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domingo, 21 de julio de 2024

20 de julio de 1913: Presentación de la ganadería de Garabato en El Toreo de la Condesa

Hierro y divisa de Garabato
Al menos en el caso de Aguascalientes, en el siglo XIX y aún antes, las haciendas o fincas ganaderas tuvieron en sus hatos ganado que braveaba, aunque su finalidad productiva no fuera la crianza del toro de lidia. Aquí y en los alrededores era frecuente ver anunciados toros de las haciendas del Pabellón o de San Nicolás de la Cantera y ya en la puerta del siglo XX, se vieron anunciados en la Plaza del Buen Gusto, toros del Garabato, procedentes de la hacienda que lleva el muy taurino nombre de San Isidro Labrador, ubicada al Noroeste de la ciudad capital de Aguascalientes.

Esta finca fue en esos días propiedad de don Luis Aguilar, quien la transmitió, seguramente por herencia a su hija María, casada con don Celestino Rangel, nativo a su vez de la hacienda de Ciénega Grande. Éste último era aficionado a la fiesta de los toros y es quien da el viraje definitivo a la vocación de Garabato, derivándola ya en definitiva a la crianza del toro de lidia.

La primera novillada de concurso

En el año de 1913 una empresa a la que la prensa de la capital mexicana se refiere como Empresa Madrid, aprovecha el parón del verano para ofrecer una serie de cuatro novilladas de concurso, a las que hoy en día llamaríamos de selección en búsqueda de nuevos valores para animar una temporada de festejos menores que por lo visto no había tenido buenos resultados y buscar a quienes pudieran ser las figuras del futuro, entendiendo que la única manera de sacar toreros es poniendo a los muchachos a torear.

Así, el primero de esos festejos se anunció para el 20 de julio de 1913, con seis novillos de Garabato para Ignacio Ezpeleta Ezpeletita, José Amuedo, Sebastián Suárez Chanito, Francisco Berea Camiserito, José Carrasco Carrasquito y Manuel Ríos Jerezanito, todos debutantes, así como la ganadería, que también hacía su presentación en la capital mexicana.

Para la ocasión, don Luis Aguilar envió a la capital ocho ejemplares, que Don Calixto, en su crónica publicada en el diario El País de la capital mexicana, describe de la siguiente manera:

Primero. – Castaño tostado, grande, feo, quedadote y con su miajita de nobleza... Segundo. – Castaño obscuro, pequeño, sacudido de carnes y con aquello en la cabeza... TERCERO. – Castaño, grande, con cuernos de ciervo... al sentir el hierro, huye como alma que lleva el diablo... Al corral... Sustituto. – Castaño, bragao, albardao, corniveleto, grande y de pitones kilométricos... Cuarto. – Castaño, grande, bien criado, apretado de cuerna y nervioso... Quinto. – Muy bonito, pero manso de solemnidad, al corral... Substituto. – Castaño, grande, con unas perchas hasta allá y con pinta de manso... Sexto. – Una ardilla color castaño, feo, con cuernos en leche y pegajoso para los capotes...

Como podemos ver, el encierro de Garabato tuvo por seña el que fue de pelos bermejos o colorados en su totalidad, cuestión que era en esa época, característica del ganado criollo que braveaba. Y por el otro lado, la indefinición en el juego que dieron como cualquier ganadería en ciernes. Prudente es tener en cuenta que en aquella época se juzgaba a los toros por su comportamiento en la suerte de varas, pero se advierte de la breve descripción de Don Calixto, que algunos ejemplares fueron nobles y que en lo general el encierro estuvo bien presentado.

El juicio que hace Pata Larga en el periódico capitalino El Diario del día siguiente al del festejo acerca de la novillada de Garabato, es el siguiente:

Los toros enviados por el señor Luis Aguilar no fueron parejos en presentación, y aunque de escaso poder, cumplieron mejor que los de la “Encarnación”, que los de la famosa “Trasquila”, que los del “Pabellón”, etc… Hubo dos que volvieron al corral, uno condenado a fuego y cinco que resultaron más blandos que la mantequilla, pero bravucones para la gente de a pie, sin resabios y acudiendo al percal o al trapo rojo cuando se les presentaba por delante…

Voy a insistir, el baremo era la suerte de varas, pero actualmente quizás se diría que fueron buenos para el torero.

