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domingo, 27 de noviembre de 2022

27 de noviembre de 1942: Se publica en México el primer número del semanario La Lidia

El periodismo taurino en México

Mi amigo Salvador García Bolio, en su obra de 1991 El Periodismo Taurino en México. Historia, fichas técnicas, cabeceras, apunta que ya hay vestigios de información de interés para los aficionados a la fiesta en los medios generalistas y hasta culturales mexicanos desde el siglo XVIII y precisa que en el número 61 de la Gaceta de México de Sahagún de Arévalo, de diciembre de 1732, se registran las primeras reseñas taurinas que en su investigación pudo encontrar.

La centuria siguiente será la que vea el nacimiento del periodismo taurino como una rama especializada y así, el 9 de noviembre de 1884, sale a los puestos el primer número de El Arte de la Lidia en la Ciudad de México, aun estando vigente la prohibición de Benito Juárez de noviembre de 1867. La dirigía Julio Bonilla Recortes, periodista mexicano que era a su vez corresponsal de diversas publicaciones hispanas y que dejó de aparecer hasta el año de 1903. Pero ya antes se habían hecho intentos de difundir la fiesta en singular, aparte de la información general, escribe García Bolio:

No puedo dejar de mencionar que, en 1815, don José Joaquín Fernández de Lizardi “El Pensador Mexicano” (autor de múltiples escritos y de quien destaca entre sus obras “El Periquillo Sarniento”) dedicó de su periódico “Alacena de Frioleras” dos números (4 y 13 de mayo) a las corridas de toros. Antecedentes del que sería, 69 años después, el primer periódico taurino mexicano. (Pág. 15)

Otras publicaciones decimonónicas destacadas son El Arte de Ponciano, El Correo de los Toros, El Mono Sabio, La Lidia en San Luis Potosí o La Banderilla, semanario taurino ilustrado, estos dos últimos, del año 1887.

El siglo XX tuvo ya un mayor número de publicaciones, unas de mayor predicamento y recorrido que otras, pero destacan por su trascendencia El Universal Taurino, que es considerado por muchos, superior a cualquier otro de sus contemporáneos, en todo el llamado planeta de los toros; el sucedáneo de éste, Toros y Deportes, después, en el tiempo estaría El Redondel, que tenía la particularidad de salir los domingos, unas horas después de terminado el festejo en la capital mexicana con la crónica de ese día; o El Taurino. Estos aparecen dentro de las primeras tres décadas de la pasada centuria.

No se trata aquí de hacer una historia de la prensa y periodismo taurinos en México, sino nada más de establecer un contexto a lo que enseguida intento exponer.

Pablo B. Ochoa 

Pablo Boeuf Ochoa debió ser un hombre de un intenso espíritu emprendedor. Mi amigo Rafael Gómez en su bitácora Toreros Mexicanos lo señala como originario de la Ciudad de México, en tanto que don Daniel Medina de la Serna lo sitúa como nativo del estado de Oaxaca. Intentó ser torero y a la usanza de entonces, su recorrer de la legua le llevó hasta El Toreo de la Condesa, lugar en el que se presentó, lidiando un novillo de regalo el domingo 10 de octubre de 1937, en una accidentada novillada que torearon Gabino Aguilar padre, Juan Estrada y Gregorio García. Los novillos de Piedras Negras fueron escasos de presencia y difíciles, por lo que los espadas anunciados fueron abroncados. A manera de fin de fiesta se obsequiaron dos novillos de Rancho Seco, el que salió en séptimo lugar fue para quien se anunció como Manuel Luceño, que no era más que Pablo B. Ochoa y el octavo lo despachó Alberto Olvera. Ninguno de los dos debutantes obtuvo algo para contar en casa esa noche, o después.

Años después, Josefina Vicens, firmando como Pepe Faroles en su semanario Torerías, realizó una extensa entrevista al ya empresario Pablo B. Ochoa, en donde rememora en algo esta tarde:

Pablo B. Ochoa es un hombre joven, inteligente y dinámico, apasionado de la fiesta brava, a la que ha dedicado buena parte de su vida. Tiene además la cualidad, que ya va siendo extraordinaria, de cumplir estrictamente con la palabra que empeña. Como prueba de esto, referiremos aquí una anécdota que lo pinta de cuerpo entero: “Era la víspera de su presentación como novillero en la plaza de El Toreo; iba por fin a ver cumplido su más ferviente anhelo. En el Ritz, platicando con su apoderado, le hizo esta promesa: Yo le aseguro a usted que mañana corto una oreja; pero le aseguro también, que si no la corto, no vuelvo a vestirme de luces”. Pablo B. Ochoa no cortó la oreja ofrecida, y nunca más volvió a vestirse de luces. (En Torerías, Núm. 27, 7 de marzo de 1944)

Pues bien, Pablo B. Ochoa en 1942, ya curado del mal de montera estaba dedicándose a un nuevo empeño. Ese empeño era la edición y publicación de un semanario taurino y para ello conjuntó un interesante grupo de escritores y cronistas que le dieran cuerpo y vida a una publicación que tuviera calidad y categoría. 

Ellos fueron Roque Armando Sosa Ferreyro, Don Tancredo; Rodolfo Garza, Pedro de Cervantes, el doctor Carlos Cuesta Baquero, Roque Solares Tacubac; Arturo Allsoff Villa, Francisco L. Porcel, Francote; Federico M. Alcázar, Felipe Sassone, Vicente Morales, P.P.T.; Josefina Vicens, Pepe Faroles; Enrique Arzamendi, B. Torralba de Damas, Pedro Patiño, Oñitap; Patricia Cox, Flavio Zavala Millet, Paco Puyazo; Alberto Guzmán, Alberto Lázaro y don Luis de la Torre, El – Hombre – Que – No – Cree – En – Nada. También contó con colaboraciones ocasionales de don Carlos Septién García, El Tío Carlos.

