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domingo, 14 de enero de 2024

Jesús Solórzano y Fedayín de Torrecilla, a 50 años vista

Jesús Solórzano
Foto: Lyn Sherwood

El seguro azar del toreo

José Alameda ha explicado con claridad lo que pudiera considerarse una de las grandes paradojas de la fiesta de los toros, en el sentido de que lo único seguro en ella, sea precisamente el azar, entendido éste, en el sentido de que por más previsiones que se tomen al respecto de una situación determinada, no necesariamente se dará el resultado que se previene, sino uno que puede ser fortuito, accidental o involuntario.

Era quizás miércoles y todavía no estaba definido el cartel de la sexta corrida de la temporada 1973 – 74 de la Plaza México. Muchos rumores circulaban entre la afición y los medios especializados. Dadas las importantes actuaciones de Manolo Martínez y Mariano Ramos el domingo anterior, las voces más fuertes propalaban un mano a mano entre ambos toreros ante el encierro de Torrecilla que era lo único fijo para la fecha. Pero también se decía, que en las oficinas de la empresa se manejaba que en la combinación que se diera podría participar Jesús Solórzano, anunciado en el apartado y que a esa fecha aún no se había presentado ante la afición capitalina.

Cuenta don Alberto A. Bitar que ante la sola mención de que Jesús Solórzano podría entrar en el cartel en el que se lidiarían los toros de Torrecilla, don José Julián Llaguno montó en cólera:

José Julián Llaguno, llevado por su encono en contra de Jesús – nunca se supo bien a bien el fondo de la cuestión – amenazó con que su familia no permitiría que se lidiaran los de Torrecilla, que convocaría a una conferencia de prensa y que entablaría una demanda contra la empresa… José Julián Llaguno era famoso por dos motivos: el primero, por sus chistes, y el segundo, por lo violento de su carácter, sólo que no tomó en cuenta a la Delegación, que amenazó con retirar del cartel a la ganadería para el Distrito Federal, amén de aplicarle una cuantiosa multa… (La Jornada, 29 de octubre de 2017)

Bastó el apercibimiento de la autoridad para que la ira de don José Julián se apagara y aceptara la terna de toreros que la empresa formó para enfrentar a los toros de su hermano José Antonio, que se completó con Eloy Cavazos y Mariano Ramos, para dar cuerpo a ese sexto festejo del serial 73 – 74. De esa manera el azar jugó la primera de sus cartas, abriendo una puerta que inicialmente estaba casi absolutamente cerrada para Jesús Solórzano.

El segundo pase del azar se produjo con los toros de Torrecilla. La corrida llegó a los corrales de la Plaza México seguramente la tarde del día 8 de enero de ese 1974, con la idea de que estuviera allí los cinco días anteriores al festejo, según lo marcaba el Reglamento. Pero el jueves siguiente, dos toros se pelearon y uno quedó inutilizado. Así lo cuenta don Francisco Madrazo Solórzano en su libro El Color de la Divisa:

…una llamada de Carlos González me inquietó, me contó con detalle como el toro número 38, inutilizó durante una pelea, al número 31, quebrándole una pata… Llamé por teléfono a Carmelita Llaguno y le pedí que embarcara otro toro a la mañana siguiente. Y como yo no podía ir, llamé también a “Chemel” para que me sustituyera: “Entre el 50 y el 49, que escoja Toño el que más le guste, están muy iguales en trapío y peso”, le dije… El jueves 10 de enero festejan sus aniversarios de nacimiento mi tío Jesús Solórzano Dávalos – 1908 –, y Manuel Martínez Ancira – 1947 –, les llamé a ambos para felicitarlos. Ese mismo día nació mi hijo, Antonio Manuel. Mientras acompañaba a Esperanza, me enteré por la prensa que mi primo, Chuchito Solórzano Pesado, completaría el cartel de la corrida del domingo… Toño, acompañado por su primo “Chemel” Garamendi, embarcaba al toro número 49, sustituyendo al lastimado. Cuatro días después, el solitario viajero y el diestro postergado, se unirían – cómplices felices – en una de las más grandes, bellas y mejor trazadas faenas en la historia de la Plaza México: la de Jesús Solórzano Pesado, al toro “Fedayín”, No 49, negro, de Torrecilla, con divisa verde y blanca...

La segunda carta del azar fue la del triunfo. Fedayín no iba, en principio, a esa tarde en la Plaza México, tuvo que darse un percance en los corrales para que de manera emergente fuera llevado a sustituir a uno de sus hermanos que se inutilizó. Y jugó también para que en el sorteo le correspondiera a Jesús Solórzano quien lo aprovechó a plenitud.

