Mostrando entradas con la etiqueta Federico Morena. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Federico Morena. Mostrar todas las entradas

domingo, 20 de octubre de 2024

14 de octubre de 1934: Se celebra el último festejo de la historia de la Plaza de la Carretera de Aragón

El paseíllo final, Madrid 14 de octubre de 1934
Foto: Baldomero - Archivo de la Comunidad de Madrid

La plaza de toros conocida como la de la Carretera de Aragón, de la Fuente del Berro o de Felipe II en Madrid, fue proyectada por los arquitectos Emilio Rodríguez Ayuso y José Álvarez Capra. Se inauguró el 4 de septiembre de 1874 con una corrida de toros en la que participaron los espadas Manuel Fuentes Bocanegra; Rafael Molina Lagartijo; Francisco Arjona Currito; Salvador Sánchez Frascuelo; Vicente García Villaverde; José Lara Chicorro; José Machío y Ángel Fernández Valdemoro, para enfrentar toros del Duque de Veragua; Antonio Hernández; Núñez de Prado; Puente y López antes Aleas; Anastasio Martín; Miura y López Navarro.

Tenía una capacidad para algo más de trece mil espectadores y fue el sitio donde se escribieron importantes páginas de la historia de la tauromaquia y también el sitio en el que se definió el curso de la lidia en el sentido que actualmente la concebimos, cuando el 24 de mayo de 1928, ya en el ocaso del escenario, Chicuelo mostró ante Corchaíto de Graciliano Pérez Tabernero que el toreo tenía que tomar un rumbo nuevo. Ya por esos días estaba presente también la propuesta de Gallito, en el sentido de que las plazas de toros tenían que ser de gran capacidad para atraer más afición a los festejos y a precios más accesibles.

Es así que al término de la década de los veinte se inicia la edificación de la plaza de toros de Las Ventas, a partir de un proyecto del arquitecto José Espeliú quien fue asesorado por Joselito. Ese nuevo coso tendría casi el doble de capacidad del de la Fuente del Berro y tendería a sustituirlo en un futuro no muy lejano. Fue inaugurada, aunque se diga otra cosa, el 17 de junio de 1931, porque en esa fecha se dio allí la primera corrida de toros y quedó como la primera plaza de Madrid, a partir del mes de octubre de 1934.

El festejo final de la plaza de la Carretera de Aragón

Para el domingo 14 de octubre de ese 1934 se anunció una corrida de toros con el caballero en plaza Antonio Cañero, quien enfrentaría en primer término dos toros de Martín Martín y los diestros Marcial Lalanda, Joaquín Rodríguez Cagancho y Rafael Vega de los Reyes Gitanillo de Triana, quienes lidiarían toros de Ángel Sánchez y Sánchez, antes Trespalacios. Al final de cuentas, de estos últimos solamente se lidiaron cinco, porque el quinto de la corrida fue de Clairac.

Escribió Federico Morena en su tribuna del Heraldo de Madrid:

Todas las despedidas son tristes; pero plugo a los hados que ésta fuese altamente cordial. Toreros y aficionados separáronse con un «adiós» y un «hasta luego» cariñosísimos. El «adiós» para esta plaza de nuestros amores, que cumplió ayer sus destinos y que se entregará hoy resignadamente a la piqueta demoledora. El «hasta luego» como testimonio elocuente y magnífico de futura convivencia de los tres espadas y este buen público – ¿cómo bueno?; ¡jamón serrano! – de Madrid...

El primer toro de la tarde fue, decía, para Antonio Cañero, quien solamente pudo salir en esa oportunidad al ruedo, pues al intentar finiquitarlo pie a tierra, fue herido por el mismo. Escribió Recorte para el diario madrileño La Libertad:

Don Antonio Cañero lidió uno de los toros de D. Martín Martín, haciendo gala de sus grandes condiciones de caballista, teniendo rasgos de artista del toreo a caballo. El toro era bronco y tardo, teniéndole que desafiar en los terrenos de adentro para ponerle varios rejones y banderillas, un par de éstas excelentemente ejecutado y en condiciones comprometidas. Una de las veces, con la jaca castaña, desafió tan cerradamente al toro en la puerta de las cuadrillas, que alcanzó a la jaca, hiriéndola en el ijar derecho, dando muestras de gran contrariedad el caballista. Echó pie a tierra, y al dar el primer muletazo con la mano derecha, lo empuntó y campaneó, y con la cara ensangrentada pasó a la enfermería... Rota quedó aquí esta primera parte de la corrida, por la expectación que invadió la plaza, a pesar de que el novillero Trasmonte se ofreció para matar al novillo, cuyo ofrecimiento fue denegado por el presidente, originándose una gran protesta del público, acaso por la carestía de las localidades; pero tuvo su compensación, como se verá luego...

El parte que rindió el doctor Jacinto Segovia, jefe de los servicios médicos de la plaza fue el siguiente:

Durante la lidia del primer toro ingresó en esta enfermería el rejoneador D. Antonio Cañero con una herida en la región glútea derecha, que interesa tejido subcutáneo, aponeurosis y músculos glúteos, de 12 centímetros de extensión, con una trayectoria paralela al recto. Pronóstico menos grave. – Doctor Segovia.

Ese percance, que impidió que Antonio Cañero lidiara a su segundo toro, se traduciría en uno de los factores del éxito de la tarde final de la plaza, como adelanta el cronista y como podremos ver enseguida.

El cierre triunfal a cargo de Marcial Lalanda

El más grande de toda la torería... – dice su pasodoble – tuvo su gran triunfo con el cuarto de lidia ordinaria, cortándole las dos orejas. Escribió Recorte en el diario La Libertad:

...habría sido suficiente su faena de ayer al cuarto de la tarde, en esta parte de la lidia, para evidenciar que su figura se alza gloriosa, plena de luz y colores frescos, animada por un sentido científico de la lidia de reses bravas. Fue un toro berrendo, manso y difícil; lo desafió con un escalofriante pase por el lado izquierdo con las dos rodillas en tierra: pisó el terreno del toro, metiéndole la muleta en el hocico; le dio tres naturales, de los que salió humillado el animal; siguió pisándole el terreno y yéndosele a cada pase el bicho, insistiendo valerosísimo tan cerca y tan temerariamente hasta obligarle a tomar la muleta y así hacerle girar una vuelta completa, confundidos artista y toro, una vuelta tan emocionada que arrancó una ovación clamorosa, continuando con pases de todas las marcas. Y esta faena, que fue brindada al público, tuvo como remate un pinchazo en lo alto, seguido de una entera hasta el puño bien ejecutada y un descabello al primer golpe. Esta vez la plaza entera pidió las orejas, que se le concedieron, teniendo que dar la vuelta al ruedo y salir por tres veces también a saludar desde el tercio...