Con esos mimbres nacería un semanario que permaneció casi una década informando sobre las cosas de los toros en México.

El primer número de La Lidia

El viernes 27 de noviembre de 1942 vio la luz el primer número de La Lidia. Revista gráfica taurina. Anunciaba que sus oficinas estaban ubicadas en el despacho 212 del número 69 de la Avenida Madero, que su director – gerente era Pablo B. Ochoa; su director, Roque Armando Sosa Ferreyro y el jefe de redacción Pedro de Cervantes. Consta de 32 páginas, contando la portada y la contraportada y lleva numerosas fotografías, las que tienen crédito, se atribuyen a Arroyo y también dibujos y viñetas de Antonio Ximénez. El contenido de ese primer número es el siguiente:

Portada: Lorenzo Garza de luces, foto de estudio (Pág. 1)

Contraportada: Maximino Ávila Camacho a caballo vestido de corto (Pág. 32)

- Pág. 2. “La despedida de Lorenzo Garza”, entrevista por Arturo Rigel, fotografías de Arroyo.

- Pág. 4. “El buen humor de los toreros”

- Pág. 5. Editorial y directorio

- Pág. 6. “La Fiesta Nacional”, por Manuel Machado, con ilustración de Antonio Ximénez

- Pág. 7. “Los Subalternos”. Dedicado a Román “El Chato” Guzmán, por Roque Armando Sosa Ferreyro, fotografías

- Pág. 8. “El boicot a los toreros mexicanos”, entrevista a Eduardo Solórzano, por Rodolfo Garza, fotografías

- Pág. 9. “Las tragedias del toreo”. Carmelo Pérez y Michín, fotografías

- Pág. 11. “Gloria y Pasión de Carmelo Pérez”, por José Quijano Pitman

- Pág. 12. Alfonso Ramírez “Calesero”, un torero que no puede faltar en la temporada, fotografías

- Pág. 13. “Las enfermerías taurinas”, por el Doctor O’Bon, fotografías

- Pág. 15. “Entre la vida y la muerte”, por “Don Tancredo”, fotografías

- Pág. 18. Los toreros… ¿Y los toros?, por “El Resucitado”

- Pág. 20. Anuncio de la próxima alternativa de Antonio Velázquez, triunfador de las novilladas de 1942

- Pág. 21. “Joselito”. Con dedicatoria al Gral. Maximino Ávila Camacho, por Pablo B. Ochoa

- Pág. 22. “Salvado por boyante”, por Carlos Cuesta Baquero “Roque Solares Tacubac”, fotografías

- Pág. 24. Espartero, más valiente, más artista, fotografías

- Pág. 26. “Algo sobre la historia y lengua de los gitanos”. Con dedicatoria al Ing. Marte R. Gómez, por Arturo Allsoff Vila

- Pág. 28. “Lo que cuesta una revista taurina”, entrevista al Dr. Alfonso Gaona, por Pedro de Cervantes

- Pág. 31. Anuncio de la corrida del 29 de noviembre siguiente, con Silverio Pérez, Carlos Arruza y toros de Zacatepec

Del primer editorial de la publicación, extraigo lo siguiente:

“La Lidia” es el resultado del esfuerzo y buena voluntad de todos quienes la hacemos: editores, redactores, dibujantes y fotógrafos, y quienes sacrificamos personales intereses, tiempo y afanes para ofrecer al público esta revista de orientación y crítica taurina que sintetiza su programa en solo cuatro palabras: servir a la afición.

Con el juego de intereses que es hoy la fiesta de los toros, los puntos de vista de sus diversos factores chocan o se fusionan para alcanzar mayores rendimientos económicos, y la única y permanente víctima es el espectador de la tragicomedia que se desarrolla en redondeles y hospitales, en las oficinas de las empresas, en los cafés y en la calle…

Nuestros antecedentes son la mejor carta de presentación que ofrecemos a los lectores y anunciantes y confiamos en que nuestra actuación merecerá el favor de los mismos para hacer de “La Lidia” un periódico digno de la confianza pública y refleje en sus páginas el pensamiento y sentimiento de los aficionados…

La declaración de intenciones es clara. Se trata de dar a conocer lo que en la fiesta de los toros sucede, de dar bases para que los aficionados formen su propio criterio y de que quienes no lo son, adquieran el conocimiento de lo que es y representa este juego de vida y de muerte. También se hace un crítico señalamiento a aquellos que únicamente pretenden los llamados dineros del toro, sin reparar en las consecuencias que eso podría tener hacia el futuro. La información y el conocimiento eran propuestos entonces, como armas contra la destrucción que implica el querer ganar sin invertir. Nihil novum sub sole.

El devenir de La Lidia

En septiembre de 1944 nace La Fiesta. Semanario gráfico taurino. Sin base objetiva, puedo afirmar que hubo en La Lidia un cisma editorial, pues del editorial de su primer número se desprende:

En otro ruedo. – Por convenir a sus intereses, el periodista Roque Armando Sosa Ferreyro y casi todos los escritores y artistas que colaboraron con él en la revista "La Lidia", inauguran hoy este ruedo periodístico... (García Bolio, Pág. 65) 

Así, en este nuevo semanario colaborarían entre los más notables, Josefina Vicens, Pepe Faroles; al doctor Cuesta Baquero, a Flavio Zavala Millet, Paco Puyazo y la corresponsalía de Federico M. Alcázar entre los nombres más notables que arrancaron con la publicación objeto de estas líneas. La Fiesta saldría a los puestos hasta el año de 1950.

La Lidia cambiaría a partir de enero de 1945 su cabecera para llamarse La Lidia. Revista gráfica de espectáculos, introduciendo en sus páginas temas ajenos a la tauromaquia, aunque esta fuera su principal línea argumental, siguiendo en su dirección su fundador Pablo B. Ochoa y a partir de noviembre de 1946 se llamaría La Lidia de México, ya dirigida por Nicolás Herrero. Entre las tres épocas del semanario, salieron a la luz alrededor de unos 360 números.

