Aclaración pertinente: Este trabajo ya lo había publicado en
otro tiempo y en otro lugar. No obstante, creo que vale su relectura, por los hechos que revisa, sobre todo la manera y la circunstancia en la que se concretó la llegada del
Monstruo de Córdoba a México y que permitió que, a diferencia de
Joselito, nuestra afición conociera a una de las grandes cumbres del toreo del Siglo XX.
El boicot del miedo
En 1936 quedaron interrumpidas las relaciones taurinas entre España y México. Fue lo que
Juan Belmonte definiera com el
boicot del miedo lo que dejara a los públicos de aquí y de allá sin ver a los representantes de la torería de dos países en los ruedos de unos y otros. Ese hecho instigado en buena medida por
Marcial Lalanda y
Victoriano de la Serna como cabezas notables, tuvo como caldo de cultivo el hecho de que el
Maestro Armillita era el torero que dominaba el panorama taurino en el mundo, al ser el torero más solicitado para confeccionar carteles en todas las plazas, tanto, que se afirmaba que ese año del 36 tenía cien corridas firmadas en plazas españolas, una cifra que solo alcanzó en su día el nombrado
Pasmo de Triana.
Don
Humberto Ruiz Quiroz refiere también como antecedente del boicot el hecho de que tras de una serie de litigios y de controversias, tanto por la tenencia de la plaza de toros
El Toreo, como por el destino de los recursos generados por la fiesta, se promulgó un decreto en el que se establecía la normativa en el sentido de que solamente podían ofrecer toros en el Distrito Federal la Beneficencia Pública o empresas con capital mexicano al cien por cien, concesionadas por ésta. Ese decreto gubernativo implicó la salida de la empresa que hasta ese momento manejaba la plaza de la colonia Condesa de
Domingo González Mateos, Dominguín¸ quien era el socio más destacado de la entidad que manejaba los destinos del principal escenario taurino de la capital de la República.
Así pues, la imposibilidad de que empresarios hispanos se hicieran cargo de dar toros en la Ciudad de México y la supremacía de un torero mexicano en los ruedos españoles fue el caldo de cultivo que generó la imposibilidad de que los mexicanos actuaran en España y los españoles en México, hecho que produjo, en la óptica del nombrado don
Humberto Ruiz Quiroz, la independencia taurina de México, pues por primera vez en mucho tiempo, la fiesta de los toros tendría que subsistir con elementos puramente nacionales.
Por otra parte, en ese mismo 1936 estalló la Guerra Civil Española, que paralizó prácticamente las cosas de los toros, ocasionó la pérdida de una importante porción de la cabaña brava y la muerte de importantes criadores de toros. Igualmente varios toreros resultaron heridos o perdieron la vida en combate y la formación de aquellos que deberían de tomar la estafeta para llevar adelante la fiesta quedó en suspenso y no se reanudaría sino hasta tres años después en condiciones muy precarias, pero abriendo paso a uno de los más grandes toreros de la historia;
Manuel Laureano Rodríguez Sánchez, en los ruedos
Manolete.
La situación en México
El regreso de
Armillita,
El Soldado,
Luciano Contreras,
Silverio y otros muchos toreros que buscaban en España construir carreras taurinas sólidas, abrió la posibilidad de desarrollar en México temporadas más extensas a diferencia de la española, gracias a la benignidad del clima, que permitiría cubrir un territorio muchas veces más extenso sin tener que suspender la actividad por el invierno, que en la península suele ser crudo en muchas regiones.
También, para enriquecer la cartelería, se promocionaron prospectos que cuajaron en interesantes realidades, como
Calesero,
Silverio Pérez,
Carlos Arruza,
Luis Procuna y
Fermín Rivera, que serían quienes entrarían en competencia con
Armillita,
Alberto Balderas El Torero de México,
Lorenzo Garza,
El Soldado y
Jesús Solórzano como cabezas principales de una torería que llevaría sobre sus hombros el peso total de una fiesta que en esos tiempos tendría que avenirse con lo que hubiera en casa.
Las cosas comenzaron a darse de una manera importante,
Benjamín Padilla, que fue quien se hizo cargo de las cosas de
El Toreo a la salida de
Dominguín, abre con una serie de fastos, entre ellos la faena de
El Torero de México al toro
Capa Rota de
Piedras Negras, la inmortal obra del maestro
Fermín con
Pardito de don
Antonio Llaguno, la de
Lorenzo El Magnífico con
Tortolito de
Torrecilla y para no quedarse atrás, también se inscribió en el cuadro de honor el torero de Mixcoac,
Luis Castro El Soldado, al inmortalizar a
Pajarito de
San Mateo. Es decir, la presencia de las figuras hispanas ni se extrañó en ese momento, pues los diestros nacionales colmaron las expectativas de la afición y dejaron patente, nada más iniciada la situación, que podían con el paquete, cuestión que se puso en duda al inicio de la problemática.
