafe entre las dos figuras, pero pocos recuerdan el pacifista gesto del toledano Punzón, quien intentó devolver al festejo la cordura y la seriedad que nunca debió perder.

Por último, el 13 de julio, El Cordobés toreó por última vez en Pamplona, en medio de una bronca de inenarrables proporciones. Al salir de la plaza se sacudió el polvo de las zapatillas y juró no volver allí, lo que cumplió. Años después, cuando novillero, su hijo Manuel Díaz se presentó allí y le hicieron pagar las cuentas pendientes de su padre. Tampoco ha vuelto a torear a aquellas tierras.

Así estaba el planeta de los toros hace 58 años. La estrella de El Cordobés encandilaba a muchos, pero en los momentos oportunos, el buen toreo resplandecía y ponía las cosas en su sitio.

domingo, 25 de septiembre de 2022

Hoy hace 56 años: la alternativa de Jesús Solórzano en Barcelona

El anuncio de la alternativa
Diario La Vanguardia de Barcelona
Ya me había ocupado por estas páginas de relatar la llegada a los ruedos y el ascenso de quienes fueron llamados Los tres cachorros por don Jesús Gómez Medina en su tribuna de El Sol del Centro, cuando se presentaron en la plaza de toros San Marcos de Aguascalientes precisamente Jesús Solórzano, Alfonso Ramírez Calesero Chico y Manolo Espinosa Armillita. Esa tarde se produjo en el mes de octubre de 1964, después de que los hijos de Armillita y El Rey del Temple, hicieran una breve gira por Sudamérica para actuar en Lima y en Bogotá.

Para la temporada de 1965, Jesús Solórzano decidió hacer campaña en ruedos hispanos. Comenzó ya en casi en el verano y entre el 29 de junio y el 19 de septiembre se vistió de luces siete tardes – Algeciras, Sanlúcar de Barrameda, La Línea de la Concepción, Ayamonte, Jerez de la Frontera y Valencia – compartiendo carteles con José Luis Teruel El Pepe, Sebastián Palomo Linares, Agapito Sánchez Bejarano y Rafael Astola, entre los nombres que han trascendido a la historia.

Fue un comienzo medido por parte de Jesús, quien el 18 de octubre de 1964 cortó el rabo al novillo Bellotero de Santo Domingo en la Plaza México. Para el año de 1966, tuvo como principales alternantes en ruedos hispanos a Pedrín Benjumea, Gabriel de la Casa, José Rivera Riverita y Ricardo de Fabra, pero sus actuaciones se extendieron ya a plazas de mayor categoría, pues actuó en Zaragoza, Madrid – 2 veces –, San Sebastián, Barcelona, Almería y Cieza. En la Monumental de Barcelona se quedó con 5 de los novillos de Manuel Álvarez Gómez y hermanos, por herida de sus alternantes. Esa noche le cortó las dos orejas al quinto de la sesión. Julio Ichaso escribió a propósito de ese festejo, lo siguiente, en La Vanguardia de la capital catalana:

...en el quinto... alcanzó un gran éxito al son de la música y de las aclamaciones del concurso; esta estupenda faena fue premiada con las dos orejas, con reiterada petición del rabo y dos vueltas al ruedo entre el entusiasmo general de la concurrencia; al sexto y último de la noche lo liquidó con media estocada en su sitio. Le dieron la vuelta al ruedo a hombros y así lo sacaron por la puerta de la Monumental... Buena presentación, seguida de un alentador triunfe. Felicitamos al nuevo en esta plaza y a su padre, el notable matador de. toros, hace años retirado, Chucho Solórzano, por la actuación de su hijo Jesús...

Acerca de su presentación en Madrid, entre otras cosas, don Antonio Díaz – Cañabate escribió:

El novillo acusó su escasa fuerza en la muleta. Tenía voluntad, pero embestía tardo y había que obligarle para que siguiera la muleta, y esto es precisamente lo que hizo Solórzano, hijo de «Chucho» Solórzano, el fino y elegante torero mejicano que recordamos con toda admiración. Su hijo tiene, por lo que le vimos, algo que ahora se manosea y se cotiza mucho: personalidad. Pero no una personalidad basada en detalles adjetivos al toreo, sino personalidad toreando, haciendo el buen toreo...

Pese a que al apodado Cañas por sus pares, no le parecía bien el toreo que llegaba del otro lado del mar, tuvo que reconocer que uno de los activos importantísimos de Jesús Solórzano, era tener una acentuada personalidad.

La alternativa de Jesús

Como había sido muy frecuente, la plaza de Barcelona fue la elegida para que el hijo del Rey del Temple recibiera la alternativa. La historia nos demuestra que las plazas que regentaba don Pedro Balañá Espinós, fueron, o la puerta de entrada o el punto de arranque de las carreras de muchos toreros mexicanos y honrando esa inveterada costumbre, anunció en los carteles de la Feria de la Merced de 1966, precisamente en la tarde que cerraba el ciclo, la alternativa de Jesús Solórzano, quien fue acartelado con Jaime Ostos en calidad de padrino y Fermín Murillo, que estaba en campaña de despedida como testigo, y a caballo, don Álvaro Domecq. Los toros serían de Atanasio Fernández. El diario La Vanguardia, después de relatar la corrida inicial del ciclo, celebrada el domingo 18 de septiembre, donde Antonio Bienvenida se despidió de la afición barcelonesa, actuando junto a Miguel Mateo Miguelín y Manuel Cano El Pireo frente a toros de don Alipio Pérez Tabernero, anunció lo siguiente:

La segunda función tendrá efecto mañana jueves, con ganado de don Antonio Garde para los diestros Paco Camino, «El Cordobés» y «Paquirri». La tercera consistirá en otra corrida, el sábado, día de la Merced, con reses de don José Benítez Cubero. Intervendrán los matadores Diego Puerta, «Mondeño» y José Fuentes, y en la cuarta, y última, actuará el rejoneador don Álvaro Domecq y, en la lidia ordinaria los espadas Jaime Ostos, Fermín Murillo y el mejicano Jesús Solórzano, que tomará la alternativa con toros de la vacada de don Atanasio Fernández. Todas las funciones comenzarán a las cinco y media de la tarde…

El toro de su alternativa se llamó Rayito, de acuerdo con las crónicas periodísticas de la época. La narración de Eduardo Palacio Valdés, en La Vanguardia, entre otras cuestiones relata:

El diestro azteca veroniqueó guapamente el toro que rompió plaza, negro, listón, con 503 kilogramos en los lomos y de nombre «Rayito». Consistió su quite en unas «chicuelinas», también ovacionadas, y empuñando los rehiletes, dejó un buen par, de frente, luego un solo palo y finalmente un gran par arrancando desde el estribo. Y cuando eran las cinco y cuarenta de la tarde, el bravo ecijano Jaime Ostos lo armó matador de toros, en presencia del baturro Fermín Murillo. La faena de muleta, amenizada por la música, así se desarrolló: Tres pases de tanteo, cuatro naturales, un molinete de rodillas, seis naturales, una arrucina, siete naturales y un molinete de rodillas. Dos pinchazos, una buena estocada y un descabello al tercer viaje, le proporcionaron una ovación, que agradeció desde los medios, En el sexto veroniqueó bien, y a petición del público tomó los garapullos, de los que clavó dos pares y medio, obligándosele a saludar. A la concurrencia ofrendó este franeril trabajo: Cuatro pases por bajo, cinco naturales, uno de pecho, tres naturales y un molinete. Arreó una estocada entera y algo torcida, y se le despidió con aplausos...

De acuerdo con lo que escribió en su día Palacio Valdés, se puede deducir que aún, sin obtención de trofeos, Jesús Solórzano tuvo una actuación destacada en esa tarde histórica para él, sobre todo, si se tiene en cuenta que el encierro no fue precisamente de dulce, según lo describe Rafael Manzano, corresponsal de el semanario madrileño El Ruedo:

Se celebró la cuarta y última corrida de la fiesta de la Merced. Don Atanasio Fernández envió del campo charro un encierro gordo, cornalón, muy dentro de la línea de los toros de la antigua usanza. No han tenido fuerzas con los caballos – ninguno derribó –, pero todos tomaron más de las varas reglamentarias y llegaron muy duros a la muerte...

Esa impresión la ratifica en su columna feriante Barrera de sombra, del diario La Vanguardia del 27 de septiembre siguiente, Julio Ichaso hace la siguiente apreciación de color:

Cable a Méjico, Distrito Federal: «Chucho Solórzano» (padre de Jesús Solórzano). Texto: «Al tomar mi alternativa de matador de toros, te mando un fuerte abrazo. Jesús». Un toro (el primero) por el pitón izquierdo: un angelito; por el derecho: un auténtico barrabás... La tenaz onda mortífera de los capotes, no le ayudó a doblar...»

De vuelta en México

El 19 de febrero del siguiente 1967, confirmaría su alternativa en la Plaza México, ante el toro Zapatero de Santo Domingo, apadrinándole Manuel Capetillo y siendo testigo Antonio Chenel Antoñete, en un festejo en el que los toros potosinos se encargaron de echar a perder la tarde, sobresaliendo únicamente las buenas maneras del confirmante, que esa ocasión vistió el casi mandatorio vestido blanco con bordados en oro.