Jesús Solórzano y Fedayín ante la crónica

El quinto toro de esa corrida, el que de acuerdo a la voz popular, nunca es malo, fue nombrado Fedayín y ante él, Jesús Solórzano realizó una faena que hoy es considerada por muchos como de culto, pero que, en el fondo, es una de esas que, cuando se haga un recuento de las grandes obras realizadas en el ruedo de la Plaza México, tendrá que ser considerada, necesariamente. José Alameda, en su tribuna de el Heraldo de México, entre otras cosas, expresó lo siguiente a propósito de ella:

Siempre que el arte hace su aparición, la fiesta se desintoxica. Porque, no lo dude usted, la fiesta vive intoxicada. Intoxicada de monotonía… Pero el arte verdadero, ¡aparece tan de tarde en tarde! Sin embargo, es suficiente con que asome para que cambie toda la valoración del toreo. Solórzano acabó ayer, de un solo golpe, con esa faena de molde, monótona e industrial, esa faena que se imprime en serie, como las estampas de calendario, la misma que hemos visto ya este año y el anterior y el otro y el otro… ¿hasta cuándo?... Lo que hizo ayer Solórzano fue poner en evidencia la realidad del arte auténtico, fragante, inspirado, sincero, frente al arte de “los pintores de calendario”. Dicho con bíblico lenguaje: Solórzano vino a correr a los mercaderes del templo… La obra de arte tiene siempre que dar la impresión de algo único, distinto, sin par. Es todo lo contrario de la copia fotostática. La obra de arte, hija de la inspiración, es un modelo único. Por eso vale tanto. El público de la plaza México, este público dotado de tan impalpable sensibilidad y tan implacable juicio, lo comprendió, también de golpe, de corazón, con el alma desnuda. Y se entregó al artista con voto unánime para poner en las manos de Solórzano las dos orejas del toro. Porque en los grandes momentos, hay una emoción de la mente y un juicio del corazón… Solórzano, sí. Pero no sólo él. Fue también el aficionado mexicano, en su puesto de honor de la plaza México, el que dio el ejemplo: moralmente, expulsó a los mercaderes del templo… (Heraldo de México, 14 de enero de 1974)

Por su parte, Carlos León, en su crónica epistolar, dirigida a don Lucas Lizaur, de la zapatería El Borceguí, apunta:

Jesús Solórzano II, que inesperadamente entró al cartel como con calzador, parecía que iba a ser el “Ceniciento” de la tarde; un simple “arrimado”, marginado en un rincón de la cocina mondando patatas, mientras otros se despachaban el caldo gordo con la cuchara grande… ¿Qué fue lo que hizo Chucho para armar la que armó y colocarse, de golpe y porrazo, en un sitial que nunca había tenido? Pues muy sencillo: Volver los ojos hacia el toreo de antaño, al toreo clásico, al torear rondeño. En vez de dejarse llevar por el camino herético de la supuesta e iconoclasta “Escuela Mexicana del Toreo”, retornó a la verdad y a la naturalidad, a la pureza de procedimientos, a la estética desahogada. Y con eso tuvo para abrirle los ojos al público, que en una revelación volvía a ver los viejos moldes que creían haber roto los falsos profetas… Si bien con el capote anduvo desdibujado – lo estuvieron todos –, en lo demás, hasta en adornarse en banderillas que ya casi nadie las clava, hizo una faena de “las de ayer”, un trasteo de los que quitan años de encima, con muletazos y buenas maneras de otras épocas. Todo lo gris que había estado en su primero, fue luminosidad con este quinto toro, que en mala hora bautizaron “Fedayín”, nombre aborrecible para personas civilizadas. Para tan bella faena, pocas nos parecieron dos orejas y dos vueltas al ruedo. Pero eso era lo de menos, había resucitado el bien torear y eso nos llenaba de regocijo… (Novedades, 14 de enero de 1974)

Por su parte, el licenciado Antonio García Castillo Jarameño, titular de la sección taurina del diario deportivo Ovaciones de la capital mexicana se pronunció en el sentido siguiente:

Con la franela, la obra cumplida; la faena en que estuvo impreso un estilo personalísimo, tanto en las formas como en la construcción, muletazos acendrados, con el ritmo preciso, a la distancia justa, a la altura necesaria, engolosinando al noble y bravo burel de Torrecilla, haciendo que el enorme coso fuera un solo olé, y que la gente sintiera que admiraba algo distinto, nuevo, que no era más que eso: el personal sentir de un hombre frente a un toro... ¡nada más! Ahí trenzados en magníficas formas derechazos y naturales; ahí la culminación con el muletazo de pecho cumplido en su cabal dimensión; ahí la arrucina, pero la arrucina sin aprovechar el viaje, sino citando, embarcando, es decir, toreando y el remate justo con uno de pecho de cabo a rabo. Y los adornos – suficiencia y torerismo – en esos derechazos en redondo citando casi de espaldas, los medios pases ligados con otros por bajo sobre la diestra. Pero sobre todo y además de todo, todo ejecutado con un aliento de personal calidad... sí, “El estilo del hombre”. Dos orejas, tras un pinchazo y una más de media. Ovación inacabable y dos vueltas al anillo con salida a los medios... (Ovaciones, 14 de enero de 1974)

