11 de enero de 1981, Plaza México, tarde de la confirmación de alternativa de Pepe Luis Vargas
Esta es una de las corridas de las que tengo recuerdos muy claros. Fue la inauguración de la temporada 1981, en la que el Dr. Alfonso Gaona celebraba sus 40 años como empresario, la ganadería de Piedras Negras reaparecía en la gran plaza después de 11 años justos de ausencia, tras de resolver en alguna medida los problemas derivados de una reforma agraria mal encauzada y de la falta de fuerza que mostraron sus toros en las últimas tardes que fueron a ese ruedo y Curro Rivera realizaba lo que se dio en llamar por esos días una gesta, intentando remontar un bache que su trayectoria guardaba ante la afición de la capital mexicana desde la temporada anterior.
La última corrida que Piedras Negras había lidiado en la Plaza México antes de la que ahora les comento, fue la del 11 de enero de 1970, para Ángel Teruel y Curro Rivera, mano a mano. Esa tarde solamente Curro Rivera le cortó una oreja a Zalamero, segundo de la tarde y después de ello los toros de don Raúl González y González no volvieron a la llamada primera plaza de América, sino hasta el día que es motivo de este comentario.
El cartel de toreros era completado por el que es quizás el torero mexicano más poderoso de la segunda mitad del Siglo XX, Mariano Ramos, que cerca de cumplir una década como matador de toros, estaba a punto de llegar a la cúspide de su andar por los ruedos y un joven torero de Écija, que venía precedido de los mejores augurios y que con el andar del tiempo, terminaría ignorado por las empresas y además, como remate la fatalidad se cruzaría en su camino: Pepe Luis Vargas.
El encierro de Piedras Negras fue justo en su presencia, pero ajustado al tipo de la ganadería. Algunos de los toros acusaron todavía cierta propensión a perder las manos, pero en el conjunto, la corrida mostró el comportamiento del toro bravo, del que tiene mucho para toreársele y que cuando el torero se pone en el terreno y la distancia adecuados, puede hacerle cosas, puede torearle, no solamente dejarle pasar, citándole con la muleta retrasada y esperando que el bobalicón prácticamente siga una trayectoria preconcebida.
Pepe Luis Vargas confirmó con el toro Estanciero, del que aún recuerdo el quite por las afueras que le realizó en el primer tercio, su limpísimo toreo al natural y la manera tan pura y efectiva con la que ejecutó la suerte de matar, en la que el toro vendió cara su muerte. Voy a recurrir a la crónica aparecida en el diario El Informador de Guadalajara, pues no conservo notas propias de la corrida y la memoria elude el detalle. La relación invocada, refiere así su actuación con ese toro, del que obtuvo la oreja, la primera de la temporada:
Curro cede la muerte del primero al sevillano José Luis Vargas, un jovencillo con hechuras que se granjea simpatías con el capotillo al recibir a “Estanciero”. Tiene ideas el chaval, pisa bien en el ruedo y no le faltan cadencia ni valor. Entre sus muletazos al primero, sobresalen cuatro naturales sabrosos. No hay mucho paño de donde cortar, y el burel mete peligrosamente el pitón derecho. Se perfila clásicamente José Luis y mete el estoque en el hoyo de las agujas. Una gran estocada, de efectos escenográficos bien aprovechados por el joven misacantano. La borla es para un auténtico matador de toros; un señor de la suerte suprema. Merecida oreja, vuelta al ruedo.
Sobre el quite por las afueras, Nelson Arreaza escribe lo siguiente:
“El Quite por las Afueras” fue el tercer quite creado por el maestro tapatío Pepe Ortiz. Fue ejecutado por primera vez el 27 de enero de 1929 al toro “Duquesito”, de “La Laguna” en la plaza “El Toreo”, de La Condesa de la capital mexicana. Se ejecuta caminando, dándole el perfil al toro y pasándoselo por la espalda. Antiguamente, como su nombre lo indica, se daba al “quitar” al toro del caballo, y se realizaba de los tercios a los medios, es decir, “de dentro hacia fuera”, pero ahora es más común verlo realizar de los medios hacia los tercios para “poner” en suerte al toro. Algo muy importante: en esta suerte no se gira, sino siempre el torero camina hacia delante, alternando la salida del toro por la espalda. Algunos cronistas llaman a este lance “chicuelinas andantes” o chicuelinas al paso”, expresiones no acertadas, pero que resulta lo bastante gráfica para entender esta suerte, pues se le asemeja mucho.
