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lunes, 25 de septiembre de 2023

23 de septiembre de 1923: Luis Freg es gravemente herido en Madrid (II/II)

Luis Freg por su propio pie a la enfermería
Madrid, 23 de septiembre de 1924
Foto: Portela - ABC

Antes de retomar el hilo temporal de los acontecimientos, creo de interés abordar el análisis que hicieron algunos importantes cronistas de la actuación de Luis Freg ante Pescador de Matías Sánchez Cobaleda. En particular, me refiero a los que en su día hicieron Federico M. Alcázar en su tribuna de El Imparcial, César Jalón Clarito en su crónica publicada en El Liberal y Maximiliano Clavo Corinto y Oro en La Voz. Y es que sus conceptos van más allá de la mera narración de los sucesos de esa tarde, entran al examen profundo del hacer del torero ante el toro y creo que muchas de las cosas que hace un siglo escribieron, siguen valiendo el día de hoy.

La opinión de Federico M. Alcázar

El título de su crónica, aparecida en El Imparcial madrileño del 25 de septiembre siguiente es La bella y triste leyenda del valor y con la profundidad y la agudeza que caracterizaron su estilo al escribir de toros, don Federico entre otras cosas, dijo:

¿Qué es el valor? Hace tiempo que venimos haciéndonos esta pregunta y siempre hemos llegado a la misma conclusión: el valor es originalmente una cualidad, una aptitud, un sentimiento. Un torero es valeroso como es alto, como es bajo, como tiene los ojos azules o negros. Consecuencia: el valor es algo innato y natural en el individuo, como es el origen de gran parte de sus virtudes y de sus vicios. Es algo íntimo y espontáneo que nace, vive y muere con nosotros. De aquí que no sea patrimonio de la voluntad. Se cultiva el valor como se cultiva una planta. La voluntad y el celo pueden contribuir a desarrollar estas cualidades, pero no a crearlas. Fundamentalmente somos valientes, no por obra y gracia de la voluntad, sino por disposición de nuestra naturaleza. Un torero es valiente no solamente porque la voluntad venza al miedo, haciéndole permanecer sereno ante el peligro, sino también y principalmente, por la disposición de su naturaleza esencialmente valerosa... En el toreo hay un concepto tradicional del valor que es falso, falsísimo. Comúnmente se le confunde con la temeridad y hasta se llega a emplear como sinónimo su significado. Y, claro es, al hacer esto, se llama toreros valientes a los que no son sino temerarios… los toreros temerarios, ¡qué tragedia más espantosa la de su vida! Son héroes por fuerza. Recordad sus gestos, sus actitudes, sus momentos. Están inquietos, azorados, nerviosos. Si el toro les tropieza, entonces surge «la tragedia de galería», el bonito y divertido espectáculo del pelo enmarañado, los brazos extendidos, las manos crispadas, los ojos encendidos, el rostro ensangrentado y lívido, y todo su cuerpo agitándose como un pelele borracho y dando la sensación de que lo que quieren, más que desafiar el peligro, es ahuyentar el miedo y vencer la cobardía… Luis Freg es de los pocos a quienes no seducen estas apariencias engañosas del valor… Luis Freg ha llegado al sitio que hoy ocupa en el toreo sin más bagaje que su valor, y sólo a fuerzas de cornadas ha logrado sostenerse en él… Entre el valor del torero, por muy grande que sea, y la brutalidad de un toro, por noble y manso que resulte, siempre vencerá éste, aunque por fortuna o por suerte salga el torero triunfante en determinados momentos. Esta es toda la historia taurina de Freg. De cien toros que ha matado, en veinte ha salido ileso, cincuenta, le han volteado, y treinta le han herido. La proporción es tan dolorosa que, aun siendo para el toreo su más limpia ejecutoria de pundonor y de vergüenza, es para el aficionado imparcial y desinteresado la conclusión más terminante de su inutilidad y de su impotencia. No vale la pena, de lograr un nombre como el de Freg, y ganar unos billetes, si en cada moneda hay un gesto de dolor y en cada letra un litro de sangre...

Juzga con dureza Alcázar la trayectoria de Luis Freg, pero también lo hace con verdad. Porque el llamado Rey del Acero cobró celebridad por sus extraordinarias maneras de matar a los toros, pero también, por la cantidad de los percances graves que sufrió durante su dilatada carrera en los ruedos. En lo que sí es claro don Federico, es que no fue un torero temerario, irreflexivo, sino de un valor sereno y calculado.

Lo que comentó Clarito

César Jalón era el cronista titular de El Liberal y su apreciación de la corrida apareció en la misma fecha que la de El Imparcial. Por el sentido de lo escrito por Clarito y por Alcázar, tengo la impresión de que ocuparon localidades contiguas o el mismo palco de prensa y comentaron sus impresiones de lo sucedido, porque en alguna forma sus opiniones tienen cierta complementariedad, como se verá enseguida:

Hay diestros, diestrísimos, a quienes parece imposible que los coja el toro. No es que sepan demasiado bien los secretos de su arte y que, en gracia a estos conocimientos, les sea facilísimo emocionar y deleitar al público sin necesidad de exponerse a los duros trances de esta que se llama «arriesgada profesión» … Y hay otros hombres, menos diestros, de menor agilidad física y mental, más torpes de comprensión y de movimiento, a quienes parece imposible que «los coja el toro», y que, ciertamente no los coge... porque se cogen ellos solos… Cuando asistimos al espectáculo de los «diestrísimos» una y otra tarde, les gritamos que el toreo no es «eso». Les excitamos – en vano – a que se acerquen algo a los pitones de las reses, no al cuello ni al cuarto trasero, que es a donde se pegan infinitamente después que pasaron las astas, y acabamos por desearles que no les hiera el toro, sí que siquiera los asuste, que comprendan por lo menos, que este arte es difícil y arriesgado y que impone, a veces, al cuerpo mayores sacrificios que el de una complicada torcedura de busto, de cintura o de cuello... Por el contrario, ante el tormento de ver como un día y el otro se juegan – y jugar es sinónimo de perder – la vida otros hombres menos diestros, con honra muy pasajera para ellos y sin ningún provecho para el público, al menos para el gusto de paladar «artístico», nos decimos que tampoco es «eso» el toreo, y nos encomendamos al santoral entero para que no se arrimen, para que les salga el enemigo difícil, ese enemigo con el que el espectador disculpa al torero todos los recursos; para que no tenga que habérselas con un toro ante cuya bondad el hombre se crea en el deber de suplir sus deficiencias con el alarde temerario de entregar su cuerpo a los cuernos, así como diciendo al público: «Ya que no puedo darte mi arte, te doy mi sangre...» …De los de este segundo grupo, el más veterano, no ya, desde luego, por antigüedad, sino también por «méritos contraídos», es el espada mejicano Luis Freg. Cosido a cornadas, después de haber hablado de tú con la muerte en más de tres ocasiones – y está de nuevo llamado a sus puertas, según cuentan –, los amigos y admiradores más fervientes del valeroso muchacho, son médicos y practicantes de medicina… Se explica así la sonrisa ingenua y desafectada de Luis Freg haciendo tranquilamente el paseíllo a la hora en que el espectador comienza a temblar por él y el gesto de despreocupación temerario con que, en pie, sin mirarse la carne agujereada, saluda, sonriendo siempre, mientras se le empalidece el semblante, al público que le rinde un homenaje a su rasgo valeroso, a su desprecio de la vida, no, por desgracia, en beneficio del arte, sino en señal de respeto por el que paga…

Como se puede leer, Clarito añade al valor sereno que le atribuye Alcázar a Luis Freg, una cierta torpeza, impericia o falta de oficio como causa de sus continuos y graves percances. Independientemente de cualquier otra cuestión, creo que César Jalón juzga con excesiva dureza al torero, más por no ser de su gusto como aficionado, que por las causas que ilustra en el desarrollo de su crónica.

Lo que entendió Corinto y Oro

La opinión de Maximiliano Clavo fue la primera en ver la luz, pues se publicó al día siguiente del festejo y se tituló El derroche de sangre. De manera algo ditirámbica, el cronista más veterano de los tres que en este momento invoco, media entre las posturas de Alcázar y Clarito, según leemos enseguida:

Este hombre, adalid de la vergüenza torera; este lidiador dolorosamente glorificado por las innumerables veces que se dejó agujerear sus carnes por las astas de los toros; este Frascuelo del siglo XX es Luis Freg, un matador de toros que hace doce años vino de Méjico a destacarse en España, fuertemente afianzado en la primera cualidad que un torero necesita para ser “algo” en la trágica fiesta hispana: valor. Y Luis Freg, asendereado por tanta y tanta cornada una y otra tarde, tiene un valor ciego, un valor no sujeto a medida, un valor que, en realidad, sobrepasa a la cantidad exigida por los derechos del público y por la fiesta misma para ser torero íntegro… Este valor ciego, inconmensurable, absurdo en repetidas ocasiones, ha puesto a Luis doce, catorce, veinte veces (Frascuelo, se ha repetido en él el caso de Frascuelo) sobre las camas de operaciones de los cirujanos en las enfermerías de las plazas, para tapar enormes boquetes que han hecho las astas en su cuerpo, que, cosido a cornadas, se viene entregando incondicionalmente a todos los toros cuantas tardes y en cuantos sitios se pone el traje de luces, deslumbrante indumentaria que en el Frascuelo mejicano tiene la lamentable equivalencia de un continuo derroche de vida…

Me parece exagerado considerar a Luis Freg el Frascuelo mejicano, aunque los toros le hayan castigado excesivamente, como al Negro. La distancia taurina entre uno y otro es abismal. No pretendo con esta apreciación faltar al respeto a Luis Freg, quien, como Salvador Sánchez, tiene un sitio privilegiado en la historia del toreo, pero cada uno tiene un lugar propio y esos lugares no son precisamente iguales.