Y para redondear el gran suceso, pidió el que debió ser el segundo de Antonio Cañero – quien los enfrentaba en puntas – para que saliera en octavo sitio y le fue concedido por la presidencia. Ese toro lo brindó a Gregorio Corrochano. Así lo vio el propio brindado, en su tribuna del ABC madrileño:

Pero Cañero había sido herido por el primer toro. Y quedó el otro sin lidiar. No sé de dónde salió la voz de que Lalanda, acabada la corrida, mataría el toro de Cañero. Lalanda lo pidió. Y así cerraba Marcial la tarde. Salió el toro que, como el otro de Cañero, era del Conde de Orgaz, y salió dificilísimo. Manso, sin embestir, y cuando arrancaba, peligroso. Muy difícil. Menos mal que Marcial venía en tren que no le desluciera ningún torito y el público vio la importancia del regalito. Tuvo la delicadeza de brindármelo, como el último toro que se lidiaba en la plaza...

No siempre los toros de regalo resultan el pasaporte al triunfo. Ya pudimos leer que Marcial Lalanda en este caso no lo requería para esos efectos, sino para tener en su haber, quizás, el mérito de haber sido el torero que mató el último toro en la hoy llamada Plaza Vieja de Madrid y también, para dejar que la concurrencia disfrutara de su espectáculo completo. Así es ya la historia.

También triunfó Cagancho

Cagancho también tuvo una tarde brillante. Y destacó, de acuerdo con el común de las crónicas, por haber rematado debidamente las quintaesencias de su toreo, con el manejo de la espada. Alfonso, cronista de El Liberal, así describe su tarde:

El toreo parsimonioso y a la par alegre de Cagancho, tenía a la hora de matar un amargo contraste. Le fallaba el acero. ¡Cuántas bellas faenas se han perdido por esa dificultad! El gitano tenía más miedo a dejarse ir “tras de la espá” que el que dicen que sienten cuando ven a su vera a la Guardia Civil. Pues el domingo Cagancho nos hizo sentir de cerca las sensaciones del arte del volapié. Y a su primero, al que había toreado bien de cerca, lo mató de una estocada en lo alto, entrando desde cerca lentamente, muy derecho y saliendo limpio por los costillares. Un toro admirablemente muerto. Y, sin embargo, eso no fue nada al lado de lo que realizó en el siguiente. Una faena con pinturerías y gracia gitana. Adornos y majezas, vistosidad y desplantes. Esperó el momento de tener al público en situación, montó la espada para decir el clásico: “Vamos a ver si se mata así”, que tantas veces se ridiculiza después y ajustándose a las más clásicas y exigentes condiciones de la suerte del volapié, clavó todo el acero en lo alto del morrillo, haciendo rodar al bicho sin puntilla. El público – al que había brindado el toro –, entusiasmado y sorprendido por la audacia y gallardía del gitano, reclamó la oreja, que le fue concedida, y Cagancho dio la vuelta al ruedo en el último toro que mató en esta plaza...

Joaquín Rodríguez Ortega comenzaba a demostrar a los públicos de la capital española una de las divisas de su hacer ante los toros, el extraordinario manejo de la espada y no desaprovechó esta importante ocasión para hacerlo.

Por su parte, Gitanillo de Triana tuvo una tarde de poca fortuna con dos toros complicados que apenas le permitieron lucir por momentos en el toreo a la verónica.

Algunos datos para la historia

El rejoneador Antonio Cañero, quien lidiaría los dos primeros toros del festejo, llevó como auxiliadores a los banderilleros Emilio Ortega Orteguita y Faustino Vigiola Torquito II. No se le anunció sobresaliente, porque de no poder finiquitar a los toros desde el caballo, se advertía que él mismo lo haría pie a tierra. Por esa razón fue herido por el primero de su lote.

Las cuadrillas de los toreros a pie fueron integradas por los picadores Juan Atienza, Miguel Atienza y José Atienza; Francisco Zaragoza Trueno y Agustín Ibáñez Marinero; Francisco Chaves y Antonio Chaves, siendo picadores de reserva Antonio Vega y Carlos Ruiz. Como banderilleros salieron Eduardo Lalanda, Antonio Gallego Cadenas y Bonifacio Perea Boni; Alfredo Gallego Morato, Eduardo Pérez Bogotá y Antonio Vargas; Manuel Álvarez Andaluz, Manuel Ponce y Gabriel Moreno. Y como dato adicional, el último par de banderillas que se puso en esa plaza, correspondió a Bonifacio Perea Boni.

Agregaré lo que apunta Recorte en La Libertad:

La corrida empezó a las tres y media, siendo la entrada floja, acaso por las circunstancias por que atraviesa España en estos días…

Así terminaron los días gloriosos de una plaza de toros que fue ejemplar en su tiempo, poniendo siempre a la vista que la fiesta de los toros es una manifestación artística en la que la vida y la muerte se enfrentan sin cortapisas, y dejando tras de sí una enorme carga de la mejor historia taurina.

lunes, 6 de junio de 2022

Hace 90 años. El encuentro de Armillita y Centello de Aleas en Madrid (II/II)

Armillita visto por Roberto Domingo
La Libertad, Madrid, 7 de junio de 1932

No se puede quedar bien con todos…

Aunque antes de seguir adelante con el tema, considero importante hacer algún apuntamiento acerca de lo que eran algunos de los personajes de la prensa taurina mexicana en aquellos días.

Inicialmente conocía únicamente la crónica de Federico Morena – transcrita en el Cossío – y esta coincide en lo sustancial con la tradición oral acerca del gran triunfo del Maestro de Saltillo, posteriormente conocí las de F. Asturias en Ahora y el semanario Estampa, la de Chavito en La Nación o la de Rafael en La Libertad, pero al encontrarme con la de Federico M. Alcázar, en El Imparcial, me volví a enfrentar con el hecho de que ayer como hoy, los escritores tienen sus filias y sus fobias y también sus intereses, a veces muy bien definidos en estas cuestiones de los toros. 

