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domingo, 28 de septiembre de 2025

26 de septiembre de 1962: Pablo Lozano se presenta en El Toreo de Cuatro Caminos

En medio de la temporada novilleril de 1962, para el día miércoles 26 de septiembre, se anunció una corrida de toros benéfica, nocturna, en El Toreo de Cuatro Caminos. El promotor de ella era Luis Procuna, a la sazón Secretario General de la Unión Mexicana de Matadores de Toros y Novillos y pretendía recabar recursos para encauzar una serie de obras sociales en la colonia Legaria de la capital mexicana, pero también, establecer un adecuado marco para la despedida como matador de toros de un torero de dinastía, Ricardo Balderas, quien prácticamente tras de concluir el festejo, iniciaría su andadura como hombre de plata, manteniéndose así en activo en los ruedos.

Para el efecto, se anunció que se tenía adquirido un encierro hidrocálido de Peñuelas y que el cartel lo completarían Raúl Acha Rovira y el torero toledano Pablo Lozano, quien venía realizando una interesante campaña en ruedos mexicanos, misma que había arrancado apenas el último día de diciembre del año anterior, en Saltillo, donde alternó con Luis Procuna y El Imposible en la lidia de toros de Corlomé.

La Muleta de Castilla en México

Pablo Lozano había tenido en 1957 un gran triunfo en Madrid, cuando en solitario, enfrentó un encierro salmantino de Barcial en la Corrida del Montepío de Toreros, cortándoles cuatro orejas. Eso le dio un buen impulso a su carrera y le animó a buscar oportunidades al otro lado del océano. 

Entre ese primer festejo y el que nos ocupa, había ya sumado 16 corridas en plazas como las de Mazatlán, Moroleón, Nogales, Nuevo Laredo, Ciudad Juárez, Tampico o Torreón entre otras, muchas de ellas organizadas por Luis Procuna, quien en esos días estaba distanciado de las empresas principales por sus actividades como líder sindical y principalmente del doctor Alfonso Gaona, quien lo tenía fácticamente vetado. Cuenta Robert Ryan:

Una vez fui a ver al doctor Gaona a la óptica y le pedí a Pablo que me acompañara. Antes de salir de la oficina, en un aparte, el doctor me comentó que no llevara a Pablo ahí, y que no me juntara con él. Fue algo así como una recomendación, pues sabía que él era íntimo del maestro Procuna, con el que estaba peleado por temas, como suele ser siempre, de dinero...

La lealtad que nace de la amistad pudo más que cualquier otra cosa y Pablo Lozano no pudo conseguir la confirmación de su alternativa en la Plaza México, pero pudo actuar en Cuatro Caminos, que también estaba en la zona urbana de la capital, y, aunque no cortó orejas, tuvo una actuación muy destacada, según cuenta Gabriel Torres Tames en su crónica publicada en El Redondel, fechado el día 30 de septiembre siguiente:

Toreo recio es el de Pablo Lozano, supo andar sobre la arena y movió las manos con soltura... En su primero lanceó hasta en siete ocasiones sin enmendar el terreno, y la ovación no se hizo esperar, para volverse a escuchar cuando echándose el capotillo a la espalda, bordó luminosas gaoneras rematadas con preciosa rebolera... Con la bayeta vinieron los estatuarios, precedidos de naturales y derechazos de excelente sello, toreo por la cara y un molinete aprovechando el viaje que el público premió con cálidas palmas; abreviando el hispano, pasaportó al bovino de un pinchazo en buen sitio y una estocada desprendida que bastó para hacer doblar a la res, mereciendo por tan acertada faena, vuelta al ruedo y salida a los tercios... Tal vez, de los bureles, el más peligroso fue el sexto, pero Pablo, con voluntad y valentía cumplió en todas las etapas de la lidia hasta sepultar el acero en lo más elevado del morrillo de "Borrachito", que, al mismo tiempo de ser arrastrado por las mulillas, “El Toreo”, frente a la noche estrellada, comenzaba a quedarse solitario...

De la lectura de lo transcrito, se advierte que la primera faena de Pablo Lozano, quien tuvo la fortuna de llevarse al único toro potable de la corrida, pudo haber sido premiada con la oreja, de haberlo matado al primer intento. Pero aún con el fallo a espadas, el justamente conocido como La Muleta de Castilla, dejó una excelente impresión ante la afición de la capital mexicana e intuyo, el deseo de verle de nueva cuenta, en condiciones más favorables.

