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domingo, 16 de junio de 2024

17 de junio de 1951: Juan Silveti confirma su alternativa en Madrid

Con la oreja de Pavito
Madrid 17 de junio de 1951
Foto: Martín Santos Yubero
Juan Silveti Reynoso era hijo de torero. Su padre, quien llevaba el mismo nombre y entre otros apodos, el de El Tigre de Guanajuato, fue una destacada figura en el primer cuarto del siglo XX en los ruedos de España y de México y había recibido primero una alternativa en enero de 1916 en El Toreo, misma que debió revalidar en Barcelona el 18 de junio de ese mismo año y después confirmarla en la Plaza de la Carretera de Aragón el 8 de abril de 1917, apadrinándole Rafael Gómez El Gallo y fungiendo como testigos Castor Jaureguibeitia Cocherito de Bilbao y Pacomio Peribáñez - curiosamente asesor artístico de la presidencia esta señalada tarde -, siéndole cedido el toro Zarcillo de Salvador García de la Lama.

En este mismo sitio he expuesto algo de la vida, obra y hazañas del también llamado Juan sin Miedo, así que hoy intentaré recordar el hecho de que su hijo, siguiendo sus pasos, confirmó también su doctorado en la capital española, ahora en la Plaza de Toros de Las Ventas, aprovechando que, después de cuatro años, las relaciones taurinas entre México y España se reanudaron el 25 de febrero anterior, con la celebración de tres Corridas de la Concordia en Madrid, Barcelona y México. Precisamente Juan Silveti se presentó en cosos hispanos actuando en la capital catalana ese día. A propósito de su actuación en ese festejo, entre otras cosas, escribió Eduardo Palacio, cronista del diario La Vanguardia al relatar la corrida:

Y ahora, mi viejo y querido amigo, Juan Silveti «Tigre de Guanajuato», llamado así por tu gran valor y haber nacido en ese pueblo hace cincuenta y ocho años, o, mejor dicho, va a hacerlos el mes próximo, voy a decirte lo que fue la presentación de tu querido «cachorro». Desde luego, no tiene tu valor, bien acreditado por tus treinta cornadas, pero torea mucho mejor, es más fino con la capa y se ha apropiado este estilo de hoy que, por lo que tiene de plasticidad, gusta sobremanera a la afición de hogaño... Mi opinión sincera es que en cuanto se familiarice con el ganado de aquí, tan diferente del vuestro como tú bien sabes, honrará el apellido que paseaste con tanta bizarría por los ruedos españoles...

Esa actuación le atrajo las miradas de las empresas y pudo presentarse en Sevilla, volver a Barcelona y actuar en La Línea de la Concepción antes del día de la confirmación de su alternativa, que se daría en uno de los primeros festejos a celebrarse después de terminada la Feria de San Isidro.

La tarde de su confirmación

El festejo del domingo 17 de junio de 1951 se anunció con un encierro salmantino de Manuel Sánchez Cobaleda, encaste Vega – Villar, para Antonio Bienvenida, Manolo dos Santos y Juan Silveti, quien confirmaría la alternativa que había recibido en la Plaza México el 15 de enero de 1950, de manos de Fermín Rivera y curiosamente, fungiendo como testigo, también el Lobo Portugués.

Juan Silveti estrenó un terno que de acuerdo con la mayoría de las crónicas era de color azul turquesa y oro, aunque alguna de ellas hablan simplemente de un vestido azul y oro y se enfrentó en primer término a Pavito, número 178. De su actuación ante este toro, escribió don Luis Uriarte, firmando como El de Tanda, en la Hoja Oficial del Lunes del día siguiente al del festejo:

A Silveti, que confirmaba su alternativa, se le aplaudió, con creciente estrépito, de principio a fin de la lidia del primer toro de los de Sánchez Cobaleda. Apenas había pisado la arena "Pavito" – reseñémoslo para la historia: número 178, negro, listón, jirón, calcetero, lucero, bien armado – y ya el mejicano sacaba a relucir su arte en unas verónicas ejecutadas como los cánones mandan: parando, templando, cargando la suerte para mandar y recoger bien, que es como se debe torear. Eso es: torear. Con toreo más perfecto aún en el primer quite a la misma suerte. Después, con la muleta, otra exhibición de toreo clásico, a base de naturales y de pecho, con ambas manos, y sin que la sobriedad y justeza de la faena la perturbasen más que el mínimo adorno de alguna tocadura de pitón o algún ligero desplante, sin perder... ¿cómo diríamos?, sin perder la formalidad. Muy bien. Y sin alargar más de lo preciso – como es corriente y moliente – aquella faena de toreo largo en su ejecución, artístico en su estilo, inteligente en su concepción, pues el cornúpeta estaba ya muy quedado, una estocada casi entera, que lo derrumbó sin puntilla. Huelga decir que hubo concesión de oreja, vuelta al ruedo y ovación de las de verdad. Silveti quedaba admitido en Madrid con todos los honores... Y Silveti, finalmente, aunque muy voluntarioso, tampoco pudo sacar partido del mansurrón y también incierto sexto toro, del que se deshizo de media estocada. Se ovacionó cariñosamente al espada mejicano...

El cronista, aunque con brevedad, advirtió prontamente las buenas maneras y el fino hacer de Juan Silveti, quien pronto caló en el ánimo de la afición madrileña y terminaría siendo uno de los toreros predilectos de esa plaza.

Por su parte, Antonio Bellón, encargado de la crónica en el diario Pueblo, reflexiona lo siguiente:

La faena es justa, sobria y seria. Los naturales, los redondos y la espera, cruzado y cruzado con el toro, para los pases de pecho, arranca ovaciones y rodean la esbelta figura del torero el oro del triunfo. ¡Torero! ¡Torero!, es el run – run admirativo del público ante la faena cada vez más pausada, más torera, rematada con un acariciar de pitones para llevar al toro, agotado en los últimos muletazos tan rítmicos como los primeros, ritmo que Silveti ha impuesto a su faena, a su gran faena, porque han ido de la mano compenetrados su valor y el arte de torear. Faena tan trabada tiene rúbrica de volapié corto. El volapié sólo es posible cuando el toro no ve nada más que el cuajarón de sangre de la muleta sin prisa ni pausa que lo encela, eleva y burla. Toro bien toreado, a volapié muere. Con muerte espectacular de calambrearse las patas y rodar levantadas hacia el cielo, de donde parece bajar un tormentón de ovaciones cuando los pañuelos blancos se guardan porque la oreja, en tan noble lid ganada va a manos de Silveti – que ordena cortar la cabeza de “Pavito” –, que da la vuelta al ruedo, recoge prendas, saluda y deja un hondo rejazo en la admiración del público de Madrid…

El relator de Pueblo, repara en algunos hechos que tienen interés, como en las reacciones que el hacer de Silveti generaba en los tendidos o en el hecho de que el torero haya pedido la cabeza del toro de su confirmación para llevarla al taxidermista.

