9 de noviembre de 1947 |
Hace unas semanas escribía aquí mismo acerca de los sobresalientes y del hecho de que en la actualidad su participación en los festejos se ha reducido a un mero trámite y que cuando han tenido que cumplir con su cometido y lo hacen con atingencia y a veces hasta con lucimiento, no reciben más recompensa que la paga convenida por estar en la plaza el día y hora convenidos, sin que se les considere en lo posterior como toreros para recibir una oportunidad de mostrar, como partes de un cartel, sus dotes artísticas.
Hoy hace 67 años que Manuel Capetillo partió plaza en la plaza El Progreso de Guadalajara casi en esas condiciones. Para ese domingo la empresa de don Ignacio García Aceves había anunciado una novillada de Lucas González Rubio que matarían mano a mano el tapatío Luis Solano y el triunfador de la Plaza México, Fernando López El Torero de Canela. Varias fueron las peripecias por las que tuvo que pasar Capetillo para salir como sobresaliente esa tarde. La versión de Fernando López sobre ese particular es así:
A la hora del desayuno llegó el empresario a saludarles… En esta ocasión, después de los saludos y demás cortesías les expuso lo siguiente: “Durante muchos años tuve un amigo, el cual falleció hace poco tiempo. Uno de los hijos de este amigo quiere ser torero. Nunca lo hemos visto torear, pero el muchacho tiene tipo. Pensamos que siendo el cartel de mañana mano a mano, podría salir y que le permitieran hacer un quite para que nosotros lo podamos ver. La Unión de Matadores ya nos envió al sobresaliente oficial, por lo que de aceptar ustedes – era a Rodolfo y a Fernando a quien se dirigía – saldría de más. Rodolfo, con un movimiento de cabeza interrogó a Fernando, quien dijo: Por nosotros no hay inconveniente, pero quien debe autorizarlo es Luis Solano como primer espada en el cartel. En principio, yo lo acepto… Los toros de Lucas González Rubio eran grandes, gordos. El cuarto de la tarde embistió bien al capote de Fernando… Se colocó al toro para el tercer puyazo. Fernando buscó con la vista al recomendado de la empresa y con la cabeza le hizo la seña para que saltara al ruedo a hacer el quite… el muchacho ejecutó cuatro fregolinas y una revolera ¡increíbles! por lo lentas y ceñidas. El público enloqueció de entusiasmo y sorpresa, aventó todo lo que tuvo en las manos; flores y sombreros cayeron al ruedo y aplaudió a rabiar durante un par de minutos… El quinto toro no embistió tan bien como el anterior y en los quites el público empezó a pedir a gritos al sobresaliente. Fernando se acercó a Luis y le dijo: “Déjalo hacer un quite para que la gente se calme. Este toro no embiste tan claro como el otro…”. “Sí – dijo Luis – a ver que le hace a este…” Y dirigiéndose al muchacho, con una seña del brazo le indicó que hiciera el quite… Se fue al toro, este le embistió y le hizo cuatro gaoneras con las manos muy bajas, en el mismo sitio y casi sin moverse. Remató nuevamente con una revolera. ¡Todo increíble! El público enloquecido le hizo dar la vuelta al ruedo. Cuando él último toro cayó muerto… Luis y Fernando caminaron a sus automóviles viendo a ese torero – desconocido hasta unos minutos antes – a hombros de la multitud… He dejado hacer quites a varios y este es el primero que tiene con que aprovechar la oportunidad. ¿Cómo se llama?, Manuel Capetillo – contestó el mozo de espadas - oí que así le nombraban…
Como podemos leer de las palabras del Torero de Canela, el primer quite se lo concedieron a Manuel Capetillo por una especie de obligación hacia el compañero que estaba con ellos en el ruedo solamente en espera de la eventualidad de que les ocurriera un percance y el segundo, fue en alguna medida por complacer el clamor de la concurrencia, pero viendo además que el toro no era tan claro como el anterior en el que había quitado. Allí tuvieron la ocasión de apreciar que lo realizado la primera vez no fue mera casualidad, que estaban delante de un torero que tenía un promisorio futuro delante.