Lo que siguió

A la par y después surgieron aquí publicaciones como Torerías; El Ruedo de México de don Manuel García Santos; Arena, patrocinada por el doctor Alfonso Gaona; Torerísimo, ¡Toro¡, Sol y Fiesta;  Matador; 6 Toros 6; la segunda época de El Redondel; y muchas otras de circulación más local o regional que informan a la afición.

La entrada y acceso general a estos medios digitales han desplazado en importante medida las publicaciones impresas, sin embargo, el hecho de que esas revistas periódicas sean coleccionables, permite su archivo y consulta, porque la información de internet tiende a “caducar” y a perderse y el papel, debidamente conservado, permanece y tiene valor propio.

Aviso parroquial primero: La obra de Salvador García Bolio, El Periodismo Taurino en México. Historia, fichas técnicas, cabeceras, se puede consultar en línea en el portal de la Biblioteca del Centro Cultural Tres Marías de Morelia que lleva su nombre.

Aviso parroquial segundo: La cita de la entrevista de Pepe Faroles a Pablo B. Ochoa está tomada de Las crónicas de Pepe Faroles y otras escrituras. – Norma Lojero Vega (Edición y prólogo), Alejandro Toledo (epílogo). – Fondo de Cultura Económica. – México, 1ª edición 2022.  – ISBN 978 – 607 – 16 – 7491 – 3.

sábado, 16 de enero de 2010

Antonio Montes, a 103 años de su muerte (III/IV)

Antonio Montes
La campaña negra de Monosabio

Una vez que Matajaca soltó a Antonio Montes, fue levantado y llevado a la enfermería. La versión de Verduguillo es que lo trasladó para allá Ponciano, un monosabio que lo idolatraba y la de N.N. es que sus banderilleros Blanquito y Enrique Merino El Sordo fueron los que lo llevaron allí. Lo más seguro es que hayan participado los tres en la maniobra, pues Antonio quería regresar al ruedo a ver doblar a Matajaca a pesar de la fuerte hemorragia que presentaba.

Ya en el remedo de enfermería el Dr. Carlos Cuesta Baquero, asistido por otros dos médicos y dos pasantes de quinto año, exploró la herida y procedió a ligar dos vasos grandes y posteriormente, como se acostumbraba en la época, a taponar la misma con gasa yodoformada. Hecho esto, alrededor de las 6 de la tarde, considerando al torero herido estable, se le trasladó a su habitación del Hotel Edison. El parte facultativo rendido fue el siguiente:


El matador de toros Antonio Montes sufrió una grave lesión en la región glútea izquierda que interesó todo el plano muscular y penetró en la cavidad del vientre por la parte superior de la escotadura ciática, causando abundante hemorragia por la ruptura de un grueso vaso venoso. Dicha herida es de las que ponen en peligro la vida por sí y por las complicaciones á que puede dar lugar, tardándose en sanar más de treinta días.

A partir de este momento, Carlos Quirós Monosabio, en esas fechas director y propietario de un semanario llamado Ratas y Mamarrachos que se publicaba en la Ciudad de México, corresponsal del semanario madrileño Sol y Sombra y con amplias relaciones en otros medios periodísticos hispanos y de quien he contado sus andanzas en otro apartado de esta Aldea, inició una feroz campaña en contra del Dr. Cuesta Baquero, principalmente por sus diferendos en la manera de ver y entender la fiesta. Recurro al testimonio de Verduguillo, quien lo cuenta de esta manera:

A las nueve llegó el doctor Cuesta y encontró al herido tranquilo. A poco llegó Fuentes, acompañado del doctor Silverio Gómez, y minutos después llegó también Bombita quien llevaba al Dr. Gama.

Reunidos los tres facultativos, celebraron una consulta en la habitación contigua. Nunca se llegó a saber – con precisión – cuales fueron los puntos de vista de cada uno de los cirujanos. La voz de la calle dijo que tanto el Dr. Gómez como el Dr. Gama de lo que trataban era de relevar al Dr. Cuesta de la responsabilidad tan grande que tenía enfrente, en otros términos, de hacerse cargo del herido y seguía diciendo esa misma voz, pero muy especialmente los enemigos del Dr. Cuesta que éste se opuso terminantemente a abandonar aquel caso clínico, sabedor de que salvar a Montes le daría un gran prestigio. Esto es falso. El Dr. Cuesta SABÍA que Montes iba a morir, y con un gran valor y con una gran honradez profesional, se responsabilizó de aquel caso fatal de necesidad…

El más enconado enemigo que tuvo siempre el doctor Cuesta era don Carlos Quirós. Fue el origen de esta enemistad un artículo de Roque Solares Tacubac en el que al juzgar la labor de Gaona, tuvo apreciaciones que no estaban de acuerdo con el sentir del señor Quirós, portaestandarte del gaonismo. Surgió la polémica, que de meramente taurina, bien pronto paso a lo personal, pues parecía que al señor Quirós le interesaba más que probar que Gaona era un gran torero, demostrar que el doctor Cuesta había MATADO a Montes.

Esta enemistad entre los dos Carlos – Cuesta y Quirós – duró por toda la vida. Alguna vez yo quise intervenir para que los dos grandes escritores taurinos hicieran las paces y no pude lograrlo. Esto fue cuando ya Gaona se había retirado, por lo que consideré que había desaparecido la causa del enojo...


Cabeza de Ratas y Mamarrachos

La pregunta aquí es: ¿por qué no se practicó una laparotomía (cirugía exploratoria de vientre) a Antonio Montes para tratar de remediar su situación a sabiendas de que el pitón de Matajaca había penetrado la cavidad?