Por su parte, Manuel Sánchez del Arco Giraldillo, en la edición del ABC madrileño del martes 19 de junio, reflexiona:

Juan Silveti ha entrado con buen pie en nuestra primera plaza. Es un torero completo, seguro, con arte. No es estilista, pero tiene estilo. Creo que, por ver a Silveti, pueden darse por bien empleados todos los trabajos hechos para arreglar el pleito. Hay que contar con él; hay que verle y considerarle muy en serio. No es efectista – eso queríamos decir cuando aludíamos al estilismo – sino un torero cabal; lidiador, sobre todo. Con la capa, perfecto; con la muleta, extraordinario. Con ambas manos tiene un perfecto dominio. La posición que adoptó para el toreo al natural es de la mejor escuela. A un toro muy soso, como era aquel con el que Bienvenida le confirmó la alternativa, le sacó el máximo partido y lo mató de un gran volapié... El sexto toro, que era receloso y se vencía mucho, ratificó las posibilidades de Silveti ante la res difícil... Fie despedido con una ovación...

En un breve párrafo condensa, sin recurrir a la descripción de la actuación del diestro, la impresión que como torero dejó en esa señalada tarde.

Otras cuestiones de esa misma tarde

El propio Giraldillo hace notar la brillante actuación de Humberto San Vicente, picador mexicano de la cuadrilla de Juan Silveti, del que escribió:

No terminaremos sin recoger una nota seria: la manera de picar del mejicano San Vicente, bueno entre los mejores que hoy montan a caballo...

Y habrá que señalar que Antonio Bienvenida, el padrino de la tarde, tuvo que matar cuatro toros, los dos de su lote y los que sorteó Manolo dos Santos, herido al empezar a pasar de muleta al primero suyo, tercero de la corrida. Así era el reglamento de entonces. Saludó una larga ovación tras de dar lidia completa al segundo de la tarde.

Y Manolo dos Santos, arrimándose como desesperado, se llevó una cornada de gravedad, según el parte rendido por el doctor Jiménez Guinea:

Manolo dos Santos sufre una herida en el tercio medio e inferior, cara interna, de la pierna izquierda, de veinte centímetros de extensión, que produce destrozos en la piel y más extensos en aponeurosis y, sobre todo, en los músculos gemelo y soleo, con una trayectoria hacia afuera, que atraviesa totalmente la pierna hasta su cura externa. Pronóstico gravísimo. – Doctor Jiménez Guinea.

Así fue como concluyó la corrida en la que se presentó en Madrid Juan Silveti, un torero que, al paso del tiempo, veríamos que se convirtió en uno de los preferidos de la afición de la Villa y Corte.

Aviso parroquial: Los resaltados en los extractos de las crónicas de Eduardo Palacio, Antonio BellónLuis Uriarte y Giraldillo son imputables únicamente a este amanuense, porque no obran así en sus respectivos originales.

lunes, 19 de octubre de 2020

México 1919. Toros en la prohibición (II/II)

Juan Silveti y Antonio Llaguno
12 de octubre de 1919

La fotografía que ilustra este epílogo es la que inició el comentario de ayer. Don Antonio Llaguno y El Tigre de Guanajuato dando una triunfal vuelta al ruedo en una plaza de toros que se nota improvisada, con el caballo dentro del ruedo, seguramente por ser una de esas que tienen solamente una puerta de usos múltiples y evidentemente, de madera.

Esa plaza se instaló en la calle González Ortega de lo que entonces se llamaba la colonia de La Bolsa, hoy colonia Morelos de la capital mexicana, en donde confluyen tres de los barrios más emblemáticos de esa gran ciudad: Tepito, Peralvillo y La Lagunilla y que nos han dado toreros como Jaime Bravo, matador de toros; los hermanos Acosta (Rodolfo, picador; Alfredo y Francisco Paquiro, banderilleros) o los Herros (Paco padre, Paco hijo y José Luis) y aquí hago un agradecimiento al abogado, torero y librero, don Pepe Rodríguez por ponerme en suerte esta información, porque solamente recordaba a Jaime Bravo como originario de ese rumbo.

Días antes del festejo los diarios de la capital, curiosamente entre ellos El Demócrata, anunciaban la celebración del festejo el día 12 de octubre de 1919, auspiciado por la Junta Privada de Sanidad y Embellecimiento de la Primera Demarcación de la Ciudad de México y era pro obras de drenaje de la colonia de La Bolsa.  Actuaría en solitario Juan Silveti con cuatro toros de San Mateo, de cruza española de Saltillo.

Anuncio del festejo aparecido en El Demócrata

No es necesario decir que la placita se llenó. Encontré dos crónicas del festejo, la primera otra vez curiosamente del otrora furibundo antitaurino diario El Demócrata firmada por Aramis y la otra, aparecida en el Excélsior sin firma. La primera de ellas, entre otras cuestiones relata lo siguiente:

¡Por fin vimos toros!

Un inusitado entusiasmo se notaba ayer en las primeras horas de la tarde por los barriales del Norte de la ciudad, con motivo de la inauguración de la plaza de toros “Morelos”, que la Junta Privada de Salubridad de la Primera Demarcación mandó levantar en terrenos de la calle de González Ortega.

¿Qué por qué se permite dar espectáculos taurinos en un coso que no reúne todas las condiciones debidas y no en “El Toreo”? Secretos gubernativos son, que no nos meteremos a dilucidar y nos concretaremos a dar la enhorabuena a los aficionados a la fiesta brava por las horas que pasaron en su espectáculo favorito…

Bien es sabido que los señores Llaguno se preocuparon por formar una ganadería que contendiera honrosamente con las de cartel, y para ello trajeron sementales de ganado español, escrupulosamente escogido, de cuyo resultado hemos visto toros bravos, de verdadera lidia, que no han defraudado los deseos de sus dueños…

De los banderilleros se distinguieron Ferro, en dos estupendos pares que colgó al cuarto de la tarde, tal como mandan los cánones; esto es parando y levantando los brazos con toda maestría, y que le valieron ovaciones y dianas de la charanga que amenizó el festival.

