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domingo, 2 de junio de 2024

3 de junio de 1984: Valente Arellano recibe la alternativa en Monterrey

Era el verano de 1975, fui invitado a una tienta en Chichimeco por Miguel Espinosa Armillita, quien había sido mi compañero en la escuela desde la primaria y quien se preparaba para presentarse en las plazas como novillero en el siguiente calendario. Era también época de vendimia, pues en esa época todavía en Aguascalientes se cultivaban vides con fines de vinificación y las tierras de su familia no eran excepción. Allí sus hermanos Manolo y Fermín, matadores de toros ambos y el Maestro Armillita dirigían las labores de selección de hembras, lo que presenciaba yo desde la gradería de la placita de tientas.

Me llamó la atención sobremanera que un chiquillo de alrededor de una docena de años, al que todos llamaban Valente, salía a tomar las tres de casi todas las becerras que eran tentadas y que con bastante gracia y, sobre todo, con conocimiento, les pegaba algunas series de muletazos. Pero, además, escuchaba las instrucciones que tanto el Maestro Fermín desde las alturas o sus hijos desde los burladeros le daban y las llevaba a la práctica.

Terminadas las faenas de tienta, al pasar a la mesa para comer, Miguel me contó que el chiquillo era hijo del enólogo que veía las cosas de la producción de mostos y vinos para su padre y para Manolo su hermano, que venía de Torreón, quien además era aficionado práctico, recordándome que había toreado en los festivales que se dieron en Aguascalientes a finales de 1972, en una convención internacional que se dio en la plaza San Marcos.

Tiempo después supe que el nombre completo de padre e hijo era Valente Arellano. Y años después, México entero conocería ese nombre, porque sería un torero que vendría a revolucionar un ambiente y sistema taurinos que estaban adormilados, en la espera de un diestro que vinera a llamar a las plazas a la afición de siempre y a crear nuevos interesados en conocer y seguir lo que esta fiesta es y representa.

El ser y el estar del torero

Valente Arellano no se preocupó solamente por aprender a esquivar artísticamente las embestidas de los toros. También, cuentan sus biógrafos, tuvo la preocupación de conocer la historia de la fiesta, la de los hombres que la han ido construyendo y, a entender que más que saber torear, hay que saber ser torero:

Del Maestro Fermín, más que aprender a torear, aprendí a ser torero, a sentir como torero, a vivir como torero, a entender por qué un torero es una persona distinta a los demás, un ser diferente... Ver al Maestro Fermín vivir para la fiesta, hablar con la devoción con que él lo hacía sobre los toros, tener tanta afición como él, aún después de retirado no perderse corrida... Ese andar como torero, vestirse como torero, oírlo platicar sobre la entrega que uno debe tener para con el toro... Por eso digo que el Maestro Armillita, más que enseñarme a torear, me enseñó a ser torero... (Valente Arellano. Una promesa. – Valente Arellano Flores. – Págs. 55 – 57)

La cercanía con el Maestro Armillita le permitió comprender desde una edad temprana que el hecho de ser torero no consiste solamente en salir al ruedo y trastear al toro, sino que implica entregarse al toro y a los públicos que van a ver actuar al torero. Por esa razón, entendería el joven diestro, el torero no puede ser monótono, debe ser variado, de manera tal que pueda ofrecer esa torería a la afición:

... he hecho estos quites: “El Ojalá”, “La Valentina”, “La Gaonera”, “La Saltillera”, “La Tafallera”. He toreado por “Tijerillas”, “A lo Chatre”, por “Fregolinas” y por “Vizcaínas”. De los quites de Pepe Ortiz he hecho “El Quite de Oro”, “El Quite por las Afueras”, “Tapatías”, “Orticinas” y “Guadalupanas”, también he quitado con “La Mariposa”, “La Crinolina”, “La Caleserina”, también con “Chicuelinas”, “Chicuelinas Antiguas”, “Chicuelinas Andantes” y todas las combinaciones que me han salido con ellas... (Valente Arellano Flores, op. cit. – Pág. 13)

Con ese bagaje y con alrededor de ciento y medio de novilladas toreadas, llegaría el chiquillo que había visto yo pegándole muletazos a las becerras en Chichimeco algo menos de una década antes, a recibir la alternativa de matador de toros.

La tarde de su alternativa

La corrida de su doctorado se anunció para el domingo 3 de junio de 1984 en la plaza de toros Monumental Monterrey. Se lidiarían seis toros de San Miguel de Mimiahuápam para Eloy Cavazos, Miguel Espinosa Armillita Chico y Valente Arellano.

Antonio Córdova, cronista del diario regiomontano El Porvenir, narró de esta manera la faena de la alternativa de Valente:

Brillantemente tomó ayer la alternativa en esta ciudad Valente Arellano, con el toro “Solitario” Nº 177 de 476 kilos que le cedió Eloy Cavazos, su padrino de alternativa. Con el coso monumental lleno en su totalidad, donde no cabía un alma, Valente recibe al toro de su doctorado con lances a la verónica cargando la suerte para después hacer una faena extraordinaria con la que ingresó al escalafón de matadores de toros con toda la grandeza y la expectación que ha rodeado su carrera... Una faena que brindó a sus padres Sonia y Valente, iniciada toreramente de rodillas para luego situar en el centro de la plaza, un pase de trinchera y una serie de derechazos extraordinarios que remató con el forzado de pecho. Vino luego una tanda de naturales llevando muy bien embebido al toro en los vuelos del engaño para volver luego al toreo derechista y rematar rodilla en tierra, en tanto la banda de música entonaba “De Torreón a Lerdo” ... Valente, entregado al público, toreó vertical a pies juntos poniéndose muy cerca de los pitones, jugándose la vida en verdad. Hizo un desplante ante el clamor del público, se llevó el toro a la zona de toriles, para pinchar en el primer intento con el alfanje y dejar luego media estocada que hizo doblar al toro, entregándosele una oreja que el torero de La Laguna lució en una vuelta al ruedo llorando de emoción...

Así iniciaba lo que sería una muy breve andadura por el escalafón mayor pues después de esta tarde actuó el 10 de junio en Texcoco; el 18, en San Juan del Río; el 24 en Celaya; el primero de julio en Ciudad Juárez; el 8, en Tijuana; el 15, en San Buenaventura; el 22 nuevamente en Tijuana y el 29 de julio se vestiría de luces por última vez en Matamoros, porque el 5 de agosto siguiente, su vida terminaría abruptamente.

Lo que pudo haber sido

El techo de Valente Arellano daba la impresión de ser altísimo. Su juventud y su voluntad de superar cualquier obstáculo que se le pusiera delante, daban la impresión de que el camino que pudo haber recorrido era muy extenso y la altura que podría haber alcanzado también era complicada de estimar. Esto reflexiona su padre:

Para andar por el mundo hay que caminar con los ojos puestos en algo, con un objetivo en la mira. Con el deseo de alcanzar algo. En ese permanente querer, en ese desear algo, en luchar por alcanzarlo está la clave de una vida con éxito. Cuando se descansa porque ya se alcanzó lo deseado, el hombre empieza a morir un poco... Torear en un festival... Matar un becerro... Ir a una tienta... Ser figura del toreo... Ser el mejor de aquí... Torear en Sudamérica, ser el mejor de allá... Debutar en Sevilla... Confirmar en Madrid... Ser el número uno allá también... En la vida de todo aquel que ha soñado con ser torero, en la vida de los que han sido toreros, en la vida de los que han sido figuras, en la vida de todos ellos, esta serie de metas, como finales de etapa en la azarosa carrera que es la vida del torero han sido siempre objetivos a alcanzar, sueños irrealizables para algunos, conquistas logradas para unos pocos, cumbres no escaladas, deseos irrefrenables... ¿Cuántas metas se quedaron esperándote Valente? ¿Hasta dónde hubieras llegado? (Valente Arellano Flores. Op. cit., Págs. 155 - 156)

El par de preguntas que deja al final son de esas que no tienen respuesta. El único que hubiera podido responderlas era el propio Valente, pero ya no está en posibilidad de hacerlo. Lo que nos deja, es la impronta de que con el deseo de hacer las cosas y con la voluntad de apartarse en buena medida de los convencionalismos y límites que a veces nos presenta el sistema que nos rodea, es posible destacar, salir adelante y poner las cosas en un nuevo ritmo de funcionamiento.

Lo importante es tener la voluntad de aceptar las incomodidades que representa al inicio, el enfrentar a lo establecido, la personalidad necesaria para atraer la atención de la afición y el valor y el oficio para imponerse a las condiciones de los toros. Esos activos se reúnen en una sola persona muy de cuando en cuando, y en esos casos hablamos de toreros de época.

Valente Arellano estaba llamado a ser uno de esos toreros de época. Por eso le recuerdo en este cuadragésimo aniversario de su alternativa.

domingo, 18 de diciembre de 2022

En la confirmación de Mondeño, Jesús Córdoba sale en hombros y Joselito Huerta corta las orejas

Después de que en noviembre de 1961 se arreglaran las cosas entre las torerías de España y México – una vez más – principalmente la empresa de la Plaza México, a cargo del doctor Alfonso Gaona, se encontraron en la posibilidad de traer toreros de aquellas tierras, muchos de ellos al menos visualmente conocidos para nuestra afición, porque los noticieros cinematográficos de la época, a instancias de José Alameda, en el caso del titulado Continental, contenían breves reportajes acerca de sus más destacadas actuaciones en los ruedos de allende el mar.

Ese arreglo permitió que un importante grupo de toreros hispanos confirmaran, al menos, sus alternativas en la capital mexicana. Así, la temporada se inauguró con la de Paco Camino (16 de diciembre), quien ya había incendiado el ambiente mexicano con sus triunfales actuaciones en El Toreo de Cuatro Caminos. Le seguirían las de Santiago Martín El Viti (30 de diciembre), Diego Puerta (1º de enero), Joaquín Bernadó (20 de enero) y Curro Romero (24 de febrero), casi todos ellos con una triunfal historia en su paso por nuestros ruedos.

La segunda corrida de la temporada 1962 – 63, el 23 de diciembre, también contenía una confirmación, la de un torero de Puerto Real que tenía por esencia de su hacer ante los toros la quietud. Me refiero a Juan García Mondeño, diestro que seguiría actuando nuestras tierras y que ve su nombre inscrito en alguna de las más importantes efemérides de la historia reciente de nuestra fiesta. El cartel de esa corrida de confirmación lo completarían Jesús Córdoba y Joselito Huerta, con un encierro de don Luis Barroso Barona, de Mimiahuápam.

