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domingo, 5 de octubre de 2025

La otoñada taurina en Aguascalientes (I)

2 de octubre de 1949, se reinaugura por segunda ocasión la Plaza de Toros San Marcos

El otoño también ha sido un tiempo de toros en Aguascalientes, aunque históricamente se acostumbró aprovechar los días aledaños al 20 de noviembre para ofrecer festejos en nuestra ciudad. Será a partir del año de 1975, cuando se conmemoró el cuarto centenario de la expedición de la Real Cédula que autoriza la fundación de la Villa de Nuestra Señora de la Asunción de las Aguas Calientes, suscrita el 22 de octubre de 1575, cuando se agrupan entre esa fecha y el inicio del mes de noviembre, cuando se agrupan festejos taurinos en torno al aniversario de la fundación jurídica de lo que hoy es nuestra ciudad y de las conmemoraciones y celebraciones que se llevan a cabo en torno al Día de los Fieles difuntos.

En las próximas entregas procuraré recolectar algunas estampas de esos festejos otoñales de nuestra ciudad, de los que hayan dejado alguna huella en nuestra historia taurina.

La Plaza de Toros San Marcos y su primera reinauguración

Después de la apertura del coso de la calle de la Democracia el 24 de abril de 1896, se mantuvo en operación, compitiendo con su vecina, la del Buen Gusto hasta casi la segunda década del siglo XX, década esta, en la que, nos cuenta Antonio Muñoz Rodarte, la de San Marcos, comenzó a mostrar los estragos del paso de los años y de la falta de mantenimiento preventivo, por lo que en mayo de 1928, el alcalde Enrique Montero ordenó una profunda inspección del inmueble, de la que resultó la necesidad de hacer una serie de importantes reparaciones y remodelaciones desde el pasillo del acceso y hasta los corrales en los que se guardan los toros a lidiarse en los festejos.

El entonces propietario de la plaza, don Miguel Dosamantes Rul, ofreció iniciar las obras de remodelación en noviembre de ese mismo año y le anunciaba que había establecido una sociedad para su explotación buscando convertirla en una verdadera plaza de toros moderna.

En febrero del siguiente calendario, 1929, de acuerdo con los documentos archivados en el Registro Público de la Propiedad, Dosamantes Rul vendió el cincuenta por ciento de los derechos de propiedad sobre la plaza a los hermanos Francisco y José C. Madrazo, ganaderos de La Punta, en la cantidad de cinco mil pesos oro nacional. La mitad restante, la adquirieron los citados ganaderos el 16 de agosto del año siguiente, en la cantidad de doce mil quinientos pesos de la misma naturaleza que los anteriores, lo que me hace suponer que una parte, si no la totalidad del costo de las obras de reparación de la plaza fueron costeados por los hermanos Madrazo.

El festejo de reinauguración se programó para el domingo 21 de abril de 1929, con 5 toros de La Punta, para Esteban García y Carmelo Pérez, mano a mano, anunciándose que era la inauguración de un costoso y adecuado acondicionamiento de la plaza, que era la segunda de la República y orgullo de la afición taurina de Aguascalientes.

La segunda reinauguración

Algo más de dos décadas después de aquella primera reinauguración, la Plaza San Marcos requería de una nueva intervención. La zona de palcos seguía siendo de madera y aunque visualmente eran más diáfanos y agradables que los originalmente construidos, eran de constante y costoso mantenimiento. Por esa razón sus actuales propietarios decidieron repararla y agregarle algunas instalaciones con las que no contaba a partir de su proyecto inicial. Escribe don Jesús Gómez Medina, al relatar el acto de la bendición de las instalaciones por Mons. José de Jesús López y González, en esos días, obispo de la Diócesis:

La capilla ostenta en el lugar de honor, una hermosa imagen del Sagrado Corazón, a la derecha está el Señor del Gran Poder, Patrono de los Toreros, y a la izquierda, ¡naturalmente!, Nuestra Señora de Aguascalientes… El altar es de cantera con labrados relieves, y a sus pies están dos elegantes reclinatorios. Cierra la Capilla un cancel de madera, de estilo netamente colonial o novohispano... El ruedo luce limpio y terso; se acabaron los hoyancos y la arena movediza, que tan peligrosa hacía la lidia en ocasiones. Los tendidos, también renovados, con las graderías de sombra corridas hacia arriba al haberse suprimido los palcos, parecen estar impregnados de alegría y de luz, pues hasta en los imprescindibles anuncios se tuvo el buen tino de emplear los colores simbólicos por excelencia: el rojo y el gualda... En los chiqueros se han construido bebederos y pesebres, y se les dotó de un amplio departamento sombreado, que, seguramente, hará más gratas las últimas horas de los bichos destinados a la pública diversión... Ya al entrar, el espectador encuentra una agradable sorpresa: los pasillos que conducen a ambos departamentos, al de sombra y al soleado, han sido cementados completamente, amén de que se amplió la escalera superior del tendido caro...

Es decir, se agregó al coso la capilla con la que no contaba, se mejoraron accesos, escaleras, corrales y se suprimieron los palcos de sombra, sustituyéndolos por la gradería que hoy conocemos como las localidades generales de sombra.

Ese acto protocolario de carácter religioso, se celebró el mismo día del festejo de reapertura, es decir, el domingo 2 de octubre de 1949, cuando para enfrentar un encierro de La Punta, alternarían Alfonso Ramírez Calesero, Antonio Velázquez y Manuel Capetillo.

La triunfal tarde de Antonio Velázquez

Antonio Corazón de León cerró su tarde cortando tres orejas y saliendo en volandas de la plaza. También se mostró como un torero de muy amplias posibilidades, porque al primero de su lote, que presentó un cúmulo de dificultades, lo toreó en el terreno de cercanías y pisándole los terrenos, pero a su segundo, lidiado en sexto lugar por haberse corrido los turnos después del percance a Calesero en el cuarto, lo aprovechó conforme a su calidad. Refiere en su crónica don Jesús Gómez Medina:

Desde el primer capotazo hasta el último instante, la lidia de “Jarifo” transcurrió entre ovaciones y dianas; se irguió Velázquez en el tercio y aguantó enormidades en una serie de lances llevando al bicho muy bien toreado. En quites repitió la gaonera angustiosa, yodofórmica, pues de allí a la enfermería no habría sino escasos milímetros. Picó muy bien “Lindbergh” y al quite fue Capetillo, que se echó también el capote a la espalda, para plasmar, para esculpir el momento más artístico de la tarde, con garbo, con señorío, bajando los brazos desmayadamente y poniéndose los pitones por ceñidor… Pronto y bien transcurrió el segundo tercio; salió a los medios Velázquez, brindó al público y se fue al toro para redondear su tarde. ¡Y vaya forma de redondearla! … en esta faena, Velázquez acabó con los decires: que si era “encimista”; que no toreaba de largo... El leonés se olvidó de modas y de “ismos” para hacer el toreo de siempre, el toreo fundamental, el toreo por excelencia. Y así fueron surgiendo las series de derechazos, en los que toro y torero formaban un grupo de estrujante dramaticidad; los naturales en los que, citando de largo, desde un tercio hasta el contrario, Antonio “Corazón de León”, plasmaba una y otra vez, en plenitud de torero y de valiente, la suerte fundamental del toreo. A un natural seguía el siguiente, y la serie se prolongaba hasta culminar en el de pecho, de hondo acento belmontino… Y el toro, el admirable “Jarifo” de La Punta, embistiendo con igual alegría, con nobleza impar; diríase que mejorando de un lance al siguiente. Añadió Velázquez molinetes, trincherazos y de la firma y a continuación metió el acero hasta la empuñadura. Tardó en doblar el bicho, y cuando al fin lo hizo, la ovación se desplomó a los pies del triunfador: se le otorgaron las orejas y el rabo, también la pata – ¿no les parece a ustedes que ya se está prodigando demasiado esta clase de apéndices? – y, finalmente, en hombros de los entusiastas y acompañado de Manuel Capetillo, también triunfador en la jornada, Velázquez abandonó el coso…