La temporada 1923 – 24 en México

Ya de regreso en México, se puso en contacto con la empresa de El Toreo y consiguió ser incluido en el elenco de la temporada ya iniciada. Reapareció en los ruedos el 24 de febrero de 1924, para lidiar junto a Juan Silveti y Juan Anlló Nacional II, toros de San Diego de los Padres. A ese propósito, contó Freg a Armando de María y Campos:

Así como la corrida del 23 de septiembre en Madrid continuó a pesar de que en la enfermería de la plaza un hombre moría, porque así es en la fiesta de toros, yo continué mi trayectoria como torero que da a los públicos lo que tiene, volviendo a vestir el traje de luces, y llevando debajo de la chaquetilla la herida abierta y aún con tubos de canalización, porque, fistulizada, no quería cerrar. En México, el 24 de febrero de 1924, con Silveti y Nacional II toros de San Diego de los Padres. Y a mí mismo me parecía que no tenía un boquete abierto debajo de la casaquilla...

Lanfranchi, en su Historia del Toreo… afirma que bastante hizo Freg con salir a la plaza, pues se notaba a simple vista que aún no estaba debidamente recuperado; por su parte, Verduguillo en El Universal Taurino, únicamente destaca sus estocadas, aunque lo viera apurado para despachar al primero de su lote y el corresponsal del semanario The Times consigna:

Luis Freg, que fue recibido con gran ovación en el paseíllo, toreó a sus dos toros con mucho valor, lo mismo con el capote que con la muleta, por lo que fue ovacionadísimo... Matando estuvo breve y valiente en el primero, y superior en su segundo, del que cortó la oreja, y dio la vuelta al ruedo...

Volvería a la capital mexicana el 13 de abril, para alternar con Rodolfo Gaona y Guillermo Danglada quien recibía la alternativa, con toros de Ajuluapan. Logró torear algunas tardes más y en cuanto el verano redujo la actividad aquí en México, regresó a España, para continuar adelante con su carrera en los ruedos.

Para concluir

Escribió El – hombre – que – no – cree – en – nada:

Acribillado por más de medio centenar de furibundas cornadas, muchas de ellas gravísimas y no pocas de las que ponen en inminente peligro la vida, Luis Freg nunca perdió un adarme de su valor espartano, nunca se le vio regresar a los ruedos dolido de sus percances por serios que hubieran sido. Todo lo contrario, siempre dio la impresión de que las astas de sus poderosos enemigos, al herirle, inyectaban en su cuerpo de recio gladiador algo más de bravura, de coraje y vergüenza, con ser mucho ya lo que de esto llevaba dentro. Por algo se le conoció en España por “Don Valor”…

Esta es una página de la historia del bravo Luis Freg. Aquí hay espacio y quizás haya tiempo para tratar de presentar alguna otra. 


domingo, 26 de febrero de 2023

La redondez de una tarde de toros

La estocada de David Liceaga a Afinador
Antonio Ximénez en La Lidia
4 de enero de 1944

En estos días que vivimos, el concepto de tarde redonda está indisolublemente ligado al triunfo de los toreros vinculado al corte de un incontable número de apéndices, de una importante suma de vueltas al ruedo y por supuesto, de una inexcusable salida en hombros por la puerta principal de la plaza de que se trate, salida hogaño a cargo de un costalero a sueldo, cuando en otros tiempos la realizaba la multitud que se tiraba del tendido a la arena y se llevaba al triunfador hasta el hotel o a pasear sin rumbo por las calles del lugar del festejo. 

Pero hubo días en los que si bien se cortaban apéndices, la redondez de la tarde no descansaba precisamente en el marcador de orejas y rabos y tampoco era mandatorio que el torero triunfador fuera sacado en volandas de la plaza. Se valoraba más la presencia de los toros, el hacer de los diestros delante de ellos y el conjunto del festejo para determinar si ese festejo merecía pasar a la memoria y a la historia de la fiesta.

Tarde redonda fue, sin duda, la del domingo 2 de enero de 1944, cuando en El Toreo de la Condesa se encontraron los toros enviados por don Julián Llaguno para que los lidiaran Luis Castro El Soldado, Silverio Pérez y David Liceaga. Ese día se recuerda principalmente por dos faenas, la del Compadre a Azulito y la de David Liceaga a Afinador. Pero hay más todavía que contar.

Los toros de Torrecilla

Refiere acerca del encierro de la divisa verde y blanco, Roque Armando Sosa Ferreyro, Don Tancredo, en el ejemplar de La Lidia salido a los puestos el 4 de enero siguiente:

Se lidiaron seis hermosos ejemplares de Torrecilla, la prestigiada ganadería de don Julián Llaguno, que no pelearon con la alegría característica de su divisa por el exceso de carnes y por el tremendo castigo que les infringieron los del castoreño. Sobresalieron en el encierro los toros segundo, quinto y sexto, que se llamaron “Azulito”, “Churumbelo” y “Afinador”. Al diestro de Mixcoac tocaron en suerte los menos propicios a la faena de escándalo: "Changuito", el primero, y “Argelino”, el cuarto; y “Tabaquero”. el tercero de la corrida, tuvo mucha fuerza y desarrolló nervio. En conjunto, los bureles zacatecanos dieron magnífico juego y se prestaron al éxito de los toreros, siendo desorejado “Azulito” por Silverio y Liceaga cortó las orejas y el rabo de “Afinador”…

En el mismo ejemplar de La Lidia, don Luis de la Torre, El – Hombre – Que – No – Cree – En – Nada, hace una comparativa de este encierro con el de la misma ganadería lidiado en la fecha inmediata anterior y concluye en que aquel fue infinitamente superior en fuerza y en clase, aunque el de esta última tarde no hubiera causado dificultades a sus lidiadores.

La tarde de El Soldado

Se puede triunfar sin cortar orejas. Esa fecha, en la que se conmemoraba el año nuevo taurino y se guardó un minuto de silencio en recuerdo de Alberto Balderas, el diestro de Mixcoac reiteró que la clase y el arte no están reñidos con el oficio y el poderío ante los toros. Le correspondieron por su orden Changuito y Argelino – brindados respectivamente a don Miguel Lanz Duret, director de El Universal y a don Daniel Vela, director de Vel – A – Gas – al decir de las relaciones del festejo, los dos malos del lote de Torrecilla corrido esa tarde. A propósito de su actuación, escribió El – Hombre – Que – No – Cree – En – Nada:

La forma como Luis Castro lidió al toro de obsequio el domingo anterior, causó efectiva sorpresa, no precisamente por el triunfo alcanzado... sino debido a que la técnica empleada en el trasteo de muleta fue en realidad bien distinta de la que ahora usan la mayoría de los modernos diestros. Sus pases admirablemente rematados, no valiéndose solamente de la bravura de su enemigo como ayuda eficaz, sino poniendo el torero de su parte, aguante y mando, peleándole de verdad, derrotándolo, que es precisamente lo que los cánones establecen para la labor de un diestro que se precie de serlo, fueron el motivo de tal sorpresa y admiración... Pues bien, “El Soldado”, en esta su siguiente actuación, prosiguió la misma táctica y debido a ello lo vimos en todo momento desahogado, pudiendo con el toro, no obstante haberle correspondido en el sorteo algo de lo más malito que salió por la puerta de chiqueros...

Luis Castro El Soldado ha pasado a la historia como uno de los toreros – artistas más grandes que ha dado este país, pero también ha dejado estampas de reciedumbre torera, imponiéndose a las condiciones de los toros que no tenían aptitudes para lucir la clase delante de ellos. Esta primera tarde del año 44, fue una de esas.

Silverio y Azulito

Silverio Pérez, lo había manifestado hace un par de semanas, es un torero irrepetible. Y lo es tanto en su proceder ante los toros, como en sus estados de ánimo que lo llevaban del triunfo que provocaba el delirio en los tendidos, a la tarde en la que incomprensiblemente hacía que las cañas se volvieran lanzas en su contra. Y sin embargo, era el torero más querido por la afición mexicana. Para Silverio, siempre había un compás de espera, porque se sabía que llegaría ese domingo en el que se entendería con un toro y con una faena, se pondría a mano con los que acudían a verlo a las plazas.

Ese segundo día del año 44, fue uno de esos fastos silveristas, se encontró en primer término con Azulito, un buen toro de don Julián Llaguno, que le permitió desplegar su personalísima tauromaquia, faena acerca de la que Don Tancredo, escribió:

“Azulito” el segundo Torrecilla, fue saludado por Silverio con ceñidos y emotivos lances a pies juntos, media verónica y un remate con el capote plegado. Y en su quite, el texcocano provocó un terremoto en los tendidos con sus chicuelinas angustiosas, inverosímiles, trágicas, incrustándose en el toro, que hicieron que las palmas sonaran en su honor con entusiasmo y asombro. El cornúpeta pasó con sólo dos varas, pues la segunda, a cargo de Lindbergh, valió por tres, y lo hizo sangrar hasta la pezuña. Y vino el faenón: doblones con una rodilla en tierra, como prólogo del trasteo, y luego los derechazos silveristas que fueron rubricados con una ovación, pases por alto, un cambio de muleta por la espalda instrumentado en la propia cara del burel y rodillazos de escándalo mientras la arena se alfombraba de sombreros. Finalizó con una estocada honda, delantera y desprendida, y se le otorgaron las dos orejas de “Azulito”, aplausos delirantes, dianas, dos vueltas al ruedo y dos salidas a los medios.

En este caso, El Faraón de Texcoco sí salió con las orejas en las manos, las cosas se acomodaron, el sorteo le deparó un toro propicio y él supo darle la lidia adecuada para hacer lucir sus cualidades y hacer destacar las propias, de forma tal, que fue así recompensado, pero más que las orejas, el hecho de que la faena de Silverio Pérez a Azulito sea una de las que se recuerdan como una de las importantes de su carrera, es el triunfo real.