La crónica de Alcázar está escrita en forma epistolar y va dirigida a Carlos Quirós Monosabio, en esa fecha ya cronista taurino del diario La Afición, mismo que fundara junto con Alejandro Aguilar Fray Nano en el año de 1930, a su salida de Toros y Deportes – sucedáneo de El Universal Taurino –, la que según Enrique Guarner, se debió a una denuncia que hizo Antonio Márquez a don Miguel Lanz – Duret, en esos días Director General de El Universal, acerca de las desmedidas pretensiones económicas de Quirós para moderar sus posiciones en las crónicas que escribía. La versión de Guarner sobre este asunto es la siguiente:

…En 1924 – 1925 el madrileño Antonio Márquez viene a México para torear la última temporada de Rodolfo Gaona y no obstante haber toreado 8 corridas cobrando 8 mil pesos por cada una, tiene que pedir prestado para regresar a España. Vuelve en 1930 y ya no visita a “Monosabio”, por lo que éste emprende una campaña contra él. La rebelión era peligrosísima, porque podía cundir el mal ejemplo. Márquez busca en una cena al director de El Universal, le pone las cartas boca arriba y el cronista es despedido, pero poco tiempo después “Monosabio” encuentra una nueva tribuna en “La Afición”, desde donde continúa con sus sobornos… (Crónicas de Carlos León, Editorial Diana, México, 1987, Pág. 16)

Lo que es evidente, es que Monosabio se movía profesionalmente según sus intereses, que además, era el pontifex maximus del gaonismo en México y era un hecho también, que Rodolfo Gaona no toleraba la presencia en los ruedos de Fermín Espinosa Armillita. Le veía con gran recelo. Las palabras de Leonardo Páez acerca de la tarde de la alternativa mexicana del Maestro:

…Hace apenas dos años y medio que el maestro leonés se despidió de los ruedos y satisfecho asiste a la corrida, convencido de que nadie puede llenar el hueco taurino y artístico que ha dejado… Sin embargo, El Indio Grande observa incrédulo cómo aquel chamaco flacucho y espigado da la vuelta al ruedo en el toro de su doctorado, “Maromero”, y algo de contrariedad experimenta cuando Fermín emocionado le brinda la muerte de su segundo, “Coludo”. La gran ovación que recibe Gaona pronto se apaga con los fuertes olés que provocan los sensacionales muletazos de aquel niño maestro, quien además de dominar con desahogo al sandieguino le corta las orejas y el rabo y es llevado en hombros hasta El Universal Taurino…

Carlos Quirós había llevado a Federico M. Alcázar a El Universal Taurino como corresponsal en Madrid a la muerte de Ángel Caamaño El Barquero, lo que me sugiere que compartían maneras de ver la fiesta y de lo que he leído de la obra periodística de Alcázar, también coincidían en el entendimiento de la misma. No puedo afirmar, porque carezco absolutamente de medios o versiones para hacerlo, que también participaran de los mismos métodos para someter a los toreros a sus mandatos, como el caso que Guarner narra respecto del llamado Belmonte Rubio, pero sí distingo muchas coincidencias en su proceder.

El padre de Armillita se acogió a los buenos oficios de Verduguillo para difundir los logros de sus hijos toreros. Por supuesto, eso no le encantó a Monosabio, que, por su labor periodística diversa a la taurina, se había constituido en una especie de oráculo táurico en los círculos del poder. Si sumamos a eso la celosa inquietud que produjo en quien hasta poco tiempo antes era el número uno, es decir Rodolfo Gaona, la resultante será que la opinión de Carlos Quirós será siempre la de buscar el prietito en el arroz, la de resaltar los desaciertos en lugar de proclamar las virtudes y a fe mía, que después de leer la crónica de Alcázar, ese sentimiento es el que le transmitió su amigo.

En esos antecedentes, paso a transcribir íntegra la crónica aparecida en El Imparcial de Madrid, del día 7 de junio de 1932, firmada por el citado Federico M. Alcázar:

La octava corrida de abono

Historia de un recurso

Una gran faena de Armillita

Reaparición de Fuentes Bejarano

Carta Abierta

Para "Monosabio" crítico taurino de Méjico

Amigo Quirós: Perdone si algún retraso lleva ésta completamente involuntario. Me ha sobrado deseo y gusto, pero me ha faltado tiempo.

Recibí la suya en la que me pedía confidencialmente una impresión de la temporada en España. Hasta hoy no he podido hacerlo. Tampoco encontré oportunidad.

Ahora lo hago aprovechando las últimas corridas, que son las más interesantes. Como lo que voy a decirle me interesa que lo conozca el público, se lo mando por conducto de EL IMPARCIAL, que es el periódico a que está usted suscrito.

La temporada, amigo Quirós, va siendo deficiente, tirando a mala. Como casi todas las temporadas. Por los toros, peor que por los toreros. Han salido media docena de reses notables. Pero el término medio ha sido manso, ese tipo de manso con el que no es posible el lucimiento.

Lo más interesante de la temporada ha sido una corrida celebrada recientemente, en la que Bienvenida y Ortega han dado una gran tarde de toros. Ha sido un clásico y brillante mano a mano, con sabor de época y salsa de competencia. Dos toreros jóvenes de opuestos estilos y escuelas. 

Creo que si en la repetición tienen suerte formarán partido. Ambiente ya tienen. También debo hablarle de Barrera, a quien usted conoce sobradamente.

Barrera ha vuelto de Méjico que «jumea», y está saliendo a éxito por corrida. Y como detalles reveladores, no como cosa plena y lograda, debo apuntarle los nombres de La Serna y Solórzano, que nos han servido el mejor toreo de capa de la temporada.

Pero lo más interesante y ruidoso por los comentarios apasionados que está suscitando, es un recurso que está empleando Ortega con los toros quedados y que, a juzgar por los síntomas, van a seguirlo los demás toreros con todos los toros. Pero no es esto lo malo. Lo peor es que el público, a juzgar también por los síntomas, lo va a aplaudir sin reparar si el recurso es adecuado al toro. Esto es lo interesante y lo que da valor al recurso. Pero como hoy la gente ha perdido, no sólo la afición, sino la simple curiosidad y va a los toros como a otro espectáculo cualquiera, cada día sabe menos de estas cosas y juzga las corridas por impresión, aplicando a toros y toreros un criterio simplista. Antes se dejaban orientar por la crítica; pero ahora creen que saben más que críticos y toreros. Y esto es lo grave, porque cada día les sorprende una cosa que ellos creen una novedad y luego resulta que tiene en el toreo un antecedente histórico de treinta años.

El recurso a que me refiero es éste: cuando un toro está muy quedado y no embiste al cite natural se le sesga al pitón contrario, adelantándole las «bambas» de la muleta al hocico y enganchándolo. De esta forma se le hace parar. A esto, como usted sabe, se le llama en términos taurinos «jalar del toro». Recurso para los toros que no vienen, que no se arrancan al cite natural. Este recurso, empleado con los toros prontos, a los que basta pisarles el terreno para que se arranquen, es una pamplina innecesaria y hasta una ventaja porque al toro bravo hay que dejarlo llegar, parar y aguantarle, que este es el valor supremo. Todo el mérito que tiene en los toros quedados de corta arrancada lo pierde con los bravos de arrancada larga y franca. 

Pero este recurso tiene una historia que usted seguramente recordará.

Fuentes fue el primero que empleó este recurso con la mano derecha. Fuentes, que era la quinta esencia de la elegancia, les llegaba a los toros muy cerca con la muleta en la mano derecha. Hacía el cite natural meciéndola un poco. Si el toro no acudía, la retiraba y entonces su figura adquiría aquella pose majestuosa y elegante, mezcla de señor y de gitano. Volvía de nuevo a citar: ¡Ja! Y al no acudir por segunda vez adelantaba un paso y le echaba la muleta al hocico, enganchando al toro y haciéndole pasar hasta donde le daba de sí brazo y muleta, mientras la figura permanecía quieta y erguida. Eso lo hacía con los toros quedados. A los que, colocado en su terreno, embestían pronto no había necesidad.

