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domingo, 25 de febrero de 2024

29 de febrero de 1948: Antonio Velázquez obtiene el Estoque de Oro en el Toreo de Cuatro Caminos

Antonio Velázquez
La temporada 1947 – 48 sería la primera en varias décadas en la que la capital mexicana la vería dividida en dos plazas de primer orden, porque a partir del 23 de noviembre de 1947 entraría en funcionamiento el Toreo de Cuatro Caminos, plaza que sería manejada por don Antonio Algara, quien se había encargado de la temporada grande concluida a principios de ese año, pero en la Plaza México, misma que quedaría en manos del político chihuahuense Tomás Valles, quien el año anterior terminó su gestión como Diputado Federal y buscaba un escaparate para mantenerse en la mirada pública, tanto así, que también se volvió criador de reses de lidia.

Esa temporada se tendría que realizar sin el concurso de toreros hispanos, pues casi al cierre de la campaña anterior se produjo una nueva ruptura de las relaciones taurinas, cuando un grupo de toreros de allá que no hicieron campaña en nuestras plazas, destacadamente, Antonio Bienvenida, Luis Miguel Dominguín y Juan Belmonte Campoy, quienes invocando falta de reciprocidad, dieran por terminado el convenio.

Así, la formación de los elencos requeriría una gran dosis de imaginación y de trabajo. Escribe Daniel Medina de la Serna:

Antonio Algara, que al parecer tenía cierta aversión a la plaza de la Ciudad de los Deportes, dejó la gerencia de ésta en manos del político chihuahuense Tomás Valles para irse a la de El Nuevo Toreo, o Toreo de Cuatro Caminos, como también se le ha conocido, y para conseguir toreros se fue a España, inclusive con la idea de hacer gestiones para arreglar lo del rompimiento, lo que no consiguió pero regresó con los contratos de Carlos Arruza, Carlos Vera “Cañitas”, Fermín Rivera, Antonio Velázquez, Antonio Toscano, y los de los portugueses Diamantino Vizeu y Manolo dos Santos; al volver a México se apalabró con “Armillita”, Garza, Silverio, “El Soldado”, Jorge Medina y “Joselillo”. Tomás Valles, en cambio… sólo tenía lo que a Algara no le había interesado…

El principal atractivo del elenco de la Plaza México era Luis Procuna y con él iban entre los más renombrados, Jesús Solórzano, Ricardo Torres, Gregorio García, Luis Briones, Ricardo Balderas y Antonio Velázquez, siendo este último el que vendría a revitalizar una temporada que se pretendía dar por finalizada de manera anticipada, dadas las pobres entradas que generaban los festejos allí anunciados.

Al final de cuentas, pareciera que no había alguna cláusula de exclusividad en los contratos de los toreros base de ambos elencos, porque la historia nos enseña que actuaron en ambas plazas Luis Procuna, Antonio Velázquez, Fermín Rivera, Carlos Arruza, Silverio Pérez, Jorge Medina, Calesero y Ricardo Torres. Pareciera que a los ojos del empresario se imponía mejor el interés del aficionado que el prurito de evitar que el competidor pudiera contar con la participación de un determinado diestro.

La corrida a beneficio del Sanatorio de Toreros

Cuenta Verduguillo que en 1923 se tuvo una serie grande de percances tanto en la capital, como en distintas plazas de la República y que, conforme a la costumbre de la época, la empresa que había contratado al torero solamente se hacía cargo del tratamiento de sus heridas por los tres primeros días. Así, se advirtió la necesidad de crear un Montepío de Toreros que llevara a la instalación de un hospital o sanatorio en el que, a partir de la mutualidad, los heridos pudieran seguir siendo atendidos sin el quebranto a su economía personal. La primera sede de ese lugar de tratamiento médico fue el consultorio del doctor Francisco Ortega, quien se encargaría de continuar con el tratamiento iniciado por los médicos de plaza.

En esas condiciones, el Montepío pudo funcionar apenas un par de años, pero Verduguillo señala que fue el germen de las asociaciones sindicales de matadores, subalternos y monosabios, las que posteriormente obtendrían para sus agremiados una atención médica adecuada a los riesgos que enfrentaban.

Sería en el año de 1947, cuando se pusiera a funcionar el Sanatorio de Toreros de Santa María de Guadalupe, en las cercanías de la Plaza México, y sería a beneficio de ese centro nosocomial que la Unión de Matadores de Toros organizara una corrida de toros dentro de la temporada 1947 – 48 en el Toreo de Cuatro Caminos, a celebrarse el bisiesto domingo 29 de febrero de 1948. Se adquirió un encierro de Zotoluca para que lo lidiaran Fermín Espinosa Armillita, Luis Castro El Soldado, Fermín Rivera, Silverio Pérez, Antonio Velázquez y Luis Procuna, quienes se disputarían el trofeo del Estoque de Oro, que sería concedido por aclamación popular.

Tormentoso prólogo

A la hora del sorteo de los toros, se suscitó un rifirrafe entre los diestros actuantes, presididos por Armillita y los representantes de la Unión Mexicana de Picadores y Banderilleros, quienes exigían el pago de sus emolumentos a esa hora, amenazando que, en caso de no recibirlo, no actuarían esa tarde. Escribió Benjamín Bentura Sariñena en el número de El Ruedo salido a los puestos el 4 de marzo siguiente:

A la hora de hacer el sorteo, los subalternos que habían de actuar en la corrida se negaron a torear si no se les abonaba en aquel momento el importe de sus honorarios. Como era domingo y los bancos estaban cerrados, los representantes de la Unión quisieron pagar por medio de cheques; pero los subalternos no aceptaron esta solución, y se decidió que actuasen, como picadores y banderilleros, matadores de toros y novilleros…

