Alberto Balderas y José El Negro Muñoz fueron de los primeros discípulos destacados de Samuel Solís, quien como ya he contado por esta Aldea, enseñaba el oficio del toreo en la placita de toros que había por el rumbo de Tacuba en la capital mexicana. Por esa razón los emparejó para que dieran sus primeros pasos en los ruedos. Alberto Balderas
Armando de María y Campos, en su obra hagiográfica acerca del llamado Torero de México, sitúa la presentación de este vestido de luces el 6 de enero de 1926 en la plaza de toros de Mixcoac, de don Próspero Montes de Oca, alternando con José Olivera Pepete y El Niño del Brillante. Su presentación en El Toreo sería el 27 de marzo del año siguiente, en un festejo mixto, en el que su mentor y Carlos Lombardini se despedirían de los ruedos y Balderas, El Negro Muñoz y David Liceaga completarían el cartel. Alberto y Muñoz despacharían cuatro erales, Solís y Lombardini un toro cada uno y David Liceaga cerraría la tarde enfrentándose a un añojo.
Alberto Balderas y José Muñoz tendrían importantes actuaciones las temporadas novilleriles al inicio de la temporada de 1929 en El Toreo, lo que los animó a intentar el viaje a España para intentar obtener allá la alternativa de matador de toros. Samuel Solís les recomendó allá con Maera, quien fuera mozo de espadas de Rodolfo Gaona, para que les consiguiera acomodo con algún apoderado en aquellas tierras. Escribe de María y Campos:
Una mañana, al abrir los ojos, se encontró frente a Santander. Unas horas después se apeaba en la Estación de Atocha, en Madrid. Los esperaba “Maera”, el ex mozo de espadas de Gaona, a quien iban “consignados” ... “Maera” empezó a presentarlos en las tertulias taurinas de Madrid... También los llevó con Dominguín, el ex torero que había descubierto a “Cagancho” y que manejaba como empresario la plaza de toros de Tetuán, antesala de la de Madrid...
Pero las cosas no apuntaban hacia que pronto, don Domingo González los llevara a sus plazas. Tuvieron que aceptar presentarse en Carabanchel, en La Chata de Vista Alegre, plaza por cierto inaugurada por Rodolfo Gaona, en festejo que se programó para el domingo 23 de junio de 1929, hoy hace 95 años.
Los prolegómenos de una tarde triunfal
Cuando Maera le arregló a Alberto Balderas y al Negro Muñoz la novillada de su presentación, el cartel planteado inicialmente era una terna encabezada por el también mexicano Julián Pastor, quien al final de cuentas se cayó de la combinación por no estar conforme con los novillos de Aureliano García, antes Rodrigo Solís, ganadería procedente de la que en su día fue de don Valentín Collantes, producto de un cruce de ganados de origen Vázquez con reses de Murube y de Campos López, todo un galimatías ganadero.
En esas condiciones, el cartel de la presentación en ruedos hispanos de Alberto Balderas y José Muñoz quedó en un mano a mano. Como un apunte adicional, vale señalar que la prensa de la época se refiere a Balderas en esa tarde como Alberto Valderas, error que es corregido a partir de su siguiente actuación.
La triunfal presentación de Alberto Balderas
Alberto Balderas saldría con las orejas y el rabo del quinto novillo de la función. Pero antes de llegar a ese punto en el que redondeó su tarde, impresionó al público asistente en buena cantidad al coso de Carabanchel por su clásico toreo a la verónica y por el ajuste que mostró al torear en quites por gaoneras. También se mostró como un buen banderillero y dueño de un valor sereno delante de los toros. Escribió R. Solís para el Heraldo de Madrid:
Alberto Valderas nos parece, sin duda, la figura más completa de la pareja. Ayer, por lo menos, lo demostró así. Toreó con el capote cerca, tranquilo y artista; banderilleó muy bien, hizo quites pintureros y efectistas y mató con facilidad y limpieza. Pero sobre todo lo que constituyó el triunfo pleno del joven lidiador fue la faena de muleta que realizó con su tercer toro (el quinto de la tarde), que brindó a los espectadores desde el centro de la plaza...
La faena que le representó el triunfo, la del tercero de su lote, la describe así quien sin firma, relató la novillada para el diario madrileño El Imparcial:
Y al fin el quinto... Aquí vino lo extraordinario. Unas verónicas Imponentísimas, soberbias. Y en el quite otro portento de lances. Y volvieron a tomar las banderillas… ¡Qué dos pares prendió Valderas! ¡El delirio! Pero luego vino Muñoz y riámonos del propio Gaona, padrino de estos chavales. ¡No hay quien lo haga mejor que este indio! …El novillo, mansísimo. No había tomado ni una vara, andaba hacia atrás, escarbaba y echaba la cara por los suelos. El elegante torero – ¡qué gran figura! – brindó en los centros, se fue al manso y con medios pases, tirando de él, le sacó casi a los medios. Púsose la muleta en la izquierda, se arrimó al bicho, le metió la pierna dos y tres veces y al arrancarse el manso – necesariamente tenía que arrancarse –, dibujó un natural tan extraordinario, que todo el público se puso en pie y rompió en una ovación cerrada. Otra vez metió la pierna insistentemente, otra arrancada y otro natural idéntico… La Plaza era una grillera. ¡Vaya un escándalo! Otro natural, y luego un redondo, sobre la derecha, claro. Y altos y ayudados, con una elegancia, derecho, quieto... ¡Asombroso! Y arrancando, a ley, un estoconazo completo, algo tendido, saliendo prendido. Una apoteosis; orejas, rabo, vuelta (los dos la dieron), un verdadero diluvio de prendas... Valderas es, sin prejuicio ni pasión, un torero extraordinario...