La actuación de los diestros

Al final del festejo se libraron de la quema Ezpeletita, Amuedo y Chanito, quienes fueron los que mostraron menos limitaciones ante los astados. Un jurado cuya integración no se reveló en las crónicas, los seleccionó para participar en el tercer festejo junto con los tres triunfadores del que se celebraría el domingo 27 de julio. Pelongo, escribiendo para El Imparcial, expresa:

El jurado acordó su voto a “Ezpeletita”, Amuedo y “Chanito” para que después de la corrida del domingo próximo, en que torearán en competencia tres matadores mexicanos, compitan a su vez con los que queden victoriosos... El fallo del jurado fue acogido con general beneplácito, pero por la noche, uno de los novilleros no agraciado con el voto, decía en un corrillo de toreros: "No hay justicia, a mí se me debía haber seleccionado; pero, ¿Cómo va a ser justiciero un jurado en que están un escritor festivo, que todo lo toma a guasa, y en el que no faltaba... ni el Judas del apostolado?

Por su parte, el ya citado Pata Larga, en El Diario, refiere:

De los seis matadores de novillos que tomaron parte en el concurso, los que sobresalieron fueron “Ezpeletita” y “Chanito”, resultando una completa nulidad el “Camiserito”, que fue bautizado por el público como “El Chancleta”, por haber tirado una zapatilla al ser perseguido por uno de los “jaquetones” del “Garabato” y más que nulidades “Carrasquito” y “Jerezanito” ...

Esos festejos de selección a veces resultan ser una verdadera lotería, pero también, a veces, no hay otro método mejor para dar oportunidades a toreros principiantes.

El devenir de los toreros

Ezpeletita, gaditano, recibió una alternativa en Puebla, de manos de Reverte Mexicano. Sus hijas Pilar y Paquita fueron bailaoras de flamenco formando un cuadro conocido como Las Canasteras de Triana. José Amuedo, también de Cádiz, recibió la alternativa el 3 de junio de 1923 en Tarragona, de manos de Saleri II y con José Flores Camará de testigo, con toros de Peña y Rico. Y, Sebastián Suárez Chanito, de la Isla de San Fernando, recibió la alternativa en México, mano a mano con Vicente Pastor el 4 de enero de 1914 y la confirmó en Madrid al año siguiente de manos de Juan Silveti.

De Camiserito, Carrasquito, y Jerezanito, no encontré información que indicara que caminaron largo por el llamado planeta de los toros.

Garabato

A partir del año 1932 se hace cargo de la ganadería don Celestino Rangel Aguilar conocido como El Tato Rangel, quien fue un personaje llamativo y pintoresco en nuestra fiesta. Vestía siempre el traje de charro y llevaba, como debe ser, una pistola al cinto, a la que festivamente, don Arturo Muñoz La Chicha, nombraba Doña Genoveva. Él fue quien se encargó de empadrar y seleccionar los ganados llegados de Malpaso al final de la década de los veinte, cuando esa ganadería zacatecana se liquidó y pasó en su mayoría a la propiedad del general Anacleto López, pero que también llegó en parte a Aguascalientes vía Garabato; y también a lo que posteriormente sería Santa Rosa de Lima, lo originalmente llamado Albarrada propiedad de Eduardo Margeli y Antonio Casillas, después Armillita Hermanos y a lo que fue del coronel Pablo Baranda.

Esos ganados traían cruces con toros de Saltillo, Murube, Concha y Sierra, Veragua y Otaolarruchi. Una mezcla a la que mínimamente podemos calificar como explosiva. La labor de selección tenía que ser muy escrupulosa y precisa para obtener productos adecuados, por lo que comenzó a hacer cruces con toros padres de San Mateo y Piedras Negras.

También adquirió uno de los eslabones perdidos de la historia genética de la ganadería mexicana, un toro de los herederos de Vicente Martínez que originalmente importó don Miguel Dosamantes Rul para Peñuelas, un negro mulato, número 27, llamado Terciopelo. Le contó Calesero al doctor Alfonso Pérez Romo:

Mi hermano Jesús era entonces empresario de la Plaza de Toros San Marcos y había pensado para mi despedida novilleril un mano a mano con Juan Estrada. Por aquel entonces, Juan Estrada y yo éramos la pareja más interesante de la baraja en México. Fuimos a Garabato a ver la novillada, propiedad del ganadero Celestino Rangel “Tato”; aquellos animales eran el primer producto de un semental de don Vicente Martínez que trajo de España don Miguel Dosamantes, y que después de padrearlo unos años en Peñuelas, se lo vendió al “Tato”...

