La historia es un incesante volver a empezar...
Tucídides
Puya de arandela y puya de cazoleta Foto: El Ruedo |
Razonan José Carlos y el veterinario Fernández Sanz la desigualdad en la pelea que se ha producido con la evolución de la serie de varas y expresan entre otras cuestiones argumentos como estos:
...a lo largo de todo el siglo XIX, un toro con predominante genio defensivo, mucha movilidad y poca bravura, evolucionaba muy lentamente y apenas ofrecía la embestida larga, ofensiva, del bravo. Derribaba con facilidad caballos desprotegidos – en su mayoría viejos y de desecho – aunque sin entregarse casi nunca a la pelea... El equilibrio entre los tres tercios que componen la lidia se inicia plenamente a mitad de la Edad de Plata... Gracias al peto, el breve encuentro anterior – con derribo del caballo o huida del astado – se dilata y se profundiza la suerte. Y en dicha prolongación, torero, ganadero y aficionado observan más prolijamente el comportamiento del toro...
El peto – al que se sumaron los manguitos protectores – proporcionaba tal seguridad a los picadores que el toro pasó de embestir a un caballo ligero y desprotegido a otro prácticamente parado y muy acorazado. Paralelamente, el caballo fue aumentando de tamaño bajo un peto que iba creciendo, hasta que el reglamento de 1992 limitó por primera vez el peso máximo de ambos...
Las cuadras de caballos, con el fin de proteger al picador y a su montura, aumentaron la romana del equino: salieron al ruedo caballos puros de raza de tiro (percherón, bretón, etc.), torpes y antitoreros, que terminaron protegidos con los célebres “manguitos protectores”, la ropa interior del caballo bajo el peto, tan grandes que eran ya un segundo peto todavía carente de regulación. Tal abuso infligió mayor castigo al toro más cargado de romana que empezó a lidiarse mediada la década de los años 70...
Así pues, advierten la necesidad de reponer esos utensilios necesarios para la lidia de los toros, por otros más adecuados a los tiempos que corren y a la situación real en la que ésta se desarrolla. Se ha dado ya una amplia difusión a los modelos de puyas, arpones de banderillas y divisas que proponen, con los cuales se busca causar a los toros menos daño que el que actualmente se suma al que se les inflige, sumado al enorme desgaste que implica la pelea del toro con los caballos y petos descomunales que hoy se usan en la lidia y con la forma misma de lidiar.
Podrá estarse o no de acuerdo con la postura de Arévalo y Fernández Sanz, pero es evidente que algunas cuestiones de la lidia deberán ser sometidas a un proceso de revisión y quizás, mejoradas. Cada cierto tiempo surgen movimientos en ese sentido dentro de la fiesta, como veremos enseguida.
La temporada española de 1946
Ya he tenido oportunidad de recordar por aquí el año del 45, en el que entre Manolete y Carlos Arruza torearon casi doscientas corridas de toros. El año siguiente sería bien diferente, pues entre los dos apenas sumarían veintidós y el Monstruo de Córdoba solamente actuaría en una de ellas, la Beneficencia en Madrid el 19 de septiembre. En esa situación, siguiendo la línea de razonamiento de Fernando Villalón en su Taurofilia Racial, de acuerdo con la prensa de la época, el toro creció, en numerosas crónicas y relaciones se habla de toros cinqueños en las plazas de importancia, lo que viene a dar más realce al experimento que se intentó en la plaza de Las Ventas.
Carlos Vera Cañitas fue el diestro mexicano que más tardes actuó allá, con 29; también estuvieron presentes en esos ruedos Fermín Espinosa Armillita, Fermín Rivera, Carlos Arruza, Alfonso Ramírez Calesero, Juan Estrada, Luis Briones, Manuel Gutiérrez Espartero y Antonio Toscano y entre los novilleros más notables actuaron Eduardo Liceaga – que moriría en San Roque el 18 de agosto – Ricardo Balderas, Paco Rodríguez y José Antonio Chato Mora.
La puyas que se probaron
La puya que se utilizaba en ese verano del 46 era la aprobada por el artículo 32 del Reglamento de 1930. Era una de arandela con unas dimensiones en su porción cortante de 29 milímetros de largo en cada arista, por 20 milímetros de ancho en la base de cada cara o triángulo. El encordado sería de siete milímetros de ancho y de setenta y cinco a ochenta y cinco milímetros de largo y terminaría en una arandela circular de hierro de seis centímetros de diámetro y dos milímetros de grosor. La arandela era una especie de tope para impedir que la vara entrara a la corporeidad del toro.