La relación de Alameda anota una cuestión importantísima que parece hoy de actualidad, pero que es un mal, que pareciera ser crónico para la fiesta, en el sentido de que llegan momentos en que el toreo se estereotipa, y las faenas se parecen demasiado unas a otras. La crónica de Carlos León resalta el valor intrínseco y esencial de la faena, la pureza en su trazo y en los procedimientos utilizados y que no resultan ser más que el reflejo de una tauromaquia concebida a partir de la naturalidad en su ejecución y en una técnica muy depurada en su concepción. Es por eso que el cronista del Novedades, al describirla, la señala como una faena de las de ayer. Por su parte, Jarameño deja en claro que la obra realizada por el hijo del Rey del Temple ante Fedayín no era cosa de cualquier domingo, sino una de esas que se recordarían por siempre.

El juicio personal de Jesús Solórzano

Cinco años después del hito, en el programa de televisión Toros y Toreros del entonces Canal 11 de la capital mexicana, que, en esas fechas, (1979) conducían Julio Téllez, Luis Carbajo y José Luis Carazo Arenero, se proyectó el vídeo de la faena y lo comentó el propio Jesús Solórzano, quien entre otras cuestiones dijo sobre ella lo siguiente: 

Esa tarde era de mucho compromiso, el único vestido que tenía para estrenar era ese y yo me dije: “o me retiro de los toros, o me compro más vestidos…”, me la estaba jugando al todo por el todo… son faenas que te ponen en tu sitio y que te dan aire para caminar… no podía yo fallar con el toro, todo lo que tenía que hacer era muy pensado, ya después te vas gustando, te olvidas de todo y te entregas al placer de torear… había que darle la pausa al toro, dejarle respirar… mi toreo tiene la influencia de la buena tauromaquia… hoy me doy cuenta de lo grande que puede ser la amalgama de las suertes que tiene el toreo… los toreros hemos perdido mucho porque estamos haciendo un toreo estándar, un toreo igual… esta faena recurre al toreo clásico… lo de ahora es muy bueno, pero con lo de ahora y lo de antes, hay que hacer algo mejor…

Como se aprecia, a un lustro de distancia, Jesús Solórzano distinguía, sin petulancia, el valor de su obra ante Fedayín, y establecía las líneas divisorias entre el toreo puro y lo que se pudiera considerar el toreo moderno. No se mostraba refractario a lo que algunos han dado en llamar la evolución del toreo, pero sí dejaba bien claro que las bases fundamentales de la tauromaquia son inamovibles, que son esenciales y cualquier modificación que se plantee, ha de ser a partir de ellas.

En conclusión

En este día se cumplen cincuenta años de esta gran obra de Jesús Solórzano, una faena clásica, en la que se reiteró una vez más que el toreo puro, ese toreo en el que, como lo dejó dicho Rafael Ortega, para transmitir, primero se tiene que sentir, es y será siempre el que mueva las fibras sensibles de afición y público, el que deje en nosotros su huella indeleble y que nos invite a volver a la plaza el siguiente domingo, con la esperanza de volver a encontrar esa conjunción entre toro y torero que es la razón de nuestra afición, eso que llaman el toreo eterno.

domingo, 7 de enero de 2024

6 de enero de 1974: Mariano Ramos y Abarrotero de José Julián Llaguno

La mitad de la década de los 70 del pasado siglo fue un periodo en el que Mariano Ramos declaró sus intenciones y se afirmó como figura del toreo a pesar del breve tiempo que había transcurrido desde que recibió su alternativa. Sus triunfos en plazas como El Progreso, la impresionante Feria de San Marcos que realizó el año 73 y sus firmes pasos en la Plaza México le abrieron un sitio en los principales carteles de nuestras plazas.

Y el ciclo 1973 – 74 en la plaza más grande del mundo no sería la excepción para él, no obstante que fue uno en el que se produjeron hechos que marcaron la historia del escenario y de nuestra fiesta. Esa temporada fue la de faenas como las de Jesús Solórzano a Fedayín de Torrecilla; la del Niño de la Capea a Alegrías de Reyes Huerta; la de Luis Procuna a Caporal de Mariano Ramírez; o la de Jaime Rangel a Mapache de El Rocío. Y en cuanto a la cuota de sangre, trascendió grandemente la cornada que Borrachón de San Mateo le infirió a Manolo Martínez en la décimo tercera corrida de ese ciclo.

La quinta corrida de la temporada 1973 – 74

Para el domingo 6 de enero de 1974, se anunció un encierro de José Julián Llaguno para Manolo Martínez, José Mari Manzanares y Mariano Ramos. El tercer espada de ese domingo había cortado una oreja de mucho peso dos domingos antes a un toro de San Mateo. Por su parte, Manolo Martínez, regresaba después de haberse dejado un toro vivo en la segunda corrida de la temporada y para el alicantino era su presentación en el ciclo.

