El tránsito de los años de 1929 a 1930 estuvo marcado por el sino de
Carmelo Pérez. El torero texcocano fue el eje de esos calendarios, primero porque en la temporada de novilladas que se dio en el primero de esos calendarios, que constó de 21 festejos, toreó dos terceras partes de ellos, después de renunciar a una fallida alternativa que había recibido en Puebla el 13 de enero de manos de
Cagancho y después, porque casi al final del año, recibió una de las cornadas más pavorosas que recuerda la historia del toreo en México.
La temporada grande 1929 – 1930 en El Toreo de la Condesa gravitaba principalmente sobre los nombres de los toreros hispanos que vendrían a sostener el interés de los carteles que en ella se ofrecerían. El toreo mexicano seguía padeciendo la orfandad en que la despedida de Rodolfo Gaona – para esas fechas metido a empresario – lo había dejado y así, los nombres del ya mencionado Joaquín Rodríguez Cagancho, Antonio Márquez, Félix Rodríguez, Mariano Rodríguez Exquisito y Ricardo González vendrían a apuntalar a los emergentes Heriberto García, Jesús Solórzano, Pepe Ortiz, Paco Gorráez y a un Juan Silveti que seguía derrochando valor ante los toros.
El imán mexicano para la temporada era la alternativa de quien revolucionó la temporada de novilladas:
Carmelo Pérez. La cosa hubiera resultado redonda si su epígono novilleril,
Esteban García no hubiera perecido en una novillada en Morelia, asunto del que me he ocupado ya
en este sitio de esta Aldea, porque de esa manera la empresa que regentaban
Gaona y
El Chato Padilla hubieran podido mantener un enfrentamiento delante de los toros que había nacido en los festejos menores, pero el hombre propone y viene el toro y todo lo descompone…
La quinta corrida de la temporada 29 – 30
Para el domingo 17 de noviembre de 1929 se anunció un encierro de San Diego de los Padres para Antonio Márquez, que se presentaba en la temporada, Pepe Ortiz y Carmelo Pérez, que reaparecía después de una triunfal alternativa recibida en la tercera corrida del ciclo, el 3 de noviembre, de manos de Cagancho, con Heriberto de testigo y toros de Piedras Negras.
Rafael Solana Verduguillo cuenta que se pensó repetir a Carmelo al domingo siguiente de su alternativa, con la corrida de San Diego de los Padres, pero que había en ella un toro que desentonaba con el resto del encierro y que al pedirse a don Antonio Barbabosa que lo cambiara por otro, se negó rotundo. Por ello, se pospuso su reaparición para el domingo 17, en espera de que don Antonio recapacitara y escogiera otro toro para completar la corrida.
Llegada la fecha, El Chato Padilla fue de nuevo a San Diego y lo que cuenta Verduguillo es lo siguiente:
No tengo otro, contesta el ganadero. Si quiere usted esos seis, bien, si no, déjelos.
El empresario explica a don Antonio: es que va a torear Carmelo Pérez y si ese toro llegara a tocarle, podría lastimarlo.
¿Y por qué le va a tocar?, dice don Antonio. Son tres los matadores. Puede que le toque a alguno de los otros.
Con esto se dio por convencido “El Chato” Padilla y vino la corrida de San Diego, integrada como dije, de cinco ejemplares muy a modo y uno que tenía cara de Barrabás…
Por lo visto Michín – el que tenía cara de Barrabás – era el sino de Carmelo Pérez.
La crónica del suceso
En el ejemplar del semanario El Taurino, que viene a ser algo así como la última etapa de El Universal Taurino, aparecido al día siguiente del festejo, viene la crónica de Edmundo Fernández Mendoza, bajo el seudónimo de Martín Galas, de la que rescato lo siguiente:
¿No será posible que lleguemos a ver una buena corrida de toros esta temporada? Porque tardes van, tardes vienen y siempre lo mismo: El eterno desfile de toros mansurrones, difíciles, broncos, reparados de la vista y resentidos de los remos. Toros de encargo para quitar la personalidad a los lidiadores.