La confirmación de Mondeño

Juan García Jiménez había recibido la alternativa en Sevilla, el Domingo de Resurrección de 1959, le apadrinó Antonio Ordóñez y atestiguó Manolo Vázquez. Ese día le cortó la oreja a Cañamazo, el primero de la tarde, de doña Raimunda Moreno de Guerra. En el San Isidro del siguiente año confirmaría su doctorado en Madrid y siguiendo la costumbre de su padrino de alternativa, el cartel de toreros de ese festejo confirmatorio se repitió, para enfrentar en esa ocasión toros de don Atanasio Fernández.

La tauromaquia de Mondeño tenía por divisa la quietud no desprovista de clase, que para aquellos que buscan antecedentes de las cosas que hoy ocurren, quizás represente una epifanía de lo que varias décadas después sería la tauromaquia, por ejemplo, de José Tomás. El portuense Juan García ya había dejado claro una vez más, que el aforismo de Espartero en el sentido de que, si uno no se quita, lo quita el toro, era cosa de tiempos idos, que, con una adecuada colocación y un buen juego de brazos y muñecas, era posible el evitar los encontronazos con los astados.

Jesús Córdoba le cedió esa tarde prenavideña de 1962 al toro Rociero con 468 kilos anunciados en el cartelito y ante él, don Alfonso de Icaza Ojo, en su semanario El Redondel de la misma fecha del festejo, le reseña lo siguiente:

Juan García brinda a la plaza entera, muy ceremoniosamente y comienza su faena con pases por alto a pie firme, seguidos de otros en que trata de despegarse al burel, sin conseguirlo. Intenta torear por derechazos y el bicho le tira un derrote y de ahí en adelante, aunque “Mondeño” trata de hacer su toreo, el astado, que es muy pegajoso, no se lo permite. Tres naturales que no pasarán a la historia; toreo derechista sin nada de particular; insistente cite con la zurda para nuevos pases rápidos, viéndose molestado el diestro por el aire… “Mondeño” sigue toreando y otra vez se ve en peligro, optando al fin por entrar a matar, lo que logra sin estrecharse ni tanto así y mediante notorio arqueo de brazo, logra hundir casi todo el estoque sin estrecharse. Como la espada ha quedado tendenciosa, vienen capotazos de la peonería y nuevo viaje del diestro hispano con muy parecidos resultados al anterior. Descabello al primer intento…

Es decir, únicamente pudo el torero portuense cumplir con el trámite, pues entre el viento y las condiciones del toro, poco pudo lograr de lucimiento. Ya tendría más ocasiones de mostrar aquí su valía.

El triunfo sin apéndices de Jesús Córdoba

Ante la posibilidad de hacer una nueva campaña en ruedos hispanos, el Joven Maestro sabía que un triunfo en la principal plaza mexicana le daría credenciales para colocarse en las más importantes ferias españolas. Así, enfrentó con decisión a los toros que le tocaron en el sorteo, destacando su toreo de capa ante el primero de su lote y la faena de muleta al cuarto, toro que decía Ojo, se dejó crudo para el tercio final. 

Pero el triunfo vendría ante un toro de regalo. No es desconocida la cercana e íntima amistad que tuvieron don Luis Barroso y Jesús Córdoba. Así, y aunque las crónicas no lo consignen, puedo afirmar con poco margen de error, que el ganadero le obsequió a su amigo a Cantarero, que hizo séptimo lugar y ante el que, dice don Alfonso de Icaza, el torero de León, Guanajuato, estuvo:

Tres varas, recargando en la segunda que resulta en tres tiempos, y ningún quite destacado, porque así el de Mimiahuápam le da por rascar la arena… Los peones cumplen y “Mondeño” tiene el rasgo de compañerismo de permanecer en la arena, sin obligación alguna a estas alturas… Jesús brinda e inicia su faena con la derecha, ante un toro que escarba la arena y dobla en una ocasión los remos. Le liga tres derechazos, uno de ellos de vuelta entera y se hace aplaudir estrepitosamente de cuantos aficionados permanecen en la plaza. Un buen pase de la firma y más derechazos un poco angustiados en el remate, por quedársele el burel. Los intermedios se suceden y Córdoba vuelve a derechear con primor, aunque se enmiende entre pase y pase. Torea Jesús por alto; sufre un desarme; vuelve a correr la diestra, quedándosele el toro al final y entrando a herir con fe, sepulta el estoque, que queda un poquitín desprendido, doblando “Cantarero” a los pocos instantes. Ovación, petición de oreja que no concede la autoridad y paseo en hombros por el ruedo entre aplausos generales.

Como se ve, Jesús Córdoba apuró hasta su última carta para tratar de salir triunfante ese domingo y lo consiguió. Eso le valió volver a la gran plaza algunos domingos después, para apadrinar la confirmación de alternativa de Diego Puerta.

Joselito Huerta cortó las orejas

El testigo de la confirmación de Mondeño fue quien se llevó a casa las orejas. Le cortó dos a Romancero, tercero de la tarde, entre el regocijo colectivo y del quinto, Poderoso, le fue concedida otra, protestada ésta por la concurrencia, razón por la cual dio la vuelta al ruedo sin ella en las manos.

Ante Romancero, dice Ojo que sucedió lo siguiente:

Joselito Huerta, tras el doble brindis que ya va siendo de rigor, muletea a su adversario con tranquilidad y mando. El astado dobla los remos en dos ocasiones, pero Joselito tira de él con el trapo rojo en dos derechazos superiores que remata, previo cambio de mano, con un superior pase de pecho. Ovación y música. Sigue toreando superiormente, dando pases largos y sentidos que entusiasman a la gente estallando ovación tras ovación, mientras el diestro de Tetela se recrea ante un bicho de admirable nobleza, pero al que había que torear tan bien como él lo ha toreado para sacarle partido… Joselito se crece; se adorna airosamente en carios momentos; iguala a la res y pincha en lo duro, llevándose el arma… Fue mejor que así sucediera, porque ahora vemos a José torear con la izquierda como nunca lo habíamos visto. Sus naturales son eternos y su pase de pecho, auténticamente magistral. Igualada la res, atiza Joselito un estoconazo que mata sin puntilla. Ovación clamorosa; miles de pañuelos agitándose en los tendidos, concesión presidencial de dos orejas y arrastre lento a un toro que fue un dechado de nobleza. Con la plaza entera en pie, Joselito Huerta recorre el anillo en son de triunfo una y otra vez…

Así pues, la tarde resultó ser redonda para los nuestros, que acreditaron de nueva cuenta su calidad de figuras del toreo y la necesidad de formar parte con carteles imaginativos que, por una parte, llevaran a la gente a los tendidos y por la otra, facilitaran la competencia entre ellos.

Temporada a plaza partida

La corrida de la confirmación de Curro Romero vino a ser el cierre de ese ciclo para la Plaza México, pero continuaría en el vecino Toreo de Cuatro Caminos. La razón básicamente era económica, porque en la Ciudad de México se arrastraba, desde los años 40, esa inconstitucional sobretasa del diez por ciento sobre la entrada bruta, en cualquier espectáculo taurino, para la asistencia pública. Escribe Daniel Medina de la Serna:

La entrada, con plaza llena, monta a medio millón de pesos, pero de ellos hay que cubrir impuestos del Departamento del Distrito Federal de 17.5%; el de Asistencia Pública de 10% y la renta de la plaza que importa el 10%; de modo que los pesos se convierten en setenta y cuatro y medio centavos; el medio millón se reduce a $322,500, de los que hay que pagar $60,000 de los toros, $50,000 de cuadrillas, $40,000 de publicidad, $10,000 de empleados; total $160,000 que rebajados de los $322,500 dejan un saldo de $162,500, de los que hay que cubrir, sueldos de los toreros, servicios de la plaza y otros muchos gastos más que determinan que, aun con llenos, se pierde dinero en la Plaza México… A continuación, señala dicho boletín que en El Toreo la cosa es diferente, desde luego sin el impuesto a Salubridad – que el “doctor” Gaona, cuando regresó para hacerse cargo nuevamente de la empresa, había asegurado que se condonaría –. Los impuestos en el Estado de México eran, así mismo, menores por lo que es lógico pensar que, con la gente metida en toros, mayores ganancias tendría la empresa si se trasladaba al coso de Cuatro Caminos. Y seguramente no se equivocaron...

Así pues, como el calendario anterior, la temporada tuvo dos partes bien definidas. Esta sería la última ocasión en la que el doctor Gaona tendría la oportunidad de operar en esa manera, pero dejó bien claro que la capital de México, en esos días, podía soportar dos plazas de toros en funcionamiento. 

Hoy, tristemente, no hay quien le pueda a la gran Plaza México

domingo, 30 de enero de 2022

30 de enero de 1966: Presentación y triunfo de Finito en su debut en Cuatro Caminos

El Toreo de Cuatro Caminos
Héctor García Cobo (1960)

Raúl Contreras, de Chihuahua, apodado Finito por don Enrique Bohórquez y Bohórquez había actuado ante el público de la Plaza México una sola vez como novillero, fue el 8 de septiembre de 1963, alternando con Juan de Dios Salazar y Paco Lara y las crónicas de la época no le fueron propicias. Se entendió en ese momento que la relación que su familia tenía con don Tomás Valles fue la única que le abrió las puertas de la gran plaza y quizás por eso ya no volvió por allí, aunque después, el doctor Gaona, con más astucia para ver toreros, lo llevaría a Cuatro Caminos a los seriales menores que dio en ese ruedo.

Pero siguió toreando por las afueras, en Guadalajara llegó a salir en hombros seis tardes consecutivas y así llegó a la alternativa un par de años después, en su tierra, donde Joselito Huerta, en presencia de Antonio del Olivar le cedió al toro Coloritos de La Laguna para convertirlo en matador de toros y ser el primero de una generación que, al paso de un par de calendarios, vendría a renovar el escalafón taurino de México.

Con ese currículo, es que se le anunció para presentarse ya como diestro de alternativa en la corrida del 30 de enero de 1966 en el Toreo de Cuatro Caminos, fecha en la que alternaría con Antonio Ordóñez y Fernando de la Peña en la lidia de toros de Mimiahuápam, ganadería entonces propiedad de don Luis Barroso Barona y que en esas fechas iba en pleno ascenso, siendo una de las exigidas por las figuras.

La temporada 1965 – 66 de Cuatro Caminos

En diversos espacios de esta imaginaria libreta, hemos anotado que el doctor Alfonso Gaona había tenido sus más y sus menos con la propiedad de la Plaza México y que para mantener su actividad empresarial tenía a su alcance el Toreo de Cuatro Caminos, plaza de toros en la que logró organizar importantes temporadas. En el presente caso, no sobra recordar que en los calendarios taurinos de 1961 – 62 y 1962 – 63, llevó simultáneamente las dos plazas, de manera exitosa ambas.