Hace 56 años, en resumen

Jesús Solórzano y Alfonso Ramírez Calesero Chico fueron los únicos novilleros mexicanos que actuaron en ruedos hispanos. Por los matadores de toros, estuvieron Jesús Córdoba (13 corridas, 2 orejas), Jesús Delgadillo El Estudiante (9 corridas, 14 orejas), Raúl García (5 corridas, 1 oreja), Raúl Contreras Finito (4 corridas, 1 oreja y 1 cornada) y Fernando de la Peña (3 festejos).

Así fueron las cosas hace 56 años, cuando todavía había toros por La Merced en Barcelona.

lunes, 23 de mayo de 2022

22 de mayo de 1972. Una tarde de hitos y mitos (II/III)

Curro Rivera en Madrid
Foto: Cano - Colección: J. Colomer

Un sitio ganado a ley

Curro Rivera se contrató a tres tardes el San Isidro del 72. Obtuvo ese trato de figura a partir de la importante campaña que realizó el año anterior, triunfando en las principales plazas europeas y llegando, en el caso de la Villa y Corte, a torear la Corrida de la Beneficencia, que en aquellos años se conformaba con los triunfadores del serial isidril y no era anunciada de antemano junto con él. Y en su paso por el ciclo madrileño de hace 50 años, en su presentación el día 17 de mayo le cortó una oreja a Neroso el primero del lote de José Luis Osborne que sorteó esa tarde. El día 19 completó su segunda fecha, ante toros salmantinos de Antonio Pérez de San Fernando. Esa fue una tarde lluviosa y de frialdad en los tendidos, sin embargo, tras de su hacer ante el quinto de la función, el colorado nombrado Veleta se le pidió la oreja, que no fue concedida por Usía.

Así llegó a la actuación final de su compromiso, señalada para el lunes 22 de mayo, en el que compartiría cartel con Andrés Vázquez y Palomo Linares ante los toros de Atanasio Fernández. De esa corrida le tocaron en suerte Cigarrero y Pitito, tercero y sexto de la corrida, que le causaron la siguiente impresión a Carlos Briones, expresada en el semanario El Ruedo fechado el 30 de mayo siguiente:

Tercero, «Cigarrero», número 64, negro bragao meano, de 520 kilos. Abanto de salida, flojo al final, aunque embistiera con nobleza. Recibió una vara, en que apretó con buen estilo, y par y medio de banderillas. Murió de media estocada. Fue aplaudido en el arrastre… Sexto, «Pitito», número 23, negro zaino, de 531 kilos. Igual que casi todos sus hermanos de salida, se creció luego ante los castigos y llegó con nobleza a la muleta. Recibió un picotazo rebrincando y saliendo suelto, y una vara trasera, en que sonó el estribo, pero apretó. Tres pares de banderillas. Murió de pinchazo y estocada entera. Fue aplaudido...

Como se puede ver, la corrida no fue precisamente un dechado de cualidades, pero el interés por triunfar y la voluntad de los toreros lograron imponerse y quizás hasta encubrir las complicaciones de los toros. 

Curro Rivera corta cuatro orejas

El hecho de cortarle las dos orejas a cada uno de los toros de su lote resulta ser inusitado para un diestro mexicano. Así, la historia nos muestra que Armillita en 1933, en la Corrida de la Prensa; Carlos Arruza en 1945, durante la Corrida del Montepío de Toreros; y, Antonio Lomelín en 1971 la tarde de su confirmación, le cortaron tres orejas a los toros que les correspondieron, pero desde la inauguración de la plaza y hasta la fecha que nos ocupa, ningún torero mexicano había cortado cuatro orejas en Las Ventas en una misma tarde. Así pues, pese a todo, se seguía escribiendo historia ese lunes de hace medio siglo.

La crónica del festejo que hiciera Carlos Briones para El Ruedo en el número arriba señalado, entre otras cosas dice:

Saludó a «Cigarrero» con cinco verónicas sin enmienda, cerró con media de suave armonía, llevó al caballo a su colaborador – pues así era el suave Atanasio – por chicuelinas y escuchó ovación que divide las opiniones cuando se da el cambio al novillote con una sola vara. Brindis al público, para abrir faena por estatuarios, ayudado y de pecho que encandilan a la concurrencia, aunque la faena se desluzca en ocasiones por «Cigarrero», que dobla las manos. El momento álgido en la aclamación pública lo registramos en unos circulares sin enmendarse, en que por tres veces pudo – sin mover los pies – constituirse en el eje de la embestida del noble animal; dos series de naturales y otra de nuevas circulares perfectos son prólogo a media estocada bien puesta, premiada con las dos orejas… «Pitito», el sexto, tenía más respeto, pero también Curro se lo perdió, si no con el capote – con el que no se paró –, sí en la faena, más clásica, más arriesgada, seguramente más maciza, dentro de la sobriedad elegante de los redondos, naturales y pases de pecho en línea creciente de perfección; remata con unos adornos de fina torería y señala bien un pinchazo antes de dejar una estocada con pérdida de la muleta en el cruce. El público – que, como el torero, estaba embalado en el éxito de la tarde – pide y logra las dos orejas de «Pitito» para Rivera, al que creemos, ver en su mejor momento desde que llegara a España.

Otra visión amable del asunto viene de José Alameda, que en calidad de enviado especial de El Heraldo de México, escribió una crónica que se publicó de este lado del mar el día siguiente al de la corrida y de la que entresaco lo que sigue:

Ahora el grupito de aguafiestas salió cabizbajo mientras el público aficionado iba feliz… Gran mérito ha tenido lo que hizo con el tercero de la tarde, un toro muy noble pero escaso de fuerza. Currito lo toreó admirablemente de capa en los medios, en verónicas sin enmendarse. Luego, hizo las chicuelinas ambulantes para llevarlo al caballo y todo el tercio transcurrió entre aclamaciones para él. Fue un tercio corto, porque pidió el cambio luego de una vara, que era lo adecuado… Su faena la empezó también sin enmendarse, en cuatro ayudados por alto, cerca de tablas. Luego, en los tercios, en cuanto le echó la mano abajo en dos derechazos, el toro se le cayó. Y empezamos a temer que pudiera caerse también la faena. Pero Curro estuvo admirable de temple. Con una pulsación perfecta empezó a medir el toreo, yo diría que a “peinarlo”, y ya el toro no volvió a caerse, porque aquella muleta lo llevaba como el verso de Goethe, “sin apresuramiento, pero sin retraso” … Jamás había visto a Curro templar así. Puso al toro tan a punto que pudo hacerle el circurret… era la primera vez que lo hacía en Madrid. Y el público, deslumbrado, se le entregó…

Siguen, desde este punto de vista, los reproches a la conducta de los entonces instalados en el tendido 8 de Las Ventas, criticados por fundamentalistas y perpetuamente inconformes. Al final, su postura resultó ser la minoritaria, según el resultado final de la tarde. Pero tuvieron esos especialistas en ver lo negativo su abrigo en algunas crónicas. Escribe Díaz – Cañabate en el ABC de Madrid:

Las faenas de Palomo y de Rivera que les valieron las ocho orejas fueron de las corrientes, con ninguna emoción, y te repito que a mí lo que me priva en los toros es la emoción y lo que me arrebata es el valor unido al arte, y esto no lo he visto hoy. Hoy hemos visto en los tres toreros lo que les ha faltado a sus compañeros y a ellos mismos en las once corridas de la Feria, hoy han tenido en buen grado decisión, voluntad y entusiasmo. La faena de Andrés Vázquez al primero creo que ha sido la única variada que hemos visto. La de Palomo al del rabo la más libre de sus habituales defectos, y las de Rivera, más animadas que las de siempre...

Por su parte, Alfonso Navalón, en Pueblo, manifestó:

De lo que hizo Curro Rivera para llevarse cuatro orejas no creo que se acuerde nadie a estas horas. Dio muchos pases. Infinidad de pases. Quieto. Se lo pasó por delante y por detrás. Les hizo dar repetidas vueltas en torno a su cintura, como demostración exhaustiva de la candidez de sus sumisos colaboradores. Matando sí. Matando le echó pundonor y se fue mirando al morrillo detrás de la espada… Y eso fue todo. Para varios miles de espectadores y para el presidente, que hizo de regidor de escena, aquello debió ser el no va más. Para los que fuimos a ver una corrida de toros aceptamos la bella faena de Palomo, pero ante el único toro legal que salió por los chiqueros, no vimos faena…

Como se ve, resulta complicado el quedar bien con todos. Así como hubo quien aceptara las bondades de la tarde, también hubo quien simplemente no quedara conforme con nada de lo visto.

Homenaje con sabor a México

El 24 de mayo, El Informador, diario de Guadalajara presentaba una nota de la Agencia France Presse (AFP), en la que se da cuenta de un almuerzo – homenaje que la Porra de Ingenieros de la Plaza México ofreció a Curro Rivera por el triunfo tenido en la plaza de toros de Las Ventas el día anterior. Acudieron invitados a esa reunión aficionados mexicanos, distintos representantes de los medios de comunicación y dirigentes de la empresa de la plaza madrileña.

