Fermín Rivera visto por Antonio Casero El Ruedo, Madrid, 04 octubre 1945 |
Enterado de donde podría aprender el oficio de torero, Fermín Rivera se acercó a Diego Rodríguez Silverio Chico, uno de esos diestros españoles que llegaron a México en el entresiglos del XIX y el XX y que había toreado en 1895 la corrida inaugural de El Paseo, a pedirle que le enseñara a torear. Y Silverio Chico lo tomó como discípulo y para el 29 de noviembre de ese año ya le había conseguido salir con un eral de regalo Santo Domingo en una corrida que torearon Jesús Solórzano y José Amorós, ante el cual se vio valiente, sobre todo si se tiene en cuenta el hecho de que cuando lo lidió cayeron las sombras de la noche.
Buscando nuevos horizontes, marcha en 1933 a la Ciudad de México y allí se integra a quienes reciben enseñanzas de Alberto Cossío Patatero, el que fuera banderillero de Rodolfo Gaona y que ya había sacado como toreros de importancia a dos hidalguenses: Heriberto García y Ricardo Torres. Patatero, uno de los forjadores de la auténtica escuela mexicana del toreo, le consigue primero, un festival en El Toreo el 5 de noviembre de ese año y después de continuar con su formación, logra su presentación como novillero allí mismo el 3 de mayo de 1935, alternando con Fernando López y José Salas Sirio, lidiando novillos de La Laguna.
Fermín Rivera se alzará como triunfador de esa temporada novilleril de 1935, lo que le valdrá recibir la alternativa en la temporada de corridas siguiente y así el 8 de diciembre de ese año, ante toros de Rancho Seco, Fermín Espinosa Armillita, con el testimonio del vallisoletano Fernando Domínguez le cederá los trastos para matar al toro Parlero y adquirir así la dignidad de matador de toros. Ese toro, tuvo el gesto de brindárselo a Patatero.
Como era costumbre en esos tiempos, la intención de Fermín Rivera era la de ir a España al calendario siguiente, necesariamente a torear novilladas allá y obtener una nueva alternativa que le permitiera torear corridas de toros, pero el conflicto de 1936 con la torería española truncó su proyecto, por lo que sus campañas las realizó exclusivamente en ruedos mexicanos.
Logra por fin ir a Europa en 1944 tras reanudarse el intercambio taurino con España, se presenta en Lisboa el 7 de mayo de 1944; debuta en ruedos hispanos en Aranjuez el 4 de septiembre alternando con Luis Gómez Estudiante y Manolete y confirmará su alternativa en Madrid el calendario siguiente, el 8 de julio cuando Manuel Álvarez Andaluz le ceda al toro Algarrobo de Sánchez Fabrés, en presencia de Manolo Escudero.
La tarde del 30 de septiembre
El domingo 30 de septiembre se anunció un festejo que revestía interés, por delante iría el rejoneador portugués Murteira Correia con un toro de Sánchez Fabrés y seis toros de Carlos Núñez para Fermín Rivera, Rafael Albaicín y Jaime Marco El Choni. La plaza se llenó y al final del festejo, quienes completaron el cupo de Las Ventas no quedaron decepcionados. Fermín Rivera cortó dos orejas al sexto que mató por percance de El Choni, quien cortó una oreja al único que mató y Albaicín a su vez, cortó una oreja al segundo de su lote y pasó a la enfermería. El torero a caballo saludó desde el tercio después de que El Ferroviario, sobresaliente, despachara al toro que le tocara en suerte.
El ABC madrileño, tribuna en la época de Manuel Sánchez del Arco Giraldillo, expresó lo siguiente acerca de la actuación de Fermín Rivera:
...Fermín Rivera ha realizado una buena temporada en España. Le vimos en Valencia y allí me gustó mucho y acusé ciertas injusticias del público. Desde el farol de rodilla con el que saludó al primero hasta la gran faena que, con corte de orejas, coronó su labor en el último, Fermín se mantuvo en un nivel muy alto, sin decaimientos. De los tres toros que mató, banderilleó dos, con gran facilidad y guapeza, sobresaliendo en el primero. Muy alegre en los quites y con buen estilo en los lances de salida, mantuvo muy movido el tercio primero de sus toros. Buena la faena primera, variada, con pases sobre la izquierda y con otros de adorno, fue jaleado con olés. Mató de un pinchazo y una estocada sin puntilla, entrando muy bien las dos veces. Hubo ovación y petición de oreja. Brindó la muerte del cuarto al buen aficionado D. Antonio Berdagué. Pases por alto, quieto, y con buena planta, muy forzado uno de ellos; cuatro naturales y uno de pecho, echándose todo el toro por los rizos de la camisola... Faena buena, entre aplausos y aclamaciones, y una estocada hasta la mano, con descabello a la segunda. Hubo ovación y petición de oreja. Por las cogidas de «Choni» y «Albaicín», Rivera quedó solo en el toro sexto. Hizo una faena valiente y adornada. Pases de rodilla, afarolados, desplantes, quedando de rodillas de espaldas al toro. La gente aplaudía con entusiasmo. Fermín colocó una estocada. Pedían la oreja antes de caer el toro descabellado. Y las orejas se concedieron al mejicano, que salió por la puerta de honor, después de haber sido paseado en triunfo por el ruedo... De la corrida – en la que para todos hubo orejas – queda el recuerdo de un soberano tercio de quites en el toro cuarto. Rivera y «Albaicín» tuvieron un momento de inspiración como aquel del «Choni» en el toro primero...