A partir del final de 1963, deja primero la administración de Cuatro Caminos y al concluir el ciclo de la Plaza México en 1964, los administradores de DEMSA anuncian que que el doctor Gaona deja los asuntos de la empresa, junto con los de las plazas de Puebla, Tijuana, Acapulco y Ciudad Juárez y que de los de la capital, se haría cargo el Maestro Fermín Espinosa Armillita. La presentación en sociedad del nuevo gerente fue el 7 de mayo de ese año en una cena de gran boato.

Sin embargo, terminada la temporada de novilladas, Armillita dejó las cosas de la empresa, su conocimiento de la fiesta era en el ruedo, no en los despachos y así, Luis Ojeda, hombre de las confianzas de Alejo Peralta tomó las riendas y al poco tiempo se anunció que del beisbol llegaba Ángel Vázquez – cubano de ancestros gallegos – a hacerse cargo de la empresa y de organizar la temporada 1964 – 65. 

El Toreo de Cuatro Caminos por su parte, seguía arrendado – desde finales de 1963 – por doña Dolores Olmedo, quien junto con Pablo B. Ochoa y su marido, el rejoneador Juan Cañedo, trajo allí a El Cordobés y dio después una exitosa Gran Feria de México con el concurso del propio Manuel Benítez y Paco Camino. Concluido ese ciclo, la señora Olmedo deja el negocio de los toros y El Toreo queda libre para que lo retome el doctor Gaona, ya por su cuenta.

El 9 de diciembre de 1965, Rafael Loret de Mola, firmando como Rafaelillo, publica lo siguiente en El Informador de Guadalajara:

Gaona está enemistado “de fondo” con la empresa de la Plaza México, y pueden ustedes estar ciertos de que la pelea será para que se hagan garras. Desde luego, si es cierto que El Toreo contará con los españoles “El Cordobés”, José Fuentes, Diego Puerta, Antonio Ordóñez y Paco Camino, y con los mexicanos Joselito Huerta, Raúl Contreras “Finito”, Manolo Martínez, Joel Téllez “El Silverio” y Jesús Delgadillo “El Estudiante”, las mayores atracciones estarán en Cuatro Caminos, y los aficionados capitalinos, tan afectos a la comodidad de su plaza grande, tendrán que ir a tragar polvo y a padecer humillaciones al barrio menos limpio de todo el Estado de México…

Por su parte, y en el mismo diario tapatío, tres días después, Ernesto Navarrete Don Neto, escribiendo para la Agencia France Presse (AFP), comentaba que Ángel Vázquez informaba que a esas fechas ya se habían recaudado dos millones de pesos por concepto de la venta del derecho de apartado y que esa suma representaba un incremento de un 40% con relación a las del ciclo anterior, anunciando que la corrida con la que abriría la temporada, acartelada con Santiago Martín El Viti, Alfredo Leal y Raúl García, y toros de Torrecilla ya tenía agotadas sus localidades. Cerraba su nota señalando que Vázquez con eso demostraba la real forma de organizar una temporada de toros.

La presentación de Finito

La segunda corrida de la temporada de El Toreo ya decíamos que se dio con la actuación de Antonio Ordóñez, Fernando de la PeñaRaúl Contreras Finito y los toros de Mimiahuápam. El encierro de don Luis Barroso rescató los laureles de su divisa después de que el domingo anterior, en la inauguración, resultaran complicados para Antonio Ordóñez, Joselito Huerta y Manolo Martínez. Esta tarde fue para Finito, que, hecho un león, salió a demostrar que en México había una generación nueva de toreros que pedía paso y sitio. Le cortó una oreja a Conquistador, el tercero, tras de una faena que Lanfranchi califica de dramática. Mario Erasmo Ortiz, en el número de la Revista Taurina del 6 de febrero de 1966, razona lo siguiente:

El primer enemigo de “Finito” era un toro peligroso que embestía calamocheando y se quedaba a medio viaje tratando de hacer daño. Raúl, sin embargo, a base de ponerse cerca y de tirar del toro, con toneladas de valor, lo hizo que tomara la muleta. Le cuajó derechazos largos y templados… A base de valor, Raúl acabó por hacerse de su enemigo. Le cuajó naturales con sabor y derechazos largos y templados que le valieron las palmas en los tendidos. Finito sacó un partido insospechado a su enemigo y como lo tumbó con una estocada hasta la empuñadura, demostrando con esto que es un auténtico matador de toros. El público pidió la oreja que el juez concedió. Raúl dio una vuelta triunfal al anillo… En su segundo “Finito” siguió dejando constancia de su torerismo. Ante un toro distraído que salía suelto de cada lance, Raúl logró dar muletazos de verdadero mérito y desarrolló una labor empeñosa siguiendo al toro por todos los tercios del ruedo. Aprovechó las embestidas lentas y sosas de su enemigo. Se deshizo del toro con otra estocada hasta la empuñadura y recibió la ovación del respetable que ve en él a una gran figura del toreo en embrión pues tiene decisión, arte y, sobre todo, hace el toreo con garra…

Es decir, el de Chihuahua puso el sello de la casa desde la primera actuación, lo que sería su signo durante su breve paso por los ruedos y dejaría dicho allí que estaba listo para lo que hiciera falta.

Por su parte, Antonio Ordóñez también se llevó la oreja de Campeador, el que abrió plaza. El corresponsal del semanario madrileño El Ruedo, en el número fechado el 1º de febrero de 1966, escribió:

Ordóñez tuvo una brillante reaparición ante la afición mejicana. Además, demostró que sigue tan artista, tan extraordinario torero como cuando vino a Méjico hace seis años. A su primero, un toro de Mimiahuápam, noble y muy bravo, lo toreó a la verónica con temple, calidad y arte de figura grande del toreo. Fueron lances despaciosos y torerísimos. Con la muleta aprovechó desde el principio la bondad en la embestida del toro y cuajó varias series de magníficos pases con la derecha. A la altura precisa, ya que el toro tenía tendencia a rodar por la arena. Así se le vio torear con temple y arte con la diestra y, después, con la zurda, para intercalar los adornos por la cara, los de trinchera, los de la firma y el abaniqueo y remates torerísimos. Tres cuartos de acero en todo lo alto. Oreja y vuelta al ruedo devolviendo prendas…

Fernando de la Peña, el segundo espada, de acuerdo con las relaciones que he podido consultar, se llevó el toro de la corrida, el segundo, Compadre. Las crónicas se pronuncian en sentidos opuestos, pues las hay que dicen que no estuvo a la altura de un toro extraordinario y hay otras que aseguran que casi le cortó la oreja. La realidad es que saldó la tarde sin corte de trofeos y al final del calendario esta resultó ser la única tarde en la que actuó en ruedos mexicanos ese año del 66. Dice la citada crónica de El Ruedo:

Fernando de la Peña reapareció después de su campaña del año pasado en España. Se le ha visto con buen sitio frente a los dos toros de gran peso que se llevó en su lote. A sus dos ejemplares los toreó muy brevemente con el capote y con la muleta. A su primero le hizo una magnífica faena, con sentido de la distancia, con un enorme valor y con magníficos pases por bajo, de derecha y de izquierda. Falló con el acero y perdió la oreja que casi había ganado. En su segundo fue menos aplaudido debido a que su toreo se vino un poquito a menos…

Los toros de Mimiahuápam

Ya decía que don Luis Barroso Barona obtuvo su revancha después de los sucesos del domingo anterior. Su corrida presentó los signos de lo que sería, en lo sucesivo, una interminable línea ascendente de su ganadería de Mimiahuápam. Esto escribió el ya citado Mario Erasmo Ortiz acerca de esos toros:

Don Luis Barroso Barona mandó un encierro muy bien presentado. Sobresalieron tres toros por su bravura y su nobleza en la embestida; pero el que fue realmente extraordinario fue “Compadre” que embistió con claridad y temple extraordinarios. Si este toro hubiera caído en otras manos se va sin orejas y sin rabo al destazadero. Desgraciadamente su matador no tiene la proyección de los grandes del toreo y se fue inédito…

Reflexión final

Hoy, después de releer las crónicas de estos hechos, me atrevo a pensar que quizás Finito hubiera sido el torero ideal para confrontarlo con Manolo Martínez, dado que, por su hacer en el ruedo, era su antípoda; así el contraste y la comparación serían más evidentes y más apasionantes, lo que con seguridad hubiera llevado a muchos a los tendidos a disfrutar de los enfrentamientos de estos dos toreros, dando curso quizás, a una época distinta a la que fue, pero el hubiera no existe.

domingo, 1 de agosto de 2021

1º de agosto de 1971: Antonio Lomelín y Querendón de Mimiahuápam

El sangriento verano de 1971

Antonio Lomelín
La llamada Sentencia de Frascuelo se hace presente en los ruedos de cuando en cuando. Pero hay épocas en la historia del toreo en las que los toros parecen empeñados en repartir cornadas graves una tarde y la siguiente también. Así, en el verano de hace medio siglo, el día de Santiago aquí en México, Manolo Martínez se llevó una grande en Ciudad Juárez de un toro de Valparaíso y del otro lado del mar, en el festejo inaugural de la plaza de Villanueva de los Infantes, el toro Cascabel de Luis Frías Piqueras infería otra, que a la postre resultó ser mortal, al torero canario José Mata, que había acudido a actuar esa tarde sustituyendo al originalmente anunciado Juan Calero, que se cayó del cartel.

Al siguiente domingo, en la plaza mallorquina de Inca, Adolfo Ávila El Paquiro, que alternaba con Gabriel de la Casa y Antonio José Galán fue lesionado por el toro de la ganadería de Pepe Luis Vázquez que abrió plaza, resultando con una una fractura y luxación de cuarta y quinta vértebras cervicales y aplastamiento de médula que lo dejó parado por el resto de la temporada y en nuestra frontera Norte, de este lado del mar, ocurrieron los hechos que trataré de contar enseguida.

Tijuana, México 1º de agosto de 1971

El festejo anunciado en la Plaza Monumental de Las Playas ese día se integraba con toros de San Miguel de Mimiahuápam para Jesús Solórzano, Antonio Lomelín y Arturo Ruiz Loredo. La corrida era una de las primeras que don Luis Barroso Barona lidiaba en México después de su gran triunfo en Madrid el 22 de mayo anterior. El encierro y la presencia del acapulqueño Lomelín, triunfador también de la Feria de San Isidro, redondeaban lo que podía ser una gran tarde de toros.