La despedida de Ricardo Balderas

Ricardo Balderas fue uno de los novilleros destacados de la temporada novilleril de 1944 en El Toreo de la Condesa y con esa aureola se presentó en la plaza de Las Ventas, en Madrid 25 julio 1945, sumando varias tardes en una temporada en la que, de los nuestros, allí refulgió con luz propia el malogrado Eduardo Liceaga. Recibió la alternativa en Bayona, Francia, el 8 de septiembre de 1946, de manos de Fermín Rivera y con el testimonio de Calesero y la confirmó en la Plaza México el 3 de noviembre de 1947, de manos de Luis Procuna y llevando como testigo a Luis Briones.

Después de casi dos décadas de recorrer la arena de los ruedos, decidió que había llegado el momento de cambiar la tonalidad de los bordados de los vestidos de seda que llevarían sus vestidos, pues, aunque el cartelillo anunciador del festejo decía que el público juzgaría si debía o no tomar esa decisión, la realidad, es que ya estaba tomada. Su actuación, conforme a la crónica citada, fue en el siguiente tenor:

Ricardo Balderas veroniqueó estupendamente a su segundo después de haberlo recibido de hinojos con un apretado farol, para después no saber qué hacer ante las inquietas astas de “Pajarito”, difícil animal de Peñuelas que sirvió de materia prima para que el espada, después de deshacerse de él de un pinchazo y una estocada caída, entre lágrimas recorriera el anillo cuatrocaminero, agradeciendo al cónclave los sinceros aplausos que aunados al momento apesadumbrado del adiós, hacían eco final sobre las melancólicas notas de “Las Golondrinas”...

Lo bronco y descompuesto de las embestidas de los toros de Peñuelas, pocas florituras permitieron a Ricardo Balderas ante ellos. Así, se despidió de los ruedos como matador de toros, para casi de inmediato integrarse a la Unión Mexicana de Picadores y Banderilleros y pasar a formar parte de las cuadrillas de distintas figuras del toreo como Luis Procuna, Alfredo Leal, Joselito Huerta, Manolo Martínez, Antonio Lomelín o Curro Rivera. Una vez retirado en definitiva de los ruedos, fungió como Juez de Plaza en la Plaza México.

La noche de Rovira

Rovira también estaba ya en el tramo final de su carrera en los ruedos, pues el año siguiente torearía sus últimos tres festejos, vestido de luces. Igualmente tuvo que enfrentar dos toros complicados, papeleta que resolvió, cuenta el cronista, con el toreo sobre piernas, a la manera que recomienda la preceptiva:

A un par de astados gazapones, que tiraban cornadas sin cesar, "Rovira" capoteó movido y rápido, sin llegar a semejar su toreo con el esplendor maravilloso de la noche; con la franela la cosa fue distinta, pues los muletazos que instrumentó a cada uno de los adversarios fueron exactamente los indicados a la lidia que los bichos requerían; concretándose a doblones y faena por la cara, finiquitó a sus enemigos con facilidad y premura, saliendo a agradecer las palmas desde los tercios...

Raúl Acha se dedicó tras de dejar de vestir el terno de luces, al apoderamiento de toreros, uno de los más destacados, el de Antonio Lomelín, al que llevó a ocupar el sitio de figura del toreo.

Para concluir

Quizás los números de Pablo Lozano no le reflejen un gran volumen de actuaciones en México durante el tiempo que estuvo entre nosotros como torero, pero actuó en plazas de importancia, debiendo sumarse a las ya nombradas Yahualica, San Luis Río Colorado, Acapulco y Aguascalientes y además, alternando siempre con los principales del escalafón como Fermín Rivera, Calesero, Rafael Rodríguez, Juan Silveti, El Ranchero Aguilar, El Callao, Antonio del Olivar, El Imposible y evidentemente Luis Procuna.

Tengo la impresión de que también aprovechó el tiempo para ver toreros mexicanos que pudieran funcionar allá en España para tratar de corresponder, en conjunto con sus hermanos, la hospitalidad y el apoyo que aquí recibió en tiempos de tribulación.

Fernando, su hijo, nació en México y es matador de toros. Él sí tuvo la oportunidad de confirmar su alternativa en la Plaza México en diciembre de 1990 y una vez que dejó de torear, se dedicó al apoderamiento de toreros y aquí en Aguascalientes estuvo como instructor en la Escuela Taurina Municipal un buen tiempo y varios de los que fueron sus discípulos ya son matadores de toros.

Solamente puedo agregar que la afición mexicana de esos días, por lo visto en video, se perdió de ver un gran torero, por los líos de los despachos.

domingo, 3 de marzo de 2013

Pablo Lozano en Aguascalientes


Castilla en San Marcos

Pablo Lozano
Castilla es una región histórica de España, que desde el siglo VIII es conocida como tal, pues existen documentos árabes del año 759 que lo confirman y señalan que las tierras castellanas abarcaban la superficie comprendida entre el río Duero y la cordillera cantábrica. Tradicionalmente el territorio considerado castellano, al margen de las divisiones que de carácter político se han hecho de la península ibérica, es el que comprende las provincias de Ciudad Real, Cuenca, Guadalajara, Madrid y Toledo.