David Liceaga y Afinador

Los nombres de los toros Ilustrado, Risquero, Zamorano y Bonfante entre otros lidiados en el coso de la colonia Condesa, llevaban la signatura de David Liceaga, un torero que tenía por divisa el poderío ante los toros y la expresión de aquellos que hacen evidente que llevan el toreo dentro de la cabeza.

La tarde que hoy me ocupa, se llevó quizás el mejor toro del encierro lidiado, el sexto, nombrado Afinador y agregaría un nombre ilustre más a la prolongada estela de triunfos que le fueron consolidando como una de las figuras históricas de nuestra fiesta y como cabeza de una de las dinastías toreras más largas que la historia del toreo reconoce.

Acerca de esa tarde, escribió el ya invocado Don Tancredo:

Con “Afinador”, el sexto, vino lo grandioso, lo espectacular e impresionante al mismo tiempo que de calidad y valía. Sus lances por el lado derecho fueron buenos de verdad, al quitar se adornó con vistosos faroles y pinturero recorte. A petición del público tomó los garapullos y derrochando facultades, alegría y majeza, galleó como sólo él sabe hacerlo: dándole todas las ventajas, dejándose pisar su terreno cambiándole el viaje al toro. El prodigioso banderillero clavó cuatro pares de emocionante preparación e impecable ejecución dando categoría al segundo tercio. Y con la muleta, refrendó sus mejores éxitos. El toro tenía fuerza y alegría, pero era tardo en la embestida, y David le llegó hasta la propia cara y tiró de él obligándole a seguir el engaño. En su trasteo hubo ayudados por abajo, derechazos y de pecho, naturales que remató con el afarolado, y en la zona de toriles lasernistas y de costado en que provocó la embestida encelando al cornúpeta con el cuerpo, teniendo la muleta a la espalda. Entre ovaciones y dianas epilogó su faena citando a recibir, y dejó una estocada a un tiempo que le valió las orejas y el rabo de “Afinador”, los más entusiastas aplausos, vueltas al ruedo y el homenaje del paseo en hombros.

También David Liceaga se llevó trofeos en la espuerta y a ellos sumó el que se lo llevaran los enfebrecidos aficionados en hombros de la plaza. Ese paseo triunfal no fue montado, sino espontáneo, sincero, surgido de la emoción que generó en los tendidos la actuación del torero guanajuatense. 

La redondez de la tarde

De lo presentado hasta aquí, creo que podemos apreciar que todos los factores de la corrida confluyeron en una misma dirección y el resultado fue una tarde de toros de esas que por mérito propio ingresan en la historia de la fiesta como ejemplo de lo que es una tarde de toros que llega a buen puerto, una tarde de toros redonda en la que todos sus participantes, desde el punto que les toca estar, quedan satisfechos, sin necesidad de externalidades que en nada engrandecen lo que ante el toro y la afición se lleva a cabo.

domingo, 30 de octubre de 2022

Dr. Alfonso Pérez Romo. Una aproximación personal

Dr. Alfonso Pérez Romo
Plaza de Toros San Marcos (Cª 1955)

El otoño climático hizo su aparición en Aguascalientes y al abrir la puerta, hizo mutis por ella un hombre que en todo lo que intentó en la vida persiguió, no me queda duda alguna, dejar algún beneficio para todos los que lo rodeaban. Concretar una existencia así, no es una realización fácil, aunque los hechos que la fueron conformando, se hayan distinguido por la sencillez de trato con la que se fueron realizando. Y hago esta última afirmación, porque independientemente de la trascendencia de las obras que emprendía – y terminaba – el doctor Alfonso Pérez Romo, la divisa de su hacer era el trato afable, sencillo – nunca le oí alzar la voz – y la humildad, entendida esta última virtud, como la facultad humana de mantener los pies firmes en el suelo – del latín humus – sean como hayan sido las circunstancias en que los hechos de su vida se hubieran producido.

El doctor Alfonso Pérez Romo recorrió un amplio espectro de actividades humanas. Desde las más mundanas que implican los negocios y la empresa, hasta las que tienen un importante contenido humano, principalmente, las que se relacionan con la salud y la integridad física de las personas, en el caso, las más vulnerables, los niños; o las que tienen que ver con las artes, otras relacionadas con la filosofía y por supuesto, las encaminadas a la formación de las personas hacia el futuro. Toda regla tiene su excepción y seguramente cuando llegue el momento de elaborar el balance, se verá que mucho abarcó y también mucho apretó, demostrando su excepcionalidad.

El Doctor Pérez Romo y la fiesta de los toros

Aparte de su obra sustantiva, don Alfonso también tuvo aficiones. Una de ellas, muy arraigada, fue la que tuvo por la fiesta de los toros. Una de las primeras referencias que encontré a su gusto por ella fue en un número de La Lidia del año de 1943, calculo que estudiaba el primer año de la carrera de Medicina y don Luis de la Torre, El – Hombre – Que – No – Cree – En – Nada, lo presentaba a la afición del país – ese semanario circulaba en toda la República – como un joven aficionado:

…Raro es entre la moderna juventud encontrar ideas taurinas tendientes a conservar teorías que son patrimonio de la vieja afición. Alfonso Pérez Romo participa en mucho de las viejas doctrinas sin que por ello deje de manifestarse con entusiasmos juveniles… descubrí que la afición de Alfonso se extiende hasta aprovechar sus magníficas aptitudes de dibujante para producir cuadros taurinos, representando a toreros de su predilección en momentos culminantes de sus actuaciones…

Así pues, don Luis, un importante y poco recordado escritor y periodista taurino de Aguascalientes, nos presenta también a un dibujante y pintor que entre los temas que acometía estaba el de la fiesta.

Ejerció como aficionado práctico – la imagen que ilustra estas líneas así lo denuncia – y siempre que actuó lo hizo por satisfacer su gusto, pero principalmente para apoyar alguna causa benéfica. La citada fotografía muy probablemente fue lograda en el año de 1955, en un festival al que ya me había referido en este sitio, cuando compartió cartel con don Humberto Elizondo, Guillermo González Muñoz, Gabriel Arellano Guerra y Rafael Rodríguez El Volcán de Aguascalientes.

Escribió el doctor Pérez Romo acerca de esta fiesta de vida y muerte:

Una atracción irresistible; un aprecio del toreo que va mucho más allá de su abigarrado colorido, su pintoresquismo, su derroche de valentía y su efusión de sangre; un asombro siempre nuevo por esa hermosa y noble bestia que es el toro de lidia; y una admiración respetuosa por el torero, extraño personaje del arte hispánico que cumple su actuación dramática al filo de la muerte…

Esa afición le llevó a constituirse como empresario de la plaza de toros Monumental Aguascalientes en la mitad de la década de los 80, junto con don Julio Díaz Torre y el matador en el retiro Eduardo Solórzano, terminando el giro copernicano iniciado en la década anterior para la organización de la arista taurina de nuestra Feria de San Marcos y en la combinación de sus aficiones, fue quien animó a Alfonso Ramírez Calesero, para que reuniera en el papel sus memorias, las que fueron la base del libro que mano a mano escribieron bajo el título de El Aroma del Toreo y después todavía escribió sobre este tema en solitario Rafael Rodríguez. El sentido profundo del toreo. Estas dos obras son, creo, su personal y sentido homenaje a las dos más grandes figuras que ha dado Aguascalientes al toreo universal.

En primera persona

Voy a hablar en primera persona y ofrezco hacerlo con brevedad. La vida me dio la invaluable oportunidad de tener una relación personal y entrañable con el doctor Alfonso Pérez Romo y siento la necesidad de contarla.

Aparte de lo que el día a día ponía en las informaciones de uno de los hombres, repito, que es uno de los hacedores del Aguascalientes moderno, la profesión de mi padre acercaba alguna información más especializada, digamos, de quien fue en su día, el primer director de la entonces Escuela de Medicina del IACT, después de la Universidad Autónoma de Aguascalientes y que posteriormente sería Director del Hospital Hidalgo. En esos días yo pensé que podría ser médico y mi padre – creo que durante alguna etapa de su vida tuvo la ilusión de fuera cirujano como él – me acercaba a charlas y eventos accesibles a un estudiante de finales de secundaria e inicios de bachillerato y nebulosamente recuerdo haber asistido a una conferencia de don Alfonso sobre Historia de la Medicina. Hace más o menos medio siglo de eso.

Pero torcí el camino y la vida me llevó por otros derroteros. Y hace unos 17 años recibí una llamada del Doctor, en la que me invitaba a participar en la presentación de su libro El Aroma del Toreo. Casi me voy para atrás en la silla del escritorio. 

Unos días antes, le enseñé a mi padre el ejemplar que me hizo llegar don Alfonso para imponerme de su contenido y le comenté con cierto orgullo, que lo presentaría en uno de los auditorios de la Universidad Autónoma. Me hizo una advertencia que me puso los pies en el suelo: Pues prepárate muy bien, porque sentarse en una mesa a conversar públicamente con Alfonso Pérez Romo no es cosa fácil… Ni tú, ni yo queremos que quedes mal… Ese día salí preocupado de la casa de mi padre.

Afortunadamente las cosas salieron bien y el doctor Pérez Romo y este amanuense pudimos seguir conviviendo en el ambiente de los toros. En más de alguna ocasión nos hizo estar juntos Manolo Espinosa Armillita por allá en su casa de Valladolid, Jesús María, con cualquier explicación que rebasa los límites de la lógica, vamos, por el mero placer de hacerlo y siempre la reunión llevaba algún ingrediente sorpresivo con la presencia de un personaje o amigo inesperado que la hacía mucho más interesante. En la última, recuerdo, nos acompañó el inolvidable José Antonio Morales.