Verduguillo ofrece la siguiente respuesta:

Porque dada la poca resistencia física del herido -tuberculoso avanzado y padeciendo frecuentes ataques disentéricos- no aguantaba la operación que era preciso hacerle, que consistía en una laparotomía, sacarle los intestinos y resecar todas las partes contundidas por el cuerno. ¡Se habría quedado en la operación!

Preciso es aclarar que en la enfermería los médicos no se dieron cuenta exacta de los daños causados por el cuerno; sí se constató que había penetrado a la cavidad, pues ahí se perdía la exploración. Fue al hacerse el embalsamiento cuando todo se vio con claridad.


Esa versión de Rafael Solana sobre el estado general de Montes no la he podido confirmar a plenitud. El Dr. Cuesta, en un artículo publicado 38 años después – en el número del semanario La Fiesta de la Ciudad de México, correspondiente al 17 de enero de 1945 –, confirma la enfermedad intestinal previa y en una entrevista concedida al diario ABC de Madrid y aparecida en su edición del 19 de enero de 1907, el Dr. Sánchez Lozano, médico personal de Antonio Montes deja entrever que el diestro, tras un percance en la Feria de Abril del año anterior, tuvo alguna complicación respiratoria, pero sin confirmar que padecía tuberculosis.

La evolución del diestro no fue satisfactoria y pronto evidenció que la herida fue penetrante de vientre, pese a lo que se haya escrito de cualquier lado del Atlántico. Algunas versiones, encontradas por supuestos, son estas:

La de Julio Bonilla Recortes, para el semanario El Toreo de Madrid:

…El cuerno, una vez que penetró á la cavidad de la pelvis, rompió los músculos psoas é ilíaco y siguió hacia arriba y hacia la derecha, deteniéndose del lado derecho, detrás del intestino, en la fosa ilíaca. Llama muchísimo la atención que el cuerno, al seguir todo ese trayecto, haciendo tamaños destrozos, haya podido deslizarse entre el intestino recto y el hueso sacro, sin llegar á romper el peritoneo, de manera que, propiamente, aunque penetró á la pelvis, no produjo lo que en cirugía se llama una herida penetrante de vientre.

En la autopsia se encontró que la herida, anfractuosa, llena de recodos, con fractura de los huesos, estaba infectada. Se encontró, además, que el peritoneo, no obstante que no había sido desgarrado, ofrecía los signos de una peritonitis séptica en sus principios, pero ya claramente desarrollada. Esto se explica por la contusión sufrida por el peritoneo y el intestino; y explica, á su vez, la circunstancia de que desde los primeros momentos so hayan paralizado la vejiga y el intestino.

En la cavidad pelviana había derrame e infiltraciones de sangre. 

La causa de la muerte.

De lo que encontraron en la autopsia y de los síntomas observados durante la vida, los médicos, según pudimos informarnos ayer, deducen que la herida era mortal, y que la muerte tuvo por causa inmediata la septicemia y la peritonitis séptica, consecuencias de la herida.

La del anónimo informante de Eduardo Muñoz N.N. para El Imparcial de Madrid es así:

Se ha visto que el cuerno del toro, después de haber atravesado las masas musculares, no se había dirigido hacia adelante y hacia arriba, pasando por la escotadura ciática y penetrando así al canal de la pelvis, sino que se había dirigido más hacia adelante y había roto el hueso, perforándolo. El hueso lesionado fue el sacro. Allí se podía percibir la abertura hecha por el cuerno, que había después atravesado casi hasta salir por la parte anterior, cerca de la espina iliaca. En esta última parte se descubrió que había astillas de hueso que habían ido á desgarrar y contundir profundamente los tejidos.

Un punto á discusión era el de averiguar si se había presentado ó no una peritonitis. El doctor Cuesta y sus ayudantes opinaban que la alta temperatura, que el estado de postración y todo el cuadro alarmante que tenían á la vista, eran debidos á una infección peritoneal que se presentaba de una manera fulminante. Por su parte, el doctor Macías opinaba que no había signos claros de peritonitis, y que todo el cortejo de síntomas que se habían presentado en las últimas veinticuatro horas obedecían á una infección séptica general, causada, á su vez, por la herida anfractuosa irregular, llena de esquirlas, y que no había sido desinfectada debidamente por su situación misma y por su naturaleza. Parece que esta última opinión prevaleció; pero mientras tanto, personas que estuvieron cerca del enfermo en esos momentos hablan de discusiones que llegaron hasta la acritud entre los facultativos que intervinieron en la exploración efectuada al herido.


Antonio Montes

La que se contiene en el tomo III del Cossío es de este tenor:

…el suceso dio lugar a varios comentarios de la prensa y hubo quien culpó de ello a los médicos que atendieron al herido. El doctor Alejandro San Martín, al hablar de las heridas por ‘punción’ dijo: ‘Tal vez a una herida por punción se deba la muerte de Montes en Méjico, suceso que ha tenido tanta resonancia y ha dado lugar a tantas críticas de la conducta de los médicos que figuran en él…

Treinta y ocho años después, el Dr. Carlos Cuesta Baquero, responsable del tratamiento de Antonio Montes, escribió los hallazgos de la autopsia practicada al cadáver del torero:

La herida que recibió Antonio Montes estaba localizada en la asentadera izquierda (a corta distancia de la saliente huesosa que anatómicamente nombran gran trocánter). El cuerno hizo contusiones en un tejido que hay dentro (tejido retro-peritoneal), en el redaño (peritoneo), en los pliegues de ese redaño que sujetan el intestino (inserción fija posterior del mesenterio y del mesocólon de la iliaca) y en los mismos intestinos. El trayecto que recorrió el cuerno haciendo esos destrozos fue mayor de treinta centímetros.