El bravo mozo guanajuatense, Juan Silveti, fue el encargado de dirigir la lidia de los moruchos de ayer, y la verdad es que nos sorprendió una vez más con su arrojo, aunado a los conocimientos adquiridos durante su estancia en España, de donde regresó no ha mucho tiempo…

Con la muleta, no hay torero como él de los que pisan actualmente tierra mexicana, pues bastará para confirmarlo, la faena que ejecutó en el primero y cuarto toro, especialmente en el primero, que lo pasó como él quiso, y quiso muy bien, pues muleteó de rodillas, de todos estilos, cogiendo los pitones, jugando con el toro como si fuera un borreguillo sin peligro, y con un valor que, sin hipérbole, tan solo Silveti es capaz de tenerlo.

La plaza inaugurada es simpática, con el cariz de las de pueblo, pero al verla llena de bote en bote, no pudimos menos que convencernos de que ni el tiempo ni prohibiciones, harán desaparecer de nuestro pueblo el gusto por las corridas de toros.

Al final, el cronista de El Demócrata acaba por reconocer que no hay prohibición que elimine la afición a los toros y, por ende, reconoce el fracaso de la campaña emprendida por su diario.

En Excélsior, se publicaron detalles como los siguientes, de mejor composición literaria:

Por 1ª vez, después de varios años, hubo toros en México

“El pueblo mexicano pide toros”. Así rezaban unos carteles que a mediados de la semana anterior aparecieron fijados en los muros de las casas de todos los barrios de la capital. Este deseo del pueblo, quedó demostrado prácticamente ayer, al inaugurarse la Plaza de Toros “Morelos” construida por la Junta de Mejoras Materiales de la Primera Demarcación, en una de las calles de González Bocanegra. No obstante que en el coso de La Condesa, convertido hoy en teatro al aire libre, cantaban Enrico Caruso y Gabriela Besanzoni, y que se efectuaba una gran kermesse para festejar la Fiesta de la Raza, la nueva plaza de toros se vio pletórica de espectadores…

En general, el señor Llaguno envió una buena corrida, que hubiéramos deseado ver en un coso de mayor importancia. El público pidió que el ganadero bajara al ruedo, tributándole estruendosa ovación, y encomiándoles su afición que ha hecho que forme una de las mejores ganaderías mexicanas…

Juan Silveti, que desde que se prohibieron las corridas de toros en esta capital, había venido haciendo una encomiable labor en las plazas de los Estados, fue una sorpresa para el público. El muchacho guanajuatense ha progresado mucho, ya no es aquel torero que todo lo confiaba al valor y a las portentosas facultades de que dispone. Ahora sabe manejar bien el capote y la franela roja, mandando a los animales con perfección y rematando las suertes que intenta. En lo que sí es el mismo, es en el valor que derrocha siempre, y que en ocasiones llega a la temeridad.

Reseñar paso a paso su labor de ayer, lo creemos innecesario. Baste decir que toda la tarde estuvo muy afortunado, y que las ovaciones que escuchó se sucedieron unas a otras... 

De los del castoreño debemos citar a Meza y a Conejo, que colocaron tres o cuatro varas buenas. Ferro y Montañés, fueron quienes banderillearon a los cuatro toros, haciéndolo bien, sobresaliendo un par del primero, aprovechando, y que fue de suma exposición. Montañés también colocó dos pares de rehiletes singularmente bien.

Al final de la lidia, el público ovacionó al regidor Saldaña Galván, que fue uno de los que principal parte tomaron para la construcción del nuevo coso…

Como se puede ver, la expectación causada por el festejo en esta oportunidad fue correspondida por el resultado del mismo.

Caruso en El Toreo en la misma fecha

Podrá preguntarse por qué se pudo celebrar el festejo estando vigente la prohibición absoluta en la Ciudad de México. En lo personal creo que entran en juego algunas razones de tipo político que reflejan el debilitamiento de la posición del ya presidente Venustiano Carranza. Plutarco Elías Calles, Adolfo de la Huerta, Álvaro Obregón y Pablo González habían formado un frente para obligarlo a dejar el poder, entonces, estaba más concentrado en defender su situación política, que en hacer cumplir un decreto que al final de cuentas correspondía vigilar en última instancia a los Ayuntamientos. Tanto así, que unos meses después, en mayo de 1920, Carranza moría asesinado en Tlaxcalantongo.

Para más INRI y aunque Venustiano Carranza no lo llegara a ver, un sobrino nieto suyo, fue torero y figura del toreo, se trata nada menos que de Manolo Martínez.

Al final de cuentas, la Cámara de Diputados aprobó la derogación del decreto de Carranza el 9  de diciembre de 1919; la Cámara de Senadores hizo lo propio el 2 de mayo de 1920 y la actividad taurina volvió a El Toreo de la Condesa el 16 de mayo de ese mismo año con una corrida de toros en la que actuaron Juan Silveti y José Corzo Corcito ante un encierro de San Mateo.

Así fue como se dieron toros en la Ciudad de México durante la época en la que estuvieron absurdamente prohibidos. No hay mal que dure cien años... ni afición que lo aguante. 

domingo, 18 de octubre de 2020

México 1919. Toros en la prohibición (I/II)


El amigo Doblón (@toritosyburros) me ha hecho llegar la reproducción de una fotografía que fuera de la colección particular del doctor Jesús Sánchez Pérez, publicada en el número correspondiente al mes de septiembre de 1962 de la revista Toros de Jim Fergus. El doctor Sánchez Pérez en esos días era ganadero de Valcerrajas. La imagen muestra a Juan Silveti y a don Antonio Llaguno dando la vuelta al ruedo en una plaza de toros, según el pie de foto, instalada en el barrio de Tepito en la capital mexicana, el 12 de octubre de 1919. Me sorprendió tanto la ubicación de la plaza como la fecha de la celebración del festejo, pues al menos en la Ciudad de México, las corridas de toros estaban absolutamente prohibidas desde el 10 de octubre de 1916.

Fui a los textos de referencia, es decir, la Historia de Lanfranchi y el libro de Verduguillo sobre esa época del toreo y ninguna mención hacen a ese festejo, así que fui a los diarios de la época que están disponibles en las hemerotecas digitales y allí encontré información de su celebración. Sin embargo, creo importante establecer el contexto en el que se dio, aún a riesgo de que otro amigo, don Gustavo Arturo de Alba, me reproche el exceso de contexto, y paso a ello.

El decreto de Carranza de 1916

En el Diario Oficial del Gobierno Provisional de la República del 10 de octubre de 1916 apareció un decreto firmado por el Primer Jefe del Gobierno Constitucionalista estableciendo dos prohibiciones a los festejos taurinos. Rafael Solana Verduguillo, en su libro Tres Décadas de Toreo en México, cuenta lo siguiente acerca de ese instrumento legal:

Entre las diversas campañas que emprendió “El Universal”, habría de figurar bien pronto una que nos causó mala impresión: la enderezada contra las corridas de toros. Una mañana nos llamó el ingeniero a Edmundo Fernández Mendoza, a Enrique de Llano y a mí. “Sé que ustedes son cronistas taurinos, nos dijo, y les va a sentar mal que dentro de pocos días empecemos a pegarle a lo que ustedes llaman la fiesta brava”.