Se dice que las cornadas son consecuencia de errores de los toreros. El cuarto toro de ese festejo fronterizo, llamado Querendón por su criador, correspondía a Jesús Solórzano quien era un buen banderillero. Invitó a Antonio a compartir con él el segundo tercio y es allí donde se produjo el percance. José Alameda, en su Crónica de Sangre, lo describe de la siguiente manera:

Acaba Lomelín de regresar de España. Y el primero de agosto de ese año 71, reaparece en Tijuana. Chucho Solórzano le ofrece banderillas en el cuarto de la tarde, “Querendón” de Mimiahuápam. Lomelín rompe los palos sobre el testuz y cuadra con las cortas. Pero los palos se caen. Emberrinchado, los recoge y repite la suerte. Para no volver a fallar, se queda un instante en la cara, suficiente para que el toro, con sólo alargar el cuello, lo alcance en su derrote frontal y lo despide a la arena… Yo estoy transmitiendo por radio la corrida y cuando Lomelín pasa ante el burladero de trabajo, en brazos de los monosabios, lo veo enconchado, como sumido, y con una sombra que le cambia el color del rostro…

Ingresó en la enfermería para quedar en las manos del equipo que en esas fechas dirigía el doctor José Rodríguez Oliva, avezado cirujano que había enfrentado ya varios percances graves, como aquel de Antonio Ordóñez el 29 de abril de 1962, complicado por la alergia del rondeño a los antibióticos y a determinados analgésicos y que le hizo perder su paso por las ferias de Sevilla y Madrid, teniendo firmadas en esta última la friolera de ¡seis tardes!

Sigue contando Alameda:

El Dr. Rodríguez Oliva, clínico de experiencia, levanta la camisa del torero. Una incisión limpia aparece a nivel del hígado. El médico alza la cara y me ve de frente. Luego, sin mover la cabeza, dirige la mirada hacia la herida y vuelve a levantarla hacia mí. Es un diálogo sin palabras. Los dos pensamos en lo mismo: Alberto Balderas. La cornada, aparentemente, es la misma. Sólo una mínima diferencia, providencial. Rodríguez Oliva me lo explica después: el derrote frontal, que interesa el hígado, es tan rápido que rechaza y despide al torero limpiamente, sin tiempo para que el pitón desgarre la víscera. De haber sucedido esto último, el estrago sería irreparable…

La impresión que cuenta José Alameda, que narraba por radio el festejo mano a mano con Valeriano Salceda Giraldés, se corrobora con el parte que el médico rindió después de la intervención al diestro:

Herida por asta de toro, penetrante de vientre, que se localiza en el hipocondrio derecho, exactamente en el reborde costal derecho y a nivel de la línea media clavicular con un solo orificio de entrada, como de 8 centímetros de diámetro aproximadamente, que interesó músculo recto anterior, peritoneo y porción de epiplón. Se amplió la región lesionada en una extensión de 25 centímetros y, al examinarla, se apreció que el asta del toro interesó el lóbulo hepático derecho, desgarrándolo en una superficie de 8 centímetros y con una profundidad de 10 centímetros en el parénquima hepático. Su pronóstico es grave y esa lesión es de las que ponen en peligro la vida del torero. Dr. José Rodríguez Oliva.

El torero fue intervenido e internado en la Clínica Primavera de Tijuana y posteriormente trasladado a la capital de la República donde se le ingresó en el Sanatorio Español donde en principio, terminaría su recuperación.

Años después, en 1987, el doctor Rodríguez Oliva contó a Jeannette DeWyze, del semanario norteamericano San Diego Reader lo siguiente acerca de su actuación para atender este percance:

Rodríguez afirma que quizás algunas de las cornadas más graves se han producido en las plazas de Tijuana. Una de ellas fue la de agosto de 1971 sufrida por Antonio Lomelín.

El famoso torero acababa de colocar un par de banderillas y giró buscando salir de la suerte, cuando el toro tiró la cornada y prendió a Lomelín en el abdomen, bajo la última costilla. En la enfermería, el doctor Rodríguez se preparó a ritmo frenético y estando listo realizó la incisión en el sitio dañado, mostrando el hígado “estallado en la forma que quedan los cristales de los automóviles cuando se les arroja una piedra”, recuerda.

Hoy el doctor Rodríguez simula la manera en la que de manera rápida suturó el órgano lesionado, haciéndolo de dentro hacia afuera. Cuenta que después aplicó compresas calientes al hígado y dijo a sus asistentes: “Relájense, ya podemos contar chistes”. Cuando después de diez o quince minutos removió las compresas, el sangrado se había detenido y el doctor Rodríguez concluyó la cirugía. 

Lomelín, una vez recuperado de esa cornada, le obsequió al médico un bisturí de oro en muestra de agradecimiento y de reconocimiento a su habilidad quirúrgica…

Contado así, el procedimiento parece sencillo, pero se requiere un gran conocimiento de la anatomía y fisiología humanas y también una extensa experiencia quirúrgica para tener la frialdad suficiente para enfrentar un evento traumático de esa naturaleza.

Las complicaciones de la rebeldía

Antonio Lomelín no tenía el ánimo como para permanecer quieto en la situación en la que se encontraba. Sus triunfos en Madrid le abrieron las puertas de muchas plazas y de muchas ferias importantes en ruedos europeos. Así, en cuanto las peores molestias de la cornada de Querendón cedieron, aún en la cama del hospital, comenzó a urdir la manera de retomar su andar por los ruedos y quiero pensar que se fijó como meta reaparecer en un cartel de tronío. Esto le contó a Jaime Rojas Palacios e Ignacio Solares para su libro Las Cornadas a este propósito:

Yo creo que es la cornada más grave que he tenido – nos dice Antonio –. También ha sido la más dolorosa y la que dejó penosas consecuencias. Después de ocho días, de Tijuana me trajeron al Sanatorio Español de esta capital para que me atendiera el Dr. Hernán Cristerna, especialista en gastroenterología. Ahí estuve dos semanas y media. Sin que los médicos se enteraran, ordené a mi mozo de estoques que comprara boletos de avión y que dispusiera todo para un viaje. Yo tenía una corrida importantísima para mí en Almería, España, pues alternaría con “El Cordobés” y Diego Puerta, y de ningún modo quería perdérmela. Del hospital salí a escondidas y directo me fui al aeropuerto. Llegué a Madrid y al otro día estaba en Almería para torear, sólo 28 días después de mi percance en Tijuana. Corté oreja…

Sin embargo, Antonio Lomelín no estaba plenamente recuperado de sus heridas y pronto las secuelas de la interrupción del tratamiento que se le debió dar empezaron a pasarle factura, cada vez le costaba más recuperarse de los esfuerzos que le representaba el lidiar toros, según contó a Rojas Palacios y Solares:

Me sentía muy desganado. Solo toree en España siete corridas. Cada vez tardaba más tiempo en recuperarme. Primero eran dos o tres horas; luego, un día, y después, dos o tres días en los que no podía levantarme. Regresé a México y otra vez al Sanatorio Español, donde me encontraron un gran hematoma en el hígado. Duró mucho tiempo mi restablecimiento. Estuve más de un mes hospitalizado. Afortunadamente, no hubo necesidad de intervenirme otra vez. El Dr. Cristerna prefiere evitar la cirugía mientras sea posible...

La juventud permite a los seres humanos retar a la naturaleza en muchos aspectos, pero esta acabará imponiéndose en algún determinado momento. Creo que eso le sucedió en este caso a Antonio Lomelín.

La temporada 71 de Antonio Lomelín

El año de 1971 lo inició toreando en Irapuato el 1º de enero y lo terminó en Acapulco el 26 de diciembre. En México actuó en 17 festejos, cortando 24 orejas, 2 rabos y una pata. En ruedos de Europa toreó igualmente 17 tardes, 14 en España y 3 en Francia. También actuó 2 tardes en Lima, sumando consecuentemente 36 corridas toreadas ese año.

Afirmó a Ignacio Solares y Jaime Rojas Palacios que tras de su reaparición el 26 de agosto en Almería, solamente pudo torear 7 corridas más en España. La realidad es que solamente fueron tres más, Peñaranda de Bracamonte, Mérida y Barcarrota, esta última el 9 de septiembre con la que cerró su campaña allende el mar y las fechas perdidas en esas tierras que pude encontrar fueron únicamente las de Vitoria, Bayona y Frejus.

Aquí en México reapareció hasta el domingo 10 de octubre, alternando con Luis Miguel Dominguín y Adrián Romero en la lidia de toros de José Julián Llaguno y al día siguiente volvería a actuar al lado de El Número Uno, junto con Joselito Huerta en Guadalajara, pero ante toros de Torrecilla.

Antonio Lomelín fue el ganador del trofeo Mayte por el año 1971 al mejor quite de la Feria de San Isidro (en la que cortó 3 orejas). En 1970, había ganado el de la mejor estocada. El jurado lo integraron en ese año el Conde de Colombí, Antonio Bellón, Manuel Lozano Sevilla, Domingo Ortega, Luis Gómez Estudiante, Ricardo García K – Hito, José María del Rey Caballero Selipe, César Jalón Clarito y Rafael Campos de España

El Mayte al triunfador de la feria se lo otorgaron a Antonio Bienvenida, que cortó cuatro orejas en la corrida concurso del 30 de mayo, en festejo en el que su alternante, Andrés Vázquez, fue herido por el primero de su lote y el hijo del Papa Negro se quedó con casi toda la corrida.

Concluyendo

Así pues, estos son los hechos y algunas de sus consecuencias ocurridos hoy hace medio siglo. El personaje de estas líneas, Antonio Lomelín, nos debe dejar bien claro que, así como en los tendidos hay sol y hay sombra, para quienes se juegan la vida en el ruedo hay triunfo y hay también tragedia y éstas, a veces, se encuentran en un muy breve espacio de tiempo.

Aviso Parroquial: Quiero agradecer a mi amigo Doblón (@toritosyburros) por haberme acercado a la ubicación exacta de la plaza en la que ocurrieron los hechos aquí narrados y por haberme proporcionado la ubicación del artículo del San Diego Reader citado arriba.

domingo, 23 de mayo de 2021

22 de mayo de 1971. Los toros de Mimiahuápam en la Feria de San Isidro (II/II)

La vuelta al ruedo de Amistoso, cuarto de la tarde
Plaza de Las Ventas, Madrid, 22/05/1971
El San Isidro de 1971 se anunció con 16 corridas de toros y una de rejones. Traía como novedades las presentaciones de Eloy Cavazos y Curro Rivera que acudían a confirmar su alternativa, la reaparición de Antonio Lomelín después de su gran tarde con los toros de Alonso Moreno el año anterior y por supuesto, el anuncio de nueva cuenta, del encierro de Mimiahuápam para el sábado 22 de mayo, noveno festejo del serial, en un cartel que encabezó Victoriano Valencia quien alternaría con Antonio Lomelín y José Luis Parada, actuando al mediar el espectáculo el rejoneador Fermín Bohórquez.