Su conocimiento derivado de la lectura y de lo vivido, era inagotable. En la presentación del libro Vertientes del Toreo Mexicano, de Heriberto Murrieta, hizo un extraordinario recorrido del devenir del toreo mexicano a partir de Manolete y hasta los días de la obra motivo del evento. Y lo hizo de memoria, apelando a lo visto y a lo vivido. Esta fue la impresión que en ese momento le causara al amigo Gustavo Arturo de Alba:

Pérez Romo no con el pretexto de presentar “Vertientes del Toreo Mexicano”, sino a partir de ello y mostrando un profundo conocimiento del texto de Murrieta, dejo que aflorara a borbotones el efecto que su lectura provocó en su persona, llevándolo a su propio recorrido de setenta y tantos años de ver toros, para en una brillante y resumida síntesis, en algo similar a una conferencia magistral, la compartiera con el poco más de centenar de asistentes que estuvimos esa noche en el Museo del Número 8.

Una segunda oportunidad en ese sentido fue la que pude compartir con él en la capital de Zacatecas en septiembre de 2017. Junto con Horacio Reiba y Juan Antonio de Labra, nos tocaría hablar acerca de la presencia de Manolete en México con motivo del centenario de su nacimiento. Prácticamente se convirtió en una sesión de preguntas y respuestas del Doctor a los diversos planteamientos que le íbamos haciendo sobre las realizaciones del llamado Monstruo de Córdoba en nuestros ruedos y en nuestra sociedad. Como en el caso del libro de Heriberto Murrieta, ninguna nota escrita llevaba como apoyo, su memoria era su único recurso para la exposición.

La última vez que vi al doctor Pérez Romo fue el pasado 27 de agosto, nuevamente atendiendo una invitación que me hizo para participar en un proyecto de difusión de la Universidad Autónoma de Aguascalientes, denominado Helikon.

Cuando don Alfonso me pidió hablar sobre la fiesta de los toros, le pregunté si el tema no era demasiado políticamente incorrecto como para llevarlo al recinto universitario. Con su particular mesura me respondió que la universidad era un espacio plural y universal y que allí había espacio para todos los pareceres. Pude superar mis temores iniciales y hacer una exposición que considero extensa, responder a las preguntas que se me hicieron allí de manera respetuosa y recibir, de manos del Doctor, un reconocimiento por mi participación en la apertura de esos ensayos de comunicación, tan necesarios en nuestros días.

Un hasta luego

El 14 de octubre pasado su hijo Juan Ángel, mi amigo, me avisó que su padre había tenido un quebranto de salud y que estaba hospitalizado. Un par de días después me comunicó de nueva cuenta que se había recuperado y que ya estaba en su casa recuperándose y a los días me dijo, que, para sorpresa de todos, pidió a su chofer que lo llevara a la Universidad, donde estuvo un buen rato, hasta que se sintió algo fatigado.

El domingo 23 fue objeto de un homenaje en ceremonia previa a la corrida de toros con la que se conmemoró el aniversario 477 de la fundación de Aguascalientes, cuando se develó una placa en su honor en el patio de cuadrillas de la plaza Monumental, recordando su actividad como empresario de ella. Posteriormente acompañó a la Gobernadora del Estado en el festejo.

El lunes 24 de octubre fue su día final, tuvo una recaída y aunque fue llevado a un centro hospitalario ya no pudo superarla. El 13 de diciembre hubiera cumplido 98 años.

Concluyo estos atropellados apuntes con algo que expresó el doctor Alfonso Pérez Romo en uno de los eventos que cité anteriormente.

El estilo es el carácter propio que distingue a los hombres, el plus que pone de relieve su personalidad. Quién no tiene estilo vive sin definición, opaco y deslavazado, sumido en la aniquilante monotonía. En cambio, quién lo tiene, llama la atención y no pasa inadvertido.

El Doctor tuvo estilo propio y personalidad, por eso llamó la atención y a fe mía, que no pasó, ni pasará inadvertido jamás. 

domingo, 28 de febrero de 2021

25 de febrero de 1945: David Liceaga y Florista de Torrecilla

David Liceaga
La decimosexta corrida de la temporada hispano – mexicana 1944 – 45 en El Toreo de la Condesa, primera que contaba con toreros españoles después del rompimiento de 1936, se programó inicialmente para el 18 de febrero de 1945, pero el repentino fallecimiento – en circunstancias nunca aclaradas – en Atlixco o en Puebla – según se vea –, la víspera, del general Maximino Ávila Camacho, en esos días Secretario de Comunicaciones y Obras Públicas y además accionista mayoritario de El Toreo, S.A., propietaria del principal coso de este país, complicó las cosas para sus operadores en la plaza de la colonia Condesa.

En esas circunstancias, don Maximino, que en los hechos era el factótum de las cosas de la fiesta en este país, al fallecer repentinamente, motivó que en señal de luto, varias corridas programadas para el día siguiente se suspendieran o pospusieran. Esa suerte la corrieron las de El Toreo en la que estaban anunciados Silverio Pérez, David Liceaga y Antonio Bienvenida con toros de Torrecilla; la de San Luis Potosí en la que deberían haber actuado Luis Castro El Soldado y Pepe Luis Vázquez y la de Orizaba, en la que estaba anunciado Rafael Ortega Gallito como cabeza de cartel, aunque algunas otras, como la de Guadalajara, en la que actuaron Gitanillo de Triana y Luis Procuna con toros también de don Julián Llaguno, se llevaron a cabo con normalidad.

La 16ª de la temporada 44 – 45 

Dado el infausto hecho anterior, don Antonio Algara recorrió una semana el festejo anunciado y éste se celebro el domingo 25 de febrero. Las crónicas no revelan que se haya recordado o guardado algún minuto de silencio en memoria del general Ávila Camacho.

Fue una corrida triunfal, Silverio Pérez le cortó el rabo al toro Escultor, después de una faena derechista de las suyas y aunque su estocada fue defectuosa, la gente se le entregó como sabía hacerlo. Antonio Bienvenida por su parte, tuvo, creo, su actuación más redonda en la plaza de la colonia Condesa, pues le cortó una oreja a cada uno de los toros de su lote Cafetero y Sabroso. Hubiera obtenido más trofeos, pues ambas orejas las obtuvo después de pinchar en lo alto a ambos toros.

El otro gran triunfador fue don Julián Llaguno, quien envió una corrida seria, brava, bien presentada. Tras la lidia del quinto, que recibió los honores de la vuelta al ruedo, fue sacado a dar la vuelta por David Liceaga que vestía de negro y oro en compañía de Silverio Pérez, con terno azul rey y oro y Antonio Bienvenida que llevaba un vestido blanco y oro. Don Luis de la Torre El – Hombre – Que – No – Cree – En – Nada en su columna aparecida en el semanario La Lidia de México del 9 de marzo de 1945, juzga así el encierro de Torrecilla lidiado en la fecha:

La vacada de Torrecilla, envió para esta corrida seis toros, muy bien presentados, de magnífico trapío y de los cuales, solamente los corridos en primero y segundo turno mansurronearon en los tres tercios, siendo los cuatro restantes de bravura ejemplar, fuertes, codiciosos, de envidiable suavidad y nobles a carta cabal, no ofreciendo dificultad alguna y mereciendo por ello su criador los honores de recorrer el anillo en compañía de quienes supieron hacerlos lucir, realzando su bravura.

¡Así siempre, señor Llaguno!...

Por su parte, Roque Armando Sosa Ferreyro, Don Tancredo, en el ejemplar de La Fiesta, aparecido el 28 de febrero de 1945, reflexiona lo siguiente acerca de los toros de Torrecilla lidiado en esa ocasión:

...Torrecilla envió un encierro de toros que tuvieron la edad, el peso y el trapío requeridos, toros de ejemplar bravura y nobleza que acusaron su casta en los tres tercios e hicieron posible el triunfo de los toreros... El público, envenenado por interesadas y sistemáticas campañas en contra de los ganaderos zacatecanos don Antonio y don Julián Llaguno, está predispuesto contra los toros que lucen las divisas de San Mateo y Torrecilla; y sí en otras vacadas se toleran... Pero la calidad de los bureles de Torrecilla exigió que se rindiera el homenaje de la ovación popular al ganadero, y después del faenón de Liceaga y después de la hazaña de “Bienvenida”, mientras que los despojos de los toros quinto y sexto eran paseados triunfalmente por el ruedo, don Julián Llaguno tuvo que recorrer la arena para recibir las palmas de los aficionados mientras las notas jubilosas de la marcha “Zacatecas” enmarcaban su victoria...

David Liceaga y Florista

El quinto de la tarde fue nombrado Florista, número 18, negro y dice la crónica de quien firmó como Francisco Montes en el semanario La Lidia de México del 2 de marzo de 1945, que era cómodo de cabeza. Poco hizo David con la capa y contra su costumbre, no tomó las banderillas, pues en el primero se recrudeció una lesión que venía padeciendo y no pudo concluir el segundo tercio. Desde el inicio tomó la muleta con la mano izquierda y como dice la crónica, solamente utilizó la derecha para empuñar la espada a la hora de matar:

David toma los trastos y viene la faena más clásica que hemos visto de muchos años a la fecha, el toreo izquierdista que tiene gran mérito en su mejor expresión, una faena en la que no se acordó de la mano derecha más que para entrar a matar; la inició con una serie de estupendos naturales en los que corrió la mano y que ligó clásicamente, como mandan los cánones, con el forzado de pecho; una pausa y otra serie de naturales engarzados armónicamente, que arrancaron delirantes ovaciones y hacen sonar la charanga; liga sus naturales con un pase afarolado, seguido de uno de pecho estupendo; otra serie de naturales que le resultaron eternos y que convierten la plaza en un manicomio, se tira a matar y deja una estocada a un tiempo en buen sitio que hace rodar al bravo astado, con el que David ha ejecutado una de las faenas más meritorias y más clásicas que hemos visto en el coso de la Condesa; la plaza entera, emocionada, pide los máximos honores para David al que conceden la oreja y el rabo, dando la vuelta al anillo devolviendo prendas de vestir, otra vuelta más en la que saca al ganadero que en compañía de los diestros alternantes recorre el ruedo en medio de la apoteosis del respetable. David Liceaga se ha consagrado definitivamente con una faena clásica, como mandan los cánones. David Liceaga, figura indiscutible de la torería contemporánea…

Una gran faena realizada exclusivamente con la mano izquierda, toreo al natural puro y duro. Algo que no se veía frecuentemente y que no se ve todavía con regularidad en estos tiempos que corren.