Entretanto, la promoción de nuevos valores no se dejó de lado y surgían jóvenes interesantes, como
Manuel Gutiérrez Espartero,
Juan Estrada,
Carlos Vera Cañitas,
Antonio Velázquez,
Ricardo Torres,
Ricardo Balderas,
Luis Briones y su hermano
Félix y
Eduardo Liceaga, que animan las novilladas y llegan casi todos a la alternativa prometiendo una transición sin sobresaltos en el momento de que el relevo se haga necesario.
El tórrido verano del 43En el verano de 1943 la
Unión Mexicana de Matadores envía a España una curiosa embajada.
Luis Briones acude en la parte álgida de la temporada ultramarina, en carácter diríamos, de plenipotenciario, a tratar de negociar un reencuentro entre las torerías de aquí y de allá. Ya sucedidos los hechos, resulta evidente que detrás de la actividad de
Luis de Seda y Oro se encontraba el gerente de la empresa
Espectáculos El Toreo S.A., Antonio Algara, quien seis años después de iniciadas las hostilidades entre ambos bandos de toreros, apreciaba la necesidad de implantar algunos cambios de fondo en la oferta de festejos taurinos en la capital y en la República entera.
En las publicaciones especializadas, principalmente en
La Lidia, esa actitud de la
Unión fue acremente censurada, columnistas como don
Flavio Zavala Millet, que firmaba con el pseudónimo de
Paco Puyazo, el hidrocálido don
Luis de la Torre El-Hombre-Que-No-Cree-En-Nada y el politólogo e historiador
Roberto Blanco Moheno fustigaron a
Briones y a quienes lo enviaron a negociar la paz, por considerar que traicionaban un movimiento que podía generar una total independencia de la fiesta de toros en México.
Por otra parte, diversas voces del exilio español se alzaron en contra de la intentona que tras bambalinas patrocinaba
Algara, pues decían,
Lalanda y
Domingo Ortega eran falangistas y esa era la razón de fondo por la cual pretendían mantener el estado de cosas que permanecía en ese momento, habida cuenta de que el Gobierno de México había dado un lugar en el cual rehacer sus vidas a muchos españoles que en su tierra fueron perseguidos por sus ideas políticas.
Así pues, se daban los primeros pasos para allanar las cosas y permitir que México pudiera conocer al torero que estaba conmocionando a la afición española:
Manolete.
El arregloLas gestiones de la dupla
Briones –
Algara rindieron algún fruto, porque a principios de 1944 la agencia de noticias
Associated Press, dio a conocer una información, fechada en Madrid el 14 de enero, en la cual se comunica que los Ministerios de Estado y del Trabajo autorizaban a los empresarios españoles a contratar toreros mexicanos libremente, con la única restricción de que el Sindicato Nacional del Espectáculo debería de aprobar los contratos.
El comité que en España participó en la revocación de las medidas gubernativas generadas por el boicot del miedo, se integró por los empresarios
Eduardo Pagés,
Pedro Balañá y
Carlos Gómez de Velasco; los matadores de toros
Domingo Ortega,
Manuel Jiménez Chicuelo y
Joaquín Rodríguez Cagancho; el periodista
Ricardo García López K – Hito, los picadores
Díaz y
Barajas y los banderilleros
Morales y
Pinturas.
Tres días después
Antonio Algara recibe un cablegrama firmado por
Manolete,
Juan Belmonte Campoy,
Pedro Barrera,
Manuel Álvarez Andaluz,
Rafael Ortega Gallito,
Emiliano de la Casa Morenito de Talavera,
Cagancho y
Chicuelo, en el que comunican su deseo de que los toreros mexicanos que vayan a España no firmen contratos de exclusiva, según reza el texto del cable, para mejor armonía.
Como se ve, el arreglo se entrampó apenas anunciado. Y la temporada 44 – 45 peligraba, porque los toreros que tenían que tomar la estafeta simplemente no daban el paso adelante.
Juan Estrada se perdía en un mar de mediocridad.
Espartero no aprovechaba el padrinazgo de
Garza,
Cañitas seguía siendo una buena cabeza de las
corridas económicas, pero hasta allí.
Ricardo Torres gozó de la incomprensión de empresas y públicos.
Gregorio García prefirió derrochar en las arenas de Eros el valor que debió echarle a los toros, según decía don
Arturo Muñoz La Chicha y faltaba todavía algún rato para que el sol le saliera de noche a
Antonio Corazón de León. Algo tenía que hacerse y es así que
Antonio Algara se dirige de nueva cuenta a la antigua Iberia, a desfacer los entuertos que quedaban pendientes tras de su visita anterior, cosa que consigue el día 11 de julio de 1944, dejando como principal condición que torero español o mexicano que pretenda actuar en México o España, deberá llevar firmados cuando menos tres contratos, mínimo que entiendo perdura hasta nuestros días.
