domingo, 3 de agosto de 2014

3 de agosto de 1924: Armillita se presenta como becerrista en El Toreo de México

Armillita a las puertas de El Universal Taurino
(Foto: Fernando Sosa 03/08/1924)
Fermín Espinosa Saucedo tenía trece años y tres meses cumplidos de edad – en la fecha – y según sus propias palabras y había jugado al toro en las calles aledañas a su casa, participado en los entrenamientos de sus hermanos Zenaido y Juan, recibiendo las correcciones de su padre y de sus nombrados hermanos mayores sobre la forma en la que ejecutaba las suertes del toreo a imitación de sus consanguíneos. Luego, había enfrentado un becerro en la plaza de toros que existió en lo que fue el pueblo de Tacuba y posteriormente, como compañero de andanzas de Juan su hermano, en el rastro – matadero –, logró torear novillos y toros que braveaban en los corrales del lugar. Otra etapa de su enseñanza consistió en asistir con su padre y con su otro hermano varón, José El Chato todos los domingos a los festejos que se celebraban en El Toreo y presenciarlos desde un palco de contrabarrera o un burladero del callejón.

Con ese bagaje fue que su padre le ajustó su presentación en la que en esos días era la plaza más importante de América para el domingo 3 de agosto de 1924. No sería precisamente una novillada formal la de su presentación, sino un festejo a beneficio de los subalternos, en los que alternarían como matadores los banderilleros Pepe López y Crescencio Torres, cerrando la tarde los becerristas Fermín Espinosa y Alberto Vara Varita. Para la ocasión se anunciaron cuatro novillos y dos erales de Santa Rosa.