El toro bravo que pone a todo el mundo en su sitio. Cuando es bien aprovechado, encumbra a quien puede con él, y de la narración del cronista podemos desprender que Antonio Velázquez supo entender a carta cabal las excelentes condiciones del toro de La Punta que le permitió tener una redonda tarde en Aguascalientes ese domingo de hace setenta y seis años.

Manuel Capetillo también triunfador

Quien al paso de algunos años sería llamado El Mejor Muletero del Mundo todavía no alcanzaba su primer aniversario como matador de toros. Todavía reposaba mucho de su hacer ante los toros con su toreo de capa y no perdonaba un quite, pero de lo narrado por don Jesús Gómez Medina en su tribuna de El Sol del Centro, se advierte ya el profundo muletero que conocería la afición años después:

A cargo de Manuel Capetillo corrió la nota de arte, del más puro y hondo acento. “Lagartero”, corrido en tercer turno, hizo alegre salida. Lo corrió Casillas; pero el tapatío no se acomodó del todo en los primeros lances. Tras de una vara trasera, Capetillo libró por fregolinas, haciéndolo a continuación “Calesero” con el lance de “Chicuelo”, gracioso y artista… Capetillo comenzó doblándose suavemente, encelando al bicho en la muleta, metiéndole en ella. Se lo llevó a los medios y allí fue forjando la faena. Al principio sin completo éxito, porque el toro derrotaba alto; pero Manuel insistió, templó la embestida, le corrió la mano con ritmo sedeño e imperioso a la vez, y poco después se consumaba el prodigio. Con la cintura quebrada, la mano baja y la pata a’lante, Manuel Capetillo iba redondeando el trasteo… La roja franela, en sus manos, adquiría suavidades y ritmo de terciopelo; el lance se consumaba y en el mismo, seguía el giro imperioso de su muñeca – ¡una muñeca con goznes de oro! – engendraba el siguiente muletazo… Una serie de derechazos tenía continuación en otra nueva de mejor calidad; aquello era la fiesta del toreo más puro, del más hondo acento del que nació en Ronda en las manos prodigiosas de Pedro Romero... Más, ¡oh, sorprendentes sentires de los aficionados! El público no entró en completo trance de emoción, sino cuando Manuel realizaba una serie de tremebundas manoletinas. Vino luego la estocada, de efectos definitivos, y tras ella, al doblar el punteño, se otorgaron a Capetillo la oreja y el rabo, trofeos ampliamente ganados, porque se hizo acreedor a ellos a fuerza de insistir y de prodigar un toreo de la más pura ley…

De los Tres Mosqueteros fue precisamente Capetillo el que más tardó en encontrar su acento personal, pero también quien más permaneció en el gusto de los aficionados. La evolución que le llevó a ser precisamente llamado El Mejor Muletero del Mundo por don Alfonso de Icaza Ojo en el año de 1957, estaba apenas iniciando.

La mala fortuna de Calesero

El primero de la tarde fue un toro rajado que permitió al torero de nuestra Triana apenas cumplir con deshacerse de él, y no obstante eso hubo voces, al decir del cronista, que le reprochaban que no se luciera con él. El cuarto de la corrida, llamado Charrito, lo prendió e hirió al tercer lance, pasando a las manos del Dr. Oscar Hernández Duque, haciéndose cargo de él Velázquez y motivándose por ello el movimiento de turnos entre él y Capetillo.