La crónica de agencia aparecida en el diario El Siglo de Torreón al día siguiente del festejo, precisa:

La corrida de hoy ha sido la “corrida de la ingratitud”; fue organizada por la Unión de Matadores para recaudar fondos para su sanatorio… A la hora de hacer el sorteo, sucedió que las cuadrillas que integrarían veinticuatro miembros, exigían el pago de setenta y dos mil pesos por adelantado…

De lo relatado en las crónicas que he podido consultar, salieron como banderilleros, vestidos de paisano, los matadores de toros Carlos Vera Cañitas, Luis Briones, Gregorio García, Leopoldo Ramos Ahijado del Matadero, Pepe Luis Vázquez (mexicano), Jorge Medina y Manolo dos Santos así como también los novilleros Jesús Belmonte y Rutilo Morales; como picadores actuaron varios aspirantes a ingresar a la Unión, pero se menciona que el cuarto fue picado por el viejo Berrinches y que fungió como puntillero Andrés Blando.

Lucieron con los palos evidentemente Cañitas, Gregorio García y Manolo dos Santos, en tanto que. bregando, fueron Pepe Luis Vázquez y Rutilo Morales quienes se hicieron notar. Para más INRI, a partir del segundo de la tarde estuvo lloviendo con intermitencia.

La tarde de Antonio Velázquez

Estas corridas de concurso no eran novedad para Antonio Corazón de León. En 1944 había ganado la Prensa de Oro en la Corrida de la Prensa organizada en el Toreo de la Condesa. Al siguiente año, el sol le salió de noche en la corrida de la Oreja de Oro, cuando le cortó el rabo al toro Cortesano de Torreón de Cañas en un festejo al que había llegado por la vía de la sustitución y que lo sacó del ostracismo.

Por esas razones Velázquez tenía bien claro que el ir por una sola oportunidad implica el darlo todo y buscar agua hasta entre las piedras. La crónica aparecida en el diario El Informador de Guadalajara al día siguiente de la corrida, relata:

En el quinto que correspondió a Velázquez, actuó Jorge Medina de peón, trata de sujetarlo, pero el toro sale suelto. Igual suerte corre Velázquez que pretende veroniquear… En quites Velázquez trata de hacerlo por gaoneras siendo trompicado saliendo por pies. Jorge Medina coloca un par desigual al cuarteo. Chucho Belmonte otro muy desigual y Jorge Medina cierra el tercio con uno estupendo al cuarteo aguantando mucho e igualando en la propia cara del toro… Antonio Velázquez uno de la firma, otro por alto, otro de la firma, un ayudado por alto. Se muestra voluntarioso. Tres derechazos por alto de primera calidad, rematando el último. Tres derechazos magníficos y después instrumenta varios muletazos que enloquecen al público y arriesgando mucho, otros más de primera calidad… Después de tres pinchazos en hueso deja una estocada desprendida que atraviesa al toro y luego una segunda que acaba con la vida de la res. Perdió la oreja después de la magnífica faena, logrando la vuelta al ruedo entre el delirio popular…

Luis Procuna realizaría una faena también aclamada, pero al menos en el relato, más breve. Al final, cuando se pidió la decisión de la concurrencia, a juicio de los organizadores, la mayoría se decidió por Antonio Velázquez:

El público ruidosamente decide que el Estoque de Oro sea para Velázquez entre protestas de los partidarios de Procuna…

Las corridas de ese tipo de concurso tienen ese inconveniente, que los partidarios más ruidosos, son los que consiguen el trofeo para su torero. Quizás sería conveniente replantear la manera de adjudicarlos, designando un jurado cualificado para ello y, sobre todo, dando un baremo bajo a los trofeos obtenidos, que adolecen del mismo vicio de todas las aclamaciones públicas.

Así se daban las cosas de los toros en un domingo bisiesto de hace 76 años. Hoy las cosas son bastante distintas, pero el recordarlas y conocerlas nos permite entender el camino que podemos reandar para mejorar lo que sucede hoy aquí.

domingo, 21 de noviembre de 2021

1948: Manuel Capetillo y Naviero de Zotoluca

Manuel Capetillo
Foto: Santos Yubero
Madrid, mayo 1952
La historia de la Plaza México nos deja en claro que hay cuatro temporadas de novilladas que han impactado a la afición y hecho sólida la presencia de ese escenario. Son las de 1946, en la que sobresalieron Joselillo y Fernando López; la de 1978, la proverbial de El Pana y César Pastor; la 1982 – 83, quizás la última gran temporada chica con Manolo Mejía, Valente Arellano, Ernesto Belmont y Luis Fernando Sánchez y por supuesto, la temporada de 1948, que es, según teoría personal, la que abre la puerta a la Edad de Plata del Toreo en México.

La temporada del 48 se recuerda por la irrupción de Los Tres Mosqueteros en el escenario taurino. Jesús Córdoba, Manuel Capetillo y Rafael Rodríguez – en ese orden se presentaron en la gran plaza – hicieron posible una temporada de 29 festejos que inició el 1º de mayo y concluyó el 5 de diciembre de ese año. Pero, aunque los mosqueteros fueron las estrellas más rutilantes, en ese calendario también destacaron Paco Ortiz, El Ranchero Aguilar, Alfredo Leal, Héctor Saucedo y Curro Ortega, nombres que escribieron su propia leyenda en las relaciones de la fiesta y se quedaron para siempre en la memoria colectiva.

La gran revelación de las novilladas del 48 fue sin duda Rafael Rodríguez, que llegó a la temporada hasta la 14ª fecha. Pero a partir de allí se entretuvo en cortar cinco de los diez rabos que se obtuvieron en ese ciclo. Por su parte, Jesús Córdoba se llevó la Oreja de Plata, por una faena de una oreja, superando incluso a Paco Ortiz, que había cortado un rabo en ese festejo y Manuel Capetillo ganó una Medalla Guadalupana que se disputó en una novillada ex – profeso.

