Se la van a cargar…
Hace algunos años, no más de diez, creo, un sorprendido y molesto
Enrique Ponce declaraba entrebarreras, con cierto aire doctoral, a un entrevistador de la televisión mexicana en el transcurso de una corrida del 5 de febrero, tras de llevarse una fuerte bronca por su imposibilidad de realizar algo parecido a una faena al impresentable inválido que le había salido por la puerta de toriles, que de mantenerse esa actitud por los públicos mexicanos,
nos íbamos a cargar la fiesta, como ya había sucedido en algunos lugares de España… y agregaba que la exigencia de un toro de mayor presencia y más raza que el que se acababan de llevar las mulillas,
era en detrimento del espectáculo y de los intereses de todos.
Siento mucho no haber tenido la precaución de haber guardado en vídeo la corrida de mérito o de haber conservado el recuento periodístico del exabrupto del torero valenciano para precisar la fecha y algunos detalles más de esa ocasión, pero me resulta evidente que es su criterio en lo que a la presencia y selección del ganado se refiere, el que se aplica, en lo que al menos teóricamente es la primera plaza de América.
Las distintas varas de medir…
Esta temporada 2009 – 2010 en la cual su compadre y supuesto socio,
Rafael Herrerías volvió a ser desde el inicio la
cabeza visible de los asuntos de
La México, se advierte que existen dos
varas de medir. La primera, que comprende a los toreros que prácticamente están en el paro y que tienen que salirle a corridas de toros bien comidas, con su edad aparente. Toros
duros dirían algunos, a los cuales, los nombres más rutilantes del firmamento taurino, no osarían ponérseles enfrente, creo que ni asados con patatas. Esos toros dan pocas opciones cuando no hay sitio, por lo que las
oportunidades dadas con ellos, no son tales.
Pero si se es alguien, se puede aspirar a un trato distinto. Un ejemplo reciente de ello, es lo que sucedió con el niño de Pedro Gutiérrez Moya, El Niño de la Capea. Para su primera aparición en el Coso de Insurgentes, estaba programada inicialmente una seria corrida de San Marcos. La oportuna intervención de su progenitor consiguió que la mitad del indeseable encierro fuera sustituido por cuatro chivos de Carranco y eso que el Capeíta no pinta nada ni aquí, ni allá, pero ser hijo de…, como contar con cierta tarjeta de crédito, tiene sus privilegios y eso le valió ser tratado de manera distinta a los desheredados. Al final, los sustitutos no le dieron opciones y la benévola orejita que se llevó ese día, la cortó al toro que no quería. Lecciones que da la vida.
El remedio y el trapito…
Tras de que no terminaron de cuajar los que habrían de ocupar el sitio que dejó vacante Manolo Martínez a mediados de la década de los ochenta, se reinició la contratación de toreros hispanos para variar la conformación de los carteles de las temporadas grandes de la capital mexicana. A la llegada de Enrique Ponce y con la posterior alternativa de El Juli, se inició la etapa de las manías, que coincidió con la escasez de toreros nacionales para hacerles frente, pues solamente contábamos aquí con Zotoluco para darles la cara. A José Tomás no lo menciono, pues Herrerías en esos tiempos no lo contaba entre sus opciones para armar sus temporadas.
También estaba Pablo Hermoso de Mendoza, pero con un capital más limitado, pues el toreo a caballo es una vertiente de este arte que no ha penetrado a profundidad en la afición mexicana por una parte y por la otra, dada la reticencia del estellés a alternar con rejoneadores mexicanos, resulta complicado colocarlo en carteles variados en una misma temporada, por eso Pablo Hermoso de Mendoza trae su propia fiesta en toda la República Mexicana.
Herrerías – y su quizás alter ego Ponce – discurrió por esos días que para llenar la mega – plaza, la solución era programar a dos de los toreros de la manía con uno de los nuestros y buscó fórmulas para burlar tanto los Estatutos Sindicales de la torería mexicana, como la Ley de Espectáculos del Distrito Federal obteniendo victorias pírricas, pues al final de cuentas no pudo justificar los medios empleados y tampoco pudo exponer con ecuanimidad y claridad las razones reales que le empujaron – aparte de las meramente comerciales – a presentar carteles así, dado que lo único que alcanzaba a balbucear era que eso era lo que a él como empresa le convenía y punto. Quizás, si hubiera recurrido a las razones de la historia y a los hechos recientes, hubiera acogido para sí el favor de la opinión pública, pero los bravucones siempre acaban perdiendo, porque antes de reflexionar se enojan.
Pero su intento no quedó en balandronada. Al final de cuentas, la Asociación Sindical de toreros mexicanos, la Asociación de esquiroles que Herrerías formó y la Asociación de Empresarios hicieron un convenio mediante el cual, en determinadas plazas y en determinadas circunstancias, se podrían dar corridas de toros con mayoría de toreros extranjeros en el cartel, es decir, se admitió la fórmula Herrerías, aunque no fuera aplicable en la Ciudad de México, por impedirlo la Ley de Espectáculos Públicos allí vigente.