Mariano Ramos salió a revientacalderas esa tarde. Le cortó una oreja a Durangueño, el primero de su lote y forzó las cosas para que Manolo Martínez se tuviera que emplear ante el cuarto y salir al final con dos discutidas orejas en las manos. El sexto de la corrida se llamó Abarrotero y se le anunció un peso de 492 kilos en la tablilla. La crónica de Ernesto Navarrete Don Neto para la Agencia France Presse (AFP), publicada al día siguiente de la corrida en el diario El Siglo de Torreón, cuenta lo siguiente sobre la actuación del torero – charro:

La de hoy fue la tarde de consagración de Mariano Ramos, sobre el ruedo del magno embudo de Insurgentes. Su faena al toro “Abarrotero” de la ganadería de don José Julián Llaguno, pasa a la historia entre las más bellas y mejor construidas que recordamos haber visto en esta plaza… El toro tuvo clase, embestida ideal que entusiasmó al público que acabó solicitando en forma unánime e imperiosa el indulto. Concedido éste, para Mariano fueron las dos orejas y el rabo simbólicos, para añadirlos a la oreja, cortada por faena de enorme mérito al tercero de la tarde. Y así culminó una corrida, la quinta de la temporada, en un clima de entusiasmo que rayó en la locura… Fue una tarde de toros con mucho que comentar, fue pasar por el tamiz de la crítica para orientación de un público tantas veces despistado por falta de sereno análisis… Por ejemplo, se nos antojó pequeño el reconocimiento de la labor torera de Mariano en el tercer toro, con un solo apéndice, y cuando un poco después, con extraordinaria largueza, como regalo de día de reyes, a Manolo Martínez el usía le entregara dos orejas sin justificación alguna… El primer toro del lote de Mariano tuvo sentido y peligro. Sólo pisando tan firme en el ruedo como lo está haciendo este nuevo astro mayor de la torería azteca se podía sacarle los muletazos reviviendo el milagro bíblico de extraer agua de una roca. En cada pase se jugó Ramos la epidermis, imponiendo el mando y el torerismo de su muleta en un quehacer torero saturado de emoción y maestría… Y así al toro difícil, Mariano lo dominó con su muleta garra, ya podrán ustedes imaginar la que formó con el de embestida ideal que cerró plaza… Decimos que Mariano Ramos bordó el toreo, lo hizo con el capote en verónicas y en un espectacular quite por chicuelinas, para volcarse en una faena en la que se abrió el mágico abanico de los pases en redondo, con temple y mando o la gallarda teoría clásica del natural… Luego, a media faena, cuando se había emborrachado de bien torear, vino la pincelada garbosa de los ayudados, lo mismo por alto que por abajo. En su momento, concedido el indulto, los trofeos simbólicos y la vuelta al ruedo a hombros, en un clima de auténtica apoteosis…

Extensa es la narración de Don Neto, pero al mismo tiempo describe con claridad lo sucedido en esa particular faena y el ambiente que privaba en la plaza esa tarde, que, seguramente, terminó por cimentar a Mariano Ramos como una importante figura del toreo mexicano.

La polémica sobre el indulto de Abarrotero

Las crónicas del festejo y la información taurina de los siguientes días, cuestionaron con fuerza el indulto de Abarrotero. La postura unánime de los opinadores era en el sentido de que el toro fue bueno para el torero, pero que no merecía la gracia del indulto. La versión más inmediata es la de la citada crónica de Don Neto, que especialmente sobre este particular manifiesta:

¿Fue un toro para indulto? A nuestro juicio, decididamente no. En el toro de lidia cuenta el buen estilo, pero mucho más la bravura, la auténtica fiereza, de la que es piedra de toque la suerte de varas. La pelea de “Abarrotero” fue blanda e inclusive saltó una vez al callejón. El juez de plaza tenía toda la razón al ordenar que Mariano lo estoquease y sí se doblegó fue por la masiva petición de un público entusiasta pero desorientado de mucho tiempo acá en calibrar las virtudes del personaje central de la bella fiesta...

Dice el cronista que el toro fue blando con los caballos y que saltó una vez al callejón. Agrega que el indulto fue concedido por la presión de un público desorientadamente entusiasmado que no supo valorar debidamente las condiciones del astado.

Por su parte, Daniel Medina de la Serna cita otras dos opiniones en el mismo sentido. La primera es la de Juan Pellicer López, el juez de plaza que concedió la gracia a Abarrotero, expresada en entrevista al diario Esto y es en el sentido siguiente:

Debo repetir que, en mi criterio, el toro no merecía el indulto por todo lo expuesto (floja pelea con los caballos, salir suelto, etc.). Sólo que la unanimidad con que el público pidió la vida del toro me hizo acceder... Además, comenzaban a surgir brotes de indisciplina...