El corresponsal de la AFP entrevistó a Fermín Rivera, padre del diestro triunfador, quien dijo entre otras cosas:

Nunca pensé que mi hijo Curro me borrara como matador de toros. Estoy orgulloso como padre y como lo que fui: torero...

En dicha comunicación, se aseguraba que, en el propio evento, el apoderado de Curro Rivera y él mismo, ya negociaban el regresar a Madrid para el San Isidro de 1973, por otras tres tardes. No está de más comentar en este punto, que, a esa altura de la temporada, Curro Rivera estaba, por el número de festejos toreados, entre los cinco primeros del escalafón en España.

Mañana ahora sí, la conclusión de estos apuntes…

Aviso Parroquial: Este amanuense es el único responsable de los resaltados en los textos transcritos, pues no obran de esa manera en sus versiones originales.

domingo, 22 de mayo de 2022

22 de mayo de 1972. Una tarde de hitos y mitos (I/III)

Palomo Linares con el rabo de Cigarrón
Foto: Botán, colección El Mundo

Rompiendo moldes y tradiciones

Este 22 de mayo se cumplen 50 años de una tarde en la que en la plaza de Las Ventas de Madrid se produjo una cadena de sucesos que marcaron tanto a la historia de la plaza de toros, como a la historia del toreo. Fue una tarde en la que el orgullo y la tradición de la que es la primera plaza del mundo fueron o renovados o vulnerados, según la manera de ver y abordar lo ocurrido.

Ese 22 de mayo del año 72 se celebró la décimo segunda corrida de la Feria de San Isidro, en la que se anunciaron toros de don Atanasio Fernández para Andrés Vázquez, Sebastián Palomo Linares y Curro Rivera. Dos toreros, Palomo Linares y Curro Rivera cerrarían esa tarde su paso por la feria, cumpliendo su tercer contrato y Andrés Vázquez iba por su segunda fecha, quedándole aún pendiente por cumplir la del domingo 28 de mayo, última del ciclo isidril.

La tarde que me ocupa, se solventó dentro de un ambiente festivo, en el que, los asistentes al festejo, esperaban en alguna medida que fuera uno de esos que pasan al recuerdo. Y se pusieron a la obra y después de que rodara el sexto de la tarde, efectivamente, esa décimo segunda del San Isidro del 72 pasaría a la historia como una gran tarde de toros, con muchos a los que convenció y otros tantos que no aceptaron el resultado como digno de ese escenario.

Estos apuntes los acometeré por estricto orden de alternativa y siguiendo, en lo posible, la forma en la que los acontecimientos se produjeron en el tiempo.

El rabo de Palomo Linares, el primer hito

La última vez que se había concedido un rabo en la plaza de Las Ventas fue el 24 de mayo de 1939, fue a Pepe Bienvenida, que se lo cortó a Terciopelo de Sánchez Fabrés, en la llamada Corrida de la Victoria, en la que también Domingo Ortega había obtenido otro de un toro de Antonio Pérez Tabernero. Entre ese día y este de autos, habían transcurrido treinta y dos años, once meses, y veintiséis días, tiempo más que suficiente para que aquellos que presenciaron las hazañas de Ortega y Bienvenida ya fueran mayores y para que los aficionados jóvenes que asistieron al festejo, nunca hubieran visto la concesión de uno en la primera plaza de Madrid.

Palomo Linares le había cortado las dos orejas a Clavijero, el segundo de la tarde, pero la gran explosión vendría tras la lidia del quinto Cigarrón, al que le cortó el rabo. Las crónicas de los principales medios generalistas poco se ocupan de su hacer ante el toro, pero en el ejemplar de El Ruedo salido a los puestos el 30 de mayo siguiente, Carlos Briones escribió:

Las verónicas espléndidas con que saludó a «Cigarrón» levantaron justos clamores por lo erguido de la figura, el avance hacia los medios, la claridad en el temple de los lances. Tras el brindis – hecho al público, con ostensible eliminación de los reventadores – inició el gran momento. Este es difícil de relatar en términos descriptivos, pero tras los redondos, alto y pase de pecho dados de rodillas con la misma soltura, mando y perfección que los mejores que se hayan dado de pie, la faena fue una maciza obra de arte en que el toreo más puro y más moderno se hermanaron como solamente se funden en los momentos de inspiración máxima. Fue una faena para poner al lado de las más excelsas: la del Montepío, de Belmonte; la de la Prensa, de Manolete. Una faena para guardar en el recuerdo. El final, dramático, puso clima emocionado en la plaza; Palomo se perfiló en corto, citó a recibir, pero «Cigarrón» no fue al encuentro; entonces Sebastián se tiró a matar o a dejarse coger y del encuentro en que dejó medía estocada salió prendido por el muslo y levantado en el aire mientras él no abandonaba su ardida empresa… Cuando el toro dobló se produjo una de esas conmociones de entusiasmo que se ven muy pocas veces en la vida taurina. La plaza unánime clamoreó el triunfo y exigió la rotura de normas y tabús, porque al reto de los negativos, de los resentidos, había respondido un torero en la forma gallarda que le permite su casta. Cortó las dos orejas y el rabo…

Las reacciones de los cronistas de diversos diarios madrileños fueron en sentido contrario. Alfonso Navalón, en su tribuna de Pueblo, también le tundió al torero linarense y al comisario Pangua, quien, con la asesoría técnica de Antonio Posada, presidió el festejo:

Con este “Cigarrón”, Palomo empezó toreando por derechazos de rodilla. Puesto en pie se recreó en una faena larga, templada y limpia, toreando con reposo y suavidad. No tuvo que superar ninguna dificultad ni resolver un solo problema. Palomo se entregó con ilusión en una verdadera orgía de pases despaciosos con el público entregado y en enfervorecido. Aquello era el delirio. Consciente del triunfo que tenía en la mano quiso matar recibiendo para redondear su faena, pero el toro ya no podía embestir. Fue entonces cuando en un alarde temperamental se volcó sobre los pitones, dejando media estocada y saliendo con la taleguilla destrozada. El señor Pangua, rompiendo la tradición de esta plaza, le otorgó un rabo, que pasea por el ruedo entre el fervor popular…

Pero no solamente los cronistas de la nueva generación se mostraron inconformes con la concesión del apéndice caudal a Palomo Linares. También expresó su descontento Antonio Díaz – Cañabate, quien, desde las páginas del ABC madrileño, manifestó:

La faena de Palomo en el quinto toro había sido mejor que las suyas habituales, algo más reposada y más ligada, con menos retorcimiento de la figura. Convinimos en que dada la benevolencia del presidente cortaría las dos orejas. Las teníamos descontadas. Entra a matar. Se entrega con todo pundonor para que no se le escapen las orejas. El toro lo trompica y lo derriba. Se levanta el torero muy espectacularmente. El toro muere. Rapidísimamente el pañuelo presidencial concede una oreja. ¡La otra! ¡La otra! Inmediatamente es otorgada. ¿Por qué no? Para eso estamos, para complacer al respetable público. Y se oyen gritos de ¡El rabo! ¡El rabo! El presidente se apresura a concederlo. ¿Por qué no, si la gente está muy contenta? ¿Qué significa un rabo? Cuatro pelos mal contados. ¡Pues entonces para luego es tarde y a quien Dios se la de, San Pedro se la bendiga...! ... Ya se ha roto el melón de los rabos. Dentro de nada tendremos rabos a tutiplén, rabos hasta en la sopa, y qué rica la sopa de rabo, y entonces volverán las patas a prodigarse con la facilidad que en la duodécima de San Isidro se han regalado nueve orejas y un rabo…

Años después Pablo J. Gómez Debarbieri, para el diario El Comercio, de Lima, reflexionó esto:

En una corrida inusual por su triunfalismo, Palomo le cortó el rabo al quinto toro de aquel festejo, en 1972; trofeo que no se concedía en Madrid desde 1940. “Cigarrón” – número 64, con 520 kilos − se llamó aquel astado de Atanasio Fernández. La faena del de Linares fue notable, sin su habitual retorcimiento y abrochada con media estocada de rápido efecto; pero no superior a otras premiadas con dos orejas… En aquella corrida hubo una especie de histeria colectiva. El presidente, Antonio Pangua y su asesor taurino, Antonio Posada, probablemente hartos de los que ellos llamaron luego “Los reventadores de la andanada del tendido 8” … Pangua, tras conceder el rabo, decía: “Los del 8, son tres reventadores utilizados por uno que luego dice que chilla toda la plaza; el rabo lo pedía el público y, por lo tanto, fue reglamentario”

Como se puede ver, los pareceres de la mayoría de los cronistas de la época coincidieron en que la concesión del rabo fue un exceso. Ocho días después, Antonio García Ramos, en la Hoja del Lunes de Madrid, resume ese sentir:

Salvo error, y, sobre todo, omisión, en medio siglo se han dado once rabos, sin olvidar peticiones clamorosas para Litri, Camino, El Viti y El Cordobés. He de subrayar que hasta la ley taurina de 1962 no se ha legalizado la concesión de orejas y rabos. Don José Antonio Pangua no ha infringido la reglamentación vigente, porque no se excluye el otorgamiento de dicho trofeo en Madrid (al contrario, se trata del primero concedido con arreglo a ella en la capital de España) ni ha roto una tradición, pues ya había sido vulnerada diez veces antes; pero sí lo ha hecho mal, a mi juicio, como lo ejecutaron otros presidentes en las ocasiones antedichas, por no tener en cuenta el aforismo jurídico de que “la costumbre hace ley” ... Lamento que la capital de España haya perdido de nuevo una singular tradición, siendo de temer de ahora en adelante, y esto es lo realmente sensible, se prodiguen estos trofeos en un coso clasificado como señero, en el doble concepto del vocablo: de señorío y de solitario o impar...

