Apuntes acerca de la historia del toreo en México
La historia del toreo no ha sido realmente objeto de un estudio sistemático. No lo ha sido no tanto porque no tenga el interés para serlo, sino porque como su objeto se produce en todo tiempo y en diversos lugares, resulta bastante complicado el compilar y ordenar las informaciones que se producen en lugares tan disímbolos como las principales capitales y en las aldeas más recónditas de la geografía de los países que conforman lo que
Díaz Cañabate llamó en su día
el planeta de los toros.
Si tratamos de ubicar el intento sistematizador en el final del siglo XIX y los albores del XX en México, tendremos que enfrentar otro problema de grandes proporciones, la nuestra era una tierra que tenía prácticamente tres cuartos de siglo en guerra permanente. A veces de baja intensidad, a veces con las potencias internacionales y al final de cuentas, la posibilidad de documentar y de conservar los datos sobre las cuestiones que iban más allá de lo estrictamente indispensable para vivir o mejor dicho, sobrevivir, era una cuestión que podría considerarse superflua. Por eso las noticias que tenemos de la historia de la fiesta en esos días son casi siempre de carácter regional, fragmentado y de difícil localización.
Es por eso que cualquier intento que se haga en la actualidad por ubicar, clasificar y publicar esos documentos, cualquiera que sea su naturaleza, es una verdadera actividad de amor a una fiesta que hoy, se encuentra en manos de una oligarquía que no ve más allá de la utilidad que pudiera redituarle la taquilla del festejo de esta tarde, cuando de las cartas de relación que en forma escrita o de imágenes se nos revela que la fiesta de los toros en México siempre ha sido un emblema de la grandeza de nuestro pueblo, que a través de ella ha encontrado la manera de expresar sus más hondos sentimientos de nacionalidad y que ha hecho de ella, desde hace ya casi cinco siglos, una forma de engrandecer sus fastos.
Los métodos de almacenar, reproducir y distribuir la información de hoy nos permiten recuperar muchas cosas que por su estado de conservación, estarían confinadas a la bóveda de seguridad de un banco o de un museo y a ser objeto nada más, del relato sobre su existencia. La ciencia y la técnica nos han dado la oportunidad de recuperarlas, de divulgarlas y de a partir de ellas, comenzar a escribir con sistema y método, esa historia del toreo que los que tenemos afición por estas cosas, creemos conocer a pedazos. Un preclaro hombre de estas tierras, don Aquiles Elorduy, diría que la obra es una verdadera tarea de romanos, pero vale la pena emprenderla y el DVD titulado Los Orígenes: Cine y Tauromaquia en México 1896 – 1945, que será objeto de estas líneas, en verdad que la justifica.
La trashumancia de la imagen
Por trashumancia se entiende el proceso de cambiar los ganados de unas tierras a otras. En los primeros tiempos del cine en México, el cargar toda la parafernalia necesaria para realizar las filmaciones, a lomo de mula, por los polvorientos caminos de herradura, era efectivamente un proceso trashumante que tuvieron que acometer los norteamericanos y franceses que para hacer viable el negocio que les representaba el novedoso producto de la modernidad que tenían en sus manos, se dedicaron a perpetuar hechos que se pudieran considerar insólitos, en donde estos se produjeran, para con su exhibición, recuperar las inversiones que habían realizado.
Es así que las primeras vistas que se nos presentan resultan de una plaza de toros en Durango, mitad de mampostería y mitad de trancas, justo en los tiempos en los que la tauromaquia a la española acababa de adquirir carta de naturalidad en México, pues no debemos olvidar que de este lado del Atlántico, se comenzó a gestar una tauromaquia propia de estas tierras, en la que se combinaban suertes de lo que hoy conocemos propiamente como toreo y de lo que también hoy llamamos charrería.
No olvidemos que la suerte por ejemplo, de poner banderillas a caballo, es una creación mexicana, del potosino Ignacio Gadea, quien a mediados del siglo XIX la perfeccionara y que encontrara después su mejor exponente en el atenqueño Ponciano Díaz, quien incluso, tras de ser alternativado en Madrid por Frascuelo, con éxito ejecutó en aquellas tierras la tauromaquia autóctona. Pero la semilla que dejara el gaditano Bernardo Gaviño fructificó y todavía hoy, con matices más de forma que de fondo, la fiesta de aquí y de allá, es la misma.
El hilo del toro… y del toreo
Otra cuestión importante que se nos presenta en
Los Orígenes: Cine y Tauromaquia en México 1896 – 1945, es la demostración fáctica de que la teoría de
José Alameda sobre la hilación histórica del toreo es susceptible de ser comprobada en los hechos.