El paisaje castellano es singular y en mucho marca la manera de ser de los hijos de esa tierra, que proverbialmente son austeros y reservados. La austeridad de esos lugares es indudablemente de gran belleza, misma que Pedro Laín Entralgo define de la siguiente manera: 

Entre la franja humana de Fuencarral y la franja geológica de allende, el Jarama tiéndese entre dos sábanas desiguales que nos dan soporte y cobijo. Por arriba, la del cielo: Azul puro y sencillo sobre la línea de los montes, azul rosado o ígneo sobre la del poblado… La sábana del suelo es ocre, gualda, gris. Trigales humildes ponen sobre ella la parva y dispersa alegría de su color verde, ya amarillecido e trechos. A lo lejos, encinas esparcidas salpican de oscura gravedad el fuego contenido de la tierra… Junto al río, algún sotillo de reposados olmos y una hilera de finos chopos, sonoros cuando los conmueve el viento, conceden cierta tregua de ternura vegetal a la dureza dramática, encendida de la tierra en turno. El rumor de las hojas, el grito de los pájaros y alguna voz humana aislada, extraña, casi misteriosa, dan sonido a la inmensa quietud del paisaje… (La Generación del Noventa y Ocho. – Espasa Calpe, Colección Austral, volumen 784, página 17.)

Así es Castilla, una tierra de recio paisaje, que como decíamos, forja una especial personalidad a los hombres que son hijos de ella. Es una tierra de hombres taciturnos, mesurados, sobrios, que tienen mucho de fondo aunque las formas sean austeras, una tierra en la que dice Corrochano, refleja serenidad con sus llanuras sin fin y sus caminos sin curvas. Una tierra majestuosa y evocadora donde la gente se acuesta temprano.

Como toda la piel de toro, Castilla ha dado a la historia del toreo, nombres y hombres que han honrado en los ruedos la manera de ser y el entorno castellano. Aguascalientes ha sido testigo de esa peculiar manera de ser de los  toreros castellanos, albergando en su plaza de toros San Marcos de notorios aires andaluces, a varios toreros de esas tierras que en su día, cautivaron con su castellanía a los repletos tendidos del coso de la calle de la Democracia.

En esta oportunidad quiero referirme a Pablo Lozano, un torero que en un tiempo de la historia de nuestra muy taurina ciudad, trajo los aires de su Castilla natal al más que centenario redondel sanmarqueño.

Pablo Lozano

Nace en Alameda de la Sagra, provincia de Toledo el 29 de agosto de 1932 en el seno de una familia acomodada, en la que el padre era veterinario. Abandona los estudios de bachillerato y el 26 de agosto de 1949, viste en Orgaz su primer terno de luces. Su presentación en una plaza de primera categoría tiene lugar en Barcelona, el 26 de marzo de 1950. El 21 de abril de ese año, alternando con Calerito y Alfredo Jiménez, corta tres orejas en la plaza de Sevilla, lo que le lleva a presentarse en Madrid el 1º de junio siguiente, llevando como compañeros de cartel a Pablo Lalanda y a Jaime Malaver, en la lidia de novillos de María Matea Montalvo. En ese calendario suma treinta y siete novilladas. Al calendario siguiente, actuará en una veintena de festejos, antes de tomar la alternativa el 25 de septiembre de 1951. 

El cartel de su doctorado lo formaron Luis Miguel Dominguín como padrino y Manolo González y José María Martorell como testigos, lidiándose en la señalada fecha seis toros de Samuel Flores y dos de Atanasio Fernández. En primer lugar Dominguín le cedió los trastos para lidiar a muerte al toro Tirano, número 137, marcado con el hierro de Samuel Flores.

Tras sumar tres festejos el año de su alternativa, Pablo Lozano confirma su alternativa en Las Ventas el 18 de mayo de 1952, cuando Antonio Bienvenida en presencia de Paquito Muñoz le cede al primero de los toros de Ignacio Vázquez de Pablo corridos en ese festejo, en el que actuó con un toro de su ganadería, el rejoneador Duque de Pinohermoso.

Sumará veintidós actuaciones ese año de su confirmación, disminuirá en 1953 apenas a seis y en 1954 se vestirá de torero trece ocasiones. El 17 de abril de 1955 sufre una cornada grave en Madrid, cuando lidiando toros de Molero Hermanos, alternaba con Rayito y Jerónimo Pimentel, hecho que limita su temporada a una docena de contratos. No torea en 1956 y regresa al año siguiente para actuar en veinte ocasiones, teniendo el 14 de julio de ese 1957 lo que podría considerarse como la hora dorada de su carrera en los ruedos, al matar en solitario en Las Ventas, a beneficio del Montepío de Toreros, seis toros salmantinos de Barcial, a los que corta cuatro orejas, saliendo en hombros por la puerta grande.