Así, en Aguascalientes, Monterrey, Guadalajara, Juriquilla, León y alguna otra plaza y feria, se pueden ofrecer una cantidad limitada de festejos en esas condiciones. La información se puede leer
aquí y
aquí. Así pues, obtenida la aquiescencia para la
fórmula Herrerías, se pensó que los males de nuestra fiesta estaban remediados
per sécula.
¿La maldición gitana?
En el fondo, resulta que el punto de busca estaba en otro sitio, precisamente en los toros que se ponía a lidiar a los
maniáticos en las principales plazas de México. Si en lugar de
recomendar a esos diestros (con
Ponce y
El Juli a la cabeza de la fila) el lidiar ganado de vacadas que se distinguen por su borreguez, quizás este asunto no nos estaría ocupando. Si revisamos corrida a corrida lo que lidiaron esos
artistas, tanto en sus comparecencias en la gran plaza, como en las listadas antes, veremos primero, que eran en su mayoría reses que no eran de recibo en un festejo anunciado como
corrida de toros y por el otro, que en lo que a comportamiento se refiere, no fueron precisamente bravas, sino todo lo contrario.
Xajay, José Garfias, Barralva (lo mexicano), Reyes Huerta, De Santiago, Montecristo, Mimiahuápam, Begoña, Vistahermosa, Bernaldo de Quirós, etc., son una parte de los hierros que han pasado por las espadas de esos conspicuos miembros del escalafón taurino y si verificamos crónica a crónica, vídeo a vídeo, podremos constatar que la suerte de varas fue un simulacro y que de todo lo que salió por toriles, difícilmente podremos armar un toro de lidia auténtico, sino solamente, algo que se les parece. Hace ya algunos ayeres escribió don José Sánchez de Neira:
…Que eran grandes y estaban gordos y bien criados: ¿y qué? gordos, y grandes, y limpios, y lustrosos, llevan carretas algunos bueyes murcianos, que da gozo ver por las calles de Madrid, haciendo comprender que a unos y a otros se les alimenta bien, hay esmero en atenderlos, y no se escatiman gastos; pero no es eso únicamente lo que exige el toro de lidia, cuya bondad se aprecie por su forma estética… Aparte de la sangre de casta, que en su mayoría es indispensable para que dé buen resultado al lidiarle… además de la mayor bravura que en las tientas acredite, si se hacen escrupulosamente, lo cual dudo, bueno es atender a otras particularidades que distinguen al toro fino del basto… De cien reses que se aparten con esas señales, noventa resultan en la lidia bueyes mansurrones; y precisamente acontece lo contrario cuando se presentan finos de estampa o lámina... (La Lidia, Año XII, Núm. 14, Madrid, 24 de junio de 1894)
El problema es cuando les sale a esos toreros un toro bravo, como el de la maldición gitana. Ya vimos el pasado 5 de febrero que tanto Rafael Ortega como Sebastián Castella tuvieron uno en sus manos y seguramente fue tal su sorpresa, que no supieron qué hacer con ellos, más que tratar de hacerlos ver mal. Orteguita fracasó en su intento, terminando abroncado y en la enfermería y Castella, más avezado, medio metió en el garlito al feriante público asistente a La México, que se quedó con la duda cuando el cinqueño no se tragó las dosantinas que el franchute le quiso endilgar como a los borreguetes que de ordinario enfrenta allí, algunos creyeron el cuento del toro malo, pero no todos. Lo paradójico del asunto es que hoy en día cuando sale el toro bravo o no se sabe qué hacer con él, o no se le quiere ver. ¡O tempora, o mores!
Por las afueras
Se pensó que la fórmula Herrerías sería la superación de lo sucedido en México y así en Guadalajara y Juriquilla se programaron corridas en las cuales El Juli y Castella iban en el mismo cartel con un torero mexicano. El resultado final de ambos festejos, celebrados en la vecindad del 5 de febrero, fue un fracaso casi absoluto, salvado por toritos de regalo, pues los bueyes apartados por los veedores de los toreros no caminaron, tuvieron que jalar de los sobreros para tratar de compensar las pérdidas de tardes de entradas caras y resultados nulos.
Así pues, ¿somos los que pedimos el toro íntegro y bravo los que nos
cargamos esta fiesta? Creo que no. En la medida de lo que cabe y aplicándola al caso, hago una mala paráfrasis de la
Redondilla de la inmortal
Sor Juana Inés de la Cruz, que viene como anillo al dedo a estas cuestiones (la versión original y completa
se puede consultar aquí):
Taurinos necios que acusáis
a la afición sin razón,
sin ver que sois la ocasión
de lo mismo que culpáis…
Espero haberme hecho entender.