Vemos en las imágenes captadas en los últimos años del ochocientos y en los primeros de la siguiente centuria, festejos en los que se lidian toros de la región, que en cuanto a su fenotipo, no dejan de parecer aptos para la lidia. Varios de los que se captaron en la plaza de Durango son de pelo berrendo aparejado, lo que puede dar a entender que en su procedencia, los de esa capa, tendían a embestir y a permitir a los diestros que los enfrentaban, el lucirse con ellos. El no señalar la procedencia específica de los ganados que se lidiaban en esos festejos, puede entenderse como que las fincas ganaderas de su origen no se dedicaban a esos menesteres, pero la más o menos uniformidad del pelo de los lidiados, implica de alguna manera un incipiente proceso de selección con esa finalidad, que vendría a ser completado con las grandes importaciones realizadas en el primer cuarto del siglo XX por las cuatro familias fundacionales de la ganadería brava mexicana: Barbabosa, González, Llaguno y Madrazo.
Otro aspecto que se nos presenta acerca de la evolución del toro, es el estado evolutivo que guardaban algunas ganaderías que hoy, se conciben de manera muy distinta. Pensar en estas fechas que un toro español de Partido de Resina antes Pablo Romero o uno mexicano de Piedras Negras llevara pelo berrendo, sería francamente descabellado. Pues en el DVD se nos presentan vistas de una corrida celebrada el 23 de octubre de 1910, con toros tlaxcaltecas de don Lubín González, entre los que destaca un precioso berrendo capirote y otras de un festejo del 12 de febrero de 1911, con toros sevillanos de la familia Pablo Romero, en los que dos o tres de los toros corridos eran berrendos en negro. Hoy, hablar de cualquiera de estas dos ganaderías es hacer referencia al toro cárdeno por antonomasia. De hecho, en España se habla de un pelo cárdeno romero o arromerado en alusión al que es constante actualmente en los de Partido de Resina y los toros de Tlaxcala, todos de matriz piedrenegrina, son cárdenos platinados y sin embargo, un día fueron berrendos.
El hilo del toro también nos deja ver cómo el protagonista de la fiesta va cambiando su comportamiento en el ruedo, a partir del manejo genético y de la selección. Vemos los primeros ejemplares de casta, que eran poco uniformes en cuanto a su tipo y de un comportamiento indefinido, para que al llegar al mediodía de la pasada centuria, encontrarnos con un toro fiero, pero afinado en su apariencia exterior y adecuado para una manera de practicar el toreo que había evolucionado enormemente en los últimos cincuenta años.
El toreo captado por los camarógrafos de la Casa Edison era el dominante en el siglo XIX, es decir, el de calibrar la bravura del toro en la suerte de varas, encontrar el diestro lucimiento en los quites, que entonces tenían la doble función de proteger la vida de los pencos y de los picadores y después, terminar, de la manera más rápida y efectiva posible, con la vida del toro.
A éste propósito se nos presenta una imagen verdaderamente interesante. Una escena de un festejo en el que interviene Ponciano Díaz con su cuadrilla, en el que se practica la suerte de varas desde un caballo protegido por un incipiente peto, llamado por la prensa de la época babero. ¿Cuál sería la razón de usar el aditamento? De pronto se me ocurren dos: En primer lugar, pensaría que por estar México en guerra en esos momentos, los caballos eran un artículo de primera necesidad para la milicia y eran entonces escasos y caros como para dejarlos destripar en festejos taurinos y en segundo término, consideraría que por ser Ponciano hombre de a caballo antes que torero, quizás le dolía ver que los toros mataran tantos caballos en las corridas, así que urdió el aparato de referencia, para tratar de evitar tantas pérdidas en ese sentido.
Después, se recogen en una reveladora antología una serie de realizaciones que nos permiten conocer las hazañas tempranas de Rodolfo Gaona, el ver en movimiento a toreros que si acaso conocíamos mediante vistas fijas como Cocherito de Bilbao, Emilio Torres Bombita, Machaquito, Torquito, Vicente Pastor, Chiquito de Begoña y otros varios que venidos de España fueron los animadores de las temporadas del primer cuarto del siglo XX en México, junto con los nacionales Juan Silveti, Luis Freg y Reverte Mexicano entre otros. Es significativa la recuperación de las imágenes de la actuación de Ignacio Sánchez Mejías en 1921, dado que en su momento no se les dio importancia y en lugar de cuidarlas, las latas que contenían las películas, sirvieron durante años como soporte a una maceta, lo que contribuyó al deterioro de la cinta y que aún en sus condiciones, nos dan una buena idea de lo que fue en el ruedo el personaje de la obra cimera de Federico García Lorca.