Ayer se encerró una corrida de San Diego de los Padres, desigual en presentación como en bravura; y el público, que está cansado ya de tantos camelos que le vienen dando los señores ganaderos, no pudo contener sus iras y se dio a protestar, primero, a voz en cuello, después, uniendo la acción a las palabras, destruyendo los anuncios de lámina que había en el tendido, arrojando los cojines, maderas y toda clase de proyectiles a la arena, cuando el cuarto toro, un manso perdido que había vuelto la cara vergonzosamente a los caballos, fue impuesto por la autoridad y por el cambiador de suertes, a pesar de la gritería enorme, de la bronca más grande que hemos visto en “El Toreo”.
La actitud del público es explicable y justificada, puesto que, a pesar de que paga sus boletos al precio que se les fija, no se les cumple lo que los carteles ofrecen. ¿No hay toros de primera clase en las ganaderías? ¿Se acaba el ganado de lidia en México? ¡Vayan ustedes a saber; pero el caso es que, de seguir las cosas como van, la temporada fracasará irremisiblemente!...
¡La Tragedia!
Fue en el sexto, un retinto albardado, bien puesto de pitones, que se llamó “Michín”, donde se registró la tragedia que tiene luchando entre la vida y la muerte al bravo torero de Texcoco. Apenas salido el animal y sin esperar a que los peones lo fijaran – tal era su deseo de desquitarse ampliamente – Carmelo le largó un capotazo por abajo y al ejecutar una verónica de las suyas, es decir, ceñidísima y parando lo indecible, fue empitonado por el burel que, al derrotar, se lo pasó de un cuerno al otro, para arrojarlo a la arena, meterle la cabeza varias veces y arrastrarlo, porque, seguramente, el pitón estaba atorado en la ropa. ¡Momentos de intensísima emoción, de inenarrable angustia! Todos intentan hacer el quite, arrebatar su presa al burel que, codicioso, seguía tirando cornadas al cuerpo del lidiador, que fue recogido en grave estado por las asistencias y conducido a la enfermería…
Otra versión del hecho está en el libro Tres Décadas de Toreo en México, de Rafael Solana Verduguillo, también testigo del hecho y versa de la siguiente manera:
No esperó más Carmelo y sin ver un segundo capotazo, saltó a la arena… sin ver el estilo del toro, al ver solamente que era muy bravo, se plantó muy entablerado, casi a la puerta misma del burladero de matadores, para largar un capotazo por el lado izquierdo, sobre el que el toro se revolvió con la velocidad de un relámpago. Carmelo entonces se hizo arco para dejar pasar al bravo sandieguino en un lance por el lado derecho comprometidísimo; nuevamente se revolvió el toro con enorme rapidez, ganando terreno y entonces Carmelo, por más que estiró el brazo izquierdo, no pudo darle salida; ‘Michín’ lo prendió con el pitón izquierdo, por el muslo izquierdo, más arriba de la rodilla.
Lo que la afición mexicana presenció en los siguientes segundos fue una verdadera pesadilla, un drama espantoso; jamás la fiesta de toros fue más sangrienta, jamás hubo en plaza alguna una cogida más impresionante; lo que ‘Michín’ hizo con Carmelo fue una verdadera carnicería, parecía un perro bravo destrozando una gallina, saltaban trozos de la ropa de Carmelo, de la ropa blanca y de la ropa roja… Los toros de San Diego siempre fueron sanguinarios con los caballos; pero esta era la primera vez que se veía a uno cebarse tan golosamente no en un cuadrúpedo, sino en un hombre.
Era imposible hacer un quite; por más que los otros matadores y los subalternos luchaban, no conseguían que la atención del codicioso animal se separase por un solo instante de la víctima que estaba destrozando. La cogida duró más de un minuto y medio, y es la más larga que jamás haya habido… ‘Michín’ se pasaba al sangriento muñeco de trapo en que Carmelo se había convertido, de un pitón a otro, aunque siempre se pudo ver que el que usaba para herir era el izquierdo; solo lo alejaba de sí para tomarle nuevamente puntería y volver a herir… la cornada del tórax fue perfectamente visible; y la mayor del muslo se produjo también en una forma en la que todo el público la pudo ver; el toro se puso a Carmelo entre las patas, y bajó el pitón para arar con él sobre la carne viva del infortunado diestro, haciendo brotar un torrente de sangre...