Ese era el ambiente cuando se celebró, el domingo 21 de noviembre de 1948, el 27º festejo de la temporada, un auténtico cartel de triunfadores, pues lo integraron Paco Ortiz, Jesús Córdoba y Manuel Capetillo, quienes enfrentarían un encierro de Zotoluca. Ya se hablaba de que Córdoba, Capetillo y Rodríguez se despedían de las filas novilleriles, pues sus alternativas estaban unos domingos adelante.

Los de Zotoluca

La novillada de Zotoluca, de acuerdo con la crónica de agencia que pude recabar, debió ser brava, pues recoge al menos una docena de quites por los alternantes del festejo, lo que me sugiere que cada uno de los seis novillos recibió al menos, dos puyazos, cosa que en estos tiempos que corren, es algo inimaginable. 

El primero, Serrano, uno por chicuelinas de Paco Ortiz y otro por saltilleras de Córdoba; el segundo, Bromista, fue quitado por Córdoba y Ortiz sin que se haga mención de suertes; del tercero Cordobés, se refiere un quite de Capetillo; al cuarto Pirata, Ortiz quita por gaoneras y Córdoba hace el de la mariposa; en el quinto, Velador, tanto Córdoba como Ortiz libran por chicuelinas y en el sexto, Naviero, Capetillo quita por chicuelinas, Ortiz lo hace con la misma suerte y Córdoba por gaoneras. Hay que destacar que Naviero fue premiado con la vuelta al ruedo. 

Paco Ortiz cortó una oreja a Pirata, el cuarto, tras de una expuesta faena en la que se empleó en los tres tercios y Córdoba selló su tarde con una vuelta al ruedo y una aclamada salida al tercio al no estar fino con la espada. En esa docena de quites y la rivalidad y el pique en el ruedo, están los ingredientes que le dan vida y color a esta fiesta.

Me llamó la atención el nombre del tercero, Cordobés. Debió ser en ese tiempo una familia importante en la ganadería entonces de don Rubén Carvajal, pues cuatro años después, Rafael Rodríguez le cortó el rabo a otro toro del mismo nombre, también de Zotoluca, allí en la Plaza México.

Manuel Capetillo y Naviero

La faena de la tarde y una de las de esa gran temporada fue la del sexto, Naviero. Daniel Medina de la Serna escribe que desde que Capetillo se abrió de capa, la gente se empezó a volver loca y que ya en los primeros compases de la faena de muleta, se pedía la oreja para el torero de Guadalajara, que, en esa etapa de su carrera, todavía se mostraba como un artífice del toreo de capa.

La crónica de agencia – más reseña que crónica – aparecida en el diario El Siglo de Torreón del 22 de noviembre de 1948, a propósito de esta faena, relata:

En el sexto, con el cual se despide Capetillo de novillero, da cuatro verónicas en la primera tanda y tres más en la segunda. Arma el escándalo cuando remata con la media clásica. Ovacionaza y prendas… Quita con tres chicuelinas enormes por lo templadas, mandonas y lentas que remata con la media clásica. Otra gran ovación y prendas. Vuelve a torear por chicuelinas que remata con una rebolera de ensueño. Ovación… Ortiz hace el mismo quite montándose en el toro con igual remate. Fuertes palmas. Córdoba quitando por gaoneras arma el alboroto, pero al intentar la segunda es prendido sin consecuencias, vuelve al bicho y remata con media rebolera. Palmas… Capetillo brinda a toda la plaza, inicia a base de ayudados por alto, olés estruendosos, naturales enormes, sombreros en la arena, rematados por abajo de una manera inconcebible… Derechazos, el pase de la firma, cambio de mano. Trincherazos completos, la plaza ruge de la emoción. Saca al bicho de las tablas. Dos naturales de escándalo, palmas incesantes, deja una estocada profunda que fue suficiente… Escandalazo de entusiasmo, escuchándose las palabras de ¡torero!, ¡torero! Se le da la oreja y el rabo y al toro la vuelta al ruedo…

Así se cerraba la etapa novilleril de una indiscutible figura del toreo.

Lo que después vendría

Los Tres Mosqueteros habían actuado juntos en un cartel por última vez como novilleros el 20 de noviembre en Torreón, ante un bien servido encierro de La Punta y el único que cortó una oreja fue Jesús Córdoba. Bien se decía que ya su paso por las filas de los novilleros llegaba a su fin, pues el ciclo de corridas de toros estaba ya en la puerta. En la Plaza México, se descansó un domingo y el 19 de diciembre se inauguró la temporada grande con la alternativa de Rafael Rodríguez.

Por su parte, Jesús Córdoba y Manuel Capetillo la recibirían el día de Navidad, el primero en Celaya, de manos de Armillita y el de Guadalajara en Querétaro, siendo apadrinado por Luis Procuna, tarde en el que el segundo de su lote, de La Punta, lo hirió de consideración. Ese día, me contaron Rafael Rodríguez y Jesús Córdoba, cada uno por su cuenta, Los Tres Mosqueteros dejaron de serlo, cada uno tomó su camino y se dedicó a forjar su propia historia en los ruedos.

Así, ese oscuro sobresaliente en una novillada celebrada en El Progreso de Guadalajara el 9 de noviembre de 1947, se convirtió en figura del toreo, y de los toreros de su tiempo, ha sido quizá el más longevo, pues en mi opinión, supo adaptarse al cambio que se fue gestando en el toro mexicano, que fue definiéndose cada vez más hacia la suavidad, y que a costa de abandonar el lucimiento del primer tercio, permite faenas de muleta muy largas – y menos expuestas, creo yo – mismas que han entrado en el gusto de los públicos y que hoy son el canon del toreo.