Solo encuentro una cuestión que a mi juicio rompe con el fino entramado que llevaba la historia contada con imágenes, que es en el caso, la faena de la presentación de Manolete en México, en 1945, tras de la de Sánchez Mejías. El único criterio que encontraría para emparejarlos en ese momento de la narración sería el de la nacionalidad. Si más o menos se había seguido una secuencia cronológica, ¿Por qué no sacarla así hasta el final? De mantenerse esa secuencia, quizás se hubiera bien acomodado, tras del documental Arlequines de Oro, de 1944 y antes de la secuencia de Cantinflas, pero, eso es al fin y al cabo, pecata minuta.
Otras visiones de la tauromaquia por el cine
Pero la tauromaquia en estado puro no es el único argumento de los materiales fílmicos que se nos recuperan. Nos encontramos también con una serie de documentos que pueden caber en las más diversas clasificaciones que del cine se hacen, así, vemos un par de ejemplares de noticieros cinematográficos, uno de ellos dedicado a Rodolfo Gaona, que recupera filmaciones hechas seguramente en 1922, cuando Antonio Fuentes vino a torear una corrida de despedida a México y el otro, dedicado a Alberto Balderas, ambos estupendamente narrados por Pepe Alameda.
Vemos también la variante promocional para la que se comenzó a utilizar el cine, con un magnífico documental titulado
Alma Tlaxcalteca, en el que se recaba lo sucedido en un festival realizado en 1929 en la plaza de toros de Tlaxcala, hoy nombrada
Jorge Ranchero Aguilar, en el que
Wiliulfo González, ganadero de
Piedras Negras, da una lidia completa a un novillo de su casa, desecho de cerrado, pues es bizco del pitón izquierdo. La lidia es a la mexicana, poniendo banderillas a caballo, como
Ponciano y después a la española, con la muleta y la espada, demostrando que lo que afirmaba el
Gallo Viejo era cierto, en cuanto a que los
González de Tlaxcala siempre fueron buenos ganaderos y buenos toreros.
No podía faltar el cine argumental y se nos recuperan tres ejemplos. Primus tempus está el melodrama El Tren Fantasma, en el que El Tigre de Guanajuato Juan Silveti Mañón nos muestra la reciedumbre de su tauromaquia; después, la aplicación de una de las grandes faenas del Magnífico Lorenzo Garza, a la cinta Un Domingo en la Tarde, en la que el regiomontano tiene el papel principal y además, algunos descartes de lo filmado por Sergei Eisestein para ¡Qué Viva México!, en los que podemos apreciar a David Liceaga, Marcial Lalanda, Carmelo Pérez y a Chicuelo, siendo quizás en el caso de Carmelo, las únicas imágenes que se conserven de su corta y trágica carrera en los redondeles.
También la vertiente documental la encontramos dentro de esta relación y así vemos por una parte, la presentación de Arlequines de Oro, en la que se nos narran las vicisitudes del torero – Antonio Velázquez – que se prepara para ir a la plaza a cumplir con su compromiso y por la otra, la visión jocunda que puede contener lo taurino, cuando se le encuentra la arista de lo bufo y así, se nos presenta una extraordinaria actuación de tres cumbres de la comedia mexicana, Cantinflas, quizás el más grande torero bufo que haya existido, Germán Valdés Tin – Tán y Manuel Medel, quienes demostraron también no ser unos indocumentados a la hora de enfrentarse a los astados.
Comparación con el anterior
Es notable e importante la mejoría de
Los Orígenes: Cine y Tauromaquia en México 1896 – 1945, con relación a
Tesoros de la Filmoteca de la UNAM, Tauromaquia I, Momentos cumbre del toreo en México 1940 – 1946, pues en primer lugar se eliminaron los espeluznantes hiatos de silencio que dificultaron el apreciar en toda su magnitud éste último, tanto por una más amplia selección de la música de fondo, como por una mejor y más completa redacción de los textos alusivos a las imágenes, en cuya narración participa con acierto y frescura
Juan Antonio de Labra Madrazo, quien es hoy por hoy, uno de los periodistas taurinos que mejor conocen, hablan y escriben de toros y de toreros.
Es aquí donde debo reconocer de nuevo la desinteresada y paciente labor de Paco Coello para ubicar y clasificar el material visual, así como para lograr la aceptación de la Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos, de la Fundación Carmen Toscano I.A.P. y last but not least del también buen amigo, Julio Téllez García, que es uno de los grandes coleccionistas de películas con tema taurino en este país y en el mundo, para que sus materiales, algunos de ellos inéditos después de más de un siglo, vieran la luz precisamente en este DVD que desde mi punto de vista, es una obra que nos permite conocer desde el punto de vista de la imagen en movimiento, la verdadera evolución del toreo en México.
Post - scriptum: Otra versión de este texto la publiqué años atrás
aquí.
Igualmente, mi gran amigo
Martín Ruiz Gárate, en su extraordinaria
Taurofilia, se ha ocupado de una parte de este DVD,
en esta ubicación recomendando principalmente la
sección de comentarios y el
vídeo adjunto, tomado del DVD.