En la novillada del cierre de feria, El Zotoluco se lleva otra vez el Cristo Negro del Encino
El año anterior la novillada de triunfadores se había celebrado una semana antes del arranque formal de la feria y fue un cartel originalmente de seis toreros, aumentado al final con un séptimo fuera de concurso. Para este ciclo de hace medio siglo, se acomodó el festejo para dar cierre a la parte taurina de la verbena sanmarqueña y fue con una tercia, integrada por Alfredo Gómez El Brillante – algunas reseñas le llamaban todavía El Brillantito como cuando era niño torero –, Rafael Íñiguez El Rivereño – quien fue el séptimo del cartel del año anterior – y José Antonio Picazo El Zotoluco, repetidor también del festejo del 73 y ganador ese año del trofeo en disputa.Para la ocasión, se dispuso de un encierro de la ganadería acalitana de Garabato, entonces dirigida por don Celestino El Tato Rangel, quien envió un encierro de buena presencia, según relata en su crónica don Jesús Gómez Medina:
Los novillos de Garabato, de mejor trapío y con más respeto del que tuvieron varios encierros lidiados por matadores de toros, fueron, en cuanto a su lidia, desiguales: a ratos boyantes y claros, en ocasiones defendiéndose; ora recargando ante los montados y derribando con fuerza cuando no huyendo francamente. De todas maneras, hubo tres que, a cambio de que los muchachos les pisaran el terreno y los aguantaran, permitieron que aquellos lucieran…
Don Jesús vuelve a poner el dedo en la llaga. Reitera que durante los festejos mayores no fueron casos aislados aquellos en los que las reses que saltaron al ruedo carecieron de la presencia mínima necesaria para ser jugados en una corrida de toros, y que, en cambio, en un festejo de noveles, el ganado presentado superó lo que, en buen número, las figuras enfrentaron.
El Zotoluco asegunda
El año anterior José Antonio Picazo se había llevado el Cristo Negro en disputa, se asentó en las crónicas, más que por hacer bien el toreo, por el carisma que lo conectaba con los tendidos. En aquella oportunidad se le vio decididamente verde, aunque con voluntad de hacer las cosas. Un año después, habiendo toreado ya varias novilladas en distintos lugares de la república, el propio cronista de El Sol del Centro le describe de otra manera:
José Antonio Picazo mejora a ojos vistos. Porque ayer toreó de verdad. Con el capote y con la muleta. Con esta última, en sus dos turnos, a fuerza de aguantar, y de correr la mano y de mandar, consiguió redondear series de derechazos y naturales meritísimas. Adornos, desplantes y valor de continuo. El valor que debe ser virtud primara en un novillero. Vuelta al ruedo en el tercero. Y una oreja, nueva vuelta triunfal y el Cristo Negro, que, por segunda ocasión, hizo suyo, fue la cosecha de José Antonio Picazo. ¡Enhorabuena! …
También Alejandro Hernández, en su tribuna del Heraldo de Aguascalientes, hace apreciación en similar sentido:
José Antonio Picazo “El Zotoluco” nos mostró muchos adelantos, toreando con verdad, aguantando las embestidas fuertes, peleándole siempre, siempre en la cara, sin dar muestras de estar en ese lugar, sin presiones, sin angustias, al contrario, con gusto y sintiendo lo que hace, y lo que es más importante, empleando la cabeza, tratando de entender a sus enemigos, y darles la lidia adecuada, ese es el camino a seguir, por ahí se puede llegar a conquistar un buen sitio…
Esa entonada actuación le sirvió al torero de Aguascalientes para obtener, por segundo año consecutivo, ese prestigiado trofeo.
La actuación de El Brillante
Alfredo Gómez El Brillante es nieto del legendario puntillero Atanasio Velázquez Talín, esa es la razón que desde su infancia tuviera cercanía con el mundo de los toros y que prácticamente desde los 8 o 9 años de edad, comenzara a presentarse como becerrista, anunciándose entonces como El Brillantito. En la fecha de esta remembranza, tenía casi un par de años de haberse presentado en Acapulco con los del castoreño. Los de Garabato que le tocaron en suerte no se prestaron a florituras. Cuenta Alejandro Hernández:
Alfredo Gómez “El Brillantito”, ha tenido una actuación discreta en su primero, por la mansedumbre del novillo y las embestidas con genio que daba, terminándolo con pinchazo y media en buen sitio… En su segundo, que llegó con mucha fuerza al tercio final, acusó estar muy toreado, al defenderse con buenos modales, desgraciadamente nada se le pudo ver al muchacho en esta actuación…
Por su parte, don Jesús Gómez Medina hace notar:
El lote más difícil correspondió al jovencito Alfredo Gómez, quien, no obstante, lejos de afligirse, se mostró decidido, valeroso y, en ocasiones, cuando hubo lugar a ello, toreó de capa con excelentes modos; la mano abajo y cargando la suerte con primor…
Evidentemente, El Brillante era de los tres espadas del cartel el que más sitio tenía y debe ser por esa razón que con el lote complicado no se afligió y solventó el compromiso con dignidad y por instantes hasta con lucimiento.
El Rivereño
El año anterior a Rafael Íñiguez no le rodaron bien las cosas, y aunque en este festejo tampoco tuvo el santo totalmente de frente, pudo, por momentos, exhibir algunos detalles de torería. Refiere don Jesús Gómez Medina:
Rafael Íñiguez, en su primero, logró un magnífico quite por gaoneras. Banderilleó sin fortuna en la colocación; y con la izquierda, naturales aceptables; derechazos comprometidos, para concluir de pinchazo, media y descabello. Palmas. Al quinto lo recibió con un farol de hinojos. Y una faena muleteril en la que hubo derechazos bien ejecutados, entreverados con achuchones y desarmes sin que menguase la valentía de “El Rivereño”, quien, al concluir con media, dio la vuelta al ruedo entre palmoteo general…
Dice Alejandro Hernández en su crónica que lo apreció desentrenado y sin sitio. Es probable que eso haya sido la causa de los achuchones y desarmes a los que hace referencia don Jesús. Es la eterna paradoja del novillero que pretende subir peldaños en la escalera profesional, si no torea, anda sin sitio, pero para coger éste, necesita torear.
La entrega del trofeo
Independientemente de los trofeos que alguno de los alternantes haya podido obtener en la tarde, la concesión del Cristo Negro quedaba a consideración de la concurrencia, que hacía las veces de gran jurado, que en esta oportunidad falló a favor de José Antonio Picazo. En esas condiciones, los señores Flavio Conde y Juan Ramírez, representantes de la Casa Pedro Domecq, patrocinadora del trofeo en disputa, salieron al ruedo a entregar al triunfador el medallón con la efigie del Cristo Negro del Encino que ganó en buena lid.
Con ese último acto, concluyó la última feria taurina celebrada en la Plaza de Toros San Marcos, un domingo como hoy, pero de hace 50 años. A partir del año de 1975, los festejos se darían en un nuevo escenario, mismo cuya obra constructiva había iniciado unas semanas antes y que implicaría el inicio de una nueva historia en las cosas de los toros en Aguascalientes.
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