Es un espectáculo muy popular, dijimos al ingeniero y quizá eso reste simpatías al periódico. Además, ya “El Demócrata” – periódico germanófilo – está haciendo esa campaña, que no encuentra eco alguno en el espíritu del pueblo...

Dos artículos solamente publicó “El Universal” contra las corridas de toros y apareció el decreto firmado por don Venustiano prohibiéndolas. Andando el tiempo me enteré de cómo había estado todo.

Conversando el ingeniero Palavicini con el secretario particular de don Venustiano, el señor Gerzayn Ugarte, éste le dijo que ya el Jefe tenía sobre su mesa el decreto de prohibición. El ingeniero, periodista de muy rápida concepción, dijo a don Gerzayn: “Haga usted lo posible porque ese decreto no salga hasta dentro de unos cuantos días”.

¿Para qué?, preguntó el señor Ugarte.

“Yo sé mi cuento”.

Don Gerzayn retrasó la firma del decreto y mientras “El Universal” hizo la breve campaña de que he dado cuenta. Y así, al aparecer la ley prohibitiva, todo el mundo creyó que se trataba de un nuevo triunfo del diario de la avenida Madero...

Omite Solana que otro diario capitalino, La Defensa, también se había sumado a esa campaña contra la fiesta y que las prohibiciones eran realmente dos, según veremos enseguida.

El decreto de Venustiano Carranza contiene en su exposición de motivos una serie de argumentos que seguimos escuchando de quienes demandan la supresión de la fiesta más de un siglo después. Es decir, no han renovado su línea de pensamiento porque en el fondo no tienen razones de peso para demandar que se prohíba una actividad lícita y moral, entre otras cuestiones dice:

…el Estado [tiene] el deber de procurar la civilización de las masas populares despertando sentimientos altruistas y elevando por lo tanto su nivel moral, se está procurando cumplir en México con especial empeño por medio de los establecimientos educativos... también [con] educación física, moral y estética que prepare suficientemente al individuo para todas las funciones sociales...  [lo que] no produciría su efecto si a la vez se dejasen subsistir hábitos inveterados, que son una de las causas principales para producir el estancamiento en los países en que han arraigado profundamente... Que entre esos hábitos figura en primer término la diversión de los toros en la que a la vez se pone en gravísimo peligro sin la menor necesidad la vida de un hombre, se causan torturas igualmente a seres vivientes que la moral incluye dentro de su esfera y a los que hay que extender la protección de la Ley, que además de esto, la diversión de los toros provoca sentimientos sanguinarios que por desgracia han sido el baldón de nuestra raza a través de nuestra Historia...

La parte dispositiva del decreto establece lo siguiente:

Artículo 1o. – Se prohíben absolutamente en el Distrito y Territorios Federales las corridas de toros. Artículo 2o. – Se prohíben igualmente en toda la República las corridas de toros hasta que se restablezca el orden constitucional en los diversos estados que la conforman. Artículo 3o. – Las Autoridades y particulares que contravinieren lo dispuesto en esta Ley serán castigados con una multa de mil a cinco mil pesos o arresto de dos a seis meses o con ambas penas según la gravedad de su infracción. Transitorio. – Este decreto comenzará a estar en vigor desde la fecha de su publicación. – Constitución y reformas. – Dado en la Ciudad de México a los siete días del mes de octubre de mil novecientos diez y seis. – V. Carranza.

Como se puede apreciar de su lectura, hay dos prohibiciones contenidas en él, la del artículo primero, absoluta, para la Ciudad de México y los entonces Territorios Federales existentes (Baja California, Tepic y Quintana Roo) y la del artículo segundo, relativa, para las demás entidades federativas, sujeta al restablecimiento del orden constitucional.

Es preciso mencionar aquí que en esa misma edición del Diario Oficial, el Primer Jefe también decretó una suspensión general de garantías individuales, estableciendo juicio sumarísimo y pena de muerte para quienes atenten contra la vida, la propiedad o contra la tranquilidad pública.

Las reacciones de la prensa que impulsaba la prohibición no se hicieron esperar. El diario El Demócrata publicó entre otras cosas lo siguiente en su primera plana:

Quedan prohibidas en toda la República, las corridas de toros

El Gobierno tiene el deber de contrariar y extirpar los hábitos y tendencias que son un obstáculo para la cultura”

“El Demócrata” obtiene un señalado triunfo

Pocas notas nos causarán tanta satisfacción al publicarlas como la presente, que se refiere a la supresión del salvaje espectáculo llamado "corridas de toros". EL DEMÓCRATA siempre ha sido enemigo de tal diversión, y en diferentes formas y por cuantos medios ha tenido a su alcance, la ha combatido, procurando llevar a las inteligencias el convencimiento de cuan pernicioso es dicho espectáculo para el pueblo.

En nuestras críticas domingueras censuramos duramente el brutal espectáculo, negándole todo arte y concediéndole que albergaba las más bajas pasiones, y relajaba el gusto de los aficionados a la fiesta a la crueldad...

Las corridas de toros están llamadas a desaparecer muy pronto al influjo de la civilización contemporánea...

Omite hacer referencia alguna en toda su edición al decreto de suspensión de garantías y en cambio, transcribe a la letra el relativo a las corridas de toros.

Por su parte, La Defensa, también en la primera plana, éste sí, dejando allí mismo espacio a la suspensión de garantías, refleja lo que sigue:

Supresión de la fiesta brava

No volverá a haber en México corridas de toros, rigiendo desde hoy el decreto que aplaudirá frenéticamente la gente culta y sensata

La abolición del salvaje espectáculo abarca toda la República

Para honor de México; para honor de la raza y en reivindicación de los fueros de la humanidad ultrajados, el C. Primer Jefe del Ejército, señor Venustiano Carranza, acaba de firmar un decreto que será imperecedero, que prohíbe en lo absoluto, en todo el territorio nacional, las corridas de toros.

Nosotros felicitamos efusiva y calurosamente a la Primera Jefatura, por ese decreto poderosamente reformador, que reivindica la cultura, la humanidad y el altruismo proverbial del heroico pueblo mexicano...

Los que impulsaban la prohibición cantaban lo que resultó ser una victoria pírrica. El restablecimiento de la fiesta en el resto de la República se daría unos meses después con la entrada en vigor de la Constitución de 1917 (restablecimiento del orden constitucional), en ese mismo 1919 Patatero construiría su placita en Tlalnepantla y los habitantes de la capital no se quedarían sin toros, así que de poco o nada sirvió el decreto de marras.