La realidad demostró que la arandela era insuficiente para evitar que a los toros se les dieran verdaderas estocadas desde el caballo. Así, se discurrió una que la prensa del tiempo llamó de cazoleta, para impedir que penetrara más allá de la porción necesaria, la anatomía del toro.
El Diccionario de la Lengua define cazoleta como: Pieza de forma más o menos semiesférica que tienen las espadas y sables entre el puño y la hoja para proteger la mano. La imagen que ilustra este texto muestra que el concepto es en alguna manera apropiado, aunque la forma que tiene sea más bien la de un cono trunco y no precisamente semiesférico.
El estreno de esa nueva puya se dio en la corrida del 9 de junio de 1946, en la que alternaron Pepe Bienvenida, Jaime Marco El Choni y confirmó la alternativa nuestro paisano Antonio Toscano lidiándose una corrida muy seria de Arturo Sánchez Cobaleda.
Las versiones de la prensa fueron en diversos tonos, aunque casi todos favorables. Giraldillo, en el ABC madrileño del 11 de julio siguiente, que tituló su crónica Toros viejos, se pronunció en este sentido:
Se probó el nuevo modelo de pica presentada por el Director General de Seguridad. “Aldeano” demostró en el toro sexto que el modelo sirve. Los demás piqueros usaron la garrocha con prisa por soltarla. Más que a probarla sobre el toro, salieron a probarla sobre la arena. Cogían el palo con escrúpulo. Pero “Aldeano”, que picó muy bien, se “agarró” con el toro sexto, y si hubiera seguido usando el modelo nuevo, no hubiera dado aquella media estocada, que no puyazo, clavado en el hoyo de las agujas… Opinamos que, del tanteo realizado el domingo, hay que pasar a la prueba definitiva, desechando los piqueros ese prejuicio supersticioso con que miran el artefacto nuevo.
En el número de El Ruedo aparecido el 13 de julio siguiente, se recopilan otras apreciaciones, como estas:
Celestino Espinosa R. Capdevila, en Alcázar:
Finalmente, lo mismo en estas varas que en todas. las demás, pero principalmente en las demás — o sea en las que medio marraron o no cayeron bien, sería muy importante oír a los piqueros sobre si es que notaron el «cabeceo» de la vara, por el aumento de peso que con la cazoleta nueva lleva ese casquillo. Y oírlos también sobre la visualidad. Por lo cual convendría picar varios toros, por lo pronto, a puerta cerrada y ante buenos ojos: incluso fijando la prueba con cámara lenta, a uno y otro lado. Picarlos completos y haciendo la suerte despacio y preparada, como en tienta: cerrada y abierta, de cerca y de lejos. Y también en el sol.
Federico M. Alcázar, en Madrid:
Este intento de reforma, inspirado en los móviles más desinteresados de una sana afición y una celosa autoridad por despojar la suerte de uno de sus aspectos más desagradables y perjudiciales para el normal desenvolvimiento de la lidia, merece el estímulo y la atención de los profesionales, de la crítica y de la afición.
Antonio Bellón, en Pueblo:
Nuestra impresión general – con más espacio volveremos al tema – es de que cuando el toro se le deje llegar al caballo y se pique con ellos un poco perpendicular, tendrán efectividad en su castigo. A toro arrancado, parece que el dispositivo resbala y le quita precisión al puyazo. El cabeceo de la vara, por ser esta puya de mayor peso, se puede evitar al construirla en metal más ligero, y desde luego entorpecer algo la visión del morrillo, sí es allí donde se apunta.
Y por su parte, Alfredo Marquerie, en su columna semanal de aquella época, lo toma un poco a broma:
¡Ah!, y también un poco de greguería en torno a la nueva pica: que si era una mezcla de farol y apagavelas, que si tenía algo de lanza, de Don Quijote, que si a la vara le habían puesto una campanilla rota o un molde de repostería... Y sanseacabó...
Por su parte, algunos de los picadores que actuaron en esa tarde, declararon a F. Mendo, en el mismo número de El Ruedo arriba citado, lo siguiente:
- Es fácil marrar – habla Gallego –, porque la cazoleta desvía la puya al rozar con piel. Para agarrar, bien el puyazo no hay otro remedio que clavar perpendicularmente.
- El inconveniente fue le encuentro – dice el Rubio – es que este dispositivo hace desaparecer el punto de mira...
En entrevista por separado, publicada en El Ruedo el 12 de diciembre de ese 1946, el picador Pablo Suárez El Aldeano afirmaba que la culpa de que el tercio de varas tuviera más de desgracia que de suerte en esos días, era del peto y del medio toro, y no de la puya reglamentaria.
Vista la extensión que ya tomaron estas notas, las dejo aquí, para terminar el día de mañana.
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