Grande debió ser la impresión que causara Balderas, que los aficionados en los tendidos reclamaban la presencia de los cronistas titulares de los diarios madrileños. G. Carrión, relator para La Voz de lo sucedido en el festejo, consigna lo siguiente:
Envío. – No faltó una voz que de un tendido salió diciendo: “¿No está Corinto y Oro? ¡Cuántas cosas no diría mañana en LA VOZ de estos buenos toreros!”. – Efectivamente, no estaba, anónimo aficionado. Yo transmito tu deseo al compañero, en la seguridad de que su brillante pluma no tardará en complacerte. Toreros son que merecen critica de tan competente escritor...
Como se puede ver, pronto se advirtió que lo que se apreciaba esa tarde, no era un mero festejo de trámite, sino el inicio de una carrera fulgurante e histórica
La tarde del Negro Muñoz
La parte dura del duro encierro jugado le tocó a José Muñoz, quien solamente pudo mostrarse como un torero enterado y como un extraordinario banderillero. Escribe Ale, en La Libertad:
A José Muñoz le tocó un lote, dentro de lo malo, lo peor. Por eso el chiquillo, ni con el capote ni con la muleta, logró convencer. Tiene, desde luego, geniecillo, y es muy probable que cuando le embista un toro pueda muy bien armar un alboroto... Con las banderillas se mostró un formidable rehiletero, consiguiendo en tres toros, por tal suerte, sucesivas ovaciones... Mató pronto a sus enemigos, y por ello también le aplaudieron...
Al final del festejo se llevaron a los dos toreros a hombros de la plaza por un largo trecho, en la correspondencia que dirigía Balderas a su amigo Arnulfo Reina y que publica en su citada obra don Armando de María y Campos, refiere lo siguiente:
...cuando mató el último toro José, se echó toda la gente al ruedo y nos sacaron en hombros; nos llevaron hasta la Puerta de Toledo, todos querían llevarnos hasta la Puerta del Sol, pero ya íbamos muy cansados y nos subimos al coche...
Por lo que se describe el torero en su misiva, efectivamente fue un rotundo triunfo para ambos.
Los novillos lidiados
La novillada, por lo que reflejan las crónicas que pude consultar, fue un compendio de mansedumbre y dificultades. Dice el anónimo relator de El Imparcial:
Para debut, mano a mano, soltáronles seis novillotes desarrollados, feos, destartalados, con muchos pitones. Seis ejemplares de mansedumbre, típicos de capea pueblerina. Diríamos, para compendiar, que uno fue sustituido – ¡si sería manso! – y cuatro de los lidiados ostentaron la caperuza, si se llama caperuza a un delantal negro, por lo sucio, que, como suponía un espectador, debía de ser un delantal de cocina. ¡Qué asco!...
Por su parte, E. Ayensa, en El Liberal, refiere lo siguiente:
Los bichos del domingo, de D. Aureliano García, antes de Solís, de Sevilla – según rezaba en los carteles –, resultaron completamente ilidiables. Feos, mansos, sin poder y muy desiguales, eran algo así como un saldo. Uno de los animalitos volvió a los corrales rechazado enérgicamente por el público, y los seis restantes se lidiaron en medio de una extraordinaria bronca del respetable. Cinco bueyes llevaron la infamante caperuza, y el primero, y único, que se libró de ella, fue por equivocación seguramente...
A propósito de la caperuza que se menciona en las crónicas que se citan, escribe el amigo Julián H. Ibáñez:
La caperuza negra: En 1929 hubo un cambio en la condena de castigo a los toros cobardes o mansos. Se cambiaron las banderillas de fuego por una caperuza negra. La caperuza era una especie de bonete negro que se le ponía al toro en el pitón durante el arrastre, para “señalar” su cobarde comportamiento y soportar el repudio del público... El primer toro en sufrir ese deshonor, fue un astado de Ildefonso Sánchez Rico, lidiado en Madrid el 24 de marzo de 1929. La caperuza negra, se trataba de un estigma ridículo e innecesario, que pretendía más castigar al ganadero, que, al toro cobarde, que es quien debería de haber sufrido ese castigo... En 1931 se volvió a aplicar el de las banderillas de fuego...
Esa es la historia en torno a la presentación de dos toreros mexicanos en ruedos españoles. Uno de ellos terminó siendo una figura histórica de los ruedos y el otro, un interesantísimo hombre de letras. Y aún así hay quienes se atreven a negar que el toreo es grandeza.
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