Corresponderá a
Carlos Arruza, que buscaba hacer campaña en Francia y Portugal, el poner en marcha el nuevo estado de cosas y así, se presenta en la plaza de
Las Ventas de Madrid exactamente una semana después de suscrito el nuevo convenio, para confirmar su alternativa de manos de
Antonio Mejías Bienvenida y llevando como testigo a
Morenito de Talavera, el toro de la ceremonia se llamó
Avilés, de don
Vicente Muriel, como todos los lidiados esa histórica tarde, tanto por lo que representa para la historia común del toreo de ambos pueblos, como para la particular del
Ciclón Mexicano, que de esa tarde partió a convertirse en una de las más grandes figuras de la historia del toreo mundial.
Pero la temporada mexicana se vislumbraba nebulosa.
Lorenzo Garza había anunciado otra vez que se iba y prometía a los cuatro vientos que no volvería a vestir un terno de luces. En una entrevista publicada en
La Lidia, afirmaba incluso que había obsequiado todos sus avíos y vestidos de torear y que lo último que le quedaba, que eran unas camisas, se las regalaría a
Heriberto Rodríguez hijo, que comenzaba sus pasos como novillero. La historia nos cuenta que a los pocos meses de hacer esos públicos juramentos, volvió para escribir algunas páginas gloriosas de una carrera en los ruedos que se prolongó casi dos décadas más.
Silverio Pérez mantuvo esa regular y enigmática irregularidad que le caracterizó toda su trayectoria en los ruedos. Cuando la confluencia de las circunstancias era la adecuada, el
Faraón era insuperable, tanto así que se metió en el ánimo de la afición del mundo, aún sin haber sido visto en muchos lugares. Su leyenda fue suficiente y eso, en el caso de un torero es bastante para trascender. El problema en este caso, es que desde el punto de vista del empresario, no se puede sostener una temporada con un artista de esta clase.
Balderas había dejado la vida en las astas de
Cobijero,
Solórzano acusaba ya el castigo de los toros y la necesidad de atender otras cuestiones ajenas a los ruedos,
El Soldado sufría los embates tanto de las cornadas que dan los toros, como las que dejan las lides nocturnas, por las que sentía una gran afición y si a eso le sumamos, como decíamos arriba, que los que debieron tomar la estafeta, apuntaron, pero por alguna razón, no pudieron o no se atrevieron a disparar, la temporada 44 – 45 en la capital de la República se planteaba complicada para
Antonio Algara.
A todo esto había que sumar otro hecho trascendente, el 19 de noviembre de 1944, en San Luis Potosí, el toro
Despertador de
Zotoluca, infirió al
Maestro Armillita una cornada calificada de grave, que lo sacó de circulación por un buen lapso de tiempo, hecho que vino a poner en mayores aprietos la organización del serial taurino más importante del país, de organizarse solamente con lo que se tenía en casa.
Esas fueron las razones por las cuales
Tono Algara movilizó lo necesario para sacar adelante la reanudación de las relaciones taurinas entre España y México y para actuar en reciprocidad a lo iniciado con la presentación de
Arruza en Madrid en la
Corrida de la Concordia y a la campaña que
Cañitas entre otros armó por aquellos pagos, contrató para reforzar el elenco a
Cagancho,
Gitanillo de Triana, Pepe Luis Vázquez,
Rafael Ortega Gallito y
Antonio Mejías Bienvenida. No obstante la intención, se siguió criticando al empresario por importar toreros en lugar de hacerlos.
La versión mexicana de la
Corrida de la Concordia se celebró en
El Toreo el 3 de diciembre de 1944 y alternaron en ella
Cagancho,
Carlos Arruza y
Luis Briones.
Guillermo Ernesto Padilla afirma que los toros fueron de
La Laguna y
Carlos Septién García dice que fueron de
Rancho Seco, tlaxcaltecas al fin. El primero de la tarde, para el gitano
Joaquín Rodríguez se llamó
Jazmín y curiosamente representó el retomar un camino que se había dejado de andar algo más de ocho años antes, pues en febrero de 1936, fue precisamente el trianero el último torero español que actuara en México antes de la ruptura.
La intención final del arreglo era la de traer a
Manolete, pero dado lo avanzado de la campaña española cuando éste se logró, no fue posible ajustarlo para venir a México, por esa razón, se tuvo que esperar hasta la temporada siguiente, en la que
Manuel Rodríguez Sánchez, traería su conmoción en persona, al medio taurino mexicano.