Así pues, podemos ver otra situación de que la temporada de novilladas del 48 representó un parteaguas histórico. Es por eso que en su conjunto y en sus hechos, como este que hoy pongo en blanco y negro, merece ser recordada.

domingo, 6 de mayo de 2012

Tal día como hoy. 1973: Rafaelillo y Miraflores de Rancho Seco


La Feria de San Marcos de 1973 tuvo una inusual y no vuelta a repetir presencia del campo bravo de Tlaxcala. El 25 de abril se lidió un encierro de Piedras Negras; el 1º de mayo uno de Coaxamalucan y el día 6 de mayo, fecha que en este momento nos ocupa uno de Rancho Seco. Y si he de ser exhaustivo, tanto la corrida que abrió el serial, como la extraordinaria del 5 de mayo, fueron de la ganadería del Ingeniero Mariano Ramírez, que en esos días era pura de ese origen, pues se fundó en 1956 con la mitad de la original vacada de Zotoluca, la que hogaño lleva el hierro que originalmente fuera de la fundacional de Tepeyahualco.

Esa corrida del cierre de la Feria, se conformó con la actuación del Centauro Potosino Gastón Santos, el colombiano Pepe Cáceres, Raúl Contreras Finito y el tijuanense Rafael Gil Rafaelillo, quienes enfrentarían ese bien presentado encierro que trajo a nuestra feria don Carlos Hernández Amozurrutia desde Tlaxco, Tlaxcala.

El sorteo del encierro fue accidentado, pues un toro, el número 73, que al salir al ruedo sería llamado Miraflores y saldría en séptimo lugar, presentaba en una anca una lesión, que para el ganadero y los apoderados era un mero puntazo y para don Jesús Gómez Medina, que ocupaba el palco de la Autoridad, podía ser una cornada. Tras de un largo rato de discusión y de observación del toro, que no tenía signos de cojera y tampoco presentaba síntomas de fiebre o de otros daños derivados de una lesión profunda, compatible con una cornada, por lo que el toro fue aceptado condicionado a que de mostrar signos de claudicación en el ruedo o de ser protestado por el público, sería devuelto a los corrales sin miramientos. Afortunadamente eso no sucedió y pudimos ver al toro de la Feria, y de muchas más.

La gran faena de Rafaelillo

Paso sin más a la relación de don Jesús Gómez Medina sobre esta gran tarde:

Rafaelillo y Rancho Seco dieron broche triunfal a la Feria. A la memoria de don Enrique Bohórquez, cronista ejemplar, que supo expresar como pocos “el sentimiento del toreo”; a Eduardo Solórzano y Rafael Rodríguez que, aunque alejados de los ruedos, sienten aún la fiesta a pleno corazón; a Juan Luis y Pepe Pérez Jaén, en cuya afición pervive la savia torera del inolvidable don José Pérez Gómez “Nili”... Fue a la hora del crepúsculo, durante esos minutos propicios al ensueño, ricos en presagios, en los que las sombras nocturnas se esparcen lenta e insensiblemente, prestas a ganar la diaria contienda a los esplendores solares. Durante ese breve lapso crepuscular que oscila entre la luz y las tinieblas y que constituyó, dicen, el marco de las grandes proezas belmontinas... Fue entonces que salió el séptimo de Rancho Seco, sexto de la lidia ordinaria. Se llamó “Miraflores”, tenía el número 73 y era negro, de cabeza acarnerada, tirando a veleto y con cuatro años largos en la boca. Nada más ni nada menos que un toro... “Rafaelillo” – desde ayer, tras la faena a "Miraflores" y mientras prosiga por el mismo camino, don Rafael Gil, torero artista si los hay –, se dio a torear al de Rancho Seco en una serie de lances a pies juntos, en una forma si no del todo clásica, de todas maneras espectacular y brillante, a lo que contribuía la brava acometida de “Miraflores”. Remató con pinturería, y oyó una ovación, la primera de las que luego brotarían en incontable sucesión... “Miraflores”, tras el fuerte puyazo y el trajín de las banderillas, había llegado al final con su bravura intacta, atemperada por el castigo recibido; dócil, nobilísimo, embistiendo con el hocico al ras del suelo; con una alegría, con un estilo, con un “son” extraordinarios... Erguido, sonriente, el chiquillo desafiaba al de Rancho Seco, llevando la faena en la diestra; acometía aquél sobre el señuelo que a su bravura se ofrecía, y brotaba, así, el derechazo lento, pausado, solemne. Cada pase superaba en calidad y en intensidad emotiva al precedente; y el ¡olé! que provocaba subía de diapasón a medida que la serie íbase redondeando... ¡El torero, ebrio de emoción artística, impelido por el fuego creador que crepitaba en su pecho, volcaba sobre la arena todo el profundo sentimiento – ¡“el sentimiento del toreo”! – que albergaba su corazón de artista ansioso de encontrar la fórmula de expresión para su mensaje! Y de los tendidos brotaba de inmediato la réplica, el eco más contundente y halagador para quienes usan coleta: ¡torero!... ¡torero!... clamaban a coro los espectadores, saboreando, ellos también y viviendo con toda la intensidad de que es capaz un aficionado, la gesta que en el ruedo se realizaba... En las alturas, las sombras eran cada vez más densas; pero en la arena había un incendio de arte que bañaba en luz y fuego a “Rafaelillo” y a “Miraflores”... Las series de toreo en redondo, con la derecha se sucedían; la emoción crecía de punto y el ritmo de triunfo aumentaba en la misma proporción en que cada muletazo resultaba más pulido, más templado, de mayor longitud. En algunos de estos, “Rafaelillo” toreó sin ver al burel; ¡tal era su nobleza!, ¡admirable toro de Rancho Seco, embistiendo con idéntica alegría, con la misma claridad, con tan depurado estilo como si en él confluyese toda la sangre bravía de muchas generaciones de bureles próceres!... Tan solo un bache registró la gran faena: fue cuando “Rafaelillo” confundió su condición de torero – artista con la de director de la banda; le perdió la cara al toro, acometió éste y le propinó la voltereta y el susto consiguiente. Mas, en cuento Rafael tornó a ponerse en torero – torero, dejándose de recursos que suelen emplear los mediocres, incapaces de provocar en otra forma la emoción popular, resurgió el bien torear; renació la emoción derivada de la evidencia del arte; y aquel sentimiento del toreo sustituido pasajeramente por la sensación del susto, readquirió la primacía conferida por la plena entrega del gran artista del toreo que es – que ayer fue cumplida plenamente – Rafael Gil “Rafaelillo”... Una entrega que encontró su expresión más dramática en el momento de la estocada: a toma y daca, yéndose sobre el morrillo con la mayor decisión a cambio de salir volteado de manera tan espectacular y peligrosa que provocó hasta la intervención de algunos – como Rafael Rodríguez y Pepe Pérez Jaén – que, como tantos más, desde el callejón presenciaban entusiasmados y extáticos la imprevista proeza. Rafael Gil puso remate a aquella. Y, aunque salió trompicado, al tornar al ruedo, vivió su momento de apoteosis, en unión del ganadero, don Carlos Hernández; las dos orejas y el rabo del admirable “Miraflores”; las vueltas al ruedo entre aclamaciones y a hombros de los capitalistas; las ovaciones, la música; en suma, el fervor popular volcado a sus pies de joven y brillante triunfador... Y para “Miraflores”, el toro que con su bravura y nobilísima condición revivió viejos lauros de su divisa, los honores del arrastre lento en torno a la barrera...”