Dada la extensión que toman estas notas, continuaré mañana con ellas.

Aviso Parroquial: Los resaltados en los textos transcritos son imputables exclusivamente a este amanuense, pues no obran así en sus respectivos originales.

domingo, 4 de julio de 2021

29 de junio de 1966: Jesús Solórzano se presenta en la plaza de Las Ventas de Madrid

Jesús Solórzano en San Sebastián
Agosto de 1966 - Foto: Kutxateka
Ya había escrito yo por aquí que la mitad de la década de los sesenta del siglo pasado tuvo en esta fiesta por signo el ser el tiempo de los hidalgos, entendido el término en su acepción originaria hijos de algo, pues salieron a buscar el triunfo vestidos de seda y oro varios jóvenes descendientes de notables personajes de la fiesta, quienes caminaron más o menos largo en las arenas de los ruedos.

Uno de esos modernos hidalgos de la fiesta fue Jesús Solórzano, hijo de El Rey del Temple, quien después de dejar los estudios de Veterinaria, se somete, según su dicho, a una dura preparación para intentar ser torero, siendo sus mentores nada menos que su padre, Carlos Arruza y su primo el ganadero Francisco Madrazo. Por lo regular, las pruebas eran ante vacas de retienta en La Punta y ante ese sínodo, las cosas tenían que hacerse definitivamente bien para pasar al siguiente escalón.

Así el 14 de abril de 1963 se presentó vestido de luces en Nogales, 14 de julio siguiente lo haría en la Plaza México y el 3 de noviembre tendría en El Progreso de Guadalajara la primera de sus tardes para el recuerdo, al cortar Barbón, de Ramiro González las dos orejas y salir en hombros de la afición. 

El año siguiente, se le empareja con Manolo Espinosa Armillita para torear tres novilladas en Sudamérica, dos en Lima que tienen carácter triunfal (24 y 31 de mayo) y una tercera en Bogotá, el 18 de julio y a su regreso del cono Sur, el 16 de agosto, asunto del que me he ocupado por aquí, en la plaza San Marcos de Aguascalientes, alternando con Calesero Chico Manolo Espinosa Armillita, le corta orejas a Solimán de Matancillas y el 18 de octubre de ese 1964, Jesús firma una de sus grandes obras en la Plaza México, cuando le tumba el rabo a Bellotero de Santo Domingo.

Su gira española de 1965

Con esos mimbres decide hacer campaña en ruedos hispanos el año de 1965, apoyado por la familia Domecq y en ese calendario suma siete festejos, casi todos en el llamado Rincón del Sur, pues actuó en las plazas de Algeciras, Sanlúcar de Barrameda (2), La Línea de la Concepción, Ayamonte, Jerez de la Frontera y uno en Valencia. En ese ciclo actuaron allá otros novilleros mexicanos, como Manolo Espinosa Armillita (17), Raúl Contreras Finito (13), Joel Téllez El Silverio (4), Juan de Dios Salazar (3), Mario de la Borbolla (2) y Juan Anguiano (1). 

El escalafón novilleril fue encabezado entre otros por Palomo Linares, Gregorio Tébar El Inclusero, Paco Pallarés, Francisco Rivera Paquirri y Pedrín Benjumea. De los nuestros recibieron la alternativa Juan de Dios Salazar en Vinaroz y El Silverio en Palma de Mallorca y la confirmaron en Madrid Guillermo Sandoval – que fue herido de gravedad esa tarde – y Fernando de la Peña.

La temporada novilleril de 1966

Destacaban en el escalafón de novilleros nombres como José Rivera Riverita, Gabriel de la Casa, Francisco Rivera Paquirri, Sebastián Palomo Linares o el madrileñísimo José Luis Teruel El Pepe y la nota de color la ponían el jiennense José Sáez El Otro, que explotaba su parecido físico con El Cordobés y el inefable Blas Romero El Platanito, producto de los festejos de La Oportunidad de Carabanchel, que llenaba todas las plazas en las que se presentaba. 

De los nuestros solamente actuó aparte de Jesús, Alfonso Ramírez Calesero Chico que lo hizo cuatro tardes. De los matadores estuvieron allá Jesús Córdoba (11), Jesús Delgadillo El Estudiante (9), Raúl García (5), Raúl Contreras Finito (4) y Fernando de la Peña (3). Cabe recordar que el único confirmante ese calendario fue el regiomontano Raúl García.

Chucho se presentó en Zaragoza, Madrid (2), Barcelona, San Sebastián, Almería y Cieza, recibiendo la alternativa el 25 de septiembre en Barcelona de manos de Jaime Ostos y atestiguando Fermín Murillo, siéndole cedido el toro Rayito de Atanasio Fernández.

Su presentación en Las Ventas

La fiesta de San Pedro y San Pablo es día de toros en España. Hay festejos por toda la superficie peninsular y Madrid no es la excepción. En 1966, el 29 de junio fue miércoles y en la Hoja del Lunes aparecida el día 27 anterior en Madrid, en el resumen de los carteles de la semana, se decía lo siguiente:

Carteles para la semana. – Miércoles 29... Madrid. – Novillos de Amelia Pérez Tabernero para Gabriel de la Casa, Pedrín Benjumea y otro...

Es decir, todavía dos días antes del festejo – tres si consideramos que la información se produjo cuando menos el domingo anterior – no se confirmaba la presentación de Jesús Solórzano en la plaza más importante del mundo. Sin embargo, se orientaron las cosas y el hijo de El Rey del Temple se examinaría ante la cátedra madrileña justo un año después de haber toreado su primer festejo en ruedos hispanos.

El festejo representó un importante triunfo para Pedrín Benjumea, que le cortó las dos orejas al primero de su lote, las que paliaron en algo el dolor que le causó la lesión sufrida en el ojo derecho al ser golpeado por una banderilla colocada a su segundo; Gabriel de la Casa logró dar una vuelta al ruedo tras despachar al que lesionó a Benjumea y Jesús Solórzano saldó su tarde con dos vueltas al ruedo.

Antonio Díaz – Cañabate, cronista del ABC madrileño, tan reacio a reconocer el valor de lo que hacían los toreros nuestros, en esta oportunidad se expresó de la siguiente manera:

...Al tercero lo saludó Jesús Solórzano con un quiebro de rodillas que, por lo pronto que acudió el novillo resultó embarullado, así como los lances a la verónica. Nada más que una vara, Solórzano lo banderilleó con tres pares fáciles. El novillo acusó su escasa fuerza en la muleta. Tenía voluntad, pero embestía tardo y había que obligarle para que siguiera la muleta, y esto es precisamente lo que hizo Solórzano, hijo de «Chucho» Solórzano, el fino y elegante torero mejicano que recordamos con toda admiración. Su hijo tiene, por lo que le vimos, algo que ahora se manosea y se cotiza mucho: personalidad. Pero no una personalidad basada en detalles adjetivos al toreo, sino personalidad toreando, haciendo el buen toreo. Solórzano se impuso al novillo, al que había que llevar con temple y con mando y con mando y con temple, lo llevó. Y los adornos estuvieron en su lugar, y la faena fue variada, sin concesiones al efectismo, seria, pero al mismo tiempo alegre, con la alegría del buen toreo, con el calor taurino que disfrutamos esta tarde. Al entrar a matar se quedó en la cara y señaló un pinchazo. Luego se decidió a pasar la cabeza, y cobró una estocada, descabellando al segundo intento. Dio la vuelta al ruedo... Dos varas, derribando en la primera, tomó el sexto, al que banderilleó Solórzano con tres pares vulgares. El novillo, muy quedado, no estaba para florituras. Solórzano se esforzó en sacarle algunos pases que me confirmaron las buenas condiciones toreras del mejicano, al que volveré a ver con gusto y curiosidad, y que volvió a quedarse en la cara al entrar a matar la primera vez, señalando un pinchazo. Otro, y una estocada. Dio con protestas la vuelta al ruedo...

Personalidad le reconoce el cronista y yo agregaría que entre líneas también le reconoce a Jesús clase, valor y oficio. Y admite que le queda la intención de volver a verlo. Unas semanas después volvería Chucho a Madrid y cortaría una oreja. Ya no confirmaría allí su alternativa por cuestiones de despachos, pero en ese par de tardes dejó allí su impronta.

