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domingo, 19 de mayo de 2024

19 de mayo de 1895: Guerrita torea tres corridas en un día


Torear tres festejos un mismo día en estos tiempos que corren quizás no nos parezca una hazaña singular. El avance de los tiempos y el de las vías y medios de comunicación nos ha quitado nuestra capacidad de asombro. Hoy es posible que en poco más de 24 horas se pueda torear dos corridas en dos continentes distintos, pero en las postrimerías del siglo XIX eso era materialmente impensable. Por esa razón y por las naturales limitaciones de la logística en esos tiempos, diría el maestro Aquiles Elorduy, conseguirlo sería una verdadera tarea de romanos.

Rafael Guerra y Bejarano Guerrita, había decidido a poco tiempo de la muerte de El Espartero, en mayo de 1894, apartarse de la plaza de Madrid, donde un grupo influyente de la afición no le profesaba mucha estima. Tras de cumplir su compromiso en el abono de ese calendario, el diario El Liberal anunció que en Salamanca, El Guerra anunció que se iba de los ruedos y le atribuyó una expresión que ha trascendido: en Madrid, que toree San Isidro… A este propósito, escribe Antonio Peña y Goñi en su libro Guerrita:

Así las cosas, y cuando el verano actual había sido para Guerrita una sucesión de triunfos realmente inverosímil, llevólo su mala estrella a Salamanca y le deparó allí, en forma de corresponsal de diario madrileño, a un apreciable caballero, ávido sin duda de notoriedad… El cual caballero apreciable, haciendo gala de una discreción y de un tacto superiores a todo encomio, telegrafió á El Liberal que Guerrita había manifestado ante varias personas su resolución de no volver a torear en la plaza de la corte, añadiendo estas memorables palabras: “¡En Madrid, que toree San Isidro!... La política veraniega daba poco de sí y Guerrita interesaba más que Sagasta; por lo cual gimieron las prensas, estremeciéronse los chivaletes y los cajistas temblaron... Aquello era un inesperado oasis en el árido desierto de los triunfos de Guerrita, y en él se refugiaban apresuradamente sus sempiternos enemigos para presentarlo como niño sin entrañas que desprecia e insulta a su  madre… Guerra contestó al famoso corresponsal salmantino negando en redondo la veracidad de sus asertos, pero aquél replicó e insistió en lo dicho. ¡Pues, hombre, no faltaba más! …Sí, señor; el cordobés había pronunciado las históricas palabras en el café Suizo de Salamanca, y cuantos respetabilísimos salmantinos escuchaban al diestro juraban y perjuraban haberle oído decir: “¡En Madrid, que toree San Isidro!”…

Al final de cuentas, Guerrita se desdijo de lo de la retirada y permaneció en activo un lustro más. Pero sí mantuvo su idea de mantenerse alejado de Madrid, cuando menos por ese año de 1895, prueba de ello es que, en la parte central del abono de la capital española, se anunció para torear tres festejos el domingo 19 de mayo de ese calendario. Lo haría en las plazas andaluzas de San Fernando, Jerez de la Frontera y Sevilla, ciudades todas ellas conectadas por ferrocarril y que, aunque de acuerdo a los trazados de las vías actuales, apenas representan una distancia de 137 kilómetros, en esa época, representaban por otros medios, un día de camino.

Los carteles confeccionados para la ocasión serían: en San Fernando, toros del Marqués del Saltillo para Guerrita y Pepete; en Jerez, toros de José Manuel de la Cámara, para Guerrita y Fabrilo y en Sevilla, toros de Murube para Guerrita y Antonio Fuentes. Se dispusieron trenes especiales para los aficionados que quisieran asistir a las tres corridas y también otro, especial para el torero de Córdoba y su cuadrilla. La razón de esos trenes especiales era que harían el trayecto sin escalas en las estaciones intermedias, como lo haría otro de línea regular.