Rafael Gil Rafaelillo
La corrida se había desarrollado en un ambiente que medió entre el sopor y la tragedia. Del resto de la corrida unos batallaron para mantenerse en pie y otros fueron la antítesis de Miraflores, pero el primero de la lidia ordinaria fue el que condicionó en gran medida lo que habría de venir. Manolo Pérez, banderillero y compatriota de Pepe Cáceres sufrió una grave cornada al ser prendido y prensado contra el burladero que está exactamente en el tendido de sol, en el otro extremo de la puerta de cuadrillas. Desde ese momento la pesadumbre se apoderó de los presentes y de quienes estaban en el ruedo y ya poco se esperaba del festejo.

Pepe Cáceres y Finito no volvieron a actuar en una de nuestras ferias, así como tampoco hemos vuelto a ver un encierro de Rancho Seco en nuestras plazas. Y en cuanto a la faena de Rafaelillo, si algún día se hiciera un recuento de las grandes faenas ocurridas en el ruedo de la Plaza de Toros San Marcos, esta es una de las que se deben tomar en cuenta.

El festejo de hoy, 11ª corrida de feria: 6 de Fernando de la Mora para Eulalio López Zotoluco, José Mari Manzanares y Arturo Macías.

lunes, 21 de noviembre de 2011

En el centenario de Armillita, XI


20 de noviembre de 1944: Armillita y Despertador de Zotoluca en San Luis Potosí (II/II)

Aspecto de la reintervención a Armillita, quien aplica la
anestesia es el Dr. Javier Ibarra hijo
Ante el pronóstico del médico potosino, los hermanos del torero e integrantes de su cuadrilla, Juan y Zenaido y probablemente la familia directa del mismo, consiguieron el traslado de Armillita a la Ciudad de México, para que fuera atendido por manos más experimentadas – en esos días el doctor Hernández Muro tenía apenas 29 años de edad –, en este caso las de los doctores Javier Ibarra y José Rojo de la Vega, encargados del servicio médico de El Toreo de la Condesa y valorados como los más conocedores en este tipo de percances. En el invocado número del 1º de diciembre de 1944 de La Lidia, aparece la siguiente declaración de Zenaido Espinosa:


...estuve presente en la operación inicial y no quedé satisfecho hasta no ver que se exploraban todas las trayectorias y se exploraba hasta el último rincón de éstas... la Unión de Matadores y la de Subalternos deben interesarse muy seriamente por el estado en que están las enfermerías de las plazas provincianas. Aquellas no son enfermerías ni cosa que lo parezcan. Una mesa desvencijada, una vitrinilla conteniendo algún frasco de yodo o alcohol y pare usted de contar. Si llega a esas “enfermerías” un torero con la femoral partida, ahí queda...

Total, que se consigue un avión por mediación del inefable General Maximino Ávila Camacho y se transporta a Armillita al Sanatorio Francés, donde se le reinterviene para explorar la cirugía realizada por el médico Manuel Hernández Muro – a la fecha calificada por muchos redomados ignorantes como una cornada quirúrgica – y el veredicto de los santones Ibarra y Rojo de la Vega fue publicado en estos términos:

Fue necesaria la salida de un tercer avión que al filo de las seis de la tarde del martes, aterrizó, trayendo a Fermín, que inmediatamente fue trasladado al Sanatorio Francés, donde los doctores Rojo de la Vega e Ibarra exploraron detenidamente la herida, encontrando que la operación inicial practicada por el joven doctor Hernández Muro, había sido hecha con todo esmero y atingencia...