Una reflexión final

Tomo de la crónica de Díaz – Cañabate unos párrafos más de su crónica, y que hoy tienen una vigencia inusitada. Se refieren a la diversidad artística que debe existir siempre en el toreo:

Siempre por San Pedro aprieta el calor del verano que acaba de nacer. Nada más entrar al tendido oímos esa frase hecha, tan graciosa: “No corre una gota de aire”... Bueno, pues a mí me encantan esas tardes calurosas en los toros. Son las tardes clásicas. Tarde de calor taurino. Este calor taurino sube del ruedo, no baja del cielo. Es un calor que no agobia, sino que reconforta. Un calor que comunica euforia. Desde el primer momento nos sentimos a gusto... Tarde de calor taurino. No necesitamos para nada la gota de aire. En el ruedo hubo más que gotas airosas. Hubo en los tres primeros novillos tres faenas muy interesantes las tres. ¡Y ahí es nada la cosa! Tres faenas distintas. Lo que se dice un vendaval que ya quisiéramos soplara muchas tardes.

Tres faenas distintas…, dice el cronista. Hoy estamos en un tiempo de una uniformidad y quizás hasta de estereotipación desesperante. Todos torean igual o casi igual y eso tiene enferma a la fiesta, enferma de muerte… Algo se tiene que hacer para dejar que los toreros o los que aspiran a serlo, expresen libremente lo que son y como lo son. ¡Hacen falta toreros con personalidad!

Aviso Parroquial: Los resaltados en los textos de Antonio Díaz - Cañabate son imputables exclusivamente a este amanuense, pues no obran así en sus respectivos originales.

domingo, 27 de junio de 2021

Relecturas de verano (X)

Antonio Velázquez. Corazón de León

En días recientes ha salido a los estantes – físicos y virtuales – una obra que es un acto de justicia que los aficionados no hemos sido capaces de hacer a favor de Antonio Velázquez, figura mexicana del toreo que recibió la llave de la Edad de Plata del toreo en México y representó con valor y con una enorme dignidad a su patria y a su tierra en cualquier ruedo en el que se haya presentado.

Afirmo que los aficionados no hemos sido capaces de hacer ese acto de justicia literaria a favor de la memoria de Antonio Velázquez, es porque ésta es limitada a tres o cuatro acontecimientos: el hecho de ser la última figura del toreo salida de las filas de los banderilleros; su tímido asomo a las filas de los matadores de toros aquella tarde del gran encierro de Pastejé en El Toreo de la Condesa; su resurgir del ostracismo una noche ante Cortesano de Torreón de Cañas o aquella horrorosa cornada que en Cuatro Caminos le diera el toro Escultor

Pero afortunadamente el licenciado Antonio Velázquez de la Osa nos ha presentado, con el amor del hijo, pero al mismo tiempo con el rigor del profesional, un interesante recorrido por la vida del torero y del hombre desde que llegara a este mundo en el barrio del Coecillo, uno fundacionales de León, Guanajuato, donde en principio su destino parecía estar designado a ser parte del taller familiar de zapatería. Pero la afición de Antonio y su tenacidad le llevaron por las veredas de la fiesta de los toros y le convirtieron en uno de los símbolos de la torería mexicana.

La narración que hace Velázquez de la Osa es apasionada, pero anclada en la objetividad. Narra los triunfos de su padre y también presenta aquellas tardes en las que la suerte le fue adversa y procura, en la medida de lo posible, ligar su apreciación personal con la de aquellos que en los medios de comunicación de la época en la que los hechos se produjeron, para dejar claro el equilibrio de su narración. Y es que, me consta, hablar o escribir de la gente de uno, es una de las tareas más complicadas que existen.

Pero quizás algo que nos presenta la obra y es algo de lo que poco se habla en la trayectoria del torero, es su paso como dirigente de la Asociación de Matadores de Toros en el último tramo de la década de los cincuenta del siglo pasado. Le correspondió un asunto delicado para poner orden en las relaciones con la torería hispana, cuando, cuenta:

En 1957, varios diestros mexicanos fueron a España con la mira de hacer campaña en cosos de ese país, lo cual casi nadie logró. Entre los toreros que fueron a la península estuvo Jesús Córdoba, quien tenía un cargo sindical en la asociación. Mucho después de su arribo a Madrid, vio con pena que ninguno de los mexicanos, ni él, eran contratados por las empresas españolas… se planteó en las oficinas del sindicato español, un problema. ¡Qué en México existía un adeudo con un diestro hispano!, y se le exigió a Jesús Córdoba… un espada mexicano que se encontraba en España debía liquidar un dinero que se debía…

Al final, Antonio Corazón de León, se dirigió al Sindicato Nacional del Espectáculo en España y declaró suspendido – roto – el convenio que permitía la actuación de toreros mexicanos allá y españoles aquí, pues decía que en cuanto llegara el invierno, casi de manera milagrosa, los problemas que impedían que los nuestros torearan allá se solucionarían para que los hispanos pudieran actuar aquí. Justicia a secas fue lo que impartió y al final, después de un par de años, se resolvieron las cuestiones de manera equilibrada para ambas partes.

Otra cuestión que aborda y que es algo de lo que la mayor parte de las veces poco o nada se habla, es de la silente y discreta labor de Lupe Vargas, su mozo de espadas, ese personaje de la fiesta que es un poco de todo. Escribe Antonio Díaz – Cañabate:

No creo que ningún magnate del mundo, por muy poderoso que sea, pueda tener nunca a su lado un servidor de las condiciones excepcionales y valiosas de un mozo de espadas. Hablo claro está, de los verdaderos mozos de espadas, porque ya sé que en el planeta de los toros abundan los pícaros que a todos los menesteres taurinos llevan su picardía. Un auténtico mozo de espadas es el hombre de confianza del matador y algo más: sus pies y sus manos. Un torero puede prescindir de mucha gente que le rodea en la plaza y fuera de la plaza, pero jamás de su mozo de espadas…

Lupe Vargas, nos cuenta Toño Velázquez de la Osa, se convirtió en la sombra de su padre, y en el decurso de la narración al hablar de quienes fueron integrantes de su cuadrilla, dejaba ver como era suficiente una mirada para poner orden en la lidia. En el caso del mozo de espadas, ni siquiera es necesario eso, él tiene que pensar en avanzada y anticipar lo que su torero quiere o va a necesitar, pues como escribió un día Conchita Cintrón, es una figura ejemplar del fiel servidor y Toño cumple, siguiendo la idea de la Diosa Rubia, el hecho de que nunca se le puede olvidar cuando ha servido bien a su torero, en este particular caso, hasta el último día.

Antonio Velázquez. Corazón de León, nos relata cómo ganó el torero trofeos como la Prensa de Oro en 1944; la Oreja de Oro en 1945 y 1950; el Estoque de Oro en 1948; y la historia de los 9 rabos que cortó en la capital mexicana 2 en el Toreo de la Condesa: el de Cortesano de Torreón de Cañas, y el de Segador de Rancho Seco y 7 en la Plaza México a los toros Amapolo de Piedras Negras; Arlequín y Fandanguero de Coaxamalucan; Rey de Copas de La Punta; Bandido de Piedras Negras; Cubanito de Torrecilla y Asturiano de Pastejé

Amigo Antonio, has logrado una obra de prosa fluida, equilibrada, con testimonios que son invaluables, recabados con paciencia al paso del tiempo para estructurar una obra que recuerda y hace un sentido y justo homenaje a un torero, tu padre, al que, como decía al principio, los que tenemos afición por esto, no le hemos hecho la justicia que le es debida y tu obra es un acto que, puede y debe ser el punto de partida para que se revise la historia de nuestra fiesta y se le otorgue el sitio que le corresponde.

A los potenciales lectores, recurriré a la manida expresión que me transmitió Leonardo Páez, estamos delante de un libro de esos que no se caen de las manos. Se trata de un libro que puede servir de punto de partida para investigar historias particulares de la vida del torero y de las circunstancias particulares en la que ésta se desarrolló. En suma, es una obra que puedo recomendar – si en algo vale mi recomendación – de manera amplia.

¡Enhorabuena Antonio!

Nota bibliográfica: Antonio Velázquez. Corazón de León. – Antonio Velázquez de la Osa. – Rafael Cue. Comunicación Taurina. – 1ª Edición, 2020. – 415 Págs. – Sin ISBN.

lunes, 13 de julio de 2020

En el centenario de Carlos Arruza (VIII/II)

La creatividad de Carlos Arruza

Retomo aquí lo que dejé pendiente el día de ayer y continúo con la relación de las suertes del toreo creadas por Carlos Arruza durante su trayectoria en los ruedos del mundo.

El Pase o Vuelta de Toledo

Carlos Arruza
Respecto de esta suerte Carlos Arruza no hace mención en sus recuerdos, cuando habla de la temporada de 1945, no hace especial recuerdo de su paso por Toledo y al rememorar su temporada del 51, curiosamente hace remembranza de días antes y del día después de su actuación allí, pero no de esa tarde ni de la creación de la suerte como en el caso de las anteriores. 

Pude localizar tres tardes suyas en esa ciudad. En 1945 fueron dos, la del 31 de mayo cuando con toros de Rogelio Miguel del Corral, alternó con Manolete y Parrita y la del 7 de septiembre, cuando con los mismos alternantes, lidió toros de Galache. La siguiente que encontré es la del 15 de septiembre de 1951 en la que sus alternantes fueron Manolo González y Julio Aparicio y los toros de Arturo Sánchez Cobaleda.