La visión de Don Tancredo, en el ejemplar de La Fiesta ya mencionado, cuenta:

David, el torero de las sorpresas, que siempre responde a las esperanzas de los aficionados y pone su corazón y su arte en la realización de hazañas memorables, logró superar el faenón de Silverio, ¡Y ya es decir! Para nuestro gusto el trasteo del texcocano fue de mayor calidad; pero el de Liceaga tuvo mayor mérito, pues con el quinto cornúpeta, “Florista”, trazó una de las páginas más notables en la historia de la tauromaquia en México; dando cátedra de bien torear y de clasicismo, ligó una faena exclusivamente izquierdista, con diecinueve pases naturales, cinco pases de pecho, un afarolado y un molinete, coronándola con una estocada honda y desprendida que le valió los máximos galardones; oreja y rabo... lo hecho con “Florista” destaca su nombre y su éxito para situarlo en las cimas de la fama. ¡Qué maravilla de faena, de verdadero clasicismo, exclusivamente izquierdista, que se recordará siempre como una de las más meritorias realizadas en la plaza “El Toreo” y en cualquier ruedo del mundo! ...

En el número de La Lidia de México aparecido el 9 de marzo siguiente, El – Hombre – Que – No – Cree – En – Nada, hace el siguiente análisis:

¡Sí señores! Un FAENÓN netamente izquierdista en el que brillaron de forma radiante y bella los dos pases fundamentales de toreo clásico por excelencia y por ello los más difíciles en ejecución. ¿Fueron dos o tres los que se bordaron en tan estupendo trasteo? ¡NO! La faena completísima estuvo compuesta de varias tandas de naturales auténticos, rematada cada una de ellas con el consiguiente de pecho y la intercalación de afarolados y molinetes. Ni una sola vez recurrió el Gran David al uso de la mano derecha. No la necesitó absolutamente para nada, empleándola solamente para empuñar y montar el estoque, el que, a no ser por la carencia de facultades ocasionada por la molesta dolencia, de seguro hubiera hundido en las carnes de la res, practicando la suerte de recibir, de la que en la actualidad guarda la exclusiva David Liceaga. ¡ASÍ SIEMPRE DAVID!

Lo que siguió después

Tres días después, para el último día de ese febrero, se anunció a David Liceaga en la corrida de la Oreja de Oro junto a Cagancho, El Soldado, Pepe Luis Vázquez, Antonio Bienvenida y Luis Procuna con toros de Torreón de Cañas. La lesión que arrastraba David no le permitió actuar y abrió la puerta para el surgimiento de otra figura mexicana… Ese fue el día que el sol le salió de noche a Antonio Velázquez, quien por un volado se ganó la sustitución.

Cualquiera pensaría que independientemente de este último hecho, David Liceaga sería tenido en cuenta para el resto de la temporada. No fue así, esta corrida del 25 de febrero era su tercera y última comparecencia en el ciclo, algo que hoy a la vista de los resultados, cuando menos a mí, me resulta incomprensible.

David Liceaga confesó a Leonardo Páez alguna vez:

Ser torero es muy bonito, pero más aún es respetar al toro, al público y a uno mismo. Nunca le falté a un compañero ni permití que nadie lo hiciera conmigo, pero es indudable que en el medio taurino la dignidad se vuelve un estorbo...

Quizás haya sido el hecho de tratar de defender lo logrado lo que le impidió obtener más posiciones en esa temporada o quizás fue el hecho de que, como dice el mismo Páez, era un alternante muy incómodo para las figuras de la época, porque una vez en el ruedo salía a darlo todo, estuviera quien fuera allí en el ruedo.

Sin embargo, el recuerdo de David Liceaga como uno de los grandes toreros que ha dado México estará siempre presente en la memoria de los buenos aficionados.

Aviso Parroquial: Agradezco a mi amigo Librado Jiménez el haberme puesto en los toros acerca de la crónica de Don Tancredo relativa a esta histórica tarde, se me había pasado de largo. Igualmente hago notar que los resaltados en los extractos de esa relación, en la de Francisco Montes y en el análisis de El – Hombre – Que – No – Cree – En – Nada, son imputables exclusivamente a este amanuense pues no obran así en sus respectivos originales.  

domingo, 12 de abril de 2020

José C. Madrazo. Esbozo de un retrato

José C. Madrazo a la izquierda de Luis Miguel Dominguín
y Lucía Bosé, Plaza de Las Ventas Cª 1956 
Durante alrededor de cuatro décadas los toros de La Punta se anunciaron en los carteles como propiedad de don Francisco y don José C. Madrazo. La propiedad de la ganadería por ambos hermanos data del año de 1918, cuando inician la crianza de ganado de lidia con vacas de San Nicolás Peralta y dos sementales españoles: uno de Parladé, llamado Pinchasapos, y el otro de Saltillo, de nombre Finezas.

En 1925 los hermanos Madrazo se decantan por el encaste Parladé e importan, en dos lotes, ganados de Gamero Cívico y de Campos Varela. En ese giro, que sería histórico, formarían una ganadería que sería durante muchos años la más larga del mundo, tanto en superficie territorial como en número de vientres, pues en algunos años llegarían a tener mil vacas núbiles, todas con una importante característica, su sangre no había sido mezclada con ganados criollos nacionales; es decir, el encaste original se mantuvo siempre en pureza.

Interesante es que aún cuando los carteles anunciadores contemplaban a don José Madrazo como condueño de La Punta, el grueso de la grey taurina y de los medios de comunicación consideraran a don Francisco como el artífice de la ganadería. Pareciera que se hacía menos a don José. Sin embargo, hurgando un poco en los acontecimientos, se puede advertir que cada uno de los hermanos tenía una función bien definida en el devenir de La Punta – y de Matancillas, después – y que la huella de esta histórica vacada tiene la firma de ambos.

Una gran collera

José Cipriano Madrazo y García Granados nació, como todos los varones de su familia, en la casa de la hacienda de La Punta, el 14 de septiembre de 1889. Fue el cuarto hijo del matrimonio formado por don Ignacio Madrazo y Carral y doña Carlota García Granados. Recibió, seguramente, una educación esmerada y se le formó para dirigir lo que hoy llamaríamos una empresa agropecuaria de gran envergadura. Al fallecimiento de sus padres, por herencia se adjudicaron a él y a su hermano Francisco las fincas de La Punta y Matancillas.

Su segundo nombre – Cipriano – no era de su gusto, según nos cuenta su sobrina Carmelita Madrazo en el libro Mis Muertos:
Era el hermano pequeño de mi padre, quien le llevaba casi cuatro años. Todo el mundo lo conoció por José C., o Pepe Madrazo. El ponerse José C. se debió a que su segundo nombre – Cipriano – no le agradaba mucho, pero tampoco le disgustaba tanto como para no poner el toque «chic» de José C.
El manejo de las cosas del campo lo llevaba don Paco con la ayuda de su esposa, María Luisa Solórzano, hermana del matador Jesús, El Rey del Temple. Eso era su pasión y la razón de su vida. Sin embargo, el funcionamiento de una ganadería de toros de lidia a veces trasciende lo que sucede en los cerrados y en los tentaderos. Y más aún en aquella época en la que México acababa de salir de una Revolución que dejó como una de sus herencias una reforma agraria, que mal entendida, se enfocó en deshacer unidades eficientes de producción con la finalidad de repartir tierras a campesinos inhábiles para hacerlas producir por falta de recursos para ello.

Así lo refiere Carmelita Madrazo, sobrina de don Pepe en Cornadas al Viento:
Mi padre y mi tío Pepe fueron en cierta forma una sola persona. Yo misma nunca supe en dónde comenzaba uno y en dónde terminaba el otro. Es como cuando en un día nublado se mira al horizonte, es muy difícil distinguir en dónde terminan los cerros y en dónde empieza el cielo. No puedo pensar en uno de ellos sin recordar al otro. Siempre estaban juntos, unas veces discutiendo y otras no...
Y es que en esa especie de teoría del alter ego, don Pepe era el diplomático, el negociador, el que hacía las gestiones en la Presidencia de la República, en las Secretarías de Estado, con los Gobernadores o en los despachos de los taurinos. Su carácter y su forma de llevar la mano de hierro envuelta en un guante de seda le permitieron siempre obtener resultados convenientes para sus ganaderías y para sus pares.
Todo ese boato, a su hermano Paco no le atraía demasiado y aprovechaba la habilidad de Pepe para las relaciones públicas y que él tuviera contacto con Presidentes, Ministros, Gobernadores que los ayudaran a solucionar los problemas que en el campo se iban presentando...
Esa habilidad para relacionarse con las personas le permitió sentar a su mesa y dialogar con todo tipo de personas. Tuvo una profunda amistad con el embajador Justo Sierra Casasús – en su día Secretario Particular del Presidente Adolfo López Mateos y aficionado práctico –, quien llegó a pasar temporadas en La Punta. También pudo reunir en torno suyo a personajes como los ganaderos Manuel Buch y Escandón, Agustín Barbabosa y Jerónimo Merchand; los empresarios Antonio Algara, Alfonso Gaona y Jesús Ramírez Alonso, o a los escritores Carlos León y José Alameda.

Con todos esos personajes tuvo amistad y pudo establecer una importante trama de relaciones que le fueron útiles para el desarrollo de sus funciones tanto como ganadero de La Punta, como en las distintas funciones que desarrollaría en los entretelones de la Fiesta en tiempos futuros.