Conforme avanzaron los días, se advirtió que la cicatrización de la herida podría oprimir el nervio ciático, lo que agregaba un matiz de incertidumbre a la recuperación del torero y con ello, una nueva sombra de duda a la actuación de Hernández Muro, quien no se separó de Fermín Espinosa en todo el trance. El doctor Javier Ibarra declaraba de la siguiente guisa, según nota aparecida en el diario El Informador de Guadalajara del 23 de noviembre de ese año:

El diestro Fermín Espinosa se hallaba mejorado hoy por la tarde, teniendo esta mañana solamente una temperatura de 36.5 grados, con aspecto y evolución normales de sus heridas, funcionando sin contratiempos los tubos de canalización... El doctor Javier Ibarra dijo que hay peligro de que “Armillita” quede incapacitado para volver a torear, porque al cicatrizar la herida puede quedar oprimido el nervio ciático, y esto entorpecería los movimientos del músculo y le produciría grandes dolores.

Homenaje y entrega de pergaminos a los médicos
que atendieron a Armillita
Afortunadamente esos pronósticos no se cumplirían, pues el semanario La Fiesta del día 6 de diciembre y La Lidia de dos días después daban cuenta de la salida de Armillita del hospital y de su retorno a su domicilio particular para continuar con su restablecimiento, e incluso en la última de las informaciones aludidas, se mencionaba que preparaba ya su reaparición para el final de ese diciembre, sin especificar plaza, encierro o alternantes.

A explicación no pedida…

En el semanario La Fiesta del 17 de enero de 1945, se da cuenta de un homenaje que los armillistas de la Ciudad de México, encabezados por José Ramírez, José Díaz, el Licenciado Ignacio Rodríguez Morales, Cutberto Pérez y Alberto Escoto rindieron a los médicos Javier Ibarra, José Rojo de la Vega y Manuel Hernández Muro por el exitoso tratamiento de la grave cornada sufrida por Armillita en San Luis Potosí el 20 de noviembre anterior.

En ese número de La Fiesta, se hace un resumen de lo sucedido en la reunión y del mismo, me resulta destacado lo siguiente:

...el doctor Rojo de la Vega en nombre del doctor Ibarra y del suyo propio, hondamente emocionado expresó su reconocimiento por el homenaje y en su brillante pieza oratoria se refirió a la tendenciosa y malévola publicación hecha en una revista, tratando de hacer creer a la opinión pública que ellos habían restado méritos a la labor del doctor Hernández Muro, lo cual era absolutamente falso. Apeló, en presencia del doctor Hernández Muro, a que éste, con su hombría y su caballerosidad, aseverara o desmintiera la bajeza de la publicación aludida. Por su parte, el interpelado agradeció aquél homenaje – el primero recibido durante su vida profesional – y que, según dijo, no vendría a servirle de vanidad sino como un gran estímulo; y categóricamente protestó y desmintió lo dicho por la revista a que se hizo referencia en contra de los doctores Ibarra y Rojo de la Vega, a quienes prodigó frases respetuosas llamándoles maestros y agradeciéndoles las palabras de elogio que tuvieron para él cuando vino a México trayendo herido a “Armillita”...

Al final de la misma se entregaron pergaminos a los médicos con la siguiente leyenda:

Los Armillistas de la Ciudad de México patentizan su agradecimiento al ilustre doctor don Manuel Hernández Muro por su eficiente intervención médica en la persona de nuestro gran torero Fermín Espinosa “Armillita” y le rinden su admiración y afecto otorgándole el presente pergamino. Diciembre de 1944. Firmas del comité organizador, integrado por José Ramírez, José Díaz, Lic. Ignacio Rodríguez Morales, Cutberto Pérez y Alberto Escoto.

El doctor Manuel Hernández Muro defendió su posición como cirujano ante quienes pudieron criticar su manera de tratar la herida de Armillita, por haberse apartado de la metodología seguida de manera tradicional, causando revuelo no sólo en el medio de la medicina taurina, sino a todos los niveles, ya que el que en esos días era un joven y desconocido cirujano provinciano le había prodigado a tan grande figura del toreo, una atención impecable, elogiable en todos los términos.

Pergaminos entregados por Los Armillistas de la Ciudad de México
a los doctores Hernández Muro, Ibarra y Rojo de la Vega
El doctor Manuel Hernández Muro – un moderno santo laico, como diría Don Dificultades – falleció el 17 de septiembre de 1986 a los 71 años de edad y todavía el domingo 14 anterior había estado en su puesto en el burladero de médicos de la plaza ya llamada El Paseo – Fermín Rivera, servicio del que fuera jefe durante 45 años.

Tras de este único percance, Armillita reapareció en Guadalajara el 31 de diciembre de 1944, para lidiar toros de Zacatepec mano a mano con Antonio Bienvenida.

El corolario de la historia es que la cornada de Despertador vino a demostrar que a pesar del enorme poderío de Armillita delante de los toros, él era al final de cuentas, como escribe Leonardo Páez, también, apenas, un ser humano.

Espero que hayan disfrutado como yo, esta remembranza.

domingo, 20 de noviembre de 2011

En el centenario de Armillita, XI


20 de noviembre de 1944: Armillita y Despertador de Zotoluca en San Luis Potosí (I/II)

En una carrera que duró alrededor de un cuarto de siglo, Fermín Espinosa Saucedo torea 836 corridas de toros; comparte carteles con toreros de cuatro generaciones distintas; jamás se le fue un toro vivo a los corrales y ese 20 de noviembre de 1944, a los 33 de edad y 17 de alternativa, ningún toro había sido capaz de horadar sus carnes. Tal era el poderío del Maestro de Saltillo, que podía parecer sobrehumano ante los ojos de la afición y de quienes ocasionalmente se asomaban al mundo del toreo, pues con un importante número de corridas de toros lidiadas, tanto en España como en México, Armillita había salido indemne de todas ellas.

