Una verdadera corrida de expectación…
El vasto refranero taurino nos refiere que la corrida de expectación resulta ser corrida de decepción y como leeremos a continuación, esa cuarta corrida del serial referido, vino a confirmar la conseja encerrada en su versificación.
La temporada capitalina 1903 – 1904
El texto de historia de don Heriberto Lanfranchi nos indica que se celebró únicamente en el coso de la Calzada de la Piedad, pues la otra plaza de la Capital, la de Chapultepec, permaneció cerrada por ese periodo. Se compuso de 16 festejos entre el 1º de noviembre de 1903 y el 14 de febrero de 1904 y el elenco se integró puramente por diestros hispanos encabezados por Rafael González Machaquito que actuó una docena de tardes, seguido por el trianero Antonio Montes que lo hizo en nueve y completaron el elenco Chicuelo padre (6), Saleri (3), Faíco y Bebe Chico (2), Jarana y Silverio Chico (1).
Los toros que se lidiaron vinieron de Piedras Negras (29), Santín (26), Tepeyahualco (23), San Diego de los Padres (13), Atenco (6), San Nicolás Peralta, antes Cazadero (6) y españoles de Conradi (2), Murube (1), Miura (1), Juan Carreros (1) y Espoz y Mina antes Carriquiri (1).
El cartel inaugural se dio con la actuación de Antonio Montes en solitario, lidiando toros de San Diego de los Padres, siendo sobresaliente José Machío Trigo.
El beneficio de Montes se llevó a cabo el 10 de enero de 1904 y el del empresario Ramón López fue el 24 de ese mes con Montes, Machaquito quien regaló un séptimo al que mató de una gran estocada, considerada la estocada de la temporada y Chicuelo padre, quienes lidiaron toros de Tepeyahualco.
La corrida del 22 de noviembre de 1903
El mano a mano entre Machaquito y Antonio Montes provocó un gran revuelo entre la afición de la capital de México, sobre todo porque el encierro que lidiarían provendría de la ganadería de Piedras Negras, una de las más prestigiadas en ese momento de la historia taurina de México. En la crónica aparecida en el diario El Imparcial del día siguiente del festejo, firmada por El Torilero, se hace la siguiente relación de los sucesos previos a la corrida:
La fiesta se anunció con bombo superlativo, se exhibieron toros si no monumentales, sí dignos de aceptación para la primera plaza del país; se empezaron disputas en los corrillos, se propalaron versiones acerca de un reto serio entre los matadores que anunciaba el cartel y en medio de tanto comentario y del afán prosaico de que se rompiese la monotonía a que estamos acostumbrados todos esperábamos un éxito en relación con ese mismo bombo, escaramuza primordial de frases y alegrías con que los aficionados se autosugestionan.
Y llegó la hora y la plaza crujió al peso de la muchedumbre ansiosa. Llenos los asientos de distinción, tendidos, lumbreras, todo estaba pletórico, como las arcas de la empresa, la que habita en la maravillosa Jauja americana de la leyenda que en un coro de deseos se canta allende los mares…
Pero una vez iniciado el festejo y en cuanto empezaron a salir los toros al ruedo, las circunstancias planteadas inicialmente cambiaron de modo radical. Y aquí apelaré de nuevo al manido refranero taurino: El hombre propone, Dios dispone, pero sale el toro y todo lo descompone…
El encierro es descrito por El Torilero como variopinto y no es de sorprendernos, faltaban unos años para que llegara a Tlaxcala la simiente de Saltillo que definiría el pelaje cárdeno de los toros de esa casa; pero por su parte Punterete, encargado de la crónica en el diario El País no repara en esa circunstancia, solamente en algunos detalla la pinta a su juicio.
El segundo de la tarde fue pasaportado por el cordobés Machaquito. Fue un toro que tomó cinco varas al decir del cronista de El Imparcial y el de El País no hace señalamiento al respecto, pero después narra lo que sigue:
Comienza “Machaquito” con un pase alto, otro de pitón a rabo, un cambiado, dos con la derecha, uno por bajo con la misma diestra, uno redondo, un ayudado, otros dos más redondos, acariciando la frente de la fiera; dos altos más para señalar un buen pinchazo. Esto exaspera más al matador, y sigue su faena con otro alto, uno redondo, otro por bajo, uno cambiado con la derecha para tirarse y señalar otro pinchazo por lo alto, superior. Palmas.
Más nervioso el chico de Córdoba, vuelve a tirarse y deja una corta y después una media en buen sitio, que bastó. El matador se coge la mano derecha y presencia la caída del toro, yéndose para la enfermería cuando la fiera rodó por la arena…
Machaquito no volvió a salir de la enfermería, dejó al antiguo sacristán de la parroquia de Santa Ana de Triana con el resto de la corrida, que a partir de ese momento se fue por el despeñadero. Antonio Montes había saludado una ovación en el que abrió plaza, el tercero se devolvió por falto de presencia, en el cuarto y en el quinto Montes se eternizó con la espada y el sexto también fue devuelto por chico.
Sigue contando Punterete:
“Machaquito”, después del quinto toro, pretendió salir a despedirse del público, llevando la diestra en cabestrillo, pero apenas asomó, fue silbado, y entró de nuevo al patio para tomar el carruaje e irse a casa. Esto es lo mejor que pudo hacer.
Merece una censura muy enérgica el ganadero por haber mandado bueyes en lugar de toros de lidia; el cartel de que gozaba la ganadería de Piedras Negras, está completamente por los suelos. Los bueyes de referencia estaban resentidos y a cada paso caían al suelo. ¿Es posible que sólo un toro haya habido en las dehesas del señor González Muñoz?
Terminada la corrida nos propusimos averiguar qué es lo que le había pasado a Rafael, pero no había certificado médico y tan solo dijo el mismo matador, que creía que estaría malo solo esta noche, es decir, de la de anoche, que para la corrida próxima estaría ya bueno.
Advertencia a la empresa: El entusiasmo del público ha decaído mucho, y la generalidad decía que, de seguir así las corridas, no volverían más, sacrificando sus aficiones por los cuernos.
En conclusión
Una corrida que despertó los mejores ánimos de la afición de la capital mexicana terminó siendo un fiasco. Era la temporada de la presentación en México de Antonio Montes, un torero que terminaría siendo un ídolo en nuestra Patria y que terminaría también aquí sus días en las astas de un toro. Machaquito estaba apenas en los inicios de su andadura como matador de toros, en una carrera a la que le quedaba todavía una década por delante y la generación de un gran legado histórico que le llevaría a ser uno de los Califas de la Tauromaquia cordobesa.