En 1958 actúa en diecinueve festejos y dejará de torear en 1959 y 1960. En 1961 viene a México y actúa en una tarde el 31 de diciembre en Saltillo. Para el año de 1962 se contrata en dieciocho oportunidades y en 1963 lo hará en cuatro ocasiones en nuestro país y por doce en España, vistiéndose de luces por última vez en Mora de Toledo el 18 de septiembre para en presencia de Efraín Girón, dar la alternativa a José Carbonell.

Nunca confirmó su alternativa en la Plaza México, aunque actuó en El Toreo de Cuatro Caminos el 16 de septiembre de 1962, acartelado con Ricardo Balderas y Raúl Acha Rovira, para despachar un encierro de Peñuelas. En Aguascalientes se presentó en dos ocasiones, el 1º de enero y el 24 de abril de 1963, sobresaliendo su actuación en la primera de las corridas mencionadas.

En Aguascalientes

Decía antes que actuó en el coso sanmarqueño dos ocasiones, siendo más sonada la de su presentación, el primero de enero de 1963. En esa fecha se enfrentaron a seis toros de Peñuelas, Luis Procuna, Jesús Delgadillo El Estudiante y el diestro toledano. La corrida fue exitosa, pues El Berrendito cortó dos orejas, Jesús las dos y el rabo del sexto y Pablo Lozano fue juzgado así por don Jesús Gómez Medina:

EL TORERISMO DE PABLO LOZANO. – El contraste con otros toreros, poseedores de un arte espectacular, fosforescente, que por lo mismo subyuga y ofusca de primera intención a los espectadores, pero cuya superficialidad lo convierte en intrascendente, Pablo Lozano, frío de corte y actitudes, pero dueño de un torerismo integral, acaba convenciendo al aficionado, que le rinde su admiración y su aplauso… Diríase que en su persona y en su arte se reflejan las características de la tierra castellana, de donde es oriundo este diestro. Más fondo que forma. Sobriedad, sí, pero plena de sustancia toreril… Con su primero, al que lanceó con procedimientos muy canónicos, Lozano bregó también en muy buena forma para llevarlo al caballo. Pero con la sarga la escena fue a menos, soso el torillo y su matador no muy sobrado de alegría. Y como tras de pinchar dos veces, falló otras muchas con el estoque de descabellar, sonaron las protestas. Pero con el quinto… Se llamó Flamenco y llevó el número 17. Nada de relieve en el primer tercio. Lozano se concretó a cuidar su lidia, reservándose para el trance final… Brindó al pópulo y, previos tres pases por alto, quietos, mandones, se llevó a Flamenco a los medios donde, con una y otra mano, el de Toledo forjó los muletazos de mayor longitud y limpieza que registra la jornada. Los de mayor ritmo, los de mejor cadencia. Y el público, que se había mostrado hosco durante la faena del segundo, convencido, entusiasmado, acabó por entregársele. ¡Esta conquista fue el mayor mérito del de Toledo!... Un pinchazo en lo duro y luego el espadazo final. Gran ovación y dos vueltas al ruedo, la segunda en compañía de sus alternantes, todo en un clima de desbordada euforia colectiva. ¡Fue éste, repetimos, uno de los pasajes más brillantes de la corrida!”(El Sol del Centro, 2 de enero de 1963)

El 21 de abril de ese mismo año reaparecería el diestro castellano en la plaza de San Marcos, alternando en esa tarde de nuevo con Luis Procuna y con Rafael Rodríguez, que a la postre fue el triunfador, lidiándose toros de Ramiro González. De esta actuación, las crónicas únicamente recuerdan su gran estocada al sexto de la tarde.

Pablo Lozano fue conocido en su tiempo como La Muleta de Castilla y Carlos Abella lo califica como el primero de una serie de toreros toledanos surgidos al influjo de Domingo Ortega. Toreó pocas corridas, pero en plazas de gran fuste y destacó siempre por la sobriedad de su trazo, consonante con su lugar de origen. Un torero con sello, sin duda.

Hoy en día es ganadero de los hierros de Alcurrucén, El Cortijillo y Lozano Hermanos y fue directivo de la empresa que en un tiempo regentó los destinos de la Plaza de Las Ventas de Madrid. Uno de sus hijos, Fernando, nacido en México, llegó a ser matador de toros, aunque su paso por los ruedos fue breve y actualmente se dedica a la formación y apoderamiento de toreros y se mantiene cercano a México atendiendo una escuela taurina aquí en Aguascalientes.

Así ha sido la parte de la historia que este torero castellano ha escrito en Aguascalientes, una historia que creo que vale la pena recordar.

Aldeanos