Lo anterior refleja que, la opinión del Dr. San Martín, citada por Cossío en el sentido de que se trataba de una herida por punción no era desacertada y sí prudente a la distancia y que las versiones tanto de Julio Bonilla, como la difundida por N.N. fueron construidas seguramente por influencia de Monosabio que pretendía saldar sus diferencias con Roque Solares Tacubac y sin considerar el parte facultativo rendido inicialmente por el propio Dr. Cuesta, sino combinando este con el reporte de la autopsia y señalando la presencia de un Dr. Macías que no es todo clara en este asunto, pues no todas las informaciones lo mencionan. Al final de cuentas, los informadores adictos a Carlos Quirós consiguen filtrar la duda acerca de sí Antonio Montes murió a causa de la atención deficiente que le prestó un equipo médico inepto.

Creo que en 1945, como hoy, vale esta reflexión que hacía por esos días el Dr. Cuesta Baquero sobre este asunto:

Al embalsamarle, se vio que la cornada era profunda, en mayor extensión, originando contusiones en el peritoneo y derrame sanguíneo en la cavidad. De allí provino la peritonitis séptica. Si hubiera estado la ciencia quirúrgica con el progreso actual, se hubiera practicado una laparotomía – abertura de la cavidad ventral – desinfectado directamente el sitio donde estuvo la sangre derramada. Además, ¡si hubieran existido ya el licor de Dakin – Carrel, las sulfamidas y la penicilina!...


Descripción gráfica de la cornada de Antonio Montes
En suma y visto a más de un siglo de distancia, las lesiones sufridas por Antonio Montes eran mortales de necesidad por la simple razón de que no había medios para combatir la infección que con seguridad se presentaría, laparotomía o no. Independientemente de lo anterior, la técnica quirúrgica para tratar las heridas por asta de toro dejaba mucho al azar, pues en esos días, en lugar de transformar una herida traumática en una herida quirúrgica, controlada, lo único que se hacía era explorarla, limpiarla lo mejor posible y taparla, dejando a madre natura el trabajo de sanarla… sí es que eso era posible.



Total, que como lo afirma Rafael Solana, el prestigio profesional del Dr. Cuesta Baquero sufrió una importante abolladura con la muerte de Antonio Montes y la posterior persecución de Monosabio, pero a la larga, creo que la historia se ha encargado de poner a cada uno en su sitio y cuando se requiere – al menos en lo que a la historia del toreo se refiere – una perspectiva objetiva del tiempo que ambos vivieron, generalmente se procura la opinión de Roque Solares Tacubac, porque se tiene la certeza de que va desprendida de partidarismos y de otro tipo de intereses, de esos que no siempre se pueden confesar.

miércoles, 13 de enero de 2010

Antonio Montes, a 103 años de su muerte (I/IV)

Algunos lugares comunes

Antonio Montes
Antonio Montes Vico nació en la Triana de Sevilla el 20 de diciembre de 1876. Afectado por una deficiencia auditiva, se volvió desde una edad temprana en una persona taciturna, ensimismada y, en algún sitio leí, que al contrario de muchos que padecen ese tipo de impedimento físico, hablaba muy quedo, casi musitando, quizás tratando de evitar el denunciar su condición hablando a gritos.

Antonio Montes fue vecino del número 63 de la Calle Pureza y al paso de los años se volvería uno de sus habitantes ilustres como la actriz Antoñita Colomé, como el cantaor Armando Gutiérrez, Juan de Triana, como esa cumbre de la cultura que ha sido Antonio Machado Álvarez Demófilo o más recientemente el diestro Emilio Muñoz y por la cercanía de su domicilio con el Templo Parroquial de Santa Ana, llamada con justeza La Catedral de Triana, fue acólito allí y después, se dice, pasó a ser sacristán de ella, tomando de allí el primer apodo que su grupo de amigos le puso: El Sacristán.



Quizás en esos días pasó por su mente consagrarse al estado eclesiástico, sin embargo, su juventud y la cercanía de la Plaza de Toros de la Real Maestranza de Caballería de Sevilla le mostraron que podría encaminar su existencia por otros derroteros, así que pronto dejó la guarda de los ornamentos y los rudimentos de los latines y la teología para encaminar sus pasos a visitar por las noches la Dehesa de Tablada.

El Templo Parroquial de Santa Ana. Triana, Sevilla
Será en esa dehesa en donde Antonio Montes desarrollaría una particular manera de hacer el toreo, desconocida hasta entonces, pues la forma de lidiar, estaba determinada en mucho por las condiciones de los toros (Alameda dixit). La lidia común en esos días se realizaba a partir de muchas facultades físicas, un amplio juego de brazos y una inteligente reposición de terreno.

En Tablada pastaba lo mismo ganado de casta que morucho, predominando éste. Era el campo abierto donde las querencias de los toros están más marcadas y sin barreras artificiales que los contengan. Al sentir el acoso del torero, el toro tiene más fácil la posibilidad de huir y escabullirse de la molestia que le implica el hostigamiento del torero. Cuando la res es de media casta (morucha), esa condición tiende a ser más acentuada.

La lidia decimonónica hacía fácil la huida del toro en esas condiciones. Entonces, el que pretendía torear las noches de luna en Tablada, tenía que sujetar muy bien al toro o vaca cortado de su piara y obligarle a repetir en un breve espacio de terreno. Montes desarrolló así una manera de hacer el toreo en la que reponía poco terreno, pero con un eficaz juego de brazos y de cintura, llevando, diríamos hoy muy tapadas a las reses con los engaños utilizados. Es decir, se quedaba muy quieto. La mayor crítica que se le hacía es que era codillero, sin reparar que ese codilleo era el recurso técnico para sujetar al toro huidizo y obligarle a repetir en ese corto espacio de terreno, recurso que Belmonte perfeccionaría años después y volvería canon de la moderna tauromaquia.