Espeluznante debió ser presenciar la escena. Si la lectura de este par de relaciones es sobrecogedora, quiero suponer que haber presenciado en la plaza el hecho, debió serlo aún más, y es que aunque la Historia del Toreo de este lado del mar nos habla de percances graves, no nos refiere alguno donde el toro se haya encelado con tal fiereza con su víctima.
Los partes facultativos
El parte que quiero suponer previo, está en la crónica de Martín Galas y es de la siguiente guisa:
Durante el primer tercio de la lidia del último toro, ingresó a esta enfermería el diestro Carmelo Pérez, que presenta las lesiones siguientes:
Herida causada por cuerno de toro en la cara antero – interna de la unión de los dos tercios, medio y superiores del muslo izquierdo, que interesó, tejido celular y músculos. Herida causada por cuerno de toro, en la cara posterior del hemitórax derecho, a la altura del noveno espacio intercostal y sobre la línea axilar posterior, penetrante de tórax. Otras tres heridas causadas por cuerno de toro: Una en el escroto, como de tres centímetros de extensión, que interesó piel y tejido celular; otra en la cabeza de la ceja izquierda, de un centímetro de extensión, que interesó piel y tejido celular; otra en el párpado superior del mismo lado, como de tres centímetros de extensión que interesó los mismos planos que la anterior.
La herida del muslo tiene una extensión como de veintiocho centímetros. La del tórax, una extensión como de ocho centímetros. Las dos primeras lesiones son de las que ponen en peligro la vida.
Además presenta contusiones dermoepidérmicas en diferentes partes del cuerpo…
Por su parte, Verduguillo, en su libro citado, expone un parte más elaborado, quizás redactado con posterioridad y sin la prisa que requiere la inmediatez de la crónica y que es del tenor siguiente:
Los médicos cirujanos que suscriben, encargados de la enfermería de la plaza El Toreo, dan parte a la autoridad que preside, de que durante el primer tercio de la lidia del sexto toro, ingresó a esta dependencia el diestro Carmelo Pérez con las siguientes heridas:
Primera: Herida causada por cuerno de toro, de veinticinco centímetros de longitud, situada en el tercio medio e inferior de la cara interna del muslo izquierdo, interesando las partes blandas, faltando solo la piel para salir por la cara externa; descubrió las venas femorales y desgarró el nervio crural, destruyendo grandes porciones musculares.
Segunda: Herida causada por cuerno de toro en el hemitórax derecho a la altura del noveno espacio intercostal, de nueve centímetros de extensión.
Tercera: Herida contusa de tres centímetros en la región axilar, que interesó el tejido celular.
Cuarta: Herida contusa de dos centímetros de extensión en la cabeza de la ceja izquierda, interesando el tejido celular.
Quinta: Herida con desgarradura de la porción izquierda del escroto central de tres centímetros de extensión.
Sexta: Varios varetazos en distintas partes del cuerpo.
Pronóstico: El conjunto de las lesiones pone en peligro la vida del diestro.
Curación: Bajo anestesia mixta amplióse la herida del muslo haciéndose una contraabertura en la cara externa; canalizóse con tubo de goma y taponóse con gasa yodoformizada la herida del hemitórax, suturándose las contusiones; inyectáronsele quinientos centímetros cúbicos de suero fisiológico, aceite alcanforado y adrenalina…
La recuperación de Carmelo Pérez fue lenta. Duró más de un año, porque en un principio al parecer se concedió poca importancia a la herida del tórax y fue la que generó mayores complicaciones y la que al final de cuentas vendría a costarle la vida.
Carmelo Pérez reapareció vestido de luces en El Toreo de la Condesa hasta el 4 de enero de 1931.
Pero dada la extensión que va adquiriendo, aquí dejo esto por hoy y espero concluirlo el día de mañana.