Mariano Ramos por su parte, cortó la oreja de Don Fulano, tercero de la tarde, tras una faena en la que se tuvo que imponer al toro, primero dominándolo y después procurando el lucimiento. El relato del cronista anónimo de la agencia AEE es de la siguiente guisa:
Parece faltarle una vara a "Don Fulano". La muleta marianesca la sustituiría con el aliño de una lidia caminándole hacia los medios, imperativo y seco. Luego alterna las series de derechazos mandones, enérgicos, fuertes y lentos, con algunos naturales de corte clásico. La faena tiene cohesión y liga, arquitectura; y dos ayudados por abajo, tres pases de pitón a pitón, abaniqueo y el desplante severo y audaz del teléfono. Buena serie sin interrupción ni enmienda. Pincha levemente y clava el estoque fulminando. Ovación y oreja, con vuelta.
Y Curro Rivera. El hijo de Fermín el de San Luis había salido con malas cuentas con la afición de la Ciudad de México la temporada anterior, así que volvía a tratar de recuperar el sitio que le correspondía, imprimiendo un aire distinto a su toreo, dejando atrás ese aire que en sus inicios supuso una renovación a algunas formas, para presentar una imagen más propia del asentamiento que genera la madurez en los toreros.
Él mismo, obtuvo uno de sus más grandes triunfos en la Plaza México con un piedrenegrino, fue el 20 de abril de 1969, en la corrida del Estoque de Oro, cuando le cortó el rabo a Soy de Seda de la emblemática divisa roja y negra y en esta oportunidad intentaba rehacerse ante toros de la misma ganadería.
El primero de su lote fue nombrado por don Raúl González precisamente Soy de Seda, pero en esta ocasión le sucedió lo que a todas las segundas partes y el torero nunca se confió, por lo que fue abroncado. El resarcimiento vino con Rondinero, segundo de su lote, refiriendo el cronista lo siguiente:
Con el cuarto, “Rondinero”, se saca la espina. No obstante las frecuentes caídas, el burel tiene embestida suave, y Curro logra, en terreno de toriles, varias series de derechazos sedeños, interminables y majestuosos. La faena de Rivera, hoy, apunta al inicio de un nuevo período en su carrera. Ha cambiado el chaval de ayer. Está maduro, con calidad nueva, y da a sus pases en redondo una suavidad silveriana, con un corte recogido y recoleto. Más cerca, más puro, más entregado con el capote y con la muleta, Curro es otro. Mata con certera estocada de efectos inmediatos, y con la oreja en la mano diestra recorre el anillo...
La Plaza México se llenó para ver a los toros de Piedras Negras y los toreros ante ellos exhibieron un valor que hoy en día es bien escaso en los ruedos: la torería. No se concretaron a esperar al toro de entra y sal, sino que adaptándose a sus condiciones y aprovechando sus particulares circunstancias, les realizaron las faenas que cada uno pedía y sin aspavientos o gesticulaciones inútiles, los toreros en lo suyo. Por ello los que llenamos la plaza salimos satisfechos y convencidos de que Curro Rivera, Mariano Ramos y Pepe Luis Vargas se comportaron en el ruedo con una especial torería, lo que hizo que esa tarde, la del 11 de enero de 1981, fuera diferente y digna de ser recordada por mucho tiempo.
Por eso es que, sin ser la efeméride del día, traigo al recuerdo esta corrida, porque puede ser que haya visto tardes en las que se hayan cortado más apéndices o en las que hayan sucedido hechos que destaquen más en los libros de historia por alguna razón, pero en mi opinión, la torería desplegada ese día, en el ejercicio de tres tauromaquias distintas le concede a mi parecer, un lugar distinto a esta y por eso tengo el gusto de recordárselas.