Pasó el tiempo, y un día Gallardo, el apoderado de Vicente Pastor, hablando de Fuentes, le dijo a Vicente:

— «Oiga usted, Vicente, ¿por qué usted, que tiene tanta facilidad para torear con la mano izquierda, no prueba a hacer lo que hace Fuentes a los toros quedados con la derecha?»

— «No sé si resultará —respondió Pastor—, Lo probaré, porque es un recurso lucido y eficaz».

Y lo probó. Ya recordará usted cómo tomaba los toros Pastor. Les salía andando lejos — así decían que lo hacía Frascuelo, que, a pesar de su fama, no creo que aventajara como torero a Vicente — para irlos fijando. Se paraba dos o tres veces y cuando les llegaba desplegaba la muleta. Si el toro acudía al cite natural, consumaba el pase; pero si no embestía, le andaba un paso más y le adelantaba la muleta al hocico, enganchándolo y haciéndolo pasar. El pase lo remataba siempre por alto.

Después, lo hizo Belmonte. Yo recuerdo habérselo visto hacer a varis toros, entre ellos a uno de Albaserrada. Y últimamente el malogrado Gitanillo de Triana se lo hizo con el capote varias veces a un toro de Murube, en Sevilla. Apelo al testimonio de don Clemente del Oro, que lo presenció conmigo. De este recurso, como de otras muchas cosas del toreo, hablamos diariamente una peña de aficionados, Y uno de ellos, que es tocayo mío, estando con Ortega en Salamanca, después de verle torear magistralmente una vaca, cuando el animal había quedado agotado y no podía con el rabo, le dijo: «Déjala que se refresque y échale la muleta al hocico, verás cómo todavía la puedes torear». Y la toreó como Ortega torea. Y a partir de ese momento no tropieza con toro quedado que no le eche las bambas, el enganche y provoque el entusiasmo.

Lo que hace Ortega con los toros quedados, lo que debe hacerse cuando se tiene valor para ello, quieren hacerlo los demás toreros a los toros que no lo necesitan y este es el error. Error que no debe compartir el público. Lo malo de estos recursos es que andando el tiempo la fuerza de la costumbre los convierta en usos, y esto es deplorable. Es deplorable porque del uso al abuso no hay más que un paso, recurso para la suerte de recibir fue el volapié. Luego surgió otro recurso: el paso atrás. Después otro: perfilarse fuera del pitón, que engendró el cuarteo. Y así, de concesión en concesión, hasta el paso de banderillas, total que la suerte de recibir se perdió y el volapié también, pues ahora es cuando verdaderamente vuelan los pies. Ya veremos si los de ese mozo de Chiclana que se llama Gallardo se están quietos. Hay que tener mucho cuidado no se repita el caso lamentable que acabo de apuntar. Que por abusar de un recurso se pierda una de las tres cosas matrices y puras del toreo: el pase natural. Por eso doy la voz de alarma en América por conducto del crítico más autorizado.

El domingo empleó este recurso Armillita innecesariamente, pues era un toro bravísimo de los llamados de bandera para los toreros, que cuando le pisaban un poco el terreno se arrancaba veloz. Y, naturalmente, el público se entusiasmó más por este detalle que por los pases naturales en sí. La gente no reparó que el toro no necesitaba de este recurso para torearle reposadamente al natural. Y esto no es por restarle mérito a los cuatro pases naturales, que fueron colosales. Los muletazos con la mano derecha me gustaron menos. Pases sueltos, por alto y en redondo de los llamados estatuarios, pero perdiendo la muleta tres veces. Una faena monumental, que desbordó el entusiasmo, pero un poco sosota, desangelá, de ave fría; un guiso suculento, pero sin sal. Ya conoce usted a Armillita. Pinchó cuatro veces y le dieron la oreja. En el sexto, que se lidió bajo un aguacero no hizo nada. Le mató de un sablazo. Banderilleó en toro de la oreja con facilidad y finura.

En esta corrida reapareció Fuentes Bejarano, No había figurado en el primer abono y volvió en el segundo. También conoce usted a Bejarano, Torero valiente y dominador. Pertenece a ese grupo de toreros machos que ostentan una divisa, la divisa que fue siempre la más limpia ejecutoria del toreo: la hombría. Le tocaron dos buenos mozos. El primero se declaró manso. Después de lancearlo por verónicas ceñidísimas que se jalearon, le trasteó cerca y valeroso, para un pinchazo y una soberbia estocada en las tablas, jugándose la cornada. Gesto pundonoroso y bravo, que le valió una ovación con vuelta al ruedo. También se ajustó con el capote en el quinto, que era un hermoso ejemplar con dos pitones que daban miedo. La faena fue breve y emocionante. Seis pases altos y de pecho valerosísimos, seguidos de un macheteo entre los pitones para una estocada desprendida. Otra ovación con vuelta al ruedo v petición de oreja.

Fortuna, borroso y gris toda la tarde. Unos lances al primero, algunos muletazos por bajo y una estocada en el cuarto hábilmente colocada. Poca cosa. Y nada más. Como nota final le diré que los toros fueron de la viuda de Pepe Aleas. Una corrida admirablemente presentada, en la que se lidió un toro bravísimo, ideal para el torero: el de Armillita. Un toro un poco blando para los caballos, pero para el torero excepcional. Los restantes cumplieron, haciendo una pelea desigual.

Un abrazo.

Federico M. Alcázar

Como podrán ver, don Federico se empeña en demeritar lo que resultó ser una faena histórica, haciendo un alarde de erudición, tratando de establecer – y creo que muy claro lo deja – que lo que Armillita hizo esa tarde, ninguna novedad era y que, de haber dado otra lidia al toro, quizás, estaría comentando una obra más grande que la vista. Total, que no quedó contento Alcázar ese día, aunque después, en 1936, sería uno de los más acérrimos defensores del Maestro Fermín y los demás toreros mexicanos echados a la mala, de España.

Sin embargo, me parece que así como con clarividencia unos años antes, vio el toreo que estaba por venir, cuando describió la faena de Chicuelo a Corchaíto de Graciliano Pérez Tabernero en ese mismo ruedo y en las mismas páginas de El Imparcial, ahora, sus filias y sus fobias no le permitieron ver quizás, un golpe de timón que un torero mexicano daba a la forma de hacer el toreo. 

Tirar del toro...