En el esbozo de memorias que Armillita entregó a su amigo Mariano Alberto Rodríguez, el Maestro narra estos hechos como sigue:
Los ratos más bonitos para mí en esas temporadas era que por las mañanas muy temprano acompañaba a Juan mi hermano a hacer ejercicios, o sea nos íbamos andando hasta la desaparecida plaza de toros de Chapultepec, Toreábamos de salón todo lo que el tiempo nos permitía... Así vivimos una temporada grande... Un buen día estando jugando a las canicas en mi casa, mandaron por mí pues en Tacuba tenían organizada una encerrona, y habían destinado para mí un becerro. Era castaño, no se me olvida. Llegué a la placita de Tacuba justo en el momento en el que ya echaban el becerro al ruedo... Lo toree como si hubiera estado toreando a un muchacho. No se me dificultaron ninguna de las suertes que intenté. Todo me salió superior y los comentarios que allí se hacían eran muy halagadores... Como yo no trabajaba ni estudiaba, me dio por ir todos los días al rastro de Tacuba... En algunas ocasiones llegaban novillos bravos para el matadero y me los echaban en el corral y me hartaba de torear. A todo esto andaba yo en los 12 años pasados. También iba yo a los toros todos los domingos con mi padre... 
Un buen día me llevaron, creo que fue mi padre, a la casa de 'Frascuelillo', me probaron una ropa corta que porque iba a torear al día siguiente o a los dos días, tampoco lo recuerdo. Yo no le dí importancia a la cosa, lo tomé como lo más natural. 
El domingo 3 de agosto de 1924, como de costumbre me levanté sin ninguna preocupación, almorcé tranquilamente y a las once acompañé a mi padre a la plaza. Yo la verdad no me daba cuenta de lo que tenía que hacer, ni la responsabilidad que en ese día yo tenía encima. Llegamos a la plaza y como siempre me entretuve en la casa del conserje que era el padre de los picadores Carmona. 
Pasó el tiempo y yo ni siquiera me asomé a ver el enchiqueramiento y cuanto más tranquilo estaba llegó mi padre a decirme que me vistiera, que ya mero era la hora. Me sacó el traje corto que tenía que ponerme y entonces fue cuando ya sentí sensación muy rara en mí. Era el miedo y porque no, también gusto. Pero según iban pasando los minutos, el miedo y los nervios iban los que me traían inquieto, al grado de que cuando llegué a la puerta de cuadrillas y vi a los demás toreros me entró un temblor en las piernas que no tuve más remedio que sentarme en una piedra grande que estaba en el patio de cuadrillas. Aquella novillada en que yo toreé por primera vez fue a beneficio de las cuadrillas y actuaron los banderilleros José López y Crescencio Torres como matadores. Fueron cuatro novillos de Santa Rosa y Alberto Vara "Varita" y yo con un becerro cada uno. El mío fue de San Mateo. Repito que antes de hacer el paseo tuve un miedo y un temblor terrible. Recuerdo que al oír sonar los clarines me entró una reacción muy diferente. Ya no sentí nada de miedo. De repente sentí un ánimo y unos deseos de torear como cuando jugaba al toro con los chiquillos de la calle. 
Hice el paseo feliz y contento y una vez que lidiaron los cuatro primeros novillos soltaron el mío. Recuerdo que era un novillo grandullón, pero flaco y con unos pitones bastante desarrollados. 
A mí todo aquello no me importó. El becerro no fue malo y yo lo toreé como quise con el capote. Lo banderilleé y con la muleta creo que le hice una buena faena, el caso es que me dieron la oreja y el rabo y dí varias vueltas al ruedo entre una lluvia de dinero que me arrojaba el público. Saqué a mi papá al ruedo y como es natural él se encargó de recoger la bola de pesos que me tiraron. Al final de la novillada el público se tiró al ruedo y me sacaron en hombros y en esa forma me llevaron por esas calles hasta el centro a un Semanario que había en ese entonces y que se llamó "El Universal Taurino". Sin soltarme la gente, en hombros, me tomaron varias fotografías y después siguieron conmigo hasta las calles de Madero a un Club Taurino que había allí. 
Allí me soltaron y después de tomarme un refresco que me supo riquísimo, Gallinito Chico me llevó en un coche hasta mi casa, que estaba en la calle Tres Guerras en el pueblo de Tacuba. Al llegar no estaba nadie de mi familia en casa, pues mi mamá y mi hermana se habían ido al cine, pues no sabían que yo toreaba ese día. 
Estuve un buen rato solo pero feliz por lo que había sucedido en la tarde de aquél domingo 3 de agosto de 1924, inolvidable para mí. Al llegar mi madre y al verme acostado en la cama donde yo descansaba, le extrañó y me preguntó que si estaba enfermo, le dije que no, que lo que pasaba es que estaba descansando después de la corrida que había toreado en la tarde. Se echó a reír y no lo creía y me dijo que eran mentiras, mucho menos que me habían tirado dinero, qué dónde estaba eso y le dije que cuando llegara mi padre lo vería, pues él lo tenía. Al poco tiempo llegó mi padre y todo se aclaró y todos contentos...
Zenaido, Fermín y Juan Espinosa (Cª 1924)
(Colección: José Francisco Coello Ugalde)
Como podemos ver, su reacción ante una serie de hechos que para un muchacho de su edad resultaban inusitados fue la previsible en algunos aspectos, pero en otros, comienza a delinear el carácter de quien en un futuro breve iniciaría el camino para ser uno de los toreros más importantes que ha conocido la historia del toreo. La naturalidad con la que tomó el hecho de que esa tarde había toreado una corrida y de que en la misma había obtenido un triunfo de clamor, comenzaban a delinear el carácter de quien fue un auténtico triunfador.