Como aficionado, gustaba de acudir a España todos los años (muchos de ellos en compañía de su sobrino Francisco Madrazo Solórzano) y tenía una estrecha relación con todos los taurinos relevantes de aquellos años, ya fueran empresarios, ganaderos o apoderados, lo que sin duda facilitaba su desempeño en cuanto a relaciones públicas se refiere.

Primer presidente de los ganaderos

Los ganaderos de lidia mexicanos se reunieron en una Unión de Criadores en el año de 1930. Fundadores de ésta fueron, por supuesto, don Francisco y don José C. Madrazo. En el año de 1946, al recibir reconocimiento oficial como Asociación Ganadera, la Unión se transforma en la Asociación Nacional de Criadores de Toros de Lidia. Don Pepe Madrazo fue su primer presidente y estuvo al frente durante cuatro periodos, los que iniciaron los años de 1946, 1949, 1955 y 1957, un caso único en esa agrupación.

Los dos últimos periodos fueron extremadamente sensibles. El campo mexicano pasó por una gran sequía entre los años de 1949 y 1958. Todos los aspectos de la actividad agropecuaria en México se vieron afectados y especialmente diría yo, los dedicados a la ganadería extensiva, que sin pastos naturales para alimentar a sus animales se vieron en la necesidad de recurrir a la adquisición de forrajes y piensos y, en casos extremos, al sacrificio de pies de cría para la subsistencia de sus vacadas.

Sus gestiones en esa posición le permitieron obtener apoyos gubernamentales para la actividad, lo que facilitó la continuidad de la Fiesta en esos tiempos difíciles, con la conservación de puestos de trabajo y la generación de recursos que implica todo ello.

El árbitro de las cosas de los toros

Cossío señala que, en su día, Eduardo Margeli llegó a ser el árbitro de las cosas de los toros en México. Quizás al gaditano le valió ser el que manejaba los destinos de la plaza más importante del país. 

Las informaciones de la prensa de su tiempo reflejan también que don José C. Madrazo fue el fiel de la balanza en muchas cuestiones. Sus dotes para la diplomacia y la conciliación le permitieron resolver distintas situaciones que durante su paso por la vida se fueron presentando en las cosas de los toros.

Quizás el primer hecho notable que tuvo que resolver, junto con su hermano Francisco, fue el enfrentamiento de Ignacio Sánchez Mejías con Rodolfo Gaona en Aguascalientes.

Los dos diestros fueron anunciados para actuar los días 24 y 25 de abril de 1921 en la plaza San Marcos. Gaona no se presentó a la primera, invocando una cláusula de su contrato que establecía que él podía alternar con quien quisiera, por lo que mandó a Zapaterito a sustituirle y el día 25, trajo a Carlos Lombardini para completar el cartel con él. Sánchez Mejías se quedó, como decimos vestido y alborotado, El – Hombre – Que – No – Cree – En – Nada cuenta lo siguiente al respecto de este asunto:
Para el segundo festejo se anunció como estaba prevenido, el mano a mano Gaona-Mejías, sorprendiéndose la afición el día de la corrida con la circulación de nuevos programas conteniendo la novedad de un cambio radical en el cartel: Sánchez Mejías sería sustituido por Carlos Lombardini en atención (esto no lo rezaban los programas) a la famosa cláusula de imposición. Mejías alegó insistentemente su compromiso y absoluto derecho para tomar parte en la lidia de esa tarde; Gaona se impuso y hubo de recurrirse a la intervención de las autoridades, inclusive la del señor don Rafael Arellano, Gobernador del Estado, para hacer desistir a Sánchez Mejías de su decisión de presentarse en la plaza vestido de luces a la hora de la corrida, llegándose por fin a hacer uso de la fuerza armada para que impidiera aquella justa determinación, lo que se logró gracias a la intervención de los señores Madrazo, propietarios de la ganadería de La Punta, quienes se llevaron a Ignacio a su finca poco antes de que empezara el festejo…
Otro asunto relevante en el que don José Madrazo tomó parte, fue en el arreglo del convenio hispano - mexicano de 1944, cuando, en combinación con su amigo Antonio Algara (por entonces gerente de la plaza El Toreo de la Condesa), allanó el camino ante la Asociación de Matadores de España, para que las relaciones taurinas entre ambos países se restablecieran. Y tras el acuerdo alcanzado, se movieron los hilos con el empresario Livinio Stuyck para cerrar la contratación de Carlos Arruza, que confirmó su alternativa en la plaza de Las Ventas de Madrid aquel 18 de julio de 1944. Así fue como quedó zanjada la ruptura de relaciones que se venía arrastrando desde 1936 al suscitarse el llamado Boicot del Miedo.

Más adelante, en los años cincuenta, las cuestiones de los toros estaban revueltas en México. En la capital operaban dos empresas, una en la Plaza México y la otra en El Toreo de Cuatro Caminos. Algunos consideraban que se hacían una competencia desastrosa. En una columna aparecida en El Ruedo de Madrid, el 24 de julio de 1958, Don Dificultades escribió:
Las dos empresas, la de la Plaza México, con su fuerza taquillera, y la del El Toreo, con carteles atractivos, siguen trenzadas en la pelea, pero lo gracioso del caso es que unos ganando poco y los otros perdiendo también poco, no tienen ganas de cejar en la guerra. En El Toreo han interesado Rubén Bandín, que de cuajarse será un magnífico torero, y Gabriel España que es artista, pero endeble. En la México no ha logrado interesar nadie, pero interesa la Plaza, y ella es la preferida… Los «señores de la México» tienen puestas sus miradas en la casa «Camará», y don José Madrazo, el ganadero de La Punta, ha sido requerido, sin mayor resultado, para que intervenga; pero parece que ya están tendidos los cables, y hasta hay por ahí una proposición de don Moisés Cosío entregada al señor Oñós de Plantolit, encargado oficioso en Méjico del Estado español. Los señores de El Toreo, parece que con intervención tapada del señor Algara (¡), andan en pláticas con Domingo González, hijo, y con el mismo Luis Miguel...
Y ya cerca del final de ese 1958, ante la división de los toreros en dos agrupaciones sindicales, su intervención fue de nuevo clave para llevarlos a la unidad, según cuenta de nuevo José Jiménez Latapí, en el número del mismo semanario aparecido el día 13 de noviembre:
Bien. Ya están unificados todos los ganaderos mexicanos, gracias a la mano izquierda de oro de don José Madrazo. Ya no habrá cuentos chinos ni yugoslavos. También con la muñeca áurea de don Pepe Madrazo se han unificado los matadores de toros y novillos en la Unión de Matadores, habiendo desaparecido la Asociación. Tal fusión fue hecha en el local de la Unión de Ganaderos, y firmamos como testigos don José Madrazo y un servidor...
Mano izquierda de oro… Eso dice Don Difi. Yo escribía arriba, mano de hierro envuelta en guante de seda. José C. Madrazo aprendió, quizás desde su niñez, la necesidad del trabajo en equipo, el desarrollo de actividades donde cada uno de los miembros del grupo – breve o extenso – tiene una función específica que desarrollar, y así se convirtió en lo que hoy llamaríamos un magnífico ejecutivo.

También, de su actuación se observa su entendimiento de que el choque frontal debía evitarse a toda costa, pues es más fácil obtener las cosas por las buenas.

El final

Don José C. Madrazo fue un codiciado soltero que no tuvo descendencia. Su relación amorosa más sonada fue con la excéntrica poetisa Pita Amor, y en el ocaso de su vida contrajo matrimonio cuando contaba con 78 años, y lo hizo con una mujer – Manuela Roselló, española – 46 años más joven que él.

Duró menos de seis meses casado, pues falleció el 12 de febrero de 1969 en la Ciudad de México, nueve años más tarde que su querido hermano Francisco, con el que había formado una extraordinaria mancuerna de trabajo.

Ya había dejado de ser ganadero de toros de lidia, pues dos años antes de su muerte, había vendido la ganadería de Matancillas, que fue la que le correspondió en la división de los bienes familiares. 

Sin embargo, creo que este esbozo sobre lo que ha sido y lo que representó para la fiesta de los toros en México es necesario, pues a veces, personajes como él pasan desapercibidos y en realidad su labor resulta ser trascendente para lo que hoy vivimos.

domingo, 15 de diciembre de 2019

Armillita y Nacarillo de Piedras Negras

Fermín Espinosa Armillita
La temporada 1946 – 47 en la Plaza México iba a ser la última en algún tiempo que vería el concurso de diestros hispanos y por razones de sobra conocidas, la final en la que actuaría Manolete en la capital mexicana. La tarde que me ocupa en este momento era la sexta que cumplía en el gran coso y le quedaban ya nada más en su historia las del 12 y 19 de enero de 1947 y la del 2 de febrero de ese mismo año, completando así las nueve tardes que en las que en su historia llenó ese escenario.

Ya estaba en vigencia el decreto que, publicado en el Diario Oficial de la Federación del jueves 18 de abril de ese 1946, limitaba por decisión del Presidente Manuel Ávila Camacho, la celebración de festejos taurinos en la Ciudad de México a dos por semana, por, dice la disposición: ...la frecuencia con que se han venido celebrando corridas de toros ha causado perjuicio en la economía de numerosas familias... debe considerarse cualquier contingencia futura, procurando moderación en los gastos, tanto colectivos como en los individuales... procurando que no se agrave la situación actual con gastos excesivos...

Así pues, apenas el miércoles anterior se había celebrado una corrida en la que alternaron el mismo Manolete, Lorenzo Garza y Leopoldo Ramos Ahijado del Matadero, quienes enfrentaron una corrida de Pastejé. Una corrida que pasó a la historia por las faenas de Garza a Amapolo y Buen Mozo y la de Manolete a Manzanito y el gran juego que dieron los toros de don Eduardo N. Iturbide.