El aprendizaje en Tablada y el andar por las capeas de los pueblos le permiten, de manera desusada en sus tiempos, presentarse como novillero (sin haber pasado como banderillero en alguna cuadrilla antes) en la Plaza de Sevilla el 3 de mayo de 1896, para lidiar novillos de José Torres Díez de la Cortina, alternando con Costillares y Guerrerito. El corresponsal del semanario madrileño El Toreo, en su edición del día 11 siguiente, refiere de esta actuación:

Montes, que desconoce el manejo de la muleta, pasó de cerca y con arrojo y estuvo afortunado, al salir ileso de tres o cuatro cogidas que sufrió al estoquear el tercer novillo. A este lo despachó de dos pinchazos y una estocada baja, sin conseguir descabellar en dos veces que lo intentó. Al último consiguió darle muerte de otros dos pinchazos y una estocada, que resultó al lado contrario.

Los tres espadas trabajaron con buenos deseos, estuvieron activos en los quites y capearon a sus respectivos bichos con más o menos lucimiento…


No obstante esa actuación, que se puede calificar de desafortunada, se presenta en Madrid el 13 de noviembre de 1898. Recibe la alternativa el Sevilla el 2 de abril de 1899, de manos de Antonio Fuentes y llevando de testigo a Ricardo Torres Bombita y la confirmó en Madrid el 11 de mayo de ese mismo año, llevando de padrino a Antonio Moreno Lagartijillo y de testigo a Emilio Torres Bombita. En esta ocasión los toros fueron, uno del Duque de Veragua, llamado Tesorero (el de la ceremonia) y 5 de Pablo y Diego Benjumea. Mariano del Todo y Herrero, en el número de La Lidia correspondiente al lunes 15 de mayo de ese año refiere lo siguiente:


Le damos la preferencia, ya que las reglas de la cortesía taurina se la dieron también en el circo. El nuevo matador de alternativa, hizo su debut como tal en Madrid, con una faena de muleta breve, en la que sobresalieron los pases naturales, en los que paró bien, rematándolos con elegancia, si bien en los de otro sistema se embarulló algún tanto, dejando que el toro le adelantase en el terreno. Estuvo confiado, sin embargo, y entró á matar con mucha voluntad, dejando una estocada caída y con tendencias, á volapié. La brega del último tuvo dos partes: en la primera, el diestro estuvo algo desconfiado en los pases; en la segunda, los naturales fueron de la buena escuela de antes, y entró bien á matar, señalando en lo alto un pinchazo en hueso, y colocando luego una buena estocada hasta el puño, todo á volapié. Lanceó de capa al primero, con salida larga, pero parando y estirando bien los brazos, y cumplió en lo poco que de sí ofreció el resto de la cosa.


Antonio Fuentes
Antonio Montes, a partir de su alternativa tuvo que competir con Fuentes, Machaquito, y Bombita quienes en esos días formaban la primera fila de la torería de ese tiempo. Los cartabones del toreo de esos días aún no estaban preparados para admitir una revolución en las maneras de ser y de hacer el toreo. De allí que en España, Antonio Montes quedara en las más de las ocasiones relegado a ser un digno y batallador complemento de carteles de tronío, lo que le comenzó a formar una seria idea de que los nombrados Fuentes, Machaquito y Bombita, las cabezas del interregno producido entre los tiempos de Lagartijo y Frascuelo y de Joselito y Belmonte (otra vez Alameda dixit), le cerraban el paso de manera intencionada, entonces, comenzó a buscar otros horizontes en los cuales pudiera exponer y explayar su particular tauromaquia.



Y así, a partir de 1903, Antonio Montes pasa los inviernos en México y es aquí donde pronto se convierte en un torero respetado por su valor y sus maneras en el ruedo, aunque sin dejar atrás sus rivalidades y desavenencias con Fuentes y Bombita sobre todo. Un periodista de aquellos días, Rafael Solana Verduguillo, lo relata así:

…Desde su presentación en la plaza de la calzada de La Piedad conquistó a la afición capitalina, especialmente a la de sol. Los aristócratas ricachos que iban a sombra le regatearon siempre su aplauso; a ellos les llenaba más Fuentes, con su majestuosidad, su gallardía. su señorío en el ruedo y su simpatía como particular. Jugaba con ellos al póker en el Jockey Club y asistía a las reuniones, impecablemente vestido y derrochando gracia en la conversación.

En cambio Montes; luchando siempre con los toros, expuesto a percances y antipático en la calle, no podía despertar grandes simpatías. Su sordera por una parte y su educación casi monacal que había recibido en su pueblo le hacían silencioso, retraído, poco comunicativo. Donde estaba El Sacristán no se podía hablar de nada; él no despegaba los labios y cuando lo hacía, era para decir una especie de sermón, con San Agustín por delante. En cierta ocasión le instaron mucho para que contara algo y se le ocurrió referir que había matado quién sabe dónde cuatro Miuras así de grandes…


Así pues, sus problemas de personalidad, seguramente derivados de su deficiencia auditiva y los naturales que derivan de la rivalidad en los ruedos, fueron creciendo en el ánimo de que en su día fuera Sacristán de Santa Ana, preparando las situaciones para el desenlace de su historia en la temporada de 1907, objeto de esta participación.



1907

Cuenta el Dr. Carlos Cuesta Baquero, que firmaba sus escritos periodísticos como Roque Solares Tacubac lo siguiente acerca del desarrollo de la temporada 1906 – 1907 de la capital mexicana:

El arribo de Antonio Fuentes, y pocos días después el de Bombita, originó que la Empresa dejara sin lugar en las corridas al diestro trianero. Esa maniobra no encerraba malevolencia ni menosprecio. Era únicamente de conveniencia mercantil, pues no era razonable apagar inmediatamente la efervescencia que reinaba entre los aficionados, expectantes de las corridas en las que estuvieran reunidos los tres espadas, distanciados por sus rencillas, las que deberían influenciar en el esforzamiento de los artistas.