Es en esta última tarde en la que una crónica, la de Benjamín Bentura Barico, aparecida en El Ruedo del 20 de septiembre de ese año, parece describir lo que después se conoció como El Pase o Vuelta de Toledo y lo hace de la siguiente manera:
...Y así vimos a éste Carlos Arruza – ¡qué lejos de aquel Arruza cuya presentación fue sensacional! – supervalorado. Y vimos aquél “péndulo” de la muleta tras el cuerpo del torero, como para hacer ver a la res que la pelea continuaba, y aquel doble muletazo que empezaba por un lado de la res, continuaba por alto para dejar muerta la muleta en el lado contrario y proseguir luego el pase. Arruza iba creando a medida que el bicho embestía, desacompasadamente de ordinario...
Aquí vamos a encontrar un término – péndulo – que será fundamental para entender la siguiente suerte creada por El Ciclón. Y es que ese movimiento pendular de la muleta por detrás del cuerpo del diestro, que sirve para fijar la atención del toro, daría como resultado otra suerte distinta unos meses después.

José Luis Ramón, en su Diccionario Ilustrado de las Suertes del Toreo, citando a Fernando Vinyes, define así esta suerte:
Fue un muletazo de recurso que Arruza improvisó, precisamente en la imperial Toledo, mientras toreaba sobre la mano derecha para salvar una colada del toro, al sacárselo hacia afuera con la panza de la muleta y haciéndole dar un giro en sentido contrario al natural. Una vez perfeccionado lo repitió – ya preparado –, incorporándolo a su repertorio.
El Pase o Vuelta de Toledo cayó en desuso. Manolo Arruza, hijo del creador de la suerte, lo practicaba cuando las circunstancias lo permitían, pero en España, el que revitalizó la suerte fue Jesulín de Ubrique y la rebautizó, le llamó El Pase de la Tortilla, del que el citado José Luis Ramón dice:
…consiste en ligar, con idéntico movimiento de abrir la mano y dar salida al toro, dos muletazos, uno en cada dirección, manteniendo siempre una absoluta quietud: uno dando salida al toro por el pecho del matador y otro dándosela por la espalda. Para rematar el feo nombre y su mala fama, al torero de Ubrique le gustaba explicar que había dado este nombre a la suerte no por el movimiento envolvente de la muleta, sino porque hacen falta un par de huevos para darla sin moverse. Carlos Arruza hizo este mismo muletazo y en aquella época se llamó la Vuelta de Toledo.
Nihil novum sub sole, nada nuevo hay bajo el sol, simplemente algunas décadas y unos públicos que desconocían el bagaje y el genio creador de Carlos Arruza que fue quien como recurso primero y como medio de captar la emoción de los tendidos después, lo hizo parte de su repertorio delante de los toros.

El Péndulo

Contó Arruza a Conrad:
Unos días después me fui a torear a Perú. Mari y la niña se quedaron en España y me encontrarían en México cuando terminara esa breve campaña sudamericana. No estuve bien en Lima. Empecé mal y aunque lo intenté, no pude hacer nada para corregirlo... Después de mi actuación en Lima volé a Tijuana y tuve una tarde como la que hubiera querido dar a los peruanos. Pero así es la fiesta. 
Fue en esta corrida que hice El Péndulo por primera vez. Intencionadamente esto es. Algunos meses antes, lidiando un toro complicado, citándolo para dar un derechazo, se arrancó de repente, sorprendido, vi que en lugar de pasar por enfrente de mis piernas donde sostenía la muleta, se colaba por detrás, probablemente por algún defecto en la vista, no tuve forma de salir del aprieto así que solamente hice un arco con el cuerpo y saqué la muleta por detrás, el toro pasó rozándome, pero sin causarme daño. Lo despaché pronto... Eso me dejó pensando las siguientes semanas acerca de sí fuera posible hacer eso deliberadamente... Entendí que no había manera de saberlo más que intentándolo frente al toro, así que cuando saque en el sorteo uno bueno en Tijuana, balanceé la muleta como un péndulo detrás de mí cuando estaba a cierta distancia del toro para probar su visión y me fui a los medios para llamarlo... el toro se arrancó, siguió el movimiento de la tela y me pasó por detrás... Ese día tuve uno de mis más grandes triunfos en México...
Estamos hablando del final de la temporada española de 1951. La feria de Lima se dio entre los días 1º de noviembre y 6 de diciembre de ese año. Arruza toreó el 4 de noviembre con Manolo González y José María Martorell toros de Yencalá y como refiere en sus recuerdos, el resultado que se le apunta en el semanario El Ruedo es que su actuación fue discreta

Su reaparición en ruedos mexicanos fue en Tijuana, el 2 de diciembre de 1951, alternando con Miguel Báez Litri y Jorge El Ranchero Aguilar. Los toros fueron de La Punta. Allí le cortó el rabo al segundo toro de su lote y si hemos de hacer caso a su dicho, en esa faena fue donde estrenó el muletazo de El Péndulo como una suerte ya preparada.

No obstante, la conseja popular tiene una versión distinta del estreno de esa suerte, pues se atribuye que fue un par de años después y en la Plaza México durante un festival benéfico. Daniel Medina de la Serna, en el primer volumen de la obra Plaza México. Historia de una Cincuentona Monumental, escribe lo siguiente:
…El 20 de septiembre la Sra. María Izaguirre de Ruiz Cortines, esposa del mandamás, organizó el “Festival del Recuerdo” a beneficio de algún hospicio. Hicieron el paseíllo Pepe Ortiz, Heriberto García, Jesús Solórzano, Paco Gorráez, Silverio Pérez y Carlos Arruza, esa tarde “El Ciclón” dio a conocer, que casi fue poner de moda, el péndulo…
Es decir, conforme a esa versión, Carlos Arruza pondría a disposición del público capitalino, ya retirado, la suerte de El Péndulo, habida cuenta de que toreó su última corrida vestido de luces del 22 de febrero de 1953 en la gran plaza y lo hizo de manera final y definitiva en Ciudad Juárez el 1º de marzo de ese mismo año, toreando a beneficio de su cuadrilla.

Alejandro Silveti, uno de los toreros que después ejecutaron con frecuencia esta suerte, la explica de esta manera a José Luis Ramón:
La primera vez que lo vi hacer, siendo yo un niño, fue al maestro Carlos Arruza, cuando ya estaba en su etapa de rejoneador. Se bajó del caballo en la plaza México y le dio el péndulo a un toro de Pastejé, su propia ganadería, al que le cortó el rabo... Antes de ejecutar el péndulo, yo tengo en cuenta varios aspectos fundamentales: el primero; la espalda del torero (hacia dónde va a sacar su muleta) siempre debe estar hacia la puerta de toriles. Es más fácil que a un toro se le pueda cambiar su viaje si éste va hacia su querencia natural... En Madrid, por ejemplo, yo siempre pongo el toro entre los tendidos 6 y 7, quedando los toriles a mi espalda...
En conclusión

Escribía Díaz – Cañabate en la efervescencia del año 45 que Carlos Arruza daba un sentido deportivo al toreo. Bien sabido es que don Antonio, El Cañas para sus allegados, poco o ningún aprecio tuvo para lo que llegaba a España de este lado del Atlántico. Cierto es que Carlos Arruza desplegó siempre una tauromaquia que se apoyaba en una envidiable condición física, pero en ello demostró que era un adelantado a su tiempo, pues hoy en día los toreros cuidan casi como atletas de alto rendimiento esa arista de su preparación.

Con toda la admiración y el respeto que me merece la obra de don Antonio, creo que en el caso de Arruza no supo separar la paja del grano y la prueba está en estas líneas. Carlos Arruza dejó para la posteridad suertes del toreo que se siguen ejecutando y que, además, quienes las integran a sus faenas, procuran imponerles un sello personal, es decir, no son objeto de mera imitación, sino que sus autores tienden a encontrar en ellas un motivo de expresión personal.

Todo esto demuestra que la tauromaquia de Carlos Arruza era mucho más que una mera exhibición de poderío físico y tan es así, que a un siglo de su natalicio, nos sigue dando tema de conversación.

domingo, 31 de mayo de 2020

28 de mayo de 1970. Confirma su alternativa en Madrid Antonio Lomelín

La temporada madrileña del 52

Infografía tomada de la cuenta de Twitter
del matador Antonio Lomelín hijo
@antoniolomelinn
Ese año del 52 estaban recién reanudadas las relaciones taurinas entre España y México y los toreros mexicanos eran novedad en los carteles de la Villa y Corte. El 25 de mayo, Juan Silveti le cortó las orejas al toro Campero de Pablo Romero y se convirtió en el primer torero mexicano en abrir la puerta grande de Las Ventas en una Feria de San Isidro – que para los nuestros era accesible apenas desde el año anterior – y el 12 de octubre, en la Corrida del Montepío de Toreros, le volvió a cortar una oreja a cada uno de los toros Granillero y Grillito del Conde de la Corte, para abrir de nuevo la llamada Puerta de Madrid. Desde esa fecha, y hasta lo que pretendo narrarles, el cerrojo de ella para los nuestros, parecía firmemente echado.

