Alfredo Leal (Imagen cortesia del blog Toreros Mexicanos) |
Voy a hablar de nuevo acerca de
Alfredo Leal. Y es que es uno de los toreros que en los principios de mi
afición cautivaron mi gusto por la manera tan pura en la que hacía el toreo,
pero sobre todo, porque en el ruedo, parecía torero. Quizás se me pueda responder
que no rayó a las alturas que sus aptitudes parecían prometer, pero tampoco se
me podrá negar que cuando se quiere traer al recuerdo a un diestro mexicano de
clase y gallardía, uno de los primeros que salen a la discusión es precisamente
el llamado El Príncipe del Toreo.
La efeméride
La tercera corrida de la
temporada 1969 – 70 en la Plaza México fue anunciada con toros zacatecanos de
José Julián Llaguno para Alfredo Leal, Eloy Cavazos y el madrileño Ángel
Teruel. Los tiempos eran otros y la empresa que regentaba los destinos de la
plaza de toros con más capacidad en el mundo no se preocupaba por cumplir con
el derecho de apartado en busca de ofrecer después de satisfecho éste,
carteles de mayor fuste. Es más, la celebración del 5 de febrero ni siquiera
cobraba carta de naturalidad – eso llegaría hasta un cuarto de siglo después según
lo contaba en este sitio de esta misma Aldea –, así que para dar lustre a la temporada, domingo a
domingo se tenían que ofrecer carteles que llevaran a la gente al coso y no
esperar conmemoraciones que más que taurinas, resultan ser meros happenings sociales.
Tengo la impresión de que esa tarde Alfredo
Leal iba de telonero de Cavazos y de Teruel esa tarde. Para esas calendas, el
que después sería llamado El Pequeño Gigante de Monterrey se encaramaba en la
cabeza del escalafón nacional y Ángel Teruel había terminado su campaña
española con la friolera de 77 festejos toreados, incluyendo una salida en
hombros de la madrileña plaza de Las Ventas el 12 de mayo, día de su
confirmación de alternativa – con corte de 3 orejas – así que Alfredo Leal, en
principio, estaría llamado a ser un convidado de piedra en un festejo de esos a
los que a veces se da en llamar de triunfadores.
Más la suerte a veces tiene
caminos por los cuales, lo que se pretende que resulte no sale tal cual y así
fue esa tarde de domingo de hace 45 años y fue precisamente Alfredo Leal quien
refrendó su calidad de gran torero con una faena que queda para el recuerdo en
la historia de la gran plaza.
La relación más prolija del
festejo la hace Carlos León, el cáustico cronista del extinto diario Novedades de la Ciudad de México en la sección a su cargo titulada Cartas Boca Arriba,
en forma epistolar, dirigida en esta oportunidad al general Ignacio M. Beteta y
antes de entrar en materia, recojo este párrafo de ella, misma que creo que
viene como anillo al dedo respecto de lo que en estos tiempos ocurre:
En el toreo, aunque es un arte donde también se dibujan momentos estéticos, no cabe lo apacible ni la belicosidad termina jamás. Es lucha permanente entre la fiera y el hombre, aunque aquélla ya no sea tan feroz, ni éste, por lo mismo, pueda enfatizar su hombría. Más no en balde, como en la oficialidad de la milicia, la espada es lo importante, lo que da rango, lo que hace que al propio lidiador se le llame el espada; porque el título de matador de toros se otorga, precisamente, al que sabe matarlos. Y al que no es capaz ni de matar el tiempo, transcurren los minutos y se le va vivo el enemigo. Y entonces, aunque uno esté en favor del desarme, tiene que armarse, al menos de paciencia…
Alfredo Leal y Cuate de Reyes
Huerta
Respecto de la actuación del Príncipe
del Toreo, Carlos León reflexionó lo siguiente:
Regalo principesco de Leal. – Alfredo, héroe ya de mil batallas, es un estratega de los ruedos. No tiene necesidad de ir a la línea de fuego, cuando, capitán general, puede ganar una batalla – como la que hoy ganó – sin por ello tener que oler a pólvora. Allá en la vanguardia que se rajen la cara con cualquiera de los “juanes” y los reclutas de la fiesta, que cuando se ha llegado a “Príncipe del Toreo” es muy difícil meterse en la refriega de ser carne de cañón… Por eso, a veces, como los mariscales de campo, ve las batallas a distancia con los prismáticos de su prudencia. Ya es raro que se meta en las trincheras como cualquier soldado desconocido y anónimo, pues, como usted bien lo sabe, en las grandes batallas pasa a la posteridad y a la historia el nombre de quien las dirigió, sin que nadie se acuerde de los que propiciaron la victoria con su sangre y con su vida… Hoy, en esta tarde pajarera, en que los seis toros de Don José Julián Llaguno vinieron bautizados con nombres de aves, Alfredo vio salir de la jaula de los sustos a “Gorrión” y le dio su alpiste de excelentes verónicas, lo mismo al saludarlo que en un quite. Y en la faena – que brindó a Mario Ramón, hijo de usted y cuñado de él – ha estado sobrio y elegante ante un enemigo sosillo, evidenciando los bien ganados entorchados de su mariscalato. Mató de certera estocada y ha salido al tercio a recoger la ovación… Más tarde con “Cuervo”, un pajarraco que se caía y de pocos vuelos para la embestida, Alfredo se concretó a sacudirle las plumas. Pero después, a petición del pueblo que exigía su aguinaldo, regaló un séptimo toro. Era de las dehesas de Don Reyes Huerta y resultó ser un dechado de docilidad, uno de esos regalitos que el Niño Dios destina a los que se han portado bien durante el año, el bicho de entra y sal, de carretilla, de arrancadas borregunas, pero que estaban pidiendo a gritos un torero… Y el torero allí estaba, para cuajar una de las mejores faenas de su carrera, sin entrega alocada ni desmedido arrojo, sin apearse de su trono principesco, pero trazando sobre el fabriano de la arena las pinceladas magistrales de sus muletazos. Nada de brocha gorda, sino con la transparencia de las acuarelas. Todo pausado y medido, hasta que el bello trasteo adquirió proporciones de faenón. Breve con la tizona, Alfredo el Grande ha cortado las dos orejas, para epilogar la tarde con las aclamaciones delirantes en la salida triunfal. Mejor regalo de Navidad no lo hubieran esperado los aficionados…
Ángel Teruel. Un brindis a
Cagancho
El madrileño se fue sin apéndices
en las manos, pero también hizo toreo del bueno. Brindó el segundo de su lote a
Cagancho, que ocupaba una barrera de sombra. Vuelvo a la crónica de Carlos
León, que dijo en su día esto:
Faenón también de Teruel. – Vea usted, mi general. Ese chavalillo vestido de corinto y plata es Ángel Teruel. Tan madrileño que nació en el número 11 de la madrileñísima calle de Embajadores, el 20 de febrero de 1950. Y la juventud será divino tesoro, pero esos mismos 19 años lo obligan a regresar de inmediato a España, para prestar su servicio militar como soldado del reino. Y lo que yo le decía a usted: él es un artista, pero tiene que vestir el uniforme, porque la guerra es la guerra y todavía no acabamos de civilizarnos… Bien había estado con “Colibrí”, aunque se apagó apenas salido del nido. Pero Angel se le arrimó, sobre todo en la emotiva primera parte del trasteo, rabioso en cuatro muletazos sentado en el estribo, y luego muy y muy artista, siempre cerca de los pitones y sacando muletazos excepcionales. Lo que se dice una faena pulcra, pero sin alturas de epopeya, aunque le han ovacionado fuerte… Lo grande – y sobre todo lo meritorio – fue lo que Teruel le hizo a “Canario”, un toro manso que saltaba al callejón y rehuía la pelea. Tras brindarlo al gitano “Cagancho”, a quien el público aplaudió con cariño, el madrileño sacó al toro de la querencia de los tableros y lo llevó a los medios. ¡Y cómo lo ha toreado! ¡Con qué garbo, con qué majeza, con qué gracia! Haciendo honor a la que tuvo a raudales el torero calé, le ha bordado un faenón impecable. Por desgracia, y tal vez porque ha subido el precio del acero, Teruel no consiguió que el suyo tuviera el temple necesario. Y se le fueron los apéndices cuando de sobra los tenía conquistados, perdiendo la batalla en el instante supremo. No obstante, el faenón de consagración ante el público metropolitano allí quedó como un limpio ejemplo de lo que es el bien torear. Dos vueltas al ruedo premiaron su cátedra de artista y, en cuanto vuelva de reconquistar el Peñón de Gibraltar de manos de los “Beatles”, aquí será esperado como uno de los elegidos...
Ángel Teruel (Imagen cortesía de pcctoros) |
Eloy Cavazos enfrentó a Jilguero
y a Halcón en segundo y quinto lugar y solamente pudo ofrecer a la concurrencia
sus habilidades de estoqueador, pues como se desprende de la narración
transcrita, los toros de don José Julián Llaguno – cinqueños por cierto – no permitieron
mayores florituras.
El 21 de diciembre de 1969
Es una fecha que representa un
interés especial para mí. Hoy hace 45 años que mi padre, el cirujano Jesús
González Olivares ejerció por vez primera como Jefe de los Servicios Médicos de
la Plaza de Toros San Marcos en Aguascalientes. Don Guillermo González Muñoz
también daba su primera corrida de toros como empresario – ya había ofrecido
novilladas antes – con Rafael Rodríguez, Joselito Huerta y Raúl García, quienes
lidiaron una corrida del ingeniero Mariano Ramírez. Hubiera querido escribir
sobre ese festejo, pero la hemeroteca está en reparaciones y no tuve acceso al
material necesario. Sirva esto para recordarlo.