Esta obra contiene en una primera parte un repaso biográfico, expresado en primera persona y en una segunda, la tauromaquia de uno de los diestros que han ejecutado el toreo con más pureza en los últimos tiempos. Perdido para su generación – Manolete, Manuel Álvarez Andaluz, Pepe Luis Vázquez y Antonio Bienvenida – por tener que hacer el servicio militar durante la Guerra Civil Española en Ceuta, tuvo que ver pasar incluso a los de una posterior a la suya – Luis Miguel Dominguín, Pepín Martín Vázquez, Manolo González – y competir con Manolo Vázquez, Litri, Julio Aparicio y Antonio Ordóñez. Su tenacidad y su sentido de la pureza del toreo fueron los que le sacaron avante. Sobrino de Rafael Ortega Cuco de Cádiz, banderillero de los años 20, que militó entre otras, en la cuadrilla de Juan Belmonte.
Pese a la integridad con la que ejecutaba el toreo, la mala suerte le persiguió. Cuando debuta en Sevilla (1948) lo hace también Frasquito, a quien se le señaló esa tarde como un Manolete redivivo y aunque él hizo el toreo, todos se quedaron con la impronta del primero, y ni Antonio Olmedo Don Fabricio, cronista del ABC sevillano le daría crédito aunque esa tarde estoqueara cinco de los seis novillos corridos esa tarde.
En el ocaso de su carrera (1966) sufriría otra trastada del destino, cuando después de cuajar un toro de Miguel Higuero en Madrid con la mano izquierda, Curro Romero se negó a matar al segundo de su lote aduciendo que estaba toreado. Al final, todos se acuerdan de la bronca del Faraón y nadie de la postrera lección del Tesoro de la Isla.
De la vida y de la obra de Rafael Ortega me he ocupado en otro espacio de esta Aldea, por lo que aquí mejor dejo una serie de párrafos extraídos de su libro, los que reflejan su concepto del toreo y que, cotejados con su hacer en el ruedo y en la vida, nos dejan claro que El Tesoro de la Isla es un torero que la historia de la fiesta tiene injustamente infravalorado:
A mí siempre me ha gustado el toreo rondeño, el toreo puro que han hecho, por ejemplo, Ordóñez y Antoñete, sin menospreciar también el toreo sevillano cuando se hace con pureza…
El toreo puro es… como cuando llega un señor y le saludas: ¿Cómo está Usted? Muy bien, gracias. Vaya Usted con Dios.
Para hacer el toreo puro, es esta continuidad: citar, parar, templar y mandar y a ser posible cargando la suerte…
El toreo de adorno es otra cosa… pero yo no siento ese toreo…
El toreo, lo mismo que en el cante, que en todo lo que hagas, que en todas las profesiones artísticas, es sentimiento: el que lo ejecuta tiene que “sentir” lo que hace, para poderlo “transmitir”…
Es muy importante que el torero se enfrente a cada toro con frescura, improvisando lo que el toro le pida, porque el toreo no se puede traer hecho de casa…
Mi tío El Cuco me decía siempre: nunca le levantes la mano ni al toro, ni al hombre… al toro siempre hay que bajarle la mano y hay que empezar a hacerlo con el capote, porque para mandarle al toro, éste tiene que humillar…
El toro tiene que venir humillado, metido en la panza de la muleta y con la suerte cargada… el toreo bueno es aquél en el que cargas la suerte y apoyas el peso sobre la pierna contraria…
El toreo no tiene sentido si no matas tu mismo al toro. Es como la rúbrica de una carta, que si no la firmas, no es tuya…
Rafael Ortega fue encasillado como un as de espadas, siendo que fue un torero completo que hacía todas las suertes según los cánones. De allí la injusticia de la historia a su legado y a su memoria. Escribe Joaquín Vidal:
Le faltaron relaciones públicas y le faltó literatura. No tuvo un Hemingway, como Antonio Ordóñez, que novelara sus andanzas, ni un Felipe Sassone, como Antonio Bienvenida, que le hiciera la crónica de sus gestas. En una época donde se enriquecían los tremendistas con el litrazo o el pase del fusil y estaba de moda torear de espaldas -qué barbaridad-, en una época precursora del salto de la rana, que se veía venir y llegó enseguida, un diestro como el de la Isla, que toreaba con pureza y fragante genialidad interpretativa, era un tesoro inapreciable para revalorizar el toreo y robustecer el negocio empresarial. Sin embargo el negocio lo dominaba un monopolio donde Ortega no podía cuadrar, pues al toro le ligaría naturales arremataos, pero en los despachos no sabía dar ni un pase…
Afortunadamente, su perenne lección magistral está impresa en blanco y negro en la obra que aquí intento comentar.
Ficha bibliográfica: El Toreo Puro. – Rafael Ortega Domínguez, prólogo de Ángel Fernando Mayo. – Ediciones del Umbral, Madrid, 2ª edición, 2003, 95 Págs. (Con fotografías en blanco y negro. Viñetas de Antonio Casero). ISBN M – 84 – 95457 – 38 – 5.