La corrida del Corpus en Madrid

El Jueves de Corpus es una festividad religiosa que en España tiene una gran nota de taurinidad. Son los de Sevilla, Toledo y Granada, festejos de gran tradición en el calendario taurino hispano y en el año de 1970, coincidió que la decimoquinta corrida de la Feria de San Isidro se diera en ese señalado día. El cartel lo conformaron toros de don Alonso Moreno de la Cova para Andrés Vázquez, José Manuel Inchausti Tinín y Antonio Lomelín, que confirmaría su alternativa.

El confirmante representaba una verdadera incógnita para la afición madrileña. Llegó a España sin un gran aparato publicitario, aunque con un excelente apoderamiento, por esas calendas lo llevaba Manuel del Pozo Rayito, quien conocía al dedillo los entramados de la fiesta del otro lado del mar y supo acomodarlo en plazas y ferias de importancia, sin importar que previamente no se haya anunciado su presencia por aquellos lares, y la astucia de Rayito dejó réditos, porque al final de ese Jueves de Corpus, Antonio Lomelín quedaba lanzado como una nueva figura del toreo.

El triunfo de Antonio

Barruntaba yo que Antonio Lomelín representó una sorpresa para la afición de Madrid. Y es que era verdaderamente nuevo en esa plaza, no solamente por no haber toreado allí, sino porque eran pocas las noticias suyas que los asistentes frecuentes a Las Ventas tenían de su actividad en México. Don Antonio (presumiblemente Antonio Abad Ojuel), cronista del semanario madrileño El Ruedo, en el número aparecido el 2 de junio de ese año, entre otras cuestiones reflexiona lo siguiente:
Si me preguntan qué es lo que más ha resonado de la corrida del Corpus en Madrid, diré sin titubeos: el mejicano.
— ¿También es de oro? — oigo que me preguntan.
—No sé de qué metal está fundido Antonio Lomelín; pero su vivaz y deportivo sentido del toreo tuvo un tintineo alegre.
— ¿Tan bueno es? — siguen las interrogaciones.
—Digamos que es dinámico, sorpresivo, rápido. Antes de comenzar la corrida todo el mundo preguntaba quién era. Al terminarla, seguro que le habían surgido centenares de amigos íntimos «de toda la vida» y miles de admiradores de «ya lo decía yo».
— ¿Y como torero? – apuran los técnicos.
— Tiene buena planta, juventud y ganas de triunfo. No maneja los engaños con temple — al menos el día de su presentación — y torea a trallazos y a velocidad de vértigo. Sabe hacer el toreo a cuerpo limpio, correr un toro, cambiarle, quebrarlo, con lo cual tiene una facilidad extraordinaria para las banderillas. Y se tira a matar como los nativos de Acapulco se tiran de las altísimas rocas al mar para asombro de turistas: de cabeza. Tiene mente despejada, serenidad y sentido de las relaciones públicas — bastó verle cómo saludaba a nuestra bandera — para caminar adelante con soltura.
— ¿Y su triunfo?
— Sonoro, ayudado un poco por la sorpresa. Como, en general, se esperaba un torero modesto, tal vez se sobreestimó su labor. Pero quien se asusta tan poco delante de un toro como «Napolitano» — enmorrillado, hondo, bien puesto y con cara de sabio del Pentágono — es digno de ser tenido en cuenta. Me acordé del día de la presentación de Carlos Arruza en Madrid, el 18 de julio de 1944, Todos entraron en la plaza preguntando quién era y salieron proclamando la llegada de un torero...
Don Antonio guarda un poco para sí el beneficio de la duda, pero hace un parangón al final de la cita que nos deja clara la gran impresión que causó Antonio Lomelín, compara su triunfo con el que tuvo Carlos Arruza el día de su confirmación. Así de grande fue la tarde que dio ese 28 de mayo de hace 50 años. Afirmaban quienes lo vieron, que se escuchó en Las Ventas, como en México, el grito de ¡torero!... ¡torero!, algo inusitado allá.

Otra relación del festejo es la de Antonio Díaz – Cañabate, en el ABC de Madrid. Conocido es el poco gusto de Díaz – Cañabate por los toreros no españoles, a quienes trató siempre con una dureza inusitada y a veces injustificada. En esta oportunidad, de manera sorpresiva, sin perder su línea de juzgar con rectitud lo visto en el ruedo, trata adecuadamente, creo, a Antonio Lomelín, según vemos en lo que sigue:
Antonio Lomelín, torero mejicano, nos sorprendió al banderillear sus dos toros. Siete pares colocó. El mejor, uno al verdadero quiebro, no a topa carnero, al primero. Nos sorprendió porque produjo la sensación de banderillero fácil, pero dentro de esa facilidad, cierto estilo airoso y sobre todo, alejado de la vulgaridad. Entra, se centra, clava y sale con donaire. Algo que no estamos acostumbrados en esta época de penuria banderillera. Su faena de muleta al toro de la confirmación de su alternativa fue desigual. A momento, lucida. A otros, excelente. En otros, corriente. En conjunto, muy aceptable. Creo que lo más sobresaliente estuvo en la estocada. Soberbia estocada, de perfecta ejecución. Una oreja. En el sexto se mantuvo por debajo de las posibilidades que le ofreció el buen toro. Comenzó con un pase muy espectacular, de frente, al toro, pero despidiéndolo con la muleta a la espalda, que intentó en el primero y que después repitió en éste. La gente, tan ansiosa, aunque no lo parezca, de salirse de lo trillado, se embaló. Volvió Lomelín a matar muy bien, de una estocada no tan perfecta como la primera, pero volcándose en el toro, y la embalada gente orejófila le concedió las dos orejas…
Así, con tres orejas en las manos, la de Montillano toro de su confirmación y las dos de Napolitano, toro que cerró el festejo, Antonio Lomelín abría la Puerta Grande después de casi 18 años de estar cerrada para un matador de toros mexicano, pues como decía al inicio de estas líneas, el candado lo tenía puesto para nuestros toreros desde el 12 de octubre de 1952.

El encierro de don Alonso Moreno

Los urcolas de don Alonso Moreno de la Cova cautivaron a la afición esa tarde. Era todavía el toro de antes del guarismo y reflexiona mi amigo Pedro del Cerroa quien pueden leer aquí – que muchos encastes fueron afectados por esa medida – quizás necesaria, diría yo –, por su orden se nombraron Montillano, Pensamiento, Pistolero, Cocinito, Caperuzo y Napolitano. Se condenó a banderillas negras a Cocinito, pero a Napolitano se le dio la vuelta al ruedo. Creo que el balance no puede considerarse negativo. Aplica aquí la socorrida frase atribuida a don Antonio Llaguno: los toros no tienen palabra de honor…

Díaz – Cañabate, en su crónica, dedica un buen espacio al análisis del encierro y es interesante lo que dice, de lo que entresaco lo siguiente:
...Don Alfonso (sic) Moreno de la Cova es un sevillano jaranero, en el buen sentido de la palabra, no juerguista, sino optimista y parlanchín, y fantasioso, pero hombre serio que ha heredado su afición al toro y, por consecuencia de ella, es ganadero que lucha en las tientas y estudia los sementales en busca del renombre y el prestigio para su hierro. Mas para obtenerlo no lo persigue para lo que se ha dado en llamar el toro comercial. Lo rastrea con el fin de alcanzarlo simplemente con el toro con hechuras de tal y, a ser posible, con hechos de bravura. Ejemplo de esto ha sido la corrida de hoy. 
Por el chiquero han salido seis estampas de toro. Regordíos, pero finos de línea. Regordíos, pero no cebados. A la finura de su línea se unía la arrogancia de sus cabezas, la hermosura de sus corpachones. Casi todos fueron ovacionados de salida. En la boca de los espectadores se agolpaban los piropos. Pocos animales existen que provoquen el requiebro encendido, ardoroso, rendido, como el que se dirige a una estupenda mujer... 
De las seis estampas hubo una mansa: la cuarta. De siempre he sentido predilección por los toros mansos. Cómo nunca me sometí a un psicoanálisis, ignoro el fundamento de esta simpatía... por desgracia, Andrés Vázquez no entendió a la magnífica y mansa estampa y fue condenada a banderillas negras... Las otras cinco estampas no defraudaron su imponente trapío. En el primer tercio sobresalieron la segunda y la sexta, sobre todo ésta, que se arrancaron de largo, aunque luego no recargaron. Suaves, nobles y facilones para los toreros... La corrida la llenaron las seis estampas de toro. Seis estampas que ojalá sirvan de modelo para toda clase de ganaderos y para que el público vaya dándose cuenta de que habiendo toros en el ruedo la fiesta adquiere lo que el torito no puede proporcionarla. Hermosura...
Al final

El triunfo de Madrid terminó por abrir las plazas españolas a Antonio Lomelín. Cerró la campaña con 22 corridas, cortando en ellas 41 orejas, según el escalafón publicado en el semanario El Ruedo y quedó encaminado para andar un sendero que lo llevaría en algo menos de una década a lo más alto de la torería en México, en una trayectoria marcada con muchos triunfos y muchos percances, pero hoy recuerdo aquí el gran y significativo triunfo que tuvo en su presentación en la plaza de toros más importante del mundo.

domingo, 11 de agosto de 2013

14 de agosto de 1969: Manolo Martínez triunfa en San Sebastián

El cartel de la Semana Grandede 1969
Las dos campañas que hizo Manolo Martínez en España tienen, en la memoria colectiva, el signo de que no se distinguieron por los triunfos obtenidos. La causa de ese recuerdo es que no tuvo rotundidad en Madrid – a pesar de cortar una oreja el día de su confirmación de alternativa – y en Sevilla no se presentó sino hasta muchos años después. Pero una revisión exhaustiva de su paso por las plazas españolas y francesas, nos reflejan que triunfó en plazas de importancia, como Málaga, Toledo, Valencia, Bilbao o Mont de Marsan alternando con los principales toreros de allá de esos días.