Como escribió Verduguillo:

…La prohibición abarcaba exclusivamente al Distrito Federal. En el año de 1919, el “Patatero” construyó una placita de madera en Tlalnepantla y allí se desarrolló una temporada en toda forma de la que he hecho mención en capítulos anteriores. Muerto el señor Carranza, en mayo de 1920, se reanudaron las corridas en esta capital.

Poco taurino ha resultado el presente capítulo, pero había que colocar al lector en el ambiente de suspensión decretado por don Venustiano, quien, por ser gran admirador de Juárez, no vacilaba en imitarlo hasta en gestos tan intrascendentes como es la prohibición de una fiesta...

El intento de Silveti de 1918

Juan Silveti intentó obtener un permiso especial de la Cámara de Diputados al final de octubre de 1918, durante la etapa más grave de la epidemia de la mal llamada influenza española, para dar dos corridas de toros en El Toreo de la Condesa. Eso se refleja en una nota del diario nocturno El Nacional del 1º de noviembre de ese 1918, que entre otras cosas señala:

Juan Silveti, el valiente matador de toros mexicano, ha enviado a la Cámara de Diputados un memorial que en síntesis encierra la petición de que se le otorgue el permiso necesario para celebrar en la plaza de "El Toreo", dos corridas de toros... Los productos íntegros de estas dos fiestas, se destinarán a la campaña emprendida en contra de la terrible epidemia que asuela a nuestra Patria con todo su furor... Aproximadamente esos productos ascenderán a la respetable suma de $50,000.00, más o menos los gastos que se originen que serán insignificantes. Juan Silveti y su cuadrilla no cobrarán un solo centavo; los demás lidiadores tampoco. Los ganaderos fácilmente prestarán su contingente, renta de plaza no habrá y entendemos que el H, Ayuntamiento de la capital eximirá de toda contribución al espectáculo...

La especie ya no recibió seguimiento por la prensa capitalina. Seguramente la Cámara simplemente lo ignoró, pues tenía cuestiones más importantes que tratar. Pero la celebración de festejos en la Ciudad de México estaba ya próxima, con el decreto aún vigente, como lo veremos el día de mañana...

domingo, 27 de julio de 2014

28 de julio de 1940: Manuel Gutiérrez Espartero recibe en Torreón la alternativa por primera vez

Manuel Gutiérrez Espartero
Manuel Gutiérrez Sánchez, quien el 10 de febrero de este año hubiera cumplido cien años de edad, fue conocido en los ruedos de España y México como El Espartero o Espartero – en los ruedos hispanos se le anunciaba con frecuencia como Espartero de México – a secas y es el suyo uno de esos casos que trascienden al aspecto meramente histórico de la fiesta y también van lo que va más allá de la mera estadística o la anécdota, según intentaré contarles enseguida.

Espartero se presentó como novillero en El Toreo de la Condesa el 21 de mayo de 1933 y a partir de entonces desarrolló una larga carrera en el escalafón menor, principalmente por las plazas del Norte de la República, que le llevó a obtener la alternativa que da motivo a esta entrada. 

La corrida fue programada para el domingo 28 de julio de 1940, eligiéndose para la ocasión un encierro de la ganadería tlaxcalteca de Santiago Garibay. El padrino de la ceremonia sería El Tigre de Guanajuato Juan Silveti, quien reaparecía en los ruedos de México después de una década de ausencia de ellos y fungiría como testigo el muletero de Singuilucan, Heriberto García. La nota de prensa previa al festejo señala lo siguiente:
Juan Silveti “El Tigre de Guanajuato”, una de las más grandes glorias del toreo mexicano, se presentará en la plaza “Torreón” el próximo domingo, al lado de Heriberto García, el muletero cumbre de todas las épocas y de “El Espartero” quien recibirá la alternativa, lidiando 6 grandes toros de la ganadería de Santiago Garibay de Tlaxcala… Silveti, indudablemente uno de los toreros que más grandes triunfos ha alcanzado en su carrera, no ha permitido que el tiempo doblegue su valor y la pureza de su estilo de lidiador macho y ahora, al lado de Heriberto y “El Espartero”, tratará de revivir aquellos inolvidables triunfos que en México y España dieron lugar a las más grandes alabanzas y formaran los triunfos más completos de torero alguno… Los toros se encuentran ya en los corrales de la plaza y han sido admirados por los aficionados. Se trata de un lote grande, con poder y presentados inmejorablemente. La nueva ganadería acusa sangre y es de esperarse que su presentación en esta plaza constituya el definitivo renglón de fama para el futuro.
Sin duda, el atractivo del cartel era el legendario diestro que toreaba en su campaña de reaparición ante los aficionados mexicanos, no obstante que llevaba ya veinticuatro años de alternativa y varias cornadas muy graves, y aunque se podía suponer con validez que no se encontraba en su mejor forma, el gran Meco no dejaba de ser un aliciente en cualquier cartel que encabezaba. Por otra parte, también resultaba un atractivo adicional el hecho de que el escalafón de matadores de toros se vería incrementado por un nuevo valor en la persona de Manuel Gutiérrez.