Agrega el entonces juez de plaza como causales del despropósito la unanimidad de la petición, pese a la evidencia de la falta de méritos y una especie de responsabilidad suya, de mantener la tranquilidad pública, por aquello de los brotes de indisciplina que afirma, empezaban a producirse entre la concurrencia.

La segunda opinión citada por Medina de la Serna es la de don Manuel García Santos, publicada en El Sol de México, en el que hace una especie de post – scriptum a su crónica aparecida en el mismo diario:

Como no anoté (en la crónica) que el indulto de “Abarrotero” fue una cosa sentimental y tenía por objeto que el nobilísimo toro muriera tranquilo, pastando en la dehesa, ¡se lo había merecido!, pero... de eso a destinarlo a la reproducción... va un abismo…

La opinión de García Santos resulta un interesante corolario de las dos anteriores y explica mejor la causa del indulto, que fue realmente una reacción sentimental de la concurrencia a un toro que se dejó hacer y nada más, pero sin ser verdaderamente bravo.

Daniel Medina de la Serna encadena ese indulto con otro anterior, en el ciclo de novilladas, otorgado el 11 de noviembre anterior cuando Carlos Serrano El Voluntario se encontró con Campanero de Las Huertas:

Mariano Ramos, a la chita callando, debutó (3ª) cortando una oreja; a los quince días, tras una gran faena a “Abarrotero”, que fue indultado, le simuló la suerte de matar, como si en el Toreo, con mayúscula, se valieran otras cosas que no sean las auténticas. Dicho indulto, como sucedió con el novillo de “El Voluntario”, lo fue por el público, sin el convencimiento del juez… Y como el miedo no anda en burro, “Juanito” optó por lo fácil y cometió la misma pifia que su contralapache Pérez y Fuentes unas semanas antes, sentando un lamentable antecedente al que se han acogido algunos jueces sin carácter ni redaños…

Al final de cuentas se buscó la manera de limitar la cantidad y asegurar la calidad en el indulto de los toros. Una medida que se tomó fue la de eliminar la concesión de apéndices simbólicos. Primero fue en la Plaza México y después las plazas de mayor importancia en México fueron secundando esa disposición reglamentaria. De esa forma, los toreros procuran irse tras de la espada para salir con los apéndices en la mano. No es lo mismo la crónica que hable de que una corrida se saldó con un par de vueltas al ruedo, que, con un par de orejas en las manos, y es que, a veces, para ciertos efectos, los apéndices no son meros retazos de toro.

La temporada capitalina que estaba en curso hace medio siglo tuvo muchas cotas altas. De algunas me he ocupado ya por estas páginas virtuales. De otras, seguramente en fechas siguientes, habrá espacio para seguirlas comentando.

domingo, 31 de enero de 2021

Plaza México, 31 de enero de 1971: Despedida de Humberto Moro. Reaparición de Joselito Huerta

Humberto Moro
En la décima corrida de la temporada 1970 – 71 de la Plaza México, se reunieron dos hechos que tienen relevancia medio siglo después. El linarense Humberto Moro se despedía de los ruedos en definitiva y Joselito Huerta El León de Tetela, reaparecía en los ruedos de la capital mexicana después de dos años de ausencia. El redondo cartel se completaba con la presencia de Curro Rivera, una de las figuras emergentes que se labraban un sitio en la fiesta y los toros de don José Julián Llaguno.

Humberto Moro había recibido la alternativa en el ruedo de Insurgentes el domingo 4 de febrero de 1950. Le apadrinó Manolo dos Santos y fue testigo Jesús Córdoba, siéndole cedido el toro Muchachito, número 11 de San Mateo. El segundo de su lote Melenillo, le pegó una cornada. Esa tarde el testigo de la ceremonia fue el gran triunfador, al cortarle el rabo a Luminoso, siendo esa una de las más importantes actuaciones del Joven Maestro en la gran plaza.

La tarde de la despedida

De acuerdo con los anuarios, Humberto Moro había tenido muy poca actividad desde el año de 1968. En 1970, animado por su amigo Guillermo González, se vistió de luces dos tardes para participar en la Feria de San Marcos que barruntaba un nuevo formato. Y en el siguiente calendario, su apoderado y amigo de toda la vida don Jesús Ramírez Gámez El Abogao, le arregló la que sería la última tarde vestido de luces de su vida y sería en la Plaza México.

