domingo, 23 de enero de 2022

21 de enero de 1962: Alfredo Leal y Tejón de Mariano Ramírez

Alfredo Leal, Manolo Vázquez y Curro Romero
Madrid, 20 de mayo de 1962
Archivo de la Comunidad de Madrid
Foto: Sánchez Yubero
La temporada 1961 – 62 en el Toreo de Cuatro Caminos no iba dando malos resultados. En sus primeros cuatro festejos ya se registraban triunfos de Juan Silveti, Antonio del Olivar, Felipe Rosas, el madrileño Luis Segura y el más resonante hasta el momento, el de Paco Camino el día de año nuevo, del que ya me he ocupado por estas virtuales páginas. La quinta corrida de esa serie – no hay quinto malo – se conformaría con un encierro de la ganadería debutante del ingeniero Mariano Ramírez para Juan Silveti, Alfredo Leal y Paco Camino, sumando el primer y tercer espada, su segunda comparecencia en el coso de Naucalpan.

Se anunciaba también que ese festejo sería la despedida de Camino, aunque después se vería que regresaría en la temporada cuatro fechas más – 2 en marzo y 2 en abril –. Y es que había caído de pie ante la afición de la capital, aunque a algún sector de la prensa especializada no le pareciera de la categoría suficiente, ya fuera por su juventud o fuera por la manera que tenía de resolver las cosas delante de los toros. La realidad es que quienes objetaban su presencia en esos momentos, no alcanzaban a apreciar que tenían delante a un torero destinado a ser una figura de época.

Alfredo Leal y Tejón, segundo de la tarde

Alfredo Leal fue uno de los toreros surgidos en la generación de 1948. Quizás tardó en cuajar un poco más que varios de sus contemporáneos, por la arrolladora fuerza del fenómeno de los Tres Mosqueteros, pero su elegante planta y la pureza con la que ejecutaba el toreo, le llevaron a caminar un trecho largo por los ruedos del mundo y a ser considerado una importante figura de la tauromaquia mexicana en su día.

Ese domingo 21 de enero de 1962 Alfredo Leal tendría una de sus grandes tardes ante el público de la capital mexicana. En oportunidades anteriores había tenido ocasión de dejar apuntes de sus capacidades, emborronándolos con la espada o simplemente dejándolos allí, anotados, pero ese día, se mostró en plenitud. En un interesante documento, por la excepción que importa, don Abraham Bitar, en El Redondel del día de la corrida, relata el festejo en ausencia del cronista titular Alfonso de Icaza Ojo – por enfermedad – y dice:

“Tejón”, cárdeno, de bonita lámina y bien armado, sale como huracán y Alfredo Leal lo recibe con un farol de rodillas. Ya de pie suministra preciosísimas verónicas con los pies juntos, y como el remate fue airoso, se le aplaudió fuertemente… El del ingeniero Ramírez se arrancó de largo al caballo, y cosa rara, el piquero dejó la vara en todo lo alto. Quite de Alfredo Leal por ceñidas chicuelinas. Ovación. El mismo matador pide el cambio de tercio… Brinda Leal a la autoridad y luego a un particular. Cita desde lejos dando un pase cambiado por la espalda que resulta ser emocionantísimo. Luego toma la muleta con la izquierda para instrumentar seis grandes naturales en los que corrió la mano estupendamente, pasándose al toro por la faja. Ovación. Después de un breve intervalo, vuelve a poner cátedra con la izquierda, toreando a dos centímetros de los pitones. Remata la serie con un ajustado pase de pecho. Un molinete de rodillas, otro de pecho con la izquierda, y ahora con la derecha, templando y muy valiente; remata con un pase de pecho, y sigue la ovación. Un trincherazo que ni dibujado, pases cada vez más templados y ceñidos. La plaza es un manicomio. Un molinete, y entrando derecho y acostándose sobre el morrillo, coloca la espada en muy buen sitio, cayendo el toro muerto a sus pies. Ovación clamorosa, vueltas al ruedo, las dos orejas y el rabo. El público pide arrastre lento para el bravo ejemplar del ingeniero Mariano Ramírez… Todo en su punto, pues Leal no sólo lanceó estupendamente con el capote, sino que también realizó una extraordinaria faena con la muleta, en la que corrieron parejas el arte y el valor… Además, entró a matar como pocas veces se estila. Un triunfo grande, muy merecido…

Para don Abraham, la faena fue completa y no le encuentra exceso a los trofeos concedidos en el caso. 