San Fernando, siete de la mañana

Apenas amanecía cuando comenzó la jornada de lo que los diarios de la época llamaron el récord de Guerrita. La relación más prolija de los sucesos es la que apareció publicada en la primera plana de El Imparcial de Madrid, firmada por José de la Serna Aficiones, cronista taurino del diario en la época y que se subió a los trenes para seguir al que sería después el segundo Califa del Toreo de Córdoba. Escribió en la previa:

Comenzamos el desayuno taurino a las siete de la mañana. El cielo estaba cubierto y “chispea”... en ambos sentidos de la palabra: acuático y vinícola… No han acudido muchos forasteros: de éstos hay algunos aficionados de Madrid. La plaza, cuyo redondel allá se irá con el de la de Vallecas que llena hace seis mil entradas, está mediada de público. Noto con vivo dolor la ausencia del bello sexo. Es una corrida solo para hombres…

Los toros de Saltillo fueron, digamos, cómodos. Solamente el quinto, de acuerdo con las distintas relaciones de prensa, se distinguió por su buena presencia, y con él, Guerrita tuvo su mejor momento en esa primera corrida de las tres de la señalada fecha. Relató Aficiones:

El quinto era buen mozo, cárdeno bragao, bien puesto y de arrobas. El único de los lidiados que tenía “tipo“… Con mucho poder sufrió siete puyazos, matando un caballo… En los quites Guerrita se adornó como él sabe y puede, y Pepete también… El público entusiasmado pidió que los matadores banderilleasen. Se negaron éstos, y entre protestas y silbidos Almendro y Mojino salieron del paso… Guerrita, cerca y parando, toreó de muleta y metió un volapié neto, una gran estocada hasta la mano. Sacó el estoque y descabelló al primer intento… Ovación…

Pepete salió del paso en los dos que mató, porque el sexto de la corrida, al salir del segundo puyazo cayó al suelo y ya no pudo ser levantado, por lo que se le apuntilló allí mismo y así concluyó la corrida.

Jerez de la Frontera, once y media de la mañana

Escribió Zaldúa, corresponsal del diario madrileño El Liberal, quien cubrió las dos primeras etapas de la gesta de Guerrita:

El trayecto a la estación ha sido Un nuevo triunfo para el Guerra. Medio San Fernando en las calles, los balcones llenos de gente, los vítores y aplausos atronando el espacio. El gentío acompaña al Guerra hasta la estación. En ésta hay preparado un tren especial dispuesto por la empresa de la plaza de toros. El tren no es bastante para cuantos quieren ir en él. Muchos se disponen a hacer el camino subidos en los estribos. Arranca el tren y el público hace a Guerra la ovación de despedida. Las estaciones del tránsito están llenas de curiosos En la de Jerez recíbenos un gentío inmenso y bandas de música. Las calles están animadísimas. En los balcones hay muchas mujeres guapas…

El mismo corresponsal agregó que Guerrita hizo el viaje vestido de torero, con el terno verde y oro con el que toreó en San Fernando y a falta de referencia de que haya cambiado de ropa de torear, asumo que actuó con la misma indumentaria en Jerez, plaza en la que ahora fue el tercero de la tarde, un hidalgobarquero nombrado Canito, el del triunfo de Guerrita:

“Canito” consumió el turno tercero. Fue retinto albardao y muy voluntario… Nueve varas de castigo pusieron Beao y Pegote, perdiendo una jaca… Almendro y Mojino cumplieron en el segundo tercio, y Guerrita hizo una faena superiorísima con la muleta. Pases de pecho, adornados, molinetes... de todo hubo, para rematar con un volapié soberbio hasta la bola, que hizo polvo a Canito… Gran ovación. Esta ha sido la mejor faena del récord...

Guerrita y Fabrilo banderillearon al quinto de la tarde, con más voluntad que lucimiento. El diestro valenciano fue aplaudido tras la lidia del sexto. La plaza de Jerez no se llenó y la corrida de José Manuel de la Cámara fue más pareja y mejor presentada que la matinal.