La tarde del 15 de diciembre

Para el domingo siguiente se anunció un encierro de Piedras Negras, para Fermín Espinosa Armillita, Manolete y Alfonso Ramírez Calesero. El encierro de Tlaxcala sería el único de ese hierro que el Monstruo lidiaría entre los 38 festejos en los que actuó entre nosotros y al decir de las crónicas que tuve a la vista, esos toros lo trajeron aperreado, tanto, que el primero de su lote Tilichis, le echó mano y se pensó que había sufrido un serio percance, pero no pasó del susto. Las mismas crónicas resaltan el contraste de su actuar este día con el del anterior miércoles.

Calesero lució en sus toros con el capote y en los quites en los que tuvo oportunidad de intervenir, pero no tuvo mayor trascendencia el conjunto de su labor esa tarde.

Armillita y Nacarillo

La cima de la tarde se produjo en el cuarto toro de la tarde. Nombrado Nacarillo por su criador, desde la salida se mostró como un toro propio para la tauromaquia que siempre desplegó Fermín Espinosa. Contaba don Arturo Muñoz La Chicha, quien esa tarde salió en la cuadrilla de Calesero, que al iniciar Armillita la faena con la diestra, desde los tendidos la concurrencia le pedía que toreara como Manolete. Seguía contando don Arturo que en un momento determinado el Maestro se echó la muleta a la zurda y acabó con el cuadro.

Pero antes de la faena había otros intríngulis que desahogar. Don Luis de la Torre El – Hombre – Que – No – Cree – En – Nada, armillista de pro, encuentra algún sentido doble al brindis que de Nacarillo hizo Armillita a don Eduardo N. Iturbide y lo detalla así en la reflexión que hace en el número de La Lidia de México publicado el 27 de diciembre de 1946:
Sin intención premeditada, seguramente, el brindis fue dedicado a don Eduardo Iturbide, quien acababa de mandar a nuestro coso máximo una bravísima corrida, factor importantísimo en el triunfo alcanzado por dos colosos de la mano izquierda, pero tal parece que la proeza dedicada a tan escrupuloso ganadero vino a decirle: “Mire, don Eduardo, toros como los de usted son envidiados para la realización de estas hazañas, pero existe un torero que si bien los quisiera para sus triunfos, no le son indispensables, también de los mansos sabe sacar partido insospechado, y aquí estoy yo para probarlo ante miles de espectadores en cuyas retinas quedará grabada de manera imperecedera…”
Ya respecto de la faena, escribió en su día, en las páginas de El Universal del día siguiente del festejo, don Carlos Septién García El Tío Carlos, lo que sigue:
Estamos ante la faena perfecta. 
Y no nos atrevemos a tocarla. Sería un desacato rozar siquiera el contorno venerable de sus mármoles. Sería una mancha el querer reducir a yerta medida la armonía de su arquitectura serena y triunfal. Y sería un atentado el querer desmontar el ensamble prodigioso de sus partes para someterlas a un estudio prosaico y vulgar… 
Y mirémosla en toda la fuerza de su genuino valer. Veámosla hecha de los más puros y firmes elementos que la tauromaquia ha creado en siglos de lucha, de dolor y de triunfo con los toros bravos; admirémosla como expresión sólida, cabal, perfecta, de la más rancia y limpia doctrina torera: esa que formaran y probaran en mil tardes de sol y de hachazos los Paquiros y los Guerras; esa que sellaran con su sangre los Tatos y los Esparteros; esa que mantuvo en lucha de decenios a los Frascuelos y los Lagartijos. Esa que – en fin – hace hoy Fermín Espinosa, como entonces de aquellos definidores de la tauromaquia, el torero en que se depositan la mayor ciencia y la más ilustre escuela. 
Y gustémosla también en su profunda y exquisita suavidad. Saboreémosla en esa delicadeza, en ese tacto, en esa gentileza con que arropó al endeble torillo de Piedras Negras que – nacido para seis naturales y una estocada –, tomó dócilmente, transformado como una obra de cera calentada a fuego, el milagro eslabonado de esos veintiún naturales inmortales. Gocemos de ese temple cuidadoso y magistral, exigente y esmerado, con que el torero fue educando al toro, mostrándole el camino del pase natural, enseñándolo a embestir y a tomar con afán encendido la roja muleta, a repetir sobre ella el empuje, a graduar su marcha y su arrojo… 
¡Torero, Torero, Torero!... 
Torero, sí. Torero inmortal este Fermín de Saltillo con el que México se incrusta triunfalmente en la historia del toreo universal…
El Tío Carlos hace un análisis en el que, deja claro que el torero se impuso a lo que él consideró que eran unas malas condiciones del toro y como se expone en las relaciones taurinas de hogaño se inventó una faena donde no la había.

Por su parte, Carlos León, en el Novedades, también del 16 de diciembre de 1946, todavía no dado a las estridencias que le dieron fama, en lo medular, razona así:
…Citando desde lejos, con la muleta pendiente de la zurda, el maestro provocó la embestida para el primer natural. Arrancó la res sobre el trapo y Fermín dejó que los pitones se estrellaran contra ella, para ahí prender las astas y conducirlas atadas a su franela en una tanda prodigiosa de naturales, sin permitir que el toro, ya domesticado por el poderío de Fermín, se huyera de la muleta. 
Y la misma milagrosa escena se repitió varias veces. El torero se recreaba en la ejecución del muletazo más bello de la lidia, toreando cada vez más lento, más auténtico. La arena se convirtió en bazar de toda clase de prendas de vestir, mientras de arriba bajaba un torrente de aplausos, formando una de las ovaciones más merecidas que se hayan dado en la plaza de la Ciudad de los Deportes. Después de aquella inacabable teoría de naturales, salpicados aquí y allá por la pinturería del afarolado o el derechazo de respiro, Fermín logró una estocada desprendida, que bastó para que “Nacarillo” rodara a los pies del extraordinario lidiador. 
Veintisiete naturales en varias series habían compuesto la parte básica e inolvidable de la maravillosa faena. Y para ellos fueron la oreja y el rabo, tres vueltas al ruedo, salida a los medios y la admiración incondicional para este legítimo “Monstruo” nuestro, que cada vez que se lo propone viene a borrar fábulas y leyendas cordobesas…
Una tercera apreciación, algo más lejana en el tiempo es la de El – Hombre – Que – No – Cree – En – Nada, aparecida en el ejemplar de La Lidia de México ya mencionado y que es del siguiente tenor:
...Grandes faenas se recuerdan realizadas por el torero de Saltillo, suficientes para criarle el título de “maestro de maestros”. De entre todas ellas, podemos destacar algunas cuyo asiento estuvo en plazas españolas, y para nosotros son inolvidables la de “Tapabocas” de Coquilla, “Hurón” de Pérez Tabernero, “Pichirrichi” de Coaxamalucan, “Chocolate” de Torrecillas, “Clarinero” de Pastejé, “Pituso” de La Punta y otros más que harían interminable la lista, pero para todas ellas contó con el elemento toro, de más o menos bravura, poderío y buenas cualidades, no así en el caso presente en que solo la ciencia, el poder y la maestría lograron hacer de “Nacarillo” de Piedras Negras, corrido en cuarto lugar, la memorable tarde del 15 de diciembre de 1946, en la monumental plaza “México”, un toro para escribir con él la página más saliente, no del historial de un torero, sino de toda una historia taurina. ¿A qué decir más? Muy cerca de cincuenta mil espectadores fueron testigos presenciales del maravilloso hecho, y puede asegurarse que no habrá uno capaz de desmentir la maravilla de tan milagrosa hazaña... 
Decir veintisiete naturales a un toro bravo, es muy sencillo, se dice muy pronto, más tiene sus bemoles. Sacar de un manso semejante proeza, parece impracticable. Pues sin embargo, ha habido un “Armillita”, que haciendo alarde de la más amplia sabiduría, ha realizado el milagro empleando procedimientos considerados como de ínfima especulación, creyéndose que el cite desde lejos no admite ajustamiento. ¡Qué disparate! Así es precisamente como se expone de verdad puesto que el toro empuja fuerte y llega a la reunión precisa para que el lidiador le marque la salida con el simple movimiento de la muñeca, salvando el derrote en el momento de mayor peligro. Pero si esto no bastara, vimos al coloso de Saltillo citar en varias formas ahora muy estimadas, no con el afán de imitación, sino con el propósito de demostrar su capacidad dentro de todos los estilos. Y hay algo más: el citar de largo demostró a los más ciegos suponer para hacer embestir, a esa distancia, a un toro soso y aplomado en demasía, con la magia de su saber, haciéndolo todo, sacando bravura de donde no la había...
Aquí se abre el espacio para una discusión numérica y por ende, bizantina. Carlos León y don Luis de la Torre cifran el número de naturales de Armillita a Nacarillo en veintisiete. Carlos Septién habla solamente de veintiuno. Don Arturo Muñoz, que afirmaba haber visto más cerca que ninguno de esos escribidores la faena – y decía verdad, pues ocupaba su puesto en el callejón con la cuadrilla de Calesero – siempre sostuvo que eran también veintiuno.

Al final de cuentas la cantidad no importa. Lo que ha trascendido es la calidad de esos naturales y el hecho de que se le ligaron a un toro que en principio no parecía apto para ello.

