Silverio Pérez y Pescador de Piedras Negras
La 16ª corrida de la temporada 1941 – 42 se dio con un cartel formado con toros tlaxcaltecas de Piedras Negras y los diestros Pepe Ortiz, Fermín Espinosa Armillita y Silverio Pérez, en una combinación que realizada con imaginación, resultó atractiva para la afición y propició una gran entrada en el Toreo de la Condesa, en una tarde en la que el resultado final dejaría para la historia una gran faena de Silverio Pérez.
La narración que he escogido para recordar este fasto, es obra de don Carlos Septién García, que con el seudónimo de El Quinto, lo publicó en el semanario La Nación e independientemente de la excelente prosa que caracterizó siempre a su autor, tiene la facilidad – a muchos años de distancia – de transmitir las emociones del momento en el que fue escrita y de esa manera dar a conocer de una manera más o menos fiel la realidad de los hechos que describe.
Silverio torea por sustantivos
La parte conducente de la crónica de El Quinto, nos cuenta lo que sigue:
Fue en el fondo una ventaja el haber asistido a la corrida con mi amigo el gramático. Hasta ahora había pagado el afecto que me tiene, resistiendo sus disertaciones eruditas. Y temía concurrir a los toros con él por miedo de que me aguara la fiesta con alguna disquisición.
De allí mi sobresalto cuando el domingo, al terminar las tempestuosas ovaciones a Silverio Pérez, dijo como hablando para sí mismo:
- No cabe duda: Silverio torea por sustantivos.
Y a renglón seguido se puso a aplacar mi extrañeza:
- Sustantivo es lo que existe por sí, real e independientemente. En Gramática es la parte completa. Sirve para designar austera y precisamente aquello que se quiere nombrar. El sustantivo es completo y profundo, sobrio y expresivo. Las literaturas de las épocas de oro de los pueblos se nutren precisamente de sustantivos fuertes y macizos; el adjetivo se emplea en ellas con parsimonia y discreción. Y con tanta fuerza, que en ocasiones se encuentran adjetivos con verdadera substancia.
- Recuerde usted a Bernal Díaz, para no citar sino un clásico nuestro. Recuerde aquel lenguaje a la vez austero y suave, simultáneamente serio y vivísimo. La frase en él es ceñida, suficiente en todo caso para describir con verdad y profundidad. Y si se quiere encontrar buena parte del secreto, lo hallará usted en el hecho de que es el sustantivo el que domina, campea y triunfa en la hidalga prosa de nuestro cronista. Es decir, el sustantivo da la médula, la espina dorsal del lenguaje. La adjetivación copiosa aparece en las épocas del barroquismo y la licencia. Y claro que también puede ser bello el sistema; pero es otra clase de belleza menos maciza, más deleznable. Yo prefiero la clásica hermosura, firme y serena.
- Y por eso afirmo que Silverio Pérez ha toreado este tercer toro, precisamente por sustantivos. Y he seguido apasionadamente el proceso de esta faena perdurable.
El lenguaje es para el escritor lo que el toro es para el torero: la materia rebelde que su genio y su técnica han de dominar para lograr la obra de arte. Con frases triviales o con palabritas melosas se pueden hacer versos bonitos, pero no bellos. En la misma forma en que con toros chiquitos se pueden lograr faenitas que pueden ser hasta hermosas, pero siempre miniaturas. La grandeza aparece —en el lenguaje— cuando el escritor se decide a sumergirse en las profundidades del idioma en búsqueda encendida de palabras y giros macizos y profundos. Y en los toros, la grandeza surge cuando el lidiador se enfrenta a un animal fuerte, grande y poderoso y lo domina con señorío, arte y superioridad. De allí que no considere un desacato el hablar de la muleta del escritor y de la pluma del torero.
Lo que Silverio ha hecho es eso: escribir un trozo de prosa clásica. Ha dejado a un lado lo pequeño o lo artificial para buscar expresiones a lo siglo XVI: lo que significa que ha logrado naturalidad y hondura.
Me he fijado detenidamente en “Pescador”, el piedrenegrino éste que ha merecido tal faena. Espantó a las infanterías con sus derrotes. En las banderillas se las vieron negras los peones en vista del extraordinario empuje del animal. Y es que no se les ocurría lo que después fue el secreto de Silverio.
Pérez tomó la muleta, salió al tercio y citó de largo. “Pescador” se arrancó de largo sobre el trapo rojo. Y entonces Silverio realizó esa sencilla cosa que por no hacerse sino pocas veces ha originado tantos toros inéditos: aguantó la embestida. Y ni hubo derrote ni colada. “Pescador” pasó una y otra vez mientras el matador levantaba suave y sobriamente los brazos en tres pases por alto tan perfectos y bien cortados como un soneto.
Después toreó con la derecha en redondo, dejándose llevar de la inspiración y manejando la muleta con lentitud y mando. Hasta que remató el bello párrafo con aquel pase de la firma categórico y preciso. Hubo en seguida lasernistas, más pases con la derecha por abajo, varios orteguistas de excepcional pureza y otro de la firma de tal calidad y majestad, que bien podía haberse puesto arriba de tal rúbrica: “Yo, el Rey”.
Y fíjese usted en que Silverio, como tantos grandes escritores hace arte para sí mismo. ¿Recuerda usted que Bernal Díaz escribió su historia simplemente para él y sus hijos? Pues así lo hace este Pérez de Texcoco, como lo hace también Carlos Arruza. Torean para sí, para satisfacer su ansia de creación, para lograr plástica viva, personal y única. No hay en el toreo de Silverio afán de concesiones al público, ni preocupaciones de publicidad teatral. Por lo contrario, hay una tal sinceridad del hombre, una tal compenetración natural y profunda con su arte, que me figuro que así torearía también si estuviera él solo con el animal y sin un espectador en el tendido.
Por eso hay grandeza de la mejor, en Silverio. Por eso también es un torero sustantivo, que no necesita publicidades, cojines, fanfarronerías o insultos. Porque vale por sí, real y verdaderamente. Porque en suma, es simplemente esa cosa sencilla y compleja, grande y humilde, alegre y trágica que se llama torero. Usted comprenderá totalmente si le digo que una cancioncilla de moda necesita del radio y del teatro, y de la tiple, para poder triunfar; y eso efímeramente. Pero nada de eso requiere el cantar del Mío Cid para valer eternamente…
También por sustantivos, pero extendiendo su disertación al gerundio, al participio, al artículo y al pronombre toreó Armillita esa tarde, según el decir del propio Carlos Septién, pero recitando con frialdad la lección, en tanto Pepe Ortiz lo hizo, según el gramático amigo del cronista, en un hermoso derroche de adjetivos.