Algunas cuestiones más

Durante las solemnidades de la bendición, la jovialidad del entonces obispo diocesano extendió los actos litúrgicos a otros sitios de la plaza, cuenta don Jesús Gómez Medina:

…a invitación del Dr. Duque, bendijo también la enfermería, que precisamente está contigua al recinto sacro. En seguida, con sencillez y afabilidad, atendió la súplica de David Reynoso, que en nombre de los toreros le pidió que bendijera el ruedo… Accedió gustoso el Excmo. Señor, que desde el centro del anillo bendijo el ruedo propiamente dicho, y las graderías. En un rapto de jovial y simpática efusión, exclamó risueñamente: “¡Sólo falta que me pidan que bendiga a los toros!” Y, cómo respondiéndose a sí mismo, preguntó por dónde salían los cornudos bichos, y ante la puerta misma del toril esparció el agua bendita...

El guía religioso de la mayor parte de la población que entonces habitaba esta ciudad, entendía muy bien a sus fieles y quiso santificar uno de los escenarios en los cuales se reunían para tener un tiempo de esparcimiento. Sin duda, eran otros tiempos y nuestra sociedad era distinta, pero algo en lo que no hemos dejado de tener similitudes, es en la arraigada afición a los toros que existe y existirá en nuestro Aguascalientes.

sábado, 11 de abril de 2009

Peñuelas. Una ganadería de Aguascalientes

Introducción


Es interesante acudir a fuentes no taurinas cuando se trata de reconstruir la historia de la fiesta, porque en esas fuentes cuya consulta casi siempre desdeñamos por no referirse expresamente a cosas del toro, nos encontramos con claves que pueden ilustrarnos en forma muy clara el por qué de ciertos hechos de la tauromaquia.


Tal es el caso de la obra de nuestra coterránea Beatriz Rojas Nieto - obviamente gente de toro y gallo como diría Juan Castaingts - intitulada La Destrucción de la Hacienda en Aguascalientes misma en la que con base en las evidencias documentales, desarrolla un interesante estudio sobre ese fenómeno en nuestro Estado y nos muestra, quizá sin pretenderlo, la propensión de nuestra gente hacia la fiesta de toros, pues en la obra que se menciona, nos ubica en el tiempo y en el espacio haciendas como las de El Pabellón, Cieneguilla, La Cantera, Venadero, Garabato, Chichimeco, Santa María de Gallardo y por supuesto Peñuelas.


Todos estos nombres se han visto colgados alguna vez de los carteles de las plazas de toros, especialmente de la de San Marcos identificando la crianza y el origen de los toros lidiados allí.


Los Orígenes


Es sabido que los Condes de Valenciana y también de la Casa Rul fueron los originales propietarios de la Hacienda de Cieneguilla, lugar en el que desde finales del siglo XVIII los jesuitas criaban ganado, entre el que había bastante que era apto para la lidia.


Posteriormente ya iniciado el siglo XIX, se pasó ese ganado bravo a la finca de Venadero, obteniendo renombre ambas heredades por la bravura de sus toros. Al morir don Miguel Rul, Conde de Valenciana, heredarían la propiedad sus nietos Miguel, José y Salvador, ellos apellidados Dosamantes Rul y por ser menores de edad, la administración de dichas fincas recaería en manos de su padre, don José María Dosamantes quien se dio a la tarea de mejorar el ganado allí criado, introduciendo simiente española.


José María Dosamantes fue además el constructor y primer empresario de la Plaza de Toros San Marcos misma que construyó en brevísimo tiempo a efecto de poder dar los festejos de abril de 1896. Cabe señalar que los toros lidiados en la nueva plaza, el 24 de abril de ese año, fueron del hierro de Venadero, con divisa azul y oro.


Al llegar a la mayoría de edad los hermanos Dosamantes Rul, es Miguel quien adquiere de sus hermanos la titularidad del hierro, divisa y ganado de Venadero, mismo que pacía en sus potreros desde el año de 1888, fecha en la que se le trasladó de los potreros de Cieneguilla y en 1925, el ganado pasaría a la Hacienda de Peñuelas, misma que era propiedad de la señora doña María Guadalupe Nieto y Belaunzarán, primera esposa de don Miguel.