Para la celebración de la proclamación del Plan de San Luis, con el que se inició la Revolución de 1910, la empresa Jueves Taurinos, subsidiaria de la de El Toreo de la Ciudad de México y regentada por don Joaquín Guerra, anunciaba la reinauguración de la Plaza de Toros El Paseo de San Luis Potosí (inaugurada en 1895) y la corrida con la que se celebraría ese hecho, sería un mano a mano entre Armillita y Silverio Pérez, que lidiarían toros tlaxcaltecas de Zotoluca.

El semanario La Lidia del 17 de noviembre anterior a la corrida, publicaba lo siguiente:

Nuestro estimado amigo, don Joaquín Guerra, empresario de los “Jueves Taurinos”, compró hace algún tiempo la plaza de San Luis Potosí y la ha renovado convenientemente, invirtiendo en las obras respectivas, la cantidad de treinta mil pesos. 
Para el lunes 20 de noviembre inaugurará la temporada con el concurso de “Armillita” y Silverio mano a mano, con un encierro de “Zotoluca”. Don Joaquín piensa celebrar en el Coso Potosino, la mayor cantidad de festejos posibles, pues trata de recuperar para su tierra, el segundo lugar de las plazas de la República que por mucho tiempo tuvo el coso del Paseo.

Así fue como se gestó uno de los grandes hitos de la biografía taurina y humana de quien, insisto, es con poco margen para la discusión, el torero mexicano más importante en la Historia del Toreo.

La cornada

La corrida había transcurrido con poco lucimiento. El encierro de Zotoluca fue complicado y los toreros solo pudieron lidiarlo y materialmente quitárselo de encima. El quinto de la jornada se llamó Despertador. Arelia, en La Lidia del 1º de diciembre de 1944 describe lo sucedido en esa tarde:

...Los toros de Zotoluca fueron sosos y broncos. Sin embargo, tanto Fermín como Silverio se esforzaron por complacer al público. Así fue que Fermín, que había estado bien a secas en sus dos primeros toros, quiso dar la nota en el quinto, “Despertador”, negro mulato, marcado con el número 53. Después de brindar la muerte a don Joaquín Guerra, “Armillita” se fue hacia el toro y consintiéndolo mucho, lo obligó a pasar en seis muletazos altos, estando Fermín sentado en el estribo. La gente empezó a entusiasmarse y a tocarle muy fuerte las palmas al maestro. Ya de ahí “Armillita” toreó por lasernistas y ejecutó el molinete de rodillas de los días de fiesta, creciéndose, sintiendo lo que hacía y engolosinándose con el toro que cada vez pasaba mejor, domeñada su fuerza y su bronquedad por la maestría del torero... En plena borrachera de torero “Armillita” se pasó la muleta a la mano izquierda, haciendo pasar al zotoluqueño en algunos naturales magníficos, ciñéndose cada vez más, hasta que en el quinto muletazo Despertador se le quedó en el centro de la suerte y al derrotar enganchó por la pierna izquierda a “Armillita”, zarandeándolo impresionantemente… Llevado el herido a la enfermería, se apreció toda la magnitud de la cornada y sin pérdida de tiempo fue trasladado a la clínica donde lo atendió el doctor Hernández Muro, en tanto se hacían los preparativos para trasladarlo a esta capital, con toda la urgencia que el caso requería...

Imagen aparecida en el semanario La Fiesta que muestra
el tamaño de la cornada sufrida por Armillita
A pesar de la época en la que el percance se produjo, el doctor Manuel Hernández Muro, en esos días un joven médico traumatólogo, aplicó un método de tratamiento al torero herido que hoy es usual y que consiste en estabilizar al torero herido y posteriormente trasladarlo al hospital adecuado para recibir el tratamiento necesario para restañar sus lesiones. Como veremos más adelante, esa manera de acometer la curación de Armillita, sería motivo de críticas de los sectores más tradicionalistas de la medicina taurina de la época.

El parte facultativo

Tras de la intervención quirúrgica realizada por el médico Hernández Muro, el parte que rindió fue el siguiente:

Al pasar de muleta al quinto toro de la corrida celebrada hoy en esta plaza, de Zotoluca, fue cogido gravemente Fermín Espinosa “Armillita” que alternaba mano a mano con Silverio Pérez. El parte facultativo dice textualmente: Herida por cuerno de toro en la cara antero interna del muslo izquierdo, tercio interno, de 8 centímetros de extensión, con cuatro trayectorias: en la cara antero interna una hacia arriba, con extensión de 15 centímetros, interesando piel, tejido celular subcutáneo, aponeurosis y músculos de la región; otra hacia abajo con extensión de 10 centímetros, interesando los mismos planos; otra hacia atrás y arriba, de 30 centímetros de extensión, y otra atrás y abajo con extensión de 20 centímetros. Estas últimas interesaron piel, tejido celular subcutáneo, aponeurosis, músculos, descubriendo el fémur en una extensión de 10 centímetros y el nervio ciático en la misma extensión. A estas últimas trayectorias solamente les faltó la piel y tejido celular para traspasar el muslo. Fue trasladado a la clínica San Luis, donde bajo anestesia balsofórmica se le practicó una intervención quirúrgica, consistente en desbridación de la herida en su totalidad, retirando piel, tejidos musculares y aponeurótico espacionado, coágulos y hematomas existentes en las diversas trayectorias. Se ligaron los vasos sangrantes, se desinfectó con solución de Dakin, agua oxigenada y sulfatiazol quirúrgico. Se canalizó con 10 tubos de hule. Se le aplicó suero anti gangrenoso, antitetánico, glucosado y cardiotónico. Estas heridas son de las que por su naturaleza ordinaria ponen en peligro la vida y curan, cuando lo hacen, en más de quince días. El Médico de Plaza: Dr. Manuel Hernández Muro.