Esa es una gota más que hizo a Garabato una ganadería única, por la indudable mezcla de sangres que llevó.

Una reforma agraria mal entendida redujo casi a la nada la superficie territorial en la que se podían criar los toros de Garabato. Durante muchos años el Tato Rangel tuvo que arrendar subrepticiamente a los ejidatarios las tierras que le fueron expropiadas para seguir criando sus toros.

Pese a ello, Garabato logró presentarse en la Plaza México con una novillada el domingo el 3 de junio de 1973, misma que lidiaron Adolfo Guzmán, José Manuel Montes y Artemio Becerril en el segundo festejo de ese ciclo novilleril, apenas unos meses después de que El Tato Rangel falleciera y que su hija Rosalinda se encargara de los destinos de la ganadería. 

Al paso del tiempo, otros hierros de la región adquirieron actualidad y por ello, su presencia en los carteles dejó de ser frecuente, tanto que más de un autor la señala en sus obras como extinta. Sin embargo, hoy en día se reconstruye la base ganadera de Garabato a partir de simiente de Puerta Grande – antes ingeniero Mariano Ramírez – y está a cargo de esa tarea el joven abogado Hiram Íñiguez Rangel, que ya representa a la quinta generación de criadores de ganado de lidia en la hacienda de San Isidro Labrador, por más señas Garabato, en Aguascalientes, México.

domingo, 5 de mayo de 2024

Abril de 1974: la última feria de la Plaza de Toros San Marcos (XI)

En la novillada del cierre de feria, El Zotoluco se lleva otra vez el Cristo Negro del Encino

El año anterior la novillada de triunfadores se había celebrado una semana antes del arranque formal de la feria y fue un cartel originalmente de seis toreros, aumentado al final con un séptimo fuera de concurso. Para este ciclo de hace medio siglo, se acomodó el festejo para dar cierre a la parte taurina de la verbena sanmarqueña y fue con una tercia, integrada por Alfredo Gómez El Brillante – algunas reseñas le llamaban todavía El Brillantito como cuando era niño torero –, Rafael Íñiguez El Rivereño – quien fue el séptimo del cartel del año anterior – y José Antonio Picazo El Zotoluco, repetidor también del festejo del 73 y ganador ese año del trofeo en disputa.

Para la ocasión, se dispuso de un encierro de la ganadería acalitana de Garabato, entonces dirigida por don Celestino El Tato Rangel, quien envió un encierro de buena presencia, según relata en su crónica don Jesús Gómez Medina:

Los novillos de Garabato, de mejor trapío y con más respeto del que tuvieron varios encierros lidiados por matadores de toros, fueron, en cuanto a su lidia, desiguales: a ratos boyantes y claros, en ocasiones defendiéndose; ora recargando ante los montados y derribando con fuerza cuando no huyendo francamente. De todas maneras, hubo tres que, a cambio de que los muchachos les pisaran el terreno y los aguantaran, permitieron que aquellos lucieran…

Don Jesús vuelve a poner el dedo en la llaga. Reitera que durante los festejos mayores no fueron casos aislados aquellos en los que las reses que saltaron al ruedo carecieron de la presencia mínima necesaria para ser jugados en una corrida de toros, y que, en cambio, en un festejo de noveles, el ganado presentado superó lo que, en buen número, las figuras enfrentaron.

El Zotoluco asegunda

El año anterior José Antonio Picazo se había llevado el Cristo Negro en disputa, se asentó en las crónicas, más que por hacer bien el toreo, por el carisma que lo conectaba con los tendidos. En aquella oportunidad se le vio decididamente verde, aunque con voluntad de hacer las cosas. Un año después, habiendo toreado ya varias novilladas en distintos lugares de la república, el propio cronista de El Sol del Centro le describe de otra manera:

José Antonio Picazo mejora a ojos vistos. Porque ayer toreó de verdad. Con el capote y con la muleta. Con esta última, en sus dos turnos, a fuerza de aguantar, y de correr la mano y de mandar, consiguió redondear series de derechazos y naturales meritísimas. Adornos, desplantes y valor de continuo. El valor que debe ser virtud primara en un novillero. Vuelta al ruedo en el tercero. Y una oreja, nueva vuelta triunfal y el Cristo Negro, que, por segunda ocasión, hizo suyo, fue la cosecha de José Antonio Picazo. ¡Enhorabuena! …