Pero Manuel Capetillo también contó su versión de estos hechos. Lo hizo en un libro titulado Manuel Capetillo. Más allá de la leyenda, en el que narra su paso por los ruedos y por los escenarios. Al referirse a esta particular tarde de toros, dice lo que sigue:
Me enteré de que la empresa de Guadalajara organizaría una serie de novilladas, en una de las cuales – el doce de octubre de mil novecientos cuarenta y siete – estaba anunciado un mano a mano entre Luis Solano y Fernando López, con toros de Lucas González Rubio… Yo conocía bien a Luis Solano, por lo que me planté frente a él – la decisión se la echaba a la gente, ya que no me dejaban hacerlo ante los toros – y le pedí que me dejara hacer un quite, uno solo, en uno de sus toros. Me dijo que estaba de acuerdo, pero necesitaba consultar con el empresario, don Ignacio García Aceves… A los pocos días vino la respuesta: “Imposible, el sobresaliente de la corrida ya está puesto y se llama el ‘Niño de la Rosa’”… Pero, ya que había convencido a Luis Solano de que me dejara hacer un quite, no podía conformarme e insistí personalmente con el empresario. Que me dejara hacer un quite, nada más un quite, aunque no saliera como sobresaliente. ¿Por qué no?... “Pues porque no se puede, porque no se hace nunca y porque lo impide el Reglamento. Sólo el delegado de la Unión de Matadores podría autorizar tal excepción”, me respondió don Nacho García Aceves… “¿Y quién es el tal delegado?”… “Un señor que se llama Ángel Martínez”… “¿Si lo convenzo a él estará usted de acuerdo?”… “Está bien, te doy la oportunidad… Aunque don Nacho ha de haber pensado que no convencería al delegado, ya encarrilado en eso de los convencimientos – que es casi como ligar los naturales –, el último fue lo de menos… “El torero está de acuerdo. El empresario está de acuerdo. Usted, como delegado, no puede estar en desacuerdo, ¿verdad? Sería una grosería con ellos”, le dije… “No, pues no. Siendo que todos están de acuerdo, adelante”, me contestó… Ya sólo faltaba lo más importante: conseguir un traje de luces, porque no tenía ninguno, ni dinero para alquilarlo y mucho menos para comprarlo. Y sin traje de luces, es obvio, no podía partir plaza… Me vi en la necesidad de recurrir a Eleuterio Rodríguez que era... nada menos que puntillero. Ya se podrá suponer el estado en que estaba su traje, el único con que contaba, por lo demás. Pero el estado del traje era lo de menos. El verdadero problema era la estatura de Eleuterio: francamente chaparro. Ante mí, que cargo con un metro ochenta y dos centímetros encima… La taleguilla me llegaba a las rodillas, así que las medias me ocupaban la mitad de las piernas. Las mangas de la chaquetilla apenas si me cubrían los codos. Resultaba francamente ridículo… Al llegar a la plaza oí los primeros gritos de burla: “Ese es un payaso, mira cómo le queda el traje… Eh, tú, payaso, qué vienes a hacer aquí… Pareces un chapulín vestido de luces”… La novillada transcurría en forma normal – y sin nada relevante – hasta que salió el tercer toro, en el que Fernando López me permitió que hiciera el quite, mi tan esperado quite – que, por lo demás, había ensayado todos los días, desde hacía años, ante un toro imaginario… Fui hacia el picador y en el momento en que intenté echarme el capote a la espalda, sucedió lo inevitable, como en una película cómica: la chaquetilla por poco se me cae de lo mal que me quedaba y tuve que detenerme – y poner el capote en la arena – para acomodarla, con lo cual provoqué una nueva carcajada de la gente… Por fin hice el quite que tanto esperaba y mi vida dio un giro de ciento ochenta grados. Todo adquirió sentido. Mi decisión, a pesar de la muerte de mis admirados toreros… Fueron cuatro gaoneras y una revolera en las que no me moví un ápice y ni siquiera parpadeé… La plaza se volvió un manicomio y los sombreros alfombraron el ruedo… Salió el siguiente toro, que correspondía a Luis Solano, y apenas lo sacaron del caballo, empezaron los gritos: “¡El sobresaliente, el sobresaliente!”… Ni siquiera sabían cómo me llamaba… Y a Solano no le quedó más remedio que dejarme hacer un quite también… Ahora fueron fregolinas – otro de mis quites predilectos –, que me salieron aun mejor que las gaoneras… Al rematarlo, otra vuelta al ruedo y los gritos, ya descarados: “¡Torero, torero!”… Al final de la corrida la gente bajó al ruedo y me cargaron a hombros. ¡Tres horas me llevaron a hombros por las calles de Guadalajara, por los dos quites que había hecho! ¿Habrá otro torero que pueda jactarse de cosa parecida? Y sin siquiera conocer mi nombre, porque los únicos gritos que oía eran los de: “¡Viva el sobresaliente!...