Ese domingo 31 de enero Humberto Moro, el que dejó la contabilidad para hacerse torero, enfrentó en cuarto lugar al toro Durangueño, ante el cual tuvo algunos momentos de lucimiento, pero acusando sí, la falta de sitio que genera el estar sin torear todos los días. La relación del festejo aparecida en el semanario El Ruedo de Madrid del 2 de febrero siguiente a la corrida entre otras cosas dice:

…Humberto Moro en el que abrió plaza no hizo nada con el capote. Faena precavida sin relieve, para pinchazo y media estocada. Piadoso silencio. En el cuarto se mostró voluntarioso con la. muleta, dando algunos buenos pases con la derecha, pero sin lograr mayor lucimiento. Mal con la espada. Pinchazo, media y nueve intentos de descabello. Escuchó un aviso, sonando algunos pitos. Después de la ovación en la vuelta al ruedo de despedida, se terminó con la ceremonia del corte de la coleta, a cargo del que fuera su apoderado, Ramírez Gámez…

Al final la concurrencia, que llenó la plaza, recordó y reconoció al torero que fue el triunfador de la temporada novilleril de 1950, que fue el digno padrino de las confirmaciones de alternativa de El Callao, Curro Romero, Guillermo Sandoval y Fernando de la Peña; de la alternativa de Felipe Rosas y testigo en las confirmaciones de Manolo González, Eduardo Vargas, Luis Miguel Dominguín, Antonio Chaves Flores, Gregorio Sánchez y Paco Camino.

En 1952 hizo una campaña española tardía, debutando en la Corrida del Corpus de Sevilla el 12 de junio con Luis Miguel Dominguín y Parrita con toros de Félix Moreno. Actuaría también en Barcelona, donde tuvo una destacada actuación; Vitoria, Requena, Albacete y cuatro tardes en Carabanchel, donde obtendría un importante triunfo el 29 de agosto al cortar dos orejas a toros de Pablo Romero alternando con Gitanillo de Triana y Pepe Dominguín.

Se iba el torero que ejecutó el pase natural con gran pureza, el que con su izquierda de oro cautivó al público de la capital y que firmó obras como las de los toros Fandanguillo de Torrecilla o Venado de Tequisquiapan la tarde de la confirmación de El Callao y que después de un grave percance sufrido en Xico, Veracruz, exigió reaparecer allí, en la Plaza México y lo hizo triunfando, cortándole una oreja al toro Petenero de su amigo José Julián Llaguno; el que también le cortó las dos orejas a Don Verdades de Tequisquiapan el día de la alternativa de Felipe Rosas

En suma, ese domingo se iba parte de una época grande del toreo en esa gran plaza y la gente se lo reconoció en una festejada vuelta al ruedo acompañada con el melancólico son de Las Golondrinas.

La reaparición de Joselito Huerta

La vez anterior que Joselito Huerta había actuado ante el público de la capital fue el 30 de noviembre de 1968 en El Toreo de Cuatro Caminos, alternando con Eloy Cavazos y Palomo Linares para enfrentar toros de Reyes Huerta. Esa tarde pasaría a la historia por el grave percance que sufrió el diestro poblano al iniciar su faena de muleta al cuarto de la tarde, llamado Pablito, que le infirió una cornada penetrante de vientre.

Complicaciones post – quirúrgicas comunes en ese tipo de intervenciones – episodios repetidos de lo que se llama íleo paralítico, según las noticias – tuvieron a Joselito Huerta en el hospital mucho tiempo y fuera de los ruedos durante casi un año, pues no estaría en condiciones de reaparecer sino hasta el día 26 de octubre de 1969 en la plaza Monumental Jalisco de Guadalajara, alternando con El Cordobés y Mauro Liceaga, en la lidia toros de José Julián Llaguno. Era la tercera corrida de la Feria de Octubre y cortó tres orejas a los toros que le tocaron en suerte.

Sin embargo, su regreso a la capital mexicana se tardaría un tiempo más. Desencuentros con quien llevaba los asuntos de la Plaza MéxicoÁngel Vázquez – impidieron que se pudiera anunciar para la temporada 1969 – 70 y habiéndose cerrado El Toreo de Cuatro Caminos con la idea de cubrirlo con un domo para dar además de toros, otro tipo de espectáculos, no fue posible que volviera a la capital mexicana o a sus aledaños en ese momento.

Así pues, cambiada la administración de la gran plaza, se dieron las condiciones para su reaparición en un cartel redondo. Y lo haría triunfando, pues se llevaría tres orejas y un rabo en la espuerta. Y también una multa, pues la oreja concedida por la faena al primero de su lote la tiró al ruedo y el Juez de Plaza le sancionó por considerar que eso era un desacato.

Lo grande vino en el cuarto de la tarde, llamado Rebocero, al que le cortó el rabo, el sexto de los ocho que cortaría en su trayectoria triunfal en la Plaza México. La misma relación contenida en el ejemplar de El Ruedo arriba citado dice: 

…Joselito Huerta tuvo una tarde redonda de triunfos. En su primero fue aclamado en verónicas y en un quite por chicuelinas antiguas. Inició la faena con estatuarios, para añadir después pases y adornos de todas las marcas. Estocada y descabello. Una oreja, que tira, pensando que merecía mayor premio, paira luego dar triunfal vuelta al ruedo y agradecer aplausos desde los medios. En el quinto fue aplaudido con el capote. Brindó al astronauta Collins y realizó extraordinaria faena por de rechazos, naturales y el de pecho con gran clasicismo, alfombrándose el ruedo con sombreros. Estocada, que tira sin puntilla. Dos orejas y rabo y dos vueltas al ruedo, una de ellas con el ganadero. Al toro se le dio arrastre lento…

El parón de casi un año no fue más que un punto y seguido en el andar por los ruedos de El León de Tetela, quien también diría adiós en esa plaza un par de años después, acuciado por problemas de salud, pero en ese momento volvía entero a defender el sitio que había ganado delante de los toros.