Montes, Que era suspicaz – a veces sin causa para ello – atribuyó a intrigas de Pepe del Rivero el que no torease. Creyó que éste se hallaba de acuerdo con Fuentes y Bombita a fin de boicotearlo, igual que en España.

Ricardo Torres Bombita

Por esa razón, se marcha Montes a Puebla y amenaza con no cumplir con las tres fechas que le restaban por cumplir en su contrato, si no es emparejado con Fuentes y Bombita, de manera tal que se pudiera dilucidar de una vez el lugar de cada uno de ellos y pensaba Antonio, que a partir de un triunfo resonante ante quienes eran los principales toreros en España, poder armar allá una campaña importante ya en plan de figura.

Pero Pepe del Rivero, el empresario de la Plaza México de aquellos días (ubicada en la Calzada de la Piedad), para mantener el ritmo y la atención en la temporada, jugaba sus cartas y al decir de Verduguillo, los enfrentaba pared de por medio, en carteles separados, dejando la confrontación para el cierre del serial. La presión de Montes con su amenaza de dar por terminado el contrato, fue lo que vino a precipitar los acontecimientos.

Así, Del Rivero anunció para el domingo 13 de enero de 1907 la corrida de toros esperada por todos. 3 toros españoles del Marqués del Saltillo y tres nacionales de Tepeyahualco para los diestros Antonio Fuentes, Antonio Montes y Ricardo Torres Bombita. El festejo iniciaría a las tres y media de la tarde, para evitar que por ser temporada invernal, se tuviera que suspender el festejo por falta de luz, ya que la plaza carecía de iluminación artificial.

sábado, 26 de septiembre de 2009

22 de septiembre de 1907: Se inaugura El Toreo de la Condesa

La Hacienda de La Condesa



Originalmente se ubicaba a unos diez kilómetros de la Ciudad de México y hacia la primera mitad del siglo XVIII la tercera Condesa de Miravalle, doña María Magdalena Dávalos de Bracamontes y Orozco – conspicua dama de la corte virreinal – era la propietaria de la hacienda de Santa Catarina del Arenal, misma que fue llamada de La Condesa, dado el título nobiliario de su propietaria.

El fraccionamiento y urbanización de la hacienda inicia en la segunda mitad del siglo XIX y cobra impulso iniciado el siglo XX, cuando la testamentaría de Manuel Escandón y la entidad Colonia de la Condesa S.A., representada por Porfirio Díaz hijo y Ramón Alcázar, planean con el ingeniero Roberto Gayol la construcción de un hipódromo, un club hípico y el desarrollo urbano de la zona, que se realizó con las tendencias arquitectónicas afrancesadas de la época.


El Toreo de la Condesa

Al final de la temporada 1905 – 1906 de la Capital de la República, Ramón López, banderillero retirado y empresario de la Plaza de Toros México – ubicada en la Calzada de la Piedad, cerca del almacén de tranvías de Indianilla – decide dejar, al menos en lo personal, el negocio de los toros, pues extendió invitación a distinguidas personalidades a suscribir acciones de una sociedad anónima denominada El Toreo.

Entre otros, acuden a ese llamado los señores José del Rivero, Lucas Alamán, Manuel Fernández del Castillo y Mier, Dr. Carlos Cuesta Baqueiro, Miguel Illanes Blanco, Emilio Rodríguez, Lic. Roberto Esteva Ruiz, José Mondragón y Carlos Quiroz Monosabio. Este último y Cuesta Baqueiro eran periodistas y publicaban sus opiniones y crónicas en la revista El Toreo Ilustrado.

El Toreo S.A., pronto acomete la empresa que le daría su verdadera razón de ser. Adquiere un predio ubicado dentro de los terrenos de la ya ex – hacienda de La Condesa, en las cercanías de la pista del hipódromo, mismos que ya se comenzaban a urbanizar. La finalidad de la adquisición, era la de erigir una plaza de toros, misma que al adquirir aspecto citadino la mencionada ex – hacienda, quedaría ubicada en el poliedro que determinan las actuales calles de Durango, Salamanca, Valladolid, Colima y Oaxaca, en el corazón de la también contemporánea Colonia Condesa.

El proyecto de la nueva plaza de toros se encomendó al arquitecto Alberto Robles Gil y la dirección de la obra quedó a cargo del ingeniero Eduardo Sabathé. El nuevo coso taurino sería construido sobre un terreno de 18,000 metros cuadrados a partir de una estructura metálica y de concreto, razón por la cual se importan mil toneladas de acero estructural de Bélgica, se colocan en el sitio 800,000 tabiques y se aplican 3,500 barricas de cemento. La primera piedra se colocó el día 7 de febrero del mismo 1907 y presidió entre otros el acto, el matador de toros madrileño Vicente Pastor.

La plaza de toros, que acabaría tomando como nombre el de la denominación de su propietaria, es decir, El Toreo, tendría capacidad para 20,000 espectadores, mismos que se colocarían en cuarenta filas de gradería, ochenta y cinco palcos de contra barrera y una amplia zona de lumbreras; el ruedo tendría un diámetro de cuarenta y cinco metros y la barrera que lo delimitaba, una altura de 1.5 metros. Esta barrera tenía la particularidad de que sus tablas estaban colocadas en sentido vertical, quizás por evitar que al rematar en ellas, los toros las sacaran de su lugar, o se dañaran los pitones con ellas. Por último, cabe recordar que sus corrales tenían capacidad para contener holgadamente cinco encierros completos y que las fachadas exteriores de la plaza, jamás fueron concluidas.