La esencia de una y otra versión es la misma, aunque el torero confunde la fecha – él la sitúa en el 12 de octubre de 1947 y en realidad fue casi un mes después – y difiere también en la manera en la que fue aceptado como segundo sobresaliente esa tarde. Quiero pensar que al escribir la obra, lo hizo “de memoria” y por ello la contradicción en cuanto a las fechas.
El diario El Informador de Guadalajara del día siguiente del festejo, tiene una crónica que no lleva firma, pero que por la época, puedo atribuirla a su cronista titular, Enrique Aceves Latiguillo, quien dijo lo siguiente de la actuación de Capetillo:
Temeridades suicidas de Luis Solano, toreo enterado y fino de Fernando López, dos destellos de oro del sobresaliente Manuel Capetillo que merecerán párrafo de matador y cuatro bravos toros de González Rubio, fue lo que vimos ayer en la tarde. En forma rápida, una hora cuarenta minutos de corrida, llena de emociones y magníficos destellos, a pesar de no haberse consumado una faena ni cortado alguna oreja... Por tercer enemigo tuvo Solano a “Muñeco”, negro bragado y calcetero, número 39, otro ejemplar tan bueno o superior al que le tocó en primer término. Hubo gran tercio de quites, gaoneras Solano, navarras a su estilo, Fernando López, torerísimo y el segundo “quite de oro” de Manuel Capetillo, chicuelinas suaves y por abajo... “Zancudo” número 5, fue el segundo de López. Hizo magnífica salida y Fernando le da varias verónicas aguantando a ley. Buen tercio de quites, chicuelinas Fernando, gaoneras Solano y en seguida se presenta el descubrimiento de la tarde, el sobresaliente Manuel Capetillo, con otras gaoneras de escándalo... MANUEL CAPETILLO. Un sobresaliente que debe sobresalir en la crónica. Le fueron suficientes dos quites, para convencer a la concurrencia que ayer surgió un torero, jalisciense por añadidura… El primer quite se lo cedió Fernando López en el cuarto de la tarde y fue por gaoneras, vaya forma de ejecutarlas y parar en el lance, la ovación no se hizo esperar y de las grandes… El segundo quite se lo dio Luis Solano en su tercer toro, el quinto de la tarde y este fue por chicuelinas, suaves y por abajo, un quite de oro que hubiera firmado Pepe Ortiz… Para muestra un botón y estos fueron dos y de perlas del más fino oriente. Capetillo salió en hombros, la afición lo pide, para verlo ya completo en una novillada. En el joven, que no es un adolescente, hay cuerpo, figura y al parecer una muñeca para jugar el engaño ante el toro, que puede resultar toda una revelación. No sería muy remoto asegurar, que en la arena de El Progreso se encontró ayer regado un diamante… Al menos esta impresión se llevó ayer el numeroso público que asistió a la novillada.
A la semana siguiente |
Manuel Capetillo se ganó a pulso, con dos quites, su inclusión en la novillada del siguiente domingo. Alternaría con Luis Solano y Santiago Vega en la lidia de novillos de Corlomé. Para ello, pidió al empresario García Aceves lo siguiente:
Al día siguiente, como era de esperarse, me mandó llamar el empresario… “Muy bien, Manuel, siempre supe que ibas a triunfar” – me dijo don Nacho, algo que a partir de ese momento me repitieron todos los que antes dudaron de mí –. “Has dado el primer paso. El primer pasito, vamos a llamarlo. Ahora hay que dar un paso en verdad, para lo cual ya te estoy anunciando para el próximo domingo”… “Muchas gracias, don Nacho. Un solo favor”… “El que quieras”… “Présteme un traje de luces digno. Ya usted oyó las burlas que me hicieron por haber usado el traje de Eleuterio. Está muy chaparro él, o yo muy alto, no sé”… Sonrió ampliamente y le dio una fumada a su puro… “No te preocupes. A partir de este momento tendrás todo lo que necesites...
La crónica de ese festejo del 16 de noviembre de 1947 vuelve a ensalzar su el fino toreo de capa de Manuel Capetillo, señala que es un regular muletero y que necesita aprender a matar los toros, pues el segundo de su lote se le fue vivo a los corrales. Nadie podía suponer que durante casi las siguientes tres décadas, Manuel Capetillo sería conocido como El Mejor Muletero del Mundo y que al evolucionar su manera de hacer el toreo, lo que lo sacó del ostracismo, su toreo de capa, pasaría a ser un mero recuerdo.