Como se puede apreciar del prolijo parte rendido por el doctor Hernández Muro, la cornada fue de una gran extensión y aunque no afectó los grandes vasos de la región, por su tamaño y quizás por el hecho de no existir antibióticos en esa época – aunque ya se habla de la aplicación de sulfatiazol – se consideró que era de las que ponen en peligro la vida

El día de mañana concluiré con esta presentación, dada su extensión.

domingo, 21 de diciembre de 2008

21/XII/1908. Llega a Piedras Negras la simiente de Salitllo

Hoy 21 de diciembre se cumple un siglo de que la sangre saltilla se estableciera definitivamente en el campo bravo tlaxcalteca. Si bien desde 1874 los señores González Muñoz y González Pavón se decidieron por la crianza del ganado de lidia, la base genética de la que partieron fue influenciada primeramente por la existencia nacional y así lo demuestra el comienzo con el ganado de Atenco, adquirido a los señores Barbabosa y los posteriores agregados que hicieron de toros padres de Miura, Murube y Pablo Benjumea, siendo predominantes las dos líneas genéticas mencionadas primero, pues entre 1896 y 1906 se agregan 6 toros de procedencia Murube y 3 de Eduardo Ybarra y 6 de Miura.

Aparte de esa simiente predominante, los primos González Muñoz y González Pavón trajeron para sus ganaderías de Tepeyahualco, Piedras Negras y Coaxamaluca, una par de sementales de procedencia lesaqueña, uno de Saltillo y el otro de Pérez de la Concha y que una vez analizado el producto de la cruza con los ganados que ya tenían una bien lograda fama en el ambiente taurino mexicano, quizás comenzó a sembrar en los señores de Piedras Negras y Tepeyahualco la idea de enfocar genéticamente su ganadería hacia lo del Marqués del Saltillo. Considero importante resaltar que este hecho que ocurrió en 1889.

En 1904, José María González Pavón, por conducto del diestro Francisco Bonal Bonarillo y Alberto Parrés, inicia los tratos para traer a México vacas y toros del Marqués del Saltillo, pero ya no vería la llegada de esa simiente que sería el punto de inflexión en la historia de esta casa ganadera, pues es este el año de su fallecimiento.

Sus herederos continuarían con la ganadería hasta 1907 e incluso recibirían las 12 vacas y 4 toros de Saltillo, pero la muerte de Antonio Montes causada por Matajacas, en la antigua Plaza México de la Calzada de la Piedad, el 13 de enero de 1907, les hizo vender la ganadería, víctimas del descrédito social que tal hecho les causó. El nuevo adquirente fue don Manuel Fernández del Castillo y Mier, que pronto la trasladó a la Hacienda de la Concepción en el Estado de México.

Poco duraría en la propiedad de Fernández la vacada, pues en el año de 1908, apremiado por las deudas que le causó su participación en la construcción de la plaza de toros El Toreo se vio en la necesidad de venderla, adquiriéndola los hermanos Carlos, Lubín y Romárico González Muñoz y su cuñado Aurelio Carvajal. Entre el ganado readquirido, venían las diez vacas y los cuatro toros de Saltillo, que se agregarían a los hierros familiares de Piedras Negras, Coaxamaluca, La Laguna y a Zotoluca, que ocuparía el lugar de Tepeyahualco y usaría como hasta la fecha, su hierro.

La historia ganadera de la familia González giró ciento ochenta grados con la recompra de Tepeyahualco, pues es a partir de allí que se define una línea genética en la crianza del ganado de lidia que mantendrá el renombre de la familia en el ámbito ganadero nacional y además, adaptará al toro de Tlaxcala a los cambios que la lidia iba presentando en el devenir de los tiempos.

El centro de gravedad de las cuatro ganaderías sería la finca madre, Piedras Negras, que proveería a las demás de la simiente necesaria para mantener las cotas de calidad necesarias para representar un símbolo de garantía en todas las plazas mexicanas, pero la sangre pura estaría allí, como una fuente de reserva, accesible a todos los hierros familiares.

Lo que llegó de Saltillo

El ganado llegado en 1907 para Tepeyahualco y que resulta ser la base de la actual Piedras Negras fueron cuatro toros de nombres Tinajito número 58, negro entrepelado bragado; Tabaquero número 61, negro lucero; Barrileto, que fue lidiado en El Toreo de la Condesa el mismo año de su llegada y Lucerito, que no aparece en los libros de la ganadería.

Las vacas fueron: Garbosa número 423, cárdena clara; Campanera número 523, cárdena oscura bragada; Conductora número 544, negra entrepelada bragada; Cantarera número 548, chorreada bragada; Carriona número 554, negra entrepelada bragada; Recobera número 564, chorreada bragada; Andaluza número 566, cárdena clara; Fantasía número 583, cárdena clara; Murciana número 586, chorreada bragada y Trianera número 587, cárdena caribella.

Aquí resulta interesante destacar una cuestión, la Recobera número 564, la Andaluza número 566, y la Trianera número 587 son tres nombres que también venían dentro del ganado que importaron don Antonio y don Julián Llaguno para San Mateo, dos con las vacas y uno con un toro semental (el Trianero) que tiene una función aún no esclarecida en la historia de la ganadería zacatecana. La diferencia se dará, en el antecedente de mezcla para extender esa base hispana y en la cantidad de sementales españoles, que en el caso de los González ya vimos que fueron dos, más el Fantasío, engendrado en España, pero nacido en México de la vaca Fantasía y que es, al final de cuentas, el definidor de la ganadería.

Así pues, este 21 de diciembre se cumple un siglo de la llegada de la base saltilla definitiva de la ganadería de lidia en Tlaxcala, que es una de las cuatro columnas fundamentales de la cabaña brava mexicana y que hoy, tras de una gran problemática causada por el manejo de las cosas del campo y de la tenencia de la tierra en estos pagos, parece que vuelve por sus fueros, recuperando el sitio de privilegio que por su origen le corresponde.



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