Lo que reflejan la mayoría de las crónicas implica que torear ya no es esperar la arrancada del toro, sino provocarla y obligarla a ir en una determinada dirección. Es decir, era la pieza del puzzle que faltaba, para completar lo que Chicuelo, torero nacido en Triana en la calle Betis, pero criado en Sevilla en la Alameda de Hércules había iniciado un lustro antes. Es decir, Armillita dejó para la posteridad el hecho de que para ligar, según se tercie, a veces hay que tirar del toro.

Y si no, léase nuevamente la crónica de Federico Morena, en la que describe con claridad la manera en la que hoy se torea de muleta:

…Echó el artista la muleta atrás y adelantó el cuerpo arrogantemente. Pisaba el terreno de los valientes. Entonces la muleta avanzó despaciosa, sin dudas ni vacilaciones, hasta dar suavemente con los vuelillos en el hocico de la res. Y vino la arrancada: una arrancada templadísima. El espada tiró del toro, y se lo llevó al costado, y dobló la cintura sobre el pitón, y obligóle a trazar con el espinazo una curva considerable…

Ese punto lo reitera también Chavito en La Nación, cuando dice:

...Sin la teatralidad de Ortega, adelantó la muleta, y, “quietos los pies”, moviendo uno solamente para cargar la suerte CUANDO EL TORO METÍA LA CABEZA EN EL ENGAÑO, dio cinco naturales enormes, que enardecieron al público... Espinosa corrió la mano con calma, pausadamente, con mucho temple, e inició y remató los pases, sin mover, como ya he dicho, los pies... Imitó a Ortega en lo de adelantar la mano; pero no le hizo caso en lo de citar con la pierna, para retirarla luego y moverse cuando el toro llega a jurisdicción... He subrayado la palabra imitó, porque ahora resulta que Domingo Ortega ha sido el único torero que se ha atrevido a hacer esto, y así lo aseguran los que han visto torear a Juan Belmonte, que lo hacía a diario, sin que nadie le diese importancia...

El círculo se había cerrado, lo que inició Joselito con el toro de Martínez aquél de la encerrona madrileña, lo prosiguió Chicuelo con Dentista y Lapicero aquí en México y lo culminó con Corchaíto en Madrid y lo remató debidamente Fermín el Sabio – tirando del toro – con Centello, ese es, desde mi punto de vista, el real fondo de la faena y el real fondo de la ceguera de taller de Alcázar, que influido por su amigo Monosabio, no supo, no quiso o no pudo ver lo que ante sus ojos se estaba culminando. Grandes son los males que las visiones interesadas pueden causar a la memoria histórica de las cosas.

Aviso parroquial primero: De nueva cuenta, los resaltados en las crónicas transcritas son obra de este amanuense, pues no constan así en sus respectivos originales.

Aviso parroquial segundo: Igual que ayer, hace trece años publiqué una primera versión de estas notas, localizable aquí.


domingo, 5 de junio de 2022

Hace 90 años. El encuentro de Armillita y Centello de Aleas en Madrid (I/II)

La actuación de Armillita vista por Antonio Casero
ABC, Madrid, 7 de junio de 1932

Una histórica faena

La página 3 del diario madrileño La Época, en su edición del sábado 4 de junio de 1932, contenía el siguiente anuncio:

DIVERSIONES PÚBLICAS: Plaza de Toros de Madrid. – Mañana domingo, se celebrará la octava corrida de abono, lidiando toros de Aleas las cuadrillas de los aplaudidos diestros «Fortuna», Fuentes Bejarano y «Armillita Chico». La corrida empezará a las cinco.

Ese anuncio me permite traer a la mesa de los recuerdos – y quizás de las discusiones – una faena que se considera como una de las más importantes que se han realizado en las plazas de Madrid. Era la octava corrida del abono y se anunció una corrida de doña Dolores Hernán Viuda de García – Aleas para Diego Mazquiarán Fortuna, Luis Fuentes Bejarano y Fermín Espinosa Armillita, en tarde que comenzó entoldada y que terminó con un fuerte aguacero.

Armillita tuvo padre y hermanos mayores toreros. Se le califica de superdotado, intuitivo y como torero largo, por el extenso repertorio de suertes y recursos que desplegaba en la lidia, amén del conocimiento que rápido adquiría de las condiciones de los toros en el ruedo. Era un eficaz estoqueador y cuenta en su haber el honor de que nunca se le fue vivo un toro en su carrera. Se le parangonó con Gallito por su precocidad torera y su excepcional sabiduría. Al final, se le reconocería para los restos, como El Maestro de Maestros”.

El jovencísimo Armillita – tenía apenas veintiún años – se encontraba en la línea de ascenso en su carrera ya en el cuarto o quinto año de alternativa, según se contara el tiempo a partir de la que Antonio Posada le diera en El Toreo de la Ciudad de México o de la que su hermano Juan le otorgara en Barcelona. La realidad era, independientemente del aspecto cronológico, que en Fermín se gestaba un torero que sería un modelo para su tiempo y para el que estaba por venir y que, en las tres temporadas siguientes, sería la cabeza de su escalafón en España y en México. 

Ese 5 de junio de hace 90 años, la corrida de la Viuda de Aleas salió con complicaciones. De los seis toros, dieron posibilidad de lucimiento el quinto, al que cortó una oreja Fuentes Bejarano y el sexto, Centello, al que Armillita cortó, según la mayoría de las crónicas, una oreja, aunque alguna le adjudica el otorgamiento de dos trofeos auriculares. El eje de esta faena fue el toreo al natural. Tan lo fue, que la mencionada crónica de Federico Morena en el Heraldo de Madrid, se titula El ilustre naturalista azteca y en su médula expresa lo siguiente:

Ya teníamos a Fermín armado de muleta y estoque. Un pase de tanteo con la derecha. «Centello» tomó el engaño rectamente. Y la muleta pasó airosamente a la mano zurda. No era el noble bruto pronto a la arrancada. Y el torero supo aprovechar esta circunstancia para imprimir a la faena más relieve, mayor brillantez. Echó el artista la muleta atrás y adelantó el cuerpo arrogantemente. Pisaba el terreno de los valientes. Entonces la muleta avanzó despaciosa, sin dudas ni vacilaciones, hasta dar suavemente con los vuelillos en el hocico de la res. Y vino la arrancada: una arrancada templadísima. El espada tiró del toro, y se lo llevó al costado, y dobló la cintura sobre el pitón, y obligóle a trazar con el espinazo una curva considerable… ¿Es así como se torea al natural? La plaza crujió en un alarido de asombro. Y otra vez la muleta avanzaba, y prendía al bicho, y tiraba de él, dominadora, triunfante. ¡Y así hasta cinco veces! Cinco naturales perfectos. ¡Lástima grande que cortara la faena! Toro y torero seguían guardando el mismo ritmo, y la faena por naturales pudo haberse prolongado indefinidamente. «Centello» era toro de quince o veinte naturales… Pero la muleta pasó a la otra mano. Conste que no censuro. Lamento únicamente. El artista quiso, sin duda, dar variedad a la faena. Propósito muy laudable. Sin embargo, desmereció un poco esta segunda parte… Hubo, empero, excelentes pases por alto y en redondo, sin perder el espada un solo instante la más perfecta naturalidad en la ejecución… Aún volvió unos instantes la muleta a la izquierda para esculpir – buril prodigioso – varios naturales, tan acabados, tan meritísimos como los de la primera serie… La faena se había prolongado un poco más de lo conveniente, y cuando se acordó Fermín de que tenía que matar encontrándose con la desagradable sorpresa de que el bicho, agotado, echaba la cara al suelo. Y pinchó cuatro veces, bien que todas ellas mirando al morrillo y con deseos evidentes de matar bien… La faena, o, si lo prefieren los exigentes, la parte de ella destinada al toreo por naturales, produjo tan excelentísima impresión en el público, desató de tal modo sus entusiasmos, que apenas dobló el toro no hubo pañuelo que no saliese agitadamente del bolsillo para pedir el supremo galardón para el supremo artista. Y el presidente se apresuró a concederlo. Participaba, sin duda, de los mismos entusiasmos…