La corrida se exhibió en La Venta del Batán y de ello dio cuenta el semanario El Ruedo en su número del 13 de mayo de la siguiente manera:

Como es lógico, ya están preparados en la Venta de “El Batán” los primeros toros que se correrán en las próximas fiestas madrileñas de San Isidro. Son ocho corridas de toros, que por orden de cartel son las siguientes: Atanasio Fernández, Alonso Moreno, Fermín Bohórquez. Samuel Flores, Baltasar Ibán, José Luis Osborne, Juan Mari Pérez Tabernero y los toros mejicanos de Mimiahuápam… Los distintos encierros están siendo muy visitados por los aficionados madrileños, dando al ambiente general de los corrales un colorido hartamente taurino… De estampa parece que no están mal, aunque unos poseen mejor presentación que otros. En cuanto a bravura se refiere..., eso, amigos, habrá que esperar a que suenen los clarines para emitir veredicto, que deseamos sea bueno, en favor de los propios espadas…

La tarde del 22 de mayo de 1971

Fue un sábado lluvioso y conforme a las crónicas eso desalentó a los aficionados para asistir a la plaza. Además, en un alarde que a la vuelta de los años me parece comercialmente desleal, en Carabanchel se anunció una doble encerrona de Palomo Linares con toros de distintas ganaderías, lo que también, seguramente, incidió en la baja ocupación de localidades en Las Ventas.

Los tres toreros, según Julio de Urrutia, cronista del diario Madrid, vistieron de granate y oro y los toros de don Luis Barroso Barona salieron al ruedo en el siguiente orden: el número 21, Hermano, con 522 kilos de peso; el 22, Cariñoso, pesando 520 kilos; el 14, Manito con 509 kilos; el 33, Amistoso que dio en la báscula 536 kilos; el 58, Cuate de 561 kilos y el 39, Amigo pesando 524 kilos, promediando el encierro 533 kilos. Es importante señalar que, con el diferimiento de su lidia, la corrida era cinqueña.

Acerca del juego de los toros, el propio Urrutia, en su crónica aparecida en Madrid el 24 de mayo siguiente, refiere:

La segunda nota de la corrida radicó en la buena impresión que causó a los aficionados toristas el encierro de Mimiahuápam, compuesto por seis toros recriados el último año como se sabe en la finca “Los Alburejos”, de don Álvaro Domecq. Dentro del peculiar tipo zootécnico mexicano, recogido y breve de cabeza, los toros de don Luis Barroso, sobre todo los corridos en los primeros lugares, hicieron buena pelea con los caballos, saliendo a dos varas por cabeza, y el cuarto concretamente, qué derribó al varilarguero, encajó nada menos que cuatro. Ya sabemos que la vuelta al ruedo que se dio a “Amistoso” resultó excesiva a todas luces. Pero como, en suma, se trataba de una corrida mexicana y como, a excepción también de otra de Piedras Negras, que se lidió aquí hace muchos años, jamás en España se hablan corrido toros de las tierras dé Gaona, puede admitirse el galardón sin censuras mayores y como premio al comportamiento general de los toros de don Luis…

Al segundo, el número 22, Cariñoso, Antonio Lomelín le cortó la única oreja de la tarde. Siguiendo la narración de Julio de Urrutia, podemos advertir entre otras cosas, lo que sigue:

Antonio Lomelín mostró desde un principio la perfecta compenetración que le unía al de Mimiahuápam. Como si fueran viejos conocidos, toro y torero se complementaron en la lidia, cumpliendo aquél como bueno en la embestida y replicando éste al desafío con una faena sobria, tranquila, muy torera… Lo mejor de su oficio está, no obstante, en el volapié. En este segundo de Mimiahuápam cobró en los medios una estocada hasta la bola que le valió la petición de dos orejas. Hizo muy bien el presidente en no conceder más que la primera, reservando la otra para las grandes solemnidades…

Refiere el mismo Urrutia que Victoriano Valencia realizó a Amistoso, el cuarto de la corrida, una faena de gran calado, misma que comparó con aquella de Carpeto de Palha, la de un toro Talaverano o la de otro del Conde de la Corte en el ruedo madrileño, pues tuvo que lidiar y poderle al toro, para enredárselo después. Los fallos con la espada le hicieron perder trofeos, pero allí quedó su impronta:

“Amistoso” llegó a la muleta de Victoriano tras de pasar de forma descompuesta en cuatro ocasiones distintas por el trapo rojo de un espontáneo, que es el primero por ventura que hemos visto lanzarse al ruedo con corbata. Valencia no se arredró por tan desalentadores comienzos, antes bien, y dándose se perfecta cuenta de que se hallaba ante un toro bravo y cinqueño, y, por tanto, de mucho sentido, lo trasteó por bajo con unos doblones extraordinarios, para exhibir después toda la gama del toreo en redondo que fue lo mejor de la tarde. “Amistoso” remitió poco a poco en sus acometidas ante la muleta dominadora de Victoriano y éste terminó en lidiador, dueño absoluto de la pelea. Las dos orejas estaban teóricamente en sus manos… Para mí ésta es la cuarta faena en calidad de las muchas que he visto a este torero, con más cicatrices hoy que laureles en su carrera…

Por su parte, el sanluqueño José Luis Parada no pasó de estar discreto. 

Lo que después siguió

Juby Bustamante, en la misma edición del diario Madrid, da cuenta de una entrevista al ganadero mexicano. Entre otras cosas, don Luis comentó:

...en el local del regocijo, estaba todo el Madrid taurino. Que es otro del “todo Madrid” que estamos acostumbrados a ver, pero que son también muchísimos y muy vistosos. Toreros, que una recuerde por la cara inconfundible, estaban Dominguín y Valencia, y Girón, y los mexicanos de este año, y cantidad de ganaderos y empresarios, críticos y amigos, aficionados de una y otra tierra…

- ¿Contento? No; estoy feliz…

- Objetivamente, ¿cómo encontró los toros de esta tarde?

- Yo estoy muy satisfecho. Creo que todos han sido bravos, con trapío y nobleza, con clase. Y que se han prestado al lucimiento de los toreros…

- Se discute sobre el cuarto y el segundo, ¿por cuál vota usted?

- Para el torero, mejor el segundo. Para el ganadero, el cuarto.

- En total, que esta ha sido una noche grande:

- Primero, como mexicano, y después, como ganadero…

De pleno derecho don Luis Barroso Barona estaba exultante, la presencia de sus toros y el juego de ellos, en especial el cuarto Amistoso, que fue premiado con la vuelta al ruedo, le daba ese derecho. Casi un año después en el número de El Ruedo aparecido el 7 de marzo de 1972, se leía esta información:

El 22 de mayo de 1971 se presentó en Madrid la corrida mejicana de Mimiahuápam en la novena corrida de la Feria de San Isidro… Para el ganadero fue un afortunado debut, a pesar de no haberse «dejado», cortar las orejas, a excepción del quinto, que cedió una al diestro mejicano Antonio Lomelín. Pero la calificación, en general, fue buena. Por ello, quizá, durante la lidia, el representante del ganadero decidió que las cabezas de las seis reses fueran reservadas para su disecación, operación que llevaría a cabo el conocido taxidermista don Justo Martín Ayuso. Pero la decisión, desde que se tomó hasta que llegó la orden al desolladero, se debió tergiversar y solo cuatro de las seis cabezas fueron diseccionadas debidamente para el fin perseguido… Hoy, las cabezas de los cuatro toros, debidamente elaboradas, están dispuestas para su embarque a Méjico. Son las de los toros lidiados en primero, segundo, cuarto y quinto lugares, cuyos nombres eran: «Hermano», «Cariñoso», «Amistoso», y «Cuate». Los toros lidiados en tercero y sexto lugares: «Manito» y «Amigo» son los que quedaron sin perpetuación…

La leyenda relata que un séptimo toro, el número 45, se quedó en Los Alburejos y que don Álvaro Domecq lo usó como reproductor. No encontré registro o declaración pública de ese hecho, pero de ser así, se trataría de un caso único en la historia del toro de lidia en el mundo, pues la práctica usual es que la simiente venga de España a América y no a la inversa, pero esa es una historia que solo los involucrados nos podrían contar.

Aquí concluyo esta relación, que pese a su extensión resulta ser breve, de unos hechos ocurridos hace medio siglo y que confirmaron a don Luis Barroso Barona como el ganadero mexicano más importante de la segunda mitad del siglo XX.

Aviso Parroquial: Los resaltados en los textos de Julio de Urrutia que se transcriben, son obra exclusiva de este amanuense, pues no obran así en sus respectivos originales.

sábado, 22 de mayo de 2021

22 de mayo de 1971. Los toros de Mimiahuápam en la Feria de San Isidro (I/II)

Álvaro Domecq, Luis Barroso Barona y Calesero
Madrid, mayo de 1971
La primera vez que se lidió un toro nacido en México en ruedos de España fue el 21 de julio de 1929, en el viejo Chofre de San Sebastián. Los espadas fueron Marcial Lalanda, Cagancho, Manolo Bienvenida y Heriberto García. Se lidiaron cuatro toros tlaxcaltecas de Piedras Negras y otros tantos salmantinos, de Clairac. No fue una tarde exitosa para don Wiliulfo González al decir de la prensa de la época, pero pudo demostrar el señor de Piedras que en México también se criaba buen ganado de lidia.

No se lidió un encierro completo, lo que me sugiere – a falta de referencias directas sobre el tema – que los toros enviados por don Wiliulfo probablemente no soportaron el viaje por barco y los que salieron a la plaza, no tuvieron tampoco el tiempo necesario para reponerse de éste, dadas las crónicas que relatan el juego que dieron, pero de lo que no me cabe duda, es que el ganadero envió a España lo mejor de sus dehesas.