Al final de los hechos la corrida, de acuerdo con la crónica que de ella se escribió, fue una de esas que quedan para el recuerdo y Silveti fue parte esencial de ese éxito, según leemos en la crónica de Puyazo, publicada en el diario El Siglo de Torreón al día siguiente del festejo:
Silveti fue ayer el mismo que aplaudimos en los tiempos de la trilogía que formaban Gaona y el trianero Belmonte. Reapareció poseído de inspiración y de un valor seco, dándonos en compañía de Heriberto y “El Espartero” una gran corrida en que se lidiaron seis bichos bien armados, grandes y fuertes… Debido quizás a la tirante situación pecuniaria, a los dos millares de laguneros que como excursionistas salieron ayer a la capital, a la presentación de una corrida desconocida, cuyo ganado con su sola presencia podía demostrar al más neófito que se trataba de una ganadería de la más pura sangre brava, pelo brillante, pezuña corta y finísimo corte y largo y sedoso rabo, o por lo que quieran y gusten, la verdad es que el público no correspondió en esta ocasión. ¿Causas?... las que ustedes gusten… “Barrabás” una catedral con cuernos, marcada con el número 80, con algo así como 400 kilos en la canal, negro listón, es el dedicado para doctorar a Manuel Gutiérrez “El Espartero” el que abre plaza… Apenas es corrido por Alfredo Aguilar, ya tenemos a Manuel quien lo saluda con dos lances, saliendo desarmado. Silveti da 2 lances y el burel salta al callejón en dos ocasiones. Toma de los de aúpa 4 caricias en cambio de dos caídas. Alfredo Aguilar pone par y medio y Pineda uno, todos a la media vuelta… Juan Silveti cede los trastos toricidas a Manuel Gutiérrez “Espartero” y lo despide con un abrazo que merece los honores de aplausos y diana… Manuel, de bugambilia y oro da tres pases distanciado, para previo un pinchazo dejar una con alivio que bastó. Aplausos… Resumen: El público satisfecho ya que se puede considerar que fue una gran tarde de toros de las que no suelen verse ya ni una vez al año… De los diestros, a fuer de ser sinceros, debemos decir que nadie esperaba que Juan Silveti estuviera en tan buenas condiciones físicas y que aún se arrima como los bravos. Heriberto un tanto apático en su primero, en el 5o se sacó la espina, ya que hizo la mejor faena de la tarde, en cuanto al nuevo matador, Manuel Gutiérrez “Espartero”, lo que le faltó de suerte en el de la alternativa, le sobró en el que cerró plaza… Bregando “Yucateco” y “Gaonita” y banderilleando, “Yucateco” y “Morenito”. De los del castoreño, los hermanos Carmona. Y es una lástima que por culpa del pésimo servicio de plaza, fuera muerto un caballo por el cuarto toro, lo que no hubiera sucedido tal vez si ahí hubiera estado Simplicio, cuya ausencia se ha notado últimamente. El ganado magnífico en general, sobresaliendo los lidiados en quinto, sexto y segundo lugares, sobre todo este último, uno de mis predilectos que recibió CINCO VARAS EN REGLA sin volver la cara. Vaya mi aplauso sincero al Sr. Santiago Garibay, cuya fama dejó bien sentada en esta su presentación en tierras laguneras de su magnífico ganado de lidia…
Quiero reparar en la narración que se hace de la primera faena de muleta de Juan Sin Miedo. Es un recuento de las suertes que realizó el torero y que es como sigue:
“Espartero” retorna los trastos toricidas al “Meco” quien brinda a sus cuates, los del tendido cálido y tras uno por abajo, uno de rodillas, uno de rodillas por abajo, un alto, uno de costado, un alto, dos de costado, dos por abajo, uno de pitón a pitón, un doblón, uno de costado espeluznante, para una desprendida que partió la herradura… Ovación, oreja, vuelta al ruedo, música y obsequio de todo el tendido cálido que ha recorrido la montera del guanajuatense…
Es la descripción de una tauromaquia añeja, ya por esas fechas condenada al desuso, pero que todavía estaba vigente en la memoria de la afición de esas calendas y por lo tanto, era capaz de apreciarla, de degustarla y de justipreciarla.

Una tarde madrileña de Espartero
Decía al titular esta entrada que esta alternativa era la primera que recibía Manuel Gutiérrez Espartero y efectivamente, así fue. Poco más de un año después, el 24 de agosto de 1941, en Ciudad Juárez, Lorenzo Garza le haría una segunda cesión de trastos, con toros de la ganadería de San Mateo, para doctorarle por segunda ocasión. Una tercera alternativa, el 5 de octubre de 1941, tendría lugar en el mismo Torreón, Coahuila, cuando el mismo Lorenzo Garza cediera a Espartero el toro Saltillero, de Atenco. Este último doctorado lo confirmó Manuel Gutiérrez en El Toreo de la Condesa – allí se le anunció como el ahijado de Garza – el 7 de diciembre de ese 1941, apadrinándole otra vez El Ave de las Tempestades en la cesión del toro Perdigón de San Mateo y en Madrid el 15 de agosto de 1945, siendo su padrino Mario Cabré y fungiendo como testigos Rafael Ponce Rafaelillo y el mexicano Andrés Blando, quien también confirmó su alternativa. El toro de la ceremonia fue Azafranero de los Hermanos Hidalgo.

Posteriormente Espartero renunciaría a esa última alternativa y volvería a torear como novillero, para recibir los trastos por sexta ocasión – cuatro alternativas y dos confirmaciones – esta vez el 11 de octubre de 1959, en Mérida, Yucatán, donde Alfonso Ramírez Calesero, en presencia de Luis Procuna, le volvió a investir como matador de toros.

Manuel Gutiérrez Sánchez Espartero, un caso singular en la historia del toreo, falleció el 20 de diciembre de 1997, a los 83 años de edad, a causa de un accidente de tráfico.

martes, 3 de mayo de 2011

En el centenario de Armillita, V

3 de mayo de 1911: Nace en Saltillo, Coahuila, Fermín Espinosa Saucedo, Armillita

Hoy se cumple el centenario del natalicio de quien con poco margen de discusión puede ser considerado el más grande torero que ha dado México. Vino al mundo en la casa número 10 de las calles de Guerrero, en el barrio entonces llamado del Águila de Oro, en la capital del Estado de Coahuila, siendo el octavo hijo del matrimonio formado por don Fermín Espinosa Orozco, natural de Guadalupe, Zacatecas, banderillero de toros y zapatero y doña María Saucedo Flores, originaria de Saltillo, Coahuila.

En algún otro apartado de esta serie de remembranzas, apunté que el Maestro Armillita, en los meses anteriores a su deceso, comenzó a escribir sus memorias, mismas que comienzan a partir del momento de su llegada a este mundo y que alcanzan a cubrir los días previos a su alternativa española en Barcelona, el día 3 de abril de 1928, con su llegada a Madrid y su instalación en la capital española. Esos apuntes biográficos, de puño y letra del torero, fueron entregados por su familia a don Mariano Alberto Rodríguez, quien los publicó en su libro Armillita, El Maestro y de los cuales, extraigo lo siguiente, que cubre desde el natalicio del diestro, hasta su primer contacto con el mundo de los toros:

Nací el 3 de Mayo de 1911, en el barrio de Arteaga, en la ciudad de Saltillo, Coahuila. Mis padres fueron Fermín Espinosa Orozco y María Saucedo Flores. Por lo que cantaban mis padres fui un niño sano y mi principal alimento fueron los frijoles que me gustaban con locura ya que a todas horas los comía antes que cualquier otro alimento. Mis primeras andanzas en esta vida desde que yo tengo uso de razón recuerdo una vez que el e hato mi hermano que trabajaba en el ferrocarril le entregó su sueldo en puras monedas de veinte centavos a mi madre y en un descuido que ella tuvo le cogí una moneda y yo sintiéndome ya muy hombre fue a una tienda compre cigarros y refrescos, convidé a un amigo y en el corral de mi casa sobre unas piedras que hacían la vez de un mostrador de cantina nos pasamos toda la tarde tomando los refrescos como si fueran tequila y nuestros cigarrillos, pero no terminamos nuestra parranda porque mi madre nos descubrió y desde luego vinieron los manazas en la parte trasera de mi cuerpecillo pues en ese entonces tendría yo 3 años. Con el Chato me encariñé en mi niñez mucho pues él me atendía en todo y me consentía en mis caprichos y a todos lados me llevaba. 