El cronista del diario madrileño La Correspondencia salido el 7 de junio, firmando como Juanito Puyazo, cuenta lo que sigue:

… ¡Ahí está el profesor! Unos naturales, ocho seguidos, que ponen a la gente en pie y se jalean con entusiasmo, porque ha toreado como lo hizo Ortega a la tarde de su triunfo la corrida anterior. Llegando con el cuerpo, la muleta atrás para irla adelantando majestuosamente hasta los hocicos del toro, tirando luego de él de una forma prodigiosa, haciéndole luego girar con temple y suavidad extraordinaria. Cada pase es un grito de emoción, que termina en un gran silencio para volver de nuevo a enloquecer en cada pase. Y esa faena prodigiosa la repite Fermín por tres veces, dando media docena de pases en cada serie, mejorados si cabe, ceñidos, que siguen armando el alboroto; los oles salen del pecho de todos los aficionados. Las ovaciones son estruendosas. Y el de Méjico no se conforma y sigue haciendo faena, ahora en unos pases en redondo magníficos, otros afarolados, un ayudado artístico, cambiando la muleta de mano, otros de rodillas… Lector: las manos se rompen de tanto aplaudir, y las gargantas se apagan de tanto jalear. ¡Ha sido una faena maravillosa, de maestro, muy difícil de mejorar, porque todos los pases han sido perfectos, sin enmendar ninguno de ellos, y valientes y artísticos! Por tanto, torearlo, el todo queda incierto para matar, y Fermín tiene que entrar cuatro veces con el estoque, pero la gente está pidiendo las orejas antes de acabar con él, y cuando rueda, se le concede la oreja, siguiendo los pañuelos pidiendo la otra, que el presidente concede también… Al Armillita Chico se le pasea en hombros por el ruedo entre grandes aclamaciones, y se le saca así a la calle vitoreándole, por haber ofrecido al público de Madrid la más grande faena de muleta que ha efectuado el Joselito Mejicano, difícil de superar por las grandes figuras en los tiempos actuales…

Por su parte, en Rafael Hernández y Ramírez de Alda, firmando como Rafael, consigna esto en La Libertad del 7 de junio:

...la clamorosa ovación que alcanzó Armillita; la oreja del toro, a pesar de entrarle a matar cuatro veces; la salida en hombros y los unánimes elogios de los aficionados, no fueron por al total de la faena, con ser, repito, muy buena, sino que fueron única y exclusivamente por la manera, por la maravillosa manera con que toreó al natural. Yo no he visto nada mejor y ni siquiera nada que lo iguale... Fueron primero cuatro pases naturales, adelantando la muleta hasta provocar la embestida del toro y llevándole toreado con un temple, un arte y una elegancia exquisitos, hacerle girar en torno de la figura, sin mover los pies, mandando con la muleta y ejecutando, en suma, el pase natural de manera tal que no se concibe nada más perfecto. Y después de esos cuatro naturales, aun lo repitió en dos pases más de la misma inimitable factura... Ante aquello, ¿qué importancia tenía lo demás? El público pidió la oreja estando todavía el toro vivo. No importaba ni los tres pinchazos y la media estocada que empleó para matar el toro, ni que el bruto tardara en doblar, ni que se levantara por fallar el puntillero y volviera otra vez a recorrer el ruedo barbeando las tablas, ni el frio, ni el agua; no importaba más que aquella manera de torear al natural, que habla que premiar de manera que quedara patente el entusiasmo y la admiración de los espectadores, y en cuanto el toro dobló definitivamente se le concedió la oreja al diestro, y el público se echó al ruedo, y sin darle tiempo a dejar la muleta con la que acababa de escribir la página más brillante de su vida taurina, le tomó a hombros y se lo llevó en triunfo, dando la vuelta al ruedo entre una delirante ovación...

Cierro esta parte de los recuerdos con la apreciación de F. Asturias, que en el diario Ahora también del 7 de junio, relata:

…Armillita toreó ayer de un modo maravillosamente perfecto. Suave, acompasado, rítmico, tranquilo, con la conciencia de lo que hacía y con una cantidad de torero atroz. Todos sabíamos que era un buen artista; pero nunca creímos que fuera un caso excepcional. Toreó al natural y de pecho, con pases de la firma, con rodillazos, molinetes y afarolados. Tras la primera serie de naturales – entre cinco y siete, no estamos seguros – se pasó la muleta a la mano derecha, y con la misma perfección, con la máxima suavidad, ejecutó una serie de pases extraordinarios. Los altos, los de pecho, los de la firma, alcanzaron perfección semejante, una lección de toreo... Pero asombrosa... El público no cesaba de aclamarlo... Pinchó tres veces superiormente y terminó de una, llevándose el acero enredado en una venda que llevaba en la muñeca. Se le concedió la oreja, lo pasearon en hombros y así lo llevaron hasta el coche. Hay que insistir, hay que volver a Ortega. Armillita el domingo, se afilió a su escuela, echó la muleta atrás, la adelantó lentamente hasta el hocico del toro y tiró de él como el maestro de Borox. Un buen profesor para un discípulo admirable...

Como podemos darnos cuenta, la totalidad de los relatos transcritos refieren lo extraordinario del toreo al natural de Armillita, lo establecen como el eje de la faena y como el medio para despertar el entusiasmo de la concurrencia a la Plaza de la Carretera de Aragón.