También Alejandro Hernández, en su tribuna del Heraldo de Aguascalientes, hace apreciación en similar sentido:

José Antonio Picazo “El Zotoluco” nos mostró muchos adelantos, toreando con verdad, aguantando las embestidas fuertes, peleándole siempre, siempre en la cara, sin dar muestras de estar en ese lugar, sin presiones, sin angustias, al contrario, con gusto y sintiendo lo que hace, y lo que es más importante, empleando la cabeza, tratando de entender a sus enemigos, y darles la lidia adecuada, ese es el camino a seguir, por ahí se puede llegar a conquistar un buen sitio…

Esa entonada actuación le sirvió al torero de Aguascalientes para obtener, por segundo año consecutivo, ese prestigiado trofeo.

La actuación de El Brillante

Alfredo Gómez El Brillante es nieto del legendario puntillero Atanasio Velázquez Talín, esa es la razón que desde su infancia tuviera cercanía con el mundo de los toros y que prácticamente desde los 8 o 9 años de edad, comenzara a presentarse como becerrista, anunciándose entonces como El Brillantito. En la fecha de esta remembranza, tenía casi un par de años de haberse presentado en Acapulco con los del castoreño. Los de Garabato que le tocaron en suerte no se prestaron a florituras. Cuenta Alejandro Hernández:

Alfredo Gómez “El Brillantito”, ha tenido una actuación discreta en su primero, por la mansedumbre del novillo y las embestidas con genio que daba, terminándolo con pinchazo y media en buen sitio… En su segundo, que llegó con mucha fuerza al tercio final, acusó estar muy toreado, al defenderse con buenos modales, desgraciadamente nada se le pudo ver al muchacho en esta actuación…

Por su parte, don Jesús Gómez Medina hace notar:

El lote más difícil correspondió al jovencito Alfredo Gómez, quien, no obstante, lejos de afligirse, se mostró decidido, valeroso y, en ocasiones, cuando hubo lugar a ello, toreó de capa con excelentes modos; la mano abajo y cargando la suerte con primor…

Evidentemente, El Brillante era de los tres espadas del cartel el que más sitio tenía y debe ser por esa razón que con el lote complicado no se afligió y solventó el compromiso con dignidad y por instantes hasta con lucimiento.

El Rivereño

El año anterior a Rafael Íñiguez no le rodaron bien las cosas, y aunque en este festejo tampoco tuvo el santo totalmente de frente, pudo, por momentos, exhibir algunos detalles de torería. Refiere don Jesús Gómez Medina:

Rafael Íñiguez, en su primero, logró un magnífico quite por gaoneras. Banderilleó sin fortuna en la colocación; y con la izquierda, naturales aceptables; derechazos comprometidos, para concluir de pinchazo, media y descabello. Palmas. Al quinto lo recibió con un farol de hinojos. Y una faena muleteril en la que hubo derechazos bien ejecutados, entreverados con achuchones y desarmes sin que menguase la valentía de “El Rivereño”, quien, al concluir con media, dio la vuelta al ruedo entre palmoteo general…

Dice Alejandro Hernández en su crónica que lo apreció desentrenado y sin sitio. Es probable que eso haya sido la causa de los achuchones y desarmes a los que hace referencia don Jesús. Es la eterna paradoja del novillero que pretende subir peldaños en la escalera profesional, si no torea, anda sin sitio, pero para coger éste, necesita torear. 

La entrega del trofeo

Independientemente de los trofeos que alguno de los alternantes haya podido obtener en la tarde, la concesión del Cristo Negro quedaba a consideración de la concurrencia, que hacía las veces de gran jurado, que en esta oportunidad falló a favor de José Antonio Picazo. En esas condiciones, los señores Flavio Conde y Juan Ramírez, representantes de la Casa Pedro Domecq, patrocinadora del trofeo en disputa, salieron al ruedo a entregar al triunfador el medallón con la efigie del Cristo Negro del Encino que ganó en buena lid.

Con ese último acto, concluyó la última feria taurina celebrada en la Plaza de Toros San Marcos, un domingo como hoy, pero de hace 50 años. A partir del año de 1975, los festejos se darían en un nuevo escenario, mismo cuya obra constructiva había iniciado unas semanas antes y que implicaría el inicio de una nueva historia en las cosas de los toros en Aguascalientes.

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