Algo más de quince años después de la efeméride que hoy me ocupa, la otra ganadería prócer, San Mateo, se presentaba en la plaza de Huelva, en la Corrida de la Hispanidad. José Ortega Cano, Tomás Campuzano y David Silveti enfrentaron a 5 toros del hierro de la S y la E entrelazadas y otro, el quinto, que llevaba el hierro de San Marcos. Campuzano les cortó tres orejas a los toros de su lote y El Rey David una al que cerró la tarde. De estos toros, Rafael Moreno, cronista del ABC de Sevilla, escribió lo siguiente:

Cuando el último toro mexicano lidiado ayer en la plaza de Huelva cayó a los pies de su matador Tomás Campuzano todos respiramos tranquilos. De pronto se había acabado la corrida. No nos habíamos dado cuenta. Nadie, absolutamente nadie, se había aburrido en la plaza. No había sido posible: los toros mexicanos nos mantuvieron a todos la tensión constantemente a flor de piel. Ni siquiera era posible hablar con el vecino. Lo que ocurría en el ruedo exigía toda nuestra atención. Aquellos toros, mejor, toritos, si los juzgamos por su volumen, habían obrado el milagro de mantenernos con el alma en un vilo durante todo el festejo. La fiesta recuperó de pronto todo su sentido emotivo. El miedo llegaba a los tendidos. El peligro se veía desde lejos y también el mérito de los toreros que fueron capaces de hacerle frente… Con esta clase de toros no hace falta más...

El 24 de mayo de 1987, San Mateo y San Marcos llegarían a Madrid y se lidiarían dos toros de cada uno de esos hierros. Tomás Campuzano, David Silveti que confirmaba su alternativa y Nimeño II dieron cuenta de ellos. Joaquín Vidal, en su tribuna de El País, contaba lo siguiente acerca de la lidia de Huidizo, el toro que abrió plaza:

Silveti le bajó la mano, toreó cadencioso, con gusto, en dos series impecables de redondos. Quizá le faltara dejar la muleta en la cara del animal al rematar los pases. Por eso se enfriaba en público entre muletazo y muletazo. Una verdadera pena, porque tiene buen corte de torero... Debió cortarle la oreja, porque el cornúpeta tenía clase y bondad... escuchó muchas palmas desde el tercio...

Esa es una breve relación del antes y el después de la presentación de los toros de Mimiahuápam en la feria y plaza más importantes del mundo.

El año de 1970

La prensa española relataba, al inicio de 1970, la intención de don Luis Barroso Barona, de presentar un encierro de sus toros en plazas españolas, animado por su amigo, don Álvaro Domecq y Díez. Jesús Sotos, en su columna Palique Taurino, aparecido en el ejemplar de El Ruedo fechado el 6 de enero de ese año, cuenta:

Novedad en este sentido va a ser la presencia en San Isidro de una corrida mejicana, de don Luis Barroso Barona, propietario de la ganadería de Mimiahuápam. Ocho toros serán embarcados los primeros días de febrero con destino a España, concretamente a la finca de don Álvaro Domecq, «Los Alburejos», donde pastarán hasta las vísperas de las corridas del patrón madrileño.

El viaje de los toros fue caótico. Diego O’Bolger, el torero norteamericano encargado de acompañar a los toros en el viaje por barco hacia España, alguna vez contó que en el trayecto se produjeron desviaciones y dilaciones que afectaron grandemente a los toros y que eso prolongó su resarcimiento en la finca andaluza de don Álvaro. No obstante, el encierro fue anunciado para el viernes 29 de mayo de ese 1970, en un cartel originalmente formado por Manolo Martínez, Ángel Teruel y Curro Vázquez. Este último no llegó a un entendimiento con la empresa y se le sustituyó con José Luis Parada, pero ese festejo estaba destinado a no celebrarse.

En el número que salió a los puestos el 28 de abril de 1970, el semanario El Ruedo reflejaba la siguiente información, según la nota, generada en la Ciudad de México:

El encierro de la ganadería de Mimiahuápam, que recientemente viajó a España, no será lidiado en le Feria de San Isidro, según estaba previsto, sino más adelante, en una corrida extraordinaria de la Monumental madrileña… El cambio de fechas fue acordado entre el ganadero Luis Barroso Barona y Álvaro Domecq, telefónicamente, entre Jerez de la Frontera y Méjico… El motivo de este aplazamiento es que los toros no han terminado de reponerse del viaje por mar, y a la vista de la trascendencia que tiene el hecho de lidiarse por vez primera en la plaza Monumental madrileña un encierro completo mejicano, por consejo de Álvaro Domecq, Barroso aceptó con gusto que se aplazara la fecha.

Es decir, un mes antes de la fecha en la que debería ser lidiada, la corrida de Mimiahuápam ya había sido retirada de esa posibilidad, pese a ser anunciada para el ciclo isidril. Al final de cuentas se propuso un encierro de Pío Tabernero de Vilvis, que no resistió el reconocimiento de los veterinarios y en esa tesitura, la corrida se suspendió con toda la molestia de la afición. Carlos Montes, en el número de El Ruedo aparecido el 2 de junio de 1970, escribe entre otras cosas, lo siguiente:

Contra toda inteligente solución se presentó a reconocimiento una corrida de toros – vamos a llamarlos así – que fue rechazada plenamente por los veterinarios. El aviso de la Empresa decía: «La corrida anunciada para mañana, día 29 de mayo, ha sido SUSPENDIDA, previo permiso de la autoridad, por haber sido desechados tres toros por falta de peso y otros dos por falta de presentación. De la ganadería de don Pío Tabernero. Y uno del Conde de la Maza, por la misma causa. Los poseedores de localidades... etcétera.» …

Esta suspensión por la falta del encierro titular y por el rechazo del presentado para sustituirlo, fue la punta de lanza para iniciar una serie de ataques en contra de Manolo Martínez, mismos que fueron eficazmente difundidos y que hoy, son, sin conocer su fuente, tomados como verdades absolutas.

El encierro de don Luis Barroso Barona permaneció en Los Alburejos terminando de reponerse y se le comenzó a buscar destino, como se puede ver en esta nota de El Ruedo publicada el 6 de octubre de 1970:

EL 12 DE OCTUBRE EN SEVILLA. – Luis Barroso Barona, ganadero de Mimiahuápam, ha manifestado que, definitivamente, los toros de su ganadería, que llevan varios meses pastando en la finca «Los Alburejos», de don Álvaro Domecq, serán lidiados el 12 de octubre próximo en la plaza de Sevilla, con ocasión de cumplirse el tricentenario de la fundación de la Real Maestranza de Caballería. Barroso Barona agregó que está profundamente agradecido al ministro español de Asuntos Exteriores, señor López Bravo, a cuya gestión se debe en gran parte que los toros mejicanos vayan a lidiarse en el dorado albero sevillano el día en que se celebra la fiesta de la Hispanidad. Matarán los toros aztecas dos toreros españoles y uno mejicano. Este será Jorge Blando, quien recientemente tomó la alternativa…

La realidad es que los toros estaban destinados para Madrid y allí se jugarían y de manera triunfal, pero en el siguiente San Isidro.

Aviso Parroquial: Dada la extensión que van tomando, el día de mañana continuaré para concluir con estos apuntes.

domingo, 27 de diciembre de 2020

25 de diciembre de 1950: Calesero y Trianero de Mimiahuápam

Calesero según Pancho Flores
La tradición verbal del toreo nos hace llegar la versión de que Alfonso Ramírez Calesero fue un torero de un arte quintaesenciado y de valor medido, sambenito colgado a todos los diestros de su cuerda. Esas dos cuestiones nadie se atreve a ponerlas en duda, simplemente se toman como artículos de fe respecto de la vida torera del diestro de la Triana de Aguascalientes y a partir de allí se generan los análisis de su historia y se hace el recuento de su memoria.

Sin embargo, a veces en ese examen que se hace del paso de un diestro por los redondeles, sin malicia, se pasan por alto hechos o sucesos que tienen que ver con la definición del carácter y de la verdadera naturaleza de la esencia del torero de que se trate. En el caso de Calesero o se omite o se deja como algo meramente anecdótico lo que me ocupa este día.

Los días de Navidad y Año Nuevo fueron durante muchas décadas fechas muy señaladas para dar festejos postineros en las principales plazas del país. El caso de Guadalajara no era la excepción y para el 25 de diciembre de 1950, don Ignacio García Aceves anunció un cartel encabezado por Calesero, quien alternaría con Luis Briones y Gregorio García en la lidia de un encierro de la debutante ganadería de Mimiahuápam, propiedad de don Luis Barroso Barona en aquellas calendas.

Por confesión propia, la plaza de El Progreso era una en las que Calesero se sentía más cómodo y en la que, a la vuelta de los años, confesaría a Paco Coello, realizó la mejor faena de su vida a un toro de Tequisquiapan, llamado Hortelano. En esas condiciones y vista la inteligencia con la que don Nacho armó el cartel, pues Alfonso el Trianero podría alternar en quites con otro artista del percal como lo era Luis Briones y en el segundo tercio con un gran banderillero como en su día lo era el potosino Gregorio García.

La corrida de don Luis Barroso, bien presentada, salió con complicaciones. Ante los tres primeros de la tarde, los diestros solamente pudieron limitarse a cumplir, con el consiguiente desencanto de la concurrencia que llenaba el coso de la calle del Hospicio. En esas condiciones es a los toreros a quienes queda el tratar de componer el rumbo de la tarde. 

El cuarto toro se llamó, según la fuente que se consulte, Platanero o Trianero, era negro y estaba marcado con el número 34. Tras de los primeros compases de la lidia, Calesero entendió que no tenía otra opción que pegarse el arrimón, que su tauromaquia de arte quedaría para una mejor ocasión porque el adversario no estaba para florituras. La crónica sin firma aparecida en el diario El Informador de Guadalajara al día siguiente del festejo, entre otras cuestiones dice:

…en su primer toro “Calesero” había estado desconfiado con el capote y con la muleta, Ramírez se concretó a torear de lejos, con la punta de la muleta y cobrarle asco a un toro que merecía algo más.

Tal vez esto en mucho contribuyó a la entrega de “Calesero” en su segundo, un toro rápido, que huía de los capotes y que se defendía y que fue mal castigado. Sin embargo, Alfonso quiso triunfar, quizá arrepentido de lo hecho en el primero. Inició la faena hincado y hasta en seis ocasiones se pasó al toro en esa forma y buscándolo en todos los terrenos.

De pie siguió adornándose con un vasto repertorio de suertes, aguantando porque el toro empujaba más de la cuenta. Y cuando sacó a relucir ese pase cambiado, que es de lo mejor que puede hacer con la muleta, que no es el exactamente llamado de la “vitamina”, sino algo muy personal de “Calesero”, las dos veces que lo ejecutó le salió perfecto, solo que en el segundo quedó entablerado para sufrir el grave percance que hemos relatado.