La prensa especializada, en este caso El Universal Taurino, se ocupó del surgimiento de la nueva estrella del firmamento taurino mexicano. Quien firmó como Verdugones en el número aparecido el martes 5 de agosto de 1924, relató así el suceso:
“Anunciaron los hermanos Aguirre – muy empresarios míos – que José López y Crescencio Torres, los dos más hábiles y valientes peones de brega mexicanos, habrían de estoquear cuatro novillos de Santa Rosa, dos de los cuales habrían de ser banderilleados a caballo por los propios picadores convertidos en empresarios, señores Adolfo y Juan Aguirre… Después como gran plus de fiesta - para usar la frasecita exótica y cursi que usan en un cine acreditado - los chavales Fermín Espinosa “Armillita IV” y “Varita”, habría de estoquear cada uno un becerrete de la misma ganadería... No voy a cansar al lector, describiendo las suertes ejecutadas por los estupendos banderilleros López y Crescencio, porque – triste es decirlo – todo lo bueno que son como peones de brega, son malos con la espada y la muleta... Descubrimiento de una estrella. Estábamos aburridísimos después de la lidia de cuatro toretes flacuchos y zancudos. ¡Teníamos más ganas de abandonar el circo!... Pero, al aparecer el quinto becerro, que después averigüe era de San Mateo, vi salir a un chamaquillo como de trece años de edad, que no era otro que Fermincito Espinosa “Armillita IV”. Los peones tiran los primeros capotazos, y el nene, se abre de capa, y suelta cuatro señoras verónicas, parando enormemente, templando y mandando como no hacen los maestros. Y luego, un recorte ceñidísimo. El público aclama al jovenzuelo, éste se engolosina con las palmas y vuelve a la carga y atiza una segunda tanda tan bella y artística como la primera. Fue una tanda doble. Todos nos pusimos de pie… Y el “Maestro” toma banderillas y se pasa la primera vez sin clavar por no medir bien los terrenos, pero sale en falso gallardamente y seguimos aplaudiendo. Y luego deja los palos en el morrillo sin apoyar y el par se cae; por último, entra paso a paso y llega a la cara, levanta los brazos y cuadra y prende un par igualado, pero caído. Ovación estruendosa… El “Maestrito” brinda al ingeniero Vito Alessio Robles. Inicia el muleteo con la derecha y sufre un achuchón. No es por ahí. Entonces con la zurda, con la que torean los buenos. Y viene lo grande, pases naturales, de pecho, de pitón a pitón, de latiguillo. Toda una faena de gran torero. En un muletazo vemos a Fermincito correr la mano y luego hacer girar la muleta suavemente, cambiándosela a la otra como lo hacía Gaona antes. Y a poco un molinete y luego un rodillazo. ¡El delirio...! ¿Ustedes se acuerdan de la faena de “Revenido”? Bueno, pues ni una palabra más… Y para cerrar con broche de oro la memorable jornada, Fermincito lía la muleta y entra derecho y pincha en hueso, y repite con igual suerte, y la tercera vez pincha trasero y en el cuarto empujón mete todo el sable en magnífico sitio y luego descabella a pulso… Apoteósis final. Fermincito recorre el anillo devolviendo sombreros y otras prendas. La multitud pide la oreja, y la otra oreja, y el rabo y las patas y la cabeza. El torete es paseado por el redondel y ovacionado. Las dianas se suceden una a la otra. Fermincito sale a los medios a saludar, agitando nervioso el rabo blanco del becerro, que aún conserva en la diestra, y mientras, de los ojos de un hombre moreno que desde el callejón presencia el triunfo del chaval, se desprenden dos lágrimas que van a caer a los pies del niño triunfador, del ídolo impúber… Fermincito fue traído en hombros de los “capitalistas” a las oficinas de “El Universal Taurino”… Al terminar la becerrada, Fermincito fue sacado en hombros en esa forma conducido hasta el centro de la ciudad. Los manifestantes “Armillistas” se dirigieron por Avenida Chapultepec, hasta la calle de Bucareli, dando vuelta después por la de Nuevo México, para entrar a la de Iturbide… Frente a las oficinas de “EL UNIVERSAL TAURINO”, tuvo lugar una manifestación lanzándose vivas al futuro “as” y a esta publicación. Nuestro fotógrafo Fernando Sosa tomó la instantánea al magnesio que en esta misma edición reproducimos… De nuestras oficinas se dirigieron los “Armillistas” al café “El Fénix”, donde se disolvió la manifestación…
La versión de la prensa coincide con la de Armillita, dejando claro que se presentaba el domingo 3 de agosto de hace 90 años estaba llamado a cubrir páginas importantes de la historia del toreo. Quien firmó esa tarde como Verdugones no se equivocó al llamarle a los trece años y tres meses de edad Maestro, pues el sobrenombre lo llevó por derecho propio hasta el final de sus días y aún hoy cuando le recordamos, seguimos apelando a él llamándole de esa manera.

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