Sevilla, cinco y media de la tarde

La corrida que cerraba el ciclo tenía también el cartel más redondo. Guerrita y Antonio Fuentes ante toros de Murube – las informaciones de la época ponen Muruve – y se estableció que daría inicio a la hora anunciada, aunque El Guerra se retrasara en llegar desde Jerez. Escribe Del Río, corresponsal de El Liberal:

Hay una animación extraordinaria; verdaderamente extraordinaria, aquí donde tan acostumbrados estamos a los espectáculos taurinos… Todo el mundo anda preguntando qué se sabe de las corridas de San Fernando y de Jerez… En las esquinas de la calle de las Sierpes se fijan boletines dando cuenta de las corridas… El día está nublado. El tren en que viene Guerrita llegará a las cuatro y cuarenta… La corrida empezará a las cinco y media. Si se retrasase el tren comenzará la lidia matando Fuentes el primero…

Pero eso no fue necesario. Guerrita llegó a Sevilla a las cuatro de la tarde y eso le permitió estar puntual a su cita en la Maestranza. Para cerrar el ciclo, de nueva cuenta sería el quinto de la tarde el toro de su triunfo. Escribió Aficiones:

Barquerito, grande, bien puesto, de mucha cabeza… Procura varios tumbos de mayor cuantía, do los que salieron lastimados el Beao y el Chano… Salieron al ruedo los matadores con los palos. Fuentes entró bien y dejó un par desigual… Guerra, después de dos salidas falsas, colgó medio par. Fuentes, al repetir, puso un magnífico par al sesgo… Y Guerra dio fin al poema, a la trilogía, a la odisea y al récord con seis buenos pases y una estocada monumental hasta el pomo… (Ovación extraordinaria, “delirium tremens” al Ercilla, Wagner, Virgilio y Zimmerman, todo en una pieza) …

Antonio Fuentes, por su parte, tuvo una actuación muy lucida ante el segundo, Regalado, al que propinó la estocada de la tarde. La entrada fue calificada por los cronistas de buena.

Reflexiones a posteriori

En el Suplemento a El Enano aparecido el 22 de mayo siguiente, se hace una prolija relación y crítica de los hechos ocurridos el 19 anterior. Aparece firmada por Carlos L. Olmedo, quien para el diario hispalense Noticiero Sevillano, firmaba sus colaboraciones como Farolillo. Entre otras cosas dijo en su día:

Tres de tres, para uno, único y solo que se ha llevado la luz, dejando a la Empresa con mucho sol; pero deslumbrada y sin moscas. (Léase dinero)... con toa la esplendidez digna únicamente de un guardia municipá agradecido, tomó los apuntes verídicos, de cómo Guerra con Pepete en la Isla, con becerros de Saltillo, y en Jerez con Fabrilo y novillos de Cámara, ejecutó las dos primeras partes del acontecimiento «cómico – bufo – taurino», que le pone a mayor altura en que se colocaron Pedro Romero y Manuel Domínguez, cuando mataban ocho toros de á siete años cumplidos, todos en la suerte de recibir… Éste también recibe... nueve mil duros libres de toda indigestión de pitones... Por datos que tenemos a la vista de las tres corridas, solo una, la de Sevilla, ha producido verdaderos resultados prácticos. En cambio, en San Fernando y Jerez, solo se ha conseguido llenar media plaza respectivamente… Con lo cual el único que no ha perdido, ha sido el beneficiado, esto es, Rafael Guerra, que esta vez puede decir, si buenas palmas me han tocado, buenos dineros les cuesta…

También se ocupa, de manera casi telegráfica, de exponer los sucesos ocurridos en el ruedo, pero la crítica al hecho de que Guerrita haya percibido sus cuartos por torear tres veces ese día y que las plazas, al menos las de San Fernando y Jerez, no se hayan llenado, son la médula de su argumentación. 

Por otra parte, está la aportación que hace Jerónimo – Antonio Peña y Goñi – en La Lidia, el 27 de mayo, en un número especial dedicado principalmente a recordar el primer aniversario de la muerte de Espartero. Allí reflexiona:

Con éxito superior a las más halagüeñas esperanzas, ha realizado Guerrita, el 19 del actual, fecha que pasará a la historia, la hazaña nunca vista hasta ahora, de torear tres corridas en un solo día, en tres plazas diferentes: a las siete de la mañana, en San Fernando; a las once, en Jerez, y a las cinco de la tarde, en Sevilla... Ovaciones en San Fernando, ovaciones en Jerez, ovaciones en Sevilla; las tres corridas han sido para Guerra una serie ininterrumpida de vítores; una verdadera marcha triunfal, homenaje merecidísimo a la maravillosa maestría del torero, a la resistencia fenomenal del hombre... Si las tres famosas corridas de Rafael hubieran traído aparejada una derrota, ¡sólo Dios sabe los denuestos de todo linaje que los antiguerristas que pululan en la prensa mucho más que en el público, hubiesen lanzado contra el gran cordobés!... El tiempo, que es gran maestro de verdades, me dará la razón; y Rafael Guerra, separado momentáneamente de nosotros, por las iras incalificables de una minoría exigua, volverá a Madrid, donde le esperan impacientes cuantos posponen las pequeñas miserias al porvenir del arte, y ven en el gran maestro de Córdoba la única áncora de salvación…

Esta es la otra cara de la moneda, la del guerrista, que intenta encontrar el atisbo de grandeza en lo realizado por el torero, despojando su actuación de las externalidades que pudieran ensombrecerla. Y sí, en lo taurino y en lo histórico, sin duda, estas tres corridas en un mismo día, quedaron como una marca, como una meta a alcanzar para todos los que se visten de torero por muchos, muchos años, independientemente de lo que hayan o no producido en otros aspectos no taurinos.

En conclusión

Guerrita viajó apenas 137 kilómetros en trenes de vapor. No tuvo a su disposición, como Arruza y Dos Santos en 1951 aquí en México, un avión como el de Rico Pani; o como Efrén Adame, Antonio Canales y Felipe Zambrano en 1965, quienes contaron con el de este último, empresario y rejoneador, para torear tres festejos en un mismo día y poderse desplazar sin sobresaltos de un sitio a otro con rapidez. Hoy eso puede hacerse con una asombrosa facilidad, hace 129 años, nada más lograrlo, era una auténtica proeza.

jueves, 17 de diciembre de 2009

Una estampa del pasado



CRÓNICAS MADRILEÑAS
Toros y Toreros

No vale hacerse ilusiones; los toreros se van, los toros se han ido, y LA ÉPOCA, que ha combatido siempre mesuradamente, sin saña, nuestra fiesta nacional, podrá en breve asistir á su entierro.

Si; el desconsuelo más profundo se ha apoderado de los dilettanti; aquellos mismos – y entre ellos me he contado yo – que juzgaba imposible la muerte del espectáculo, se preguntan ya si, como la forma poética, está llamada a desaparecer.

Los viejos abonados, los gruñones sempiternos que mostraban orgullosos el talón de abono, como timbre de nobleza vinculado en la familia, se miran unos a otros tristemente y comienzan a dudar.

Los de mi generación se aburren, los jóvenes no se divierten, y la Plaza de Toros de Madrid – lo dije cuando se retiró Frascuelo, y lo repito ahora – huele a cadáver que apesta.

Los periódicos son doloroso reflejo del hastío que reina en la afición; la decadencia de las corridas de toros hace presa en la literatura taurina de un modo lamentable.

La desnudez del lenguaje, la viveza de la metáfora, la sangre del estilo, la alegría, aquella alegría comunicativa; desenvuelta y procaz que corría por las columnas de la prensa, haciendo cosquillas a la frase, con garbos de cigarrera y desplantes de chulo, se arrastra lánguidamente, es alegría con máscara, mueca de cartón pintado que tapa el rictus de la ironía y la desesperación.

Y lo comprendo perfectamente. Después de cuatro años, durante los cuales no he asistido ni una vez siquiera á las corridas de Madrid, venció mi resistencia un amigo y presencié la extraordinaria que se verificó recientemente, el Domingo de Ramos.

La empresa había puesto toda la carne en el asador: Manuel García, el Espartero; Rafael Guerra, Guerrita, y seis toros, del Saltillo; un acontecimiento para los tiempos que corren.

Una hora después de terminada la función, no me quedaba de ella el menor recuerdo.

¡Qué aburrimiento, qué frialdad, qué insoportable sosada! Hubo pases de muleta superiores, hubo buenas estocadas, excelentes quites, toreo de monadas, quiebros, desplantes, morisquetas, todo el atrezzo, los trajes y decoraciones que acompañan a la mise en scéne de las corridas modernas.