La inauguración

Estando ya utilizable el coso, la inauguración al parecer se pensó inicialmente para el día 15 de septiembre de 1907, pero el retraso en la llegada de los toreros españoles a México la difirió una semana, según se puede desprender de esta nota enviada por Julio Bonilla Recortes, corresponsal del semanario madrileño El Toreo, publicada el 14 de octubre de ese año:

Desde México. El estreno de la nueva plaza de toros de México, de la nueva empresa "El Toreo" S.A., anunciado para mañana 15, se ha transferido para el domingo 22, lidiándose en ella toros de la acreditada ganadería de Tepeyahualco, propiedad del Sr. Manuel Fernández del Castillo y Mier, que serán estoqueados por matadores españoles… El 22 del corriente, o antes, llegarán a México los matadores Jerezano, Rerre y Camisero y el banderillero el Barbi…


Entonces, el 22 de septiembre de ese calendario, se ofreció a la afición su corrida inaugural, en la que actuaron por una parte, el español Manuel González Rerre, quien otorgó la alternativa al nacional Agustín Velasco Fuentes Mexicano y por la otra, los novilleros integrantes de la Cuadrilla Juvenil Mexicana, ya dirigida en esos días por Enrique Merino El Sordo, Samuel Solís y Pascual Bueno. Al cuarto novillo lo estoqueó Jesús Tenes por cesión que le hiciera Samuel Solís. Los cuatro toros y los cuatro novillos corridos en la ocasión, fueron de las dehesas tlaxcaltecas de Tepeyahualco.



La corrida inaugural, según la versión de Guillermo Ernesto Padilla, en su Historia de la Plaza El Toreo 1907 – 1968, fue en el sentido de que Fuentes Mexicano dio la vuelta al ruedo y después pasó a la enfermería; Rerre estuvo torero y valiente; Samuel Solís fue ovacionado en el novillo que mató; Pascual Bueno fue ovacionado por voluntarioso y Jesús Tenes se vio inexperto.

La versión transmitida por el ya citado Julio Bonilla Recortes a El Toreo de Madrid y aparecida en ese semanario el día 21 de octubre de ese mismo año, dice lo siguiente:

El acontecimiento taurino en México, ha sido el estreno, el domingo 22 de la gran plaza de hierro, construida a todo costo por la nueva empresa "El Toreo" S.A… Aunque el nuevo circo taurino no está del todo terminado, y el cartel de la corrida económica no era de atractivo, hubo un lleno, quedándose sin poder entrar a la plaza más de mil personas, por haberse agotado las localidades… Rerre, que fue uno de los matadores que tomaron parte en la corrida de estreno, toreó poco o nada; estuvo desgraciado en la muerte de su primer toro y regular en los otros dos…

El final de la plaza de toros

El Toreo funcionó en la Colonia Condesa hasta el año de 1946 y en esos casi cuarenta años, actuaron en su redondel todas las figuras del toreo, mexicanas y españolas, a excepción de Joselito el Gallo. El cartel con el que se cerró la historia y la existencia de esta plaza de toros, se anunció para el 19 de mayo de 1946 y se integró con toros de San Diego de los Padres, para Edmundo Zepeda, Andrés Blando y el colombiano Miguel López, que recibiría la alternativa. Al final de la corrida, el matador de toros retirado, Samuel Solís, participante de la corrida inaugural, daría cuenta de un becerro de la misma procedencia.

Guillermo Ernesto Padilla, acerca de esa última tarde, dice lo siguiente:

No fue aquella una corrida pródiga en momentos brillantes por parte de los lidiadores, siendo las notas más destacadas, el magnífico encierro que envió San Diego de los Padres, un gran quite por gaoneras de Andrés Blando al cuarto toro, varios lances y una torera y valerosa faena de Zepeda al segundo astado, un formidable par de banderillas de Vicente Cárdenas “Maera” y la brega magistral del Güero Merino… El cadáver del último astado, el bravo “Lince”, fue ovacionado durante su arrastre. En aquél momento se hizo un gran silencio en la plaza, silencio que fue roto al aparecer en la arena la figura señera de Rodolfo Gaona, quien, en el centro del anillo, hizo descender de las alturas del coso un gallardete que decía “1907 – EL TOREO – 1946”. En esa forma quedaba oficialmente clausurada la plaza de La Condesa. La multitud en pie acompañó la escena… Muchas cabezas, unas grises, otras blancas, se destocaron para musitar un adiós a la querida plaza que por casi cuatro décadas estuviese tan estrechamente vinculada a la vida capitalina…


En la última etapa de la existencia de la plaza, el accionista mayoritario de El Toreo S.A. era el general Maximino Ávila Camacho, siniestro personaje de la historia nacional, aficionado a los toros y ganadero de reses de lidia. El general Ávila Camacho falleció en circunstancias poco aclaradas el 17 de febrero de 1945 y su familia hizo una sui – generis donación de las acciones de El Toreo a la Beneficencia Pública, que era representada por la Secretaría de Salubridad y Asistencia.

Tras de dimes y diretes, relacionados todos con el destino que la S.S.A., daría a la plaza de toros, el 17 de abril de 1946, se anunció que el inmueble que ocupaba la plaza de El Toreo había sido vendido a la compañía fraccionadora del señor Ángel Urraza, quien desarrolló entre otras, la Colonia del Valle de la Ciudad de México. El interés de Urraza no estaba en los toros, sino en la tierra, así que en menos de un mes liquidó el negocio taurino y gestionó el cierre y demolición de la plaza. Hoy en día ocupa su lugar una tienda departamental.

La estructura metálica de El Toreo fue trasladada al punto conocido como Cuatro Caminos en San Bartolo Naucálpan, en los límites del Estado de México con el Distrito Federal, donde con ella se levantó por el ingeniero Armando Bernal el Toreo de Cuatro Caminos, que estuvo en pie de 1947 hasta 2008. Pero esa es una historia que contaré en otro tiempo y espero que en este mismo lugar.


Crédito de las ilustraciones:


Todas las imágenes que ilustran esta entrada fueron obtenidas del foro digital El México de Ayer.

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