Una vez que en un descuido al atravesar una calle me atropelló una carretela ligera, me paso por una pierna, afortunadamente no hubo fractura. Otra vez jugando con un amiguito en el corral de su casa al entrar corriendo a la cocina me tropecé con la señora madre de mi amigo la cual llevaba un cazo con dulce hirviendo del que se le cayó gran parte con tan mala suerte que me cayó en el brazo o sea la muñeca de la mano derecha, y fue tal la quemada que me dio el dulce que a la fecha tengo una gran cicatriz todo al rededor de la muñeca. 

Mis aficiones taurinas empezaron yo creo que cuando todavía no tenia uso de razón pues me cuentan mi padre y mis hermanos que una vez de tantas veces que me llevaron a los toros a una corrida que por cierto toreaba mi padre de banderillero, saltó un toro al tendido. Este es el único detalle que vagamente recuerdo, y que se armo un lío tremendo en el tendido, al grado que tuvieron que matar a tiros al toro allí mismo, y para esto mi padre estaba prendido de la cola pues vestido de torero subió al tendido a tratar de coger al toro corno fuera para evitar desgracias entre el público. Una vez terminado todo este lío y ya todo en calma mi hermano el chato se volvía loco buscándome pues me dejo solo y con el lio y contusiones que hubo en esos momentos no supo de mi para donde gane yo. Al mucho rato y después de terminada la corrida me encontró en un balcón de la plaza que daba a la calle. Como digo de esto creo no tenia uso de razón pues casi no lo recuerdo. Dicen que yo de niño ya toreaba muy bien, me gustaba torear en la calle a las puertas de mi casa, y una vez estando yo echando mis capotazos vi llegar un coche de caballos que paro frente a la casa. Bajaron de él mi padre y un charro muy bien ajuareado, y una señora. Me llamaron pero me asustó ver ese hombrote tan raramente vestido que salí corriendo para la casa y fui a parar hasta bajo de una cama, de donde no salí hasta como a las dos horas que me sacaron a jalones pues después de comer y estar un rato con mi familia se acordaron de mi y antes de marcharme este señor quiso que me llevaran con él. Una vez que lo lograron me acaricio dándome palmaditas en la cabeza y en la cara y de su bolsa saco una moneda de oro de $20.00 pesos y me la regalo. Yo me sentí feliz pues a esa edad, 3 años, en esos tiempos piara mi era algo único. Ese detalle del charro tan llamativamente vestido nunca lo olvidaré. Ese charro era el que fuera famoso matador de toros Juan Silveti. 

Al poco tiempo sin saber yo los motivos tuvimos que trasladarnos a San Luis Potosí, seguramente porque mi padre buscaba nuevos horizontes para sacar avante a la familia que era muy numerosa y en Saltillo había pocos toros y con el trabajo de zapatería que él ejercía en la misma casa, (remiendos y composturas) no era seguramente suficiente para poder vivir y mantenernos a todos pues mis hermanos mayores todavía no sabían ganar dinero para aportarlo para ayuda de los gastos de la casa. De este traslado solo recuerdo que pase mucho frío en la estación de Saltillo durante la espera del tren que nos tenía que llevar a San Luis. 

De los primeros años que pasamos en San Luis mi primer recuerdo, por cierto desagradable, fue cuando me llevaron a la escuela. Yo no quería ir y cuando llegamos al colegio mi madre tuvo que meterme a rastras y llorando como un desesperado. Esto sucedió cuando yo tenía entre seis y siete años. Curse normalmente los dos primeros años y al tercero me reprobaron, menos mal que al empezar nuevamente a repetir el 
3º 
nos tuvimos que venir a México, confieso que no me gusto estudiar. Fui muy flojo en mis calificaciones, siempre fueron lo más bajo posible, y siempre que podía me iba de pinta, pero mis pintas por lo regular eran muy buenas. Por no saber a dónde irme pasaba todo el tiempo recorriendo todas las iglesias que me encontraba y que conocía en San Luis, hasta que una vez por no calcular la hora llegue antes de tiempo a la casa y por no saber en ese momento mentir me receto mi madre una buena tunda. Desde esa vez no volví a faltar al colegio, Escuela Modelo, pero de nada sirvió, no aprendí nada más que a leer y casi nada en cuestión de números. Mientras tanto, en esos siete años que pase en San Luis, mis aficiones al toro recuerdo yo que las tenia adentro pues todos los días, a media calle, organizábamos nuestras corridas de toros. Unos de mis amigos decían que eran Gaona, otros Belmonte, o Mejías, pero a mí nadie me quitaba de que yo era Juan Silveti y es que era mi ídolo y además no olvidaba el detalle que había tenido conmigo. Los domingos formábamos una cuadrilla más en serio; o sea los que estábamos mejor con el toro (un muchacho con unos cuernos), nos íbamos a una corraleta que estaba acondicionada de tal forma que parecía plaza, teníamos público y todo, y ante ellos procurábamos hacer con el aparato grandes faenas, y lo que yo sí recuerdo es que Juan Silveti nunca se dejaba ganar la pelea de “Gaona” y “Belmonte”. ¡Menuda tercia alternábamos en esa corraleta de San Luis!...”

Partida de bautizo de Armillita
Con esta breve remembranza, recuerdo hoy el centenario de la llegada a este mundo de uno de los más grandes toreros que ha conocido este inmortal arte y cabeza de una importante dinastía de toreros, don Fermín Espinosa Saucedo, Armillita.

martes, 13 de julio de 2010

Juan sin Miedo (II/II)


La recuperación

Después de un mes de convalecencia, Juan parte para Madrid, siempre acompañado de su hermano Manuel. Ya anda Pepe del Rivero, el empresario mexicano por aquellas tierras… Rivero, Juan y Manuel se encuentran una mañana muy temprano por la carrera de San Jerónimo. Rivero va acompañado del periodista Enrique Uthoff, no se han acostado. El torero, en cambio, se acaba de levantar para hacer ejercicio.

- ¿Cómo sigues Juan? ¿Ya estás completamente bien?
- Ya estoy bueno, no me queda más que esto:

Juan se abre la camisa y enseña la terrible cornada en vías de cicatrización. Se le aprecia un agujero, debajo de la tetilla derecha, cerca de las falsas costillas. El agujero está cubierto con un algodoncito.