Centello de la Viuda de Aleas

Habrá que hacer aquí un aparte para poder comprender a cabalidad la hazaña de Armillita. Los toros de Aleas, colmenareños, con antigüedad de 1788 y herrados al centro del costillar con el hierro del “9”, ya tenían cruces con toros de Ibarra y de Santa Coloma, pero su fama se iba apagando. Los cronistas refieren lo siguiente acerca del encierro lidiado ese día y de Centello en particular:

Federico Morena en el Heraldo de Madrid:

Resignadamente esperábamos la salida de un sexto buey, cuando nos sorprendió la presencia de un toro bravo y noble. ¡Un toro bravo y noble en una raza que creíamos totalmente extinguida! ¿A qué ascendiente – Gijón, Muñoz, Cabrera – había salido? ... Era un toro de bella lámina. Chico de armazón, pero excelentemente criado – ¿había pasado por La Muñoza? –, y recortadito de pitones. Hasta el nombre tenía de toro bravo. Se llamaba «Centello» ...

Chavito en La Nación:

De los cinco primeros toros, de Colmenar, fueron mansos los lidiadas en primero, segundo, tercero y cuarto lugar... El quinto, sin ser bravo, demostró voluntad, y le agujerearon la piel cinco veces... El sexto merece párrafo aparte, embistió a los caballos en tres ocasiones, y el presidente cambió el tercio, sin que el bicho hiciese nada feo. Este animal, llamado «Centello», negro de pelo, y marcado con el número 30, fué un toro maravilloso para los de a pie. Siempre se arrancó suave y noble, y a la muleta llegó hecho un portento. Encelado con la franela, seguía sus movimientos con docilidad de perro amaestrado, y en todas sus embestidas puso suavidad, y. en ningún momento supo cornear... Cuando las mulillas se lo llevaban al desolladero, la ovación a Armillita Chico se confundió con la que el público dedicaba al maravilloso animal...

Corinto y Oro en La Voz:

...y saltó y vino el sexto, que en sus primeras arrancadas dobló admirablemente y en el resto de su lidia desarrolló tanta bravura, tanta nobleza y tan depurado estilo de ibarreña casta, que él solo se bastó para cubrir de gloria la divisa de la vacada y desquitar al hierro de los sinsabores que lo produjeron algunos de los ya arrastrados, especialmente el que fué pasto de la pirotecnia...

Juan Reondo, en Luz:

De los seis toros de D. José García cuatro fueron mansos con inquebrantable resolución. Tiraron la cara al suelo desde el primer capotazo, se aplomaron y se defendieron. Cumplieron con acoso y se fueron sueltos; eso los que cumplieron, porque al segundo (el de mejor lámina, por cierto), enemigo de cumplidos, hubo que foguearlo... Tuvieron nervio y poder y estuvieron bien de presencia. El sexto tomó bien la muleta, y el primero la hubiera tomado si se la hubieran ofrecido...

Como podemos ver, Centello salvó in – extremis una mala tarde para sus criadores y también nos refleja el hecho de que Armillita estaba en horas bajas, anunciado en un cartel veraniego y con un encierro de pocas garantías. Sin embargo, los toros en ocasiones sacan el fondo de casta y bravura que genéticamente tienen y permiten la realización de faenas trascendentales, como esta que hoy intento recordar.

El cierre de un círculo

El Maestro Armillita, me consta, porque se lo escuché en persona, recordaba esta faena, junto con la del toro Clavelito de Justo Puente en Barcelona y otra al toro Mocito, un ensabanado de Juan Pedro Domecq en Bilbao, como una de las más acabadas de las que realizó en su carrera, aunque lo contaba siempre con un dejo de desilusión, porque decía que aunque se le reconocía haber hecho algo que no tenía antecedente, a su apoderado Domingo González Dominguín, solo le fue posible ajustarle 22 contratos esa temporada, aunque también con justificado orgullo señalaba que entre 1933 y 1935, fue él matador de toros que más toreó en España y en México, un caso que difícilmente podrá ser igualado.

La unanimidad de las crónicas transcritas se concentra en el hecho de que Armillita adelantó la muleta, y, “quietos los pies”, moviendo uno solamente para cargar la suerte cuando el toro metía la cabeza en el engaño…, lo que significa, en las palabras de Federico Morena y de F. Asturias arriba citadas, que “tiraba del toro”… Esa forma de ejecutar las suertes para ligarlas en series por lo visto no era frecuente en esos días por los ruedos, pero la inteligencia del Maestro le dejó claro que, para entretejer series de muletazos, requería de fijar la atención del toro y ya cuando éste arrancaba, tener la facilidad de templar sus embestidas.

Esa forma de hacer el toreo entusiasmó a la crítica y a la afición que fue a los toros en la plaza de la Carretera de Aragón ese lluvioso domingo, pero veremos el día de mañana, porque estas notas se empiezan a extender de más, que pese a la rotundidad que dejó patente, no satisfizo a todos.

Aviso parroquial primero: Los resaltados en las crónicas transcritas son obra de este amanuense, pues no constan así en sus respectivos originales.

Aviso parroquial segundo: Hace trece años publiqué una primera versión de estas notas, consultable aquí


domingo, 30 de septiembre de 2012

29/IX/1935: Lorenzo Garza corta el rabo de Guitarrero de Martín Alonso en Las Ventas


Lorenzo Garza visto por Roberto Domingo
La Libertad, Madrid, 1 de octubre de 1935
En la historia de la Plaza de Las Ventas, se han cortado solamente ocho rabos. Y de esos ocho, los siete primeros fueron obtenidos en el periodo que corre entre el 21 de octubre de 1934, fecha que se toma como la de la inauguración oficial del recinto y en el que Juan Belmonte se llevó el de Desertor de doña Carmen de Federico y el 10 de mayo de 1936, unos días antes de que iniciara la Guerra Civil española, cuando Domingo Ortega cortó el último rabo de esa etapa a otro toro de lo que en su día fue la casa de los Murube.

En ese lapso de tiempo se vivió, según se puede deducir de la frecuencia con la que los rabos eran otorgados, un exceso de interés de la afición y de las autoridades de plaza por concederlos, porque los seis iniciales se otorgaron en cuatro corridas. Los dos primeros con una semana de diferencia y los cuatro siguientes en otras dos corridas igualmente separadas con una semana. El rabo que cortó Lorenzo Garza ese 29 de septiembre de 1935, es precisamente el sexto de ese lapso de tiempo y es al que hago referencia en esta entrada.

Decían las crónicas del festejo en cuestión, para el que se anunciaron ocho toros de don Fermín Martín Alonso, antes Sotomayor para Nicanor Villalta, Fernando Domínguez, Curro Caro y Lorenzo Garza, que el mismo se organizaba a beneficio de la afición, aunque no explican en qué consistía ese beneficio, porque aún siendo así, los asistentes tuvieron que pagar su entrada a la plaza. Al final, vale señalar, se lidiaron solo cinco toros de los de Martín Alonso, dos de Albaserrada (1º y 3º) y uno de Salas (6º).