La conmoción entre el público y los alternantes fue de esas que echan abajo una corrida. Y “Calesero” en lugar del triunfo por su emotiva y adornada faena que venía haciendo, aunque un tanto atropellada, se llevó seis cornadas en vez de las orejas y el rabo de su enemigo, que hubiera merecido de haber seguido en ese plan…

El percance fue de esos que capturan la atención de los tendidos desde que ocurre y no sale de ella en el resto de la tarde, sigue narrando el ignoto cronista del El Informador:

…La cogida fue tan fuerte como aparatosa. en una faena en la que Alfonso Ramírez estaba poniendo de su parte todo entusiasmo por triunfar y lo iba consiguiendo hasta poner de pie a los espectadores, después de prodigar un segundo pase cambiado muy personal de él, con que había obtenido estruendosas ovaciones, se echó el toro encima y estando entablerado, fue trompicado y enseguida levantado en vilo, arrojado contra las tablas y vuelto a recibir por los pitones hasta que el toro se le vino en gana…

… El diestro fue conducido al producirse la cogida al sanatorio de la calle Garibaldi donde estuvo en manos de los doctores Mota Velasco y Pérez Lete hasta después de las nueve de la noche en que terminaron de operarle. La cogida es muy seria por el número de heridas, la natural extenuación del herido, el choque traumático y lo intenso de la intervención quirúrgica. Pero también se dijo anoche que afortunadamente los cuernos del toro, que ambos había empleado para herir a “Calesero”, no habían interesado vasos importantes en las piernas, que fueran un peligro inminente para su vida…

Dentro de los límites de la desgracia, se adelantaba que las cornadas eran extensas, pero de las que la jerigonza médica de estos tiempos llama limpias, es decir, que no afectaron estructuras vasculares de importancia y por ende, salvo la naturaleza misma de las heridas, no comprometieron la vida del torero.

En el número de La Lidia de México aparecido el 5 de enero siguiente, quien firma como Antoñico A.D., hace también una serie de reflexiones acerca de este percance, señala como nombre del toro heridor el de Trianero – el de Platanero aparece en la crónica de El Informador – y lo más relevante, transcribe el parte médico completo que rindieron los doctores Ramírez Mota Velasco y González Pérez Lete y que es de la siguiente guisa:

Durante el último tercio de la lidia del cuarto toro de la tarde ingresó a esta enfermería el diestro Alfonso Ramírez, quien presenta las siguientes heridas por cuerno de toro: la primera cornada está situada en la cara interna del muslo derecho, al nivel del tercio inferior y con una extensión de catorce centímetros. Interesó piel, tejido celular, aponeurosis y músculos de la región. Las otras dos cornadas que tiene en el muslo derecho están situadas entre sí a una distancia de seis centímetros. Las dos comunican en la misma trayectoria y se dirigen hacia arriba y hacia adentro, interesando piel, tejido celular, aponeurosis y músculos de la región, que es el tercio medio, caras anterior e interna del citado muslo. con una extensión de quince centímetros, de abajo hacia arriba, siguiendo todo el pliegue inguinal. Las cornadas quinta y sexta se encuentran también en el muslo izquierdo y también en el tercio inferior. Ambas tienen un trayecto común hacia arriba y hacia adentro, en una extensión de treinta y cinco centímetros, desgarrando piel, tejido celular, aponeurosis y músculos de la región, teniendo ocho centímetros de profundidad, dejando al descubierto muchos vasos que sangraron en intensidad mediana. La séptima y última cornada está situada en el hipocondrio derecho con una extensión de tres centímetros que interesó piel y tejido celular. Se operó bajo anestesia de pentotal ciclo; se hizo la debridación correspondiente de las heridas, lavándolas con suero fisiológico. Se le aplicó sulfatiazol, afrontándole las heridas, músculos, aponeurosis y piel, dejándole siete tubos de canalización. Transfusión sanguínea. Aplicación de sueros antigangrenoso y antitetánico. De no presentarse ninguna complicación tardará en sanar unos veinte días.

Un parte muy extenso en el que se describen de manera prolija cada una de las siete heridas que sufrió Calesero, en el que llama la atención el hecho de que se haya aplicado sulfatiazol para prevenir la infección de las heridas reparadas, no obstante que ya había penicilina disponible en esa época y la necesidad de transfundirle sangre sin precisar el volumen aplicado.

Años después, en entrevista ex – profeso para el libro Las Cornadas, Calesero contó a Ignacio Solares y Jaime Rojas Palacios lo siguiente acerca de este pasaje de su vida en los ruedos:

Me trajo tanto tiempo entre los pitones, que me dio oportunidad a pensar ¿a quién le habré hecho tanto mal para que este toro me haga tanto daño? Cuando al fin me soltó, me paré y vi que entre las dos vías me salía un río de sangre. Creí que me había roto la femoral. Me quiso dar un shock, pero vino la reacción del hombre; si mi mal tiene remedio, ¿para qué me apuro?, y si no lo tiene… Entré tranquilo a la enfermería. Yo mismo me desamarré los machos, me puse en manos de Dios y me dispuse a que los médicos me “echaran mano”. Pasé las famosas 72 horas entre la vida y la muerte. Tenía mucha fiebre. Los médicos estaban temerosos de que se les hubiera quedado sin explorar alguna trayectoria de tantas heridas. Siempre he sido muy sano y metódico, entregado por completo a mi profesión. Lleno de sol y aire puro, estaba y estoy muy fuerte. Por eso, sané muy aprisa. Reaparecí el 14 de enero siguiente, a las tres semanas de lo de “Trianero” …

Efectivamente, la reaparición fue en la fecha indicada por el torero, en la feria de El Grullo, aún con los puntos en las heridas, toreando mano a mano con Manuel Capetillo y le cortó el rabo a uno de los toros de Lucas González Rubio que sacó en el sorteo y enseguida volvería a la Plaza México el 18 de febrero de 1951, alternando con Fermín Rivera y Carlos Arruza, para lidiar toros de La Laguna.

Iniciaba esta remembranza partiendo de la noción de que a Calesero generalmente se le concibe como un torero de valor medido. Creo que el hecho de haberse levantado de esta serie de cornadas, recibidas en un solo envite y haberse mantenido en un sitio de privilegio en el escalafón mexicano – lo llegó a encabezar los años de 1958, 59 y 60 – desmienten la forma y el fondo de esa concepción.

Alfonso Ramírez Alonso todavía recorrió los ruedos de México y de América del Sur durante casi dos décadas más, escribió en esos tiempos algunas de las páginas más grandes de su historia, como la de la tarde del 10 de enero de 1954, cuando el atildado y puntilloso Carlos León lo postuló para un hipotético Premio Nóbel del Toreo; o la del 18 de enero de 1959, allí mismo en Guadalajara, con el toro Yuca de Tequisquiapan, esa tarde en la que don Nacho García Aceves dijera que si Calesero” toreara así todos los domingos, sería dueño del Banco de México, o la del 25 de abril de ese mismo año, aquí en su tierra y otras muchas que ahora se me escurren de la memoria.

Un torero de valor medido no se habría quedado en los ruedos tanto tiempo, y sin embargo Calesero permaneció y permanece todavía entre nosotros, siempre habrá, cuando se necesite un referente del torero artista, que recurrir al justamente llamado Poeta del Toreo.

lunes, 23 de diciembre de 2019

Manolo Martínez y Amoroso de Mimiahuápam a 40 años vista

Manolo Martínez
La temporada 1979 – 80 en la Plaza México la vi casi completa. Constó de 17 corridas y Manolo Martínez fue cabeza de cartel en ocho de ellas. Así, a simple vista, queda claro que todo el peso del ciclo recayó sobre sus espaldas. Pero independientemente de que en la sexta de la temporada hubiera cortado dos orejas a Mira cómo voy de San Martín; en la octava, el rabo a Tejoncito de don Mariano Ramírez; o en la decimosexta otras dos orejas a Siempre sí de Los Martínez, en esa temporada se produjeron otros hechos que la hicieron trascender en su devenir histórico.

Uno fue la resurgencia de Antonio Lomelín, que en la decimocuarta corrida realizó una importante faena a Bien Nacido de Reyes Huerta, para el que se pidió el indulto. Ante la negativa del palco a concederlo, Antonio se metió al burladero de matadores a esperar los tres avisos para que el toro volviera vivo a los corrales y después fue aclamado como si en verdad se hubiera indultado al toro. Eso fue el preludio de lo que vendría dos domingos después con Luna Roja de Xajay y que lo pondría en figura del toreo.

También fue la temporada de la confirmación de Rafael de Paula, a quien casi nada pudimos ver en las corridas séptima y novena del serial y la de la emergencia de Marcos Ortega, quien se encontró con Boca Seca un gran toro de don Javier Garfias y supo aprovecharlo, dando al doctor Gaona otro elemento para dar variedad y revitalizar los carteles.

La segunda corrida de la temporada

Para el arranque de esa temporada, por alguna razón el nombrado doctor Gaona armó una especie de mini feria navideña, pues ofreció corridas el sábado 22 de diciembre de 1979 con la confirmación de César Pastor apadrinada por Curro Rivera, con el testimonio de Manolo Arruza y toros de Campo Alegre y el domingo 23, el segundo de esos festejos, que tenía por atractivo las presentaciones de Manolo Martínez, Miguel Espinosa Armillita y del hispano Lázaro Carmona, quien también confirmaría su alternativa. El encierro a lidiarse sería de San Miguel de Mimiahuápam.

Lázaro Carmona confirmó con Mensajero y realizó un gran quite por verónicas que le valió el trofeo al final de la temporada. Y el segundo de la tarde, Villancico se le fue vivo a Manolo Martínez entre la bronca correspondiente y Miguel Armillita le cortó la oreja a Peregrino, el quinto. Pero la gran obra se realizó en el cuarto, segundo del lote de Manolo Martínez.