El resto del festejo

El primero del lote que correspondió a Curro Rivera acusó debilidad y en el sexto de la tarde tuvo la ocasión de cortar una oreja tras de una lidia completa, pero sus fallos con la espada lo tuvieron que conformar con una ovación.

Lo que entonces era la corrección política

Las crónicas reflejan que entre los asistentes al festejo se encontraban el astronauta norteamericano Michael Collins, tripulante del Apolo XI, que logró que pies humanos hollaran por primera vez la superficie de la luna y que éste recibió el brindis del toro al que Joselito Huerta le cortó el rabo. También nos dejan ver que estuvo en los tendidos La Novia de México, la cantante y actriz Angélica María, que fue brindada por Curro Rivera.

No cabe duda de que los tiempos eran distintos, de que los personajes públicos no tenían que esconder su afición a los toros o la curiosidad por saber qué era lo que sucedía dentro de una plaza. Hogaño, el mero hecho de pensar alrededor del tema, es motivo para que esos personajes sean satanizados. O témpora, o mores!

viernes, 10 de mayo de 2013

Tal día como hoy: 1999. Luis Fernando Sánchez se lleva la Oreja de Oro


La Oreja de Oro – cuenta Verduguillo – nace internacionalmente como una promoción organizada por El Universal Taurino, en la década de los veinte del pasado siglo y para su concesión, la afición votaba mediante cupones adheridos a la publicación, por el diestro al que consideraba el triunfador de la temporada en la plaza El Toreo de la Condesa. Los toreros más votados eran integrados en un cartel en el cual, se disputaban el trofeo, que se otorgaba al triunfador de esa tarde. 

Con el tiempo, la asociación sindical de los matadores de toros – bajo las distintas denominaciones que ha llevado en su historia – consideró que la disputa del trofeo en una corrida integrada por los triunfadores de la temporada capitalina podía ingresar fondos a sus arcas y la disputa de la Oreja de Oro se transformaba en un digno cierre de esos seriales de corridas, porque se compendiaba en ese festejo un triunfal resumen del mismo.

En los tiempos actuales la corrida de la Oreja de Oro no se celebra en la Ciudad de México y sí en cambio en varias plazas de importancia de la República y es más bien un festejo de oportunidad en el que se pretende ofrecer un escaparate a diestros que pudieran resultar rescatables y que poco torean.

En 1999 se anunció para disputarla a Fermín Espinosa Armillita, Luis Fernando Sánchez, Enrique GarzaÓscar San Román, Mario del Olmo, Fernando Ochoa y Alfredo Gutiérrez. El encierro sería una bien presentada corrida de don José Julián Llaguno. Al final, Armillita no actuó y fue sustituido por Jerónimo, que intervino en séptimo lugar.

La relación que del festejo hizo don Juan Esparza Rodríguez, destaca lo siguiente:

Luis Fernando ganó la Oreja de Oro. Ante un encierro con dificultades, casi ilidiable, pero bien armado del campo bravo zacatecano de José Julián Llaguno, siete espadas mexicanos participaron en el último festejo del serial taurino 99. Se trataba de la corrida de la “Oreja de Oro”, presea que a la postre obtuvo el aguascalentense Luis Fernando Sánchez al ser el único en haber cortado oreja... El festejo transcurrió entre el interés de los parroquianos que hicieron un cuarto de entrada en la Plaza de Toros Monumental de Aguascalientes, gracias a la amenaza de las cornamentas de los bichos, pero el cartel no atrajo multitudes no obstante estar anunciados Luis Fernando Sánchez, Enrique Garza, Óscar San Román, Mario del Olmo, Fernando Ochoa, Alfredo Gutiérrez y Jerónimo, pero habrá que reconocer que no hubo espada conformista, cada uno luchó por lucirse, triunfar y ganar la codiciada presea áurea... Se ordenó que apareciera el primero de don José Julián Llaguno, se trató de un bicho veleto, bien armado y astifino que no permitió lucimiento con la capa a Luis Fernando Sánchez... Se llegó el momento de la faena y tras unos muletazos, el torero se hizo del burel y si se había llevado mucho tiempo y mucho empeño en prepararse para torear dentro del serial y nada más por una tarde en la corrida de la “Oreja de Oro”, entonces a demostrar... plantó bien los pies en la arena sin preocuparse de alguna otra cosa y consiguió derechazos valiosos, anduvo entre aquellos alfileres y ofreció ayudados llenos de temple; bien estuvo al torear por naturales y terminó con tandas de derechazos entre los olés de la concurrencia; con determinación entró a sepultar la espada. Pronto el acero hizo destrozos en “Orgulloso” y el bicho se entregó al cachetero. Fuerte petición de oreja que atendió Usía y llegó como premio un apéndice... El matador de toros Manolo Arruza, acompañado por el también torero César Pastor salió al ruedo con la “Oreja de Oro” en la mano diestra, se dirigió en forma directa hacia Luis Fernando para entregarle el trofeo... No faltaron los entusiastas que en hombros se llevaron a Luis Fernando para pasearlo por el ruedo, mientras que de las alturas llegaban las notas de la nostálgica “Golondrina” interpretada por la Banda Municipal...

