Ricardo Torres Visto por Carlos Ruano Llopis |
Además de los toreros ya nombrados participaron en la temporada un reaparecido Silverio Pérez, Luis Castro El Soldado, Fermín Rivera, Luis Procuna, Antonio Velázquez, Alfonso Ramírez Calesero y Luis Briones por los nacionales, los sudamericanos Alí Gómez y Luis Sánchez Diamante Negro y el portugués Diamantino Vizeu. La ganadería de La Punta envió seis encierros; entre San Mateo y Torrecilla, cuatro; Pastejé, tres; Coaxamalucan, dos; entre La Laguna y Piedras Negras, también un par; y Zotoluca y Matancillas, uno cada una. Ese fue más o menos el elenco de la tercera temporada de nuestra gran plaza, este año sin la competencia con la del Toreo de Cuatro Caminos en la que solamente se celebró, el 15 de marzo de 1949, una corrida de toros a beneficio de las familias de las Guardias Presidenciales.
La 12ª corrida de la temporada 48 – 49
También formó parte de ese elenco Ricardo Torres, de quien ya he hecho alguna memoria por estas virtuales páginas. Se presentó el domingo 6 de marzo de 1949, en la decimosegunda del ciclo, alternando con Lorenzo Garza y Luis Procuna para enfrentar un encierro de Pastejé. Era apenas la segunda comparecencia del torero hidalguense en la México, quien había debutado allí el 24 de noviembre de 1946 alternando con Domingo Ortega y Silverio Pérez, con toros de Matancillas. Dio dos aclamadas vueltas al ruedo tras la lidia de su primer toro Bolero y hasta este domingo de casi tres años después, regresaba al escenario de la colonia Nochebuena. Vaya usted a saber por qué fue así.
El encierro de Pastejé fue disparejo, pues hubo un toro (1º) que apenas dio 427 kilos en la báscula, contra otro que pesó 492 (4º). El promedio del peso del sexteto fue de 454 kilos y voy a insistir, fue una auténtica escalera. Se lidió un séptimo, regalo de Lorenzo Garza, de Jesús Cabrera, al que se le anunciaron 449 kilos y al que las crónicas se refirieron como un torillo. La realidad es que el doctor Gaona apoyó su temporada apenas en un puñado de ganaderías, lo que me induce a pensar que al ir entrando ésta en sus profundidades, el género de calidad comenzó a escasear y se tuvo que echar mano de lo menos impresentable.
Ricardo Torres y Africano
El tercero de la tarde, de los últimos que crio don Eduardo N. Iturbide, pues en ese mismo año enajenó la ganadería a Luis Javier Barroso Chávez, fue bautizado como Africano y la tablilla le proclamó 430 kilos de peso. Ante ese toro tendría Ricardo Torres la actuación más destacada del festejo y la que resultaría ser, sin anuncio previo, su última en el llamado Coso de Insurgentes. Acerca de ella, don Carlos Septién García, entre otras cosas, escribió:
La gente – desde luego en número harto menor al de las anteriores corridas – había acudido a ver a los hombres más o menos ilustres. No era ciertamente el torero hidalguense Ricardo Torres, hace mucho tiempo alejado de la Plaza México, quien atraía a la mermada muchedumbre. Y, sin embargo, fue él quien a poco de iniciada la corrida se convirtió en la figura central de la tarde, y fue él quien despertó las ovaciones legítimas y fue él quien se quedó con la oreja de un pastejeño entre las manos. Su terno deslustrado, que en el paseo había hecho contraste junto a los trajes suntuosos de sus alternantes, fue adquiriendo la mejor luz torera, que no es la que cabrillea sobre los calamares sino la que sale del ánimo esforzado y del júbilo generoso de torear: luz interior que le permitió iluminar de triunfos su tarde y que hizo palidecer hasta el apagamiento los brillos simplemente epidérmicos en los ternos ilustres de sus alternantes...