Como podemos ver, Giraldillo describe lo que podríamos considerar una actuación redonda, en la que lo estricto – o cicatero – de la presidencia del festejo, le impidió cortar más apéndices, pero al final el reconocimiento popular fue para él.
Por su parte, don Luis Uriarte, firmando como El de Tanda en la Hoja del Lunes del día siguiente al festejo, reflexiona lo siguiente:
...Pero Fermín Rivera, torero largo, completo y pundonoroso, no podía irse de la plaza sin redondear el éxito de una buena tarde de toros. Y en el sexto – que también se creció al castigo – se lió con él en singular batalla de muletazos inteligentes al principio, de adorno después y de gran valor al final, valor «in crescendo» desde los primeros pases, y antes aún de que el toro cayera descabellado, ya el presidente, impulsado por el clamor de las graderías y el flamear de los pañuelos, había concedido no una, sino dos orejas, que sirvieran como broche a la triunfal jornada de este buen torero a quien los «capitalistas» se llevaron en hombros por la puerta grande... Los toros de Núñez, muy bien presentados, salieron asimismo buenos. Todos fueron a más, creciéndose al castigo, como toros de casta. El cuarto – «Piconero», 74, negro zaino – fue un gran toro, un toro verdaderamente puntero, por su bravura y nobleza. ¡Bien mereció la vuelta al ruedo! Este toro dio lugar a un excelentísimo tercio de quites a cargo de Rivera y Albaicín. A los dos se les premió con una ovación de las de gala. Fue el momento más inspirado y emocionante de la corrida. Un momento de esos que constituyen la razón de ser – por la emoción del peligro salvado con arte – de la fiesta de toros...
Un par de días después de la corrida, de nueva cuenta en el ABC de Madrid, quien firma como C.S., revela el nombre del toro del triunfo y hace los siguientes comentarios:
...Pero en el que cierra plaza – que Rivera mata por su compañero herido, el «Choni» –, la furia de clamor popular se desata furiosa y unánime en la faena de muleta. ¡Qué faena señor! ¡Qué faena de torero grande, de lidiador perfecto! «Rotario» – tal es el nombre del bicho – es un toro castaño, largo, grande enmorrillado, delantero y desarrollado de armas. ¡Un ejemplar! Y este ejemplar, soberbio de estampa y soberbio de poder, asusta a todo el mundo por su presencia y lo poco claro de su pelea, en la que tiende a defenderse... El hombre torero y el torero hombre de Méjico se lía con el «respetuoso» «Rotario» y le domina hasta convertirle en un guiñapo y en una rosquilla; en un guiñapo, por lo certeramente que le torea y le vence de un modo rotundo, y en una rosquilla, porque se lo «come» a placer en los veintitantos formidables pases de que se compone la grandiosa faena, coronada con un volapié en la yema... La gresca gorda estalló esta vez arrolladora. Los pañuelos vuelven a «hablar», pero ahora más claro y más fuerte. Tan claro y tan fuerte, tan con caracteres de turbulencia, de regocijo, que Rivera no corta solo la oreja de «Rotario», sino las dos...
En el semanario El Ruedo, aparecido el 4 de octubre de 1945, Fermín Rivera declaró lo siguiente a F. Mendo:
Ha sido la corrida donde más contrarios sentimientos he experimentado. En mis dos primeros toros me llegué a gustar, y hasta creí llegarían a concederme alguna oreja, sobre todo en el segundo astado. A éste, desde su salida de los chiqueros hasta la estocada final, entendí haberle hecho cuanto sabía. Cuando le arrastraban, y ante aquel público que no acababa de entregarse, yo sentí una sensación de angustiosa desesperanza.
Pero salió el sexto, y, en mi deseo de vencer las reservas del respetable, me entregué de nuevo plenamente. Entonces fue cuando el público – este público de Madrid, tan temido y querido a un tiempo – se sintió justiciero, y trocando su pasada severidad en desbordante entusiasmo, me aplaudió, no solo por lo que estaba realizando, sino también por lo que antes había parecido no tomar en cuenta.
Y con las dos orejas y la salida en hombros he contraído otra deuda de gratitud imperecedera. La tarde de hoy la añoraré siempre, porque me parecerá mejor que cualquier otra futura...
Fermín Rivera había triunfado. Había vencido las reticencias que dijo sentir del público madrileño y se convirtió en uno de los toreros mexicanos más destacados de esa campaña de 1945, tanto así, que sin contar a Carlos Arruza, fue el que más toreó por aquellas plazas, pues sumó 40 festejos en el ciclo. Una auténtica revelación.
Fermín Rivera queda así instalado como una de las principales figuras del toreo en su tierra. En 1955, toreando en Monterrey, sufre un infarto de miocardio que le aleja de los ruedos y precipita su despedida de ellos, que se verificó el 17 de febrero de 1957 en la Plaza México. Sin embargo, la vida sana y un proceso de recuperación le permitieron seguir toreando de manera esporádica y toreó su última tarde en la plaza El Paseo – que lleva hoy también su nombre – el 10 de enero de 1964, alternando con Manuel García Palmeño y Guillermo Sandoval.
Fermín Rivera, cabeza de una dinastía de toreros, falleció en su ganadería de La Alianza, el 28 de junio de 1991.