La Semana Grande de San Sebastián de 1969 fue una feria en la que se lidiaron encierros ganaderías como Moreno Silva, Núñez Hermanos, Baltasar Ibán, Atanasio Fernández, Clemente Tassara, Salustiano Galache, o Fermín Bohórquez y en el aspecto de los toreros actuaron Paquirri, Manolo Cortés, Paco Camino, Antonio Ordóñez, Ángel Teruel, Jaime Ostos o Serranito. En ese entorno, la corrida a celebrarse en El Chofre el día 14 de agosto, tenía como ingredientes a los toros de don Antonio Pérez, de San Fernando, Salamanca y a los toreros Diego Puerta, Paco Camino y Manolo Martínez.

Manolo Martínez llegaba a Donostia con la aureola de haber cortado cuatro orejas y dos rabos en su anterior actuación – Málaga, 5 de agosto – en la que alternó con Antonio Ordóñez y Santiago Martín El Viti en la lidia de toros de doña María Pallarés. Entonces, para la tarde que me tiene aquí con Ustedes hoy, se tenía anunciado un cartel que puede considerarse bien rematado.

Así se anunció en España
Manolo Martínez
Me llama la atención el hecho de que en aquellos días los diarios de la capital española enviaban a sus cronistas titulares como enviados especiales a cubrir distintas ferias, sobre todo aquellas que por su tradición y calidad podían considerarse como verdaderos acontecimientos. Hoy ya son pocos los diarios madrileños que cubren así las grandes ferias y en el caso de San Sebastián y además, resulta triste que hoy, por la cerrazón de unos cuantos políticos, ni siquiera haya feria. Sobre la tarde que me ocupa, encontré dos relaciones en los diarios de Madrid. La primera, en el ABC, escrita por Antonio Díaz – Cañabate y una segunda en el diario Madrid, firmada por Julio de Urrutia.

Cito en primer lugar la crónica de Díaz – Cañabate, en la que, dejando de lado lo que me parece es su poco gusto por nuestros toreros, se expresa en forma laudatoria de la actuación de Manolo Martínez. De su crónica extraigo lo que sigue:
El tercero fue el clásico toro que ha hecho famosa y perdurable la ganadería de Antonio Pérez. La bondad hecha toro. La arrancada alegre y reposada, la cabeza humillada, fija, sin el menor cabeceo en la muleta, dócil al mando del torero y suave su trote o su galope. El mejicano Manuel Martínez tenía que estar ciego para no ver todo esto. Lo vio enseguida y se puso a tono con el toro. Lo más sobresaliente de su buena faena fue que se apartó de lo mecánico, hoy tan prodigado. Había calor, regusto en sus pases, temple en la mano, largura en el brazo, finura y armonía en sus movimientos y también variedad. Se percibía que el toro y el torero estaban contentos de haberse encontrado. Se compenetraron y esto es esencial en el toreo. Tan esencial como que después de una buena faena muera el toro tan dignamente como ha sido toreado y en esto falló lamentablemente Manuel Martínez. Entra mal y señala un pinchazo. Vuelve a entrar mucho peor y la espada cae en los bajos y rueda el toro sin puntilla. Aun los más ignorantes de los espectadores tuvieron que percatarse de la muy fea manera con la que entró a matar, y a pesar de esta evidencia se enfadaron mucho con el presidente, que cumpliendo con su deber solo concedió una oreja. ¡Qué ceguera la del público!...
Otro pasaje interesante de su crónica se refiere al cambio de calidad entre los asistentes a los festejos taurinos, dejando cada vez mayor espacio al público feriante. La reflexión es la siguiente:
Hoy he observado a un matrimonio de esos que está uno seguro de que se llevan muy bien porque los dos son gordos. Confundían a Diego Puerta con Paco Camino. “¡Muy bien Paco!”, decía el marido; y la mujer le corregía: “No es Paco, es Diego”. Discutían un rato amigablemente. Y cuando Paco o Diego estaban toreando, el matrimonio se dedicaba a buscar entre la multitud a una prima de ella llamada Eusebia. Naturalmente, no la encontraban… ¿A qué no saben ustedes lo que más le gustó al matrimonio que se pasó la corrida buscando a su prima Eusebia? ¿La faena de Martínez? ¡Qué va! Los berridos que pegaron el quinto y el sexto, broncos los del quinto, aflautados los del sexto. “Ves tú – le decía el marido a la mujer –, por oír estos berridos merece la pena venir a los toros…
Por su parte, Julio de Urrutia destaca lo siguiente:

Una faena de Manolo Martínez y un toro de A.P., verdaderamente extraordinarios… El tedio abrumador de la tarde quebró durante diez minutos al salir el tercero de don Antonio, que, según dijimos al principio, resultó un toro extraordinario, el mejor de toda la feria hasta ayer y uno de los más pastueños de cuantos se llevan corridos por esas plazas en la presente temporada. Es muy difícil que a Manolo Martínez le vuelva a caer un animal semejante en los lotes que le quedan de su campaña actual. Porque meter la cabeza en el engaño como la metía el “apé”, humillar como humillaba en el centro de las suertes y quedar preparado como quedaba, cual si fuera un “robot” para el lance o pase siguiente, eso es muy difícil que vuelva a repetir un toro en el transcurso de los meses. El mexicano lanceó al toro en el primer tercio con una elegancia fuera también de serie, hizo un quite por navarras que puso a la gente en pie y cuando llegó la hora de la muleta instrumentó una faena a la altura de la bondad del bicho. Anotamos en ella tres naturales Inmensos con su correspondiente de pecho, un molinete, cuatro pases en redondo, varias tandas más de toreo al natural y dos circulares completos, rematados ahora con el pectoral con la derecha. El toro pasaba que era una bendición, pero el diestro no desmerecía en nada al acoplarse con él y obtener de la faena el máximo resultado artístico. Uno hubiera estado así cinco minutos más, contemplando la bella estampa formada en la arena entre los dos antagonistas. Pero lo que sucedía es que todos temíamos el instante preciso del diestro al entrar a matar por el resultado incierto de la espada. En efecto, la estocada – hasta las cintas – fue caída, pero hizo rodar fulminantemente al bicho patas arriba. El presidente tan sólo concedió una oreja a Manolo, porque el defecto del acero era visible a todas luces. Más... el público, que había seguido con singular admiración la perfecta armonía existente durante la lidia entre el toro salmantino y el torero azteca, hizo dar a éste dos vueltas al ruedo entre aclamaciones delirantes y saludar desde el tercio…
Otro apuntamiento de Urrutia va dirigido a la poca  o justa presencia de los toros que se lidiaron:
Al revés de los “apés” de hace veinte años, que cinco salían óptimos para el torero y uno barrabás, los corridos ayer en la plaza del Chofre tuvieron un balance exactamente a la inversa. Todos, por lo demás, estuvieron aceptablemente presentados y acusaron de primero a último la siguiente romana: 534, 501, 493, 500, 531 y 545 kilos. De edad no parecían estar muy sobrados. Esperemos, pues, con paciencia benedictina al año 1973, en que el ganadero venda cada toro con su respectiva partida de nacimiento. Entonces sabremos exactamente la edad natural y no la aparente, y habrá llegado el momento de desechar de toriles esos cartelitos con el pesaje de los cornúpetas, que a veces no hacen sino desorientar a la afición...
Manolo Martínez, en volandas
Los tiempos no parecen haber cambiado, puesto que todavía hoy se insiste mucho en el peso de los toros y se soslaya la edad cronológica que les corresponde, que es la que influye sobre su comportamiento. Y agrego, aunque en su momento el guarismo fue una solución a una problemática que se arrastraba de décadas antes, hoy se tiene que buscar otra alternativa que unida a esa cuestión deje en claro la edad de los toros que se lidian.

Más les distraigo de lo que me trae por aquí ahora. Como podemos ver, Manolo Martínez tuvo muy buenas tardes en los ruedos hispanos, aunque insistiré en que la rotundidad con la que actuaron sus contemporáneos en plazas como Madrid o Sevilla oscurecen su paso por esas plazas, pero la historia y la estadística nos dejan claro que el problema real es más de apreciación que de fondo.

Aldeanos