La crónica de El Tío Carlos dejó sin lugar a duda que la entrada fue floja, pero también, líneas adelante expresaría que los asistentes al festejo redescubrieron a un torero que por esas razones que quedan a la vista, pero nunca se explican o se expresan, simplemente no pasaba por allí. Sigue diciendo el cronista:
De su largo aislamiento, de su dolor fresco aún en la cicatriz de la reciente cornada de Mérida, de su maltrecho pasado, Ricardo Torres supo sacar el éxito de una brillante tarde de toros. Brillante y completa; porque el hidalguense cubrió con su dimensión de torero a lo tradicional los tres tercios de la lidia clásica. Y así, su capote trazó la comba y la cruz de la verónica rematada por el cono severo de la media verónica; y trazó gaoneras y revoleras, mariposas y mandiles tras de haber acudido siempre con seca y taurina eficacia a los quites en que primero se salva la vida de un hombre para después salvar la belleza del lance. Y resucitó su vasto dominio del segundo tercio recordando los tiempos (1933 – 34) en que pareando de poder a poder no reconocía otro rival que Fermín Espinosa; y con excelencias de colocación y pureza de línea complementada con algunas ejecuciones muy buenas, cubrió ese segundo tercio en sus dos toros yendo siempre a más. Y, finalmente, supo llegar a lo moderno con la muleta en la derecha y la silueta entre los pitones hasta la noble faz de ese magnífico segundo toro al que templó en varios derechazos lineales; o bien, cuando por la visible fatiga de su resentida salud no encontró ya modo de repetir el trasteo, supo llegar con la mano al pelo en la correcta ejecución de una estocada que hizo morir al toro con la prestancia y la gallardía con que morían los bureles en las páginas de “La Lidia” añeja o en las esculturas de principios de siglo… Fue así conciliando dentro de sus posibilidades lo tradicional y lo actual al calor de una llama ambiciosa de triunfo, como Ricardo Torres logró sacar de su aislamiento y de su dolor, esta completa y brillante tarde de toros...
Decía ya que esta fue la segunda y última vez que Ricardo Torres pisó vestido de luces el ruedo de la Plaza México. En las dos ocasiones tuvo actuaciones brillantes y en ambas la retribución a su actuación destacada fue el ostracismo y el enviarlo a torear por las afueras. Hoy, afortunadamente, aunque despacio, la historia se encarga de restituir al torero de Hidalgo el sitio que en ella le corresponde.
Los demás sucesos de la corrida
Salvo un quite por orticinas realizado al primero de su lote, Luis Procuna tuvo una de esas tardes de las que un torero no quisiera que se guardara memoria. Y por su parte, Lorenzo Garza, tuvo que recurrir al expediente del toro de regalo para intentar enmendar una tarde que tampoco caminaba para él en la dirección correcta. El juicio del Tío Carlos es lapidario:
Más daño le hizo a Garza este toro bravo de ayer que a Velázquez el manso de hace 15 días. El delicioso animal de Cabrera vino a mostrar que Garza conserva clase con el capote ya que las verónicas por el lado izquierdo y los “pases del velo” por ese mismo perfil que ejecutara Lorenzo, fueron de verdad bellos, templados, ejecutados a la perfección. Pero también vino a poner en evidencia cómo Garza carece de capacidad torera con lo que otrora fuese su mejor arma: la muleta. Lo que le resta a Garza es el cite y el parón. Y ni conoce el muletazo completo, ni la liga, ni la unidad del trasteo. Esto va dicho porque ayer frente a un toro inofensivo y dócil como muy pocas veces se ve un toro así, Garza no tuvo sino el muletazo aislado, el cite y el parón. Lo que le ocurre con cualquier otro bicho que muestre menos facilidades está a la vista con su labor en los toros de la lidia ordinaria. Ni plan, ni decoro, ni poder, ni nada… Excelentísimo capote con el toro ideal. Y con la muleta, El Rey del Cite. Tal es hoy Lorenzo Garza…
Para terminar
Escribía don Alfonso de Icaza Ojo acerca de Ricardo Torres:
Excelentísimo banderillero, dueño de un capote de seda, con la muleta bajaba, pero volvía a subir, no pocas veces con la espada…
Una buena manera de apreciar su clase y sus buenas maneras es verlo en imágenes en movimiento. Una fuente importante y accesible es el DVD Tesoros de la Filmoteca de la UNAM. Tauromaquia I. Colección Daniel Vela. Allí vienen unas extraordinarias imágenes del torero.