Dos años después será la fecha en la que se lidie ganado a nombre de Peñuelas, precisamente en la San Marcos, ya que el 13 de enero de 1927, se lidiarían seis novillos de esta ganadería para el infortunado Esteban García y el valentísimo queretano Paco Gorráez. Aquí nace pues la historia de esta ganadería de Aguascalientes.


El encaste


Al trasladarse el ganado de Cieneguilla a Venadero, don Miguel Rul adquirió dos toros españoles para mejorar su sangre, siendo uno del hierro de Miura y el otro de Pérez de la Concha, es decir, uno de casta Gallardo – Cabrera y el otro Vistahermosa, pues el hierro de Pérez de la Concha es al igual en origen que el de Saltillo, derivados ambos de la porción que Pedro José Picavea de Lesaca adquirió de la sucesión del Conde de Vistahermosa.


Posteriormente ya entrado el pasado siglo, don José María Dosamantes agregó por consejo de su amigo Diego Prieto Cuatrodedos, vacas y sementales de Tepeyahualco, mismas en las que predominaba la sangre de Saltillo y agregó nueva simiente hispana con sementales de Concha y Sierra de puro origen vazqueño y nuevamente de Miura, lo que explica las historias acerca del variopinto pelaje de los originales Peñuelas, pues los agregados tlaxcaltecas también llevaban en sus venas sangre de hierros derivados, tanto del que fuera del utrerano Vicente José Vázquez, como del otrora sombrerero hispalense.


Esta es la base ganadera que adquiere don Miguel Dosamantes Rul en 1924 y con la que inicia su andar como titular del hierro de Peñuelas, iniciando igualmente sus trabajos por mejorar el ganado allí criado y así veremos que una de las primeras actividades a las que se lanza es la de hacer nuevos agregados de simiente española y así adquiere un semental del hierro de Arcadio Albarrán, de nombre Paletas, número 5, de pelo negro zaino, otro del histórico hierro de don Vicente Martínez, ganadero colmenareño que inició un encaste propio al cruzar toros del Colmenar con un semental de Eduardo Ibarra llamado Diano y un tercer padre con el hierro del Marqués del Saltillo. El toro de Martínez se llamó Terciopelo, número 27, de pelo negro mulato. El toro de Albarrán era de origen Campos Varela, es decir, Murube – Ybarra – Parladé.


Por otra parte, en 1927, se agregarían cinco toros con el hierro de Campos Varela, adquiridos originalmente por los señores don Francisco y don José Madrazo y García Granados, ganaderos de La Punta para la mejora de su vacada, dichos toros los obtuvo a cambio de la propiedad de la Plaza de Toros San Marcos, que había heredado de su padre y se dio el hecho de que la retienta de los sementales la hizo Marcial Lalanda, llamado el mas grande. Posteriormente don Miguel agregaría toros de Matancillas y La Punta a sus dehesas, estos de puro origen Parladé vía Domingo Ortega y Campos Varela.


Hasta aquí podemos observar que en alguna forma se intentó mantener un equilibrio entre las sangres de Vistahermosa (Parladé, Campos Varela, Saltillo, Ibarra, etc.) y las que no son de ese origen (Vázquez, Gallardo – Cabrera, Martínez y otras), pero de nueva cuenta se hace una agregación que yo llamaría explosiva en 1928 cuando se adquiere de doña Amada Díaz Viuda de de la Torre la vacada de San Nicolás Peralta, misma que tenía orígenes de Anastasio Martín (Vistahermosa), Concha y Sierra (Vázquez), Veragua (Vázquez) y Arribas Hermanos (Colmenar). Estos ganados serían retentados en su totalidad, refiriéndose que era tal la bravura o el nervio de alguna de las vacas, que morían acalambradas al pelear con los caballos en el tentadero de la ganadería.