Cierro esto con una reflexión que hace un cronista anónimo en el diario El Siglo de Torreón el 16 de diciembre de 1946, donde establece, creo, la justa medida de lo que hoy intento recordar:
Maravilloso tiene que ser un torero como ‘Armillita’ al borde de la despedida, con el nombre hecho y hondo surco en la historia de la fiesta brava; todavía pelea y se la juega para dar una exhibición de poderío y arte... México hablará muchos años de esa faena izquierdista de ‘Armillita’, porque fue una faena de escándalo...
Y efectivamente, a más de siete décadas de distancia, seguimos hablando de Armillita y Nacarillo

Edito (16/XII/2019): El amigo Octavio Lara Chávez me hace llegar la versión de don Alfonso de Icaza Ojo, aparecida en el semanario El Redondel del día de la corrida. Ojo transmitía por teléfono a su redacción, toro a toro su crónica, para que el periódico estuviera listo al final de la corrida. De allí que tuviera algunos dislates como en el caso que nos ocupa, se tuviera como nombre del toro el de Mascarillo. La relación de mérito es esta:
Cuarto toro. - "Mascarillo", cárdeno también, pequeñito, pero bien armado. 
Armillita lancea sin estrecharse, ante la indiferencia completa del concurso. 
Una buena vara de Carmona y paren ustedes de contar, ni el otro piquero hizo cosa de provecho, ni los matadores trataron siquiera, de sacarnos del terrible aburrimiento que nos invade. 
El bichejo, después de la última vara doble, quedó hecho una piltrafa. 
Zenaido Espinosa clava un par en la arena. 
Fermín Espinosa brinda a don Eduardo Iturbide, que es ovacionado, y dase a muletear a "Mascarillo", mucho mejor de lo que éste merecía. La faena va en crescendo poco a poco, y Fermín Espinosa agigantándose hasta tocar las nubes. 
¡Qué manera de torear, señores! 
Con la derecha corre la mano primorosamente y aguanta con auténtica hombría, con la izquierda... ¡Dos docenas de pases naturales! 
¡Y qué pases! Ni Armillita, ni nadie, había toreado así a un toro que no podía preverse que pudiese torearse así. 
¡Como que Armillita lo hizo! 
Estamos viendo la mejor faena de la temporada. Vuando el maestro de Saltillo, ahora sí maestro, torero grande, atiza una estocada casi entera, algo desprendida, cuarenta mil pañuelos piden para el maestro de maestros, la oreja, el rabo, el toro entero. 
Se conceden los máximos galardones y Armillita da incontables vueltas al ruedo, devolviendo sombreros y prendas de vestir. 
Insistimos lo que Armillita hizo hoy no lo había hecho antes ni él ni nadie. ¡Torerazo!...
Aviso parroquial: Los resaltados en los textos transcritos son imputables exclusivamente a este amanuense, pues no obran así en sus respectivos originales.

lunes, 18 de noviembre de 2019

Carmelo Pérez y Michín de San Diego de los Padres. 90 años después (II/II)

Anuncio de la reaparición de Carmelo Pérez
para el 24 de noviembre de 1929
Decía ayer que la recuperación de Carmelo fue lenta, como lento debió ser su andar por los ruedos. Las opiniones autorizadas de su tiempo señalan que se le adelantó a la alternativa y que no se le permitió madurar un concepto del toreo que le era propio, distinto a todo lo visto hasta entonces y que quizás, requería un toro distinto al que se lidiaba por esos entonces.

La manera en la que se le llevó a la alternativa fue retorcida, por lo menos. Si lo que escribe Verduguillo lleva algo de verdad, más que facilitarle el camino para ser una figura del toreo, se le envió directamente al cadalso:
Yo hablé con Carmelo con toda claridad. 
- Mira Carmelo, tú todavía no estás preparado para la alternativa: te cogen mucho los novillos, y si no te lastiman seriamente es porque ‘El Conejote’ trae enemigos sin fuerza, sin grano, apropiados para que tú hagas con ellos ese tipo de toreo tan peligroso que tienes metido en la cabeza. Cuando vengan las corridas gordas y graneadas, va a ser diferente el caso, vas a tener que sortear y si te toca un toro fuerte te puede lastimar de VERDAD. 
Pocos fuimos, ciertamente, los que nos atrevimos a hablar con Carmelo Pérez con sinceridad, los demás taurinos, temerosos de que Gaona se disgustara si se le quitaba un elemento de gran arrastre, preferían guardar un medroso silencio… 
Llegó esa tarde Carmelo de la Rosa a hablar con Rodolfo Gaona y entró temblando como tiembla el conejo en la presencia del león. El que lo hubiera visto abrir la puerta de aquel despacho, habría comprendido que todo estaba perdido… 
- Te he llamado, dijo Rodolfo, para que firmes el contrato de Carmelo Pérez. Ya él te habrá hablado del asunto. Son dos corridas a tres mil pesos cada una, lo que siempre se ha pagado por las alternativas. 
Como Carmelo de la Rosa musitara que su torero valía un poco más, Gaona lo atajó: Eso ya se verá con el toro: si como yo creo Carmelo Pérez está bien, ya toreará más corridas a mejor precio. 
En eso entró ‘El Chato’ Padilla que fue quien aceleró la firma del funesto contrato: 
- Si no firmas, le dijo a Carmelo de la Rosa, ya te puedes despedir del zarzo de banderillas. No lo volverás a hacer en todos los días de tu vida… 
Y al ver Carmelo de la Rosa que se le escapaba un ingreso de aproximadamente QUINCE PESOS a la semana, firmó la alternativa de su poderdante Carmelo Pérez… No era el contrato de la alternativa, era la sentencia de muerte…
Y esa relación de Rafael Solana no era la única en ese sentido. Se habló también en El Taurino del 31 de diciembre de ese 1929 del hecho de que su deficiente administración lo había llevado a esa penosa situación en la que se encontraba:
En un periódico de la tarde, que tiene el sólido prestigio de su seriedad, se publicó hace pocos días una información relacionada con el estado que guarda Carmelo Pérez. En esa información, que debemos considerar honrada, porque en ese concepto tenemos a su autor, se pintaban, con los más vivos e impresionantes colores, la desilusión del matador herido, su pesimismo para continuar en la peligrosa profesión a que se ha dedicado, su desencanto por la explotación de que fuera víctima y su amargura por los padecimientos sufridos y por la situación lamentable en que se encontraba. 
Pocos días después, en el mismo periódico de la tarde, aparecía un nuevo reportazgo, que para nosotros tuvo todas las características de una gacetilla de la empresa, en el que pretendió desvirtuar aquella impresionante noticia que tan comentada fuera por el público, haciendo aparecer, en boca del propio Carmelo Pérez, opiniones y conceptos completamente distintos a los que expusiera al periodista que primeramente lo entrevistó… 
Mas, a pesar del cambio radical que se operó en el ánimo de Carmelo, los aficionados sensatos, los que hemos seguido paso a paso el viacrucis de este desafortunado muchacho, los que no comulgamos con ruedas de molino, vimos en su nueva actitud la presión moral de alguien a quien interesa que el público confíe en su pronta reaparición en “El Toreo”, para seguir siendo objeto de la misma incalificable explotación que, desde que vistió por primera vez el traje de luces, se ha venido cometiendo con él… 
¡Qué distinto hubiera sido si Carmelo Pérez cae en manos de un apoderado consciente, de un administrador que, lejos de buscar un rápido enriquecimiento, a costa de la sangre de este esforzado mozo, con inminente peligro de su vida, se hubiera preocupado por enseñarle lo mucho que le faltaba por aprender, antes de llevarlo a que tomara la alternativa, por mil conceptos prematura!... 
Porque los apoderados de Carmelo tenían la seguridad de que este muchacho, al doctorarse, arrastraría a las multitudes hasta proporcionar a la empresa que lo contratara, el único lleno que, como nosotros lo aseguramos al iniciarse la temporada, se registraría en “El Toreo”…
No obstante esos comentarios, surgían voces que intentaban alentar al torero herido y que dejaban patente, que como lo dijo Frascuelo, los toros dan cornadas porque no pueden dar otra cosa. Así parece hacerlo entender don Luis de la Torre El – Hombre – Que – No – Cree – En – Nada en su comentario titulado El Caso Carmelo Pérez, donde expresa:
…El punto de mira de todas las opiniones ya citadas, no es otro que señalar como causa fundamental del accidente la ignorancia del diestro y su temeridad al enfrentarse con enemigos mayores a sus fuerzas, aprovechándose para ello de las circunstancias aparentemente favorables en apoyo a sus tesis… Carmelo Pérez, no hay que dudarlo, está muy lejos de ser un lidiador consumado, está muy lejos de conocer a la perfección todos los secretos de la lidia, que para eso se necesita tiempo; pero de esto a que sea un ignorante y todavía más, a que su ignorancia y falta de recursos haya sido el motivo de su horrenda cogida, media un abismo. ¿Acaso no hemos visto caer al más sabio de los toreros, al golpe certero de un utrero? ¿Vamos a buscar en su sabiduría lo que sólo fue obra de la fatalidad?... No señores, limitémonos a lamentar las continuas caídas de quienes se dedican a tan difícil y peligrosa profesión, sea quienes fueren, un maestro o un principiante; pero no nos asustemos de esos percances, hijos legítimos de la fiesta, y mucho menos nos aprovechemos de las circunstancias para sacar avantes nuestras ideas por sofísticas que sean. 
Carmelo Pérez, ¡ese loco desenfrenado!, algo debe tener para haber electrizado a las multitudes, no una vez, sino durante toda una temporada, siendo él un principiante y toreando al lado de lidiadores reconocidos ya unánimemente como cuajados, y de los cuales, por enorme desgracia, hemos visto caer también a uno…
Concluyo esta intervención con algo de la apreciación que José Alameda hace sobre Carmelo Pérez en su libro Los Heterodoxos del Toreo y que dice así:
Carmelo era un torero roto que traía la muerte en el cuerpo… Sin facultades y con poca luz aparente, toreaba muy cerca de la tierra (otra similitud con «El Espartero»); tanto que sin el arte de «Chicuelo», claro; y sin la grandeza de Ortega, desde luego; era más «moderno» que ellos. Y con más drama, con más misterio… Fue Carmelo Pérez un heterodoxo no tanto por el «qué», pues no hacía suertes distintas a las conocidas, sino por el «cómo», pues las hacía en una forma totalmente suya, no mimética, creada y con un acento marginal fortísimo, con ese sabor a légamo que hay en los que están en el río, pero no en su corriente, sino en su doliente…
Carmelo Pérez falleció en Madrid el 18 de octubre de 1931, a consecuencia las secuelas de las cornadas que le infirió Michín de San Diego de los Padres.

Aldeanos