- ¿Y esto qué es?, pregunta el empresario horrorizado.
- Es una fistulilla que cerrará, dice el doctor que pronto se me cerrará sola.

Entonces Juan se quita el algodoncito, le da una chupada al puro, aspira el humo y lo arroja por aquél agujero.

- ¡Tápate eso, no seas bruto!, le dicen a una Rivero y Uthoff, que parten sin apenas despedirse.

Días después se anuncia la reaparición del temerario Juan Silveti, a quien muchos llaman ‘El Resucitado’.
Así transcurrió uno de los episodios en los cuales se fincó la leyenda de Juan Silveti Mañón, iniciador de una dinastía de toreros mexicanos y valiente entre los valientes, el único y auténtico Juan sin Miedo.

Algo de su trayectoria

Juan Silveti Mañón fue un torero longevo. Alternativado el 16 de enero de 1916, vistió el terno de luces hasta el año de 1942 y llevó siempre con gallardía, en cualquier lugar del mundo, el traje nacional, pues su ropa de diario era precisamente el traje estilizado que usan los hombres del campo mexicano, al cual, en un personalísimo atrevimiento, despojaba de sus alamares y botonadura de plata y los adornaba con vistosas calaveras, mismas que mostraban su muy mexicano desprecio a la muerte. Juan Sin Miedo siempre aderezaba su charra vestimenta con un pavoroso revólver, al que nuestro Arturo Muñoz, La Chicha, llamaba con cierto gozo Doña Genoveva.

Fue conocido en todo el mundo taurino. Triunfó en las principales plazas y tan solo un desliz político le impediría mostrarse ante sus públicos en la plenitud de su madurez profesional. Resulta que en las postrimerías del régimen interino que encabezó el Licenciado Emilio Portes Gil, se dio una corrida en El Toreo, en la que actuaba El Tigre de Guanajuato. Leal a sus amigos, en esa oportunidad el torero sacó una muleta en la que con unas contrastantes letras amarillas aparecía la leyenda ¡Viva Calles!, en adhesión a su amigo don Plutarco. La idea no pareció adecuada a quienes trataban de pacificar el país y con tal pretexto, se desató una persecución en contra del torero, misma que culminó con su forzado traslado a tierras sudamericanas, en las que toreó en Colombia, Ecuador y Venezuela.

Volvería a México el diestro, pero ya sus actuaciones irían declinando en cuanto a su número. Vistió de luces en la Capital de la República por última vez el 1º de mayo de 1942, en El Toreo de la Colonia Condesa, en cartel de ocho toros, encabezado por la Diosa Rubia, Conchita Cintrón y llevando como alternantes a pie al Cachorro Paco Gorráez y al valentísimo Carlos Vera Cañitas. La cuarteta se enfrentó a ocho toros de Romárico González (La Laguna) y El Meco se llevó la oreja del segundo de su lote, la que paseó en son de triunfo en cuatro vueltas a la periferia. Juan Silveti Mañón nunca se despidió expresamente de los redondeles, quizás nunca quiso que su recia personalidad se quebrara en un adiós premeditado, por lo que sin dejar de frecuentar las plazas y sin dejar de esparcir su aroma de torero, dejó las hazañas en los ruedos para otros.

Su tauromaquia

El Hombre de la Regadera fue un torero que tuvo como signo el valor, aunque como escribió Don Tancredo, no era un valor privado de inteligencia. El torero declaró en su día a José López Pinillos Parmeno lo siguiente:



…Lo que pasa es que como el arte tiene sus reglas y hay que cumplirlas, cuando al toro le da por impedir que se cumplan, le coge a uno el toro… Pa’mí las principales son no huir y parar siempre… El secreto del toreo es parar… no con los pies, sino con el capote y la muleta…

Y a su vez dijo en entrevista a Rafael Morales Clarinero muchos años después:

Yo era un torero de muy pocas cosas: cambios de rodillas, media verónica, muletazos con la derecha; rematando la serie, estoqueaba seguro; y dentro de esto, podía con los toros… Mi mayor preocupación fue poder con los toros… Los toros buenos los torea bien o bonito cualquiera; el chiste está en saber lidiar a todos. El quitarles poder, en la actualidad, no lo hacen ya los matadores, sino los de a caballo…

De sus propias apreciaciones alcanzo a deducir que Juan sin Miedo entendía correctamente el valor y la importancia de la técnica y el oficio del torero, pero igualmente respetaba su necesidad de expresar su manera de ser en su quehacer en los ruedos. Por eso Juan Silveti fue un torero que sorteó las muchas dificultades y pruebas que la vida y los toros le pusieron delante y lo hizo con éxito, pues al final de cuentas, la intención del torero es trascender y con creces la ha colmado.

El personaje

Juan Silveti, decía al principio es un ícono de la fiesta mexicana. Tanto así, que en el año de 1938 se filmó una película inspirada en él - Juan sin Miedo - y en la que el torero llevaba uno de los papeles estelares. Le acompañaron en el reparto Jorge Negrete – el hijo de Juan sin Miedo –, María Luisa Zea y Emilio El Indio Fernández entre otros. Antes, en 1927, participó en El Tren Fantasma, un documento recuperado por la filmoteca de la UNAM en la colección de DVD’s taurinos que sacó a la luz y en la que, sin ser taurino el asunto, tiene ocasión de mostrarnos en el campo, la reciedumbre de su tauromaquia.

Escribió Don Tancredo:

Con un mechón de pelo sobre la frente y el cigarro puro entre los labios, invariablemente vestido de charro, su natural arrogancia destacaba en todas partes y era un tipo clásico en el ambiente taurino mexicano, en contraste con los torerillos de alfeñique y espaditas de aluminio, aguas perfumadas y manos con uñas bien pulidas y barnizadas. Tosco, hombruno, fue siempre Juan Silveti lidiador como los de antaño, como aquellos bravos capitanes de cuadrilla que no hacían deporte, que no jugaban frontón, que vivían en constante juerga y usaban bastones de hierro y cuando se vestían de luces se enfrentaban a fieras de cinco años y quinientos kilos, toros con la edad y el trapío de las estampas clásicas y que lucían cornamentas rústicas, sin saber de peluquerías… Fue Silveti un torero – hombre, no un torero – niño…

Aquí dejo estos apuntes acerca de la vida y de la historia de un gran torero. Ojalá les haya resultado interesante.

Las fotografías de Juan Silveti que ilustran esta serie de entradas, las tomé del repositorio de tarjetas postales antiguas de la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez.

Aldeanos