Cagancho |
Joaquín Rodríguez Ortega, natural de la calle del Evangelista en Triana, Sevilla, había recibido la alternativa en Murcia, de manos de Rafael El Gallo, el día 17 de abril de 1927. Apenas 23 días después, Gregorio Corrochano le dedicaba una crónica, relativa a su actuación del domingo 8 de mayo anterior, que titulaba así: El torero Cagancho es una talla de Montañés. Una frase feliz de esta fiesta y una crónica que es histórica y a partir de ella, todos querían ver a la cobriza estatua que describiera el pontifex máximus de lo que por esos días era una de las principales tribunas del periodismo taurino.
La afición de la ciudad castellano – manchega de Almagro no sería la excepción, que para su Feria de San Bartolomé, ajustó para la segunda corrida de ese calendario al que era sin duda, el torero del momento, que había confirmado su alternativa en Madrid el 22 de junio anterior, de manos de Valencia II, quien le cedió el toro Naranjo de doña María Montalvo. El cartel se completaba con toros de don Antonio Pérez Tabernero para Antonio Márquez, Rayito y el nombrado Joaquín Rodríguez.
La tarde torcida
La tarde del 25 de julio de 1927 comenzó torcida. El periódico de Ciudad Real El Pueblo Manchego en la crónica del festejo que firma Jerónimo Timbales, indica en los aspectos previos al festejo que a las tres de la tarde del día de la corrida, Cagancho aún no había llegado a Almagro, lo que causaba una gran desazón en la afición ya congregada en el lugar, aunque de acuerdo con las autoridades del Gobierno Civil, el diestro se presentaría oportunamente a cumplir con su compromiso.
Después, la corrida de Antonio Pérez Tabernero al parecer fue un encierro itinerante que anduvo de plaza en plaza hasta que encontró una en la que pudo ser lidiado. La última en la que no se pudo jugar, según las crónicas que pude consultar (ABC de Madrid, El Globo, La Libertad, El Heraldo de Madrid y El Pueblo Manchego) antes de parar en Almagro, fue la de La Coruña y las múltiples maniobras de embarque y desembarque, así como el prolongado encierro en los cajones de traslado incidió en el juego que dieron en el ruedo.
Y por último, el día de autos, no solamente fue escasa la voluntad de Cagancho, sino que se combinó también el escaso deseo de Antonio Márquez para producir el desaguisado que nos heredó como resultado una expresión que hoy, 84 años después, se utiliza como sinónimo de una catástrofe de grandes proporciones.
Los hechos que directamente motivaron el mitin
La lidia del primer toro de la tarde fue quizás el detonador de lo que seguiría más adelante. Las emociones reprimidas por la llegada tarde de Cagancho o quizás la subida de precios – las crónicas no lo reflejan, pero la presencia de la talla de Montañés lo justificaría –. De la crónica del invocado Jerónimo Timbales extraigo lo siguiente:
PRIMERO. – Colorado claro, feo, parecido a un carabao. Sale «esaborío» pero luego, cuando lo fijan, se anima tomando seis varas con estilo. Márquez y Rayito hacen los quites con aseo, destacando la ciencia del joven rubio y la bravura del sevillano. Cagancho decide reservarse. El toro muestra poder y codicia por lo que los picapedreros lo maltratan. En banderillas sobresale Pacomio y la labor con el capote de Bombita IV. A cargo de Márquez está el primer espectáculo de la tarde. Sin usar la muleta, entrando feamente arrea una puñalada y media contraria entre una pita ensordecedora y veces se vaya a Amorabieta. El presidente llama al palco al matador, ¡vamos a decir!...
Interior de la Plaza de Almagro Foto: Pablo Urzainqui |
El tercero de la tarde reavivó los ánimos caldeados, pese a la entrega de Rayito en el anterior. Me llaman las observaciones de Jerónimo Timbales respecto a que, 14 pesetas eran muchas por ver a Cagancho, que para torear, sacaba una muleta telonaria… ¡El tamaño de los engaños a casi un siglo de distancia como objeto de señalamiento en una crónica! Hoy en día se tacha de fundamentalistas a los que señalan circunstancias como esa, en la prensa o en los corrillos. ¿Y entonces? Queda allí la pregunta, la que me imagino, permanecerá incontestada per sécula.