La corrida, coinciden las mismas relaciones que pude consultar, tuvo dos partes bien marcadas. Una primera, en la que salieron los toros mansos y complicados, que no dejaron muchas opciones a los diestros y la brillante segunda que tuvo su culmen con los rabos cortados en el séptimo por Curro Caro y en el octavo por Lorenzo Garza. La crónica de Eduardo Palacio en el ABC madrileño se titula El clásico café madrileño e inicia de esta guisa:

...Me limitaré en la presente a consignar que la corrida que el domingo organizó la Empresa a beneficio del público, según rezaban programas de mano y reclamos de Prensa, resultó exactamente como el clásico café madrileño: mitad y mitad. La primera, ¡vive Dios que fue mala!; la segunda, buena resultó en verdad. Se desecharon en los corrales o se inutilizaron dos de las ocho reses de D. Fermín Martín Alonso, antes Sotomayor, anunciadas y se las substituyó con otras de Albaserrada, jugadas en primero y tercer lugar...” 

Los hechos de la corrida vistos por Antonio
Casero
. ABC, Madrid, 1/X/1935
Igual las crónicas se parten mitad y mitad. Federico M. Alcázar en La Voz y El Tío Caracoles en El Siglo Futuro destacan por sobre cualquier cosa, la actuación de Curro Caro, a quien proclaman como la nueva figura esperada, en tanto que Federico Morena en El Heraldo de Madrid y Recortes en el La Libertad, reparan más en la actuación del artista regiomontano.

Para ilustrar el acontecimiento, escojo en esta oportunidad la versión de Federico Morena, aparecida en El Heraldo de Madrid del 30 de septiembre de 1935, y lo hago porque me parece que ilustra de mejor manera tanto el acontecimiento en sí, como la trascendencia que el mismo tendría para la Historia del Toreo – quizás más de este lado del mar que de aquél – pues percibe la transformación de Lorenzo Garza, a poco más de un año de su alternativa – Aranjuez, 5 de septiembre de 1934 –, de ser un torero de parón, como se le calificó en sus primeros tiempos, al gran artista que recuerda esa misma Historia. La relación de mérito es la siguiente:

Lorenzo Garza se reveló ayer como un torero extraordinario. Yo – lo declaro noblemente – había formado de este torero un juicio erróneo. Valiente hasta la temeridad; eso, sí. Sus parones escalofriantes hacían desbordar, con estruendo de catarata, los entusiasmos populares. Pero no le creía capaz de una faena cumbre, de una de esas faenas que quedan grabadas, con trazo firme, indeleble, en la memoria de los buenos aficionados... Le había visto pocas veces. Es la única razón que puedo alegar en mi defensa... Como yo pensaban de Lorenzo Garza muchos aficionados. Un torero capaz de producir hondísima emoción en un momento dado; nunca un torero de finas calidades... En tono contrito, el «mea culpa». Acompáñenme sin vacilar quienes pensaban como yo. Y proclamemos juntos «urbi et orbi», que Lorenzo Garza es algo excepcional, algo sublime cuando, como ayer, torea... Si, ayer toreó, y toreó prodigiosamente, como se ve torear muy pocas veces, como torean los artistas tocados de la divina gracia... ¡Cómo toreó a la verónica a ese octavo toro, «Guitarrero» de nombre, que pasará a la historia como el toro de la revelación de un gran torero! Un poco despatarrado, los pies hundidos firmemente en la arena, caídos naturalmente los brazos, perfectamente ajustada la velocidad del engaño al temple del toro... Pocas veces se ha producido en  la plaza un entusiasmo semejante. No era, ciertamente, para menos. La verónica, finísima, impecable; la media verónica, cosa de ensueño... Por eso al terminar el tercio de quites el público, en pie, hizo al torero azteca una de las ovaciones más grandes que han sonado en la plaza monumental... ¡Y luego con la muleta!... La iniciación de la faena fue algo maravilloso; tres pases en redondo templadísimos, parsimoniosos, de una duración inconcebible, girando airosamente el torero sobre los talones, como contera, como bellísimo remate, un pase de pecho enorme, imponderable, pasándose todo el toro por la cintura y sacando la muleta limpiamente por la penca del rabo. La plaza crujió en un alarido de asombro. ¿Qué índole de torero había encarnado, por arte de magia, de encantamiento en Lorenzo Garza?... El toro, como asustado, se quedó un momento. Y entonces Garza, adelantó solemnemente la muleta, hasta dar con las bambas en el hocico de la res, y tiró de ella despaciosamente, suavemente, y dobló la cintura gallardamente sobre el pitón... Y a este pase siguió otro tan bello, tan magnífico, y otro a éste, y otro más... La plaza era ya el patio de San Baudilio, en el manicomio de Ciempozuelos... Un pase natural. El toro se llevó la muleta. Y el espada siguió toreando por redondos y de pecho, Y se adornó después... Otra vez la muleta a la zurda. Y en medio del estupor general bordó tres naturales soberbios, en los que corrió la mano como un maestro consumado. El segundo natural fue algo sin precedente. El toro se mostraba reacio en la embestida y el torero adelantó bravamente la muleta, le prendió en el engaño y se lo llevó como quiso, a la velocidad que quiso, y lo dejó donde más pudo convenirle para dar el tercero y ligar éste con el de pecho, maravilloso... Cada pase un clamor. Las ovaciones se engarzaban interminables. Cuadró el toro, se perfiló el espada sobre corto y dejó una estocada corta en todo lo alto... El noble bruto se derrumbó... Había terminado la corrida y nadie abandonaba su localidad. Los blancos pañuelos revoloteaban sobre las cabezas... Y el presidente, ajustándose al ritmo que le señalaba el pueblo soberano, concedió al torero, consagrado figura, una oreja, y la otra oreja, y el rabo... Luego los espectadores más fogosos irrumpieron en la plaza y se llevaron en hombros al TORERO… Así ha triunfado Lorenzo Garza, que ya en la lidia y muerte del su primer toro se hizo aplaudir muy justamente…

Lorenzo Garza
Respecto del encierro originalmente anunciado, de Fermín Martín Alonso antes Sotomayor, puedo comentar con brevedad que esos toros llevaron seguramente el hierro que hoy es de la ganadería de Prieto de la Cal, aunque para un mejor entendimiento de esta situación, les remito al bien documentado artículo del Dr. Rafael Cabrera Bonet, en su bitácora Recortes y Galleos.

Del resto del festejo, agregaré que Nicanor Villalta cortó la oreja del quinto de la tarde y Fernando Domínguez hizo lo propio con el sexto, en tanto que, como ya lo comenté antes, Curro Caro cortó el rabo al séptimo de la corrida, lo que confirma que, efectivamente, el interés del festejo estuvo en su segunda mitad.

Así pues, esta es la historia tras de el único rabo que ha cortado un torero mexicano en la Plaza de Toros de Las Ventas de Madrid, hace setenta y siete años.

Aldeanos