Y la plaza se mantuvo helada, lívida, yerta durante toda la corrida. Los aplausos sonaban a hueco; el mar agitado del público dormía en calma chicha; los aficionados miraban por costumbre; los toreros lidiaban por obligación. Ni un grito de férvido entusiasmo, de ésos que hacen trepidar la plaza entera. Ni una protesta feroz de ésas que convierten el circo en receptáculo de fieras humanas y traen á la memoria el Pollice verso de Gerome.

Por todas partes la quietud, la calma, una benevolencia inverosímil, el cansancio, el hastío, la resignación.

¡Cuánto gocé al contemplar aquel espectáculo! ¡Cuánto gocé al advertir que las sombras de Lagartijo y de Frascuelo vagaban por la arena y se interponían entre el público y los lidiadores!

Aquello era el duelo de Rafael y Salvador, el recuerdo de lo que se fue para no volver nunca, veinte años de admirable lucha, veinte años de incesantes emociones, las manos rotas de aplaudir, los labios secos de silbar.

No se goza y no se sufre impunemente durante veinte años; es mucho tiempo para qué no se use el corazón, como se usa un mueble, como se deshilacha un traje.

En ese espacio de tiempo hemos latido demasiado, nos hemos entregado con exceso para que no se nos imponga a todos la necesidad de descansar.

Y el arte del toreo ha sufrido y se ha cansado cómo nosotros; se ha hecho, como nosotros, viejo, está reumático, achacoso, enclenque, en plena reacción.

Lagartijo y Frascuelo lo levantaron sobre el pavés cuando las postrimerías de Cúchares y Cayetano Sanz parecían preludiar a su decadencia y Antonio Carmona trataba de galvanizarlo con sus famosas banderillas al quiebro.

Desde entonces cobraron el barato, y a ellos pertenece, a ellos solos, el renacimiento de las corridas de toros; ellos, ellos solos han llenado con sus nombres la época más brillante, más larga, más sugestiva y ¿por fué no decirlo? más gloriosa de la fiesta nacional.

¿Qué queda hoy, después de la heroica competencia de Rafael y de Salvador? ¿Toreros? ¿Dónde hay dos que puedan luchar entre sí como Lagartijo y Frascuelo?

¿Toros? ¿Dónde están? Cabras, chivos, becerros, gnomos: así llaman los periódicos a las reses que hoy se lidian en la Plaza de Toros de Madrid.

El mal terrible, el cáncer que mata al espectáculo está ahí en los toros más que en los toreros.

Espartero y Guerrita son jóvenes, son valientes. El primero es dechado de vergüenza, se entrega al matar, torea de muleta una tranquilidad pasmosa, y suple a la escasez de facultades con una temeridad simpática, casi inocente, con una despreocupación adorable, que raya en candidez.

Guerrita es un fenómeno, fenómeno de fuerza y agilidad, fenómeno de vista, fenómeno de entusiasmo, inquieto, bullidor, ávido de aplausos, entrometido y efectista, con desplantes de niño mal criado; torero extraordinario, en suma, audaz, sereno y absorbente que la fama prematura ha destemplado y el público madrileño malogrará tal vez.

La competencia entre los dos es imposible, porque llegan tarde y el campo está agostado. La lucha entre toreros debe ser implacable, salvaje, brutal; lucha de principios, lucha de personas, ojo por ojo y diente por diente, sin tregua ni compasión unguibus et rostro.

Así han luchado Lagartijo y Frascuelo en la plaza; así han luchado, fuera de ella, sus partidarios. Las competencias toreras son guerra civil, feroz contienda entre hermanos, encarnizamiento, fanatismo, algo que perturba los sentidos, oscurece la vista y desquicia a la razón.

El Espartero y Guerra no pueden luchar así; carecen de autoridad y de importancia para producir una nueva revolución; llegan tarde, ya lo he dicho, y su competencia es ficticia; una competencia suave, fina, bien educada; una competencia de guante blanco.