El acabose vino en el sexto y último del festejo, que según las relaciones revisadas, era el de más cuajo del festejo. Lo sucedido durante su lidia, es, de acuerdo con lo publicado en El Pueblo Manchego, versión a la que ocurro por ser la más próxima y la más completa, lo siguiente:
SEXTO. – Negro, grande. Un toro. Esta circunstancia, la de ser certero, y estar bien colocado de herramientas, es lo suficiente para que Cagancho se pegue a los tableros. En medio de un lío horroroso, el de Pérez Tabernero toma tres varas, derriba una vez y mata un jaco. La cuadrilla torea de un modo escandaloso ayudados de Márquez mientras el fenómeno aguanta impávido la bronca. Contagiados los banderilleros del miedo del maestro lo hacen a la media vuelta, de cualquier modo. Y ahora viene lo bueno. El catastrófico Cagancho derrochando frescura, da unos pases con el pico de la muleta; arrea un sartenazo, otro y ya en franca derrota, pincha desde el callejón. Metido en un burladero, con una frescura inaudita, espera se lleven el toro al corral. Mientras, las cuadrillas dan un lamentable espectáculo. Provistos de estoques y puntillas tratan de acabar con el animal que, para vergüenza de su matador, decidió no morirse. Estando el toro en pie, Cagancho provisto de una espada intenta marcharse de la plaza siendo detenido por el público irritado. Hay bofetadas y palos. Providencialmente la Guardia Civil se echó al ruedo protegiendo al espada que vuelve a la plaza aunque no se arrima al toro ni atado. Mientras parte del público invade el anillo aguantando las arrancadas del toro, la otra parte grita desaforadamente pidiendo se castigue al torero que por lo visto, es sólo fenómeno a la hora de cobrar. Se echa el toro, se vuelve a levantar sin duda para increpar al gitano, mientras éste es rodeado del público que pretende castigar su desaprensión. La Guardia Civil saca de la plaza a los banderilleros, mientras la plaza entera ruge de indignación. ¡Un asco y una vergüenza!...”
Al final del festejo, la Guardia Civil se llevó a la Cárcel a Márquez, a Cagancho y a la cuadrilla de éste último y el Alcalde Trujillo de acuerdo con el Gobernador Del Castillo multó con 250 pesetas a Márquez – por su actuación en el primer toro – y a la cuadrilla del trianero y a Joaquín Rodríguez, con 500 pesetas, evitando su detención, por una cortesía con la empresa de Almería, donde torearía al día siguiente, para no causarle perjuicios.
Las reacciones posteriores
Los sucesos de Almagro generaron algunas reacciones en la prensa madrileña. Federico Morena, firmando con su seudónimo original de Chatarra, publicaba en El Heraldo de Madrid lo siguiente el 27 de agosto:
Un ligero comentario al suceso de Almagro
Nos hemos olvidado, a lo que parece, de la tragedia del pobre Nacional II en la plaza de Soria. Al caer entonces el torero, víctima de un resto atávico de barbarie, del que no hemos logrado aún limpiar a la función de toros – esa brava fiesta, tan escarnecida, y que tuvo, sin duda, su más ardiente paladín en Juan Jacobo Rousseau, para vergüenza de los españoles –, los periódicos en sus editoriales y muy esclarecidos hombres de letras en vibrantes prosas llenas de pasión, clamaron contra ese perverso tipo que acude a la plaza en busca de pelea y que se embriaga, como el tigre, en cuanto caen sobre la rubia arena las primeras gotas de sangre tibia...Sí. Nos hemos olvidado... De otra suerte, la repulsa más vigorosa se hubiera erguido frente al triste espectáculo que opusieron al decoro público, en la noble ciudad de Almagro, unos cuantos enfurecidos espectadores, que acometieron a pedradas a los toreros y que intentaron aplicarles la ley de Lynch. Almagro, la hidalga, se apresta seguramente a la condenación, rotunda y categórica, del bárbaro hecho. Lo hará por propia iniciativa y sin exhortaciones de nadie, celosa de su buen nombre.Vamos a cuentas. Espectáculo por espectáculo, ¿cuál es más bochornoso? ¿El que ofrece un torero desmoralizado ante la fiera astada, o el de esa chusma que apedrea desde el