Con esas raíces seguiría Miguel Dosamantes Rul su andadura como ganadero de bravo durante veinte años más, pues en 1948 agregó dos toros españoles de Luis Vallejo Alba encastados en Murube y en 1950 otro semental de Ernesto Cuevas de origen Coquilla.


Estas bases ganaderas darían a Peñuelas la oportunidad de presentarse en El Toreo de la Colonia Condesa el 26 de junio de 1932, con seis novillos para José María Calderón, Liborio Ruiz y Luis Castro El Soldado, destacando en la lidia el sexto, de nombre Opalito, de pelo jabonero sucio, pero al tiempo el segundo un negro de nombre Fogoso, fue devuelto al corral por manso. Curiosamente el toro que abrió plaza, aunque anunciado a nombre de Peñuelas, llevó el hierro de Cieneguilla y fue un cárdeno bragado de nombre Niño.


De este polifacético encaste salieron toros muy bravos, recordándose la lidia que dieron Rubito, jabonero barroso, Anacleto, cárdeno bragado, Capullito de Alhelí, salinero, Pegajoso, berrendo en albahío, Calzonudo, negro, Rayito, negro, desorejado en la México por Curro Ortega y Pinturero, desorejado por Calesero en Cuatro Caminos.


También hay toros que pasan a la historia por algún otro hecho, no siempre glorioso, como el llamado Barqueño, que el 26 de abril de 1959 causó la muerte a Paco Pavón, hijo del ganadero de Rancho Seco, don Carlos Hernández, quien iba de sobresaliente en la corrida que mano a mano torearon Alfonso el de Triana y Luis Procuna en el coso Cuatrocaminero.


También cupo el honor a don Miguel Dosamantes Rul de ser el ganadero que lidiara sus toros el 5 de febrero de 1947, fecha en la que Manuel Rodríguez, Manolete, se presentó en la Plaza San Marcos alternando con Manuel Jiménez Chicuelín y Luis Procuna, en la penúltima tarde en la que actuara en México.


Los toros originalmente anunciados eran de Pastejé, pero por el problema de la fiebre aftosa, estos no pudieron pasar a Aguascalientes y así se vio salir de los toriles a Lucerillo, que correspondió a Procuna y se fue sin el rabo al destazadero, Pajarito, que perdió igualmente su apéndice caudal para Chicuelín y Espadachín, toro con el que el Monstruo de Córdoba la armó en el ruedo sanmarqueño perdiendo las orejas por fallar con la espada.


Será en 1974, que don Miguel Dosamantes Rul decida variar el rumbo de su vacada y así agrega dos sementales de Jesús Cabrera, puro San Mateo y será su viuda, la siempre recordada doña Raquel González quien agregue a la ganadería otros toros de Javier Garfias en 1979 y Valparaíso, en 1980. Después se ha continuado con los añadidos, principalmente de la familia Garfias en sus distintas denominaciones, pero se conservan algunas líneas de sangre puras de lo original de la ganadería.


Una corrida que marcó la transición en esta ganadería, ha sido la lidiada en la Plaza Monumental Aguascalientes en el año de 1977, una corrida bien comida, de hermosa presencia que fue lidiada por Fabián Ruiz, Guillermo Montero y Armando Mora, destacando el sexto, que se llamó Rubio, premiado con la vuelta al ruedo y que permitió al trianero Mora lucirse aún evidenciando falta de sitio.


A guisa de conclusión


La historia de Peñuelas está ligada a la de nuestra Ciudad y de su Plaza de Toros San Marcos pues sus orígenes convergen en el mismo punto de partida que es la afición que tuvieron los señores Condes de Valenciana y don José María Dosamantes, constituyéndose pues en los iniciadores de una tradición que a mucha honra, es de Aguascalientes y de su gente, lo que nos debe llenar de orgullo, pues como nuestra Ciudad, en lo taurino, muy pocas.

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