Incluso Carlos León, cronista del extinto diario Novedades de la Ciudad de México, modificó sus criterios y modos de expresarse respecto del torero de Monterrey. En lo que interesa, en crónica epistolar dirigida al restaurantero Pedro Yllana, escribió lo que sigue:
Con el soberbio ‘Amoroso’, Manolo estuvo en coloso… Apoteosis de Manolo y Bailleres… ‘Amoroso’, el cuarto de la tarde, fue el ejemplar soñado. Y aunque el de las patillas, siendo de Monterrey, no es propenso al desperdicio de echar toda la carne en el asador cuando las chuletas están tan caras, se decidió y ha de haber dicho como reza el refrán ranchero: ‘¡Ora es cuándo yerbabuena, le has de dar sabor al caldo!’ Y vino el faenón sabroso, porque como usted sabe, hay que distinguir entre el apetito y el hambre, pues no es lo mismo hartarse que saborear. Y Manolo Martínez saboreó el yantar, contagiando al público con su apetito, que por igual se deleitaba con la sabrosura de las embestidas del mimiahuápeño que con la pasmosa facilidad con que el reinero consumía la apetitosa vianda. Ahora bien, como no hay loco que coma lumbre, él mismo propició el indulto antes que exponerse a fallar con el cuchillo. Y aquello fue el acabose, para el ganadero Don Alberto Bailleres y el artista, en una locura colectiva que parecía no terminar nunca, mientras se concedían, simbólicamente, los máximos apéndices…
Como lo señala el cronista al final de su relación, efectivamente la locura se apoderó de los tendidos. Me tocó vivirlo. Quizás Manolo Martínez realizó faenas mejores en esa plaza, pero esa tarde de hace cuarenta años embrujó a la afición que llenó la Plaza México y la rindió a sus pies. Hoy nos toca recordarlo y pensar que aunque no todo tiempo pretérito fue mejor, algunas de sus fechas merecen ser recordadas.

domingo, 12 de febrero de 2012

12 de febrero de 1967: Manolo Martínez confirma su alternativa en la Plaza México


Mondeño cediendo los trastos a
Manolo Martínez
Desde el 7 de noviembre de 1965, día en el que Lorenzo Garza le hiciera matador de toros en la Plaza Monumental Monterrey, Manolo Martínez se había vestido de luces en 32 ocasiones y en ellas, tuvo la ocasión de compartir carteles con toreros de tres edades distintas del toreo, pues pudo atestiguar el glorioso ocaso de las grandes figuras de nuestra Edad de Oro, como lo fueron su padrino de alternativa y Alfonso Ramírez, Calesero. También alternó con varios toreros de la Edad de Plata mexicana, como el valentísimo Antonio Velázquez, el Maestro Jesús Córdoba y el fino muletero Humberto Moro, además de tener en ese lapso de tiempo su primer encuentro con Manuel Capetillo, torero con el que dirimiría el liderazgo de su escalafón y la definición de la etapa histórica de nuestra fiesta que estaba por venir.

En ese mismo lapso de tiempo – quince meses – también tuvo sus primeras actuaciones en plazas del extranjero, específicamente en la ecuatoriana de Ambato y en el Nuevo Circo de Caracas y esos viajes le permitieron, junto con su presencia en El Toreo de Cuatro Caminos, compartir carteles con diestros que tenían importante presencia en plazas españolas por esas fechas como Antonio Ordóñez, José Fuentes, Paco Pallarés, Palomo Linares, Andrés Hernando o César Girón. Todo esto me deja claro que el confirmante de hace 45 años no era precisamente un indocumentado y que tenía las credenciales necesarias para comparecer en la plaza más grande del mundo.

La tarde de la confirmación

Para esa quinta corrida de la temporada 1967, Ángel Vázquez, el encargado de la empresa, había conformado un cartel con toros de Mimiahuápam, propiedad entonces de don Luis Barroso Barona, para Juan García, Mondeño, Mauro Liceaga y el invocado Manolo Martínez. Los toros llevaron nombres alusivos al Cid Campeador y el festejo sería presidido por don Jacobo Pérez Verdía, notable jurista y como dijera Lumbrera Chico, en su día juez de plaza de carrera que no requirió de alternantes en el palco de la autoridad.

Al final de cuentas el encierro no fue uno de esos que resultan redondos para su criador, pues de los seis toros, de acuerdo con las relaciones del festejo, solamente un par de ellos dieron opciones a sus matadores. El primero de la tarde, el de la confirmación de Manolo Martínez, se llamó El Cid y recojo de la crónica de Rafaelillo, de la agencia noticiosa AEE, publicada en el diario El Informador de Guadalajara, lo que sigue:

Su tarde de presentación como matador en la plaza más grande del mundo ha sido un éxito, a pesar de que el juez Jacobo Pérez Verdía le negó por egoísmo, la oreja del bicho de la alternativa, que merecía. Vaya con esos cambiadores de suertes que sólo conceden apéndices y con profusión, a los niños consentidos de la empresa, como Capetillo, pero que niegan todo estímulo a los nuevos valores… “El Cid” de 444 kilos, abre plaza. Es un toro con mucho trapío y velocidad. Manolo lo detiene y le dibuja tres verónicas preciosas y luego hace un triple remate con salero en los medios. Su quite por chicuelinas no se pierde de vista. La faena sí es digna de una consagración. “Mondeño” le ha confirmado la alternativa y Martínez inicia el trasteo con dos trincherazos y otros dos tantos pases de la firma que continúa con seis derechazos de mando imperial.
Pase de pecho, una serie de naturales y doblón producen lluvia de sombreros, y otra tanda de derechazos, ahora con los pies juntos, precede a un espléndido cambio. Una lozanía gallarda llega como un aire de renovación en la muleta aristocrática del joven neoleonés y el público lo siente así. Sus remates – porque este jovencito lo remata todo – poseen colorido. Los pases, por bien templados que sean no pueden vivir por sí solos, tienen que constituir para su cabal valer artístico, conjuntos coordinados cuyo término sea mandón y determinante. Es el punto final de cada encuentro entre matador y adversario donde se sabe quién de los dos domina al otro.
Cuando es el torero quien huye, el toro ha tenido más poder, pero cuando el matador sale paso a paso, mirando a la gente y el burel queda parado, embebido, quieto, es el hombre que ha podido más que la bestia. 
Aquí es donde puede valorizarse el toreo de Manolo Martínez. Esto es lo que le consagra, y lo que el juez no sabe ver porque le falta, ciertamente, la sensibilidad requerida para degustar la fiesta de los toros…

Manolo Martínez, al natural
Me llama la atención de la relación que hace Rafaelillo el hecho de que repare en situaciones como las de que las series de muletazos queden debidamente rematadas y por otra parte, que el torero logre, al final de su faena, tener dominado al toro. Por eso me parece fundada hasta cierto punto la crítica que hace al Juez de Plaza – Presidente – por negar la oreja pedida a Manolo Martínez, dado que, al parecer, la obra fue completa y su única mácula fue un pinchazo señalado en lo alto.

El resultado del festejo, de acuerdo con la crónica citada, fue el de que Manolo Martínez dio la vuelta al ruedo en sus dos toros; Mauro Liceaga hizo lo propio en el primero de su lote y Mondeño fue pitado en el suyo.

Algunas consecuencias de la temporada 67

Creo que sería válido considerar que es precisamente en 1967 cuando se inicia un relevo generacional en la fiesta mexicana. En ese año confirmaron su alternativa en la Plaza México, aparte de Manolo Martínez toreros como Jesús Delgadillo El Estudiante, Alfonso Ramírez Calesero Chico, Raúl Contreras Finito y Jesús Solórzano hijo. Aparte, la recibió – no en la México – Eloy Cavazos y ya estaba velando sus armas para hacer campaña como novillero, Curro Rivera, que completaría la terna que encabezaría los destinos de nuestra torería los siguientes tres lustros.

En el caso personal de Manolo Martínez implicaría el inicio primero, de una temporada que terminaría la noche del 8 de abril de ese mismo año, con la obtención del Estoque de Oro que prácticamente le arrebató a Finito de las manos con su faena a Catrín del Ingeniero Mariano Ramírez y en segundo lugar, el inicio de una relación a veces tormentosa con la afición de la capital mexicana, que a la vuelta de casi dieciocho años y mil trescientas once corridas toreadas, le deja como el torero que más tardes ha actuado en la Plaza México y que como matador de toros, más rabos ha cortado en ella.

Sobre un torero de dinastía

Mauro Liceaga (Foto: Lyn Sherwood)
Quiero hacer una breve remembranza de la actuación de Mauro Liceaga, el testigo de la ceremonia de confirmación. Miembro de una extensa dinastía, es quizás junto con David, con Anselmo y con la promesa rota que representó Eduardo, el torero de su casa que más alto escaló. Ese domingo de 1967 intentaba recuperar el terreno perdido después de una cornada sufrida en Monterrey en 1964 y en esa tarde parecía estar en el camino correcto. Después, la vida y los toros dejaron ver que no estaba llamado a ser una gran figura del toreo, pero sí uno de esos toreros que deben ser recordados y tenidos en cuenta para entender la grandeza de esto.

Traigo esto a su atención, porque de la crónica de la tarde que hoy rememoro, me llamó la atención lo siguiente:




Las verónicas habían emocionado y cuando hace un quite con farol de rodillas, otro de pie, tres gaoneras entre los pitones, inmóvil como estatua y lo remata con revolera, la plaza entera se acuerda de que el toreo con el percal es parte esencial de una fiesta necesitada ahora de variedad. Mauro Liceaga trae esa variedad. Domina los tres tercios y con la muleta tiene repertorio: no se limita a derechazos y naturales con monótona y desesperante exclusividad. Su faena a “Vencedor” es de un diestro enterado… por la calidad de lo hecho, por el dominio, y de acuerdo con lo incierto de la lidia que el toro desarrolla, Mauro Liceaga merece un largo aplauso... ¡Ah! Pero con la muleta Mauro se enfrenta a un burel que mueve la cornalona cabeza con peligrosidad impresionante. Lo recoge en los tercios con cuatro doblones rodilla en tierra – que son de cuadro y de escuela – y clavado en el mismo sitio obliga imperativamente a la loca cabeza a ahormarse en cinco derechazos y pase de la firma, todo ello en un solo marco, en un terreno estricto, como un grande de la fiesta. Hay más toreo de suprema calidad, lidia excelente que pocos le agradecen y un cierto y definitivo dominio hasta lograr que el intolerable adversario se vuelva colaborador...

Dejó claro Mauro que lleva el toreo en la cabeza y la escuela que es signo de los de su dinastía. Por ello mi recuerdo para él en este breve espacio.

Apostilla final

Así fue la tarde de un domingo como este de hace 45 años. Un domingo en el que se comenzó a definir el devenir de la fiesta de este lado del mar y en el que se comenzó a escribir una historia de la que muchos creen que es un signo de grandeza, en tanto que otros consideran que es el inicio de una decadencia que continúa en estas fechas.

La realidad es que el advenimiento de una gran figura del toreo nunca está exento de controversia y el caso de Manolo Martínez no sería la excepción. Lo único en lo que creo que puede haber unanimidad, es en el hecho de que fue su calidad torera, su empaque en el ruedo, su gran carácter y su innegable personalidad lo que lo llevaron a las alturas que escaló y que a la vuelta de casi 16 años de su partida definitiva, sigue siendo la vara de medir de lo que aquí sucede en las cosas de los toros.

Aldeanos