tendido y a mansalva al lidiador; que le abofetea, después, y que, en fin, quiere matarle?... Es de urgente necesidad que los mismos pueblos donde se perpetran estos atentados encarten y persigan a sus autores. La adquisición de una localidad en la taquilla de la plaza de toros no da derecho a desafueros tales. Muchos días antes del señalado para la fiesta se colocan al público los carteles murales y circulan con profusión los programas de mano. Todo el mundo sabe qué toros se han de lidiar y qué toreros figuran en las cuadrillas. En los pasquines no se consigna la labor que ha de realizar el diestro con cada uno de los astados. El arte de los toros, aunque ha progresado mucho, no llega a tanto todavía. Si, pues, los toros o los toreros anunciados no nos merecen confianza debemos abstenernos, máxime si el abono no es obligatorio. Por lo demás, el presidente es la suprema garantía del público, y él impone las sanciones que son de ley a los toreros que vulneran el estatuto para el buen orden de las corridas de toros y novilladas.Esto no deja lugar a dudas. Al público no se le pueden conceder otros derechos que el de aplaudir y el de silbar a los lidiadores, según que considere sus faenas, dignas de premio o de censura.Hay todavía algo verdaderamente lamentable en el suceso de Almagro.Está bien que los periódicos, en cumplimiento de sus deberes informativos, acojan los relatos de sus corresponsales, siempre que se limiten a referir los hechos y no se erijan en cantores del atentado personal.En un periódico madrileño, bajo los títulos de «La llamada fiesta de los toros. – El motín de Almagro», he leído: «La mayoría de los espectadores invadió el ruedo para agredir a Cagancho, que, enmedio de la tempestad, seguía pinchando por todas partes. Pero no era él solo, sino que todos los banderilleros de la cuadrilla, con estoques y picas, intentaban rematar al toro, vivo a pesar de estos desmanes. Cagancho se sube a la barrera, y desde allí pincha nuevamente, entre un escándalo enorme. El público apedrea a los toreros, y un espectador, indignado, se acerca a Cagancho y lo abofetea, en medio de una ovación».La pintura es digna del periódico extranjero que más empeño ponga en ridiculizar la función de toros. Nuestros enemigos de fronteras allá han de recogerla con fruición, y a buen seguro que ahora nada tendrán que poner de su cosecha, que ya lo han adobado a su gusto los enemigos de fronteras adentro”.
Vista exterior de la Plaza de Almagro Foto: Googlemaps |
Al comentario de Chatarra habrá que hacer un par de apuntamientos. En efecto, los que participamos como espectadores de un festejo taurino, no tenemos más derecho que el de expresar nuestra repulsa desde la posición que ocupamos en el tendido – sin pasar de ese lugar – y en estos tiempos que corren, hacerla pública en medios como éste, más nunca asumir la violencia material como un medio de expresar nuestro desacuerdo con lo que en el ruedo sucede, tal y como ocurrió en Almagro hace 84 años.
La segunda observación – a toro muy, muy pasado – es en el sentido de que Federico Morena vio la paja en el ojo ajeno, al criticar al diario madrileño que se erigía en cantor del atentado personal, refiriéndose a la edición de El Sol aparecida el 26 de agosto, cuando su propio periódico, de una manera más edulcorada, en la misma fecha, publica la misma información y con menos pudor periodístico, pues El Sol, diario que se ufanaba de no llevar información taurina, relegó la noticia a la octava columna de su última página, en tanto que El Heraldo de Madrid lo dejó en la segunda de la primera plana, es decir, a la mitad, para que quedara bien visible. Vio la paja en el ojo ajeno, más no la viga en el propio.
Así pues, me queda claro lo que significa quedar como Cagancho en Almagro, algo que también me preguntaba hace días don Ignacio Ruiz Quintano, a quien espero esto le aclare sus dudas también.
Reconozco a J. de la Morena, quien en la bitácora Almagro Noticias orientó con su artículo sobre este tema, lo que ahora les presento.