Una segunda versión es la de Carlos León, en su tribuna del Novedades, al día siguiente de la corrida, en forma de carta abierta dirigida a la cantante Lola Beltrán, a la sazón esposa del torero, de la que extraigo:

Desde que entrevisté a tu Alfredo por la radio y declaró que uno de los toros que le gustaban era el que llevaba el nombre de “Tejón”, bicho que la suerte le deparó en su lote, me latió que iba a salir en plan de me he de comer esa tuna, aunque me espine la mano. Pues, aun sin saber cómo era la embestida del bicho – que luego fue ideal –, se arrodilló en el tercio y lo saludó con un lance afarolado que arrancó un alarido de emoción, a pesar de la enorme distancia. Pero, ya de pie, le hizo la estatua en lances erguidos, como dos arbolitos que parecen gemelos, para luego cargarle la suerte desdeñosamente y hacer que las verónicas se abrieran como jacaranda en flor. Y luego, tras la primera y única vara, brotaron las chicuelinas cadenciosas, solemnes, donde el noble bicho iba y venía pegado a él, como la hiedra… ¡Gran toro era ese “Tejón”, el hermoso cárdeno de las dehesas tapatías de Don Mariano Ramírez! Pero en plan grande, también, se puso tu marido, después de haber brindado al coronel García Valseca, tal vez porque torear a tan sedeño bicho era como lidiar a una bicicleta. Pero no creas que con eso – ¡nada más lejos de mi intención! – trato de restarle mérito. Al contrario, Lola: bien sabes que mientras más tonto es un toro, más inteligente tiene que ser el torero. Pues las reses bravas son como las cuerdas de la guitarra: hay que empezar por templarlas... o no hay concierto posible… ¡Y vaya si hubo concierto! Después del garboso y estatuario pase cambiado, por la espalda, Alfredo se quedó con la muleta en la mano torera, para ligar cinco naturales extraordinarios que rubricó con el forzado de pecho, pero de gorrioncillo pecho amarillo, que hizo estallar en trinos de entusiasmo a los millares de jilgueros que volvieron a abarrotar la jaula de San Bartolo)… Siguió con la zurda, en nueva serie de estupendos naturales, para otra vez rematar con ceñido pectoral, donde los pitones, como las balas perdidas, pegaron siempre en su pecho. De hinojos, se adornó con el molinete de rodillas y uno de costado sin incorporarse, para continuar en redondo con tandas de derechazos por abajo, que te hubieran hecho exclamar jubilosa: ¡Ay, qué laureles tan verdes, qué rosas tan encendidas! … Y lo mató superiormente, en corto y por derecho, sepultando en lo alto el acero, con lo cual “Tejón” le duró menos que Rosita Alvírez. Desbordado el justo entusiasmo por tan triunfal presentación, le dieron las dos orejas y el rabo y un par de vueltas al ruedo, habiendo salido también el ganadero escrupuloso que envió tan nobilísimo ejemplar. Había habido perfecta correspondencia entre la bondad del toro y lo bueno del torero y, ¡qué bonito es el amor, cuando es bien correspondido! … ¡Como la pinten la brinco y al son que toquen bailo! …

La versión del puntilloso Carlos León también coincide en la grandeza del triunfo del llamado Príncipe del Toreo, lo que puede dejar claro que el triunfo de Leal esa tarde fue rotundo y sin mancha.