En esta oportunidad no fue necesario recurrir a la aclamación popular, el hecho de que haya cortado la única oreja del festejo, le hizo acreedor al trofeo en disputa.

El festejo de hoy: Novillos de Real de Saltillo - originalmente de Claudio Huerta - para Antonio Lomelín, Javier Castro y Antonio Mendoza. Los novilleros actuantes se disputan la Oreja de Plata, conjuntamente con los anunciados para el día 24 de abril.

domingo, 19 de abril de 2009

Tal día como hoy: 19 de abril de 1980. Armillita Chico y Curro Rivera triunfan en la primera de feria.


La primera corrida de la feria de 1980 se daba con la presencia de dos triunfadores de la escena taurina mexicana. Los toros de José Julián Llaguno, que como todos los de su Sangre, estaban en la cresta de la ola y la de Miguel Espinosa Armillita Chico, que venía precedido de la nombradía que le otorgó el mes de marzo del año anterior, la faena al complicado toro Arte Puro de Torrecilla – a mi juicio, la mejor que le vi en su carrera –, la tarde de la alternativa de Ángel Majano en la Plaza México.

El saldo de este primer festejo mayor sería de cuatro orejas para Miguel y una para Curro Rivera, siendo lo más destacado del recuento de don Jesús Gómez Medina en El Sol del Centro del 20 de abril de 1980 lo siguiente:


¿Será Miguel Espinosa el anhelado regenerador del toreo, el nuevo mesías taurino de cuyo arribo vive siempre pendiente la afición?...

…Pues triunfador por partida doble, vencedor en la lidia de sus dos enemigos con los que llevó a cabo otras tantas faenas de mérito y brillantez excepcionales: conquistador en buena lid de las dos orejas de ‘Licenciado’ y de las dos orejas de ‘Agrónomo’ – galardones que, a juzgar por el entusiasmo y la demanda colectiva, debieron de estar acompañados por otros trofeos – Miguel Espinosa salió de la plaza en pleno éxito, arropado por el aura de la idolatría popular y deja para las tardes subsecuentes y sus futuros alternantes, una marca difícil de alcanzar…

…cuando se daba por descontado un trasteo de mero trámite, Miguel fue al de José Julián Llaguno y con suaves muletazos lo desengañó y se hizo de él, para cuajar luego un faenón superior al del tercer toro. ¡Arte, torerismo, verticalidad y buen gusto fueron virtudes que dieron relieve y brillantez extraordinarios al trasteo, realizado todo él a base de temple y mando, de quietud y de bien hacer! ¡Lo que se llama una gran faena! Vino luego la estocada en buen sitio, dobló finalmente el astado y las dos orejas – el público demandaba también el rabo – la ovación estrepitosa, el triunfo rotundo.

La afición de Aguascalientes tiene ya ‘su’ torero: Miguel Espinosa. Había brindado éste la faena a Paquito Madrazo y cuando concluida aquella, Miguel y Paquito se fundieron en un estrecho abrazo, nos pareció ver en éste un reflejo de la gran amistad y la mutua admiración que existió entre aquellos dos grandes señores de la fiesta que fueron don Francisco Madrazo y don Fermín Espinosa…


Al final de cuentas, como lo barrunta la crónica de don Jesús, el resultado más trascendente de ese serial sería el asentamiento en el gusto de la afición hidrocálida, de los hermanos Fermín y Miguel Espinosa Menéndez, los hijos del llorado Maestro Armillita como los portadores del estandarte de la torería de esta tierra en los ruedos locales y en los del resto de la Aldea de Tauro, donde los dos escribieron interesantes páginas de la Historia del Toreo.

También vemos en el programa general de los festejos, que una historia paralela, que se entrecruzaría por las veredas del arte con las de los hermanos Armillita comenzaba a escribirse. En las novilladas de feria aparecían ya los nombres de los hermanos Ricardo y Luis Fernando Sánchez, pero de eso, quizás habrá espacio para comentar más adelante.

Por último cabría señalar que en rigor, este festejo era el segundo de la feria a la que hago referencia, pues como se ve del programa general de ella, el día anterior, arrancó con una novillada.

El cartel para hoy: Novillos de Malpaso para Fernando Labastida, Jorge Adame y Fernando Alzate.

Aldeanos