Los toreros se han civilizado, y los toros también. No tienen cara, no tienen cuernos, no tienen libras; son reses anémicas a las que tronchan dos recortes y mugen, no de ira, sino de debilidad. La parte dramática, la parte de emoción, la parte virtual del espectáculo ha desaparecido por completo, es una mistificación. (El subrayado es de este amanuense)

En cuanto desaparece el riesgo y el peligro se aleja, amortiguase el interés del público y se desvanece mérito del lidiador.

Sin emociones no hay corrida posible; aquéllas aumentan en sazón del riesgo seguro o del peligro probable, y privar al público de la ansiedad que crea en él la posibilidad de una desgracia, es despojarle del sentimiento que le lleva en primer término a la Plaza de Toros.

El entusiasmo del aficionado crece a medida del peligro salvado por el lidiador, y cuanto más iguales son las condiciones de ataque en el toro y de defensa en el torero, es mayor y más lucido el mérito de éste, y más ardiente y sincera la admiración del público.

Eso acabó: Lagartijo y Frascuelo se lo han llevado todo: los toreros, los toros, la afición.

Las corridas son óperas cómicas, los toros tenores de gracia, los toreros tiples ligeras. La pasión ha huido con sus acentos rudos, desordenados, brutales, dejando dueños de la plaza a Dulcamara y a Crispin Tachetto.

Los odios que ha concitado a Guerrita su ruptura con Lagartijo dan al Espartero un contingente inesperado de parciales; pero todo eso es falso; son equilibrios de conveniencia, pura bouderie de anabaptistas, a quienes los disgustos de Rafael laceran el alma.

Los periódicos han dicho que Jerez verá este año la competencia de Lagartijo y de Guerrita. El maestro desafía a Guerra, éste acepta, y la lucha se desarrollará, con todo el aparato que su argumento requiere, en la ciudad andaluza.

Y ¿hay alguien que lo ha creído? No, no puede ser; Barnum ha muerto, y Géraudel y Vaissier no han tomado la plaza de Jerez para exponer las pastillas contra la tos ni el jabón de los príncipes del Congo.

Rafael Guerra contra Rafael Molina es la lucha de la parte contra el todo, la página contra el libro, Chueca y Barbieri iguales, la canción de Menegilda contra Pan y toros.

El único que podía contender, y ha contendido, de potencia a potencia con el maestro cordobés, se ha retirado, y cuantos se agitan hoy en torno suyo son, a su lado, figuras de biscuit.

Lagartijo representa una época; es el derecho adquirido, la savia de una generación, y aunque vague, triste y nostálgico fuera de la corte, miembro aislado, grandioso fragmento de las glorias de ayer, bastará sacudir su melena una vez al león del pasado para convertir en gozquecillos a los toreros del presente.

Solo está, solo estará y solo hay que dejarlo, como augusta sombra, hasta que su retirada cierre definitivamente el único resquicio que en el arte de torear reses bravas dejó abierto la retirada de Salvador.

La sombra de Rafael es la del manzanillo, y cualquiera que pretenda acercarse a él hallará la muerte.

Todo está, pues, reducido a la competencia anodina entre el Espartero y Guerra, Ese es el único alimento que queda a los aficionados; dulce de confitería que empalaga, aria de flauta con variaciones, que es al toreo verdad lo que el canario al águila.

Algo es algo, y eso podría aún dar al espectáculo una vejez alegre. ¿Pero los toros? ¿Dónde están los toros? En ese pastel de liebre de la fiesta nacional ¿dónde está la liebre?

La liebre no existe; ha quedado sólo el pastel. Por eso he dicho que los toreros se van, que los toros se han ido, y que LA ÉPOCA, que ha combatido mesuradamente, sin saña, nuestra fiesta nacional, podrá asistir en breve a su entierro.

ANTONIO PEÑA Y GOÑI.

N.B. La relectura de Antes y después del Guerra, de F. Bleu, me redirigió a este texto, que parézcalo o no, resulta en cierta forma, 118 años después, coincidente con muchas realidades de estos tiempos que corren, pero con una diferencia notable: a nadie se le ocurrió en aquellas calendas, llevar a las Cortes, alguna iniciativa por la supresión de la fiesta de los toros. Ojalá disfuten el texto como yo lo he hecho.

Aldeanos