Así firmó Alfredo Leal El Príncipe del Toreo su primer triunfo rotundo ante la afición de la capital mexicana, porque, aunque en la Plaza México y en el mismo Cuatro Caminos había tenido ocasión de dejar destellos de las posibilidades de su hacer ante los toros, no había tenido una tarde con la rotundidad de la que redondeó ante Tejón del ingeniero Mariano Ramírez. No exageraría al decir que este fue su despegue para convertirse en una auténtica figura del toreo mexicano.

Los demás sucesos del festejo

Juan Silveti estuvo bien con Compadrito el que abrió plaza y ante el sardo cuarto, Sardito, tuvo un inicio de faena de gran lucimiento que se vio interrumpido de pronto por la falta de fuerza del toro. Fue tan buena su actuación que hasta al mismísimo Carlos León, que lo fustigaba por considerar que su toreo no emocionaba, le pareció valedera su actuación.

Y Paco Camino volvió a tener una tarde exitosa, ante el sexto, Chatito, al que le cortó las orejas, y contó Carlos León:

… Pero vino lo asombroso. Aunque el toro “Chatito” estaba como la yerba mala, sin poderse arrancar, Paco lo enceló con el engaño y con el cuerpo, se le puso muy cerca y lo obligó a embestir. A partir de ese instante en que Paco convirtió a la res en noble colaboradora, desde un principio se vio que las primeras gotas fueron las de un fuerte chaparrón. Las tandas de derechazos y de naturales fueron un prodigio por el mando de sus brazos y por la manera de quebrar la cintura para darle dimensión de eternidad a los extraordinarios mule-tazos. ¡Un faenón... lo que se dice un faenón! El toro, como hipnotizado, iba tras la muleta como si no supiera que embestía, así como el agua no tiene sed y el sol no sabe que alumbra… La multitud que momentos antes silbaba “Las Golondrinas” en, plan de chufla, tuvo que entregarse y aclamar al gran artista de Sevilla, al torero niño que había logrado una hazaña de hombre. De hombría fue igualmente la forma en que Paco se volcó sobre el morrillo de “Chatito” para lograr un estoconazo de los que se ven pocas veces, en medio de tantas auroras que son puñaladas… Un adiós que tendrá que ser un hasta luego, pues el sevillano deja un cartel de torero predilecto del público mexicano. Le dieron solamente dos orejas, pues el juez – que está en la higuera más que en palco de la autoridad – no comprendió el portento y negó la concesión del rabo. Pero las masas populares, con más sentido de la justicia, izaron sobre sus hombros a Paquito Camino, que abandonó la plaza ensordecido por aclamaciones de escandalera grande…

Los toros de Mariano Ramírez

Decía al inicio que la ganadería del ingeniero Ramírez debutaba ante el público de la capital. Prudente es aclarar que lo hacía con corrida de toros, pues con la simiente con que inició su andadura ganadera – toros y vacas de Pastejé, comprados a don Eduardo N. Iturbide –, había presentado una novillada en la Plaza México en 1956.

En 1958, enajena la totalidad de ese ganado y adquiere de don Rubén Carvajal la mitad de la ganadería de Zotoluca – 110 vacas y 5 sementales –, a la que agrega sementales de Piedras Negras y La Laguna y es a partir de esa base genética con la que construye la historia y la leyenda de su ganadería.

La crónica de Bitar en El Redondel expresa acerca de los toros lidiados:

Se nos informa que Leal le había pedido al doctor Gaona la corrida del ingeniero pues ya había tenido muchos éxitos en los Estados con ellos. Sigue la ovación a Leal, que continúa dando vueltas al ruedo… Leal se dirige al palco del ganadero, que es fuertemente ovacionado, y se hace acompañar de él en su tercera vuelta al ruedo en medio del entusiasmo grande…

Así, esa tarde de hace seis décadas, se veía el esfuerzo de la primera camada de toros lograda con esa procedencia y que representó un importante éxito para toreros y ganadero. Una tarde definitivamente redonda, de las que no se viven con frecuencia.

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